Hoy os traemos el relato completo tal y como lo podéis disfrutar en este fantástico libro: AMOR KM. 0 de Zarracatalla.
LOVE ONLINE, de nuestra querida Sarilis Montoro, desde Alagón, Zaragoza. La imagen que lo acompaña la ha aportado Carmen Hernando Gonzalo, desde Zaragoza, aunque lucenera de origen y con la esencia que extrajo la gran María Belén Mateos Galán.
Pertenece a AMOR KM. 0, nuestra última publicación, dentro de COLECCIÓN CUPIDO.
LOVE ONLINE, de nuestra querida Sarilis Montoro, desde Alagón, Zaragoza. La imagen que lo acompaña la ha aportado Carmen Hernando Gonzalo, desde Zaragoza, aunque lucenera de origen y con la esencia que extrajo la gran María Belén Mateos Galán.
Pertenece a AMOR KM. 0, nuestra última publicación, dentro de COLECCIÓN CUPIDO.
Si queréis disfrutar de las 31 piezas que componen este libro no dudes en adquirirlo ya, tanto en la librería Portadores de Sueños (Zaragoza): tanto en la propia tienda como online; como pidiéndolo directamente a nosotros a través de las redes sociales o vía email: zarracatalla@gmail.com
Hay páginas de la vida que se escriben de color
azul, amores que se encuentran online, y otros que se pierden si crees que lo
imposible no se puede alcanzar.
“Jacinto no apartaba los ojos del libro azul que
su hermana llevaba de una mano a otra como si fuera una jugosa fruta a punto de
ser engullida, y es que, el contenido del libro no era para menos, un extraño
amor rodeado de incógnitas que Blanca deseaba engullir para saciar así su voraz
apetito”
LOVE ONLINE
Sarilis Montoro
Carmen Hernando
Luceni (Zaragoza)
LOVE ONLINE
“Ojalá entre mis manos se encontrara la
lámpara maravillosa, la agitaría y surgiría el genio fabuloso que te concede
tres deseos. Los míos serían ¡Estar
contigo, estar contigo, estar contigo! Si estuvieras cerca de mí, haría todo lo
que estuviera en mi poder para cautivar tu corazón. Estoy loco por ti…
Presiento que soy el hombre de tu vida ¡Oh, Dios mío! Él, tendrá sus razones
para mantenernos separados. ¿Cómo podría llegar a ti? Te deseo tanto, quiero
abrazarte, sé que jamás nos encontraremos pero estás en mis fantasías, creo que
no hay nada malo en ello, fantaseo sobre ti y sobre mí, nos despertamos juntos
y una lluvia fina acompañada de un aire fresco acaricia nuestros rostros, une
nuestras almas, nos miramos a los ojos y nos fundimos en un apasionado abrazo
teniendo como único testigo de nuestro amor a la hermosa naturaleza, mojada y
fresca. Eres la criatura más hermosa que existe en el universo, tu belleza se
esparce por todo el cosmos en miles de partículas brillantes que llegan a mi
corazón clavándose en él, como flechas de Cupido. De mi corazón brota amor,
amor, amor, yo soy todo amor y mi mente se llena de ti, de tu belleza, de tus
partículas maravillosas.”
Tu
amor imposible.
Blanca adoraba leer los retazos amorosos
que encontró en casa de su abuela, bajo una baldosa. Nunca un encuentro pudo
ser tan inocente, tan casual. Ella pisó y la baldosa tembló bajo su pie. Blanca
se inclinó sobre la baldosa movediza, la levantó sin ningún esfuerzo.
En un principio creyó que se trataba de
un diario escondido de su abuela, amante de la escritura furtiva y solitaria.
La abuela de Blanca siempre fue una mujer reservada, tímida algo insípida, por
esta razón su nieta apenas reparó en el librito antiguo de tapas azules. Lo
dejó sobre la mesa de caoba que regentaba el gran salón de la casa rústica,
propiedad que había heredado tras el fallecimiento de su abuela. Allí estaba
ella, Blanca, para poner orden en esa casa abandonada. Tenía absoluta libertad
para disponer de ella. Podía venderla, arrendarla o quedarse a vivir en ella si
así lo deseaba. Recibía así su premio por el buen comportamiento que había
tenido con su abuela Dora, durante toda su vida y en especial en sus últimos
días.
El día que Blanca encontró el librito
bajo la baldosa, estuvo de estancia en estancia desempolvando recuerdos, la
casa no estaba muy desordenada pero una espesa capa de polvo cubría todos los
objetos que había en ella. Pequeñas esculturas, bronces apagados, tapices
mustios y lámparas de araña deslustradas. Tenía por delante varios días para
adecentar la casa de su abuela, estaría bien ocupada desde muy temprano por la
mañana, las tardes las dedicaría a la lectura, afición que había heredado de
Dora. Rebeca de Dafne de Maurier, era la obra que había elegido para amenizar
sus tardes solitarias, sin embargo, lo que Blanca ignoraba era que no llegaría
a leer ni la primera página de la intrigante novela de amor y celos.
“Cuando
me muera me acordaré de ti; quizás en una próxima vida podamos estar juntos,
ahora, todo está en orden, yo soy feliz con tus palabras y tú eres dichoso
observando mis fotografías. ¿Qué más podemos hacer? Señor, mi adorado
caballero, diez mil kilómetros nos separan, un inmenso océano que jamás
cruzaré, mi mundo está aquí, se llama España y el tuyo está allí, allí, allí…
Un mundo azul y dorado, extraño para mí, demasiado agresivo. Perteneces a una
cultura que se me escapa, es como un torbellino que arrasaría mi frágil
persona, mis sentimientos son delicados y en tu mundo acabarían pisoteados, no
por ti, mi amado, pero sí por tu mundo y tú lo sabes ¿Verdad que lo sabes?”
Tu
amor imposible.
Blanca no salía de su asombro. El
librito descubierto al azar no era ni mucho menos un diario de su recatada y
respetable abuela. ¿Pero a quién podía pertenecer? Los últimos años de Dora los
había vivido en absoluta soledad, enviudó relativamente joven y jamás mostró
interés alguno en rehacer su vida. Sí, era cierto que a su abuela le gustaba
escribir pero conforme leía las amarillentas páginas del librito azul, cada vez
le resultaba más extraño que esas páginas hubieran sido escritas por la
temblorosa mano de su abuela. La letra era pequeña y de trazo seguro. Su abuela
no las había escrito. ¿Quién era el adorado caballero y la hermosa criatura del
universo? Blanca continuaba leyendo y la curiosidad se convirtió en intriga, y
esta dio paso a una seria preocupación…
“No
puedo dejar de pensar en ti… ¿Qué piensas de mí, amor mío? Me siento frustrado
y triste, sin embargo, pienso en ti y toda la basura de mi vida se evapora. La
basura de mi vida huele a rosas gracias a ti. Gracias por ser mi amiga, mi amor
en la distancia. La distancia, no obstante, sólo está en nuestras mentes, mi
nena, no te dejes encarcelar por el mundo físico, piensa, imagina, sueña y
siempre permaneceremos unidos… Te deseo tanto, tanto, estoy mentalmente
enamorado de ti y, no tienes ni idea de la intensidad con la que te amo, te
amo, te amo. Tu piel es mía, siento tu olor, lo puedo oler y mi corazón se
derrite en él. Gracias por existir, mi amor, bella por dentro y por fuera”
Tu
amor imposible.
“Sí,
mi caballero adorado, hoy he soñado contigo y es cierto que la distancia no
existe. He estado contigo esta mañana temprano, cuando el sol amanece allá en
tu mundo azul y, yo también he sentido tu olor, sí, el olor del amor se siente,
el amor huele, tiene un aroma especial indefinido, huele a tierra mojada, a
hojas húmedas, a labios dulces y salados, a cuerpo humano lubricado con
efluvios mágicos, íntimos. El aroma del amor es tan intenso que una vez que te
posee, que te penetra ya no te abandona. Lo siento a todas horas en mi casa, en
mi cama abandonada en una casa rústica perdida en un campo de Castilla y digo
abandonada porque tú, no estás aquí, mi adorado caballero, sólo está llena
cuando mis ojos cansados de imaginar tu presencia se cierran y se van con el
sueño hacia ti, entonces es cuando siento el contacto de tu cuerpo con el mío,
mi piel vibra, siente escalofríos de pasión, me siento de nuevo princesa,
reina, una mujer bella y deseada por ti, mi amor imposible, mi caballero.
Un rugido la despertó. Fue tal el
sobresalto que pensó que alguien había entrado en la casa, pronto tomó
conciencia de lo que ocurría, una noche de tormenta. La lluvia caía implacable,
la podía escuchar desde el cálido nido de su lecho tan sólo ocupado por un cuerpo,
el suyo, solitario, deshabitado. Blanca recordaba el último mensaje de la
desconocida, nunca había pensado en el amor como aquella lo describía, ¡El amor
era poesía en palabras de la desconocida! Qué lejos estaba ella de la poesía
del amor, allí estaba en esa cama vacía esperando que llegara el nuevo día para
poner orden en la casa pero por qué ella no era capaz de sentir una poesía en
su anodina vida y otras en cambio se derretían en ella, no era justo. Comenzó a
acariciarse su propio cuerpo, su piel era fina, suave pero estaba muerta, el
olor que desprendía de su cuerpo estaba apagado, ella olía a vacío, a hueco, su
cuerpo olía a hojas secas, marchitas, olía a cementerio. Sus manos abandonaron
su inerte cuerpo y se dejó envolver por el agradable sonido de la lluvia, era
tan agradable que se olvidó de sí misma, de su miseria amorosa y del gran
trueno que la había asustado unos minutos antes. Ahora aparecían en su mente
palabras, unas palabras que danzaban al son de un amor lejano y desconocido que
olía a poesía, que le era ajeno pero le llegaba directamente al corazón porque
ese misterioso amor estaba en casa de Dora, su abuela.
Se levantó, los truenos seguían de telón
de fondo, ahora se oían lejanos, la lluvia tenía todo el protagonismo y en su
compañía, salió de su dormitorio con su camisón blanco hasta los pies y una
vela en la mano con una llama ondulante. Descendió por las escaleras, tenía que
seguir leyendo, todavía quedaban muchas páginas de pasión contenida, temerosa
de anunciarse, de darse a conocer, aquellos enamorados se comunicaban con tanta
delicadeza que diríase que se tenían entre ellos pudor, vergüenza de
adolescentes…
“¿Estás
ahí? No lo creo pero no me importa, sé que cuando te conectes, leerás mi
mensaje. Puedo imaginar tus bellos ojos cómo se iluminan ante la sorpresa de mi
mensaje puesto que sé que siempre son sorpresas para ti, flores inesperadas que
inundan tu corazón de felicidad. ¡Cuánto daría para que estuvieras aquí, a mi
lado! Cogeríamos el coche y nos iríamos a cualquier parte porque el destino
sería lo que menos importase, tú y yo juntos y el mundo en orden por muchas
imperfecciones que hubiera a nuestro alrededor, puesto que tú y yo, nuestro
amor es lo mejor que existe en nuestras vidas. ¿Estás ahí? No, sé que no,
porque ya me habrías contestado, lo sé, pero espero, te espero, te anhelo, te
recuerdo, te pienso, te veo, te toco, te poseo.”
Blanca de pronto despertó a una
realidad. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?
—¿Estás
ahí? —¿De
dónde procedían los mensajes? ¿A través de qué medio? No eran mensajes
epistolares como ella había pensado. Creía que entre sus manos tenía fragmentos
de cartas de amor rotas, quebradas por alguna mano celosa que había violado los
sentimientos amorosos de dos desconocidos y los quería haber destruido,
mutilado para que cayeran en el olvido, en el desinterés del futuro. No
entendía cómo podían haber llegado al subsuelo de hogar de su abuela, ya no le
inquietaba quién o quiénes estaban detrás de esos sentimientos escritos como
susurros, como rumores que llegaban transportados por la fuerza de una brisa
enamorada de un océano anónimo.
—¿Estás
ahí? —Blanca
se estremeció. ¿Sería posible que detrás de esas cálidas y apasionadas letras
existiera una realidad paralela invadida por millones de usuarios con imágenes
trasnochadas y otras de rabiosa actualidad, algo tan prosaico y tan abundante
al que llamaban online, internet, facebook, twitter o por ser políticamente
correcto, sería mejor hablar de redes sociales?
Continuó leyendo ávida de encontrar
alguna pista que la condujera a algo concreto, a alguien con nombre y
apellidos. Por supuesto, su abuela no guardaba relación alguna con el librito
azul, sin embargo, ¿Por qué estaba en su casa? ¡Y tan escondido! Sin duda
alguna, alguien se lo había entregado para que lo ocultara, sin duda alguna se
trataba de amores prohibidos, amores imposibles, amores castigados por el
destino, por circunstancias que burlaban los deseos más íntimos de cualquier
ser humano que fuese capaz de sentirlos.
“Hace
un tiempo que no recibo mensajes tuyos ¿Por qué no me hablas? ¿Acaso te he
molestado en algo? No entiendo tu silencio ¿Por qué me torturas? Si has dejado
de amarme, dímelo, si ya no me deseas, dímelo, si ya no soy tu luna, ni tu
noche, ni tu lluvia, dímelo, si mi olor ya no te eleva a placenteras
sensaciones, dímelo, dímelo, dímelo… No hay nada peor que el silencio, prefiero
la muerte al silencio, prefiero el olor rancio de tu desamor al silencio,
prefiero un no te amo al silencio, no, no, no, no más silencio por favor.”
“No,
no, no, no pienses así, mis palabras siempre han sido auténticas, muy
auténticas, pero a veces me siento derrotado y carezco de fuerzas para
conectarme; pero yo, siempre estoy pensando en ti, he compuesto una canción
inspirada en ti. No voy a negar que en mi vida ha habido mujeres, muchas,
demasiadas, tengo cincuenta y seis años y sé de lo que hablo, tú para mí, no
eres una más, representas una fantasía tan veraz que se ha convertido en
realidad, y esta se ha derretido en mis huesos, entre tu piel y mi piel, entre
tus ojos y los míos, estoy invadido de ti, estás en mi mente, en mi música, en
mi alma, en mí. ¿Dejar de anhelarte? ¿Dejar de desearte? Imposible y nunca
mejor dicho”
Tu
amor imposible.
Estaba en lo cierto, ya no había duda
alguna, los retazos amorosos eran en realidad mensajes de amor online que
alguien había transcrito como antiguo escriba egipcio, a unas páginas
amarillentas pero no por el transcurso del tiempo. El libro antiguo de tapas
azules era una obra de arte, pertenecía al momento presente de Blanca, no al
antiguo de Dora. Dentro de la antigüedad que evocaba, el libro olía a nuevo,
ese olor de páginas recién imprimidas.
Se sintió estúpida ¿Cómo se había dejado
engañar por las apariencias? Y si su abuela… ¡Imposible! Blanca dejó de leer,
colocó el libro donde lo había encontrado, bajo la baldosa temblorosa. Ahora se
enfrentaba a la lectura de unas páginas nuevas, en blanco, unas páginas que
estaban flotando en el aire esperando a que ella las cogiera al vuelo y las
leyera, las comprendiera, las descifrara, pues esos retazos amorosos estaban
ligados a algún vínculo que ella desconocía y no estaba dispuesta a mirar hacia
otro lado. Descubriría la verdad, ya no podía ignorar que en la vida de su
abuela había algo que ella desconocía por completo, lo descubriría, sí, lo
haría por ella, y por sí misma.
Abandonó la casa de su abuela con la
sensación de que había sido embestida por la lava de un volcán. No llevaba
ninguna quemadura en la piel pero sí su conciencia estaba abrasada de dudas, de
vergüenza ajena porque no sabía hasta qué punto estaba su abuela involucrada en
esas palabras. En el momento en que cerró la puerta lo que menos le preocupaba
era el giro que le iba a dar a la casa. Llevaba consigo el libro de mensajes
envuelto en un enigma, en cuanto llegara a su casa, a su frío Teruel, llamaría
a su hermano Jacinto.
Jacinto siempre había sentido debilidad
por su abuela, sin embargo, debido a la enfermedad de su esposa no pudo
entregarse a los cuidados de Dora con la misma devoción con que lo había hecho
su hermana. Blanca intuía que él sabía algo sobre la vida de Dora que a ella se
le escapaba, siempre había pensado que ellos guardaban secretos y compartían
pensamientos en los que Blanca jamás había entrado, ni tampoco a ella le había
importado, jamás sintió celos de la complicidad que existía entre ambos, le
hubiera parecido un sacrilegio violar el terreno de ellos. Pero ahora, todo
había cambiado, sería clara y directa con Jacinto, ella tenía tanto derecho
como él a conocer los secretos de su abuela si es que los había…
Y así fue…
—¿Sabes tú algo de esto?
Blanca agitaba el amoroso libro con una
mano como si portara una bandera reivindicando alguna causa justa y solidaria
ante los ojos de Jacinto llenos de estupor.
—¿Es que no me vas a dejar entrar en tu
casa?
Jacinto permanecía en el umbral de la
puerta desconcertado y al mismo tiempo divertido.
—Pero Blanca, ¡qué pronto has regresado!
Por supuesto, pasa, perdona, es que como no te esperaba tan pronto.
—Pues ya ves, tienes razón, he precipitado
mi regreso puesto que me siento intrigada ¿No es así como se habla en las redes
sociales? Me siento abatida, me siento decepcionada, etcétera, etcétera,
etcétera…
Jacinto no apartaba los ojos del libro
azul que su hermana llevaba de una mano a otra como si fuera una jugosa fruta a
punto de ser engullida, y es que, el contenido del libro no era para menos, un
extraño amor rodeado de incógnitas que Blanca deseaba engullir para saciar así
su voraz apetito. Podía leer en los ojos de su hermano las respuestas a esas
incógnitas. Jacinto bajó la cabeza, exhaló un suspiro envuelto en cansancio y
resignación al tiempo que respondía a su hermana:
—Está bien, Blanca. Tarde o temprano te
hubieras enterado, pero hubiera preferido que hubiera sido más tarde que
temprano y de otras formas. Me imagino que te estarás haciendo miles de
preguntas.
—Por supuesto, pero me conformo con que
me respondas a una, sólo a una. ¿Quiénes son los protagonistas de esta historia
de amor con tintes de telegrama?
—Ella es Dora, nuestra abuela. Él, un
hombre norteamericano, Jason Johnson, productor musical especializado en música
electrónica.
Silencio. Absoluto silencio.
Blanca enmudeció, incluso su respiración
se paralizó durante varios segundos, tomó aire pero las palabras no salían de
su garganta, se le habían cristalizado como si se hubiera sumergido en una
piscina a cuarenta grados bajo cero. Se le congelaron las frases, el enfado, el
asombro, la incredulidad, todo se mezcló entre sí de tal forma que Blanca
sintió que iba a vomitar. Al fin, con un hilo de voz exclamó:
—Pero, ¿qué me estás contando?
—Lo que oyes hermana. Sin embargo,
semejante desatino tiene una muy tierna explicación, pero me llevará un tiempo
informarte de todo, no se puede explicar una historia como la de Dora en dos
palabras ni en dos minutos. Toma asiento Blanca, relájate, ahorma mismo vuelvo.
Obedeció como una niña sumisa y
obediente, estaba perpleja o mejor, dadas las circunstancias, se sentía
perpleja. Jacinto, algo más relajado regresó con un ordenador portátil entre
sus manos y una amplia sonrisa, parecía muy orgulloso de sí mismo, ya no
ladeaba la cabeza hacia abajo, por el contrario, la mantenía bien erguida
mientras conectaba el ordenador.
—¿Quieres tomar algo? Discúlpame, no te
he ofrecido nada.
—Una Coca-Cola por favor.
—¿Me lo entregas? Para mí se trata de un
tesoro. Por un lado me alegro que lo hayas encontrado, supongo que tenía que
ser así, todo sucede cuando tiene que suceder, quizás nunca hubiera reunido el
coraje necesario para contarte la historia de amor entre Jason y Dora.
—Hablas de ellos como si fueran
personajes del celuloide, de algún musical o de una opereta, Jacinto, estás
hablando de nuestra abuela —contestó al tiempo que le entregaba el libro azul.
Jacinto abandonó el salón con el tesoro
entre sus manos y regresó con una Coca-Cola refrescante y burbujeante, servida
en un vaso azul como el mar.
—Observo que te gusta mucho el color
azul —apostilló Blanca con cierta ironía.
—El azul es el color del mar, del cielo,
es el color de la fantasía, como los príncipes azules. Yo conseguí un príncipe
azul para nuestra abuela, el color azul hermana, es el color de lo eterno, de
la fidelidad, de los sentimientos que perduran en el espacio y en el tiempo.
—Por eso el libro es de color azul.
—Sí, por eso.
—¿Cómo empezó todo?
—A eso voy.
Jacinto conectó el ordenador. El mundo
online también era azul. En la pantalla del ordenador, de fondo azul noche,
apareció el rostro de un hombre apuesto. Su imagen era muy agradable de
observar, vestía una camiseta de rabioso terciopelo azul, unas gafas negras
ocultaban sus ojos, sin embargo, la imagen hablaba por sí sola a pesar de tener
los ojos cubiertos por cristales negros, estaba cargada de fuerza, de energía
vital, la misma con que habían sido escritas las palabras del adorado caballero
como lo llamaba Dora. Blanca sintió esa fuerza y por un instante vibró del
mismo modo como había vibrado mientras leía las palabras de amor del libro
azul. Un calambre recorrió su alma, un calambre la transportó hacia el corazón
de ese hombre que parecía estar vivo tras la pantalla, casi podía escuchar sus
latidos entrelazándose con los suyos como plantas enredaderas. ¿Dónde quedaba
ahora Dora? ¿Qué le estaba sucediendo? No estaba preparada para sentir una
emoción tan intensa, tan sólo para leerla. De pronto, el hechizo fue roto por
la voz de Jacinto, era como si de repente alguien que no fuese su hermano
viniera a contarle un cuento, un cuento con un título que a Blanca le resultaba
tan ajeno, tan frío… Sin embargo, no, no, no era así, para nada, era muy suyo,
era de Dora y ahora también de ella muy a su pesar.
—Love online es la idea más maravillosa
que se me ocurrió para ayudar a nuestra abuelita a escapar de la soledad de la
demencia —de este modo, Jacinto comenzó a desvelar las incógnitas del libro
azul—. Nuestra abuela fue una mujer muy hermosa, aún muerta era bella, su
cadáver desprendía un halo de luz etéreo, sí, Blanca, yo lo vi, era azul, sé
que nadie más lo vio, pero eso es lo que menos importa ahora. Lo cierto es que
Dora se nos estaba yendo y no me refiero con ello a la muerte física. ¿No te
diste cuenta Blanca? Tú la visitabas con frecuencia. ¿Nunca observaste sus ojos
azules? Poco a poco se estaban volviendo opacos, como esos vasos que de tanto
lavarlos se quedan mates, deslucidos.
—Pues claro que me di cuenta, por sus
ojos se asomaba la vejez ¿Qué otra cosa podrían reflejar unos ojos de ochenta
años?
—¡No, no! —vociferó Jacinto con
exasperación—. ¡Ya estoy harto de que dejemos morir a nuestros abuelos estando
aún en vida, que todo lo justifiquemos con la típica y tópica frase de
“achaques de la edad”! Dora se estaba muriendo de aburrimiento.
—A mí no me grites —replicó con voz
lacerada Blanca.
Jacinto observó a su hermana de forma
distante, después recuperó el tono de contador de historias, un tono amable y
evocador de pasadas dichas.
—¡Yo conseguí resucitar a Dora, sí,
resucité su alma, llevaba muerta mucho tiempo a pesar de que tú, que eras la
más próxima a ella, no lo notaras! En un principio estuve a punto de hacerte
partícipe de la idea de love online, pero sé con certeza que te hubieras
negado. Puedo imaginar tu cara escandalizada ante mi proposición, así que
decidí llevar adelante la idea sólo. No necesitaba a nadie. Una mañana me
presenté en su casa sabiendo que tú estabas ausente y le dije:
—Abuelita, ¿quieres que te busque un
novio?
—¡Claro que sí, ahora mismo, ya mismo me
visto con mi mejor vestido, me acicalo como la ratita presumida y me lo traes!
—respondió entre risas—. ¡Nieto loco, nieto mío!
—Recuerdo su voz como si la estuviera
oyendo ahora mismo, su risa era alegre y desenfadada, pensaba que estaba loco y
quiso seguirme la corriente, quizás pensó que me compadecía de ella por su
soledad y dejó que hiciera y deshiciera a mi antojo con tal de verme feliz.
Dora no quería que sufriera por su culpa y yo, su nieto, no quería verla morir
de sufrimiento. Todo resultó muy fácil. No hubo más conversación. A partir de
ahí, busqué fotografías de la abuela de hace treinta años, abrí una cuenta en
Facebook, las colgué y voilà, allí estaba ella, radiante, con su media melena
rubia ondulada, sus ojos azules como joyas brillantes llenas de reflejos, sus
labios sonrosados. Allí estaba Dora con sus flamantes cincuenta años enamorando
a la red, cautivadora, seductora. Dora había nacido de nuevo en una realidad
virtual, casi lloré cuando la vi. El día que la visité con el ordenador y le
conté lo que había planeado me puso cara de horror, pero fue un momento fugaz;
cuando vio sus fotografías en una pantalla se emocionó tanto que la expresión de
horror se convirtió en una inmensa felicidad. Sentí que había tocado diana, no
se iba a negar, sólo era cuestión de esperar a que llegaran las solicitudes de
amistad y llegaron… ¡Llovieron! Reconozco que me aproveché de ese pequeño punto
de demencia senil que hizo posible que love online continuase adelante.
»Y así fue…
»Las amistades llegaban a diario, todo
era muy inocente, hasta que una tarde apareció la solicitud de amistad de un
apuesto hombre que decía llamarse Jasón Johnson, y que decía estar enamorado de
ella, cautivado por sus ojos y que hacía varias semanas que la había visto y no
podía soportar más la tentación de dirigirse a ella y expresarle con toda
honestidad lo que sentía por ella.
»Dora renació, los opacos y mortecinos
ojos desaparecieron para dar paso a unos ojos luminosos, llenos de vida. ¿Pero
es que tú no captaste el cambio de nuestra abuela en los últimos meses?
—¡Claro que me di cuenta! Jacinto, yo
estaba muy pendiente de ella, pero el cambio lo atribuí a las vitaminas que le
recetó el médico.
—¡Bah, vitaminas! El amor es la mejor
vitamina del mundo, no cuesta nada y es la más efectiva, la puede tomar todo el
planeta, animales y personas, no tiene contraindicaciones. Por cierto, te
recomiendo que la pruebes de vez en cuando.
—¡Bueno, ya está bien! Me estás hartando
Jacinto, no me hace ninguna gracia todo lo que me estás contando. Me parece
patético, surrealista, grotesco. ¡Estás loco, Jacinto! Arrastraste a nuestra
abuela a esa locura de Facebook, te reíste de ella y de ese hombre, ¡es casi
denunciable lo que has hecho! Es que todavía me resisto a creer que todo lo que
me estás contando sea cierto. ¿Has perdido la cabeza? ¿Cómo puedes sentirte tan
orgulloso? ¡Eres un farsante!
—¡Cuántas vitaminas necesitas hermana!
Tienes una gran anemia, casi preocupante, te aconsejo que te infles a vitaminas
del amor porque reaccionas con gran cansancio vital. La rabia que se desprenden
de tus palabras denotan una carencia de amor en el alma y en el cuerpo muy, muy
preocupante, estás vacía hermana, necesitas que te penetre el amor.
—¡Deja ya de hablar como un estúpido
demente Jacinto!
—No te voy a permitir que me insultes.
Estoy muy orgulloso de la felicidad que Dora sintió en los últimos meses de su
vida y además descubrió una nueva vena literaria: la escritura romántica, la
escritura rosa, la escritura dulce y esponjosa como los algodones de azúcar que
se venden en las ferias ambulantes. Yo convertí sus últimos días en una feria
llena de color y luces que titilaban alrededor de ella. Dora murió feliz, nuestra
abuela murió enamorada.
Blanca sintió una profunda rabia y
desconsuelo, ella creía que conocía a su abuela, que habían compartido momentos
inigualables de ternura y confianza y ahora comprobaba que su hermano, había
sido su mejor confidente. En cierto modo se sentía traicionada. ¿Cómo pudo
llegar su hermano a tal conexión con Dora? ¡Si apenas se veían! Mucho contacto
telefónico pero en modo alguno justificaba semejante grado de intimidad entre
abuela y nieto.
Se sentía como una enfermera aplicada y displicente
que cumple con su trabajo sin molestarse en conocer la fibra personal de su
abuela ¿Se había planteado alguna vez si Dora era feliz? ¡Pero si su abuela ya
había vivido! Su vida se limitaba a esperar la hora de la muerte con la mejor
calidad de vida posible y ella era la que le proporcionaba esa calidad de vida,
inmejorable, dieta sana, medicación puntual, higiene correcta y de vez en
cuando alguna mirada condescendiente ¿Qué más se podía hacer por ella?
—Está bien hermano, no es necesario que
me cuentes nada más. Es más, no quiero saber nada más, tú te sentirás muy
orgulloso de tu proeza pero a mí, si quieres que te sea sincera…
—A mí, me es indiferente tu sinceridad,
no va a cambiar para nada el resultado, por una vez en tu vida tendrás que aceptar
que no siempre se gana.
—La relación con nuestra abuela te la
tomas como una absurda competición ¿A ver quién de los dos la quería más? ¿Cuál
de los dos era el preferido o la preferida de la abuela? Me parece vergonzoso
que te hayas aprovechado de esa pizquita de demencia que sufría la abuelita.
¡Eres ruin! —sollozaba, entre lágrimas prosiguió—. ¡Eres un farsante! Nuestra
abuela ya está fallecida pero, ¿te has parado a pensar en ese hombre que está
al otro lado? ¿En sus sentimientos? El fin no justifica los medios Jacinto, te
has servido del corazón de un hombre enamorado, de un desconocido, para
engatusar a la abuela haciéndola creer en una fantasía en la que no sólo
participa ella. Hay un hombre con nombre y apellidos que estará esperando más
mensajes y éstos no van a llegar nunca más. ¿Has pensado en él?
—¡No! —espetó Jacinto con voz tonante y
profunda—. ¡Yo sólo pienso en mi abuela! ¿Él? ¿Qué más de él? ¡Qué se busque
otra! Hay miles de mujeres que estarán deseando contactar con él, pronto la
olvidará. Venga Blanca, que vive allende los mares, tan sólo tienes que estar
tranquila de que Dora descansa en paz.
—¿Y si no es así? ¿Y si la abuela desde
el más allá descubre lo falsario de tu hazaña una vez que haya recuperado la
cordura? Ya sabes que desde el otro lado se observa todo muy claro, se percibe
todo sin medias tintas, quizás te maldice desde su tumba.
Jacinto se acercó a su hermana con furia
apenas contenida.
—Mide tus palabras hermana, estás
abusando de mi paciencia, yo todo lo hice por ella, para que fuera feliz y tú
con tus malditas palabras no vas a ensuciar algo que lleva como nombre AMOR.
Creo que tú hace mucho tiempo que dejaste de sentirlo, ¡espectro viviente!
Blanca abofeteó a su hermano. Fue una
bofetada dura, violenta, seca, de corta distancia, hiriente. Jacinto ni se
inmutó, cogió su portátil y desapareció del salón, cuando regresó la cara de
Jacinto era un poema, en cada mejilla se había pintado un corazón, en su
interior en letras diminutas de trazo seguro se podía leer: “Jason ama a Dora”
Blanca abandonó la casa de su hermano
sin saber cuándo volvería a verle.
Al llegar a su casa se conectó. Solicitó
la amistad de Jason Johnson dispuesta a explicarle la verdad: todo había sido
un lamentable error, debía saber que Dora estaba muerta, que era una anciana de
ochenta años y que los mensajes que había recibido de ella durante los últimos
meses no eran más que producto de una distorsión de la realidad. Le pediría
disculpas y todo quedaría zanjado y como debían ser las cosas, es decir, correctas.
Haría lo correcto. Pinchó con el ratón de su ordenador en la casilla de
“mensaje” del adorado caballero y empezó a escribir.
“Señor
Jason, siento comunicarle que todo ha sido un lamentable error. Me llamo
Blanca, soy la nieta de Dora, la criatura más maravillosa del universo…
“Amor
mío, pero cuánto tiempo sin saber de ti ¿Dónde has estado? Estaba muy
preocupado”
A Blanca se le paralizaron los dedos.
¡Estaba ahí! El adorado caballero, el apasionado, el amor imposible.
No podía respirar, se ahogaba en la confusión
de sus propios sentimientos, temblaba de emoción y de miedo. ¿Y si contestaba
siguiendo la vena romántica y dulzona de su abuela? Pero no, sería una locura,
una peligrosa insensatez.
“¿Por
qué no me contestas? Sé que estás ahí, te puedo sentir, te huelo, me llegas
intensamente, quizás con más fuerza que nunca, sé que eres tú, mi nena, mi
cielo, mi amor imposible.”
“Sí,
soy yo.”
Blanca estaba pálida y sudorosa, ya
había cruzado la línea de lo correcto y lo sensato.
“Siento
mucho no haberme puesto en contacto contigo durante estos días pero he estado
de viaje, ¿sabes mi amor? Ha sido un viaje muy especial pero ya estoy de
vuelta, no he dejado de pensar en ti, ni un solo instante. Te amo, creo que ya
no podría vivir sin ti, sin tu presencia tan lejana y tan cercana a la vez”
“Voy
a viajar a España. Quiero que te cases conmigo. ¿Aceptas mi propuesta de
matrimonio online?
Blanca tenía cincuenta años y era
idéntica a su abuela, como dos gotas de agua. Abría su cuerpo y su mente para
recibir el regalo que le traía un océano anónimo porque ella, en absoluto era
un espectro viviente como le había escupido su hermano a la cara con desprecio
ofensivo.
Por cierto ¿Qué cara se le quedaría a
Jacinto cuando le presentara a su futuro esposo? Quizás no se sentiría tan
feliz, quizás hubiera preferido que Jason hubiera contraído nupcias con su
abuela Dora, pero eso era imposible, ella misma lo había escrito infinidad de
veces en sus retazos amorosos: mi amor imposible.
Sin embargo, yo, Blanca, afirmo que en
el amor nada es imposible.
Esta historia empezó con el osado e
ingenioso de mi hermano Jacinto, siguió con la cándida de mi abuela Dora y ha
terminado conmigo, una mujer independiente que le había cerrado las alas al
amor hacía mucho tiempo, y además con un final feliz, a pesar de los obstáculos
que en principio parecían rodear a la insólita relación: mensajes misteriosos,
océanos anónimos y una gran mentira que se ha convertido en una verdad por
rocambolesca que parezca. Y todo, ¿por qué? Porque tuve el valor de controlar
la situación, de mostrar arrojo y valor y no dejarme amilanar por un
sentimiento dañino de culpabilidad o absurda honestidad; podía haber detenido
todo y haber dicho a Jason que todo había sido una patraña, aunque planeada con
el mejor de los propósitos, es decir, traer la felicidad a una pobre anciana
que estaba languideciendo de soledad y aburrimiento. ¡Pero, qué diantre! ¿Por
qué no debía seguir los dictados de mi corazón?
Era imposible no dejarse conmover por la
fuerza contenida en esas palabras. Yo estaba viva, era libre, ¿Por qué iba a
cerrar una ventana que yo no había abierto pero ahora, se abría exclusivamente
para mí? Todo era muy sencillo, tan sólo debía decidir entre cerrar la ventana
y quedarme en la sombra de mis días solitarios o asomarme a ella y dejar que la
luz del sol calentara mi rostro como lo está haciendo en este instante en el
que estoy escribiendo estas reflexiones, pero no desde el alféizar de una ventana
sino desde una amplia y luminosa terraza del café Iguana en la maravillosa
ciudad de Miami.
La casa rústica quedó atrás, el campo de
Castilla está olvidado para siempre puesto que ahora la casa pertenece a otros
propietarios, me he desvinculado de ella y de mi hermano Jacinto. La cara de
pasmado que se le quedó cuando le anuncié la buena nueva se asoma entre las
espumosas olas de un océano que ha dejado de ser anónimo.
Soy una mujer feliz, enamorada de la
vida y de Jason, enamorada del mar. A mi país lo llevo en mi corazón, España,
pero no late allí, late acá, en una ciudad multirracial, variopinta, enorme con
palmeras y anchas avenidas que me dieron la bienvenida y todos los días me
sonríen sin preguntarme por qué he venido y cuándo partiré…
Estoy aquí por culpa de Jacinto, de Dora
y de Jason, y por supuesto por culpa de love online.
Brindemos por las redes sociales, son
maravillosas, pueden realmente hacer milagros porque nada es imposible.
No hay amores imposibles.
Cobardes, sí.
Sarilis Montoro
Alagón
(Zaragoza)
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