CAPITULO 6. Thunder Road Café.
Móvil apagado,
timbre desenchufado, ibuprofeno para el dolor de cabeza y un valium para
dormir.
Era el primer
domingo desde que conoció a Erik que lo pasaba sola. Estaba destrozada, no
sabía que había pasado esa noche con Fede, pero seguro que no se habrían
acostado, ella quería a Erik, jamás podría hacerle algo así. Pero, ¿quién era
esa chica? ¿Por qué no le presentaba a sus amigos? No paraba de darle vueltas a
la cabeza, a la imagen tan horrible de ver a otra chica en brazos de su novio…
el valium empezaba a hacer efecto y se quedó dormida.
Soñó con su
estancia en Dublín. Un intercambio en el verano que terminó Bachillerato. Allí
fue donde conoció a Darío, con 17 años, era una niña. La verdad es que había
tenido suerte, le tocó vivir en casa de un matrimonio con tres hijos
pequeños, Liam de 7 años, Brianne de 5 y
Ryan de 4. Era una familia muy unida e intentaban pasar el mayor tiempo posible
juntos. Salían a patinar, preparaban comidas o cenas familiares con las
familias de ambos, también quedaban con amigos, preparaban juegos en casa o se
iban a disfrutar del fin de semana a la montaña. Liam estaba aprendiendo a
jugar al hockey, tenía entrenamiento los martes, miércoles y jueves, mientras
tanto su madre hacía pilates a escasos 500 metros , y Brianne y
Ryan estaban con Freya viendo a su hermano entrenar y animándolo desde las
gradas o jugando alrededor con la hierba en el parque.
Entre semana a
las 7 de la tarde tenía tiempo para ella, así que iba a la academia a
perfeccionar su inglés y luego si le apetecía, salía con compañeros de la misma
a tomarse una Guinness mientras escuchaban música en directo. Ellos siempre
salían por la misma zona, Temple Bar, donde se concentra la vida nocturna por
excelencia en la ciudad. Le gustaba Dublín, muchos fines de semana salía con la
familia Mac Cárthaigh al parque St.
Stevens Green, uno de los parque más conocidos de Dublín, grandes casas
victorianas cubriendo los lados del parque por lo que lo hacían todavía más hermoso.
Los días que hacía más frío de lo habitual, solían terminar tomándose un té en
el café de Seine. Tenía un decorado singular y que nunca antes, ni después,
había conseguido volver a ver, una mezcla entre un museo y una tienda de muebles antiguos, como si de un
bar de película antigua se tratase y allí mismo, se tomaban el té con sus
pastas de acompañamiento. Los domingos Freya se iba a la zona de los
bares, siempre se juntaban en el Thunder
Road Café, tenía una barra donde se servían bebidas todo el día, cervezas,
licores, vinos y cócteles y además tenía un espacio zona-restaurante donde se
servían comidas con menú a la carta. La comida que ofertaban no era muy
irlandesa, era tipo más mejicana pero era deliciosa, y el ambiente el perfecto
para ellos. El grupo que formaron eran de varias edades, la más pequeña era
Freya de 17 años y la más mayor Ana, con
24 años natural de Asturias. También estaba Pedro, con 21 y Javier que tenía 19
años, ambos de Madrid. Fueron menos de
tres meses lo que estuvo con ellos, todos habían llegado ese verano y cuando el
trabajo de Ana, que era la única que había ido a trabajar, lo permitía, se
hacían escapadas por diferentes lugares de Irlanda, alquilaban un coche y
conducían hasta Belfast, hasta Kinsale o Clonakilty. Freya, como de costumbre,
organizaba el viaje, alojamientos, rutas… hasta los lugares más típicos de cada
pueblo o ciudad parar ir a comer o beber cervezas, también miraba si coincidía
algún concierto interesante al aire libre o en algún bar remoto de la ciudad en
concreto. Así, también se organizaba con la señora Ashlyn para dejar a los
niños sin canguro. La señora Mac Cárthaigh no trabajaba, pero ayudaba en
comedores escolares y en verano también echaba una mano en diferentes actividades
que se preparaban en la ciudad. Era una mujer conocida en el barrio, por su
buen hacer, sin recibir nada a cambio.
Pedro y Javier
fueron a aprender inglés. Se conocieron en la academia, Pedro cuando llegó se
instaló en un hostal, pero al conocerse, se mudó al piso de Javier que él si lo
había alquilado antes de llegar. Los padres de Javier eran médicos, habían
viajado bastante por el mundo tanto por trabajo como por placer, querían que su
hijo visitara, aprendiera, y empapara culturas diferentes. Era hijo único y sus
padres le habían dado siempre la educación más cara que estaba a su alcance.
Javier todavía no sabía qué carrera iba a hacer, estaba indeciso entre
Administración y Dirección de Empresas en Alemania o Derecho en Yale, EE.UU.
Había echado las solicitudes en ambas universidades y pronto llegarían las
respuestas. El alemán lo manejaba igual de bien que el inglés. Desde pequeño
había ido a la escuela con las clases en alemán además de las asignaturas en
inglés. Era un chico listo. Nadie se explicaba por qué iba a la academia de
inglés, cuando él hablaba mejor que el profesor.
Uno de los
domingos que estaban en el Thunder Road Café,
apareció un camarero nuevo por su mesa, les hablaba en un inglés no muy
bueno, se veía a la legua que era español, así que le contestaron en español.
—Dos Guinness,
una piña colada, un margarita y unos nachos dobles, gracias —dijo Ana.
—Marchando —contestó
Darío.
Esa noche había
karaoke en el bar, no sé cual de los cuatro iba más borracho. Salieron al
escenario a cantar, Anni Frid Lyngstad era Ana, Agnetha Faltskog era Freya,
Björn Ulvaeus era Pedro y Benny Andersson que era Javier. Ya habían cantado en
más de una ocasión la canción de Chiquitita, de ABBA, pero siempre que lo
hacían era porque habían bebido más de la cuenta, si no, nadie tenía el valor
de salir al escenario con el pub lleno de irlandeses riéndose de ellos.
Fue un domingo
estupendo, siempre lo recordaban cuando hablaban, la relación ya no era como
antes, que se encontraban todos los días, pero seguían manteniendo el contacto
y habían quedado dos veces en Madrid y una en Asturias, fue un tiempo corto,
pero intenso. Recordaban todas sus aventuras, sus viajes y sus borracheras en
Irlanda. Y siempre acababan cantando la misma canción, hubiera karaoke con
micrófono o si no lo había, se subían a la barra de un bar, les daba igual.
Hacía un año que no veía a sus compañeros “españoirlandeses”. Javier se fue a
EEUU a estudiar derecho, continuó con un master y se instaló en Manhattan para
trabajar en el bufete de abogados más prestigioso de la ciudad, Wachtell. Pedro,
acabó la carrera de ingeniería en telecomunicaciones y trabajaba en
Madrid. Ana seguía en Dublín trabajando
sin ganas de volver a España más que para ver a la familia y amigos. Además
hacía dos años que había conocido a Affleck, un escocés que por motivos de
trabajo estaba viviendo en Dublín, y estaba muy a gusto con él, se fueron a
vivir juntos al poco de conocerse. La última vez que el grupo “españoirlandés”
se juntó fue en Asturias y Ana vino con él para presentarlo a la familia, a
todos les parecía un chico agradable, simpático y sobre todo, cuidaba de Ana,
estaba pendiente de ella en todo momento y eso, al grupo y a la familia, les
parecía estupendo. No sabía nada de español, más que Hola, Adiós y
palabrotas. Ya habían pasado cinco años
de su estancia en Dublín y siempre que lo recordaba una sonrisa inundaba su
cara. A la mañana siguiente tenía una llamada en el número de teléfono que no
conocía. Freya no hizo caso y no devolvió la llamada. Era lunes 19:20 de la
tarde, Freya estaba en la puerta de la academia esperando a los compañeros para
entrar…
—Hola Freya.
—Hola. ¿Quién
es este? —pensó Freya.
—¿No te acuerdas
de mí?
—¿Acaso
debería? Porque no tengo ni idea de quién eres.
—Soy Darío, nos
conocimos ayer en el bar donde he empezado a trabajar: el Thunder Road Café.
Freya quería
recordar algo, pero se pusieron de tequila hasta las trancas además de los Cosmopolitan,
margaritas y piñas coladas que se habían tomado…
—Lo siento,
pero soy incapaz, además me quiere sonar tu cara, pero no recuerdo muy bien. ¿Y
qué haces aquí? ¿También vienes a ingles? Porque nunca te había visto por aquí…
—Me dijiste que
veníais un grupo de amigos y tú aquí a aprender inglés y que la academia era
realmente buena y que como mi ingles era desastroso, me aconsejaste-obligaste a
que viniera, que en dos meses ya habría notado mejorar mi vocabulario y
pronunciación.
—¿Te dije eso? -dijo
Freya avergonzada y ruborizada—. Lo siento, no debería haberte dicho semejante
grosería.
—Te he llamado
esta mañana para decirte que vendría esta tarde y así me presentas a tus amigos
como me dijiste ayer.
—Madre mía, no
recuerdo nada. Pero sí, deben de estar a punto de llegar, tenemos clase ahora,
a y media.
Llegaron Pedro
y Javier.
—¡Hombre! ¿Qué
tal Darío?
—Bien, a ver si
acabo hablando tan bien como vosotros.
—Javier,
¿puedes acompañarme un segundito?
—Pero ¿quién es
este chico? ¡Que le he contado varias cosas sobre mi vida aquí en Dublín!
—Freya, ayer te
le tiraste al cuello en cuanto te dijo que había acabado de currar. ¿De verdad
que no te acuerdas?
—¡Ay dios mío!
¡Pero qué me dices! ¿Por qué me dejáis hacer estas cosas?
—¡Fuiste tú!
Hiciste una apuesta con Ana, a ver cuál de las dos se lo ligaba, a Ana no le
gustaba lo más mínimo y te dijo que te dejaba ventaja, que empezaras tú, así
que te lanzaste a la yugular, y te quedaste toda la noche hablando y bailando
con él. Las risas que nos echamos fueron impresionantes.
—Vosotros sois…
¡¡¡Os la voy a devolver!!! ¿Cómo miro yo a este chico a la cara ahora?
—¡Javier, Freya!
¿Entráis o qué?
—Sí, sí, ya
vamos.
Entraron a
clase y apareció Ana, se sentó al lado de Freya y le escribió una nota.
“Si tienes a tu
mañico sentado detrás… jajajaja”
“¿Maño? No
recuerdo nada de ayer, ¿qué me tomé?”
“Será qué no
tomaste, bueno yo también me incluyo, bebimos como si no hubiera un mañana, lo
único que recuerdo es verte besándote con él y decirme que era de tu tierra,
nada más. ¿Por qué no le preguntas a él,
que lo tienes mirándote fijamente?”
—Ana! —dijo
Freya en voz alta—. Oh!, excuse me.
La clase siguió
con normalidad y a las 20.30 estaban fuera.
Fueron a cenar, “fish and cheaps”, a un pequeño bar cerca de la academia
los cinco. La tensión de Freya con Darío y el no saber que había ocurrido la
tenia incomoda. Así que cenó y dijo que se marchaba.
—Chicos nos
vemos mañana.
Se despidieron
de ella todos y cuando estaba en la calle Darío la llamó.
—¡Freya!
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