sábado, 30 de mayo de 2015

Colección Cupido 2015. Háblame. Joaquín Marías Corbalán, Indiana.

Vuelve puntual como todos los sábados Colección Cupido 2015, esta vez con un poema de arte mayor enviado por nuestro amigo Joaquín Marías Corbalán, Indiana. Su autor se ha convertido en un habitual en esta edición, y nosotros encantados; tras sus dos primeras publicaciones, un poema con el que abrimos la temporada (Sólo el amor) y un precioso relato (Aquella extraña Navidad), nos conmueve ahora con este impresionante poema que espero os guste tanto como a mí. Admiro profundamente a todo aquel que tenga la capacidad tan exquisita de juntar palabras, contar sílabas y buscar rimas en encorsetados formatos, y que al mismo tiempo tengan la habilidad de provocar algo en nuestro interior; y con Indiana esto está asegurado. Un placer contar contigo de nuevo.
Aprovecho la ocasión para insertar este enlace al blog Acantilados de Papel en el que aparece una entrada especial dedicada a la presentación del tercer poemario publicado por el autor de esta noche titulado La senda amarga, de editorial ADIH. Aquí podréis conocer un poquito mejor a Indiana y su labor.
Muy prontito más noticias de la edición impresa...
Besetes a tod@s. Nos leemos.


HÁBLAME.


Háblame de los estados del espíritu latente,
de qué piensa tu alma, cuando el alma piensa
tan extraña para mí, tan indiferente.

Háblame del pasado, donde sólo sea un mal recuerdo
el tiempo que ahora vives, el presente
vagabundos del universo siempre endiosado.

Háblame de las estrellas que iluminan tu camino,
de las irreverentes sensaciones de tu cuerpo desatado
de las otoñales aves que anidan en tu mano.

Háblame de ese extraño desafío, el que te provoca día a día,
de la máquina del tiempo que rige tu destino
de todas las cosas que viajan en tu maleta… Vacía.

Háblame tranquilamente de tu infierno y de tu cielo,
de todas las cosas que encontraste en el camino
de las que dejaste atrás porque no te gustaba su brillo.

Háblame de la tierra, del mar, del aire y del fuego,
del agua y del vino, de la vida y de la muerte
del amor y del odio, de la suerte y del juego.

Háblame de la lluvia que desciende de tus ojos, de tus penas,
la que empapa tu mundo, la que moja tus ausencias
la que inventa un río salado donde nadan las sirenas.

Háblame de tus sueños, de humos y chimeneas,
de oriente y de occidente, de noches de neón y de… Corcheas.

Háblame de la música que suena en las esferas,
de sonidos discordantes, de corazones colgados en una partitura
de vasos comunicantes, de los ojos que siempre esperaste.

Háblame simplemente de lo que eres, de lo que serás,
de lo que fuiste, de lo que fuimos
de lo que serías, de lo que seremos.

Sólo así, podré rehusar o aceptar la historia
de esa vida que me ofreces, de esa muerte que me das,
de ese fuego que no quema, de ese hielo que no entiendo
de ese mundo que no existe, de esa alma que se aleja,
de esas manos tan vacías…
De esos ojos… Que ya no sueñan.


Joaquín Marías Corbalán. INDIANA.

lunes, 25 de mayo de 2015

TayTodos. 16. Los celos de Nerea.

Hoy nos llega el capítulo número dieciséis de la saga "TayTodos", pero antes vamos a repasar lo ocurrido el pasado lunes.
El capítulo anterior arranca con Mario apareciendo en la mansión de Clara. Su madre ya no se despega de él y se interesa por Mirka, que lo había llevado hasta allí. Rápidamente, y tras una breve charla con la joven polaca, advierte a su marido de que el niño está sano y salvo y que actúe en consecuencia con el secuestrador que se dispone a cobrar el rescate marcándose un farol. Clara se queda prendada de la joven, y le ofrece un cambio de vida: vivirá allí con ellos mientras cuida de Mario y le enseña idiomas. Enseguida le enseña su nueva habitación, una habitación enorme con todo tipo de lujos. Tras esto Clara fue directa al grano y aprovechando el desconcierto de la joven comenzó el juego sexual que acabó con ambas exhaustas envueltas en caras sábanas. Tras una tenue luz apareció Baby face, observando a ambas.
Cuando el matrimonio salió de los aposentos de Mirka, Clara preguntó a su marido cómo había ido el tema del Polaco y Venancio le contó cómo unos búlgaros le habían zurrado bien, que Montana estaba en el ajo pero sabía que el crío volvía a casa con Mirka, lo que le salvaría la vida, y que los búlgaros harían desaparacer a Pavel en el fondo del pantano. Momentos después un bate golpeaba la cabeza del Polaco hasta dejarlo sin vida, y atado a una pesada barra de hierro se hundía en el fondo del pantano.

¿Qué intenciones tendrá Mirka al devolver al pequeño con su madre? ¿Cual será la reacción de Clara y Venancio ante tan inesperado suceso? ¿Y Jorge, podrá retomar su relación con Carolina? ¿Volverá a saber Rebeca del apuesto Montana, o este se obcecará en la promesa del Polaco sobre Mirka? ¿Sabremos algo más de Sergio y Nerea? ¿Y Jota, volverá a aparecer? No os perdáis el capítulo de hoy.

En cuanto a su creador, decir que es otra nueva incorporación en Zarracatalla Editorial durante 2015. Muy prontito participará también en Colección Cupido 2015 con "Clases de latín". Hombre inquieto por naturaleza, colabora en Radio Alagón todas las tardes de los martes, pertenece a varios clubes de lectura y tras su jubilación se dedica a lo que más le apasiona: la literatura en cualquiera de sus modalidades, pero leyendo y escribiendo, este hombre reñido con las nuevas tecnologías, encuentra la felicidad.
Intenso en su forma de escribir, nos ha dejado un gran capítulo, y esperando el momento de presentaros su relato de Colección Cupido. Desde Alagón, nuevo pueblo ganado para la causa, agradecer inmensamente su predisposición a Carlos Adé López.

Os dejo con el capítulo de hoy. Espero que os guste. Besetes a tod@s. Nos leemos.



16. Los Celos de Nerea.

Esos peces serian los que terminaran el trabajo encargado. Los búlgaros chocaron sus manos en señal de triunfo y abandonaron el embalse.
A Montana lo dejaron abandonado en el lugar en el que le habían golpeado, le habían dado tal paliza que apenas podía moverse y menos mal que los había convencido de que él nada tenía que ver con el secuestro del niño. Cuando volvió en sí, no tenia ni puñetera idea de donde se encontraba. Poco a poco se fue recuperando hasta reconocer el lugar, estaba tan cabreado, que de su boca sólo salían insultos y maldiciones hacia sus maltratadores y recordando también y no de muy buenas formas, al mal nacido del Polaco que fue el causante de semejante paliza:
—Ya te lo decía yo —exclamo—. ¡Sinvergüenza! Que los jefes tienen mucho poder y tarde o temprano se enteran de todo y ya ves cómo nos ha ido, ¡desgraciado!
Trató de incorporarse pero le fue imposible. Decidió quedarse así hasta poder reponerse del todo, lo único que sentía era tener que regresar de aquellas formas y peor aún, tener que hacerlo a pie. ¡Maldito una y mil veces Polaco!


*****

 Sergio por su parte dejó la casa de Clara al aparecer el niño junto a Mirka, apesadumbrado una vez más, ya que de nuevo su deseo de acostarse con ella se veía truncado. Esa mujer era una pesadilla, cada vez que estaban a punto de darse un buen atracón de sexo, algo se interponía para que ese momento placentero nunca llegase, y él ya no podía más con tanto calentón frustrado.
Sin darse apenas cuenta condujo hasta que llego al piso que compartía con Nerea, esta se había quedado dormida después de haber llorado durante un buen rato. Sergio no quiso despertarla ya que no tenía ganas de andar con muchas explicaciones. A pesar de su silencio al entrar al piso, Nerea como si de un resorte se tratara se despertó, y al ver a su pareja, lo que antes era todo cariño se transformó en gritos y malos modos hacia Sergio.
—¡Eres lo peor, tío! ¡Sabiendo que estamos a punto de celebrar nuestra boda, en lugar de ayudarme en la preparación, te da por ir detrás de la primera vagina caliente que te ofrecen! ¡Menuda geta tienes, nunca lo habría esperado de ti!
Sergio trato de responder pero Nerea no le dejo, y siguió con los reproches. Después de muchos gritos e insultos de todos los colores terminó diciendo:
—¡Desde luego, por mi parte, ya puedes recoger todas tus cosas y largarte! ¡No estoy dispuesta a que me pongas los cuernos con la primera que te ponga un poco caliente, y mejor haberme enterado ahora que no después de casarnos! ¡Así que ya sabes, puerta, pedazo de cabrón!
Sergio no dijo nada, se puso a recoger sus cosas y pensó: «Bueno, pues vale. A estas alturas de mi existencia no me vas a amargar la vida». Terminó de coger lo imprescindible, lo metió en la maleta, y le dijo:
—Ya vendré cuando tú no estés a recoger todo lo demás —y salió dejando a su “ex prometida” hecha un basilisco.
Lo último que llegó a sus oídos fue:
—¡Desgraciado, me has destrozado la vida!
Sergio metió la maleta en el coche y arranco sin saber muy bien su destino en un primer momento, pero después decidió dirigirse a casa de sus padres. Por ahora era la mejor decisión, ya pensaría una solución más definitiva en otro  momento. Su mente no paraba de pensar en Clara, tenía que ser suya. «¡Esa no sabe quien soy yo! ¡No es posible que me este provocando y calentando siempre, sin dejarme poseerla!», en esos pensamientos estaba cuando se dio cuenta que estaba llegando a casa de sus padres.
Pilar y José Manuel, así se llamaban sus padres, vivían en un barrio de casas unifamiliares. Aparcó el coche y cogió la maleta, buscó en su bandolera las llaves y se dirigió a la puerta. Cuando introdujo la llave, su madre que estaba cerca se sobresaltó un poco y dirigió su mirada hacia la puerta encontrándose con su hijo. Suspiró y llamó a su marido diciendo:
—¡Mira quien ha venido!
El padre que en ese momento estaba viendo la tele se levantó y fue a ver que pasaba. Cuando vio a su hijo se quedó tan sorprendido como la madre, casi a coro los dos preguntaron:
—Pero hijo, ¿qué pasa? No esperábamos tu visita —y vieron tras de Sergio la maleta que contenía sus cosas. Este se quedó mudo y no sabiendo que responder—. Responde, por favor hijo. ¿Te pasa algo? ¿Es algún problema con Nerea? ¡Dinos, estamos preocupados!
Cuando por fin Sergio se decidió a hablar, se dirigió a sus padres, y casi a media voz les dijo:
—Mirad papas, en este momento no puedo dar muchas explicaciones. Ha sido un día muy intenso, sólo preguntar si mi habitación esta disponible.
—Sí, claro, como siempre. Ya lo sabes —dijo su madre
—Gracias mamá. Pues perdonadme, voy a acostarme y mañana hablamos de lo ocurrido.
Sus padres sin saber muy bien lo que pasaba, se miraron y asintieron.
—Buenas noches hijo. Y descansa, ya sabes que aquí nos tienes para lo que necesites.
—Gracias a los dos, y por favor, tranquilos, que ya sé que puedo contar siempre con vosotros. Buenas noches.


*****

En otro lugar, Carolina no había querido responder a los mensajes que estaba recibiendo ya que se encontraba concentrada con el portátil realizando algunos trabajos, aunque no podía evitar el sobrecogerse cada vez que el típico sonido de los mensajes salía de su móvil. Fueron tantas las veces que sonó que al final se decidió a mirarlo y vio que tenía como una docena de mensajes y emoticonos de perdón por parte de Jorge.
“Perdóname, tengo que explicarme, espero que me perdones
y podamos retomar nuestra amistad, podemos quedar en nuestro bar y tomarnos unas cervezas, porfa, porfa...”
Le decía cual adolescente enamorado. Al ver estas frases, Carolina sonrío y se decidió a contestar:
“Está bien. Acepto tu invitación. Quedamos el jueves en el bar de siempre, pero tendrás que darme muchas explicaciones, no creas que te va a ser tan fácil el convencerme después de todo lo que he tenido que pasar por tu culpa.”
Jorge no podía creer que al final aquella muchacha le diese otra oportunidad. Por su parte ya no quiso estropear aquella cita y respondió con un simple:
“Ok, hablamos.”
Y tras dejar el móvil, se volvió hacia su hijo Jota y le dijo que por fin le había contestado. Su hijo sonrío y le dijo:
—Papá, ya eres mayorcito, y no soy el más indicado para dar consejos, pero por favor tómatelo con calma y sobre todo no vuelvas a cometer más errores.
Ambos se miraron y los dos se fundieron en un abrazo y una sonora carcajada.


*****

Mirka seguía alucinando en aquella habitación, en su vida había visto algo parecido. Sabía que no se había de arrepentir de haber traicionado al maldito de su primo, allí se sentía protegida. Ya nunca más tendría que soportarlo y por fin iba a ser libre de vivir su vida, aunque viendo el trato recibido de parte de Clara esperaba que esto no se convirtiera en una obligación para ella o tener que aguantar al gordo “Baby face”, y que de verdad la hubiese contratado como profesora de Mario y no por otros motivos. No quería ser tratada como objeto sexual y tener que seguir complaciendo a esa pareja tan sumamente rara y liberal según le había dicho Clara. De momento trataría de no estropear las cosas y dejaría transcurrir el tiempo lo más tranquila posible.
En estos pensamientos estaba cuando le vino a la mente que sería lo que habría pasado con Montana, sabía lo que iba a hacer con el niño y no la había llamado, y pensó: «¡Dios, que no le haya pasado nada! No podría soportarlo, ahora que las cosas parece que se me presentan bien no puedo perderlo». Tan distraída estaba que no le oyó entrar, se volvió y allí estaba el gordo “Baby face”.
—No grites —le dijo.
—No pienso gritar —respondió—. ¿Qué quieres?
—Ya sabes lo que necesito. Antes me habéis puesto a tope mi mujer y tú y necesito que me hagas otro trabajito, no puedo dormir y necesito descargar.
Mirka se mordió los labios y dijo:
—Esta bien, desnúdate.
Así lo hizo. Ella se arrodilló y comenzó a chupar mientras cerraba los ojos y dos lágrimas caían por sus mejillas. «¡Menudo porvenir! Yo que pensaba que iba a estar más tranquila, no puedo consentir esto». De repente cogió los genitales del gordo y los apretó con todas sus fuerzas, él dio un respingo y gritó
—¡Estas loca!
—¡Loco estas tú si crees que voy a ser tu puta privada! ¡De eso nada, no me he jugado la vida al traer a tu hijo a casa para que me pagues de esta forma, así que ya te estas largando si no quieres que acabe ahora mismo con tu hombría!
—¡Esta bien maldita golfa, suelta de una vez! De momento tú ganas, ya veremos más adelante.
—Por si acaso, más te vale que tu mujer no se entere de esto. No creo que le gustase mucho tu comportamiento —le advirtió ella.
El gordo salió de la habitación y ella aprovechó para cerrar con llave, se rehizo un poco y respiró profundamente. «¡Maldito asqueroso!», pensó. Después de estos sucesos decidió darse un buen baño, preparó la bañera y una vez llena echó una buena cantidad de sales y se introdujo en ella. ¡Menudo placer! Después de todo lo que había pasado en los campos gracias al maldito Pavel, como se había aprovechado de ella; «¡nunca más!», decía para sus adentros.
Que lejos estaba de saber lo que había pasado con su primo que a estas alturas debía estar sirviendo de comida para los peces, y todo por haberse querido pasar de listo pues no sabia con quien estaba tratando, a pesar de las advertencias de Montana. Una cosa era trapichear con las drogas, pero el pisar a
los capos no era un juego de niños, y así se lo habían demostrado.
Descansó un buen rato en la bañera y una vez relajada salió de ella y se secó con aquellas delicadas toallas de rizo que era como frotarse con una nube. Una vez seca se puso un delicado picardías de color negro y se dispuso a dormir en aquella magnifica cama, apagó las luces y anhelando a pasar una de las mejores noches que jamás habría imaginado.


*****

En otro lugar, Montana se había repuesto un poco y se había lavado en la orilla del embalse que era donde lo habían dejado los búlgaros. Trató de andar lo mejor que pudo pero le costaba un enorme trabajo, aun así hizo de tripas corazón y siguió adelante. Estaba ya anocheciendo cuando consiguió llegar hasta una carretera cercana, deseando que pasara algún coche que lo pudiese llevar a la ciudad, vio venir unas luces y comenzó a hacerle señas. El vehículo pasó de largo, al igual que algunos más.
—¡Malditos! —exclamó.
De pronto un coche paró en la orilla de la carretera. Cuando Montana consiguió acercarse vio que se trataba de su compañero de piso, o sea el novio de María. Al ver como llegaba a duras penas, Luis, que así era como se llamaba el tío buenorro, salió a ayudarle.
—¡Dios! ¿Qué te ha pasado Montana? Parece que te haya pasado un camión por encima.
—Déjate de historias y no me toques los cataplines, joder tío.
Salieron disparados de allí.
—Hay que llevarte a un hospital para que te curen —se ofreció Luis.
—¡No! —respondió el herido—. ¿Qué quieres, qué den parte a la policía y me enchironen? ¡Tú estas mal del coco tío! Llévame a casa y allí me ayudas a curarme.
Así lo hizo. Llegaron al piso y lo primero que hizo Montana fue darse como pudo una buena ducha para limpiarse la sangre ya seca que tenía por la cara. Llevaba un ojo inflamado y le dolían mucho las costillas. Salió de la ducha y llamó a su amigo para que le ayudase en la cura, tenia una brecha en la frente que no era muy profunda y bastantes moratones, además casi no podía respirar.
—¡Estos cabrones me han hundido alguna costilla! Tendré que ponerme un pegado de esos... Mañana cuando abran la farmacia bajas y me lo compras, no creo que tenga ganas de levantarme de la cama.
—Está bien —le respondió Luis—. Ahora acuéstate y trata de descansar.
—No sé si podré hacerlo, pero lo intentare.
—Cuando hayas descansado quiero que me cuentes qué es lo que ha pasado y qué has hecho para que te hayan puesto así.
—Te repito que no he hecho nada.
—¡Joder, pues menos mal, porque si llegas a hacerlo te matan!
En ese momento Montana recordó a Rebeca y que una vez le había dicho que tenía conocimientos de primeros auxilios y pensó en llamarla a la mañana siguiente para que fuese a ayudarle.


*****


Rebeca se había dormido un rato gracias a la borrachera, pero enseguida se despertó y no paraba de darle vueltas al comportamiento de Montana. «¿Cómo ha podido hacerme esto cuando estábamos en plena faena? ¡Menuda putada!». Así paso el resto de la noche, y sin darse cuenta ya había amanecido. Miró la hora y se percató de que debía de levantarse si no quería llegar tarde al trabajo, se metió en la ducha y al salir se encontró mucho más relajada. Estaba secándose cuando oyó sonar el teléfono.

sábado, 23 de mayo de 2015

Colección Cupido 2015. Lo que te prometí, mi amor. Belén Gonzalvo Val.

Otro nuevo relato perteneciente a Colección Cupido 2015 nos llega hoy de la mano de Belén Gonzalvo Val. Esta autora zaragozana, afincada en La Puebla de Alfinden, debuta en sus colaboraciones en Zarracatalla Editorial y sospechamos que muy prontito la tendremos de vuelta por aquí (estoy dando pistas...). Polifacética donde las haya, esta profesora de violonchelo se declara amante de la música, lectura, escritura, tiro con arco y bicicleta; participa en "El Corral de las Palabras" desde hace un año donde están preparando su segunda Antología de relatos. Os paso el enlace del blog donde participa nuestra amiga: Blog de los escritores inéditos. Además toca el chelo en el cuarteto de cuerda Ocho almas. Infatigable, inquieta, artista, genial...
Nos ha encantado su relato que viene a enriquecer y hacer crecer de nuevo el nivel de este año. Ya os comenté que en esta segunda colección íbamos a contar con gente apasionada por las letras y que estaba muy ilusionado por los participantes que se habían sumado al proyecto. Simplemente viendo su entusiasmo puedes percibir que su pasión les lleva a mejorar día a día en sus textos, hecho que repercutirá en beneficio de los relatos que nos ofrezcan.
Texto descriptivo de sensaciones y estados anímicos del protagonista, narrado en primera persona y prescindiendo totalmente del diálogo para centrarse en el interior del aventurero por amor.
Permaneced atentos porque en muy poquitos días abrimos el plazo de reserva de ejemplares, en los que estará incluido este texto, y anunciaremos más novedades.

Besetes a tod@s. Nos leemos.


LO QUE TE PROMETÍ, MI AMOR.

Nadie habla de las absurdas promesas que se hacen por amor.
Quizá sea porque la mayoría se olvidan de ellas nada más hacerlas, o puede que la vergüenza que sienten al recordar lo que se ha jurado hacer les impida luego confesarlo.
De las diversas clases de ofrendas amorosas que existen, a mí me gustan las que son fáciles de llevar a cabo, aunque no todas ellas son igual de sencillas: regalar cada día una flor con el desayuno es sólo cuestión de proponérselo; depende, en gran medida, de la distancia a la que se tenga la floristería; empezar la mañana con una sonrisa requiere ya un pequeño esfuerzo que, con práctica, se convierte en una agradable costumbre.
Frente a estas, están los juramentos que se mueven en un plano poético, precioso, idealizado y, por consiguiente, imposibles: bajar las estrellas una a una, ofrecer un trocito de luna cada noche o guardar, como un tesoro, todos los besos robados. Hay que agradecer que ninguna pueda realizarse. Si fuera así, la noche sería un cuarto oscuro desde hace siglos, el mar se habría vuelto loco sin su faro-mecedora y al primero que se le hubiera ocurrido abrir la caja de los ósculos prisioneros le habría dado un ataque de empalagamiento espontáneo.
La que yo te hice el día en que te conocí fue como la gran mayoría: difícil de cumplir, aunque no imposible. Además entraba dentro de la categoría en la que se haya incluida alguna estupidez: subir desnudo a la torre más alta de la tierra y gritar «eres el amor de mi vida».

Algo así dije yo la mañana que compartimos nuestro primer desayuno: «Cuando lleguemos a los mil cafés, gritaré desde lo más alto del mundo mi amor por ti». Eso sí, pienso hacerlo vestido y bien abrigado. Allí hace mucho frío. Subir al Everest es difícil. Por mucho que ahora puedas contratarlo como un viaje de aventura más, no deja de ser algo sólo viable para gente muy entrenada en cuerpo y alma. Por no hablar del dinero.
Me preparé a conciencia. Conforme iban pasando los bollos, churros y medialunas a tu lado, se iban acumulando las horas extra en un cajón. Tú contabas los días que pasaban. Yo, los que quedaban para partir.

Hoy, por fin, salgo de viaje y quiero sentirme cerca de ti, como siempre, en el intento de cumplir lo que te prometí, mi amor. Por eso te escribo, con papel y pluma y no por mensajes ni teléfonos, para así ofrecerte lo vivido a mi vuelta de una forma palpable, física y real.
 Por ti.

     1
Después de un día entero de aeropuertos, hemos llegado a salvo. Cansancio, frío, y un barullo que aturde los sentidos: esa ha sido mi primera impresión de esta tierra, hasta ahora, sólo imaginada e idealizada por los numerosos reportajes que he visto en televisión. Me dicen mis compañeros de expedición que tengo la misma cara que un crío que nunca ha salido de casa, y es cierto: todas esas caras tan especiales que sólo había visto enmarcadas en una pantalla están fuera, libres. Caminan y no se pierden de mi vista si yo no quiero, soy yo quien decide a dónde dirigir la mirada. Es como estar rodando mi propia película.
Pero no son ellos los que me interesan, no he venido a hacer amigos. Estoy aquí por otra causa y no quiero ninguna distracción. Tengo que concentrar todas mis energías en conseguirlo.

2
Otro día más sin verte, sin compartir café y charla. Hoy se me hace más difícil. Casi no he dormido y mi cabeza no parece que se esté adaptando bien a la altitud. No he tenido fuerzas de abandonar la habitación. Los demás han salido a hacer las últimas compras antes de partir hacia la montaña y me he quedado solo con Chandra, la dueña de este pequeño hotel.
Al principio casi ni me miraba, pero la he hecho reír con mi mal inglés y hemos terminado hablando un poco. Me ha preguntado por los motivos para embarcarme en este viaje y no le he podido mentir. A mis compañeros sí, ellos creen que soy uno más que sólo quiere poder decir «yo estuve allí, en el techo del mundo» y no les pienso sacar de su ignorancia. Pero a Chandra no he sabido cómo hacerlo, quizás porque su mirada me ha recordado tanto a la tuya que sabía que iba a entender mis razones. Y he acertado. Es curioso: hablar de ello ha hecho que deje de ser un sueño.

3
He caído enfermo. Estoy todo el día mareado y la cabeza parece que me va a explotar en cualquier momento. Ni el caldo que me trae Chandra es capaz de revivirme. Es un esfuerzo enorme escribir estas pocas palabras. Te echo de menos.

4
Me paso el día adormilado por la medicación. Por la noche es cuando mejor estoy, aunque apenas duermo. Entonces puedo pensar a solas y recordar, uno a uno, los mil azucarillos que me han traído hasta aquí. Estaba absorto en la contemplación de la Luna y apenas me di cuenta de que la dueña del hotel se había acercado para ver cómo estaba. Nos hemos asustado: yo, al verla de pronto tan cerca y ella, al darse cuenta de que estaba despierto y la miraba con ojos de búho. Por poco despertamos a los demás durmientes con nuestras risas.
Eso me ha hecho pensar en la última vez que te hice reír. Fue cuando se me cayó el café que te estaba sirviendo y comenzó a dar tantas vueltas en la barra que parecía un tiovivo en miniatura dejando un reguero marrón y ondulante a su paso. Fue el día en que casi te lo cuento todo, pero, como siempre, fui un cobarde y no lo hice.

6
¿Sabías que Chandra significa Luna?
Esa debe de ser la razón por la que, durante mis noches de insomnio, ella se queda conmigo. Me ha contado que ayer estuve en estado de semiinconsciencia. Que repetía una y otra vez tu nombre, Isabel.
Puede que lo haya imaginado pero me ha parecido ver una luz de celos en su mirada. ¿Cómo reconocerlos en los ojos de alguien que casi no conozco? No lo sabría explicar bien, pero seguro que no es muy diferente a la mirada que yo le lancé a tu compañero de trabajo cuando vino a desayunar contigo. Os serví en la mesa de la esquina y su presencia hizo que casi me ignoraras. Di gracias cuando ya no lo vi más. Supongo que la mezcla de café que preparé, especial para él, no le gustó demasiado. Confieso que preferí perder un cliente a perder tu mirada.
Aquella mañana habías desayunado magdalenas. Yo, un chocolate amargo.

9
Después de unos días de reposo estoy mejor, aunque parece que mi cuerpo no se aclimata bien a la altitud. Están todos preocupados pensando que les voy a estropear la expedición por mi enfermedad. Tengo miedo, una vez más. No es mi fuerte esto de enfrentarme a situaciones difíciles. Pensarás entonces, y con toda la razón, cómo me he metido en esta aventura. Ayer lo tenía muy claro: por cumplir la promesa que te hice. Pero después de varios días sintiendo que mi cuerpo se niega a seguir mis deseos y que, además, creo que le empiezo a importar a alguien, ya no lo tengo tan claro.
Y claros son sus ojos, como su nombre. Dulce su mirada, como su voz.
Chandra me mira cuando le hablo, siente que estoy a su lado. Me cuida, pregunta, se interesa por mí. Creo que empiezo a sentir algo por ella.

12
Ya no voy a subir a la cumbre. Ni siquiera lo voy a intentar. Parece ridículo pero me siento el hombre más valiente del mundo. A fin de cuentas he viajado a un país lejano, del que apenas tengo idea de dónde está, y me he vuelto a enamorar. Hay que tener agallas para hacer ambas cosas.
Lo siento. Bueno, quizás no mucho.
Mi promesa se va a ir derecha al rincón donde van las ofrendas incumplidas.
Tampoco creo que te importe mucho: fui tan cobarde que nunca te hice partícipe de mi amor.

Pero aquí, muy cerca del lugar más alto de la tierra, todo ha cambiado.
Me he vuelto un hombre intrépido y ella sí va a saber que la amo.
Aunque creo que esta vez voy a pensarlo bien antes de prometer nada. Mañana mismo le diré: «Te amo, Chandra, y por ti surcaría los siete mares en velero si no me marease en los barcos».
No, creo que quizás lo de una flor y una sonrisa cada día sea suficiente.


Belén Gonzalvo Val






miércoles, 20 de mayo de 2015

TayTodos: 15. El farol del Polaco.

Hoy nos llega el capítulo número quince de la saga "TayTodos", pero antes vamos a repasar lo ocurrido el pasado lunes.
El capítulo anterior arranca con el Polaco irrumpiendo en pleno apogeo entre Montana y Rebeca, que es echada del coche de muy malas maneras por su pareja. Al parecer Montana está inmerso en los turbios negocios del Polaco, primo de Mirka y gran amor del primero, prohibido por el Polaco que trata a su prima como si fuera una posesión más suya.
El Polaco ha secuestrado al hijo de Venancio y Clara, e implica a Montana para que le acompañe en el intercambio del dinero, prometiendole que no se interpondrá en su relación con su prima y los dejará libres. Lo hace por dinero y porque Venancio asesinó a su hermana.
Rebeca por su parte busca consuelo en su amiga María pero esta no está muy receptiva con ella ya que está muy interesada en que este suceso no afecte a su relación con el amigo de Montana, que al parecer está forradísimo.
Jorge intenta disculparse con Carolina por todo lo sucedido en las últimas horas pero no halla respuesta.
Mientras, Clara recobra el sentido junto a Sergio, en el momento que alguien entra en la casa. Es Mario, que ha sido llevado hasta su madre por Mirka, que al parecer se encuentra allí...

¿Qué intenciones tendrá Mirka al devolver al pequeño con su madre? ¿Cual será la reacción de Clara y Venancio ante tan inesperado suceso? ¿Y Jorge, podrá retomar su relación con Carolina? ¿Volverá a saber Rebeca del apuesto Montana, o este se obcecará en la promesa del Polaco sobre Mirka? ¿Sabremos algo más de Sergio y Nerea? ¿Y Jota, volverá a aparecer? No os perdáis el capítulo de hoy.

En cuanto a su creadora, decir que es una nueva incorporación en Zarracatalla Editorial durante 2015. Ya participó en Colección Cupido 2015 con Quédate a mi lado, dejándonos gratamente impresionados, y al solicitarle colaborar en la novela colectiva no lo dudó ni un segundo y en tiempo record nos envío este capítulo genial que se adentra en la peligrosa relación del Polaco, Montana y Mirka con el lado más oscuro de la moralidad. Estamos muy contentos de su participación y se prevé una larga relación de colaboraciones y relatos. Por nuestra parte, siempre que ella quiera, está claro. Cómo curiosidad, decir que este es otro de los mayores logros del blog: ponerte en contacto con personas de diferentes lugares con las que conectas rápidamente por su forma de escribir y predisposición, pero que no conoces físicamente, únicamente online. Así que como Zaragoza está aquí al ladito, tengo pendiente otro café para agradecerle todo esto a Carlota Blasco Ranz

Os dejo con el capítulo de hoy. Espero que os guste. Besetes a tod@s. Nos leemos.



15. El farol del Polaco.

Mario estaba exultante, abrazado a Clara, parloteaba como un loro y repetía con esa insistencia propia de los niños lo bien que se lo había pasado con Mirka, y si se podría ir con ella a dormir a su casa.
Mirka apareció en el umbral de la habitación a la vista de Clara, era una joven delgadísima, preciosa, pero para el ojo experto de Clara le faltaban algunos kilos, pero eso era lo de menos en estos momentos, tenía a su lado a Mario, y se encontraba perfectamente, lo demás era secundario.
Clara era una mujer dura, pero en aquellos momentos le entró un lloro como hacía años que no experimentaba. Mirka se acercó a ella temerosa, puso su mano sobre el hombro de Clara, al mismo tiempo que musitaba:
—Lo siento... Lo siento.
Mario compungido de ver llorar a su madre, no comprendía lo que pasaba y soltándose de ella se refugió en los brazos de Mirka. Cuando por fin se calmó, se secó los ojos y se recompuso, sonrío a la joven, y cogiéndola de la mano la arrastro al sofá, donde se sentaron. Mario no sabía que podía haber hecho para que su madre llorase así, y la miraba con ojos como platos entre las piernas de la joven.
—Venancio no me ha dicho que ya había pagado el rescate. Nunca le agradeceré bastante esta rapidez para recuperar a nuestro hijo.
Mirka movía la cabeza de un lado para otro, mientras decía:
—No, señora, nadie ha pagado nada. Cuando Pavel, mi primo, ha salido de casa, he cogido al niño y siguiendo sus explicaciones hemos llegado hasta aquí. El taxi en el que hemos venido está esperando en la puerta para cobrar, por favor páguele. Y llame a su marido para que no le dé ni un euro a ese sinvergüenza, aunque me mate a palos.
Clara cogió con dulzura de la mano a la joven.
—Nadie te va a tocar, descuida —y salió a pagar al taxista, que ya comenzaba a impacientarse.
 Volvió Clara, el niño ya estaba tranquilo e iba a lo suyo. Cogió el móvil y llamó a Venancio.
—Cariño, Mario está en casa perfectamente, si van a pedir el rescate obra en consecuencia. Lo ha traído a casa una joven encantadora, que sé que conoces y aprecias su belleza y sus servicios, chao.
Colgó el teléfono y lo arrojó al sofá, se acercó al mueble bar y se preparó un gintonic, al mismo tiempo que le decía a Mirka si quería otro. La joven aceptó y con los dos vasos en una bandeja se fue a su lado, le acercó uno y ella cogió el otro.
—Vamos a brindar: ¡Por tu nueva vida! —alzó la copa Clara—. Por cierto, cuéntame algo de ti.
—¿Qué quiere que le cuente?
—Lo primero, que me tutees. ¿Cómo llegaste aquí? ¿Qué haces? Bueno, sé algunas cosas que haces, por ejemplo los servicios que le prestas a mi esposo “Baby Face”.
Mirka abrió los ojos como platos espantada. Clara la miro divertida.
—No te preocupes. Baby Face tiene sus enredos y yo los míos, somos una pareja muy liberal. En lo que somos tremendamente conservadores es con respecto a Mario, en eso somos muy cluecas los dos. Por Mario nos desvivimos y estamos dispuestos a todo. Me alegro por ti y por Montana de que tomaseis la decisión correcta.
—No sé qué decirte... En realidad no he tenido vida privada desde que llegue a España. Pavel me trajo asegurándome que tendría un trabajo, y si que lo tengo, de prostituta, en una carretera entre cañaverales. Allí, casi desnuda,  espero a los posibles clientes. Tengo una silla desvencijada para sentarme en las largas horas de espera, cuando oigo un coche me levanto y paseo como me han dicho que haga. Si hace frío, paso mucho frío y busco el abrigo del cañaveral; si hace calor busco las sombras de las cañas, oigo la radio en el teléfono, y lloro. Lloro mucho recordando mi país, mis amigos, echando de menos a Montana al que últimamente casi no he visto y sospecho que algo ha tenido que ver en esto Pavel.
—No te preocupes. Ahora te voy a enseñar tu habitación, quiero que te quedes. Trabajaras para mí, sólo para mí. Estarás con Mario, es un niño listo, le enseñaras polaco, lo aprenderá enseguida.
—Puedo enseñarle inglés, si quieres, lo hablo perfectamente
—¿En serio?
—Sí, de verdad.
—Pues miel sobre hojuelas. Mañana hablaremos del sueldo, vamos a ver esa habitación —y cogiéndola de la mano atravesaron la lujosa vivienda hasta llegar a una puerta al final del pasillo, Clara se echo a un lado y de manera teatral dijo—. Señora, ¡su habitación!
Mirka entró en la habitación y quedó deslumbrada. Era impresionante, o al menos a ella se lo pareció. Presidiendo, una cama de inmensas proporciones, un balcón de dos hojas desde el que se podía salir directamente al jardín; justo enfrente una fuente con la figura a tamaño natural de una vestal con un cántaro en el hombro desde el que caía un chorro de agua, un fauno abrazado a las piernas de la joven completaba el conjunto escultórico.
Clara cogió un pequeño mando del tocador, lo pulsó y una persiana silenciosa como una sombra, aisló la habitación del jardín. Con el mismo mando fue cambiando las luces, la intensidad, el brillo e incluso el color. La habitación se iba transformando según el color de la luz. Otro botón controlaba la temperatura, otro accionaba una enorme televisión, otro pone una cadena musical que te envuelve en sus sones por todos lados. Delante del tocador un lujoso taburete giratorio, y en el tocador tarros de cremas de todo tipo con fragancias que Mirka pensó serían carísimas; un ropero con doble puerta con espejos por dentro y por fuera de manera que según las abrías te podías ver por detrás, y un zapatero en el que se podían poner  más de cien pares de zapatos.
El suelo estaba cubierto de cálida madera, vestido a los lados de la cama con gruesas y bellas alfombras. Clara se acercó a una puerta y Mirka pasó a un baño más propio de una comunidad que de una sola habitación por su tamaño: una bañera circular a la que se accedía por dos escalones antideslizantes, un autentico yakusi. La bañera, pensó Mirka, es más propia para orgías que para bañarse. A un lado, una cabina de ducha, con chorros a presión a varias alturas, un toallero con toallas de fino rizo, y todo tipo de aparatos: plancha y secadores de pelo, pequeños aparatos para exfoliar los talones, cuchillas de afeitar, ceras de todo tipo para depilar, y un largo etcétera de accesorios que en aquel momento no se paró a pensar que podían ser.
—La habitación es preciosa, pero no tienes una más pequeña, me voy a perder aquí.
—No te preocupes, te acostumbraras. Mañana saldremos a comprar ropa —la cogió de la mano y se acercó a ella—. Sabes Mirka, eres muy bella.
Estaba muy cerca, y la miraba con intensidad. Posó una mano sobre el duro pecho de Mirka, esta se estremeció. Comenzó a soltarle los botones de la tenue blusa, se la quitó. La joven se dejo hacer perpleja. Le soltó el sujetador, dejando al descubierto unos pechos perfectos, le soltó el pantalón, se arrodilló y le saco las perneras. El minúsculo tanga estaba en el suelo poco después... Clara comenzó a desnudarse y segundos después la cogía de la mano y se metía en el yakusi arrastrando a Mirka. Dejó toda la habitación en una suave penumbra, y sólo la bañera estaba iluminada por una tenue luz rosada propia de un amanecer en el Mediterráneo. El agua, burbujeante, perfumada y cálida; una música sensual, envolvente, que parecía salir de cada partícula de aquella habitación y la voz como un susurro de Clara diciendo:
—Relájate, déjate hacer —hizo que Mirka, por primera vez en muchos meses, se sintiera segura.                                                                                                                                                          
Clara comenzó por darle unos masajes en los hombros, después fue bajando por cada uno de los brazos hasta la punta de los dedos. Era muy hábil y tenía fuerza en las manos, la tensión acumulada en los últimos tiempos parecía disolverse como un azucarillo en aquella bañera. Mirka perdió el sentido del tiempo, cuando se dio cuenta, estaba fuera del agua y Clara la estaba secando con mimo con una de aquellas toallas que parecían tener el rizo de una nube blanca.
Clara se secó con pases enérgicos, cogió a la joven de la mano y la llevó hasta la cama, apartó el edredón y la sábana, se subió e invitó con un gesto para que la siguiera. Mirka obedecía como un perrillo bien enseñado, en realidad, estaba asombrada; no le disgustaba el cariz que estaban tomando las cosas, y recordó como un flas que ya había tenido relaciones lésbicas en su país y que no le disgustaron.
Fue una experiencia gratificante para las dos, cuando exhaustas y abrazadas seguían acariciándose, se fue iluminando el rincón más alejado de la habitación. Mirka se incorporó un poco por curiosidad, y de su garganta salió un pequeño grito involuntario. En un sillón bien repantingado y con el pene en la mano, aquel pene que ella también conocía, estaba sudoroso el gordo y temible “Baby Face”.
—¡Bravo, muy bien! —comenzó a aplaudir—. ¿Ahí estás querido? ¿De verdad te ha gustado? Es exquisita, siempre has tenido buen gusto para las mujeres.
Mirka se había tapado con la sábana y escuchaba perpleja a los esposos.
Clara se levantó y fue hasta Venancio. Se arrodilló, se acercó al pene de su marido que estaba perdiendo consistencia, paso la lengua por el glande...
—¡Mira cómo has puesto todo salpicado cochinote! —le reñía como si fuera un niño travieso—. Vámonos y dejemos descansar a Mirka, hoy ha sido un día muy duro para todos. Mañana nos iremos de compras —y salieron de la habitación dejando a la joven confusa.

—¿Se ha presentado Pavel? —preguntó Clara.
—Sí, cariño.
—¿Y qué le has dicho?
—Que no le iba a pagar ni un céntimo. Eso no se lo esperaba. Con el teléfono en la mano se ha puesto a gritarme: “En cuanto mande una señal mi socio le cortara el cuello a tu hijo, cabrón”.
»A una señal mía convenida han salido a su alrededor un grupo de cinco conocidos suyos, unos búlgaros que por unos cientos de euros te hacen una limpieza étnica. Él amenazaba: “¡Voy a mandar la señal! ¡Voy a mandar la señal y van a hacer picadillo al mocoso! Hasta ese momento se podía haber salvado, pero cuando lo repitió firmo su sentencia. A otra señal sacaron a Montana, le habían zurrado lo suyo hasta que llegaron a la conclusión de que decía la verdad, que Mario estaba a salvo camino de nuestra casa.
»Cuando lo vio, se le vino el mundo encima. Los búlgaros sin decir palabra fueron a por él, intento zafarse, pero no le valió, una lluvia de golpes acabaron con él en el suelo. He visto que lo metían en una furgoneta y ya no se mas.
Cuando el Polaco recobró el conocimiento se encontró tumbado en el fondo de la furgoneta, y a su lado con un bate entre las piernas uno de los búlgaros. Le dolía todo el cuerpo, casi no podía abrir el ojo derecho de algún golpe y se había meado por los pantalones. La carretera era sinuosa. Por fin llegaron, aunque no sabía dónde. Abrieron por fuera la puerta y le obligaron a salir, escasamente se tenía de pies. Al salir reconoció el lugar, había venido varias veces a pescar con algunos de aquellos búlgaros a los que creía sus amigos.
Lo acercaron al borde del pantano, allí había una roca y sabía que la profundidad era de más de doce metros, eso con el pantano casi vacío; en ese momento el agua saltaba por los sobraderos, llegaba a la cota máxima.
—¿Qué profundidad crees que habrá Polaco, veinte metros? Más, Polaco, más. Por mucha que bebas no la vas a acabar —y se reían de la gracia.

De un golpe en las piernas con el bate lo derribaron al suelo. Pavel gritaba, pero un segundo golpe en la cabeza y esta se abrió como un melón maduro, salpicando de rojo las plantas de alrededor. Pasaron un lazo por sus pies y lo ataron a una barra de hierro de unos treinta kilos, poco después Pavel descendía al fondo del pantano ayudado por la barra. En pocos días aquellos voraces peces que él intentaba pescar habrían dado buen cuenta de su cadáver.

sábado, 16 de mayo de 2015

Colección Cupido 2015: Microclimas. Begoña Fidalgo Domingo.

Otro nuevo relato perteneciente a Colección Cupido 2015 nos llega hoy de la mano de Begoña Fidalgo Domingo. Esta autora turolense afincada en Zaragoza debuta en sus colaboraciones en Zarracatalla Editorial y esperamos que sea la primera de muchas, ya que su estilo es impecable; narrando en primera persona, con los diálogos justos y una fantástica forma de describir lugares y sensaciones por las que pasan o experimenta su protagonista, en esta historia en la que el cambio de una vida rota y el volver a empezar sirven de trasfondo y motor de arranque. Así que aquí os dejamos su presentación en nuestro blog, deseando que paséis un buen rato. Permaneced atentos porque en muy poquitos días abrimos el plazo de reserva de ejemplares, en los que estará incluido este texto, y anunciaremos más novedades.

Besetes a tod@s. Nos leemos.


MICROCLIMAS

Mi marido me dejó con las primeras nieves. Se llevó una maleta llena de ropa de abrigo y luego mandó a una empresa de mudanzas a por el resto. El otoño había sido muy lluvioso, enmoheció hasta las baldosas del baño,  y cuando llegó el frío ya estábamos calados hasta la espina. Acabamos sin ni siquiera darnos cuenta si al otro le seguía latiendo el corazón. Después de marcharse estuvo nevando durante días hasta cubrir las repisas de las ventanas. En el trabajo pedí unos días de baja médica, por resfriado creo recordar, buena excusa para una meteoróloga.
Algunas mañanas la nieve caía lenta, zigzagueando, como si no se quisiese posar en el asfalto de la calle, y yo aprovechaba para hacer algún pequeño recado, pero casi nunca pasaba de la farmacia.
Otras mañanas la nieve caía con dureza, como queriendo clavar los copos en los cristales.
Las tardes eran cortas, oscurecía muy temprano, casi con crueldad. Yo encendía velas con olor a sándalo, siempre me desagradó enormemente el olor a sándalo, despedían un tufo que me atontaba. Cuando las velas se consumían y solo quedaban hilillos negros ascendiendo hacia el techo me fumaba las pavas de los cigarros.
Por las noches siempre había ventisca, hasta que empecé a tomar somníferos. Con las pastillas dormía sin profundidad, pero al menos descansaba varias horas seguidas.
Por la mañana me ponía de puntillas en la ventana para ver la calle, incapaz de limpiar los bloques  helados de nieve, y esperaba a que los plásticos de los tendederos empezaran a ceder por el peso de la nieve. Cuando, de golpe, caían en la cabeza de algún viandante sonreía con desgana. En una esquina de la calle, bajo una chapa que hacía de tejado y un harapo de cuadros que colgaba, dormía un indigente. Se le veían los pies envueltos en unas bolsas de unos grandes almacenes.

Enfrente vivía yo.

Una mañana la nieve se apilaba tanto en el alféizar de la ventana que tuve que subirme en una caja de madera de cava, todavía sin descorchar. Luego saqué una de las botellas y empecé a empujar la nieve con tanta fuerza que casi me venció el cuerpo hacia la calle. Dudando solté la botella hacia el vacío y yo me quedé dentro, sentada en la caja y abrazándome las rodillas como una niña.
Al rato miré a la calle. Estaba vacía, con los cristales esparcidos llenos de espuma. En la esquina, el tejado de chapa del indigente había desaparecido dejando un pequeño hato que le hacía de almohada. Todavía estaba la marca hundida de su cabeza. Un pequeño espacio, todavía seco, lo recordaba. A lo largo de la calle había huellas de haber arrastrado algo sobre la nieve.

Aquellas huellas me crujieron de tanto hielo.

La nieve siguió posándose en la repisa de la ventana que había limpiado, el frío se colaba dentro de la casa, como si los burletes estuviesen resecos. Entonces, una corriente de aire a ras de suelo me helaba los pies y escalaba por las cervicales hasta paralizarme la nuca. Pensé en la ventisca de la noche anterior, en el indigente que tantas veces se lo había llevado la policía a un refugio.
Me estremeció la idea de que un día, después de dejarme varios avisos para poder leer el consumo de electricidad, me encontrasen congelada con tanto somnífero. Si los bomberos llamaban a mi marido para identificarme no quería que me encontrase como un charco que dejó el deshielo.
Decidí volver al trabajo y solicitar un traslado hasta que llegase la primavera. Me dijeron que la plaza vacante más inmediata era en una estación meteorológica de monte. Antes de conocer a mi marido había trabajado en una estación de ese tipo y los métodos de medición y registro de datos seguían siendo los mismos. La estación estaba en medio de un inmenso pinar y carrascal, y el presupuesto sólo daba para un técnico. A mi predecesor le acababan de dar la baja indefinida por insomnio. No soportaba los bramidos de los corzos por las noches.

Nevaba en la ciudad el día que me marché. Fui muy temprano a correos y dejé recado al cartero para que me guardase el correo en la estafeta y las cartas que llegasen a nombre de mi marido, que hasta entonces habían ido a la basura,  se las enviase a su nueva dirección. El día que se marchó me la dejó anotada en un pósit pegado en mi paquete de tabaco. El mismo pósit se lo pegué al cartero en el mostrador, no quería que ni siquiera nuestras cartas ocupasen el mismo lugar.
Las plantas del salón que necesitaban más riego las saqué a la terraza. Eran plantas de interior y no resistirían el frío, pero sin agua no tenían ninguna posibilidad. Quizá así se harían más fuertes y aguantarían hasta la primavera, o quizá muriesen con el hielo de la primera noche.

No me importaba.

Nevaba y me puse en marcha. El coche que me dejó la empresa empezó a patinar por el hielo de la noche pasada, pero poco a poco se fue encajando en las carriladas que dejaban los otros coches y salí de la ciudad.
Antes de mediodía llegué a la gasolinera del pueblo más cercano a la estación meteorológica. Paré para llenar el depósito de gasoil, me equivoqué y cogí la manguera de gasolina sin plomo, y antes de que la locución del surtidor acabase de decir la gasolina que iba a echar, salió el gasolinero sosteniendo un bocadillo entre los dientes y poniéndose el anorak.
Pensé en mi marido, él no se equivocaba en estas cosas. Me cogió la manguera de las manos y la colocó en su sitio. Mientras se abrochaba hasta arriba la chaqueta me indicó con la mirada la boca del gasoil. Le entregué uno de los vales que me habían dado con el equipaje de supervivencia y, mientras mordía de nuevo el bocadillo, lo anotó en un cuaderno sin tapas que colgaba de un gancho. Le pregunté por el baño. Entré, me lavé la cara y miré al espejo.

Unas gotas brotaron de mis ojos, probablemente del frío.

Cuando salí el gasolinero estaba sentado junto a un pequeño calefactor, me miró de reojo, y al final arrancó un trozo de hoja y me anotó la frecuencia para utilizar la emisora en la zona.
—Sólo llame si la nieve le llega al cuello —me dijo.
—Descuide.
Empecé a colocar las cadenas en las ruedas del coche. Primero con guantes y luego sin ellos. Di tres vueltas alrededor del coche y otras tantas cambié las cadenas de rueda, en ninguna parecían encajar a la primera. Miré hacia el interior de la gasolinera y el gasolinero reponía los estantes de las patatas fritas.
Esa tarea le llevó su tiempo, exactamente el mismo que a mí colocar las cadenas en las ruedas.
Entré de nuevo al baño a lavarme las manos y, después de secármelas, tiré el papel al suelo. Esta vez no me miré en el espejo. Compré unos botes de mermelada casera y una barra de pan todavía caliente que sostuve unos instantes entre las manos.
—No muy lejos de la estación vive un forestal, le venderá leña si le hace falta —me dijo.
—Gracias.
Le entregué otro vale al gasolinero y él lo anotó en otro cuaderno que tenía al lado de la caja registradora. Salí y comprobé las cadenas, estaban bien fijas y continué el viaje. Al rato, miré la carretera por el retrovisor y varias curvas se perdían a lo lejos, al frente una larga recta. Con las manos limpié el cristal que se había empañado y se me quedaron heladas, las ahuequé tapándome la boca, primero una y luego otra, y un aliento tibio las reanimó.
Cerca de la estación, por el mapa que llevaba en la mochila, había una cabaña de piedra que era el alojamiento del meteorólogo. La que iba a ser mi casa. El coche todoterreno chafaba la nieve a su paso como si fuese un tanque y partía las ramas pequeñas de los pinos que se inclinaban al camino.
Al chocar con las ramas más gordas me agachaba asustada como si me fuesen a golpear.
El sendero se iba cerrando por el poco uso y el parabrisas del coche se llenó de hojas y de nieve. Paré el coche al pasar por una vaguada que bajaba hasta un arroyo y puse la marcha reductora. A lo lejos, donde más se encajonaba el riachuelo, asomó una hilera de humo que ascendía hasta las nubes. Pensé que era donde vivía el forestal. Y en ese momento, si hubiese visto un pequeño sendero, aunque hubiese sido caminando, abandonando el coche, llenándome de barro y arañándome con las ramas, lo hubiese seguido, pero las zarzas y trozos de pinos caídos lo cubrían todo.
Solo estaba, apenas marcado, el sendero que seguía recto hacia la estación.
Subí al coche y la pierna que sujetaba el embrague no dejaba de temblar. El resto del cuerpo también se sacudía y los dedos de las manos se marcaron en la goma del volante. Accioné el limpiaparabrisas y me sequé los ojos. 
La cabaña de piedra estaba en un pequeño claro que dejaba el pinar. Parecía un trozo de madera en medio de una sábana. Ese era el punto que indicaba el GPS y allí paré. Me acordé del indigente y de su tejado de chapa. Salí del coche y respiré profundamente, unos copos de nieve se me metieron por la nariz y me hicieron estornudar. Me quedé plantada en la nieve como si cada estornudo me hundiese un poco más, y me empapé los pantalones hasta la rodilla. Volví a respirar exageradamente, levantando los brazos y girando sobre mí misma.

Grité y unos picapinos se cambiaron de árbol.

Con las pisadas formé un círculo en la nieve, y pronto una corriente subterránea de agua embarrada los llenó. Saqué la llave de la guantera y tintineó el llavero con un pequeño bibelot colgando de una cadena. Mi marido en una ocasión me había regalado un bibelot, se lo embalé con la mudanza. Me puse las botas de agua que había en el maletero y el anorak que me iba bastante grande, pero llevaba borreguillo por dentro. Cogí la mochila y un maletón con instrumental de recambio para los termómetros y pluviómetros y anduve con zancadas grotescas hacia la casa.
Me costó meter la llave en la cerradura, hacía tiempo que no trabajaba con guantes. Dejé caer de golpe el maletón, ni siquiera me acordé que el instrumental era delicado. Me quité los guantes y los colgué en un clavito de la pared. Había dejado de nevar.
En la entrada de la casa había una alfombra de arpillera. Un tronco seco de higuera decoraba la fachada y las ventanas estaban casi tapadas por la nieve. Abrí todas las contraventanas de par en par, lanzando toda la nieve con fuerza. Esta vez no necesité ninguna botella. Emití un grito agudo, con entonación al final, como un aullido.

Un tenue eco respondió después de un breve silencio.

De repente, como si un  mecanismo me hubiese accionado los brazos y las piernas, salí corriendo afuera, y empecé a formar bolas y bolas de nieve, y a lanzarlas, a los pinos, a la fachada, a las piedras, al aire. Todo quedó espolvoreado, y en silencio, sólo se oía mi respiración. 
Dentro de la casa, nada más entrar, había una cocina-comedor con unos aparadores llenos de cazuelas y algunas latas de legumbres. Se había pasado la hora de comer sin darme cuenta. En un rincón estaba la chimenea vacía, estaba barrida la ceniza, y al lado estaba el fuelle y unos periódicos plegados. Busqué el baño, saqué de la mochila el neceser y empecé a colocar mis botes en los estantes, buscando su sitio a cada cosa.

Todo el estante para mí.

Quité las telarañas del espejo y puse una toalla limpia. Una escalera de madera en forma de caracol subía a una habitación abuhardillada. El hueco de la escalera hacía de leñero, y apenas quedaban unos restos de leña, cáscaras de tronco de encina y piñas secas. Suficiente para unos días, avivaría el fuego con trapos y aceite si hacía falta.

Me las arreglaría sin pedirle leña al forestal.

Arriba, en la habitación había dos literas con colchones de espuma y una pila de mantas. Puse el pijama de felpa en la litera de abajo, encima de una almohada amarillenta que cubrí con una funda de flores. A mis libros les tocó la litera de arriba. Soplé el polvo de una estantería y dejé el reloj. Me senté en el colchón, apoyando los codos en las rodillas, mirándome los pies.
Bajé a buscar las placas solares. Estaban descargadas. Más tarde buscaría el grupo electrógeno de emergencia para la noche. Al mirar la vaguada del arroyo, una ligera niebla lo cubría. Salí de la casa dejando la puerta abierta, para que se fuese el olor a cerrado.

A mi marido no le gustaba nada ventilar.

En un cerro cercano estaba una pequeña edificación. Era la estación meteorológica y parecía un faro guiando a los habitantes del pinar. Llevé algunos aparatos a la estación y comprobé los que estaban en buen uso. Cambié filtros y arandelas oxidadas y vacié el agua corrompida de un depósito. Al vaciar el agua, salió flotando un lagarto ocelado, en el otoño, buscando resguardo, se cuelan por las rejillas y luego no saben salir. El pobre animal se había mimetizado con el entorno, el agua y el tiempo lo habían dejado absolutamente blanco, ni restos de su precioso color verde.

Lo guardé en un bote con alcohol para disecarlo.

En la mesa de mediciones puse un frasco con agua limpia y una ramita de encina. Con unas piñas y hojas de pino formé un pequeño centro floral. Barrí el suelo de tarima y me sorprendí canturreando. Dejé la emisora radio-frecuencia en una estantería sin ni siquiera comprobar si funcionaba. Cerré las cristaleras, afuera empezaba a nevar. 
La tarde estaba cayendo y me fui de la estación hacia la casa. Al día siguiente pondría un foco en lo alto de la estación para guiarme por la noche, cuando las noches de luna llena saliese a pasear con las raquetas de nieve. También pondría unas piedras en la entrada, para no meter el barro dentro. Y arreglaría las jardineras para cuando se pudiese plantar. Me acordé de las macetas de mi terraza, hasta cuándo resistirían. De camino a la casa fui recogiendo algo de leña.
Seguía nevando y los copos caían como bailando, dejé la leña en el suelo y empecé a juguetear queriendo atrapar la nieve con las manos, pero irremediablemente se posaba en el suelo. Ya estaba anocheciendo y detrás de mí oí unas pisadas sigilosas, acompañadas de unos chasquidos de ramas. Eran una pareja de corzos, el macho más altivo, empezó a bramar, haciendo pequeñas embestidas, marcando su territorio. La hembra más sumisa olisqueaba el aire y me miraba y lamía unas hojas de encina.
Dejé el baile con la nieve y empecé a gritar y bracear, haciendo círculos alrededor del montón de leña, paraba, olisqueaba el aire, y volvía a gritar como un indio alrededor de la hoguera, implorando lluvia para las cosechas. Luego corrí hacia ellos tropezándome con las botas de goma.

Se marcharon y a cierta distancia siguieron observándome.

Los pájaros nocturnos empezaron a cantar, recogí la leña y continué hacia casa. Miré a la vaguada y un humo bajo inundaba el valle, trayendo un olor a monte, a leña de hogar. Apreté contra mí el fajillo de leña, al día siguiente saldría a por otro, y al siguiente otro. La noche iba a ser muy fría, la aureola rojiza de la luna no fallaba, el viento había empezado a soplar y probablemente habría ventisca por la noche.
Entré en casa y busqué en la mochila un jersey nuevo de lana con muchos colores. Intenté encender la chimenea con la leña recogida y se llenó toda la cabaña de humo, tenía que dejar secar la leña de un día para otro. Las ventanas seguían abiertas, pero el humo no se salía. Los ojos me empezaron a llorar con la humareda. Al principio lágrima a lágrima, con reparo, pero no conseguía sacar el humo y se agarró a las paredes y a mi garganta. Me dejé llevar, y lloré.
Entré en casa y busqué en la mochila un jersey nuevo de lana con muchos colores. Al pasar junto al hogar vi que de su interior colgaba una cadenita, tiré y se abrió una chapa que era la entrada del aire de la chimenea. Encendí una cerilla y la apreté bien a los periódicos arrugados, al instante prendieron formando una deslumbrante llamarada azul y roja. Me quité el jersey y me puse el pijama.

Quizás en primavera, cuando ya no necesitase la leña, iría a  saludar al forestal.

Me senté en un sillón frente al fuego y empecé a dibujar unas casitas que haría de madera y colgaría en el pinar para que los pájaros anidasen la próxima primavera. Los dibujos me salían muy desproporcionados y me reí. Fui a buscar el bote de mermelada y el pan y me senté de nuevo junto al fuego.
Tosté un par de rebanadas. Me toqué la cara, estaba tibia, y noté la comisura de la boca hacia arriba. Miré a mi alrededor, todo me era reconocible, los estantes, las cazuelas, el calendario del año anterior, como si todo hubiese estado allí desde hacía tiempo, como si alguien te esperase al volver a casa.

Afuera nevaba plácidamente. Los corzos bramaban.


Begoña Fidalgo Domingo

sábado, 9 de mayo de 2015

Colección Cupido. Luces y sombras o como encontrar el sentido de la vida.

Otro nuevo relato perteneciente a Colección Cupido 2015 nos llega hoy de la mano de Victoria Andreu Fauquet. Nuestra amiga repite experiencia tras su participación en la edición pasada, y lo celebramos ya que nos encanta contar con ella y con su extraordinaria forma de contar historias románticas. En esta ocasión un triángulo amoroso centrará la trama, con la eterna amistad de los protagonistas como trasfondo. Deseosos de emprender la lectura del relato de esta edición que os ofrecemos a continuación, os dejamos con la misma, esperando que paséis un buen rato. Permaneced atentos porque en muy poquitos días abrimos el plazo de reserva de ejemplares, en los que estará incluido este texto, y anunciaremos más novedades.

Besetes a tod@s. Nos leemos.


LUCES Y SOMBRAS O COMO ENCONTRAR EL SENTIDO DE LA VIDA

 ¡¡¡Riiing!!! ¡¡¡Riiing!!!
El sonido del teléfono le devolvió a la realidad, se había quedado medio dormido leyendo el último libro que había caído en sus manos.
—Dígame, ¿con quién hablo?
—Hola Mariano, soy Raquel. ¿Qué tal estás?
—¡Raquel! -exclamó Mariano. «Pero si estaba en Argentina trabajando…», pensó.
—Te extrañará mi llamada —continuó Raquel—, pero es que me encuentro en Madrid por motivos de trabajo y me encantaría verte, si es posible. Me quedaré unos quince días, me gustaría mucho quedar contigo y charlar un rato, si te parece podríamos quedar algún día de esta semana a cenar y así nos ponemos al corriente de nuestras vidas, hace tanto tiempo que no conversamos largo y tendido…
—Pues me dejas sorprendido Raquel, eres la última persona en quien pensaba cuando he descolgado el teléfono. Caramba, si casi me parece increíble estar hablando contigo... Te fuiste sin despedirte la última vez que nos vimos.
—Lo sé Mariano, no me porté muy bien, pero cuando me destinaron a Buenos Aires se me cayó el mundo encima. Lo último que quería era marcharme tan lejos y…, mi vida estaba muy complicada en aquellos momentos. Como muy bien sabes, tras mi separación de Andrés y los problemas subsiguientes me sentí como si estuviese en un callejón sin salida. Ahora me encuentro muy centrada, mi trabajo en Buenos Aires me resulta muy atractivo, y lo de Andrés…, bueno, pues ya pasó y lo he superado.

Mariano y Raquel se habían conocido hacía diez años, cuando ambos trabajaban de camareros en un bar próximo al teatro donde hacían sus prácticas de Bellas Artes, realizando los decorados para las obras que se estrenaban cada mes. Enseguida hicieron buenas migas y se convirtieron en buenos amigos y confidentes, tenían muchas cosas en común y enfocaban la vida de una forma muy similar. El hecho de coincidir en el bar y en el teatro les hacía estar juntos la mayor parte del tiempo, y al convertirse en amigos también compartían las horas libres cuando quedaban para tomarse unas cañas o para visitar museos, algo que a ambos les fascinaba. Durante los seis meses de prácticas fueron inseparables, tanto es así que la mayoría de sus amigos pensaron que había algo más que amistad entre ellos, a pesar de que ambos les insistían en lo contrario; le había resultado tan fácil a Mariano relacionarse con Raquel…; nunca antes había conseguido entablar una amistad tan estrecha con alguien, y a ella le había pasado lo mismo, parecían almas gemelas.
Las cosas cambiaron cuando Raquel conoció a Andrés y se enamoró perdidamente de él.  Andrés era un tipo oscuro que a Mariano le cayó mal desde el primer momento que lo vio. Nunca le gustó, y aunque no sabía explicar el porqué, el transcurso del tiempo le dio la razón, se portó realmente mal con Raquel. Era un hombre muy atractivo y con mucho éxito personal y profesional, era modelo de profesión y le llovían las ofertas de trabajo, porque además de su extraordinario físico (fuera de toda duda), era un gran profesional, pero personalmente era engreído y petulante hasta aburrir. Mariano no podía aguantar su presencia más de quince minutos, era una reacción visceral la que se le producía a partir del minuto dieciseis: le faltaba aire para respirar y tenía que salir al exterior para poder tomar oxígeno. Cuando no pudo más y se lo confesó a Raquel una brecha se abrió en su estrecha amistad.
Por aquel entonces ya estaban terminando las prácticas, apenas quedaban unos días para concluir su proyecto de fin de carrera. Raquel había decidido irse a compartir su vida con Andrés y dejó el pequeño apartamento para instalarse en  el lujoso piso que el tenía en uno de los barrios más exclusivos de la ciudad. Mariano siempre pensó que fue eso más que otra cosa lo que había cegado a Raquel, en el fondo a ella le encantaba ese mundo fascinante en el que se movía Andrés. Mariano sufría con estos pensamientos sobre su adorada amiga, aunque sabía que estaba en lo cierto. El hecho de que Mariano no hiciese buenas migas con Andrés terminó por separarles, a pesar de que se encontraban muy a gusto cuando estaban juntos.
Desde que Raquel y Andrés empezaron a vivir juntos, Raquel cambió de aficiones. Comenzó a disfrutar más de la noche que del día, prefería salir a fiestas en las que Andrés era la estrella. Vivía en un mundo de fantasía, entre alfombras rojas y fotografías de las revistas del corazón, perdió su intimidad y comenzó a aparecer en las primeras páginas de la prensa amarilla. Se dejó envolver en ese ambiente absorbente y asfixiante del papel couché, y sufrió una transformación que Mariano no lograba comprender.
Mariano y Raquel empezaron a distanciarse a medida que Andrés iba tomando más protagonismo en la vida de Raquel. El caso es que tampoco Andrés le dedicaba mucho tiempo a ella, pero Raquel dedicaba todo su tiempo y energías a aquella relación recién estrenada.
Comenzó a hacer la vida que él llevaba y a dejar sus proyectos profesionales, aficiones y toda su vida en un segundo plano, sin darse cuenta cayó en un torbellino que la iba arrastrando a ninguna parte. También perdió el contacto con el resto de sus amigos y dejó de trabajar en el bar, ya que al terminar el proyecto, Andrés consiguió, a través de un amigo, que Raquel empezase a trabajar en una galería de arte del centro. En un principio el trabajo era lo que Raquel había deseado siempre: una galería de arte, en la que ella pudiese organizar exposiciones y elegir artistas nacionales poco conocidos para promocionar sus incipientes carreras profesionales. Había tanto desconocido con capacidades que no tenían ninguna oportunidad….
Desde que empezó la carrera esa era una de las salidas que había ido madurando en su cabeza con gran ilusión. La realidad fue bien distinta, en realidad sólo querían un florero que abriese y cerrase la galería cada día y poco más, no se le permitía elegir a los artistas que expondrían su obra, tampoco se le permitía elegir las piezas que serían expuestas; en fin, que el trabajo de Raquel se limitaba a abrir y cerrar, eso sí, su presencia tenía que ser impecable, tenía que vestir y actuar de acuerdo a lo que se esperaba de ella: “un florero”.
Mariano echaba de menos a la amiga con la que había compartido tantos ratos agradables de trabajo, tanto en sus jornadas en el bar, como cuando preparaban los escenarios en el teatro para la siguiente obra que se iba a estrenar; nunca faltaban al estreno, y comentaban después todos los pormenores del mismo. Mariano veía en Raquel a una mujer con un gran talento y sensibilidad, estaba convencido de que si decidía dedicarse a cualquiera de las bellas artes sería capaz de hacerse un hueco en ese difícil mundo.
Así fue como sus vidas empezaron a discurrir por distintos caminos por primera vez. Mariano siguió en el bar de camarero unos meses más, hasta que le contrataron en el teatro para realizar los decorados. Estaban muy contentos con su trabajo, era realmente bueno y además cumplía siempre los plazos, y aunque siempre tenían estudiantes en prácticas, el teatro valoró su trabajo y así fue como se quedó definitivamente en el teatro con dos o tres estudiantes en prácticas a los que dirigía. Cuando su trabajo en el teatro empezó a requerir de toda su dedicación dejó el bar, muy a su pesar, pues había entablado una muy buena relación con el dueño y con la clientela. Mariano tenía un carácter afable y era muy atento, disfrutaba escuchando y siempre tenía una palabra amable o la solución a un problema.
Raquel se instaló en otro mundo. Vivía en una zona exclusiva, muy cerca de donde estaba la galería y raramente se le veía por la zona que antaño fuese su mundo. Muy de vez en cuando acudía a un estreno, de hecho en los siguientes meses Mariano apenas la vio. A veces la llamaba cuando había alguna exposición, con la esperanza de conseguir que le acompañase, pero la respuesta siempre era la misma:
—Me encantaría Mariano, pero hoy me resulta imposible, tengo una cena, o tengo que cerrar la galería más tarde, o vienen amigos de Andrés a casa a cenar; y así una larga lista de excusas.
—No te preocupes Raquel, otro día será —era siempre la respuesta de Mariano—, llámame algún día cariño.
—Descuida, lo haré.
Pero la llamada de Raquel nunca se producía. Mariano la echaba de menos, pero sobre todo, se sentía preocupado porque estaba convencido de que esa vida no llenaba a Raquel en absoluto y que todo lo hacía porque era lo que deseaba Andrés.
Así transcurrió mucho tiempo y Mariano perdió la esperanza de que su amistad volviese a ser lo que había sido. Hasta que un día llegó la llamada de Raquel.
—Hola Mariano, soy Raquel, ¿te pillo en buen momento? Necesito un hombro sobre el que llorar... Pensarás que soy una egoísta, y tienes razón, pero me encuentro muy sola y me gustaría hablar contigo. Me haces tanto bien...
—¡Raquel! ¡Qué sorpresa tan agradable! Yo también te echo de menos. Me pillas de casualidad, en este momento salía de casa, pensaba ir al cine a ver una película que me han recomendado. Si quieres te recojo y vamos juntos y después cenamos mientras la comentamos; o si lo prefieres lo dejo para otro día y vamos ahora a cenar.
—Preferiría dejarlo para otro día, no me encuentro con ánimos de meterme en un cine ahora.
—Pero, ¿qué te pasa?
—Andrés se ha ido de casa. Me ha dicho que hoy necesitaba “desconectar de mi”, que se iba a cenar con una compañera de trabajo y que no vendría a dormir. Me he quedado helada. Hacía tiempo que sospechaba que tenía algo más que una relación de trabajo con esta chica, pero me parece el colmo de la desfachatez que me lo diga con todo el descaro del mundo y que pretenda que no le monte una escena. Porque eso si que me lo ha dicho: “espero que te comportes civilizadamente”.
»No se si he perdido el norte Mariano, o es que no lo he tenido nunca, pero me he quedado tan atónita que no he sido capaz de decir ni una palabra, únicamente me ha salido un hilo de voz para decirle:
»Ah, vale, que te diviertas, quizá yo también salga a cenar.
»Creo que ni me ha oído, porque mientras yo seguía hablando se cerraba la puerta de casa a mis espaldas. Y cuando me he girado Andrés ya no estaba.
—No te preocupes cariño, ahora mismo voy a buscarte y cenamos por ahí, o damos un paseo o lo que quieras.
—Gracias Mariano, no sabes cuanto me consuela oírte decir eso y cuanto me alegra que estés siempre dispuesto a escucharme.
—Pues te recojo en tu casa en media hora, que será lo que me cuesta llegar con la moto, te hago una perdida cuando esté abajo y así no tengo ni que aparcar. ¿Te parece bien?
—Pues claro que sí, pero estaré abajo cuando llegues, necesito salir de esta casa que me está ahogando.
Tal y como habían quedado y puntualmente se presentó Mariano en el portal de la casa que Raquel compartía con Andrés y allí estaba ella, no tenía buen aspecto, no sólo había perdido peso, sino que también se traslucía en su cara una angustia que le había endurecido sus dulces facciones.
—Hola Mariano, cuanto me alegro de verte —dijo Raquel mientras su rostro se iluminaba.
—Hola Raquel, no te puedo decir que te veo como siempre, mentiría y tú me lo reprocharías. Veo que has perdido peso, y no tienes buena cara…
—¡Qué bien me conoces cariño! Tú en cambio tienes un aspecto estupendo, se ve que te trata bien la vida. ¿Cómo te va por el teatro? Ya se que haces un trabajo admirable, el otro día estuve por allí y me acerqué, pero acababas de marcharte, me lo dijo una tal Marta, que esta de prácticas, te puso por las nubes, se le nota de lejos que esta enamorada de ti, casi sentí celos de ella…
—No seas boba —contestó entre risas—. ¡Sabes que en mi vida no existe más mujer que tú Raquel!
»Bueno, ¿dónde te apetece ir? Yo había pensado ir al restaurante japonés que tanto te gusta y en el que tan buenos ratos hemos pasado, ¿te parece bien?
—Me parece genial. Hace mucho tiempo que no voy allí, a Andrés no le gusta y…
Raquel se quedó callada sin terminar la frase y Mariano no pudo reprimir hacerlo por ella.
—Claro, y como al “modelo de virtudes” no le gusta, pues no vais nunca. ¿A cuantas cosas más piensas renunciar por él? Perdona Raquel no he podido evitarlo, pero ya que estoy en ello te diré que no te merece. No te digo nada que no sepas, sabes como pienso desde el principio de vuestra relación.
—Bueno, vamos al japonés y allí hablaremos como en nuestros mejores tiempos.
Mariano le acercó un casco a Raquel y una vez que se lo puso, arrancó en dirección al restaurante. Cuando llegaron, pidieron un menú para compartir y empezaron a hablar como si no hubiese pasado el tiempo. Raquel quería saber todo lo que había hecho Mariano desde la última vez que se habían visto y le escuchaba atentamente mientras él le contaba con lujo de detalles sus proyectos presentes y futuros, lo contento que se encontraba en su trabajo y la buena relación que tenía con los compañeros. También le contó que tenía previsto cambiarse de casa, puesto que el apartamento en el que vivía se le había quedado un poco pequeño y había encontrado otro en la misma zona que acababa de dejar un amigo y que era precisamente lo que estaba buscando, tenía previsto mudarse en pocos días.
Raquel le escuchaba ensimismada, como si no hubiese pasado el tiempo, interesada por todos los proyectos y por los pequeños detalles. Le miraba con sus ojos de siempre, que dejaban entrever la gran admiración que sentía por su gran amigo.
Cuando Mariano terminó de hablar, se quedo callado unos segundos y entonces le preguntó:
—Bueno, ¿y tú qué? Que estamos aquí por ti, y he monopolizado el uso de la palabra desde que hemos llegado. Cuéntame de tu vida, ¡qué no sé nada de ti desde hace siglos!
Raquel le miró a los ojos y sin poderlo evitar empezó a llorar, no de forma explosiva, no, sino lentamente. Sus ojos se llenaron de lágrimas que iban bajando por sus mejillas y se perdían al desprenderse de su rostro. Necesitó casi diez minutos para alejar de si aquel desasosiego, pero cuando se tranquilizó empezó a hablar y a explicarle a su amigo el motivo de su amargura y que no era otro que el haber descubierto que Andrés no era lo que ella había imaginado, lo ciega que había estado y como se había equivocado; que solo era una fachada bonita rodeada de cosas bonitas, era egoísta y carecía de sentimientos. Raquel había descubierto que Andrés no la quería, no porque fuese ella y no otra, sino porque no tenía la capacidad de querer a nadie que no fuese a si mismo.
La vida con Andrés se había convertido en un laberinto del que no sabía como salir, se sentía atada a él. Todo lo que tenía era gracias a su relación con Andrés: desde su casa, a su trabajo, a su círculo de amistades.
—Fui tan necia, Mariano. Abandonar mi vida por un tipo como ese…
Siguió hablando de lo desencantada que se encontraba en la galería, del engaño tan inmenso que había sido ese trabajo.
—Cuando me contrataron me prometieron que yo organizaría las exposiciones, yo elegiría quien expondría y tendría derecho de veto sobre los artistas, yo elegiría las obras que se expondrían y las que no. También me prometieron que dos veces al año viajaría al extranjero para visitar galerías internacionales y que tendría también tiempo para preparar y para organizar mi propio estudio en el que podría trabajar y desarrollar mi obra. Pero era todo mentira, en la galería lo único que hago es perder el tiempo y pasar las horas, ni siquiera me dejan hacer los folletos cuando se organiza una exposición. Al principio decían que me faltaba experiencia, ahora directamente ni se molestan en darme explicaciones. He pensado en dejarlo, pero si lo dejo, ¿a dónde voy Mariano? Es mi única fuente de ingresos y gracias a eso no dependo económicamente de Andrés. Y de Andrés que te puedo contar…, que me cuesta seguir con él, pero si lo dejo ¿a dónde voy? Porque la galería va unida a él y si lo abandono sé que conseguirá que me despidan. En realidad estoy allí por él, es el pez que se muerde la cola, pero siento que no puedo más y que tarde o temprano tendré que tomar una decisión. Creo que el detonante ha sido esta noche cuando he oído que la puerta de casa se cerraba, ese sonido hueco, vacío y sin sentido me ha abierto los ojos.
—Pero Raquel, no te reconozco —dijo Mariano con amargura—. ¡Mándalos a todos a hacer gárgaras! Tú vales mucho, y si no te permiten desarrollar tu talento estás perdiendo un tiempo precioso. ¡Deja la galería ya! No les dediques ni un minuto más, no se lo merecen. Esa galería lo único que tiene es un nombre y dinero, pero no tienen talento. Eligen siempre artistas conocidos con los que no corren ningún riesgo precisamente porque no saben reconocer el talento en las nuevas promesas. Lo que se expone en esa galería no merece la pena, no porque no sea bueno, sino porque es una copia de la galería de París de la que toma modelo, eso no tiene ningún mérito. Todos los que nos movemos en el mundillo del arte lo sabemos, es una galería de pijos para pijos sin el mas mínimo talento artístico. De Andrés ya sabes lo que pienso, no quiero causarte más dolor, pero creo que debes dejarlo ahora, no mañana, no pasado, no; ya. Te llevo a casa cuando terminemos de cenar, haces las maletas, recoges todas tus cosas y abandonas para siempre a Andrés, puedes venirte a mi casa, no hace falta que te lo diga; y sabes que no has perdido a tus amigos y también sabes que puedes encontrar un buen trabajo en cuanto te descuelgues de ese lastre que no te deja avanzar en la vida. Raquel, no sabes como me duele verte así. Tú vales mucho nena, lo sabes, eres brillante en tu trabajo y una excelente persona. No mereces sentirte mal, no mereces tener ni un minuto de amargura y acabo de descubrir que llevas una larga temporada instalada en ella.
—Tienes razón Mariano, gracias por terminar de abrirme los ojos, me parece que lo que dices tiene mucho sentido.
—Pues no se hable más, terminamos de cenar y te acompaño a recoger tus cosas. ¿Tienes mucho equipaje? Porque sería conveniente ir a dejar la moto y pedirle la furgoneta al tramoyista del teatro.
—Pues hombre, sí que tengo equipaje. Aunque sólo tengo que recoger mi ropa y mis objetos personales, cuando fui a vivir con Andrés él ya tenía todo puesto y yo no cambié ni una silla.
Los dos amigos pagaron la cuenta del restaurante y salieron a la calle, allí Mariano llamó por teléfono a Albert, el tramoyista, que le dijo que podía pasar a buscar la llaves por su casa, y que aunque iba a salir de casa en ese momento no tenía inconveniente en esperarles hasta que llegasen.
—Vale, Albert. Si quieres te quedas la moto y mañana hacemos el cambio, así no te quedas sin vehículo.
Los dos amigos se montaron en la moto y salieron hacia casa de Albert. Cuando llegaron él estaba en la puerta esperándoles.
—¡Raquel! ¡Cuanto tiempo sin verte, no sabes cuanto me alegro! Te echamos mucho de menos en el teatro, deberías dejarte ver con más frecuencia mujer —dijo Albert a Raquel cuando esta bajo de la moto.
—Gracias Albert. Yo también me alegro mucho de verte, y también os echo de menos a todos.
—Aquí tienes las llaves de la moto Albert  —intervino Mariano—, mañana si te parece hacemos el cambio, ¿OK?
—OK Mariano. Bueno chicos, os dejo que voy con prisa, hasta mañana. Espero verte pronto Raquel…
Mariano y Raquel se montaron en la furgoneta y enseguida llegaron a casa de Andrés, allí empezaron a recoger todas las cosas de Raquel.
—Parece mentira que puedas acumular tantas cosas, y eso que sólo tienes que recoger tu ropa. ¿En serio necesitas tanta Raquel? —bromeaba Mariano mientras iba metiendo en sacos de plástico lo que Raquel le iba dejando encima de la cama.
Parecía que Raquel hubiese pensado muchas veces en ese momento, porque de forma ordenada y escrupulosa iba abriendo cajones y armarios e iba extrayendo todas sus cosas sin desordenar nada, cuando terminaron había una veintena de grandes sacos hasta los topes y sin embargo en la casa no parecía que faltase nada, todo seguía en su sitio. «¿Realmente Raquel había pertenecido a aquel lugar en algún momento de los más de cinco años que hacía que se había mudado allí?», reflexiono Mariano en silencio.
Los dos salieron de la casa con todos los sacos y fueron bajándolos en el ascensor en varios viajes y metiéndolos en la furgoneta, que se quedó cargada hasta los topes. Cuando ya habían terminado de recoger todo Raquel echó las llaves en el buzón, no sin antes quitar el llavero. En ese momento Mariano se dio cuenta de que Raquel seguía utilizando el mismo llavero que él le había regalado hacía ya mucho tiempo. Fue el día que se conocieron, Raquel había perdido las llaves y estaba de los nervios, Mariano llevaba aquel llavero en el bolsillo y se lo entregó diciéndole:
—Toma Raquel, este llavero es mágico, nunca perderás las llaves si las pones aquí. Pero sobre todo, nunca más  perderás los nervios por no encontrar las llaves.
Mariano le sonrió y esta le devolvió la sonrisa.
—Veo que el hechizo funcionó —dijo Mariano.
—Todo lo que tu haces y dices funciona siempre, no sé porque no te hice caso cuando me pusiste en sobre aviso.
Ambos entraron en la furgoneta y se perdieron en la oscuridad de la noche hacia la casa de Mariano. 
Después, todo transcurrió tan deprisa, que Mariano no era capaz, ahora tras el paso de los años, de recordarlo cronológicamente. Cuando Andrés se vio abandonado reaccionó de una forma irracional, y arremetió contra Raquel con todas sus fuerzas. El hecho de que Raquel se despidiese de la galería le facilitó las cosas. El director la acusó de incumplimiento de contrato y Raquel tuvo que aceptar su exilio forzoso a Argentina, so pena de no volver a tener relación con el mundo del arte en su vida (así de grande era el poder que tenían en el mundillo artístico). Raquel se fue a Argentina al poco tiempo y Mariano perdió todo el contacto con ella. En los siguiente años, ¿cuanto tiempo hacía ya, cinco años?, apenas hablaron unas cuantas veces e intercambiaron correo en escasas ocasiones. Ambos habían tomado caminos distintos y sus respectivas vidas se fueron separando con la distancia y con el tiempo por segunda vez…
Recordando toda la historia de su querida Raquel, se quedó Mariano desvelado y tardó en que le venciese el sueño, no podía creer que por fin Raquel hubiese vuelto a Madrid, aunque fuese por poco tiempo. Tenía muchas ganas de volver a verla, la echaba tanto de menos….
Estaba todavía amaneciendo cuando sonó el timbre, Mariano dormía profundamente y se despertó con la insistencia del timbre que no cesaba de sonar, se acercó hacia la puerta todavía somnoliento y abrió sin siquiera preguntar quien era. Su sorpresa fue mayúscula cuando de repente apareció Raquel ante sus ojos
—¡Raquel!, ¡pero que sorpresa! ¿Por qué no me has llamado? te habría esperado despierto y con un buen café.
Raquel se echó en sus brazos y ambos permanecieron abrazados durante un tiempo indeterminado.
—No podía esperar más Mariano, necesitaba verte lo antes posible. Ha pasado mucho tiempo y casi habíamos perdido el contacto, estaba asustada pensando que quizá ya te habías olvidado de mí.
—¿Como puedes decir eso? Tú mejor que nadie sabes que siempre estoy aquí, que siempre estoy para ti.
—Hacía tanto tiempo…
—Anda, vamos a la cocina, que voy a preparar un par de cafés. No sé si tú habrás desayunado, pero yo lo necesito, ayer, tras tu llamada, me costó conciliar el sueño.
Los dos se dirigieron a la cocina y mientras Mariano preparaba el café, Raquel recogió los restos de la cena de la noche anterior, que Mariano había dejado esparcidos por la fregadera, la encimera y la mesa.
—Eres un desastre Mariano, sigues sin recoger los platos por la noche.
—Tú eres la culpable, ya sabes que siempre te he necesitado para poner orden en mi vida, y un poco de disciplina —soltó riendo abiertamente.
Los dos amigos rieron mientras se sentaban alrededor de la mesa para tomarse el café.
—Parece que el tiempo no hubiese pasado —comenzó Raquel—, estás como siempre, tienes un aspecto excelente.
—Tú sí que estás estupenda Raquel, se nota que estás feliz. Tienes un aspecto inmejorable, tu mirada es serena, y eso me produce una gran alegría. ¡Me encanta verte así! Es el mejor síntoma de que todo va bien.
—Sí Mariano, estoy feliz. Me gusta mucho mi trabajo, y aunque al principio me costó vivir en Buenos Aires, la verdad es que a la larga me doy cuenta de que fue lo mejor. Poner tierra de por medio fue una gran solución, me costó muy poco olvidarme de Andrés y de su galería. En mi nuevo trabajo me supieron valorar desde el principio, no podían entender como habían desaprovechado mi talento, y al poco de estar allí me propusieron que montase mi propio estudio. Me han ayudado mucho y estoy consiguiendo hacerme un hueco en pequeñas exposiciones. Me han mandado a Madrid para preparar una exposición mía. En dos días llegaran los cuadros que voy a exponer, se trata de una colección de veinte óleos abstractos de interpretación libre, aunque para mí tienen una interpretación concreta. La he titulado: “Luces y sombras o cómo encontrar el sentido de la vida”. Es un pequeño homenaje al sintetismo, ya sabes la pasión que tengo por Gauguin, Bernard y Anquetin.
—¡Caramba Raquel, que alegría me da oírte hablar así! Tus últimos días en Madrid fueron tan caóticos y cuando te fuiste estabas tan hundida que me  quedé con un gran pesar. Tú marcha fue tan rápida y he sabido tan poco de ti durante estos años…
—Tienes razón Mariano, no me he comunicado mucho, pero debo decirte que te he tenido presente en mis pensamientos todos los días y que te he echado mucho de menos.
—Me muero de ganas de ver tu obra Raquel, ¿has traído bocetos o fotografías? ¿Por qué no me muestras tu trabajo? ¡No puedo esperar tanto tiempo!
—No será tanto tiempo, llegarán pasado mañana, pero sí, he traído folletos, bocetos y fotografías y tengo muchas ganas de enseñártelas. Lo he dejado en el hotel, si te parece podemos quedar para cenar esta noche y te enseñaré todo lo que he estado haciendo, puedo reservar mesa en el hotel donde me alojo y así después te mostraré toda mi obra. Además quiero pedirte un favor, ya sé que tienes mucho trabajo y vas pillado de tiempo, pero me gustaría que me acompañases mientras montamos la exposición, seguro que se te ocurren buenas ideas durante el montaje para sacar más partido a los cuadros.
—Por supuesto, cuenta conmigo, aunque tenga que quedarme sin dormir.
—Bueno, pues ahora te dejo que tienes que irte a trabajar y yo también tengo muchas cosas que hacer. Te espero esta noche a las nueve en mi hotel, me alojo en el Coronel Tapioca, al lado de la Biblioteca del centro, ¿sabes cual te digo?
—Sí lo se. Ya sé donde esta, ya. Entonces acudiré allí a las nueve en punto.
Los dos amigos se despidieron y cada uno se fue a su trabajo con la ilusión de saber que pronto volverían a estar juntos.
A las nueve de la noche Mariano cruzó la puerta del hotel y allí estaba Raquel esperándole en el hall. Tenía un aspecto estupendo y desprendía una luz especial, Mariano sintió una gran alegría al verla tan feliz. Ella se acercó a recibirle y le cogió de la mano, mientras le susurraba al oído:
—Vamos al comedor, he reservado una mesa preciosa con unas vistas al jardín exterior que son espectaculares.
Mariano se dejó llevar hasta la mesa, allí se sentaron y mientras el camarero iba sirviendo el menú que Raquel había elegido previamente, ambos se aislaron del mundo para ponerse al corriente de sus respectivas vidas, era mucho el tiempo que había transcurrido desde la última vez que habían cenado juntos y tenían muchas cosas que contarse.
Cuando terminaron la cena, subieron a la habitación, y allí Raquel le enseñó toda su obra. Había trabajado duro durante sus años en Argentina, tenía un book completo con fotos de sus cuadros y montones de bocetos de obras inacabadas; le mostró también los folletos que había preparado para la exposición. Mariano disfrutaba de lo lindo sumergido en la obra de Raquel, siempre había sabido que era una gran artista y siempre supo que sería capaz de llegar a donde se propusiera, y ahora lo estaba viendo con sus propios ojos. Todo lo que estaba viendo le parecía auténtico y realmente bueno. Mariano era capaz de descubrir los rasgos de la personalidad de su amiga en su obra y disfrutaba con ello. Cuando terminaron de verlo todo, Mariano estaba exultante y Raquel se mostraba feliz de verle tan entusiasmado con su trabajo artístico.
—Eres fantástica Raquel, siempre lo he sabido, pero es más de lo que me esperaba para tu primera exposición.
—Pues todavía hay más, voy a volver a Madrid, no enseguida, pero en poco tiempo, pongamos que en cinco o seis meses me instalaré aquí. La idea es abrir una galería en la que yo seré la directora, aunque el capital lo pone mi jefe de Buenos Aires, Héctor, y además podré montarme aquí el estudio, viajaré con frecuencia a Argentina pero trabajaré aquí la mayor parte del tiempo. La verdad es que me encuentro muy a gusto allí, pero echo de menos esto y os echo de menos a todos, sobre todo a ti Mariano.

Pasaron la noche juntos y descubrieron que su amistad se había transformado en algo más, en mucho más. En esta ocasión permanecerían juntos y compartiendo mucho más que su gran amistad.