lunes, 5 de enero de 2015

Nuestra historia. XLIV: Y llegó Nochevieja...

Tras el capítulo de la pasada semana (43. Encuentros inesperados, de Maite Navarro), hoy la acción continúa...
El capítulo arranca con Ramón en prisión, incrédulo ante las pruebas de paternidad que Ana le ha enseñado y discurriendo un plan para ver que puede hacer de ahora en adelante. Para su hermano Thomas le deja la misión de permanecer en España atento al grupo de amigos, para ver de qué es capaz de enterarse.
Mientras en la ciudad Pedro y Ana se encuentran con Sandra y Rafa paseando por un parque cercano a su casa. Ana agradece la vuelta a la rutina y dejar atrás todos los problemas que este año les ha traído.
Mary telefonea a Patricia para interesarse por el estado avanzado de su embarazo y se compromete a venir a España para los días de Navidad pasarlos junto a la mujer que pudo salvar la vida de su hijo. En esas fechas está previsto que Patricia de a luz y Mary quiere acompañarla en ese trance ya que la joven se encuentra sola en la ciudad y su grupo de amigos la ha dejado un poco de lado últimamente con todos los incidentes ocasionados por Ramón. Tras colgar el teléfono Patricia se emprendió con las tareas del hogar para tener todo listo para recibir a sus invitados y se fue al centro para hacer unas compras. Al llegar allí se encuentra con Rafa y Sandra, y con un café y una buena conversación solucionan rápidamente los problemas del grupo. De ahí surge la iniciativa de la cena para dar la bienvenida a Mary y Jack. Además la joven pareja se ofrecen para ir a buscarlos al aeropuerto. Una vez allí descubren que Thomas también está allí, este los descubre y corre a contarle las nuevas noticias a su hermano que trata de urdir un plan para salir de prisión.
Patricia se encontraba haciendo la cena cuando sonó el timbre, se dirigía a abrir cuando Federico con su comportamiento la alertó de que algo peligroso podía suceder. No llegó a abrir a tiempo ya que una fuerte contracción le impidió moverse durante unos minutos. Cuando finalmente pudo abrir ya no había nadie tras la puerta... Mas tarde sí que llegaron los invitados, y se dispusieron a cenar hasta el momento de los postres cuando la anfitriona se puso de parto y todos se fueron para el hospital. Enseguida tuvo a su hijo en brazos.
Es allí, donde Pedro invita a Patricia y Mary a pasar la Navidad con ellos y su familia y Ana propone una cena para Nochevieja todos juntos de nuevo. Así que entre unos y otros proponen ir a la casita de Pau para esa fecha. Teresa y Roberto entraron a la habitación con buenas noticias y mandaron a los amigos para casa con el pretexto de que la recien parida pudiera descansar por fin.
Los siguientes días pasaron rápido con los preparativos de Nochebuena en casa de los padres de Pedro y Sandra. Allí acudieron también Mary, Jack, Patricia y el pequeño Miguel, una cena muy agradable para olvidar este año...

¿Quién llamaría a la puerta de Patricia? ¿Y por qué esa reacción tan defensiva del perro Federico? ¿Logrará Ramón fugarse de prisión? ¿Qué será lo próximo? ¿Cuales serán sus planes? ¿Caben más sorpresas? No os perdáis el capítulo de hoy, el último de Nuestra historia. Y el próximo lunes el epílogo final de Adolfo Navascués Gil.

En cuanto a su creadora, destacar el difícil papel que ha tenido que afrontar: cerrar Nuestra historia, ya que este es un capítulo doble que tendrá su continuación esta noche con el desenlace definitivo. Desde el principio mostró mucho interés por el proyecto y lo ha seguido asiduamente. Ha sido una suerte y un gran acierto poder contar con ella para semejante responsabilidad. Ha sabido darle a los capítulos la intriga y el misterio necesario para tenernos alerta con el tema de Ramón incluso teniendo a este en la cárcel y ha encauzado muy bien la situación para cerrar de manera circular la trama: volviendo a reunirse todos de nuevo en Nochevieja. Veremos a ver que sucede hoy, aunque alguno de vosotros ya sabéis el final ya que os llevasteis vuestro libro en la presentación del mismo. Sobre este tema hablaré en una entrada especial que aparecerá muy pronto.



XLIV. Y llegó Nochevieja...

Habían pasado cinco días desde Navidad, cuando sonó el timbre en casa de Patricia. Eran Sandra y Rafa que venían a por la llave de la casa de Pau. Tal como acordaron en Nochebuena ellos irían antes para prepararlo todo y, sobre todo, encender la chimenea y calentar la casa para cuando llegaran con los bebes.
De repente, sin saberlo Mary, Jack dijo:
—¿Puedo ir con vosotros? —y girando la cabeza hacia Mary, la miró y añadió—. Mamá, ¿me dejas?
Mary se quedo sorprendida. No tanto porque quisiera irse solo con Rafa y Sandra, se llevaba muy bien con ellos, sino por esa prisa por volver a esa casa y sin ella. En un principio a ella le dio miedo la propuesta de pasar el fin de año allí, por su hijo, ya que allí había estado cautivo. Pero ahora se daba cuenta de que sobre todo, le había dado miedo por ella, por lo que para ella había significado ese lugar, y el miedo que le había producido al estar separada de su hijo. Pero Jack no sólo guardaba recuerdos malos de ese lugar y además la casa y el entorno eran preciosos y perfectos para jugar, y esta vez iba con dos amigos y al día siguiente iría ella. No, Jack no tenía miedo. Jack estaba emocionado con ese fin de año diferente. Lo notaba en sus ojos, así que sólo pudo decir:
—Por mi vale. Si a Sandra y Rafa no les importa…
—¡Que nos va a importar! Es un chico encantador y seguro que nos ayuda un montón a preparar todo para cuando lleguéis— dijo risueña Sandra.
Cinco minutos más tarde ya estaban los tres rumbo a Pau. Durante todo el viaje fueron cantando canciones y jugando a adivinanzas y al veo-veo. Lo pasaron tan bien que casi les dio pena llegar.
—Ya estamos, ¡mirad, es allí! —dijo excitado Jack, cuando al girar la última curva se veía ya a los lejos el camino que conducía hasta la casa de la montaña de los padres de Patricia.

Mientras en la otra esquina del mundo, los padres de Patricia se disponían a tomar un vuelo rumbo a Europa. Tenían previsto hacer transbordo en Amsterdam y desde allí volar a España para sorprender a su hija. Sin saber que ésta tenía pensado recibir el nuevo año en Pau. Patricia no les había dicho nada, no quería añadirles la preocupación de un viaje tan largo en coche, a las que ya tenían ellos.

Ana y Pedro preparaban las maletas para dejarlo todo listo para el día siguiente. Mario bajó varias veces a preguntarles si necesitaban que les llevara algo en el coche, ya que él finalmente iba a ir solo y tendría mucho hueco libre en el maletero. A los dos les extrañó que no lo acompañara Hugo, pero no quisieron decir nada. Mario siempre había sido muy reservado en su relación con Hugo y no tenían muy claro si alguna vez habían sido más que amigos o si sólo fueron eso. Lo cierto, pensó Ana, es que le vendría muy bien ese espacio extra de maletero, ya que el carro de las gemelas lo ocupaba todo. Aún así, le dijo a Mario una de las veces que bajo:
—¿Podrías llamar a Ian? Tal vez podáis ir juntos y así no vas sólo en el coche.
—Es cierto, lo haré. Gracias Ana, estas en todo —dijo Mario—. De todos modos cuenta con un hueco en el maletero. Seguro que os hace falta.
—Gracias —se adelantó a decir Pedro, mientras pensaba que no sabía cómo iba a meter en el coche ni tan siquiera la mitad de lo que habían preparado.
Patricia y Mary también estaban ultimando sus maletas. Mary estaba nerviosa, tenía que hacerle ya la pregunta a Patricia, ahora estaban solas. Mary necesitaba saber si Miguel era hijo de Ramón, saber si era hermano de Jack. Jack siempre había querido tener un hermano y ella sabía que ya no podría dárselo. Si eran hermanos quería que lo supieran y pudieran seguir viéndose y compartiendo vivencias. No sabía cómo abordar la cuestión con Patricia pero sabía que este era el momento.

Mientras los amigos, ilusionados con la idea de una Nochevieja juntos, se disponían a partir, en otro lugar de la ciudad dos hermanos conversaban sobre el final de su plan, también con ilusión pero de distinta forma. Estaba todo ultimado: Thomas se cambiaría por Ramón. Nadie en el psiquiátrico se daría cuenta… Con el paso de las semanas se habían convertido en dos gotas de agua. Ramón sería libre y en poco tiempo también lo sería Thomas al curarse de una enfermedad que él en realidad no padecía.

Pasado el momento de tensión, Patricia y Mary montan juntas en el coche. Mary ya más relajada tras haberse sincerado con Patricia y esta a su vez también liberada al haber podido compartir su verdad con alguien. Ya que hasta ahora no había hablado con nadie de ese tema, se había distanciado tanto de sus amigos meses atrás que no tuvo un hombro amigo en el que desahogarse. Pero ahora lo que ocurrió pasó y ya no importaba, el pequeño Miguel en sus brazos y con su sonrisa le daba fuerzas para todo. Era su mejor motivo para olvidar todo lo pasado y el motor que empujaba su vida. Se restregó una lágrima que caía de su ojo al recordar todo, lo mal que lo pasó, sin poder contar ni con sus amigos ni con su familia, bastante tenía su madre con la enfermedad.
—Bueno, dejémoslo. Ya está todo hablado —dijo Mary—. Puedes estar tranquila, no contaré nada a nadie hasta que tú no tengas fuerzas para hacerlo. Olvídate, descansa y mientras conduzco a Pau aprovecha que Miguel se ha dormido y duerme tú también un poquito.
—Gracias —dijo Patricia, casi quedándose dormida conforme terminaba de hablar.

Jack jugueteaba por los extensos campos que rodeaban la acogedora casa de los padres de Patricia. Corría de un lado a otro, en incluso se metía entre los frondosos árboles del cercano bosque que constituía el pie de la ladera de la cordillera montañosa a cuyas faldas estaba enclavada la preciosa vivienda. Sandra le gritaba:
—Vuelve Jack, te estas yendo muy lejos —cuando de vez en cuando lo perdía de vista entre los árboles, no quería que se perdiera.
Otras veces Jack corría hacía un lago inmenso de cristalinas aguas que ahora estaba helado. Quería deslizarse sobre sus aguas heladas y patinar sin fin.
—Ven Sandra, ven conmigo —le decía entre risas.
—¡¡¡Noooo!!! —gritaba Sandra todo lo fuerte que podía—. Puede romperse y caerte a las heladas aguas. No lo hagas —y Jack obedecía pero se reía cuando la veía correr a trompicones hacia él.
Mientras, Rafa ya había terminado de preparar todo dentro de la casa y tenía todo dispuesto para cuando llegaran los demás. Había encendido la chimenea para que toda la casa estuviera caliente y había dispuesto cojines alrededor del hogar y de la mesa llena de deliciosas pastas y turrones para tumbarse alrededor de ella y disfrutar de una larga velada entre amigos. También tenía todo dispuesto en la mesa principal, los canapés y aperitivos presentados en exquisitas bandejas y los platos fuertes de la cena guardando el calor en grandes ollas y en el horno. No se le había olvidado ningún detalle.
Al acabar, miró el reloj. Pronto comenzarían a llegar los demás, así que salió a llamar a Sandra y a Jack. No los veía, así que echó un grito:
—¡¡¡Sandra!!!
Y al cabo de unos minutos, de entre las ramas, apareció Jack corriendo seguido de Sandra. Estaban llenos de tierra y llenos de ramas. Les dijo:
—Rápido, casi es la hora, van a llegar. Corred a cambiaros de ropa para la cena. Tenemos que estar listos.
En poco menos de media hora estaban listos los tres en la puerta de la casa, como perfectos anfitriones, esperando que fueran llegando los demás.
Los primeros en llegar fueron Pedro y Ana con las gemelas. Venían dormidas del viaje, estaban agotados y hacía poquito que habían tomado leche. Así que las metieron directamente en las cunas, cerca del hogar para que estuvieran calentitas. Sandra se quedó con las ganas de despertar a sus sobrinas para jugar un rato.
Estaban los cinco sentados en los cojines contemplando el fuego en la chimenea, cansados de esperar, se les estaba haciendo largo, aunque aún no eran las nueve, cuando sonó la puerta. Jack se levantó corriendo, esperaba que fuera su mama. Pero no…
Allí en la puerta estaba Ian. Y para sorpresa de todos, no venía solo. A su lado cogida de la mano estaba Laura, a la que todos recibieron encantados. Sobre todo Ana, que después de todo lo pasado, necesitaba más que nunca a una amiga a su lado. Laura para ella había significado mucho y estaba encantada de que además de ser parte de su pasado fuera a serlo de su futuro. Pero no era la única sorpresa que Ana se llevaría de Laura, ya que tras ellos iba un niño de apenas seis o siete años, que se escondía entre las piernas de su madre. Laura había venido con su hijo, David.
Tras la confusión inicial, se pasó a las risas, sobre todo Jack y David que enseguida se hicieron amigos y empezaron a hacer pequeñas bromas y travesuras.
Ana no estaba tranquila, tenía una extraña sensación esa noche. Miró el reloj, eran más de las nueve y Patricia y Mary no habían llegado. No quería decir nada, por no preocupar a Jack, pero…. le parecía que era muy tarde y que algo podía haber sucedido. Se levantó a ver si sus pequeñas seguían dormidas, se volvió a sentar, se volvió a levantar, esta vez a la cocina a por un vaso de agua, no podía parar quieta, le podían los nervios. Al final, cogió una chaqueta de lana, se la puso y se dirigió a la puerta, necesitaba salir fuera, ver si a lo lejos vislumbraba los faros del coche o, al menos, que le diera el aire para ver si podía calmarse y no transmitir sus nervios a los demás.
No hizo más que abrir la puerta y casi se choca con Mario que venía seguido de Mary y Patricia. Se sintió aliviada al ver que estaban ya todos, pero esa extraña inquietud que sentía permanecía en el cuerpo.

Por fin, estaban todos. Ya podían sentarse a la majestuosa mesa que tan elegantemente y con suculentos y deliciosos bocados había preparado Rafa. Y así tranquilamente, comenzaron la última cena de aquel año tan extraño, que no olvidarían nunca. Con tan malos momentos pero que pese a todo también había tenido momentos felices y hermosos encuentros, como el de esta noche tan especial que estaban disfrutando, ilusionados los amigos.
Rafa acababa de levantarse a por la crema de castañas que había preparado cuando, de repente, sonó el timbre. Se miraron extrañados. A Ana un escalofrío le recorrió la espalda. No esperaban a nadie más y no había vecinos cerca que pudieran haberse acercado. Se miraron extrañados. Pedro se levantó para dirigirse a la puerta. Ana se había quedado helada, paralizada por el miedo en la mesa. No sabía a qué o por qué tenía miedo, pero lo tenía. Sandra recordó lo del aeropuerto y gritó a su hermano que se parara y no abriera. Los demás la miraron preocupados, estaba atemorizada, se le notaba el terror en su cara y eso asustó a todos.

Pasaron casi dos largos minutos de tensión, mirando a Sandra y Ana que estaban aterrorizadas. Sobre todo Sandra, que tras lo pasado en el aeropuerto estaba casi segura de que en la puerta estaba Ramón, no sabía cómo habría podido llegar hasta allí pero estaba casi segura de ello.
De repente, una llave giró y la puerta principal de la casa chirrió al abrirse, desde la mesa algunos de ellos podían ver el lento movimiento de la madera al girar. Se estremecieron en sus sillas, fueron segundos de gran tensión. Pedro estaba parado, rígido a medio camino, muy cerquita de la puerta. Y fue el primero en verlos y...

...fue el primero en respirar tranquilo. Eran los padres de Patricia, venían a unirse a la fiesta, a abrazar a su hija y conocer a su nieto. Una vecina les dijo a su llegada que su hija se había ido con unos amigos a la casita de Pau.


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