viernes, 30 de enero de 2015

Colección Uni2. Luz en la oscuridad: 6. La Navidad de 1940

Sexto capítulo de "Luz en la oscuridad", con Peter North (piloto de las fuerzas aéreas británicas durante la Segunda Guerra Mundial) tras la línea enemiga. Veamos cómo continúa la acción tras los capítulos iniciales en esta propuesta de Alberto Bello y Vanesa Berdoy. La verdad es que traen un gran capítulo.



Luz en la oscuridad


CAPITULO VI: LA NAVIDAD DE 1940


—Lo recogieron mi hermano y mi sobrino desnudo en alta mar. No conseguimos hablar con él en francés, sólo nos comunicamos por señas. Lo hemos estado cuidando desde entonces —dijo la mujer.
En ese momento el enfermo se volvió. Peter no pudo creer lo que estaban viendo sus ojos, ¡era John! ¡Era su amigo de la infancia, John Mathews! Él mismo lo vio precipitarse al mar con su avión y pensó que no volvería a verlo jamás. No podía explicarse el por qué estaba allí delante suyo. Poco importaba. El júbilo le embargó. Se acercó a su amigo y los dos se fundieron en un gran abrazo.

Peter explicó a los presentes quién era el enfermo. Le pidió al doctor que por favor le dejase llevarse a John con él. El doctor convino que estaba lo suficientemente recuperado. Si lo llevaban a la ciudad tendría más posibilidades de volver a Inglaterra, al contar con la ayuda de la resistencia.
Se despidieron de la mujer y volvieron todos a casa del doctor. Este le prestó algo de ropa para John. Los tres compañeros se dispusieron a subir a la camioneta de Juliette y partir hacia la ciudad. Moreau sugirió que sería mejor que John no se dejara ver, ya que no hablaba ni una palabra de francés. Les dio una lona lo suficientemente grande, John se tumbó en la parte trasera de la camioneta y se tapó con ella. Resultaba un escondite un tanto improvisado.
Finalmente partían a media mañana, no era una buena hora para circular con dos pilotos británicos en un coche sobre todo si uno de ellos no hablaba francés, pensó Marie, pero no les quedaba otra.

Por la carretera se cruzaron con varios vehículos alemanes pero no tuvieron contratiempos.
Peter se dirigió, con sus nuevos compañeros, directamente a Le Parisien. Convinieron que John se quedara con los parientes de Marie en su casa a las afueras de la ciudad. Era una casa grande de una planta, en la que sólo vivía el matrimonio, que nunca había tenido hijos. No les fue difícil encontrarle un hueco para John en el sótano. A pesar de que Juliette le había conseguido documentación falsa, no debía de dejarse ver debido a su desconocimiento del francés, lo cual lo delataría fácilmente.
Pasaban los días mientras esperaban noticias del agente Dufresne. Se acercaba el invierno y el tiempo empeoraba. Había nieblas y heladas. La “batalla de Inglaterra” había entrado en una especie de letargo debido al mal tiempo. Peter supuso que la misión que debían de llevar a cabo se retrasaría. Un telegrama de Dufresne le confirmó que la RAF debía de reorganizarse, así como esperar a que el tiempo mejorara. Estaban ya a primeros de diciembre, la predicción meteorológica no era buena.

Se acercaba la Navidad y Peter pensó que era la primera vez que no iba a estar con su familia y que los echaría mucho de menos. Gastón iba a preparar una cena en Le Parisien el día de nochebuena. Al igual que él, muchos de sus compañeros estaban lejos de la familia o sencillamente la habían perdido. Peter pensó que en ese momento su única familia eran ellos.
Llegó el día de nochebuena. Peter había terminado su turno en el bar. Estuvo esa tarde melancólico paseando y pensando en su familia. ¿Donde estarían?… ¿Sabrían que él todavía estaba vivo?
Fue a recoger a John, llegaron a Le Parisien y echaron una mano con la cena. Sería algo sencillo, no tenían acceso a lujos. Allí se encontraban todos los que eran su familia en aquel momento: Gastón, los recién llegados Marie y John, los tíos de Marie también estaban allí, un joven camarero de Le Parisien que había perdido a la poca familia que le quedaba en los bombardeos, y por supuesto Juliette. Montaron una larga mesa y se sentaron a su alrededor. Peter tenía a su lado a John, que le hacía las veces de intérprete.
Nuestros amigos comieron y brindaron con champán que Gastón tenía guardado en el bar. Fuera la noche era fría, había pocas farolas y una pequeña bruma. John se aventuraba con algunas palabras en francés, Marie reía con él; los dos habían bebido bastante.
Peter se acercó a uno de los ventanales y se puso a mirar por él. La nostalgia le invadía, recordaba a su familia al otro lado del mar. Pensaba en como se encontrarían todos, si echarían mucho de menos a su padre. Él los echaba de menos a todos ellos. De repente vio como comenzaban a caer pequeños copos que enseguida fueron aumentando de tamaño. Juliette se acercó y se sentó a su lado.
—¿Qué ocurre, Peter?
—Echo de menos a mi familia, es la primera Navidad en la que no voy a estar con ellos.
—Ahora nosotros somos tu familia, aquí todos somos huérfanos a nuestra manera. Mi familia vive en el campo lejos de aquí, hace tiempo que no sé de ellos —dijo mientras se acercaba todavía más.
Peter fue a hablar pero Juliette le puso un dedo en la boca y no le dejó. Acercó sus labios a los del joven y le dio un beso que pronto se llenó de pasión por ambas partes. Peter se sentía entre apasionado y confuso. No estaba seguro de si el champán no habría tenido nada que ver en aquella reacción de Juliette, si realmente le gustaba o es que simplemente le daba pena. El estaba enamorado de ella y quizá ella lo empezaba a estar de él.
Todos estaban muy animados. La fiesta continuó. Un poco más tarde todos se fueron a dormir. Juliette y Peter fueron al pequeño apartamento. Aquella noche hicieron el amor.

Pasaron los días. John vivía oculto en la granja de los tíos de Marie.
Peter había hablado telefónicamente varias veces con el agente Dufresne. La “batalla de Inglaterra” había terminado. La Luftwaffe no había podido cumplir su objetivo de postrar de rodillas a Gran Bretaña con una gran pérdida de pilotos y aviones. Lo que nunca sabrían era lo realmente cerca que habían estado de hacerlo. Dufresne le había dicho que la RAF se estaba reorganizando y que pronto podrían llevar a cabo su misión. Durante los meses de invierno habían tenido que tener el plan en espera debido al mal tiempo para realizar una incursión de esas características. Los nazis tampoco habían podido hacer grandes avances en sus ensayos en el bosque debido a lo mismo.
Hitler había cancelado la operación “León Marino” por la que había pretendido la invasión de Inglaterra. Gran Bretaña podía tomar un respiro. Hitler mientras tanto reorganizaba a sus tropas y tramaba algo para el nuevo año, algo que cambiaría el curso de la guerra.

Una mañana de finales de febrero Peter recibió la esperada llamada en Le Parisien.
—El próximo jueves 22 de febrero a las 5:00h, cuando comience a despuntar el alba, estarán los bombarderos sobre el objetivo. Deberán de marcar con bengalas de diferentes colores las distancias en dirección norte-sur: una blanca a 1,5 kilómetros, una verde a 500 metros y una roja sobrepasado el objetivo 500 metros -le había dicho textualmente Dufresne.
Las bengalas se las había hecho llegar Dufresne a Gastón unas semanas atrás. Peter pensó que usaría a sus compañeros para portar las bengalas. Planteó la situación en Le Parisien. Contaría con Juliette y John para portar las bengalas, Marie les acompañaría como guía.

A media tarde del miércoles salieron hacia la costa. En esta ocasión era Juliette quién conducía con Peter a su lado. Detrás en la parte abierta iban Marie y John. Habían cargado las bengalas en la camioneta y las habían cubierto con paja. Resultaba arriesgado circular por la carretera con dos pilotos británicos, más si cabe cuando uno de ellos no hablaba el idioma local. Al menos Juliette le había provisto de documentación falsa.
Una vez más tomaron la calle paralela al río Somme y se dirigieron al norte.
Comenzaba a anochecer cuando llegaban a la aldea de Antoine. Juliette encendió las luces. No habían conseguido encontrar una ruta alternativa para evitar el posible control que encontrara Peter unos meses atrás. Marie había pasado por la zona en alguna ocasión y les dijo que el control ya no era permanente y que sólo se formaba ocasionalmente.
Aquel día tuvieron suerte y no encontraron control en la aldea. Siguieron adelante un rato más. Ya estaban a unos pocos kilómetros de adentrarse en la zona boscosa.
—¡Maldita sea!, ¡ahí están! —dijo Peter.
Poco más adelante en un cruce de caminos vieron a unos soldados en medio de la carretera con una barrera portátil. Todavía había luz. El control lo formaban tres soldados y un oficial. Cuando se acercaron más pudieron ver un tanque Panzer IV semioculto a un lado de la carretera. Uno de los soldados llevaba el uniforme negro de las tropas acorazadas.
El Panzer IV era uno de los tanques más modernos del momento. Muy superior a los tanques franceses y británicos en aquel año. Las formidables tropas acorazadas alemanas habían logrado derrotar a Polonia y a Francia en pocas semanas. Su estrategia se basaban en la “Blitzkrieg” o “guerra relámpago”, donde los panzer formaban la punta de lanza que rompía las líneas enemigas y la infantería sólo tenía que terminar el trabajo.
Pararon el coche delante de la barrera. Uno de los soldados se acercó a la ventanilla del conductor. Peter vio las dos eses amenazadoras en la solapa de la guerrera. No le gusto nada la presencia de una división acorazada en las proximidades, estas divisiones contaban con batallones antiaéreos que podrían crearles serios problemas si localizaban la incursión de bombarderos de la RAF.
—Buenas tardes Mademoiselle, por favor muéstrenme la documentación —dijo en voz alta y dirigiéndose a todos ellos.
Marie miraba a John con nerviosismo, esperaba que hiciera lo mismo que ella y entendiera lo que el soldado quería. Era el eslabón más débil, pensó que quizá no debería de haber venido pero había insistido mucho y sin duda su entrenamiento como piloto y a fin de cuentas soldado, les podría venir muy bien. John sacó inmediatamente sus papeles. El soldado recogió las documentaciones y se las entregó al oficial que se había colocado a su lado. Éste estuvo examinando los documentos por unos momentos. Le devolvió los papeles al soldado con una frase en alemán. El oficial le dio una orden también a uno de los otros soldados. El soldado les devolvió los documentos.
Juliette vio por el espejo retrovisor a lo lejos lo que parecían ser las luces de un coche.
—Aquí tiene —le dijo el soldado a Juliette mientras le daba la documentación de todos ellos.
—Muchas gracias, adiós —contestó.
—Espere, no tenga tanta prisa, debemos examinar la carga.
El otro soldado, al que le había dado la orden el oficial, se acercó a la parte trasera de la camioneta donde estaban Marie y John. Sacó una larga bayoneta de su guerrera y la caló en el fusil Mauser.
—Aparta —le dijo a John en un francés muy tosco.
John no le entendía y el soldado repitió las palabras pero con un tono más impaciente. Entonces intervino Marie:
—Perdónele pero el pobrecillo es sordomudo —intervino Marie en una brillante ocurrencia.
A estas alturas John ya sabía lo que quería el soldado y se apartó.

El soldado comenzó a hundir la bayoneta en la paja. Al mismo tiempo Peter se llevaba la mano a la pistola...

lunes, 26 de enero de 2015

TayTodos. 2.Lluvia de sensaciones.

Tras el sugerente arranque de "TayTodos" el pasado lunes, veamos como se desarrollan los dos comprometedores encuentros que tuvieron lugar en la sauna. Esta es la nueva novela colectiva que a lo largo de 2015 nos tendrá enganchados todos los lunes a las 21 horas, y el primer capítulo como anuncié ha sido escrito por mí, ¿quién continuará la historia? Eso lo sabremos el próximo lunes. Os dejo con el capítulo de hoy (2. Lluvia de sensaciones). Espero que os guste. Besetes a tod@s. Nos leemos.



2. Lluvia de Sensaciones.

¡Qué momento!

Yo no sabía cómo reaccionar. Me seguía inundando la sensación de nerviosismo y por otro lado, el subidón de adrenalina cada vez mayor, que sentía por todo mi cuerpo, en especial por mi "cosita", que notaba cómo iba cambiando de tamaño y dureza, sin poder controlarla al tener a esa mujer ahí, a escasos centímetros de mi cuerpo, sin decir ni una palabra con la boquita, pero cuyos ojos hablaban por sí solos.
Me provocaba, me insinuaba, consiguiendo que me recorriera el cuerpo, de arriba abajo, un escalofrío de placer, que me hacía sentir vulnerable a sus encantos y fuerza.
Pero no podía ser. Llegué a pensar que tenía que ser fruto de mi imaginación. No era posible que eso me estuviera ocurriendo en la ducha de un lugar público, completamente empapados, porque no dejaba de caer el agua, ya que no me di ni cuenta de cerrar el grifo, estaba perplejo.


Pero ¡Wowww! ¡Aquello fue a más!  Esa mujer me tenía loco, intrigado, completamente enganchado a sus encantos, a sus armas de mujer, que ya había empezado a utilizar en la sauna, los poquitos segundos que compartimos solos.
¿Qué pasó? Se acercó si cabe más a mí, rozó suavemente su cuerpo con el mío. Aunque para mí casi fue como un orgasmo, una explosión de sensaciones sensuales, que no sexuales. Sin dejar de mirarme a los ojos y humedeciéndose, sutilmente, los labios con su lengüita, uniéndose a la ya propia humedad que tenía por el agua, que no dejaba de caernos por encima.
Me era ya casi imposible contenerme a mis impulsos e instintos varoniles y animales.
Ella sabía cómo llevar mejor que yo ese momento, que tan solo fueron segundos, escasos minutos, pero yo lo estaba disfrutando como si realmente fuese mucho más prolongado en el tiempo y…
¡Zasss! ¿Qué hizo esa mujer caprichosa conmigo en ese momento?
Se giró dándome la espalda, rozándome con su trasero, sintiendo a mi “cosita” acariciarle levemente su bello y húmedo cuerpecito. Tres segundos, no más, porque se volvió a girar de inmediato.
Pero… ¡Uf! ¿Qué me estaba pasando?
Yo creo que el agua hasta hervía, y era inevitable dejarse llevar por la situación que se había creado.
A los dos se nos notaban las ganas de dar rienda suelta, y nuestros labios comenzaron a acercarse el uno al otro, cuando de repente, en ese momento tan inoportuno, se oyó la puerta y que alguien entraba.
El calorcito creado y la sensación de bienestar, pasó a hielo de glaciar y tensión. Casi sin respirar, sobre todo ella, que además se encontraba en el lugar equivocado, ya que este vestuario sólo está destinado para caballeros.
¡Cómo le debía de gustar a esta mujer el riesgo y el morbo!
En silencio, permaneció inmóvil, pero sin despegarse de mí.


Si ya era muy curioso lo que estaba ocurriendo entre nosotros… Empezamos a escuchar hablar a quiénes habían entrado al vestuario. Y cómo no, la primera voz que se escuchó, con palabras amables de saludo,  fue la de la señora de la limpieza, adecuada totalmente por su sencillez y discreción, y totalmente reconocible por su voz dulce y saber estar. La persona idónea para encontrártela, junto con una bella mujer desnuda, en una ducha del vestuario masculino. ¡Ni imaginarlo quiero!

Y telita…
La otra parte de la conversación era una voz masculina. Lógica por supuesto, por el lugar donde nos encontrábamos. Para mí desconocida totalmente, pero no para mi compañera de ducha…
La reconoció de inmediato, asombrosamente familiar le resultó…
—¿Qué hace este hombre aquí? —exclamó muy bajito y suavecito—. ¡Es Venancio, mi marido!
Yo flipando. Todo aquello se vino abajo vamos, fue un cambio brutal de temperatura y sensación.
Los dos atrapados en la ducha, sin poder salir, y con la incertidumbre de qué te ibas a encontrar a la salida y qué íbamos a hacer para que fuera lo más natural posible, evidentemente una vez que volviéramos a estar solos de nuevo.
Tan apenas intercambiamos palabras. Era todo muy expresivo, con la mirada principalmente, intentábamos comunicarnos para que no se oyera nada.
No quedaba otra, que cuando ya nos sintiéramos más relajados, si es que se podía, salir naturalmente como si nada y esperar a que este señor, tan inusual en frecuentar centros deportivos saludables, se saliera fuera y asegurarnos, de que cuando ya se encontrara en alguna de las zonas seguras para nosotros, ella pudiera salir de la ducha y se dirigiera a su vestuario.
Sensación desorbitante, pero por otro lado, había que solventarla de la mejor manera y lo más rápido posible. Si habíamos sido capaces de entendernos en algunos aspectos momentos atrás, teníamos que ser capaces de solucionar esta situación, que no deja de ser morbosa, pero con una alta dosis de riesgo.
No sé el por qué, pero a los dos nos salió así, de manera instintiva, darnos un beso cortito, pero apasionado y ponernos manos a la obra.
Salí. Ahí estaba el hombre. Saludé como si nada. Tardaba en abandonar el vestuario. Se tomaba su tiempo para cambiarse y es más, me empezó a dar conversación, interesado por el centro y preguntándome algo de información.
Era tan contradictorio aquello, que claro, yo que sí sabía lo que ocurría, no se me pasaba por la cabeza, más que…, que…, que en un descuido tonto, podría hacer estallar esta demencial situación no se sabe cómo.

Claro, había que tener cuidado por otro lado, no le fuera a dar por querer entrar a la ducha, donde se encontraba su mujer, a la espera de que éste saliera y consiguiéramos tenerlo bajo control. Yo creo que esta situación, que tan apenas duraría diez minutos, se me hizo mucho más larga que todo lo anterior.
La tensión que causaba era tal, que creo que todo lo que me podía haber relajado en la sauna, y con el resto de lo ocurrido hasta este incidente, se fue al garete y me estaba empezando a causar varias contracturas por diferentes partes del cuerpo. Qué ganas de que llegara la hora de que se saliera fuera y ver cómo solucionábamos el siguiente paso, porque imagínate si confiamos en que ya ha salido, y le da por volver y entrar justo cuando sale su mujer por la puerta…

Verdaderamente se me estaba haciendo muy difícil la situación, que tan agradablemente había comenzado.
Mientras tanto sin olvidar, que esa mujer tan bella para mí, se encontraba secuestrada en la ducha, evitando hacer cualquier tipo de ruido para no dejarse notar.
Por fin, el hombre se decidió a salir.

Yo, ya estaba vestido claro, para salir casi a la vez que él y asegurarme no sé cómo, la verdad, de poder ayudarla a salir, una vez estuviera este hombre entretenido con otra cosa, para que no le pasara por la cabeza, por lo menos en el ratito necesario para hacer la salida, volver a entrar.
Bueno, parece que conseguí que el deseo se cumpliera, el hombre se puso a  sus cosas, empezó a comprobar el funcionamiento de una de las cintas de correr, y yo aproveché el momento para dirigirme en busca de mi compañera de ducha. Pero se va uno y vuelve la otra. De nuevo aparece la señora tan encantadora de la limpieza, que me pregunta:
—¿Se puede entrar? ¿Sabe si hay alguien? Es que necesito limpiar y dejar unas cosas en el vestuario.


No puede ser, esto en lugar de solucionarse, se liaba cada vez más. Conseguí convencerla de que no entrara en ese momento. Mientras, mi compañera de ducha debía de estar con la incertidumbre de no saber qué ocurría y yo, echando mano de la imaginación, por llamarlo de alguna manera, para ingeniármelas de cómo seguir resolviendo esta complicada situación...

viernes, 23 de enero de 2015

Colección Uni2. Freya: 6. Thunder Road Cafe

CAPITULO 6. Thunder Road Café.


Móvil apagado, timbre desenchufado, ibuprofeno para el dolor de cabeza y un valium para dormir.
Era el primer domingo desde que conoció a Erik que lo pasaba sola. Estaba destrozada, no sabía que había pasado esa noche con Fede, pero seguro que no se habrían acostado, ella quería a Erik, jamás podría hacerle algo así. Pero, ¿quién era esa chica? ¿Por qué no le presentaba a sus amigos? No paraba de darle vueltas a la cabeza, a la imagen tan horrible de ver a otra chica en brazos de su novio… el valium empezaba a hacer efecto y se quedó dormida.
Soñó con su estancia en Dublín. Un intercambio en el verano que terminó Bachillerato. Allí fue donde conoció a Darío, con 17 años, era una niña. La verdad es que había tenido suerte, le tocó vivir en casa de un matrimonio con tres hijos pequeños,  Liam de 7 años, Brianne de 5 y Ryan de 4. Era una familia muy unida e intentaban pasar el mayor tiempo posible juntos. Salían a patinar, preparaban comidas o cenas familiares con las familias de ambos, también quedaban con amigos, preparaban juegos en casa o se iban a disfrutar del fin de semana a la montaña. Liam estaba aprendiendo a jugar al hockey, tenía entrenamiento los martes, miércoles y jueves, mientras tanto su madre hacía pilates a escasos 500 metros, y Brianne y Ryan estaban con Freya viendo a su hermano entrenar y animándolo desde las gradas o jugando alrededor con la hierba en el parque.
Entre semana a las 7 de la tarde tenía tiempo para ella, así que iba a la academia a perfeccionar su inglés y luego si le apetecía, salía con compañeros de la misma a tomarse una Guinness mientras escuchaban música en directo. Ellos siempre salían por la misma zona, Temple Bar, donde se concentra la vida nocturna por excelencia en la ciudad. Le gustaba Dublín, muchos fines de semana salía con la familia Mac Cárthaigh al parque St. Stevens Green, uno de los parque más conocidos de Dublín, grandes casas victorianas cubriendo los lados del parque por lo que lo hacían todavía más hermoso. Los días que hacía más frío de lo habitual, solían terminar tomándose un té en el café de Seine. Tenía un decorado singular y que nunca antes, ni después, había conseguido volver a ver, una mezcla entre un museo y  una tienda de muebles antiguos, como si de un bar de película antigua se tratase y allí mismo, se tomaban el té con sus pastas de acompañamiento. Los domingos Freya se iba a la zona de los bares,  siempre se juntaban en el Thunder Road Café, tenía una barra donde se servían bebidas todo el día, cervezas, licores, vinos y cócteles y además tenía un espacio zona-restaurante donde se servían comidas con menú a la carta. La comida que ofertaban no era muy irlandesa, era tipo más mejicana pero era deliciosa, y el ambiente el perfecto para ellos. El grupo que formaron eran de varias edades, la más pequeña era Freya  de 17 años y la más mayor Ana, con 24 años natural de Asturias. También estaba Pedro, con 21 y Javier que tenía 19 años, ambos de Madrid.  Fueron menos de tres meses lo que estuvo con ellos, todos habían llegado ese verano y cuando el trabajo de Ana, que era la única que había ido a trabajar, lo permitía, se hacían escapadas por diferentes lugares de Irlanda, alquilaban un coche y conducían hasta Belfast, hasta Kinsale o Clonakilty. Freya, como de costumbre, organizaba el viaje, alojamientos, rutas… hasta los lugares más típicos de cada pueblo o ciudad parar ir a comer o beber cervezas, también miraba si coincidía algún concierto interesante al aire libre o en algún bar remoto de la ciudad en concreto. Así, también se organizaba con la señora Ashlyn para dejar a los niños sin canguro. La señora Mac Cárthaigh no trabajaba, pero ayudaba en comedores escolares y en verano también echaba una mano en diferentes actividades que se preparaban en la ciudad. Era una mujer conocida en el barrio, por su buen hacer, sin recibir nada a cambio.
Pedro y Javier fueron a aprender inglés. Se conocieron en la academia, Pedro cuando llegó se instaló en un hostal, pero al conocerse, se mudó al piso de Javier que él si lo había alquilado antes de llegar. Los padres de Javier eran médicos, habían viajado bastante por el mundo tanto por trabajo como por placer, querían que su hijo visitara, aprendiera, y empapara culturas diferentes. Era hijo único y sus padres le habían dado siempre la educación más cara que estaba a su alcance. Javier todavía no sabía qué carrera iba a hacer, estaba indeciso entre Administración y Dirección de Empresas en Alemania o Derecho en Yale, EE.UU. Había echado las solicitudes en ambas universidades y pronto llegarían las respuestas. El alemán lo manejaba igual de bien que el inglés. Desde pequeño había ido a la escuela con las clases en alemán además de las asignaturas en inglés. Era un chico listo. Nadie se explicaba por qué iba a la academia de inglés, cuando él hablaba mejor que el profesor.
Uno de los domingos que estaban en el Thunder Road Café,  apareció un camarero nuevo por su mesa, les hablaba en un inglés no muy bueno, se veía a la legua que era español, así que le contestaron en español.
—Dos Guinness, una piña colada, un margarita y unos nachos dobles, gracias —dijo Ana.
—Marchando —contestó Darío.
Esa noche había karaoke en el bar, no sé cual de los cuatro iba más borracho. Salieron al escenario a cantar, Anni Frid Lyngstad era Ana, Agnetha Faltskog era Freya, Björn Ulvaeus era Pedro y Benny Andersson que era Javier. Ya habían cantado en más de una ocasión la canción de Chiquitita, de ABBA, pero siempre que lo hacían era porque habían bebido más de la cuenta, si no, nadie tenía el valor de salir al escenario con el pub lleno de irlandeses riéndose de ellos.
Fue un domingo estupendo, siempre lo recordaban cuando hablaban, la relación ya no era como antes, que se encontraban todos los días, pero seguían manteniendo el contacto y habían quedado dos veces en Madrid y una en Asturias, fue un tiempo corto, pero intenso. Recordaban todas sus aventuras, sus viajes y sus borracheras en Irlanda. Y siempre acababan cantando la misma canción, hubiera karaoke con micrófono o si no lo había, se subían a la barra de un bar, les daba igual. Hacía un año que no veía a sus compañeros “españoirlandeses”. Javier se fue a EEUU a estudiar derecho, continuó con un master y se instaló en Manhattan para trabajar en el bufete de abogados más prestigioso de la ciudad, Wachtell. Pedro, acabó la carrera de ingeniería en telecomunicaciones y trabajaba en Madrid.   Ana seguía en Dublín trabajando sin ganas de volver a España más que para ver a la familia y amigos. Además hacía dos años que había conocido a Affleck, un escocés que por motivos de trabajo estaba viviendo en Dublín, y estaba muy a gusto con él, se fueron a vivir juntos al poco de conocerse. La última vez que el grupo “españoirlandés” se juntó fue en Asturias y Ana vino con él para presentarlo a la familia, a todos les parecía un chico agradable, simpático y sobre todo, cuidaba de Ana, estaba pendiente de ella en todo momento y eso, al grupo y a la familia, les parecía estupendo. No sabía nada de español, más que Hola, Adiós y palabrotas.  Ya habían pasado cinco años de su estancia en Dublín y siempre que lo recordaba una sonrisa inundaba su cara. A la mañana siguiente tenía una llamada en el número de teléfono que no conocía. Freya no hizo caso y no devolvió la llamada. Era lunes 19:20 de la tarde, Freya estaba en la puerta de la academia esperando a los compañeros para entrar…
—Hola Freya.
—Hola. ¿Quién es este? —pensó Freya.
—¿No te acuerdas de mí?
—¿Acaso debería? Porque no tengo ni idea de quién eres.
—Soy Darío, nos conocimos ayer en el bar donde he empezado a trabajar: el Thunder Road Café.
Freya quería recordar algo, pero se pusieron de tequila hasta las trancas además de los Cosmopolitan, margaritas y piñas coladas que se habían tomado…
—Lo siento, pero soy incapaz, además me quiere sonar tu cara, pero no recuerdo muy bien. ¿Y qué haces aquí? ¿También vienes a ingles? Porque nunca te había visto por aquí…
—Me dijiste que veníais un grupo de amigos y tú aquí a aprender inglés y que la academia era realmente buena y que como mi ingles era desastroso, me aconsejaste-obligaste a que viniera, que en dos meses ya habría notado mejorar mi vocabulario y pronunciación.
—¿Te dije eso? -dijo Freya avergonzada y ruborizada—. Lo siento, no debería haberte dicho semejante grosería.
—Te he llamado esta mañana para decirte que vendría esta tarde y así me presentas a tus amigos como me dijiste ayer.
—Madre mía, no recuerdo nada. Pero sí, deben de estar a punto de llegar, tenemos clase ahora, a y media.
Llegaron Pedro y Javier.
—¡Hombre! ¿Qué tal Darío?
—Bien, a ver si acabo hablando tan bien como vosotros.
—Javier, ¿puedes acompañarme un segundito?
—Pero ¿quién es este chico? ¡Que le he contado varias cosas sobre mi vida aquí en Dublín!
—Freya, ayer te le tiraste al cuello en cuanto te dijo que había acabado de currar. ¿De verdad que no te acuerdas?
—¡Ay dios mío! ¡Pero qué me dices! ¿Por qué me dejáis hacer estas cosas?
—¡Fuiste tú! Hiciste una apuesta con Ana, a ver cuál de las dos se lo ligaba, a Ana no le gustaba lo más mínimo y te dijo que te dejaba ventaja, que empezaras tú, así que te lanzaste a la yugular, y te quedaste toda la noche hablando y bailando con él. Las risas que nos echamos fueron impresionantes.
—Vosotros sois… ¡¡¡Os la voy a devolver!!! ¿Cómo miro yo a este chico a la cara ahora?
—¡Javier, Freya! ¿Entráis o qué?
—Sí, sí, ya vamos.
Entraron a clase y apareció Ana, se sentó al lado de Freya y le escribió una nota.
“Si tienes a tu mañico sentado detrás… jajajaja”
“¿Maño? No recuerdo nada de ayer, ¿qué me tomé?”
“Será qué no tomaste, bueno yo también me incluyo, bebimos como si no hubiera un mañana, lo único que recuerdo es verte besándote con él y decirme que era de tu tierra, nada más. ¿Por qué  no le preguntas a él, que lo tienes mirándote fijamente?”
—Ana! —dijo Freya en voz alta—. Oh!, excuse me.
La clase siguió con normalidad y a las 20.30 estaban fuera.  Fueron a cenar, “fish and cheaps”, a un pequeño bar cerca de la academia los cinco. La tensión de Freya con Darío y el no saber que había ocurrido la tenia incomoda. Así que cenó y dijo que se marchaba.
—Chicos nos vemos mañana.
Se despidieron de ella todos y cuando estaba en la calle Darío la llamó.
        —¡Freya!

martes, 20 de enero de 2015

TayTodos. 1. La sauna.

Hoy arranca "TayTodos", la nueva novela colectiva que a lo largo de 2015 nos tendrá enganchados todos los lunes a las 21 horas. Os dejo con el capítulo inicial. Espero que os guste. Besetes a tod@s. Nos leemos.



1. La sauna.

Esa mujer no dejaba de mirarme… y no era la primera vez que lo hacía. ¿Será lo que yo pienso o el ambiente y los vapores de la sauna están haciendo que mi imaginación también se caliente?

Hace dos meses que regularmente acudo todos los lunes al M.S.C. (Mega Sports Center), desde su inauguración. Me pareció un centro deportivo espectacular y amoldé mis hábitos para dedicarme la mañana del lunes a mí mismo y disfrutar haciendo deporte, una de mis pasiones. Siempre vengo los lunes en sesión matinal porque es cuando el gimnasio está más tranquilo. Además en estas fechas de comienzo de año, cuando la insensatez llena de buenos propósitos los excesos en la mesa de las pasadas navidades, todo el mundo se pone a dieta, se apunta al gimnasio o se compra un libro. Luego se les pasa, pero de momento abarrotan el centro deportivo todas las tardes y me desesperan. Así que decidí venir los lunes por la mañana a las primeras de cambio. Podía disfrutar de todas las ventajas del gimnasio con tranquilidad, sin agobios y sin nadie esperando a que terminara mis tablas en cualquier máquina, para sacarme de ahí a golpe de “lorza pancetoturronera”. Disfrutaba los lunes por la mañana, la verdad sea dicha.
Y después está el tema de la sauna. Me desnudo completamente después de una buena sesión de ejercicio físico y salgo del vestuario con mi albornoz, cubierto únicamente por una toallita blanca impecable que oculta mis pudores, y me desparramo en ese ambiente de calor y humedad que hace que me relaje totalmente y olvide lo que viene después: una jornada maratoniana de trabajo y ansiedad. Ese es mi momento de la semana: vapor, calor y humedad. Mente en blanco. Relax total.

La sauna era lo suficientemente grande como para poder coincidir una decena de personas y no estar apretados. Era una muy buena instalación de madera y los asientos estaban colocados en forma de grada de hasta cuatro alturas. Se accedía por una puertecita acristalada desde la parte inferior, cuyas paredes formaban un ángulo recto que se cerraba con las gradas, en forma de tres amplias bancadas rectangulares. Yo solía tumbarme en la parte más alta para que no me molestase el trajín de gente entrando y saliendo. Los no iniciados no soportan ese ambiente mucho tiempo y salen despavoridos, asfixiados por la temperatura y humedad.

Permanecía tumbado, reposando la cabeza en una toallita que había acomodado a modo de almohada, cuando me percaté de esa mujer. Otra vez ella… También era asidua a la sauna todos los lunes, sobre estas horas. Ella enseguida se dio cuenta de que la estaba observando y esquivó mi mirada, aunque sutilmente dibujó un esbozo de sonrisa, que hizo que todos mis sentidos se mantuvieran alerta. Era más mayor que yo, eso estaba claro. Yo estaba a punto de llegar a la cuarentena y ella fácilmente me sacaría ocho o diez años, pero eso no impedía que conservara unos rasgos fascinantes y un fuego en los ojos, que te dejan “más flipao que Don Quijote en un parque eólico”.
En ese momento, un par de señores que conversaban en un tono de voz más elevado de lo que corresponde a un lugar de relax, abandonaron la sauna comentando sus peripecias en la pista de pádel. Nos habían narrado todo el partido, con sus jugadas más interesantes y sus bolas de partido. Todo. Un tostón absoluto que disfrazaba su mala educación o su inconsciencia. Pero por fin, se habían largado y podría relajarme.
El silencio se apoderó de la sauna. ¡Qué placer! ¡Qué tranquilidad! ¡Relax! Casi demasiado, porque cuando tus oídos han sido martirizados así, durante un tiempo, les cuesta hacerse al silencio. Levanté mi cabeza para ver quién quedaba en la sauna y ya solo estaba ella. Yo era ajeno a que éramos los dos únicos supervivientes, ella no. Creo que llevaba tiempo observándome desde la grada inferior, donde se había acomodado, pegando su espalda a la pared y con ambos pies sobre la bancada, solamente unos tres metros nos separaban quedando a mi izquierda. Su cuerpo dibujaba un ovillo, cubierto mínimamente por la impoluta toalla blanca. Su pelo estaba envuelto en otra toalla y su rostro humedecido por el vapor y sudor mostraba una piel morena, a la que el paso de los años había perjudicado mínimamente. Esta vez no desvió la mirada. Me sonrió pícaramente y abrió ligeramente sus piernas deshaciendo el ovillo lentamente. El vapor no permitía distinguir si era un descuido o una invitación al pecado. Y precisamente en ese instante se abrió la puerta de la sauna y entró una jovencita de unos “veintialgo” de mediana estatura, con aire despreocupado y alegre. Traía una sonrisa encantadora sobre unos finos y perfilados labios, engalanados con carmín color salmón, y el pelo recogido en una rubia coleta, encerrada por una goma roja, atusada con dos pompones muy graciosos, que todavía le daban un toque más infantil. También era una asidua de los lunes por la mañana, la conocíamos de vista, como al resto. Ambos la miramos y de un plumazo, el ovillo se cerró de nuevo. Ella nos miró desde abajo y sin comprender la situación que se estaba planteando tres bancadas más arriba, a su derecha, nos saludó:
—Buenos días.
Los dos la saludamos cortésmente. Yo me tumbé de nuevo y ella continuó en su pose, como si nada hubiese ocurrido.
Todavía la chica no había terminado de colocarse en la segunda bancada, a mi derecha cuando la puerta se abrió de nuevo y apareció un cincuentón canoso, con barba de dos días, que fue a parar a la tercera bancada, justo a la derecha de la joven.
—Hola, buenos días.
Nos saludó y se colocó unos auriculares con música clásica, que traía en un mp3 perfectamente aislado en una bolsita, para evitar que la humedad lo echase a perder. Otro que sabía disfrutar de las pequeñas cosas. ¡Bien hecho compañero!
Esto volvía a llenarse y decidí cerrar los ojos y no pensar. Aunque me resultó imposible olvidar el momento “instinto básico” que me acababa de regalar aquella mujer. Esto ya no podían ser imaginaciones mías. Ya no era el juego de miraditas que llevábamos varias semanas provocando. Era algo más serio. Cuando la razón y el cerebro pugnan con la pasión, las consecuencias suelen ser devastadoras. Y más cuando tu miembro viril comienza a sentir ese hormigueo previo, que anuncia la inminente llegada de una erección. ¡No! ¡Tenía que salir de allí antes de que fuera evidente! ¡Sólo llevaba una toalla!
Me levanté intentando bajar las bancadas con dignidad y que aquello no subiera con rotundidad. Ella no dejaba de mirarme y pese a ser un hombre bastante echado para adelante, al que es difícil poner nervioso, en ese momento era un auténtico flan. Me había fulminado con cuatro miradas y el calor de la sauna había fundido mi sensatez. Ducha fría. Eso era. Lo necesitaba…


Una vez salí de esa intensa sauna, allí quedaron el resto de compañeros de vapores. Mi cómplice de sugerentes miradas salió también a los pocos segundos. Jorge y Carolina quedaron entretenidos en sus pensamientos. Uno disfrutaba de Mozart y la otra repasaba mentalmente su agenda de citas y fiestas propias de la edad. A los casi “veintitodos” seguía soltera y sin inquietud por emparentar con el sexo opuesto, más allá de algún encuentro casual para satisfacer los instintos más primarios del “Saturday night”. Eso de flirtear lo tenía chupado con esa carita de ángel y ese cuerpecito proporcionado, perfectamente capaz de aturdir al más puesto en cualquier garito de la ciudad. Hacía unos años que había terminado la carrera de veterinaria y actualmente pertenecía a la empresa más grande de este descontrolado país… Seguía en el paro, aunque todas las tardes las pasaba revisando la salud de los animales, que una asociación de la ciudad recogía abandonados para buscarles una familia que los adoptara. Era su pasión, junto con la música, la moda y el deporte.


Seguía ensimismada en sus cosas cuando escuchó un sonido que llamó su atención. No podía ser… Y cuando ya estaba segura de que habían sido imaginaciones suyas, volvió a oír claramente otro pedo. Sí, sí, a aquel hombre se le habían escapado unos cuántos decibelios en sus flatulencias. Lógicamente él seguía ajeno a la situación, ya que las maravillas de Mozart impedían que fuera consciente de semejante intensidad.
En ese momento se giró hacia ella y se percató de que obviamente la niña los había escuchado ya que lo estaba mirando con cara de asombro. Cuando Carolina se encontró con los ojos de Jorge, rápidamente y sin saber muy bien por qué sintió una gran vergüenza y apartó la mirada de inmediato. Vergüenza ajena, que te hace sentirte más incómodo a ti que a quién realiza la acción. Era consciente de ello, pero la joven no pudo evitarlo. A él ya no le quedó la más mínima duda de que lo había pillado. Ambos se sonrojaron y estuvieron unos segundos incómodos en silencio, solos en la sauna, sin cruzar mirada.
Jorge se sentía muy avergonzado y para un señor tan educado, pulcro y cuidadoso como él, una situación así de desagradable le hacía sentirse, cuanto menos, muy incómodo. No sabía como romper el hielo para intentar disculparse con la joven. Hasta que decidió iniciar una conversación exculpatoria:
—Perdón —dijo simplemente mirándola.
Tras unos segundos de silencio sepulcral, Carolina, que todavía no se había atrevido a mirarle, comenzó a reírse sutilmente. Su cuerpo no podía contener aquella risa floja que la hacía temblar como un cascabel. No podía girarse, si lo hacía rompería a reír a carcajada limpia y tampoco era lo que pretendía.
—Lo siento —insistió Jorge.
Entonces fue cuando a ella se le escaparon todas las carcajadas que tenía retenidas durante aquellos larguísimos segundos. Todas a la vez. Rió bien a gusto hasta que pudo controlarse, que no fue pronto. Y para su sorpresa el señor de la bancada superior comenzó a reír también, contagiado de la preciosa risa de la joven. Cuando ambos se hubieron controlado, él intentó zanjar la escabrosa situación.
—De verdad que lo siento, no es propio de mí.
—Tranquilo hombre, son cosas que pasan.
—No, en serio. Es bastante penoso. Me gustaría compensarte, si no te importa. Puedo invitarte a un café o un refresco ahora a la salida.
La joven lo miró durante unos segundos, mientras mentalmente procesaba todo tipo de variables rápidamente. Jorge, consciente de que la proposición pudiera parecer lo que no pretendía intervino.
—No pasa nada. Si no te parece apropiado lo dejamos. No pretendo más que resarcirte de este mal trago.
Ella vio sinceridad en las palabras de aquel hombre, pero quiso comprometerlo un poquito más. Hacerse la ingenua era algo que siempre le había dado muy buenos resultados.
—Pero, señor… Si ni siquiera nos conocemos.
Jorge encajó la respuesta como pudo. Tampoco era descabellado que una joven de casi treinta años menos que él, rechazara la propuesta de un desconocido, de ir a tomar algo con alguien que podría ser su padre.
—Entiendo…
Carolina lo vio afligido y tampoco se trataba de eso. Decidió aflojar, al fin y al cabo esta conversación se estaba convirtiendo en un juego para ella, pero de ningún modo quería herirle, ni tampoco rechazar la invitación. No era una mala persona, simplemente sabía jugar sus bazas con los hombres.
—Carolina —Jorge la miró extrañado. Ella prosiguió—. Así me llamo, Carolina. Ahora ya sabes quien soy y te será más fácil convencerme de tomar una cervecita, o dos. No soy tan niña como tú crees —ella se levantó y se giró quedando justo enfrente de su contertulio tan solo una bancada por debajo—Te espero en el hall de acceso. Voy a cambiarme.
Una nueva esperanza se vislumbró en la mirada de Jorge que rejuvenecía por momentos. Se dispuso a levantarse con la intención de presentarse a la joven, estrechándole la mano como el caballero que era.
Su intención era noble, pero sus movimientos terriblemente torpes, como él en general. De manera que al incorporarse, una de las puntas de la toalla que le cubría de cintura para abajo, quedó atrapada en uno de los listones de madera que conformaban las bancadas de la sauna, dejándole con el impulso como vino al mundo.
—Jorge —dijo solemnemente extendiéndole la mano a modo de saludo sin percatarse de que se encontraba totalmente desnudo. Cuando lo hizo, no pudo más que cerrar los ojos y con el brazo alargado exclamar un gritito de pena—. ¡Ayyyy!
En ese instante, la encargada de la limpieza de las instalaciones, entraba en la sauna para comprobar si quedaba alguien y efectuar los trabajos previstos de  media jornada, de manera que pudiera tener todo listo para cuando comenzaran a venir los clientes de la tarde. Y allí los encontró. Desde su posición se veía la cabeza de la joven a la altura de la parte prohibida del señor, que estaba con los ojos cerrados, con un brazo en alto y gritaba excitado. Su naturaleza cotilla y su mente predispuesta a enrevesar hasta el más mínimo comentario o situación, se encargaron de interpretar  lo que allí sucedía. No pudo más que exclamar para si misma, como fiel seguidora de Divinity que era: «Oh, my God!». Abandonó el lugar y directamente fue a contárselo a alguien, a quien fuera. Aunque a aquellas horas no había nadie en el centro, excepto la recepcionista de prácticas: Rebeca.

…………………..

Conseguí llegar al vestuario cubierto con mi albornoz. Dispuesto a refrescar mi libido y enfriar mis deseos. Afortunadamente no había nadie ya que cerca del mediodía de un lunes la cosa estaba muy tranquila, excepto yo, acelerado perdido. Habitualmente suelo ducharme en las duchas comunitarias, no tengo ningún tipo de pudor, pero en esta ocasión cogí mi neceser y me fui directamente a una ducha individual con puerta. No quería que nadie me viera con eso así en un vestuario masculino y se imaginara lo que no es. Me desprendí de la toalla en el interior, abrí el grifo y el agua comenzó a resbalar desde mi cabeza por todo mi cuerpo con dirección al desagüe. ¡Qué momentazo!

La puerta de los vestuarios se abrió, pude oír el chirrido característico de las bisagras desengrasadas. No alcancé a oír nada más y seguí enjabonándome. Ajeno a todo continué, hasta que tres toques suaves a la puerta llamaron mi atención y abrí lentamente. Ella estaba allí, en silencio y con su pícara sonrisa. Le ardían los ojos. Se desenroscó la toalla de la cabeza y desprendió su larga melena castaña. Yo no articulé palabra. Pasó al interior y sutilmente soltó la toalla que cubría su cuerpo, dejándola caer y mostrando lo que más de cuarenta primaveras y la cirugía, pueden hacer en un cuerpo femenino concebido para el placer…

lunes, 12 de enero de 2015

Nuestra historia. Epílogo.

Tras el capítulo de la pasada semana (44. Y llegó Nochevieja, también de Maribel Mena), hoy llegamos al final de esta andadura que tras 45 semanas nos ha mantenido unidos... 
El capítulo arrancaba con Sandra y Rafa llegando al piso de Patricia para buscar la llave de la casita de Pau. Ellos se adelantarán y prepararán todo para cuando lleguen el resto de amigos a la gran cena que cerrará el año. Allí Jack decide irse con ellos y los tres se adelantan un día al resto.
En la otra parte del mundo los padres de Patricia deciden ir a pasar el fin de año con su hija y conocer a su nieto por sorpresa, aunque desconocen que ellos tienen previsto irse a Pau.
Pedro y Ana se disponen a cargar el coche cuando se encuentran con Mario que se ofrece a llevarles algo en su coche. Ana le sugiere que llame a Ian para que no haga el trayecto el solo.
Patricia se sincera con Mary momentos antes de salir hacia Pau y le cuenta quién es el padre de Miguel, su hijo. Mary conduce todo el camino para que la joven y el niño descansen.
Ramón ya tenía su plan ultimado con su hermano para fugarse. Thomas se cambiaría por él, nadie se daría cuenta ya que últimamente se habían convertido en dos gotas de agua. Una vez fuera, Thomas recuperaría la cordura de una enfermedad que no padecía...
En Pau Rafa ya tenía todo listo para la llegada de los invitados mientras Sandra y Jack jugueteaban por los alrededores.
Los primeros en llegar fueron Pedro, Ana y las niñas. Después de un buen rato llegó Ian, acompañado de Laura y de su hijo David, que pronto hizo buenas migas con el pequeño Jack.
Ana se sentía inquieta, presentía que algo no iba bien y decidió salir a tomar el aire y esperar a Patricia y Mary fuera, pero cuando abrió la puerta casi choca con Mario y ellas dos que acababan de llegar. Aun así, la inquietud de Ana no desapareció totalmente.
Una vez todos allí se dispusieron a cenar. De repente sonó el timbre y el miedo de Ana se incrementó. No esperaban a nadie más y no tenían vecinos alrededor. Pedro se dirigió a abrir y Sandra recordó la imagen de Thomas o Ramón en el aeropuerto. Tenía la certeza de que tras la puerta estaría Pedro...
Todos las miraban a ellas seguían paralizadas por el miedo. Tras un par de minutos eternos la puerta se abrió lentamente, Pedro seguía a medio camino y pudo ver el primero quién intentaba entrar...
Eran los padres de Patricia que venían a unirse a la fiesta, a abrazar a su hija y conocer a su nieto. Una vecina les dijo a su llegada que su hija se había ido con unos amigos a la casita de Pau.


¿Qué nos ofrecerá el epílogo de Adolfo Navascués Gil? No os lo perdáis a continuación. Y el próximo lunes estamos de estreno con el primer capítulo de TayTodos, la nueva novela colectiva de los lunes para 2015.



Epílogo.

Ana se había apostado en la misma piedra, en el mismo lugar que ocupaban todos los veranos y que al acabar el otoño, servía de trono para los componentes del Club de las Ilusiones.
La hojarasca de los chopos, cubría gran parte de la sinuosa senda que separaba el mundo real del mundo de los soñadores.
Ella, sentada, con una vara de tamariz dibujaba caras en el barro que cubría parte del espigón, testigo del paso de mil avenidas del río, de mil risas y otros tantos llantos de aquel fantástico grupo.
Aunque ya hacía años que en verano no se reunían, si algún que otro año quedaban, seguían con el ritual de acercarse a matar el tiempo en recuerdos, a revivir añoranzas, a soñar futuros.
Ella, absorta, jugaba con su palo, tiraba briznas al agua como cuando lanzaban a la orilla los papeles escritos, las cartas de amor no entregadas y todo aquello maligno, que emulando a la hoguera de San Juan, esperaban que la corriente se la llevara y purificara, o llevara y trajera quereres.
Alguien tocó su hombro, había llegado como siempre, sigiloso, sin ruido, como si no hubiese venido.
—Hola Ana, como siempre llegas la primera.
Esta se volvió y abrazó al recién llegado, sus miradas se cruzaban, y sus manos recorrían de cuello a caderas los cuerpos, como queriendo palpar el tiempo pasado en las carnes.
—¿Vienes solo?
—No, Sandra está en el merendero con los niños, les ha traído una merienda y unos dulces, bueno unas chuches. Y ¡cómo no!… lasaña de atún, para no perder la costumbre. Rafa ha soltado a la perrita que ha salido disparada del coche y está persiguiéndola entre choperas y panizos. No sé en que estado llegará… —se sonrío al imaginarse a su cuñado.
Pedro, terminó de acariciar las manos de Ana, los recuerdos le sobrevenían en latidos, en flashes, las conversaciones, los secretos, los besos tras las zarzas, los juegos...
 —Este año somos menos.
El grupo de la ilusión, al paso de los años se había reducido hasta quedar en número de ocho.  Patricia, Mario, Laura e Ian habían enviado un whatsapp que estaban llegando.
—Ana, ¿has mirado en el agujero de las ilusiones?, a lo mejor queda alguno de nuestros manuscritos.
Pedro, sabía que Ana siempre había sido la más curiosa, la más inquieta, rozando la frontera de cotilla.  Siempre enamoradiza, entregada, pero a la vez motor de aquellas iniciativas de unión entre ellos, forzando situaciones y encuentros.
—No —mintió.
Ya había hurgado en el hueco y recuperado algunos trozos de papel envueltos en bolsas de plástico, depositados allí en alguno de los encuentros y que representaban las ilusiones, las historias que soñaban vivir.
Un claxon cortó la conversación…

En un “plis plas” estaban los ocho juntos, haciendo corro, comiéndose a besos, fundiéndose en abrazos. Se montaban las risas con las apresuradas ganas de contarlo todo, se sobaban unos a otros, se miraban, se querían.
Uno tras otro, tomó posesión de su asiento, de su piedra, de su feudo, de su parcela en el espigón del río.  Inevitable mirar los vacíos, de aquellos que llevaban años sin aparecer, no porque hubiesen fallecido sino porque la vida les había llevado a otros lugares.
—¿Alguno sabe algo de los que faltan? —interrogó Pedro a los presentes.
—Bueno, este año creo que vamos a tener una sorpresa, en navidades me han prometido venir todos, vamos a tener una sorpresa con el nuevo año — replicó Ana, que como de costumbre había tomado iniciativas sin contar con nadie.
Todos se alegraron, pero dudaban, de que esto sucediera. Ana tomó la palabra:
—He encontrado el motivo para este encuentro, pero quiero que sea una sorpresa hasta el final, incluidos vosotros.
—Esta Ana siempre igual —apostilló con sorna Mario—, seguro que nos tendremos que empachar con lasaña de atún, como los “crios”. ¡Mirarlos todos sentados en corro como nosotros!
A unos metros, mal sentados en los bancos, los retoños desgreñados reían y se pasaban el cigarrillo de uno a otro, como antaño hicieron sus padres.  Dos niñas vestidas iguales, con coletas y el pelo rojo, salidas del mismo vientre, el mismo día, un chaval sin afeitar, que aparentaba hombría de más y otro barbilampiño, de finas maneras.
El más machote, escuchaba y apuntaba en un bloc, tal vez letras de canciones, tal vez versos de amor, o tal vez las fantasías heredadas de los que metros más para adelante trataban de recordar y compartir.

Los cinco amigos, se acercaron al pocillo de las ilusiones, que era el hueco en la piedra donde todos los años, al caer el otoño, guardaban sus  recuerdos escritos, sus historias, sus devaneos.
—No hace falta que busquéis nada, como todos los años, está vacío. Ya le he preguntado a Ana, y no hay nada, el río se los lleva, como se llevaba los barquillos de juncos cargados con nuestros malos deseos corriente abajo —era Pedro, informando a los demás.
Ana se apretó el bolso entre el pecho y el sobaco, sintiendo el crujir de las bolsas de plástico, que como todos los años, hurtaba del pocillo para enseguida, sacar la vieja agenda, repartir varias hojas entre los presentes y rasgar la suya. En un par de minutos, todos la tenían rellena, y con un ceremonial casi estudiado las doblaron, las metieron en una bolsa blanca y esta la introdujeron en el hueco de la ilusión, taparon con barro la oquedad y unieron sus manos.

Vámonos, dos palmadas y los chicos estaban cada uno al lado de sus progenitores.
Ana acarició a las gemelas, y estas le dieron su diario, y se fueron de la mano hacia el aparcamiento junto a Pedro. Patricia le echó la mano por el hombro al casi imberbe y se alejaron despacio.
Disimuladamente, Ana abrió el bolso. En un puñado arrugado e incluso húmedo sacó la bolsa de plástico que como todos los años se había adueñado, se acercó al banco, donde el machote terminaba de matar el cigarro liado que momentos antes había compartido.
—Toma David, ya sabes, nos vemos al comenzar el nuevo año.

Ana gritó.
—¡Esperad, esperad! ¡Que nos queda la cita del año nuevo!
—¡Tú dirás! —respondieron los otros antes de subirse a sus respectivos autos.
—Nos vemos todos el tres de Enero, bueno todos nosotros y Nuestra historia...

viernes, 9 de enero de 2015

Colección Uni2. Tú, yo... y él: 5. ¡Estúpido engreído!

Quinto capítulo de "Tú, yo... y él", de Merche Comín titulado "Sin título". Seguiremos las peripecias y doble vida de Mónica. ¿Qué ocurrirá hoy?



5.      ¡Estúpido engreído!


Lo más lógico hubiese sido no escribirle. Cerrar la conversación, y pasar del tema. Pero no fue así…
—¿Y esa foto?
Maldije durante un rato mi respuesta. Era consciente de por qué tenía esa foto, y si yo no quería dar explicaciones, no tenía que hacer esa pregunta. Pero la hice.
No tardó mucho en volver a sonar el dichoso móvil. No hacía más que mirar si me había contestado, y cuando lo hizo sentí rabia. Creo que en el fondo quería evitarme un problema, y para ello necesitaba que desapareciese de mi vida. O de momento de mi móvil.
—Supongo que te sonará la cara. No hace falta mucha más explicación.
—¡Estúpido engreído! —dije en voz baja.
Ahora sí, bloqueé el teléfono, cogí las llaves  y diciéndole a mis padres que tenía que ir a hacer un recado urgente, me fui hacia el pub donde anoche había aparcado la moto. En algún momento tenía que ir a buscarla.
La dejé aparcada en casa y entre al supermercado para comprar algo para cenar. Metí la moneda en el carrito, abrí el asiento para bebés y deje mi bolso, lo tapé con el pañuelo y comencé a recorrer los pasillos.
Pan, yogures, unas magdalenas para el desayuno de Efrén y unas salchichas para cenar. Me paré en el pasillo de la leche y con mi radar de madre soltera en plena crisis, comencé a buscar ofertas. Mientras miraba un tetrabrik y comprobaba los precios, oí una voz que me resultaba familiar. Me puse alerta y alcé la cara. Dejé la leche que llevaba en las manos en ese momento en el carro. «¡Esta mismo!», pensé sin mirar más.
Se escuchaba una risa insoportable al otro lado de la estantería y la voz que reconocía le reprochaba que se callase.
Dejé el carro y disimulando, asomé la cabeza para confirmar mis sospechas. ¡Era Izan con esa chica! Volví a esconder mi cabeza y me apresuré a por el carrito. Tenía que salir de allí antes de que me viesen.
Me dirigía hacia la salida, cuando me tropecé con ellos.
Nos miramos. Pasaron un par de segundos que se hicieron horas. Era inevitable perderme en esos océanos azules. Sus ojos se clavaron en los míos pero reaccionaron enseguida ante el codazo de la impertinente de su novia.
—Perdón —dije mientras me apartaba de su camino y agachaba la cabeza.
No contestaron ninguno de los dos.
Seguí hacia el final del pasillo y sin saber muy bien por qué, gire mi cabeza hacia ellos. Izan estaba mirándome. Estaba intentando disculparse con su mirada. Volví a bajar la cabeza y seguí mi camino.
Subí a casa a dejar las cosas que acababa de comprar, me senté en la banqueta de la cocina y abrí su conversación. Miré la foto durante un rato y empecé a analizar la situación. Ella con los brazos en alto muy sonriente protagonizando la foto. Él, detrás de ella, agarrándola por la cintura.
—¡No es feliz! —me intentaba convencer a mi misma.
Vibró el móvil. Apreté el botón de salir para ir a la conversación oportuna, pero no tuve que ir muy atrás. Era él quien había hecho vibrar mi teléfono.
“Necesito hablar contigo. Tengo que contarte muchas cosas.”
«No hay mucho que explicar», pensé.
Me levanté, cogí la bolsa y comencé a recoger la compra. Aunque la verdad es que no podía quitarme de la cabeza esos tequilas, los bailes, sus tatuajes, mis sábanas, esas horas que pasamos juntos. Lógicamente, todos esos pensamientos, incluida la sonrisa que tenía dibujada en la cara se frustraron cuando recordé los gritos, las lágrimas de mi madre, la inocencia de Efrén e incluso su cara. Ya tenía suficientes problemas. No podía permitirme ninguno más. Tenía que seguir convenciéndome de que lo de ayer sólo fue una noche divertida.
Llamé a mis padres para decirles que iba de camino. Que estaba bien. Conociéndoles, estar más de una hora fuera de casa  sin haberles dicho cuál era ese recado tan urgente, lo menos que estarían haciendo sería buscar el teléfono de los GEOS en el dichoso Google. ¡Qué ocurrencia la mía, Ponerles internet en casa!
Mi cabeza no dejaba de enlazar lo sucedido en las últimas horas, era un popurrí de sentimientos. Y no encontraba salida a ninguno. Lo mejor que sabía hacer era intentar olvidar todo.
Giré a la derecha, y esta vez, miré a ambos lados de la calle. No venía ninguna bici. Podía pasar tranquila.
Fue transcurriendo la tarde y ya anochecía.
—Efrén, deberíamos irnos a casa —le dije entrelazando mis dedos en su pelo.
—Espera que terminemos la partida —me contestó mi padre.
Mientras terminan de jugar, me senté en el apoyabrazos y observé cómo mi padre estaba en la esquina del sofá, mordiéndose la lengua y haciendo verdaderos esfuerzos físicos y mentales para que su coche corriera más y cruzara el primero la línea de meta.
—¡Sííííí, tooooma! —exclamó Efrén.
—¡No vale! ¡Has hecho trampas! ¡Revancha! —contestó mi padre hecho una furia.
—¡Vale, por favor! Y tú Miguel, no seas más chiquillo que el niño… —se entrometió mi madre.
—Pero si es que no puede ser. ¡Me ha adelantado en la última curva sacándome del circuito! ¡Y eso, quedamos que no valía! —seguía mi padre.
—Yayo, no te enfades. Mañana te enseño un truco, y te dejaré ganar alguna partida… —le contestó mi hijo, enfureciendo más aun a mi padre.
—¡Lo que me faltaba! El “moñaco” este... ¡Qué me dejará ganar una partida dice! ¡Si soy yo el que no quiere ganar por no darte un sofocón!
Todos nos echamos a reír menos mi padre, claro, que seguía convencido de que era bueno jugando a las “maquinetas”.
Fuimos caminando hasta casa, después de convencer a la familia de que no era necesario que nos acompañasen ya que no era muy tarde, y ya estábamos todos más tranquilos.
Saqué las salchichas, y Efrén subido en la banqueta, abrió el paquete y las colocó en un plato. Las metió al microondas y le dio dos veces al botón.  Apoyó los codos en la encimera y sujetando su cabeza con las manos miraba expectante cómo se abrían en cada vuelta de plato. Al tiempo que yo abría unos panecillos y colocaba estratégicamente unos tranchetes cortados y un “churrutazo” de kétchup.
Sonó el portero automático y empezaron a temblar mis piernas y a acelerarse mi cerebro. Tanto, que iban más rápidos mis pensamientos que mis torpes movimientos. Podría ser Marcos, que desde anoche no sabía nada de mí. O podían ser mis padres, cualquier amigo o incluso la vecina porque se le habían olvidado las llaves de casa.
Volvió a sonar, esta vez dos veces.
—Baja de ahí y ve a tu cuarto —dije en voz baja pero firme.
Obediente como el que más, Efrén se metió en el cuarto preso de mi mirada que observaba cómo cerraba la puerta.
Cogí mi teléfono y miré la hora.
—¿Si? —contesté al insistente sonido.

—¿Mónica?

miércoles, 7 de enero de 2015

Sueño seguir soñando.

Sabes una cosa... Si me tumbo y cierro los ojos puedo soñar.
Sueño que un día estuve rodeado de amigos, muchos amigos, muchísimos. Unos que todavía conservo desde la infancia, otros que he ido sumando a lo largo de los años, y otros que afortunadamente este último año el destino ha hecho se coincidieran conmigo.
Sueño que una ilusión y una idea medio alocada confluyan durante todo un año en un esforzado y reconfortante trabajo canalizando los deseos de mucha gente hacia un ilusionante objetivo que por suerte hoy ya tenemos entre nuestras manos.
Sueño con ver vuestras caras sonrientes reflejadas en la mía.
Sueño con poder compartir una velada mágica con todos vosotros en el lugar idóneo donde todo y nada tiene sentido, y tener como anfitrión a una persona polifacética de gran corazón que me ofrezca su madriguera para cobijarnos al calor de la amistad.
Sueño con ponerle acordes a esa noche y juntar cuerdas eléctricas con sonidos de nuestra tierra que te transportan al pasado pero que intuyes al fusionarse el futuro.
Sueño con acercar los puntos cardinales de este bendito país y por un momento, sólo por esta noche, que Lorquí y Luceni estén tan cerquita.
Sueño con conocer totalmente al azar cuatro días antes a una autora de mi comunidad y que tenga la elegancia y valentía de desplazarse desde “el charco” hasta lo más Alto de la Ribera del Ebro en Aragón para conocerme y compartir este momento con todos nosotros.
Sueño con tener a mi familia siempre apoyándome incondicionalmente, independientemente del resultado o la valía de lo que proponga.
Sueño con que un ángel inmortalice esos momentos y podamos compartirlos a través de las redes sociales o guardarlos en nuestras retinas durante toda la vida.
Sueño con tener un amigo que apague sus fogones durante un momento para juntar palabras mágicamente y relatarnos un minicuento con muchas referencias implícitas.
Sueño con atropellar a otro, también con mucho arte, y sin tiempo ni obligación robe horas al reloj para hacernos visibles a unos personajes que amanecieron un día en mi cabeza.
Sueño con que una miss turbe ese momento y me ponga en un bonito aprieto, confabulándose con el resto de caras que aparecen en mis ensoñaciones, para rematar ofreciéndome un regalo tan grande que quepan todas esas caras para enmarcar.
Sueño con conversaciones cargadas de entusiasmo a los pies de la Alhambra para que todo ese trabajo se traslade al papel y nos llegue a tiempo para regocijo de los habitantes de este sueño.
Sigo soñando con involucrar a más gente y seguir haciendo crecer este sueño: sueño seguir soñando...
Un 3 de enero de 2015 el sueño provocado por una noche de insomnio (bonita paradoja) se cumplió colmando todas mis expectativas.
Así que si me disculpan, bajen la voz. Voy a apagar la luz, a tumbarme a descansar, a cerrar los ojitos, a escuchar la placentera respiración relajada de mi familia en el duermevela que antecede a la sala de los sueños, y si tengo suerte y la modorra me vence caer en un maravilloso mundo onírico que veremos que me ofrece esta vez.
Brindemos porque se cumplan todos vuestros sueños en el futuro. Gracias por aparecer en ellos.
Besetes a tod@s. Nos leemos.


Despistado Observador

lunes, 5 de enero de 2015

Nuestra historia. XLIV: Y llegó Nochevieja...

Tras el capítulo de la pasada semana (43. Encuentros inesperados, de Maite Navarro), hoy la acción continúa...
El capítulo arranca con Ramón en prisión, incrédulo ante las pruebas de paternidad que Ana le ha enseñado y discurriendo un plan para ver que puede hacer de ahora en adelante. Para su hermano Thomas le deja la misión de permanecer en España atento al grupo de amigos, para ver de qué es capaz de enterarse.
Mientras en la ciudad Pedro y Ana se encuentran con Sandra y Rafa paseando por un parque cercano a su casa. Ana agradece la vuelta a la rutina y dejar atrás todos los problemas que este año les ha traído.
Mary telefonea a Patricia para interesarse por el estado avanzado de su embarazo y se compromete a venir a España para los días de Navidad pasarlos junto a la mujer que pudo salvar la vida de su hijo. En esas fechas está previsto que Patricia de a luz y Mary quiere acompañarla en ese trance ya que la joven se encuentra sola en la ciudad y su grupo de amigos la ha dejado un poco de lado últimamente con todos los incidentes ocasionados por Ramón. Tras colgar el teléfono Patricia se emprendió con las tareas del hogar para tener todo listo para recibir a sus invitados y se fue al centro para hacer unas compras. Al llegar allí se encuentra con Rafa y Sandra, y con un café y una buena conversación solucionan rápidamente los problemas del grupo. De ahí surge la iniciativa de la cena para dar la bienvenida a Mary y Jack. Además la joven pareja se ofrecen para ir a buscarlos al aeropuerto. Una vez allí descubren que Thomas también está allí, este los descubre y corre a contarle las nuevas noticias a su hermano que trata de urdir un plan para salir de prisión.
Patricia se encontraba haciendo la cena cuando sonó el timbre, se dirigía a abrir cuando Federico con su comportamiento la alertó de que algo peligroso podía suceder. No llegó a abrir a tiempo ya que una fuerte contracción le impidió moverse durante unos minutos. Cuando finalmente pudo abrir ya no había nadie tras la puerta... Mas tarde sí que llegaron los invitados, y se dispusieron a cenar hasta el momento de los postres cuando la anfitriona se puso de parto y todos se fueron para el hospital. Enseguida tuvo a su hijo en brazos.
Es allí, donde Pedro invita a Patricia y Mary a pasar la Navidad con ellos y su familia y Ana propone una cena para Nochevieja todos juntos de nuevo. Así que entre unos y otros proponen ir a la casita de Pau para esa fecha. Teresa y Roberto entraron a la habitación con buenas noticias y mandaron a los amigos para casa con el pretexto de que la recien parida pudiera descansar por fin.
Los siguientes días pasaron rápido con los preparativos de Nochebuena en casa de los padres de Pedro y Sandra. Allí acudieron también Mary, Jack, Patricia y el pequeño Miguel, una cena muy agradable para olvidar este año...

¿Quién llamaría a la puerta de Patricia? ¿Y por qué esa reacción tan defensiva del perro Federico? ¿Logrará Ramón fugarse de prisión? ¿Qué será lo próximo? ¿Cuales serán sus planes? ¿Caben más sorpresas? No os perdáis el capítulo de hoy, el último de Nuestra historia. Y el próximo lunes el epílogo final de Adolfo Navascués Gil.

En cuanto a su creadora, destacar el difícil papel que ha tenido que afrontar: cerrar Nuestra historia, ya que este es un capítulo doble que tendrá su continuación esta noche con el desenlace definitivo. Desde el principio mostró mucho interés por el proyecto y lo ha seguido asiduamente. Ha sido una suerte y un gran acierto poder contar con ella para semejante responsabilidad. Ha sabido darle a los capítulos la intriga y el misterio necesario para tenernos alerta con el tema de Ramón incluso teniendo a este en la cárcel y ha encauzado muy bien la situación para cerrar de manera circular la trama: volviendo a reunirse todos de nuevo en Nochevieja. Veremos a ver que sucede hoy, aunque alguno de vosotros ya sabéis el final ya que os llevasteis vuestro libro en la presentación del mismo. Sobre este tema hablaré en una entrada especial que aparecerá muy pronto.



XLIV. Y llegó Nochevieja...

Habían pasado cinco días desde Navidad, cuando sonó el timbre en casa de Patricia. Eran Sandra y Rafa que venían a por la llave de la casa de Pau. Tal como acordaron en Nochebuena ellos irían antes para prepararlo todo y, sobre todo, encender la chimenea y calentar la casa para cuando llegaran con los bebes.
De repente, sin saberlo Mary, Jack dijo:
—¿Puedo ir con vosotros? —y girando la cabeza hacia Mary, la miró y añadió—. Mamá, ¿me dejas?
Mary se quedo sorprendida. No tanto porque quisiera irse solo con Rafa y Sandra, se llevaba muy bien con ellos, sino por esa prisa por volver a esa casa y sin ella. En un principio a ella le dio miedo la propuesta de pasar el fin de año allí, por su hijo, ya que allí había estado cautivo. Pero ahora se daba cuenta de que sobre todo, le había dado miedo por ella, por lo que para ella había significado ese lugar, y el miedo que le había producido al estar separada de su hijo. Pero Jack no sólo guardaba recuerdos malos de ese lugar y además la casa y el entorno eran preciosos y perfectos para jugar, y esta vez iba con dos amigos y al día siguiente iría ella. No, Jack no tenía miedo. Jack estaba emocionado con ese fin de año diferente. Lo notaba en sus ojos, así que sólo pudo decir:
—Por mi vale. Si a Sandra y Rafa no les importa…
—¡Que nos va a importar! Es un chico encantador y seguro que nos ayuda un montón a preparar todo para cuando lleguéis— dijo risueña Sandra.
Cinco minutos más tarde ya estaban los tres rumbo a Pau. Durante todo el viaje fueron cantando canciones y jugando a adivinanzas y al veo-veo. Lo pasaron tan bien que casi les dio pena llegar.
—Ya estamos, ¡mirad, es allí! —dijo excitado Jack, cuando al girar la última curva se veía ya a los lejos el camino que conducía hasta la casa de la montaña de los padres de Patricia.

Mientras en la otra esquina del mundo, los padres de Patricia se disponían a tomar un vuelo rumbo a Europa. Tenían previsto hacer transbordo en Amsterdam y desde allí volar a España para sorprender a su hija. Sin saber que ésta tenía pensado recibir el nuevo año en Pau. Patricia no les había dicho nada, no quería añadirles la preocupación de un viaje tan largo en coche, a las que ya tenían ellos.

Ana y Pedro preparaban las maletas para dejarlo todo listo para el día siguiente. Mario bajó varias veces a preguntarles si necesitaban que les llevara algo en el coche, ya que él finalmente iba a ir solo y tendría mucho hueco libre en el maletero. A los dos les extrañó que no lo acompañara Hugo, pero no quisieron decir nada. Mario siempre había sido muy reservado en su relación con Hugo y no tenían muy claro si alguna vez habían sido más que amigos o si sólo fueron eso. Lo cierto, pensó Ana, es que le vendría muy bien ese espacio extra de maletero, ya que el carro de las gemelas lo ocupaba todo. Aún así, le dijo a Mario una de las veces que bajo:
—¿Podrías llamar a Ian? Tal vez podáis ir juntos y así no vas sólo en el coche.
—Es cierto, lo haré. Gracias Ana, estas en todo —dijo Mario—. De todos modos cuenta con un hueco en el maletero. Seguro que os hace falta.
—Gracias —se adelantó a decir Pedro, mientras pensaba que no sabía cómo iba a meter en el coche ni tan siquiera la mitad de lo que habían preparado.
Patricia y Mary también estaban ultimando sus maletas. Mary estaba nerviosa, tenía que hacerle ya la pregunta a Patricia, ahora estaban solas. Mary necesitaba saber si Miguel era hijo de Ramón, saber si era hermano de Jack. Jack siempre había querido tener un hermano y ella sabía que ya no podría dárselo. Si eran hermanos quería que lo supieran y pudieran seguir viéndose y compartiendo vivencias. No sabía cómo abordar la cuestión con Patricia pero sabía que este era el momento.

Mientras los amigos, ilusionados con la idea de una Nochevieja juntos, se disponían a partir, en otro lugar de la ciudad dos hermanos conversaban sobre el final de su plan, también con ilusión pero de distinta forma. Estaba todo ultimado: Thomas se cambiaría por Ramón. Nadie en el psiquiátrico se daría cuenta… Con el paso de las semanas se habían convertido en dos gotas de agua. Ramón sería libre y en poco tiempo también lo sería Thomas al curarse de una enfermedad que él en realidad no padecía.

Pasado el momento de tensión, Patricia y Mary montan juntas en el coche. Mary ya más relajada tras haberse sincerado con Patricia y esta a su vez también liberada al haber podido compartir su verdad con alguien. Ya que hasta ahora no había hablado con nadie de ese tema, se había distanciado tanto de sus amigos meses atrás que no tuvo un hombro amigo en el que desahogarse. Pero ahora lo que ocurrió pasó y ya no importaba, el pequeño Miguel en sus brazos y con su sonrisa le daba fuerzas para todo. Era su mejor motivo para olvidar todo lo pasado y el motor que empujaba su vida. Se restregó una lágrima que caía de su ojo al recordar todo, lo mal que lo pasó, sin poder contar ni con sus amigos ni con su familia, bastante tenía su madre con la enfermedad.
—Bueno, dejémoslo. Ya está todo hablado —dijo Mary—. Puedes estar tranquila, no contaré nada a nadie hasta que tú no tengas fuerzas para hacerlo. Olvídate, descansa y mientras conduzco a Pau aprovecha que Miguel se ha dormido y duerme tú también un poquito.
—Gracias —dijo Patricia, casi quedándose dormida conforme terminaba de hablar.

Jack jugueteaba por los extensos campos que rodeaban la acogedora casa de los padres de Patricia. Corría de un lado a otro, en incluso se metía entre los frondosos árboles del cercano bosque que constituía el pie de la ladera de la cordillera montañosa a cuyas faldas estaba enclavada la preciosa vivienda. Sandra le gritaba:
—Vuelve Jack, te estas yendo muy lejos —cuando de vez en cuando lo perdía de vista entre los árboles, no quería que se perdiera.
Otras veces Jack corría hacía un lago inmenso de cristalinas aguas que ahora estaba helado. Quería deslizarse sobre sus aguas heladas y patinar sin fin.
—Ven Sandra, ven conmigo —le decía entre risas.
—¡¡¡Noooo!!! —gritaba Sandra todo lo fuerte que podía—. Puede romperse y caerte a las heladas aguas. No lo hagas —y Jack obedecía pero se reía cuando la veía correr a trompicones hacia él.
Mientras, Rafa ya había terminado de preparar todo dentro de la casa y tenía todo dispuesto para cuando llegaran los demás. Había encendido la chimenea para que toda la casa estuviera caliente y había dispuesto cojines alrededor del hogar y de la mesa llena de deliciosas pastas y turrones para tumbarse alrededor de ella y disfrutar de una larga velada entre amigos. También tenía todo dispuesto en la mesa principal, los canapés y aperitivos presentados en exquisitas bandejas y los platos fuertes de la cena guardando el calor en grandes ollas y en el horno. No se le había olvidado ningún detalle.
Al acabar, miró el reloj. Pronto comenzarían a llegar los demás, así que salió a llamar a Sandra y a Jack. No los veía, así que echó un grito:
—¡¡¡Sandra!!!
Y al cabo de unos minutos, de entre las ramas, apareció Jack corriendo seguido de Sandra. Estaban llenos de tierra y llenos de ramas. Les dijo:
—Rápido, casi es la hora, van a llegar. Corred a cambiaros de ropa para la cena. Tenemos que estar listos.
En poco menos de media hora estaban listos los tres en la puerta de la casa, como perfectos anfitriones, esperando que fueran llegando los demás.
Los primeros en llegar fueron Pedro y Ana con las gemelas. Venían dormidas del viaje, estaban agotados y hacía poquito que habían tomado leche. Así que las metieron directamente en las cunas, cerca del hogar para que estuvieran calentitas. Sandra se quedó con las ganas de despertar a sus sobrinas para jugar un rato.
Estaban los cinco sentados en los cojines contemplando el fuego en la chimenea, cansados de esperar, se les estaba haciendo largo, aunque aún no eran las nueve, cuando sonó la puerta. Jack se levantó corriendo, esperaba que fuera su mama. Pero no…
Allí en la puerta estaba Ian. Y para sorpresa de todos, no venía solo. A su lado cogida de la mano estaba Laura, a la que todos recibieron encantados. Sobre todo Ana, que después de todo lo pasado, necesitaba más que nunca a una amiga a su lado. Laura para ella había significado mucho y estaba encantada de que además de ser parte de su pasado fuera a serlo de su futuro. Pero no era la única sorpresa que Ana se llevaría de Laura, ya que tras ellos iba un niño de apenas seis o siete años, que se escondía entre las piernas de su madre. Laura había venido con su hijo, David.
Tras la confusión inicial, se pasó a las risas, sobre todo Jack y David que enseguida se hicieron amigos y empezaron a hacer pequeñas bromas y travesuras.
Ana no estaba tranquila, tenía una extraña sensación esa noche. Miró el reloj, eran más de las nueve y Patricia y Mary no habían llegado. No quería decir nada, por no preocupar a Jack, pero…. le parecía que era muy tarde y que algo podía haber sucedido. Se levantó a ver si sus pequeñas seguían dormidas, se volvió a sentar, se volvió a levantar, esta vez a la cocina a por un vaso de agua, no podía parar quieta, le podían los nervios. Al final, cogió una chaqueta de lana, se la puso y se dirigió a la puerta, necesitaba salir fuera, ver si a lo lejos vislumbraba los faros del coche o, al menos, que le diera el aire para ver si podía calmarse y no transmitir sus nervios a los demás.
No hizo más que abrir la puerta y casi se choca con Mario que venía seguido de Mary y Patricia. Se sintió aliviada al ver que estaban ya todos, pero esa extraña inquietud que sentía permanecía en el cuerpo.

Por fin, estaban todos. Ya podían sentarse a la majestuosa mesa que tan elegantemente y con suculentos y deliciosos bocados había preparado Rafa. Y así tranquilamente, comenzaron la última cena de aquel año tan extraño, que no olvidarían nunca. Con tan malos momentos pero que pese a todo también había tenido momentos felices y hermosos encuentros, como el de esta noche tan especial que estaban disfrutando, ilusionados los amigos.
Rafa acababa de levantarse a por la crema de castañas que había preparado cuando, de repente, sonó el timbre. Se miraron extrañados. A Ana un escalofrío le recorrió la espalda. No esperaban a nadie más y no había vecinos cerca que pudieran haberse acercado. Se miraron extrañados. Pedro se levantó para dirigirse a la puerta. Ana se había quedado helada, paralizada por el miedo en la mesa. No sabía a qué o por qué tenía miedo, pero lo tenía. Sandra recordó lo del aeropuerto y gritó a su hermano que se parara y no abriera. Los demás la miraron preocupados, estaba atemorizada, se le notaba el terror en su cara y eso asustó a todos.

Pasaron casi dos largos minutos de tensión, mirando a Sandra y Ana que estaban aterrorizadas. Sobre todo Sandra, que tras lo pasado en el aeropuerto estaba casi segura de que en la puerta estaba Ramón, no sabía cómo habría podido llegar hasta allí pero estaba casi segura de ello.
De repente, una llave giró y la puerta principal de la casa chirrió al abrirse, desde la mesa algunos de ellos podían ver el lento movimiento de la madera al girar. Se estremecieron en sus sillas, fueron segundos de gran tensión. Pedro estaba parado, rígido a medio camino, muy cerquita de la puerta. Y fue el primero en verlos y...

...fue el primero en respirar tranquilo. Eran los padres de Patricia, venían a unirse a la fiesta, a abrazar a su hija y conocer a su nieto. Una vecina les dijo a su llegada que su hija se había ido con unos amigos a la casita de Pau.