Luz en la oscuridad
CAPITULO VI: LA
NAVIDAD DE 1940
—Lo recogieron mi hermano y mi sobrino
desnudo en alta mar. No conseguimos hablar con él en francés, sólo nos
comunicamos por señas. Lo hemos estado cuidando desde entonces —dijo la mujer.
En ese momento el enfermo se volvió.
Peter no pudo creer lo que estaban viendo sus ojos, ¡era John! ¡Era su amigo de
la infancia, John Mathews! Él mismo lo vio precipitarse al mar con su avión y
pensó que no volvería a verlo jamás. No podía explicarse el por qué estaba allí
delante suyo. Poco importaba. El júbilo le embargó. Se acercó a su amigo y los
dos se fundieron en un gran abrazo.
Peter explicó a los presentes quién era
el enfermo. Le pidió al doctor que por favor le dejase llevarse a John con él.
El doctor convino que estaba lo suficientemente recuperado. Si lo llevaban a la
ciudad tendría más posibilidades de volver a Inglaterra, al contar con la ayuda
de la resistencia.
Se despidieron de la mujer y volvieron todos
a casa del doctor. Este le prestó algo de ropa para John. Los tres compañeros
se dispusieron a subir a la camioneta de Juliette y partir hacia la ciudad.
Moreau sugirió que sería mejor que John no se dejara ver, ya que no hablaba ni
una palabra de francés. Les dio una lona lo suficientemente grande, John se
tumbó en la parte trasera de la camioneta y se tapó con ella. Resultaba un
escondite un tanto improvisado.
Finalmente partían a media mañana, no era
una buena hora para circular con dos pilotos británicos en un coche sobre todo
si uno de ellos no hablaba francés, pensó Marie, pero no les quedaba otra.
Por la carretera se cruzaron con varios
vehículos alemanes pero no tuvieron contratiempos.
Peter se dirigió, con sus nuevos
compañeros, directamente a Le Parisien. Convinieron que John se quedara con los
parientes de Marie en su casa a las afueras de la ciudad. Era una casa grande
de una planta, en la que sólo vivía el matrimonio, que nunca había tenido hijos.
No les fue difícil encontrarle un hueco para John en el sótano. A pesar de que
Juliette le había conseguido documentación falsa, no debía de dejarse ver
debido a su desconocimiento del francés, lo cual lo delataría fácilmente.
Pasaban los días mientras esperaban
noticias del agente Dufresne. Se acercaba el invierno y el tiempo empeoraba.
Había nieblas y heladas. La “batalla de Inglaterra” había entrado en una
especie de letargo debido al mal tiempo. Peter supuso que la misión que debían
de llevar a cabo se retrasaría. Un telegrama de Dufresne le confirmó que la RAF debía de reorganizarse,
así como esperar a que el tiempo mejorara. Estaban ya a primeros de diciembre,
la predicción meteorológica no era buena.
Se acercaba la Navidad y Peter pensó que
era la primera vez que no iba a estar con su familia y que los echaría mucho de
menos. Gastón iba a preparar una cena en Le Parisien el día de nochebuena. Al
igual que él, muchos de sus compañeros estaban lejos de la familia o
sencillamente la habían perdido. Peter pensó que en ese momento su única
familia eran ellos.
Llegó el día de nochebuena. Peter había
terminado su turno en el bar. Estuvo esa tarde melancólico paseando y pensando
en su familia. ¿Donde estarían?… ¿Sabrían que él todavía estaba vivo?
Fue a recoger a John, llegaron a Le Parisien
y echaron una mano con la cena. Sería algo sencillo, no tenían acceso a lujos.
Allí se encontraban todos los que eran su familia en aquel momento: Gastón, los
recién llegados Marie y John, los tíos de Marie también estaban allí, un joven
camarero de Le Parisien que había perdido a la poca familia que le quedaba en los
bombardeos, y por supuesto Juliette. Montaron una larga mesa y se sentaron a su
alrededor. Peter tenía a su lado a John, que le hacía las veces de intérprete.
Nuestros amigos comieron y brindaron con
champán que Gastón tenía guardado en el bar. Fuera la noche era fría, había
pocas farolas y una pequeña bruma. John se aventuraba con algunas palabras en
francés, Marie reía con él; los dos habían bebido bastante.
Peter se acercó a uno de los ventanales y
se puso a mirar por él. La nostalgia le invadía, recordaba a su familia al otro
lado del mar. Pensaba en como se encontrarían todos, si echarían mucho de menos
a su padre. Él los echaba de menos a todos ellos. De repente vio como
comenzaban a caer pequeños copos que enseguida fueron aumentando de tamaño. Juliette
se acercó y se sentó a su lado.
—¿Qué ocurre, Peter?
—Echo de menos a mi familia, es la
primera Navidad en la que no voy a estar con ellos.
—Ahora nosotros somos tu familia, aquí
todos somos huérfanos a nuestra manera. Mi familia vive en el campo lejos de
aquí, hace tiempo que no sé de ellos —dijo mientras se acercaba todavía más.
Peter fue a hablar pero Juliette le puso
un dedo en la boca y no le dejó. Acercó sus labios a los del joven y le dio un
beso que pronto se llenó de pasión por ambas partes. Peter se sentía entre
apasionado y confuso. No estaba seguro de si el champán no habría tenido nada
que ver en aquella reacción de Juliette, si realmente le gustaba o es que
simplemente le daba pena. El estaba enamorado de ella y quizá ella lo empezaba
a estar de él.
Todos estaban muy animados. La fiesta
continuó. Un poco más tarde todos se fueron a dormir. Juliette y Peter fueron
al pequeño apartamento. Aquella noche hicieron el amor.
Pasaron los días. John vivía oculto en la
granja de los tíos de Marie.
Peter había hablado telefónicamente
varias veces con el agente Dufresne. La “batalla de Inglaterra” había
terminado. La Luftwaffe
no había podido cumplir su objetivo de postrar de rodillas a Gran Bretaña con
una gran pérdida de pilotos y aviones. Lo que nunca sabrían era lo realmente
cerca que habían estado de hacerlo. Dufresne le había dicho que la RAF se estaba reorganizando y
que pronto podrían llevar a cabo su misión. Durante los meses de invierno
habían tenido que tener el plan en espera debido al mal tiempo para realizar
una incursión de esas características. Los nazis tampoco habían podido hacer
grandes avances en sus ensayos en el bosque debido a lo mismo.
Hitler había cancelado la operación “León
Marino” por la que había pretendido la invasión de Inglaterra. Gran Bretaña
podía tomar un respiro. Hitler mientras tanto reorganizaba a sus tropas y
tramaba algo para el nuevo año, algo que cambiaría el curso de la guerra.
Una mañana de finales de febrero Peter
recibió la esperada llamada en Le Parisien.
—El próximo jueves 22 de febrero a las
5:00h, cuando comience a despuntar el alba, estarán los bombarderos sobre el
objetivo. Deberán de marcar con bengalas de diferentes colores las distancias
en dirección norte-sur: una blanca a 1,5 kilómetros , una
verde a 500 metros
y una roja sobrepasado el objetivo 500 metros -le había dicho textualmente
Dufresne.
Las bengalas se las había hecho llegar
Dufresne a Gastón unas semanas atrás. Peter pensó que usaría a sus compañeros
para portar las bengalas. Planteó la situación en Le Parisien. Contaría con
Juliette y John para portar las bengalas, Marie les acompañaría como guía.
A media tarde del miércoles salieron
hacia la costa. En esta ocasión era Juliette quién conducía con Peter a su
lado. Detrás en la parte abierta iban Marie y John. Habían cargado las bengalas
en la camioneta y las habían cubierto con paja. Resultaba arriesgado circular
por la carretera con dos pilotos británicos, más si cabe cuando uno de ellos no
hablaba el idioma local. Al menos Juliette le había provisto de documentación
falsa.
Una vez más tomaron la calle paralela al
río Somme y se dirigieron al norte.
Comenzaba a anochecer cuando llegaban a
la aldea de Antoine. Juliette encendió las luces. No habían conseguido
encontrar una ruta alternativa para evitar el posible control que encontrara
Peter unos meses atrás. Marie había pasado por la zona en alguna ocasión y les
dijo que el control ya no era permanente y que sólo se formaba ocasionalmente.
Aquel día tuvieron suerte y no
encontraron control en la aldea. Siguieron adelante un rato más. Ya estaban a
unos pocos kilómetros de adentrarse en la zona boscosa.
—¡Maldita sea!, ¡ahí están! —dijo Peter.
Poco más adelante en un cruce de caminos
vieron a unos soldados en medio de la carretera con una barrera portátil.
Todavía había luz. El control lo formaban tres soldados y un oficial. Cuando se
acercaron más pudieron ver un tanque Panzer IV semioculto a un lado de la
carretera. Uno de los soldados llevaba el uniforme negro de las tropas
acorazadas.
El Panzer IV era uno de los tanques más
modernos del momento. Muy superior a los tanques franceses y británicos en
aquel año. Las formidables tropas acorazadas alemanas habían logrado derrotar a
Polonia y a Francia en pocas semanas. Su estrategia se basaban en la
“Blitzkrieg” o “guerra relámpago”, donde los panzer formaban la punta de lanza
que rompía las líneas enemigas y la infantería sólo tenía que terminar el
trabajo.
Pararon el coche delante de la barrera.
Uno de los soldados se acercó a la ventanilla del conductor. Peter vio las dos
eses amenazadoras en la solapa de la guerrera. No le gusto nada la presencia de
una división acorazada en las proximidades, estas divisiones contaban con
batallones antiaéreos que podrían crearles serios problemas si localizaban la
incursión de bombarderos de la
RAF.
—Buenas tardes Mademoiselle, por favor
muéstrenme la documentación —dijo en voz alta y dirigiéndose a todos ellos.
Marie miraba a John con nerviosismo,
esperaba que hiciera lo mismo que ella y entendiera lo que el soldado quería.
Era el eslabón más débil, pensó que quizá no debería de haber venido pero había
insistido mucho y sin duda su entrenamiento como piloto y a fin de cuentas
soldado, les podría venir muy bien. John sacó inmediatamente sus papeles. El
soldado recogió las documentaciones y se las entregó al oficial que se había
colocado a su lado. Éste estuvo examinando los documentos por unos momentos. Le
devolvió los papeles al soldado con una frase en alemán. El oficial le dio una
orden también a uno de los otros soldados. El soldado les devolvió los
documentos.
Juliette vio por el espejo retrovisor a
lo lejos lo que parecían ser las luces de un coche.
—Aquí tiene —le dijo el soldado a
Juliette mientras le daba la documentación de todos ellos.
—Muchas gracias, adiós —contestó.
—Espere, no tenga tanta prisa, debemos
examinar la carga.
El otro soldado, al que le había dado la
orden el oficial, se acercó a la parte trasera de la camioneta donde estaban
Marie y John. Sacó una larga bayoneta de su guerrera y la caló en el fusil
Mauser.
—Aparta —le dijo a John en un francés muy
tosco.
John no le entendía y el soldado repitió
las palabras pero con un tono más impaciente. Entonces intervino Marie:
—Perdónele pero el pobrecillo es
sordomudo —intervino Marie en una brillante ocurrencia.
A estas alturas John ya sabía lo que
quería el soldado y se apartó.
El soldado comenzó a hundir la bayoneta
en la paja. Al mismo tiempo Peter se llevaba la mano a la pistola...
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