2. Lluvia de Sensaciones.
¡Qué momento!
Yo no sabía cómo reaccionar. Me seguía inundando la
sensación de nerviosismo y por otro lado, el subidón de adrenalina cada vez
mayor, que sentía por todo mi cuerpo, en especial por mi "cosita",
que notaba cómo iba cambiando de tamaño y dureza, sin poder controlarla al
tener a esa mujer ahí, a escasos centímetros de mi cuerpo, sin decir ni una palabra
con la boquita, pero cuyos ojos hablaban por sí solos.
Me provocaba, me insinuaba, consiguiendo que me recorriera
el cuerpo, de arriba abajo, un escalofrío de placer, que me hacía sentir vulnerable
a sus encantos y fuerza.
Pero no podía ser. Llegué a pensar que tenía que ser
fruto de mi imaginación. No era posible que eso me estuviera ocurriendo en la
ducha de un lugar público, completamente empapados, porque no dejaba de caer el
agua, ya que no me di ni cuenta de cerrar el grifo, estaba perplejo.
Pero ¡Wowww! ¡Aquello fue a más! Esa mujer me tenía loco, intrigado,
completamente enganchado a sus encantos, a sus armas de mujer, que ya había
empezado a utilizar en la sauna, los poquitos segundos que compartimos solos.
¿Qué pasó? Se acercó si cabe más a mí, rozó suavemente
su cuerpo con el mío. Aunque para mí casi fue como un orgasmo, una explosión de
sensaciones sensuales, que no sexuales. Sin dejar de mirarme a los ojos y humedeciéndose,
sutilmente, los labios con su lengüita, uniéndose a la ya propia humedad que
tenía por el agua, que no dejaba de caernos por encima.
Me era ya casi imposible contenerme a mis impulsos e
instintos varoniles y animales.
Ella sabía cómo llevar mejor que yo ese momento, que
tan solo fueron segundos, escasos minutos, pero yo lo estaba disfrutando como
si realmente fuese mucho más prolongado en el tiempo y…
¡Zasss! ¿Qué hizo esa mujer caprichosa conmigo en ese
momento?
Se giró dándome la espalda, rozándome con su trasero,
sintiendo a mi “cosita” acariciarle levemente su bello y húmedo cuerpecito. Tres
segundos, no más, porque se volvió a girar de inmediato.
Pero… ¡Uf! ¿Qué me estaba pasando?
Yo creo que el agua hasta hervía, y era inevitable dejarse
llevar por la situación que se había creado.
A los dos se nos notaban las ganas de dar rienda
suelta, y nuestros labios comenzaron a acercarse el uno al otro, cuando de
repente, en ese momento tan inoportuno, se oyó la puerta y que alguien entraba.
El calorcito creado y la sensación de bienestar, pasó
a hielo de glaciar y tensión. Casi sin respirar, sobre todo ella, que además se
encontraba en el lugar equivocado, ya que este vestuario sólo está destinado
para caballeros.
¡Cómo le debía de gustar a esta mujer el riesgo y el
morbo!
En silencio, permaneció inmóvil, pero sin despegarse
de mí.
Si ya era muy curioso lo que estaba ocurriendo entre
nosotros… Empezamos a escuchar hablar a quiénes habían entrado al vestuario. Y
cómo no, la primera voz que se escuchó, con palabras amables de saludo, fue la de la señora de la limpieza, adecuada
totalmente por su sencillez y discreción, y totalmente reconocible por su voz
dulce y saber estar. La persona idónea para encontrártela, junto con una bella
mujer desnuda, en una ducha del vestuario masculino. ¡Ni imaginarlo quiero!
Y telita…
La otra parte de la conversación era una voz masculina.
Lógica por supuesto, por el lugar donde nos encontrábamos. Para mí desconocida
totalmente, pero no para mi compañera de ducha…
La reconoció de inmediato, asombrosamente familiar le
resultó…
—¿Qué hace este hombre aquí? —exclamó muy bajito y
suavecito—. ¡Es Venancio, mi marido!
Yo flipando. Todo aquello se vino abajo vamos, fue un
cambio brutal de temperatura y sensación.
Los dos atrapados en la ducha, sin poder salir, y con
la incertidumbre de qué te ibas a encontrar a la salida y qué íbamos a hacer
para que fuera lo más natural posible, evidentemente una vez que volviéramos a estar
solos de nuevo.
Tan apenas intercambiamos palabras. Era todo muy
expresivo, con la mirada principalmente, intentábamos comunicarnos para que no
se oyera nada.
No quedaba otra, que cuando ya nos sintiéramos más
relajados, si es que se podía, salir naturalmente como si nada y esperar a que
este señor, tan inusual en frecuentar centros deportivos saludables, se saliera
fuera y asegurarnos, de que cuando ya se encontrara en alguna de las zonas seguras
para nosotros, ella pudiera salir de la ducha y se dirigiera a su vestuario.
Sensación desorbitante, pero por otro lado, había que
solventarla de la mejor manera y lo más rápido posible. Si habíamos sido
capaces de entendernos en algunos aspectos momentos atrás, teníamos que ser
capaces de solucionar esta situación, que no deja de ser morbosa, pero con una alta
dosis de riesgo.
No sé el por qué, pero a los dos nos salió así, de
manera instintiva, darnos un beso cortito, pero apasionado y ponernos manos a
la obra.
Salí. Ahí estaba el hombre. Saludé como si nada. Tardaba
en abandonar el vestuario. Se tomaba su tiempo para cambiarse y es más, me empezó
a dar conversación, interesado por el centro y preguntándome algo de información.
Era tan contradictorio aquello, que claro, yo que sí sabía
lo que ocurría, no se me pasaba por la cabeza, más que…, que…, que en un
descuido tonto, podría hacer estallar esta demencial situación no se sabe cómo.
Claro, había que tener cuidado por otro lado, no le
fuera a dar por querer entrar a la ducha, donde se encontraba su mujer, a la
espera de que éste saliera y consiguiéramos tenerlo bajo control. Yo creo que
esta situación, que tan apenas duraría diez minutos, se me hizo mucho más larga
que todo lo anterior.
La tensión que causaba era tal, que creo que todo lo
que me podía haber relajado en la sauna, y con el resto de lo ocurrido hasta
este incidente, se fue al garete y me estaba empezando a causar varias contracturas
por diferentes partes del cuerpo. Qué ganas de que llegara la hora de que se
saliera fuera y ver cómo solucionábamos el siguiente paso, porque imagínate si
confiamos en que ya ha salido, y le da por volver y entrar justo cuando sale su
mujer por la puerta…
Verdaderamente se me estaba haciendo muy difícil la situación,
que tan agradablemente había comenzado.
Mientras tanto sin olvidar, que esa mujer tan bella
para mí, se encontraba secuestrada en la ducha, evitando hacer cualquier tipo
de ruido para no dejarse notar.
Por fin, el hombre se decidió a salir.
Yo, ya estaba vestido claro, para salir casi a la vez
que él y asegurarme no sé cómo, la verdad, de poder ayudarla a salir, una vez
estuviera este hombre entretenido con otra cosa, para que no le pasara por la
cabeza, por lo menos en el ratito necesario para hacer la salida, volver a
entrar.
Bueno, parece que conseguí que el deseo se cumpliera, el
hombre se puso a sus cosas, empezó a comprobar
el funcionamiento de una de las cintas de correr, y yo aproveché el momento
para dirigirme en busca de mi compañera de ducha. Pero se va uno y vuelve la otra.
De nuevo aparece la señora tan encantadora de la limpieza, que me pregunta:
—¿Se puede entrar? ¿Sabe si hay alguien? Es que
necesito limpiar y dejar unas cosas en el vestuario.
No puede ser, esto en lugar de solucionarse, se liaba
cada vez más. Conseguí convencerla de que no entrara en ese momento. Mientras, mi
compañera de ducha debía de estar con la incertidumbre de no saber qué ocurría
y yo, echando mano de la imaginación, por llamarlo de alguna manera, para ingeniármelas
de cómo seguir resolviendo esta complicada situación...
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