martes, 20 de enero de 2015

TayTodos. 1. La sauna.

Hoy arranca "TayTodos", la nueva novela colectiva que a lo largo de 2015 nos tendrá enganchados todos los lunes a las 21 horas. Os dejo con el capítulo inicial. Espero que os guste. Besetes a tod@s. Nos leemos.



1. La sauna.

Esa mujer no dejaba de mirarme… y no era la primera vez que lo hacía. ¿Será lo que yo pienso o el ambiente y los vapores de la sauna están haciendo que mi imaginación también se caliente?

Hace dos meses que regularmente acudo todos los lunes al M.S.C. (Mega Sports Center), desde su inauguración. Me pareció un centro deportivo espectacular y amoldé mis hábitos para dedicarme la mañana del lunes a mí mismo y disfrutar haciendo deporte, una de mis pasiones. Siempre vengo los lunes en sesión matinal porque es cuando el gimnasio está más tranquilo. Además en estas fechas de comienzo de año, cuando la insensatez llena de buenos propósitos los excesos en la mesa de las pasadas navidades, todo el mundo se pone a dieta, se apunta al gimnasio o se compra un libro. Luego se les pasa, pero de momento abarrotan el centro deportivo todas las tardes y me desesperan. Así que decidí venir los lunes por la mañana a las primeras de cambio. Podía disfrutar de todas las ventajas del gimnasio con tranquilidad, sin agobios y sin nadie esperando a que terminara mis tablas en cualquier máquina, para sacarme de ahí a golpe de “lorza pancetoturronera”. Disfrutaba los lunes por la mañana, la verdad sea dicha.
Y después está el tema de la sauna. Me desnudo completamente después de una buena sesión de ejercicio físico y salgo del vestuario con mi albornoz, cubierto únicamente por una toallita blanca impecable que oculta mis pudores, y me desparramo en ese ambiente de calor y humedad que hace que me relaje totalmente y olvide lo que viene después: una jornada maratoniana de trabajo y ansiedad. Ese es mi momento de la semana: vapor, calor y humedad. Mente en blanco. Relax total.

La sauna era lo suficientemente grande como para poder coincidir una decena de personas y no estar apretados. Era una muy buena instalación de madera y los asientos estaban colocados en forma de grada de hasta cuatro alturas. Se accedía por una puertecita acristalada desde la parte inferior, cuyas paredes formaban un ángulo recto que se cerraba con las gradas, en forma de tres amplias bancadas rectangulares. Yo solía tumbarme en la parte más alta para que no me molestase el trajín de gente entrando y saliendo. Los no iniciados no soportan ese ambiente mucho tiempo y salen despavoridos, asfixiados por la temperatura y humedad.

Permanecía tumbado, reposando la cabeza en una toallita que había acomodado a modo de almohada, cuando me percaté de esa mujer. Otra vez ella… También era asidua a la sauna todos los lunes, sobre estas horas. Ella enseguida se dio cuenta de que la estaba observando y esquivó mi mirada, aunque sutilmente dibujó un esbozo de sonrisa, que hizo que todos mis sentidos se mantuvieran alerta. Era más mayor que yo, eso estaba claro. Yo estaba a punto de llegar a la cuarentena y ella fácilmente me sacaría ocho o diez años, pero eso no impedía que conservara unos rasgos fascinantes y un fuego en los ojos, que te dejan “más flipao que Don Quijote en un parque eólico”.
En ese momento, un par de señores que conversaban en un tono de voz más elevado de lo que corresponde a un lugar de relax, abandonaron la sauna comentando sus peripecias en la pista de pádel. Nos habían narrado todo el partido, con sus jugadas más interesantes y sus bolas de partido. Todo. Un tostón absoluto que disfrazaba su mala educación o su inconsciencia. Pero por fin, se habían largado y podría relajarme.
El silencio se apoderó de la sauna. ¡Qué placer! ¡Qué tranquilidad! ¡Relax! Casi demasiado, porque cuando tus oídos han sido martirizados así, durante un tiempo, les cuesta hacerse al silencio. Levanté mi cabeza para ver quién quedaba en la sauna y ya solo estaba ella. Yo era ajeno a que éramos los dos únicos supervivientes, ella no. Creo que llevaba tiempo observándome desde la grada inferior, donde se había acomodado, pegando su espalda a la pared y con ambos pies sobre la bancada, solamente unos tres metros nos separaban quedando a mi izquierda. Su cuerpo dibujaba un ovillo, cubierto mínimamente por la impoluta toalla blanca. Su pelo estaba envuelto en otra toalla y su rostro humedecido por el vapor y sudor mostraba una piel morena, a la que el paso de los años había perjudicado mínimamente. Esta vez no desvió la mirada. Me sonrió pícaramente y abrió ligeramente sus piernas deshaciendo el ovillo lentamente. El vapor no permitía distinguir si era un descuido o una invitación al pecado. Y precisamente en ese instante se abrió la puerta de la sauna y entró una jovencita de unos “veintialgo” de mediana estatura, con aire despreocupado y alegre. Traía una sonrisa encantadora sobre unos finos y perfilados labios, engalanados con carmín color salmón, y el pelo recogido en una rubia coleta, encerrada por una goma roja, atusada con dos pompones muy graciosos, que todavía le daban un toque más infantil. También era una asidua de los lunes por la mañana, la conocíamos de vista, como al resto. Ambos la miramos y de un plumazo, el ovillo se cerró de nuevo. Ella nos miró desde abajo y sin comprender la situación que se estaba planteando tres bancadas más arriba, a su derecha, nos saludó:
—Buenos días.
Los dos la saludamos cortésmente. Yo me tumbé de nuevo y ella continuó en su pose, como si nada hubiese ocurrido.
Todavía la chica no había terminado de colocarse en la segunda bancada, a mi derecha cuando la puerta se abrió de nuevo y apareció un cincuentón canoso, con barba de dos días, que fue a parar a la tercera bancada, justo a la derecha de la joven.
—Hola, buenos días.
Nos saludó y se colocó unos auriculares con música clásica, que traía en un mp3 perfectamente aislado en una bolsita, para evitar que la humedad lo echase a perder. Otro que sabía disfrutar de las pequeñas cosas. ¡Bien hecho compañero!
Esto volvía a llenarse y decidí cerrar los ojos y no pensar. Aunque me resultó imposible olvidar el momento “instinto básico” que me acababa de regalar aquella mujer. Esto ya no podían ser imaginaciones mías. Ya no era el juego de miraditas que llevábamos varias semanas provocando. Era algo más serio. Cuando la razón y el cerebro pugnan con la pasión, las consecuencias suelen ser devastadoras. Y más cuando tu miembro viril comienza a sentir ese hormigueo previo, que anuncia la inminente llegada de una erección. ¡No! ¡Tenía que salir de allí antes de que fuera evidente! ¡Sólo llevaba una toalla!
Me levanté intentando bajar las bancadas con dignidad y que aquello no subiera con rotundidad. Ella no dejaba de mirarme y pese a ser un hombre bastante echado para adelante, al que es difícil poner nervioso, en ese momento era un auténtico flan. Me había fulminado con cuatro miradas y el calor de la sauna había fundido mi sensatez. Ducha fría. Eso era. Lo necesitaba…


Una vez salí de esa intensa sauna, allí quedaron el resto de compañeros de vapores. Mi cómplice de sugerentes miradas salió también a los pocos segundos. Jorge y Carolina quedaron entretenidos en sus pensamientos. Uno disfrutaba de Mozart y la otra repasaba mentalmente su agenda de citas y fiestas propias de la edad. A los casi “veintitodos” seguía soltera y sin inquietud por emparentar con el sexo opuesto, más allá de algún encuentro casual para satisfacer los instintos más primarios del “Saturday night”. Eso de flirtear lo tenía chupado con esa carita de ángel y ese cuerpecito proporcionado, perfectamente capaz de aturdir al más puesto en cualquier garito de la ciudad. Hacía unos años que había terminado la carrera de veterinaria y actualmente pertenecía a la empresa más grande de este descontrolado país… Seguía en el paro, aunque todas las tardes las pasaba revisando la salud de los animales, que una asociación de la ciudad recogía abandonados para buscarles una familia que los adoptara. Era su pasión, junto con la música, la moda y el deporte.


Seguía ensimismada en sus cosas cuando escuchó un sonido que llamó su atención. No podía ser… Y cuando ya estaba segura de que habían sido imaginaciones suyas, volvió a oír claramente otro pedo. Sí, sí, a aquel hombre se le habían escapado unos cuántos decibelios en sus flatulencias. Lógicamente él seguía ajeno a la situación, ya que las maravillas de Mozart impedían que fuera consciente de semejante intensidad.
En ese momento se giró hacia ella y se percató de que obviamente la niña los había escuchado ya que lo estaba mirando con cara de asombro. Cuando Carolina se encontró con los ojos de Jorge, rápidamente y sin saber muy bien por qué sintió una gran vergüenza y apartó la mirada de inmediato. Vergüenza ajena, que te hace sentirte más incómodo a ti que a quién realiza la acción. Era consciente de ello, pero la joven no pudo evitarlo. A él ya no le quedó la más mínima duda de que lo había pillado. Ambos se sonrojaron y estuvieron unos segundos incómodos en silencio, solos en la sauna, sin cruzar mirada.
Jorge se sentía muy avergonzado y para un señor tan educado, pulcro y cuidadoso como él, una situación así de desagradable le hacía sentirse, cuanto menos, muy incómodo. No sabía como romper el hielo para intentar disculparse con la joven. Hasta que decidió iniciar una conversación exculpatoria:
—Perdón —dijo simplemente mirándola.
Tras unos segundos de silencio sepulcral, Carolina, que todavía no se había atrevido a mirarle, comenzó a reírse sutilmente. Su cuerpo no podía contener aquella risa floja que la hacía temblar como un cascabel. No podía girarse, si lo hacía rompería a reír a carcajada limpia y tampoco era lo que pretendía.
—Lo siento —insistió Jorge.
Entonces fue cuando a ella se le escaparon todas las carcajadas que tenía retenidas durante aquellos larguísimos segundos. Todas a la vez. Rió bien a gusto hasta que pudo controlarse, que no fue pronto. Y para su sorpresa el señor de la bancada superior comenzó a reír también, contagiado de la preciosa risa de la joven. Cuando ambos se hubieron controlado, él intentó zanjar la escabrosa situación.
—De verdad que lo siento, no es propio de mí.
—Tranquilo hombre, son cosas que pasan.
—No, en serio. Es bastante penoso. Me gustaría compensarte, si no te importa. Puedo invitarte a un café o un refresco ahora a la salida.
La joven lo miró durante unos segundos, mientras mentalmente procesaba todo tipo de variables rápidamente. Jorge, consciente de que la proposición pudiera parecer lo que no pretendía intervino.
—No pasa nada. Si no te parece apropiado lo dejamos. No pretendo más que resarcirte de este mal trago.
Ella vio sinceridad en las palabras de aquel hombre, pero quiso comprometerlo un poquito más. Hacerse la ingenua era algo que siempre le había dado muy buenos resultados.
—Pero, señor… Si ni siquiera nos conocemos.
Jorge encajó la respuesta como pudo. Tampoco era descabellado que una joven de casi treinta años menos que él, rechazara la propuesta de un desconocido, de ir a tomar algo con alguien que podría ser su padre.
—Entiendo…
Carolina lo vio afligido y tampoco se trataba de eso. Decidió aflojar, al fin y al cabo esta conversación se estaba convirtiendo en un juego para ella, pero de ningún modo quería herirle, ni tampoco rechazar la invitación. No era una mala persona, simplemente sabía jugar sus bazas con los hombres.
—Carolina —Jorge la miró extrañado. Ella prosiguió—. Así me llamo, Carolina. Ahora ya sabes quien soy y te será más fácil convencerme de tomar una cervecita, o dos. No soy tan niña como tú crees —ella se levantó y se giró quedando justo enfrente de su contertulio tan solo una bancada por debajo—Te espero en el hall de acceso. Voy a cambiarme.
Una nueva esperanza se vislumbró en la mirada de Jorge que rejuvenecía por momentos. Se dispuso a levantarse con la intención de presentarse a la joven, estrechándole la mano como el caballero que era.
Su intención era noble, pero sus movimientos terriblemente torpes, como él en general. De manera que al incorporarse, una de las puntas de la toalla que le cubría de cintura para abajo, quedó atrapada en uno de los listones de madera que conformaban las bancadas de la sauna, dejándole con el impulso como vino al mundo.
—Jorge —dijo solemnemente extendiéndole la mano a modo de saludo sin percatarse de que se encontraba totalmente desnudo. Cuando lo hizo, no pudo más que cerrar los ojos y con el brazo alargado exclamar un gritito de pena—. ¡Ayyyy!
En ese instante, la encargada de la limpieza de las instalaciones, entraba en la sauna para comprobar si quedaba alguien y efectuar los trabajos previstos de  media jornada, de manera que pudiera tener todo listo para cuando comenzaran a venir los clientes de la tarde. Y allí los encontró. Desde su posición se veía la cabeza de la joven a la altura de la parte prohibida del señor, que estaba con los ojos cerrados, con un brazo en alto y gritaba excitado. Su naturaleza cotilla y su mente predispuesta a enrevesar hasta el más mínimo comentario o situación, se encargaron de interpretar  lo que allí sucedía. No pudo más que exclamar para si misma, como fiel seguidora de Divinity que era: «Oh, my God!». Abandonó el lugar y directamente fue a contárselo a alguien, a quien fuera. Aunque a aquellas horas no había nadie en el centro, excepto la recepcionista de prácticas: Rebeca.

…………………..

Conseguí llegar al vestuario cubierto con mi albornoz. Dispuesto a refrescar mi libido y enfriar mis deseos. Afortunadamente no había nadie ya que cerca del mediodía de un lunes la cosa estaba muy tranquila, excepto yo, acelerado perdido. Habitualmente suelo ducharme en las duchas comunitarias, no tengo ningún tipo de pudor, pero en esta ocasión cogí mi neceser y me fui directamente a una ducha individual con puerta. No quería que nadie me viera con eso así en un vestuario masculino y se imaginara lo que no es. Me desprendí de la toalla en el interior, abrí el grifo y el agua comenzó a resbalar desde mi cabeza por todo mi cuerpo con dirección al desagüe. ¡Qué momentazo!

La puerta de los vestuarios se abrió, pude oír el chirrido característico de las bisagras desengrasadas. No alcancé a oír nada más y seguí enjabonándome. Ajeno a todo continué, hasta que tres toques suaves a la puerta llamaron mi atención y abrí lentamente. Ella estaba allí, en silencio y con su pícara sonrisa. Le ardían los ojos. Se desenroscó la toalla de la cabeza y desprendió su larga melena castaña. Yo no articulé palabra. Pasó al interior y sutilmente soltó la toalla que cubría su cuerpo, dejándola caer y mostrando lo que más de cuarenta primaveras y la cirugía, pueden hacer en un cuerpo femenino concebido para el placer…

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