martes, 30 de diciembre de 2014

Nuestra historia. XLIII: Encuentros inesperados.

Tras el capítulo de la pasada semana (42. El muro), hoy la acción continúa...
El capítulo arranca una placentera mañana con Ana despertando en casa y contemplando la maravillosa estampa de Pedro y las gemelas al fin dormidas. ¡Cómo había cambiado todo! Estaba agotada pero encantada con su nueva vida.
Tras darse una larga y relajante ducha se dispuso para afrontar ese gran día. Se dirigió al hospital para recoger un sobre y saludar a sus compañeros. Seguidamente fue a la parada del bus que la transportaría a la prisión donde se encontraba Ramón.
Una señora mayor captó su atención en la parada e hicieron el viaje de ida juntas, en silencio en un principio y al llegar esta se dirigió a Ana para calmar su impresión inicial al comprobar la majestuosidad de la prisión hacia donde se dirigían.
Tras pasar dos controles iniciales de entrada, accedieron a una sala de espera donde se encontraba Thomas. Tras una tensa conversación inicial entre ambos Ana le confiesa que viene como él a ver a su hermano, pero para despedirse. Este no la cree y ella le propone que ambos pasen juntos al turno de visitas. Ambos accedieron juntos a la sala de visitas junto con el resto de familiares que allí esperaban. La puerta de los presos se abrió y uno tras otro fueron apareciendo todos para encontrarse con sus visitantes, todos excepto Ramón. La puerta de los reos se cerró y cuando Thomas iba a preguntar por él volvió a abrirse y entonces apareció. Tras la sorpresa inicial de Ramón es Ana la que toma el control de la situación y le cuenta que ha venido a despedirse y le entrega un sobre a un desconcertado Ramón ante la inesperada actitud de Ana. Este se queda boquiabierto al comprobar lo que incluye: un análisis genético que demuestra que Pedro es el padre de las gemelas. Ahora es cuando Ana se arma de valor de nuevo para explicarle a Ramón que ya nada los une y decirle adiós para siempre.

¿Será un adiós definitivo? ¿Volveremos a ver a Ramón? ¿Qué papel jugará a partir de ahora su hermano? ¿Qué será lo próximo? ¿Cuales serán sus planes? ¿Caben más sorpresas? No os perdáis el capítulo de hoy.

En cuanto a su creadora, destacar que es la persona más comprometida con este proyecto. Ella ha sabido convivir en el día a día con él, gestionar sus tiempos y mis ausencias. Ha aportado cariño y comprensión en todo momento y ha sabido meterse en la piel de Ana en este "pedazo" de capítulo, para mostrar un poquito de ella en el personaje. Incluso con todos los factores en contra usurpándole el tiempo (el trabajo, las clases, los quehaceres diarios y problemas familiares), no han podido impedir que tuviera su momento y boli en mano (a la vieja usanza) se sentara para relatar un capítulo extraordinario que nos acerca y mucho al final de la historia. Es el momento de agradecer por todo esto y mucho más tu compromiso con Zarracatalla Editorial, con tu Despistado Observador y con todos nosotros. Por eso, como diría Ana en palabras tuyas: "Esto es un regalo para TI, de MÍ, por ser TÚ".
Perfil en facebook de Maite Navarro Medina



XLIII. Encuentros inesperados.

SIEMPRE es lo que Ana pensaba, deseaba. La mente enferma de Ramón ya estaba pensando la manera de conseguir que fuera para siempre suya, no aceptaba esas pruebas, no podían estar bien. Estaba seguro de que eran falsas. Eran sus gemelas, todo cuadraba en el tiempo. Y así se lo empezó a decir a Thomas cuando Ana se hubo marchado. La mente psicótica del pequeño Ramón había despertado y se estaba imponiendo a ese otro Ramón que Ana, Pedro y los demás habían conocido.
Ramón ya estaba planeando todo sobre cómo actuar de ahora en adelante para conseguir sus propósitos pero nada le dijo a Thomas en estos momentos. Sabía que estaba vigilado, incluso dentro de la prisión y que debía obrar solo hasta que fuera seguro poder contar con él para todo. Mientras necesitaba que permaneciera en España para poder informarle de lo que iba pasando en el grupo de amigos, al menos, de todo lo que él pudiera enterarse.
Tras dejar atrás la cárcel, Ana llegó feliz a su casa con Pedro y las niñas. Aún no era la hora de comer y pudieron bajar a dar una vuelta con las pequeñas apurando los últimos días calurosos del año. Se acercaron hasta el parque cercano a su casa y relajados caminaron sin rumbo por sus caminos de tierra flanqueados por todavía frondosos árboles. Paseando se encontraron con  Sandra y Rafa que reían como niños y casi ni se dieron cuenta de que llegaban. Sandra se alegró mucho de verlos, sobre todo a las pequeñas, su debilidad desde que nacieron. Tras charlar un rato los cuatro, Ana y Pedro fueron para casa a seguir con su rutina diaria desde que Candela y Lucía estaban en sus vidas. Bendita y feliz rutina, pensaba Ana. No podía creerse que, por fin, fueran sólo ellos y no tuvieran que preocuparse de nada más.
Así transcurrían los días y semanas de los felices papás, sin tiempo libre, todo para ellas, pero relajados. Olvidados ya los difíciles momentos pasados por el accidente de Pedro, el secuestro de Ana, las intromisiones en su relación de Olga y Ramón. Todo iba bien. Vivían en una nube, en un sueño de color rosa que hace sólo unos meses no podían siquiera imaginar.

Mary había telefoneado todas las semanas a Patricia, para saber cómo estaba y cómo seguía su embarazo. Se sentía en deuda con ella por haber cuidado de Jack y sobre todo, estaba convencida de que le debía a ella que Jack continuara vivo. Por eso a Patricia no le extrañó cuando esa mañana sonó el teléfono y era Mary.
—Hello Patricia! —le dijo Mary nada mas que Patri descolgó el teléfono.
—Hola, ¿qué tal está Jack? —preguntó como siempre que le llamaba Mary. Esos pocos días que pasó con él llego a cogerle mucho cariño. Y era recíproco.
—Bien, ilusionado ya con la llegada de las próximas Navidades y casi ni se acuerda de esos días. Sólo le queda tu recuerdo y ese es bueno. Y tú, ¿cómo estás? ¿Quedan ya poquitos días?
—Me encuentro genial, la verdad es que parece mentira que esté ya de treinta y nueve semanas y siga haciendo vida casi normal. Casi no lo creo después de todo lo que pasó y de los días hospitalizada, pero es así. Excepto que debido a mi trabajo, ya sabes que tuve que cogerme la baja, estoy haciendo la misma vida que antes del embarazo. Completamente recuperada y esperando ansiosa el momento del parto. Feliz pero nerviosa y con un poquito de miedo por si estoy sola en casa y no llego a tiempo al hospital. En fin, los nervios y miedos de madre primeriza.
—Por eso te llamaba —la interrumpió Mary—. Jack y yo nos vamos a ir contigo unos días a España. Espero que no te parezca mal.
—Gracias Mary, no hace falta. No te preocupes, no vengáis, no es necesario. Tenéis vuestra vida, familia, amigos, todo allí. No te sientas en deuda conmigo, lo que yo hice por tu hijo, lo hubiera hecho cualquiera.
—No sigas, esta decidido, vamos a ir. Mañana sale nuestro vuelo —y sin darle tiempo a Patricia a protestar Mary le colgó el teléfono.
Mary lo tenía decidido desde hacía semanas: no dejaría que Patricia estuviera sola en ese momento. Le debía mucho como para abandonarla en un momento así. Patricia estaba casi sola en la ciudad, sus padres habían tenido que abandonar el país hacía un mes con destino a Estados Unidos para ingresar a su madre en un importante hospital para tratarle un cáncer de pulmón y sólo contaba con su grupo de amigos, compañeros de trabajo del hospital. Y sus amigos desde la pasada Nochevieja, hacía ya casi un año, no estaban todo lo pendientes de Patricia que esta necesitaba. Mary lo había notado en el tono de voz de Patricia en cada llamada. Habían pasado muchas horas al teléfono en las últimas semanas. Además Mary necesitaba hablar con Patricia de algo que no se atrevía a abordar por teléfono.
Tras colgar el teléfono, Patricia se dispuso a limpiar la casa y ponerla en orden. Mañana llegarían Mary y su hijo Jack, necesitaba prepararles una habitación para ellos. Seguidamente fue a la cocina, abrió la nevera para ver todo lo que faltaba y bajarse a comprarlo enseguida. Tenía que tener todo perfecto para cuando viniera Mary, la persona que aún en la distancia, más cerca sentía. La necesitaba a su lado y, por suerte, iba a contar con ella.
Aquel día Patricia cogió el coche para ir a comprar. No solía hacerlo, compraba siempre en el supermercado de su barrio. En sus tiendas de siempre tenían todo lo que ella necesitaba. Pero esta vez era diferente. Quería que para Mary y Jack todo fuera perfecto, de la mejor calidad. Iría al centro a comprar. Conocía un mercado con productos gourmet de alta calidad y sobre todo, sabía que allí encontraría algunos productos típicos de Londres y quería que sus invitados se sintieran como en casa.
Llegó al centro, circulando junto al mercado y en seguida vio un sitio donde aparcar, «¡qué suerte!». Tan sorprendida estaba con su fortuna de poder estacionar a la primera y justo al lado de la puerta principal, que no se dio cuenta de quienes estaban sentados justo en el banco de al lado. Bajo del coche, cerro la puerta y al levantar la vista, los vio. ¡Qué grata sorpresa!

—Mary y Jack están volando hacia España. Creo que vienen a pasar unos días con Patricia y estar con ella cuando nazca su bebé —le dijo Thomas a Ramón en su primera visita al psiquiátrico. Se parecían más que nunca, eran como dos gotas de agua. Thomas había modificado un poco su aspecto y formas hasta ser como Ramón, tras haber estado unos días sin poder recibir la visita de ningún familiar. Era política del centro psiquiátrico que durante los primeros días los enfermos estuvieran aislados del exterior. Después, conforme iban siguiendo el tratamiento, les iban permitiendo recibir visitas. Y en el caso de Ramón, ese momento había llegado muy pronto ya que en cuanto consiguió su traslado desde el centro penitenciario al psiquiátrico comenzó a mejorar su comportamiento y sus aparentes brotes psicóticos parecían remitir y haberse corregido con la medicación, que por supuesto Ramón aparentaba tragar pero escupía en cuanto el enfermero salía de su habitación. Su plan estaba funcionando.
—Por  fin, una buena noticia —contestó Ramón—. ¡Qué suerte! Todos mis hijos en la misma ciudad, esperándome para cuando salga de aquí, que será muy pronto si todo funciona como esta previsto.
—Saldrá hermanito, saldrá. Ahora estamos juntos de nuevo en esto y podremos hablarnos con asiduidad, y sin vigilancia —dijo Thomas guiñándole un ojo a su hermano.

Faltaban pocas horas para que Mary y Jack llegaran. Patricia estaba nerviosa organizando todo en casa y preparando la cena para todos porque quería que todo estuviese perfecto para Mary, que venía sólo por estar con ella, pero también nerviosa por los demás. Después de todo lo pasado este año, y tantas semanas sin verse, volverían a estar casi todos los “amigos” juntos. Y eso iba a ocurrir en su casa, en su mesa,... «¡Todo tiene que estar perfecto!», se dijo así misma.
Y es que Mary y Jack, no sólo le traían su propia compañía, sino que además, gracias a ir al centro a comprar para ellos, se había encontrado con Rafa y Sandra. La feliz pareja del banco de al lado de su coche. Habían estado hablando largo rato, incluso tomaron un café los tres. Aclararon cosas sucedidas ese año. Perdonaron a Patricia haber sido cómplice sin querer de Olga y Ramón. Sandra se dio cuenta de que tanto ella, como su hermano y Ana, habían culpado quizás de manera inconsciente a Patri por lo de la carta y otras situaciones de haberles ayudado. Tras hablar relajados con ella ambos, y sobre todo, gracias al tiempo transcurrido desde los malos momentos vividos, se dieron cuenta de que Patricia sólo había sido una victima más de aquellas mentes maquiavélicas que tanto mal habían hecho al grupo. Pero eso ya era pasado, Olga había muerto y Ramón, el peor de ellos, estaba en la cárcel (así lo creían ellos) y no tenían por qué preocuparse de él. ¿O quizás sí? Al menos ellos estaban tranquilos pensando que tardaría muchos años en salir de allí.
De aquel encuentro fortuito surgió la cena de esta noche. Patricia convenció a Sandra y Rafa:
—Va a venir Mary y Jack para estar conmigo estos días, hasta pasadas las Navidades para que no esté sola ni en el parto ni en estas fechas tan familiares... —a Patricia se le nublaron los ojos y casi llora al acordarse de sus padres.
—No te preocupes, no estarás sola, nosotros también estaremos contigo en estos momentos, ¿verdad Rafa?
—Por supuesto, Sandra —le dijo cariñosamente—. Y estoy seguro de que tu hermano Pedro y Ana también. Hemos sido muy buenos amigos, me corrijo, somos muy buenos amigos. Hemos estado distanciados de ti Patricia. Perdónanos, no fue culpa tuya.
—Sí, Patri. Hemos estado ocupados sólo de lo nuestro y no nos hemos dado cuenta de lo sola que estabas y lo que te hacíamos falta tus amigos. Menos mal que Mary ha sabido estar. ¡Qué ganas tengo de verla para agradecérselo!
—Tengo una idea —dijo Patricia—. Si queréis podéis venir mañana a mi a casa a cenar y así le damos una sorpresa de bienvenida a Mary y Jack.
—Encantados. Muchas gracias. Iremos y si no te parece mal, hablaré con mi hermano para que vengan también.
—¡Genial! —contestó Patricia—. Decírselo a todos. Ya tenía ganas de poder volver a ser pandilla.
Y así fue como surgió el plan de la cena de esta noche. Y enfrascada en sus pensamientos estaba Patricia, cuando sonó el timbre. Echó una ojeada a su reloj, era pronto para la llegada de Mary, Jack, Sandra y Rafa. Debían llegar juntos pues la pareja se había ofrecido para ir a buscarlos al aeropuerto, no querían que Patri en su estado cogiera sola el coche. No esperaba a nadie hasta dentro de dos horas. ¿Quién podría ser?

Rafa y Sandra ya estaban en el aeropuerto. Estaban tranquilamente los dos sentados en la cafetería, tomándose un refresco cada uno. Rafa llevaba casi un año sin consumir alcohol, le daba miedo las consecuencias, perder el control y no recordar. Lo que pasó en el grupo le había concienciado. Estaban hablando de cómo iban a pasar las próximas fiestas navideñas, dónde comerían, dónde cenarían... Iban a ser sus primeras navidades como pareja y estaban entusiasmados con la idea. Y así, contentos, ensimismados el uno con el otro, estaban cuando de repente a Sandra se le cambio la cara, se quedo blanca, pálida, como si hubiera visto un fantasma. Y… es que casi era eso lo que había pasado. Lo había visto, estaba segura, era él. Pero que hacía aquí, cómo había salido. No, no podía ser, se decía para sí misma pero casi sin creerlo. Seguro que era su hermano, tenía que serlo, no podía ser otra cosa.
—Sandra, ¿qué te ocurre? —preguntó muy asustado Rafa—. Reacciona, parece que has visto un fantasma. Dime, ¿qué pasa? Me estas asustando.
—Rafa —dijo Sandra, casi en un susurro, cuando recobró el habla—, Rafa, era él, era Ramón. No puede ser, ahora no...
Rafa, no entendía nada. Sandra estaba aturdida, pasó un rato hasta que reacciono del todo y pudo hablar con ella.
—Sandra, ¿estas segura? Sabes que no puede ser. Quizás lo has confundido con su hermano. Sí, tiene que ser eso.
—Supongo que tienes razón, pero había algo raro. Vamos a buscarlo, quiero saber que hace Thomas aquí precisamente hoy.
Lo cierto, es que había sido una casualidad. Thomas iba a coger un avión para arreglar unos asuntillos suyos, cuando los vio en la cafetería. «¿Que harían allí?», se preguntó. Indagó y descubrió a quienes esperaban. Canceló todos sus planes y volvió con su hermano.
Rafa y Sandra lo buscaron por el aeropuerto pero no lo encontraron. Decidieron olvidar aquello por el momento y no decirle nada a nadie, no querían preocupar a los demás ahora que, por fin, volvían a ser un grupo de amigos. Es más, eran incluso más. La relación con Ian, continuaba y también con Mario, que últimamente quedaba siempre con el grupo en compañía de su amigo Hugo. No dirían nada, no querían fastidiar la gran cena de esta noche.

Patricia se aproximaba para abrir cuando vio que Federico estaba alerta, ladrando, en posición de ataque, como advirtiéndole de que no abriera esa puerta. A Patricia eso le paralizó, no era un comportamiento normal en él. Solía ser un perro cariñoso y juguetón con todo el mundo. No le gustó su comportamiento y decidió ir con cautela. Pero cuando iba a la altura del sofá, le dio una fuerte contracción y no pudo mas que tumbarse hasta que se le pasará. Había sido una contracción muy fuerte, necesitó unos minutos para reponerse y poderse levantar para ir a abrir.
Cuando llego a la puerta, quién quiera que fuera que hubiera estado allí ya se había marchado. Quizás por la tardanza, quizás ahuyentado por los ladridos de Federico. A Patricia esto la dejo un poco preocupada, pero no quiso darle más vueltas. Podía ser cualquier desconocido. Así que continuó con la cena para estar ocupada y no pensar.
Sonó de nuevo el timbre y esta vez sí, eran ellos, sus amigos. Estaban todos, Sandra, Rafa, Mary y Jack habían venidos directamente desde el aeropuerto y al aparcar se habían encontrado con Pedro, Ana (las gemelas estaban con los padres de Pedro), Mario, Hugo e Ian. Así que llegaban todos juntos a casa de Patricia.
Fue un reencuentro muy deseado por todos, sin reproches, felices y arropando a Patricia que tanto parecía necesitarlo. Sólo a Mary se la veía un poco contrariada, y es que esperaba haber estado a solas con Patricia. Necesitaba hablar con ella, llevaba días con ese pensamiento y, en parte, eso era lo que la había hecho venir a España. Estaba inquieta por qué acabara la cena y quedarse a solas para hablar de sus hijos. Pero por lo demás, todo transcurría con normalidad. La cena estaba suculenta y la compañía y conversación inmejorable.
Hasta que llegaron los postres y, de repente, Patricia volvió a tener ese fuerte dolor, de nuevo una contracción. Pero esta vez no fue aislada, se repitieron… estaba de parto. Así que se acabo la cena. Todos fueron al hospital con ella, y en cuestión de poco más de una hora, allí estaba Patricia en la habitación del hospital con su hijo en brazos y rodeada de sus amigos. Emocionada se acordó de su madre y la telefoneó para darle la buena noticia. Bueno, las buenas noticias, ya que su madre recibió como la mejor de las noticias saber que Patricia no estaba sola, sino que volvía a tener a su lado a todos sus amigos, ya que ella no podía estar junto a ella.
—Patricia, hija, me alegro mucho por ti, y por el niño. Aquí también tenemos buenas noticias. Mi tratamiento va muy bien, y seguramente a finales de enero regresemos a España y pueda conocer a mi nieto y ya quedarme a tu lado. Besos hija. Te quiero. Papa también —dijo emocionada su mamá antes de colgar.
Todo era felicidad en esa habitación. Por fin, la vida de todos ellos parecía volver a ser lo que era. Cuantas cosas habían pasado en solo un año, un “año horribilus” para casi todos, pero que tocaba a su fin...
Hablando de todo ello, Pedro le propuso a Patricia y a Mary que no pasaran solas la Navidad ya que ellos iban a estar con sus padres, las gemelas, Sandra y Rafa y que seguro que sus padres estarían encantados de que también fueran ellas y Jack.
    Ana estaba encantada con la idea, pero le entristecía en parte dejar de lado a Mario e Ian que tanto les habían ayudado a ella y, sobre todo a su amado Pedro. Sabía que ellos pasarían la Navidad con sus familiares, así que decidió proponer algo para fin de año. Les dijo a todos:
—Chicos, ¿qué os parece pasar el fin de año juntos? ¿Podríamos ir a una casa rural? Y celebrarlo todos juntos...
—Si os apetece podemos ir a la casa de mis padres en Pau. Os gustará a los que no la conocéis y allí cabemos todos. Esta aislada de las otras casas. Podremos estar a nuestro aire, sin molestar y el paisaje en invierno es precioso. Y la casa, con la chimenea es muy cálida y acogedora.
A todos les pareció genial y de inmediato comenzaron a organizarlo todo. Nerviosos, ansiosos porque llegara el momento. No se daban cuenta de que Patricia necesitaba descansar, hasta que entró Teresa, acompañada de Roberto y les dijo que deberían dejarla sola para que duerma y descanse un poco, lo necesitaba.
—Vayámonos a casa —dijo Ana—. Teresa y Roberto tienen razón. Nos quedan días para hablar y organizar todo —y dándole un besico a Patricia salió de la habitación seguida de Pedro y los demás.
Ya de regreso a su casa, Pedro y ella iban caminando de la mano mirándose el uno al otro. Ana iba pensando en todo lo pasado, en cómo había empezado el año y cómo iba a acabar. Esa manía suya de repasar todo lo ocurrido durante el año, le ocurría siempre cuando llegaba diciembre. Y entonces pensó en la curiosa paradoja: con Roberto había empezado lo peor del año para ella. Recordó que fue él quién le dio la mala noticia del accidente de Pedro. Sí, porque pasado el tiempo, para Ana lo peor había sido el accidente y no la infidelidad. Quería tanto a Pedro que no hubiera soportado perderle. Y ahora al acabar el año, era precisamente Roberto quién les había traído las buenas noticias de que todo había ido bien en el parto de Patricia y ahora les había aconsejado también lo que era mejor.
Los siguientes días de diciembre transcurrieron con normalidad, dentro de lo que son esos últimos días del año, cuándo se va siempre de un lado para otro ultimando todas las compras y no descuidando ningún detalle para las ya cercanas fiestas navideñas. Con ese trajín habitual de las fechas, transcurrieron los días para Ana y Pedro, encargados de todas las compras para la cena de Nochebuena y la comida de Navidad en casa de los padres de Pedro. Acababan los días agotados, entre los preparativos y las niñas, pero tremendamente felices de poder pasar esos días en familia y con amigos. Ana, aún sacaba tiempo por las mañanas para acercarse con las gemelas hasta casa de Patricia para ver al pequeño Miguel y pasear juntas las dos con los bebes. Mary aprovechaba esos ratos para ir con Jack a hacer algo de turismo por la ciudad y disfrutar algún tiempo a solas con su peque.
Así, casi sin darse cuenta, llegó el día de Nochebuena. Todo estaba listo en casa de los padres de Pedro, en el pueblo para pasar una velada inolvidable para todos. Ana, Pedro, Candela y Lucia habían ido ya la noche anterior para ayudar en todo y que los abuelos pudieran disfrutar de las pequeñas.

Los primeros en llegar fueron Sandra y Rafa, que trajeron un  montón de regalos para poner bajo el árbol y, siguiendo la tradición familiar, abrir a la mañana siguiente todos juntos al calor de la chimenea. Poco más tarde, llegaron otros familiares y también Patricia, Mary, Jack y el “baby” de todos: Miguel. Fue una cena fantástica, tranquila, feliz, familiar, como debe ser una cena de Nochebuena. Comieron, rieron, bebieron,… en definitiva, disfrutaron de estar juntos y olvidaron todo lo malo del año. Allí estaban los tres pequeños: Candela, Lucia y Miguel, motivos más que suficientes para no mirar atrás y sí hacia el futuro.



martes, 23 de diciembre de 2014

Celebrando las 21.000 visitas.

En estas fechas tan señaladas me llena de orgullo y satisfacción... parabá parabá parabá... etc. etc. etc.
Pues eso, que ya es Navidad, que alcanzamos las 21.000 visitas en estos días como regalo especial por ser buenos chicos y que desde el blog os deseamos que paséis estos días lo mejor posible: rodearos de los vuestros, que fuera refresca y al abrigo de la familia y amigos las celebraciones y los malos momentos se llevan mejor. Desead que el próximo año os traiga vuestros sueños, y no esperéis a que estos se cumplan: luchad y perseguirlos, porque así es como se consiguen.
Por un 2015 lleno de esperanza e ilusión. Por vosotros... En definitiva, POR TODOS NOSOTROS.
FELICIDADES.
Os dejo un vídeo a modo de felicitación y agradecimiento porque el AÑO I de Zarracatalla Editorial ha estado muy por encima de lo esperado. ¿Qué nos deparará 2015? Yo ya lo tengo en la cabeza... espero que otra vez la vida me vuelva a sorprender porque a vuestro lado esta año ha sido inolvidable.
GRACIAS

Recordad que el 3 de Enero tenemos una cita...
Y que lo próximo en llegar está muy cerquita. Ya estamos trabajando en lo nuevo, lo tendremos a partir del próximo lunes 19 de enero, cuando finalice Nuestra historia y se titulará....
TayTodos

lunes, 22 de diciembre de 2014

Nuestra historia. XLII: El muro.

Tras el capítulo de la pasada semana (41. Planes), hoy la acción continúa...
El capítulo continúa con las gemelas presentadas a la familia en la sala de espera y es Ian el que aparece en escena. Pedro, que acababa de experimentar por primera vez la fantástica sensación de ser padre entregó a las gemelas a su hermana y madre y se interesó por las intenciones del pelirrojo. Este le comentó que tenían intención de retirar la denuncia y que había sospechado de la aparición de Olga desde un principio ya que tuvo acceso a "ciertos archivos" del móvil de Pedro a través de su abogado. Tras una breve conversación su relación se tornó amistosa y se despidieron.
Mientras Teresa permanecía junto a Ana y esta le informa tras el parto de que la primera muestra de sangre que le extrajeron sí que portaba el VIH, pero el resto ya no. Sin duda esto se debía a que alguien había contaminado necesariamente la primera muestra intencionadamente. Alguien con acceso total al hospital, no tardaron en concluir que sería Ramón.
Teresa se despide de Ana y el grupo pasa a ver a la reciente madre y disfrutar por fin de un ratito de felicidad.
Mientras en la prisión Thomas informa a su hermano del fallecimiento de Olga y de que Ana se ha puesto de parto. Ramón tras una maquiavélica divagación va a comunicar a su hermano lo que quiere que haga...
¿Qué querrá Ramón de su hermano? ¿Qué será lo próximo? ¿Cuales serán sus planes? ¿Caben más sorpresas? ¿Qué papel desempeñará Thomas guiado por la perversa mente de su hermano? No os perdáis el capítulo de hoy.
En cuanto a su creador, comentar brevemente su capacidad para engancharse al proyecto sobre la marcha, su reflexiva visión de la situación y su fascinante habilidad para hilar un capítulo en el que nos reconcilia a Ian con la familia de Pedro y Ana, resuelve el tema del juicio y zanja el misterioso problema del VIH, además de sumergirse en la mente perversa de Ramón y dejarnos expectantes  y ansiosos por leer el próximo capítulo. Esta es la obra del gran... Alfredo Lezaun Andréu, al que agradecemos su entrega total con el proyecto.



XLII. El muro.

El silencio envolvía la habitación, apenas se escuchaban los tímidos canturreos de los gorriones que anunciaban la llegada de un nuevo amanecer. Jamás hubiera creído que iba a disfrutar tanto de un momento así... en silencio. Lucía y Candela habían acaparado su tiempo, su alma, su vida... Era genial tener un momento para pensar, para darse cuenta de cuanto habían cambiado sus vidas... Para disfrutar de aquella maravillosa estampa: Candela tumbada sobre el torso de Pedro, dormidos ambos profundamente. Parecía que hasta sus respiraciones se habían acompasado al mismo ritmo. Y en sus brazos Lucía, tan bien dormida al fin.
Había sido una noche larga, tenía sueño pero hubiera vendido su alma por inmortalizar aquel momento en familia, tranquila, relajada, admirando a los tres seres que más quería. «Hoy va a ser un gran día», se dijo a si misma, y se incorporó para dejar a Lucía en su cunita.
Se metió en la ducha, dejo que el agua caliente resbalara por todo su cuerpo, se apoyó con sus estilizadas manos en las baldosas y dejó que el agua y el calor la transportaran a otro de los mejores momentos de este GRAN DÍA.

La calle estaba abarrotada, parecía mentira que fuera tan pronto. Se dirigió al hospital y al llegar a recepción saludó a sus compañeros y solicitó su sobre...
Tras recogerlo se dirigió a la Plaza Mozart, allí creía que pasaba el bus que la llevaría a su destino. Al llegar a la parada una señora de unos ochenta años aguardaba en un banco con una bolsa de cuadros escoceses gigante, abarrotada. Ana le preguntó:
—Disculpe, aquí se coge el autobús a la prisión Moss.
—Sí hija, sí —contestó la mujer, y se sentó a su vera a esperar.
Pasado unos minutos llegó el autobús. Ana no veía el momento de llegar, tenía ganas de ver su cara, tenía ganas de…
Se sobresaltó al escuchar el silbido de su móvil que anunciaba el mensaje entrante. Se apresuró a leer, era Pedro:
“Tardarás mucho? Candela y Lucía siguen durmiendo pero yo echo de menos tu beso de buenos días”
“No Pedrito, no. Te lo prometo…” (contestó Ana)
Guardó su móvil y se dispuso a “disfrutar” del paisaje, a mirar al infinito, a no pensar… y se quedó ensimismada pensando en NADA…
Pasada casi una hora llegó a su destino. Cómo imponía aquel edificio. Nunca había estado en una cárcel. Ayudó a la señora de la bolsa de cuadros a bajar del autobús y las dos se dirigieron hacia lo que parecía una puerta. No habían compartido ni una sola palabra pero aquella señora le caía bien, le resultaba agradable, buena gente. La mujer le agarró fuerte de la mano y le dijo:
—No te asustes hija. Se nota que es tu primera vez, pero no tengas miedo. Esto impone pero no deja de ser un edificio adornado con rejas.
Ana sonrió y respondió.
—Gracias.
Al entrar le solicitaron la documentación y les preguntaron a qué preso iban a visitar. A continuación pasaron a una pequeña sala acristalada, vieja y sucia donde dos mujeres con cara muy desagradable las cachearon y las acompañaron hasta el detector de metales. Tras este detector accedieron a otra sala alargada, un poco más limpia, donde aguardaban otras visitas. No podía creerlo, allí estaba… Parecía que se encontrara en frente de Ramón, era exactamente igual a él. Al verla abrió aún más esos enormes ojos y se echó para atrás, como queriendo escapar de aquella incómoda situación.
—Hola, soy Ana.
—Lo sé —contestó Thomas.
—Eres el hermano de Ramón, no hay duda… —dijo con cierto aire de chulería.
—Sí, soy yo. ¿Qué haces tú aquí?
—Vengo a ver a Ramón, como tú, supongo. Hay pocas cosas más que hacer en un sitio así, ¿no? —Ana no podía creer que sangre fría estaba teniendo para hablarle así, pero se sentía fuerte, valiente—. Vengo a ver a tu hermano, a preguntarle cómo está, a intentar recordarle lo que un día fue, mi amigo, y a decirle ADIOS para siempre.
—Umm… —murmuró Thomas cerrando los ojos, sonriendo y poniendo una cara de esas que dicen: “¡que te lo has creído!”.
—Sí, ya se que no me crees, por eso te voy a pedir que entremos juntos para que lo compruebes por ti mismo.
—De acuerdo —asintió—. Ningún problema.
Seguidamente un señor grande, gordo, sudoroso y mal oliente abrió la puerta de metal que había en la sala y les dejó adentrarse en la llamada “Sala de visitas”.
Ana siguió a Thomas, ambos se sentaron en una mesa al fondo de la sala. Segundos después aparecieron los presos por la puerta situada justo frente a sus ojos. No dejaban de entrar presos uno detrás de otro, pero Ramón no aparecía…
Se cerró la puerta tras el último reo y Ramón no había comparecido. Su hermano se dirigía hacia el funcionario para preguntarle cuando se abrió la puerta. Allí estaba, bastante desmejorado y más delgado, y con alguna marca en la cara que no reconocía Ana.
Vio a su hermano, y este ladeando la cabeza le dijo:
—Mira quién ha venido.
No podía creerlo. Se restregó los ojos incluso. Ana entonces se incorporó y dijo en voz alta:
—Sí Ramón, soy yo.
Él se acercó lentamente hasta la mesa donde se encontraba admirándola como nunca había hecho y se sentó frente a ella.
—Ana, yo... Quería...
—No Ramón. La que he venido a verte soy yo, y la que quiere hablar soy yo. Así que agradecería que te callaras y me escucharas atentamente.
Asintió con la cabeza y se le escapó una sonrisa un poco maligna...
—Primero, ¿qué tal estás? —prosiguió Ana—. No debería preguntarte, solo reprocharte, pero para poder recibir hay que dar primero, ¿no? Pues yo acabo de poner la primera piedra para construir el muro.
—¿Qué muro? —rió Ramón.
—El que va a aparecer en breves momentos entre tú y yo...
—Venga Ana —Ramón rió a carcajadas.
—¿Cómo estás Ramón? —repitió Ana.
Estaba perplejo. No sabía si era una broma, si venía a reprocharle, a preguntarle... Estaba totalmente desconcertado pero como si no entraba en el juego, al parecer no iba a averiguar de qué se trataba, contestó a Ana cortésmente.
—Bien, estoy bien.
—Me alegro —sonrió Ana vagamente—. Sólo he venido a decirte que jamás te hubiera creído capaz de hacer todo lo que has hecho. Te has transformado en una persona que yo no conozco y a la que no quiero conocer. No quiero entrar en un montón de reproches sin fin, lo pasado, pasado está. Sólo quería decirte que le digas al Ramón al que yo conocí, que le quiero y le echaré de menos... A este nuevo Ramón sólo me queda darle esto.
Ana sacó de su bolso el sobre que había recogido en el hospital.
—¿Qué es esto? —preguntó alucinado.
—Es un regalo para TI, de MÍ, por ser TÚ.
—Gracias Anita.
Parecía que el tiempo se había detenido. Los segundos se hacían eternos mientras Ramón abría el sobre y se disponía ingenuamente e ilusionado a leer.
Acto seguido se quedó perplejo al comprobar lo que tenía delante. No podía creer lo que estaba leyendo ni quién se lo había traído. De repente su sonrisa maligna comenzó a borrarse de su cara.
—Sí Ramón —dijo Ana satisfecha—. Es un análisis genético que Pedro se hizo. Así es, ¡Pedro es el padre! —sonrió finalmente.
La cara de Ramón se desencajaba por momentos.
—Este es el muro del que te hablaba al principio —prosiguió Ana—. Este es nuestro muro. Ahora nada nos une, nada nos ata. No hay nada que recuperar, nada que intentar. Sólo decirte hasta siempre y que le des un enorme beso a mi Ramón, a mi amigo...

Ana se levantó, caminó lenta pero intensamente, segura y orgullosa de si misma. Ramón y su hermano, perplejos, observaban detenidamente cómo Ana se alejaba para de ellos para SIEMPRE.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Nuestra historia. XLI: Planes

Tras el capítulo de la pasada semana (40. Wellcome!) de Rosi Oliver Navarro, hoy la acción continúa...
El capítulo continúa con la entrada en el velatorio de Laura, amiga común de Ana y Olga. Ambas se funden en un intenso abrazo y tras comentar el sorprendente fin de su amiga rápidamente se ponen al día de la situación. Tras una larga charla Ana comienza a sentirse incómoda y se va para casa.
Ramón telefonea desde la cárcel a su hermano. Su planes habían fracasado y decide ir a por todas: las ordenes para Thomas eran que fuera al funeral de Olga, se presentara a todos como su hermano, cosa evidente dado su parecido físico y sembrara las sospechas, ya existentes en Pedro, sobre sus gemelas. Le daba igual todo, ya no había nada que perder y sí Ana no era para él, no era para nadie.
Al día siguiente Pedro y Ana se dirigen al cementerio para el funeral de Olga. Las contracciones cada vez son mayores, pero Ana resiste en silencio. Una vez allí Laura se une a ellos. Pero para sorpresa de todos aparece Thomas, siguiendo las directrices de su hermano. Pedro echaba chispas y Ana se quedó totalmente sorprendida al conocer de la existencia de un gemelo de Ramón, casi idéntico.
Las contracciones hacen que la pareja tenga que abandonar rápidamente el funeral para dirigirse al hospital. Allí comienza el protocolo para el parto hasta que dejan de oírse los latidos de una de las niñas. Viene con una vuelta de cordón y tendrán que practicarle una cesárea de urgencias, así que sacan a Pedro de allí y llevan a Ana al quirófano. Otro pinchazo de epidural y en diez minutos larguísimos para la mamá las pequeñas estaban fuera perfectamente.
Tras verlas Ana son llevadas fuera para que las conozca el papá que espera impaciente con su hermana y sus padres. Es en ese momento cuando...
¿Quién aparecerá ahora en escena? ¿Qué será lo próximo? ¿Caben más sorpresas? ¿Cual será el veredicto para el juicio de Pedro finalmente? ¿Qué papel desempeñará Thomas guiado por la perversa mente de su hermano? ¿Y Ramón, qué tal le irá en el nuevo módulo? No os perdáis el capítulo de hoy.



XLI. Planes.

...Ían hizo su aparición en la sala de espera a la vez que las gemelas, provocando el estupor del grupo mientras la enfermera, contrariada, les aproximaba a las recién nacidas.
Pedro fue el primero en reaccionar. Miró a las niñas, y su rostro pasó del pasmo a la más profunda ternura en un instante. Se sintió padre en ese mismo momento por primera vez en su vida. No se parecía a nada que hubiera experimentado o imaginado antes. Sentía un vínculo ancestral con unos seres que acababan de nacer, una unión sentimental más fuerte que cualquier otra. De repente, muchas palabras de sus padres acudían a su mente, y el misterio de la vida, aunque irresoluble, se le aclaraba poco a poco.
Perdió completamente la noción del tiempo y el espacio entre suaves caricias, que interrumpió a recomendación de la enfermera, y sosteniendo a ambas, una con cada brazo (ante la atenta mirada de la enfermera) mientras se movía en un vaivén sutil.
Pocos minutos después, recuperó una expresión algo más seria, dejó a tía Sandra y a la yaya Irene sendas gemelas, y se acercó a Ian, que había permanecido todo el rato en respetuosa expectación.
—¡Qué sorpresa verle por aquí!
—Bueno, llevo una curiosa racha de sorpresas desde que entrasteis en mi vida.
Ian pasó deliberadamente al tuteo, aunque su intención no era aviesa.
—¿Qué querías? —preguntó Pedro.
—Comunicaros que vamos a retirar las acusaciones.
—¡Cómo! ¡Dime que no me estás engañando! —Pedro paró un momento para apaciguar su excitación inicial—. Perdona, pero yo también llevo unos días de locas sorpresas, y no me fío de nada.
—No, no te estoy engañando. Mi madre no quería desde el principio, y en mi caso, que reconozco que lo había encarado como algo personal, los últimos acontecimientos me han hecho cambiar mucho. Primero la reaparición fortuita de Olga, ¿sabes que me preguntó por nuestro litigio?
—¿¡Qué!?. Mira, no se lo que teníais vosotros, ni por qué te llamó, ni cómo consiguió tu número, pero para que te hagas una idea, gracias a nuestro vecino, descubrimos que entró en nuestra casa, e intentó sembrar la discordia entre mi pareja y yo.
—Pues actuó como si no te conociera, y supongo que estaría al tanto del juicio.
—Sí, pero desde el día del accidente había cambiado mucho nuestra relación. No quiero estropear tu recuerdo de Olga. Simplemente digamos que no nos trató bien.
—Para mi decisión esto da igual. La conozco muy bien desde hace tiempo y te aseguro que Olga ya pertenece al pasado. Me da igual cuales fueran sus intenciones. Mi madre además, es tajante; de ninguna manera quiere poner en peligro el desarrollo de un niño recién nacido.
—Le puedes decir que son dos niñas, incluso podéis venir un día a casa a conocerlas.
—Gracias, quizá lo hagamos. ¡Por cierto!...
Ian, que después de un apretón de manos ya se marchaba, se paró un poco antes de llegar a la puerta. Pedro, que ya había vuelto con su grupo, se giró sorprendido.
—Dime.
—Mi abogado me ha contado lo que el perito encontró en tu móvil, y he tenido acceso a algunos archivos. Quería que lo supieras por dos motivos; uno, que soy un tipo inteligente y que sospeché de Olga desde el primer momento, y otro, que no soy un cabrón. Estoy seguro de que aquel día estabas al límite, y no creo que Olga apareciera en mi vida por petición tuya.
—Muchas gracias, antes con la emoción no te las he dado.
—De nada, os deseo lo mejor a todos. Es posible que nos volvamos a ver.
—Hasta pronto entonces.
—Hasta pronto.
Pedro volvió con el grupo, y por fin pudieron disfrutar plenamente de las niñas todo el tiempo que les permitió la enfermera, que aunque fue mucho, les pareció poco.

Teresa mira con expresión de suma preocupación a Ana. La accidentada intervención forzó que la cesárea se hiciera con epidural, así que la doctora Retuerto estaba plenamente consciente cuando terminaron de coserle y el equipo médico se hubo marchado.
La noticia que Teresa le acababa de comunicar era feliz, pero terrorífica.
—¿Estas segura?
—Completamente, Ana. He vuelto a analizar la primera muestra de sangre y cada una de las que te han extraído en tus últimas estancias en el hospital. He invertido mucho tiempo libre en ti. Te quiero y si era capaz de pedir tu castigo cuando parecía que lo merecías, siempre lo seré en ayudarte hasta el final en todo lo que pueda.
—Muchísimas gracias Teresa.
—Sí, sí... El caso es que ningún análisis posterior al primero ha dado positivo en VIH, pero la primera muestra si que tiene virus del VIH, sin ninguna duda.
—¿Cómo es posible?
—Necesariamente, alguien contaminó la muestra. He mirado el horario de laboratorios, las asignaciones de investigación y cualquier información referente al uso del laboratorio donde se analizó tu prueba, y no había ninguna prueba que involucrara cultivos de virus, análisis de potenciales seropositivos o sangres no controladas. No queda otra posibilidad.
—¡Dios mío! ¿Quién habrá podido ser?
—Pues tengo mis sospechas. Alguien que puede moverse por el hospital con libertad, y que conoce bien la distribución del mismo. ¿Se puede saber en qué andas metida? Ha tenido que ser el mismo al que trataste de encubrir, ¡Ramón!
—Ahora ya está en la cárcel.
—Y esperemos que por mucho tiempo. Nunca me fié completamente de él.
—Tiene una mente muy retorcida, y es capaz de cualquier cosa por conseguir lo que quiere. No se cómo nos pudo tener engañados tantos años.
Ana pensaba también en Olga. Su mejor y más malvada amiga. ¿Qué demonios pasa en las cabezas de algunas personas para que actúen así? Dos personas a las que creía conocer, sobre todo a Olga. Creía conocer bastante bien a Ramón a pesar de sus repentinas ausencias prolongadas. Ahora solo esperaba que estuviera toda la condena en la cárcel, por su bien y el de su familia.
Teresa se despidió con un abrazo y salió a proseguir su turno. A la salida avisó a la enfermera de que ya podía comunicar a familia y amigos que podían pasar a ver a la madre.
Una vez con todos los amigos y los padres de Pedro, por fin disfrutaron de un momento de felicidad colectiva todos los que aún formaban parte del grupo original, y parecía que la nueva normalidad no tardaría en llegar. Incluso empezaron a planear qué harían los próximos meses... Su vida nunca volvería a ser lo que fue, pero al menos, la podrían vivir felices.

Mientras tanto, dos hermanos conversan separados por un cristal mientras sujetan sendos teléfonos.
—Olga ha muerto.
—¡Joder! ¡Maldita inútil! —con su hermano no necesitaba simular empatía—. ¡No te puedes fiar de nadie para hacer bien un trabajo!
—Y Ana se ha puesto de parto en el juicio contra Pedro. Se han ido al hospital, pero me ha sido imposible seguirles, así que me he venido aquí a contártelo.
—Gracias hermano.
Permanecen unos minutos callados mientras Ramón piensa con la mirada perdida. Asusta cuando mira así, ladino, perverso.
Su hermano, sin embargo, le mira con una mezcla de confianza y orgullo. Le gusta que su hermano sea peligroso. Hasta hace poco, era el único que realmente le conocía y sabía a dónde podía llegar por conseguir lo que deseaba. Ramón era algo más pequeño, y su hermano había podido comprobar cómo se iba desarrollando un pequeño psicópata, que no necesitaba llegar a grandes extremos para conseguir lo que quería en el patio del recreo y en las discotecas light, y cuya sagacidad le llevó pronto a comprender que era peligroso comportarse siempre como si el mundo le perteneciera, y empezó a moderarse y a adoptar una apariencia normal, incluso cariñosa, pero algo distante.
Ahora esa apariencia se había ido por la cloaca. Patricia, Ana, Mary, Pedro... todos habían visto su verdadera cara. Tenía que hacer algo, ¿pero qué?
Un plan que le solucionara la vida tendría que ser grande, muy grande. Tenía que salir de la cárcel, claro. Su hermano no podría hacer nada mientras él estuviera dentro. Peligro de perder un valioso peón, ¡el último tras la pérdida de Patricia! Porque... Patricia estaba perdida, claro. O... quizá no...
La perturbada mente de Ramón mantenía un diálogo consigo misma.
«Sí. Nunca me podré fiar al cien por cien de ninguno de ellos. Patricia me traicionó en Pau, Pedro me quitó a Ana, y Ana me niega mis hijas. Sí, sí... todo empieza a encajar. No será demasiado difícil.»
Ramón empezó a reírse en voz alta, una auténtica risa siniestra. Entonces asió el teléfono, golpeó dos veces el cristal y, cuando su hermano se lo hubo puesto de nuevo en la oreja, empezó a hablar.

—Escucha exactamente lo que quiero que hagas, hermanito...

viernes, 5 de diciembre de 2014

Conocemos a...

Esta semana nos trae menos secretos ya que el jueves pasado desvelamos que el capítulo era doble y por tanto sería de la misma autora: Rosi Navarro Oliver. Pero no puedes perderte el resumen del capítulo y la entrevista a Lara Garijo Labanda.

ESCRITOR ANÓNIMO DE LA SEMANA
El capítulo continúa con la entrada en el velatorio de Laura, amiga común de Ana y Olga. Ambas se funden en un intenso abrazo y tras comentar el sorprendente fin de su amiga rápidamente se ponen al día de la situación. Tras una larga charla Ana comienza a sentirse incómoda y se va para casa.
Ramón telefonea desde la carcel a su hermano. Su planes habían fracasado y decide ir a por todas: las ordenes para Thomas eran que fuera al funeral de Olga, se presentara a todos como su hermano, cosa evidente dado su parecido físico y sembrara las sospechas, ya existentes en Pedro, sobre sus gemelas. Le daba igual todo, ya no había nada que perder y sí Ana no era para él, no era para nadie.
Al día siguiente Pedro y Ana se dirigen al cementerio para el funeral de Olga. Las contracciones cada vez son mayores, pero Ana resiste en silencio. Una vez allí Laura se une a ellos. Pero para sorpresa de todos aparece Thomas, siguiendo las directrices de su hermano. Pedro echaba chispas y Ana se quedó totalmente sorprendida al conocer de la existencia de un gemelo de Ramón, casi idéntico.
Las contracciones hacen que la pareja tenga que abandonar rápidamente el funeral para dirigirse al hospital. Allí comienza el protocolo para el parto hasta que dejan de oírse los latidos de una de las niñas. Viene con una vuelta de cordón y tendrán que practicarle una cesárea de urgencias, así que sacan a Pedro de allí y llevan a Ana al quirófano. Otro pinchazo de epidural y en diez minutos larguísimos para la mamá las pequeñas estaban fuera perfectamente.
Tras verlas Ana son llevadas fuera para que las conozca el papá que espera impaciente con su hermana y sus padres. Es en ese momento cuando...
¿Quién aparecerá ahora en escena? ¿Qué será lo próximo? ¿Caben más sorpresas? ¿Cual será el veredicto para el juicio de Pedro finalmente? ¿Qué papel desempeñará Thomas guiado por la perversa mente de su hermano? ¿Y Ramón, qué tal le irá en el nuevo módulo? No os perdáis el próximo capítulo.



CONOCEMOS A...
Hoy conocemos a Lara Garijo Labanda, amiga y colaboradora de Zarracatalla Editorial. Autora del capítulo XXXIII de Nuestra historia titulado “Cómo ha podido”. Así se describe ella misma:
Soy Lara Garijo, una chica de 23 años de edad, soriana que tuvo que “emigrar” a Zaragoza para estudiar una carrera universitaria, Matemáticas. Ahora mismo estoy viviendo en Swansea, una ciudad del sur de Gales. Mi objetivo para este año es mejorar mi inglés, pues como ya sabemos todos, el inglés es un idioma imprescindible para buscar trabajo. Soy una chica con muchas ganas de descubrir mundo y totalmente dispuesta a ser sorprendida por las nuevas experiencias que te ofrece la vida, una de ellas, colaborar escribiendo un capítulo de este libro. He de confesar que no soy muy lectora, pero en cuanto empiezo a leer un libro que me atrapa, es un non-stop. En el ámbito personal, me considero una persona simpática, agradable, tolerante, “amiga de mis amigas”, y con necesidad de saber de aquellas personas que me importan. Soy de esas personas que la rutina hace felices, con esto me estoy refiriendo a tomar el mítico café con leche a las 11.00 de la mañana.

Nos va a responder a las preguntas de nuestros seguidores:
    En qué te inspiraste para escribir este capítulo y cómo te sentiste al recibir el encargo.
Yo creo que siempre que cuentas una historia intentas ser lo mas realista posible, bien sea por que lo has vivido en tus propias carnes o porque has visto sucesos similares en la televisión.
En mi caso, mi capitulo está centrado en el secuestro de Patricia; yo por suerte no he sido secuestrada, así que he dado rienda suelta a mi imaginación.
Cuando me mandaron el encargo, tenía (y tengo) el temor de si el capítulo que yo iba escribir fuese aburrido para los seguidores de esta historia. Pues está claro que no es fácil gustar a todo el mundo.

    Donde, cuando y cual era tu situación cuando lo escribiste
o      Mi capítulo lo escribí en verano, durante mis vacaciones. No tenía ningún examen para septiembre, así que, pude escribir con tranquilidad el capítulo.

    ¿Cómo ves el proyecto Zarracatalla Editorial?
o      Es una buenísima idea, además de satisfactoria, pues te da la oportunidad de ser “escritora”. Además de que tus frases bien o mal construidas sean leídas no solo por tu madre (que lo hace porque te quiere mucho), sino por gente que ni siquiera conoces.

    ¿Escribes habitualmente? ¿Cómo te has encontrado al hacerlo?
o      No soy tampoco de escribir mucho, pues como ya os he dicho, estudio mates. Aun así, no descarto la posibilidad de que algún día tenga ganas de escribir en un blog.

    Algo que no sepamos y que te gustaría compartir acerca del capítulo…
               Intenté plasmar todo lo que se me ocurría en el momento, no deje de escribir   algo por miedo a represalias.

    ¿Cómo creías que iba a continuar tu capítulo?
         Pues mi capítulo dejaba más o menos claro, que Patricia estaba a punto de fallecer por los golpes de Ramón. Pero deje que el siguiente escritor/a decidiera sobre la muerte de Patricia.

    Recomiéndanos un libro, un disco y una película
     Libro: Si tú me dices ven, lo dejo todo, pero dime ven. Albert Espinosa.
   Disco: Fito y Fitipaldis. Antes de que cuente diez.
  Película: Interestelar. De Cristopher Nolan



    Un sitio para quedar…
o      Como me gusta mucho el café, en una cafetería, El Botánico, en Zaragoza.

    En la presentación de Colección Cupido pudimos enterarnos de que habrá edición impresa también de Nuestra historia en la que has participado. Cuéntanos tus impresiones al respecto. Estamos ya en periodo de reserva de ejemplares…
o      Supongo que como todo escritor que escribe un libro, tiene su propio ejemplar, yo quiero el mío.

    ¿Cómo finalizarías Nuestra historia?
Sinceramente no he pensado un final sobre Nuestra historia, simplemente espero a que salga el siguiente capítulo y ver las ocurrencias de los escritores.


martes, 2 de diciembre de 2014

Colección Uni2. Luz en la oscuridad: 5. Un encuentro inesperado.

Quinto capítulo de "Luz en la oscuridad", con Peter North (piloto de las fuerzas aéreas británicas durante la Segunda Guerra Mundial) tras la línea enemiga. Veamos como continua la acción tras los capítulos iniciales en esta propuesta de Alberto Bello y Vanesa Berdoy.




Luz en la oscuridad


CAPITULO V: UN ENCUENTRO INESPERADO


—Vuélvase muy, muy despacio y con las manos en alto —dijo la voz.
El agente Dufresne levantó las manos y se volvió lentamente. Vio que quién le estaba apuntando era un tipo pequeño con gafas redondas, así como con traje y sombrero negro. Llevaba ese abrigo tres cuartos de cuero inconfundible.
—Soy el agente Himmler de la Gestapo. Deberá acompañarme a la comisaría, me temo que el superintendente le querrá hacer unas preguntas. Su actitud está resultando sospechosa en las últimas semanas —dijo en tono burlón a la vez que se sonreía ligeramente.
El agente Friedrick Himmler compartía apellido con el comandante en jefe de las SS y por ende de la Gestapo, el Reichsführer-SS Heinrich Himmler, uno de los pilares principales del partido nazi. A pesar de no tener parentesco con él, alguna vez se había aprovechado de compartir apellido. En su firma escribía su apellido de forma legible y en ocasiones le había servido para abrir puertas. Mezquino y sádico, así como nazi convencido, el agente Himmler anhelaba trepar en la jerarquía de la Gestapo.
Claude sabía que de ninguna de las maneras podía acabar en el cuartel de la Gestapo. El tono del agente Himmler no le había gustado en absoluto. Sabía que les aguardaba allí a los tipos como él. Pensó en cómo podía deshacerse de él, pero estaba en clara desventaja frente al agente de la Gestapo. En ese momento vio como Peter abría sigilosamente la puerta por donde había salido del hotel, estaba justo detrás del agente. Éste no se percató de que el inglés se acercaba por su espalda.
Peter pensó en sacar su pistola y zanjar rápidamente la situación, pero un disparo en plena calle llamaría la atención. Decidió acercarse a él. La figura del agente Himmler le resultaba familiar; era como si lo hubiera visto antes en alguna otra parte.
Himmler había participado en la detención de Antoine. Había llevado casi toda la investigación. Era una de sus actuaciones más brillantes. Por supuesto no le gustó nada que Antoine decidiera suicidarse, le había preparado un minucioso “interrogatorio”.
Claude supo que debía distraer al agente para que Peter pudiera actuar.
—Quizá podamos llegar a un acuerdo —decía Claude mientras se acercaba a él y bajaba ligeramente las manos.
—¡No se mueva o le mato aquí mismo! ¡Levante las manos he dicho!
Claude se quedó parado. Supo que aquel era un tipo peligroso. «seguro que tendrá el gatillo fácil», pensó. El agente Himmler era un nazi convencido, un auténtico fanático.
Peter se encontraba muy cerca del agente. Sacó la pistola y le golpeó con la culata en la cabeza. El tipo cayó inconsciente.
—Gracias señor Lombard. Larguémonos de aquí —dijo Dufresne.
Caminaron hasta salir a una calle más ancha.
—Aquí nos despedimos. Me temo que al verme envuelto en este incidente deberé de no dejarme ver durante una temporada. Puede estar tranquilo, creo que a usted no lo habrán asociado conmigo. A pesar de todo estaremos en contacto vía telefónica.
—De acuerdo —asintió Peter mientras le estrechaba la mano.

Se quedo mirando como se alejaba el agente Dufresne calle abajo. Se dio la vuelta y comenzó a andar en sentido contrario. Pasó por la puerta del hotel y vio que el otro agente de la Gestapo todavía estaba dentro del coche ajeno a la situación. Continuó caminando y se fue a casa. Mientras caminaba iba pensando en cómo acometería la misión que le había encomendado el agente Dufresne. ¿Cómo iba a señalizar el bombardeo y neutralizar las posibles baterías antiaéreas si apenas conocía la zona? No podía pasearse por allí haciendo dibujos y anotaciones, necesitaba a alguien que conociera bien aquellos parajes, alguien que hubiera vivido allí toda su vida. De repente un nombre apareció en su cabeza: Marie. La campesina sería su mejor opción, pensó que iría a verla en los próximos días.
Le contó a sus amigos lo acontecido en su entrevista con el agente Dufresne y el plan que tenían para con las instalaciones secretas nazis. Les explicó que iría a ver a Marie.

Ya estaba bien entrado el mes de octubre de 1940 y comenzaba a hacer frío por esas latitudes. Peter se había comprado algo de ropa ahora que sabía que iba a quedarse una larga temporada en Francia, puesto que el servicio secreto no tenía un plan claro de cómo evacuarlo a Inglaterra. Además Dufresne no podía actuar a sus anchas, aunque sabía que eso no sería un problema para un agente como él.
Una tarde al salir de trabajar Peter se dirigió a la costa para tratar de hablar con Marie. Los días ya comenzaban a acortar bastante.
Esa misma mañana había leído en la prensa la reunión que Hitler había tenido en Hendaya con Franco. El Fürher había pretendido que España entrara en la guerra, pero Franco había pedido demasiadas cosas a cambio, las cuales Hitler no pudo aceptar. De todos modos las relaciones entre los dos gobiernos eran de colaboración.
Cogió la vieja camioneta Renault de Juliette y se dirigió hacia el norte. La carretera le hacía pasar cerca de la aldea de Antoine. Peter todavía recordaba el camino de su viaje anterior en autobús y había leído el nombre del pueblo en un cartel cuando todavía se sentía somnoliento a bordo del autobús que lo llevara a Amiens por primera vez. De eso hacía ya más de un mes.
Llegaba casi de noche al pueblo donde vivía el doctor. Condujo unos pocos kilómetros más y llegó a la granja. Era ya de noche, se acercó a la casa con los faros encendidos. Vio como alguien se asomaba a una de las ventanas del piso superior y se volvía a esconder. Peter paro el coche, bajó y llamó a la puerta.
Alguien corrió la mirilla de la puerta y le observó. La volvió a cerrar y le abrió. Era Marie.
—Me alegro mucho de verle, ¿Cómo está señor North?
—Estoy bien, Marie. Pensabas que no volverías a verme, ¿eh? —respondió Peter—. ¿Qué tal tu padre?
—Sobrevivió a la bala. Se encuentra bien. No puedo decir lo mismo de la granja —dijo mientras señalaba alrededor.
Peter no se había fijado, pero pudo ver que el granero había sido quemado.
—Menos mal que se quedaron contentos con quemar solo el granero. No quemaron la casa ni nos hicieron daño. Vinieron de las Waffen SS buscando a los dos guardias de la patrulla. Como no consiguieron la información que buscaban quemaron el granero. Pase por favor
Dentro de la casa se encontraban los padres de Marie. Peter los saludo cortésmente. La madre de Marie le ofreció algo de comer. Peter lo acepto, pues no había cenado.
—Bueno, ¿qué le trae por aquí señor North?, preguntó el hombre.
Peter le miró y dijo:
—Le seré sincero, la resistencia necesita de la ayuda de su hija para llevar a cabo una misión. Necesitamos a alguien que conozca esta zona y ella es la persona adecuada.
Marie, se sobresaltó y respondió:
—Si mis padres pueden prescindir de mi aquí en la granja, lo haré encantada.
—Será peligroso —dijo su madre.
—Debo hacerlo por mi país,...y por vosotros —respondió.
—Ahora sin el granero el trabajo va a ser menor, aunque también la comida. No te preocupes, sabremos salir adelante. Lo que no podremos salir adelante es si continúa mucho tiempo la ocupación nazi —habló su padre.
—Puedo alojarme en casa de los tíos en Amiens —dijo mientras miraba a su padre —este asintió.
—Señor North, le ruego pase aquí la noche —dijo la madre.
—De acuerdo. Mañana de madrugada saldremos hacia la ciudad. Así nos evitaremos mucho tráfico de unidades militares en la carretera.
Marie preparó una pequeña maleta en la que llevaba casi todas sus pertenencias y se fueron a dormir pronto.

Al día siguiente todos se levantaron temprano. Marie se despidió de sus padres y partieron rumbo a la ciudad. Al pasar por la aldea, Peter recordó que debía de llevarle una carta de Gastón al doctor Moreau. Marie le indicó donde era y pararon el coche en la puerta. Todavía no eran las 6:30 de la mañana.
Peter llamó a la puerta. No respondió nadie. Tuvo que insistir unas cuantas veces hasta que oyó la voz del doctor en el interior diciendo que ya salía. El doctor abrió la puerta con cara todavía de sueño.
—¡Señór North, qué sorpresa! Me alegra mucho el verle. Hola Marie, por favor pasad.
—Yo también estoy encantado de verle, doctor.
—¿Qué os trae por aquí? —preguntó Moreau.
—Tengo una carta para usted de parte de Gastón —dijo mientras se la entregaba.
Moreau la tomó, recogió sus gafas de un aparador cercano y la abrió.
—Nada importante —dijo dirigiendose a Peter —Señor North, me gustaría que me acompañara a visitar a un paciente ahora mismo.
—¡Debemos partir lo antes posible hacia la ciudad para evitar problemas! —apremió Peter.
—Por favor, necesito de su ayuda. El enfermo no habla francés.
—Hagámoslo, pero que sea rápido —accedió Peter.
—Iremos en mi coche —replicó el doctor.

Se subieron todos en el Citroën del doctor y se dirigieron de nuevo al norte, hacia la playa. Tras unos kilómetros llegaron a una granja. Era muy parecida a la de Marie. Al acercarse un mastín imponente les salió a recibir mientras ladraba nervioso alrededor del coche. Una mujer de mediana edad salió de la vivienda. Parecía que los estuviera esperando.
—Buenos días doctor. Le esperaba —dijo. Mientras sujetaba al perro miraba a Peter y a Marie de soslayo.
—No se preocupe, son amigos míos. Son de total confianza.
—Sean bienvenidos a mi humilde granja —les dijo la mujer a Marie y a Peter—. Entren por favor.
—¿Cómo se encuentra hoy nuestro amigo? —preguntó el doctor.
—Véalo usted mismo, le respondió mientras entraban en la casa y comenzaban a subir las escaleras.

Era una vivienda de dos pisos con un cuarto donde estaba la cocina y el hogar en la planta baja. En la parte de arriba se adivinaban las habitaciones. En la planta superior había un pasillo con habitaciones a ambos lados y una al final que tenía la puerta abierta. Entraron todos en el dormitorio del fondo. Peter lo hizo en último lugar.

Había una persona en pijama sentada en el borde de la cama y de espaldas a ellos…

lunes, 1 de diciembre de 2014

Nuestra historia. XL. Wellcome!

Tras el capítulo de la pasada semana (39. Adiós) de Rosi Oliver Navarro, hoy la acción continúa...
El capítulo comienza en el juzgado, con el juez a punto de dictar sentencia cuando Ana empieza a sentir unos fuertes dolores y su entrepierna se humedece. El juez ante el parto inminente decide posponer la vista diez días. La familia sale volada al hospital y mientras Ana es acompañada por Pedro y Sandra reciben una llamada al móvil de Pedro. Es Mario que les informa del fallecimiento de Olga. Los sentimiento están muy enfrentados y a flor de piel en Ana ante semejante noticia.
Una vez en el hospital su comadrona le hace una ecografía y todo parece ser una falsa alarma aunque deberían de estar alerta ya que el proceso de parto había comenzado. Como el tanatorio estaba muy cerca de allí la joven pareja decide pasar a despedirse de Olga. Una última visita y todo habría acabado.
Cuando llegan se encuentran con Mario, junto con la familia de la difunta y para sorpresa de todos Ian, al cual avisó la policía al ser la última llamada que reflejaba el móvil de Olga. Este se acercó a la pareja preso por la curiosidad con el fin de enterarse de qué conocían a Olga. Ana le cuenta que son amigas de la infancia evitando nombrar cualquier detalle del día del accidente de Pedro y su infidelidad con su amiga. En ese momento entró...

¿Quién aparecerá ahora en escena? ¿Cual será el veredicto para el juicio de Pedro finalmente? ¿Qué papel desempeñará Thomas de aquí en adelante tras venirse abajo los planes de fuga? ¿Y Ramón, qué tal le irá en el nuevo módulo? ¿Qué reacciones habrá ante el fallecimiento de Olga? El parto es inminente... No os perdáis el capítulo de hoy.



XL.   Wellcome.

En ese momento entró Laura, una amiga común de Ana y Olga de su época de instituto que hacía tiempo que no veían. De vez en cuando se enviaban algún email, pero poco más, aunque siempre habían sido muy amigas las tres. Amigas, sobre todo de juergas nocturnas y como se decían cariñosamente ellas eran “El comité de emergencia”. Siempre que algo le sucedía a una, rápidamente las otras dos se reunían con esta para pasar la tarde entera de charla y cervezas. Con una simple tarde, los problemas parecían evadirse. Esas charlas terapéuticas que tanto les gustaban a las tres y hacían que no corriera el reloj para ellas.
   Laura había estudiado turismo y llevaba dos años de azafata de vuelo, el tiempo que hacía que no se veían. Trabajaba para una gran compañía aérea haciendo la ruta Madrid — La Habana. Por sus horarios y distancia habían perdido un poco la conexión, pero no les hacía falta mucho para juntarse en cualquier instante y recordar con detalle cada uno de sus mejores momentos. Era como un ritual, cada vez que estaban juntas volver a sonreír con las mejores anécdotas.
—¡Lauraaaa! No me lo puedo creer, ¡has venido! ¡Qué sorpresa! —exclamó Ana con los ojos llenos de lágrimas desde el primer segundo que la vio entrar.
—Ana, como ha podido… ¡Es Olga… nuestra amiga Olga! ¡Aún no me hago a la idea!
Las dos se fundieron en un largo y emotivo abrazo entre lágrimas. Nadie quiso interrumpir ese momento.
—En cuanto me llamaron mis padres para decírmelo, vine a toda prisa. Una tía de Olga se los encontró por la calle y les dio la noticia.
Laura era una chica muy agradable. Por su trabajo le había tocado tratar con mucha gente y sabía desenvolverse muy bien a pesar de tener un punto de timidez, que le hacía muy interesante. Amiga de sus amigos, aunque pasaran los años, siempre estaba igual. Especialmente sensible. Realmente guapa, de ojos oscuros, casi negros, su tono de piel dorado, que mantenía perfecto todo el año por sus estancias en Cuba. Una melena larga rizada  de color  marrón oscuro, precioso. Su cuerpo armonioso y bonito, de voluptuosas curvas, más propio de la escuela flamenca de Rubens que de la época de moda actual, del que sabía sacar un gran partido. Los vaqueros azules desgastados y una blusa vaporosa negra le daban una elegancia extra, sí cabe, a la suya propia. Su llegada no dejó indiferente a ninguno de los presentes, ya que emanaba sensualidad y su belleza natural era indiscutible.
   Se retiraron a un rincón de la sala y charlaron durante largo rato. Laura se puso al corriente de todo lo sucedido. Comprendió el enfado de Ana, tenía motivos más que suficientes. Aun así, Ana dejó bien claro que en esos momentos pesaba más en la balanza los momentos buenos vividos, que esos últimos meses de locura. En el fondo todos sabían que Ana no le guardaría rencor, ya que tenía un gran corazón.
El día estaba siendo realmente largo, Ana se encontraba muy pesada y con un hormigueo continuo en el vientre. Decidió irse a casa a descansar un rato.
  
A Ramón le habían dado la noticia en la cárcel y le permitieron hacer una llamada. Llamó a Thomas, su hermano, para ponerle al corriente de todos los cambios. Su plan se había ido al garete. Todo había cambiado y su rabia era cada vez mayor. Lo único que le preocupaba era Ana. Se estaba convirtiendo en un loco obsesivo, perdiendo cualquier racionalidad. Las ordenes para Thomas eran que fuera al funeral de Olga, se presentara a todos como su hermano, cosa evidente dado su parecido físico y sembrara las sospechas, ya existentes en Pedro, sobre sus gemelas. Le daba igual todo, ya no había nada que perder y sí Ana no era para él, no era para nadie.
  
Al día siguiente Ana se metió en la ducha intentando relajarse y no transmitir toda la ansiedad a sus pequeñas. Su abultada barriga parecía una montaña rusa, no paraba de moverse.
   Todo estaba preparado para el funeral. A las cinco Ana y Pedro salieron de su casa. Las contracciones reaparecían cada quince minutos, aunque todavía eran ligeras. No dijo nada para no preocupar a su chico. La canastilla, con todo lo necesario para las niñas, les acompañaba a todos los lados últimamente. Ana presentía que esta vez ya no iba a regresar a casa igual.
   Allí estaban todos, directamente en el cementerio. Olga no era muy religiosa y siempre decía que nada de misas y lloros, ella quería que sus seres queridos la despidieran con frases bonitas y no que fuera un cura al que no conocía de nada, el que le dijera las últimas palabras. Este detalle sólo lo sabía Laura y Ana, ya que son cosas que tampoco hablaban muy a menudo a sus treinta años. Sí alguna vez había salido el tema, era Ana la que le cortaba enseguida, diciendo que todavía quedaba mucho para eso, que se dejara de chorradas.
   Las contracciones de Ana eran cada vez más fuertes, se repetían cada diez minutos, ya no podía disimularlas. Laura no dejaba de abrazarla, querían estar juntas en estos momentos tan duros para las dos. Al otro lado, la mano incondicional de Pedro.
   Thomas apareció por allí, muy bien mandado. Era capaz de todo por salvarle el pellejo a su hermano. Todos se giraron para verlo, dudando de sí era Ramón. El parecido entre los dos era más que considerable. Sólo Patricia y Pedro sabían de la existencia de los gemelos. Patricia no estaba enterada del accidente de Olga, dado su estado de salud decidieron no decirle nada hasta que no recobrara más fuerzas.
—¡Qué cojones hace este aquí! —exclamó Pedro en tono bajo.
Ana no salía de su asombro. Era igual que Ramón. Las facciones muy parecidas, esa mirada intrigante que daba algo de miedo a la par que les hacía misteriosos y atractivos. Ambos tenían unos vistosos lunares en la cara. Ramón bajo la sien izquierda y Thomas justo al lado del labio en la parte derecha.
   Un “flash” invadió a Ana y sus dudas se hicieron mayores. No podía creer que Ramón hubiera ocultado tener un hermano todo ese tiempo, pero por otro lado conociendo que tenía dos caras opuestas, era capaz de todo, con más razón en los últimos tiempos que se estaba convirtiendo en un enfermo mental.
Estaba diciendo unas palabras muy bonitas la prima de Olga, cuando dos pinchazos invadieron el vientre de Ana. Era  el momento de tomar la decisión de abandonar la despedida de Olga y dirigirse al hospital.
  
Entraron a urgencias. Pedro estaba paralizado con lo que acababa de ver. Ana, sin embargo, parecía estar más centrada en sus contracciones. El dolor no le dejaba pensar mucho, le inundaba todo su interior, aunque la imagen del gemelo de Ramón aparecía una y otra vez por su cabeza.
   Charo, la comadrona, y Juan, su ginecólogo, llegaron en cinco minutos. Ana tenía un trato de favor en el hospital por trabajar en él. Durante todo el embarazo había sido tratada por el mismo ginecólogo, cosa poco común en los hospitales públicos. Cuando ellos llegaron el anestesista, hombre muy cariñoso que no paró de animar a Ana, estaba preparado para hacer su trabajo e inyectar la epidural cuando precisara. Los monitores estaban conectados a la prominente e inquieta barriga de Ana. Se oían perfectamente los latidos de ambos bebés. Charo informaba continuamente a Juan del proceso de parto. Ana estaba dilatando deprisa.
Era momento de poner la epidural. Los dolores eran muy intensos, Ana apenas podía articular palabra cuando la contracción estaba en su umbral más alto de dolor. Pedro intentaba distraerla diciendo frases filosóficas sin mucho sentido, ya que estaba muy nervioso y no sabía cómo evitarle sufrir. Cosa poco acertada, por su parte, pero con la única intención de ayudar. La sala era todo lo acogedora que puede ser una sala de hospital, habían tratado con cariño los detalles para que las futuras mamás estuvieran a gusto.
De repente las caras de los especialistas hacían ver que algo no andaba bien.
—¿Qué pasa doctor? —repetía Ana una y otra vez, presa de los nervios.
—Lo siento Ana, los latidos dejan de oírse en algún momento. Tenemos que hacerte una cesárea de urgencia. Una de las niñas lleva una vuelta de cordón en el cuello. Pedro tendrá que esperar fuera y saldremos a darle noticias.

   Ana fue trasladada a quirófano. Ya no era tan acogedor. Era una sala fría, toda ella alicatada con baldosines blancos muy brillantes, con abundantes objetos de metal: tijeras, bisturís, fórceps… Focos deslumbrantes que enfocaban directamente a la camilla.
   A Ana se le cayó el mundo encima. No quería que nada les pasase a sus pequeñas. El anestesista hizo su trabajo de nuevo, ampliando la dosis de epidural para que procedieran a realizar la cesárea.
   Todo fue muy rápido, la vida de las pequeñas corría peligro. En diez minutos estaban fuera. Ana fue la primera en verlas. Cuando salieron para que Pedro las viera, Irene, Antonio y Sandra se habían unido en la sala de espera.

   Para sorpresa de todos…