CAPÍTULO 5. Un cambio de rumbo.
De repente, oí un tremendo estruendo. Las ruedas de
un coche chirriaban muy cerca de la cabaña. Abrí los ojos deslumbrado por las
luces de los faros. Julia seguía durmiendo sin inmutarse por semejante
alboroto.
La desperté.
¡Schsss! Julia… despierta, no sé qué es lo que está
pasando ahí fuera pero pinta muy mal —le dije susurrándole en voz baja.
Julia abrió los ojos sobresaltada, parecía que se le
iban a salir de sus órbitas.
—¿Qué ocurre Esteban? ¿Qué son esas luces? —me
preguntó todavía atónita por el sobresalto.
—No lo sé. Me he despertado al oír los chirridos de
unas ruedas y de repente las luces…
—Espera Esteban, voy a asomarme por la ventana sin
que me pueda ver nadie desde fuera.
Me daba mucho miedo que Julia se acercara a la
ventana a ver qué pasaba ahí fuera no la fueran a ver y nos metiésemos en algún
problema. La verdad es que con el paso de los días cada vez le tenía más
cariño…
De repente se oyeron unos disparos. Julia corrió a
mi lado y yo me agazapé en el suelo.
—¿Qué has visto Julia? —le pregunté bastante
impaciente y nervioso.
—Nada, hay un coche parado ahí fuera y dos personas como
buscando a alguien entre los cañizos y los matorrales.
—Creo que deberíamos irnos de aquí —le dije a Julia
en voz baja—. Parece que ahora sí que corremos peligro.
Sin más tiempo que perder y cuando ya estábamos
dispuestos a salir de la cabaña, un bulto nos cayó a los pies. Sin mediar
palabra, cogimos el bulto y echamos a correr tratando de escondernos para que
no nos vieran. Pero fue inevitable hacer ruido y las personas que andaban
buscando algo ahí fuera se dirigieron hacia donde nosotros íbamos corriendo.
—¡Corre Julia! ¡Correeeeeeeeeee!
—Esteban, recuerda que van armados. ¡Tenemos que
correr muchooooo!
Siguieron corriendo entre los campos notando la
presencia no muy lejana de dos personas armadas. El miedo era inevitable. De
repente se volvieron al escuchar disparos.
—Esteban corre, que me parece que ahora nos están
disparando a nosotros.
—Sí Julia, no te pares, no pierdas fuerzas hablando,
corre como si no hubiera un mañana.
Seguimos corriendo durante bastante tiempo. Parecía
que nuestros perseguidores nos habían perdido de vista. No encontrábamos ningún
sitio donde refugiarnos. Después de tanto correr habíamos perdido el sentido de
la ubicación y ninguno de los dos sabíamos exactamente donde estábamos. Lo que
sí que sabíamos era que estábamos en mitad del campo, cerca de unos montes y
con una mochila cuyo contenido ninguno de los dos nos habíamos atrevido a mirar
dentro.
Nos refugiamos dentro de una cueva, por lo menos
estábamos a cubierto, ya que la noche estaba fría y parece que comenzaba a
llover. Julia estaba muy triste, porque había salido corriendo de su cabaña, y
aunque no quisiera creerlo, sabía perfectamente que después de lo que había
pasado, lo más seguro era que no pudiera volver a su refugio.
Una vez que nos habíamos repuesto del susto y de la
carrera nos sentamos el uno frente al otro. La mochila se encontraba en medio
de ambos. Ninguno nos atrevíamos a abrirla.
—Bueno, deberíamos abrirla para ver lo que contiene,
¿no? —me preguntó Julia.
—Sí… Aunque miedo me da —le dije—. Julia, es mejor
que la abras tú. Me duele mucho el brazo.
—¡Pero bueno! ¿Y que te pasa en el brazo, te has
dado algún golpe?
Retirándome la chaqueta le enseñe a Julia toda mi
camiseta empapada en sangre. Durante la huida, una de las balas de los dos
hombres que nos perseguían me había alcanzado. No dije nada en el momento ya
que no quería que Julia se preocupase y dejase de correr.
—¡Madre mía, Esteban! —exclamó Julia, cuya cara en
ese momento era un poema—. Ven, vamos a presionar la herida para que no pierdas
más sangre y vámonos corriendo a un hospital para que puedan atenderte.
Julia se quitó la camiseta que llevaba y la cortó en
tres trozos y la utilizó de gasa. Presionaba la herida de Esteban pero a este
le dolía muchísimo y no podía soportar el dolor de la presión.
—¡¡¡Ayyy!!! ¡¡¡Julia… me duele mucho!!! —le grité
con cara de dolor.
—Pues amigo Esteban, deberás aguantar el dolor —me
respondió ejerciendo como una experimentada enfermera—. Debemos comenzar a
andar para situar dónde estamos y encontrar el camino que tenemos que coger
hasta llegar al hospital. Espérame aquí voy a salir fuera a ver si reconozco el
lugar.
—Ten cuidado —le dije.
Esperaba que los hombres no nos hubieran seguido
hasta allí y estuviéramos a salvo. Julia salió fuera de la cueva. Por suerte
comenzaba a amanecer y ya se podía divisar donde nos encontrábamos. El brazo me
dolía bastante…
De repente Julia entró en la cueva.
—Venga, vámonos. Sé más o menos donde estamos.
Debemos empezar a andar lo antes posible porque estamos bastante lejos del
hospital y tú estás malherido y débil.
Sin mediar palabra, me levanté, cogí la mochila en
cuestión y la seguí. Me encontraba bien pero notaba que las fuerzas me iban
fallando aunque tenía que hacer un último esfuerzo para llegar al hospital y que
pudiesen curarme.
Comenzamos a caminar. Sentía que Julia sabía bien
cuál era el camino que debíamos de seguir. Debía fiarme de ella, hasta ahora
las cosas junto a ella no me habían ido tan mal…
Tras una hora andando, notaba que mi cuerpo
flaqueaba.
—Julia, cada vez me encuentro peor.
—Venga Estaban, vamos a hacer un último esfuerzo,
tan sólo falta unos quince minutos para llegar al hospital.
Julia se percató de que Esteban tenía mal color y
sudaba, así que decidió tomar medidas. Se plantó en mitad de la calle de una
avenida y paro un taxi.
—¡¡¡¡Fiuuuuuuuuuuu!!!! Señor taxista, necesitamos
ayuda. Mi amigo está herido y no puede llegar al hospital. ¿Sería tan amable de
acercarnos? Eso sí, no tenemos dinero para pagarle.
El taxista con cara de pocos amigos se negó en
rotundo. Les dijo que él no trabajaba gratis, que llamaran a una ambulancia que
era un servicio público.
Julia continuó dándole vueltas a la cabeza porque ni
tenían dinero para coger un taxi ni tenían móvil para llamar a una ambulancia.
De repente se le encendió la bombilla.
¿Y si en la mochila había un teléfono? ¿Y si había
algo de dinero?
—Ven Esteban, vamos a abrir la mochila a ver si dentro
hay algo que pueda ayudarnos a llegar al hospital sin que tengas que esforzarte
más.
Ambos se sentaron en un banco después de beber agua
en una fuente que había justo al lado. Entonces Julia cogió la mochila entre
sus manos y se dispuso a abrir la cremallera. Cuando por fin pudo observar lo
que había dentro de la mochila, su cara cambió. Esteban que se había recostado
en el banco porque estaba demasiado cansado se incorporó y le preguntó:
—¿Julia, Julia pero que hay ahí dentro que se te ha
quedado esa cara?
—Pues… obsérvalo por ti mismo.
Y le acercó la mochila abierta para que él mismo
pudiese contemplar lo mismo que ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario