El capítulo continúa con la entrada en el velatorio de Laura, amiga común de Ana y Olga. Ambas se funden en un intenso abrazo y tras comentar el sorprendente fin de su amiga rápidamente se ponen al día de la situación. Tras una larga charla Ana comienza a sentirse incómoda y se va para casa.
Ramón telefonea desde la cárcel a su hermano. Su planes habían fracasado y decide ir a por todas: las ordenes para Thomas eran que fuera al funeral de Olga, se presentara a todos como su hermano, cosa evidente dado su parecido físico y sembrara las sospechas, ya existentes en Pedro, sobre sus gemelas. Le daba igual todo, ya no había nada que perder y sí Ana no era para él, no era para nadie.
Al día siguiente Pedro y Ana se dirigen al cementerio para el funeral de Olga. Las contracciones cada vez son mayores, pero Ana resiste en silencio. Una vez allí Laura se une a ellos. Pero para sorpresa de todos aparece Thomas, siguiendo las directrices de su hermano. Pedro echaba chispas y Ana se quedó totalmente sorprendida al conocer de la existencia de un gemelo de Ramón, casi idéntico.
Las contracciones hacen que la pareja tenga que abandonar rápidamente el funeral para dirigirse al hospital. Allí comienza el protocolo para el parto hasta que dejan de oírse los latidos de una de las niñas. Viene con una vuelta de cordón y tendrán que practicarle una cesárea de urgencias, así que sacan a Pedro de allí y llevan a Ana al quirófano. Otro pinchazo de epidural y en diez minutos larguísimos para la mamá las pequeñas estaban fuera perfectamente.
Tras verlas Ana son llevadas fuera para que las conozca el papá que espera impaciente con su hermana y sus padres. Es en ese momento cuando...
Ramón telefonea desde la cárcel a su hermano. Su planes habían fracasado y decide ir a por todas: las ordenes para Thomas eran que fuera al funeral de Olga, se presentara a todos como su hermano, cosa evidente dado su parecido físico y sembrara las sospechas, ya existentes en Pedro, sobre sus gemelas. Le daba igual todo, ya no había nada que perder y sí Ana no era para él, no era para nadie.
Las contracciones hacen que la pareja tenga que abandonar rápidamente el funeral para dirigirse al hospital. Allí comienza el protocolo para el parto hasta que dejan de oírse los latidos de una de las niñas. Viene con una vuelta de cordón y tendrán que practicarle una cesárea de urgencias, así que sacan a Pedro de allí y llevan a Ana al quirófano. Otro pinchazo de epidural y en diez minutos larguísimos para la mamá las pequeñas estaban fuera perfectamente.
Tras verlas Ana son llevadas fuera para que las conozca el papá que espera impaciente con su hermana y sus padres. Es en ese momento cuando...
¿Quién aparecerá ahora en escena? ¿Qué será lo próximo? ¿Caben más sorpresas? ¿Cual será el veredicto para el juicio de Pedro finalmente? ¿Qué papel desempeñará Thomas guiado por la perversa mente de su hermano? ¿Y Ramón, qué tal le irá en el nuevo módulo? No os perdáis el capítulo de hoy.
XLI. Planes.
...Ían hizo su
aparición en la sala de espera a la vez que las gemelas, provocando el estupor
del grupo mientras la enfermera, contrariada, les aproximaba a las recién
nacidas.
Pedro fue el primero
en reaccionar. Miró a las niñas, y su rostro pasó del pasmo a la más profunda
ternura en un instante. Se sintió padre en ese mismo momento por primera vez en
su vida. No se parecía a nada que hubiera experimentado o imaginado antes. Sentía
un vínculo ancestral con unos seres que acababan de nacer, una unión
sentimental más fuerte que cualquier otra. De repente, muchas palabras de sus
padres acudían a su mente, y el misterio de la vida, aunque irresoluble, se le
aclaraba poco a poco.
Perdió completamente
la noción del tiempo y el espacio entre suaves caricias, que interrumpió a
recomendación de la enfermera, y sosteniendo a ambas, una con cada brazo (ante
la atenta mirada de la enfermera) mientras se movía en un vaivén sutil.
Pocos minutos después,
recuperó una expresión algo más seria, dejó a tía Sandra y a la yaya Irene
sendas gemelas, y se acercó a Ian, que había permanecido todo el rato en
respetuosa expectación.
—¡Qué sorpresa verle
por aquí!
—Bueno, llevo una
curiosa racha de sorpresas desde que entrasteis en mi vida.
Ian pasó
deliberadamente al tuteo, aunque su intención no era aviesa.
—¿Qué
querías? —preguntó Pedro.
—Comunicaros que vamos
a retirar las acusaciones.
—¡Cómo! ¡Dime que no
me estás engañando! —Pedro paró un momento para apaciguar su excitación
inicial—. Perdona, pero yo también llevo unos días de locas sorpresas, y no me
fío de nada.
—No, no te estoy
engañando. Mi madre no quería desde el principio, y en mi caso, que reconozco
que lo había encarado como algo personal, los últimos acontecimientos me han
hecho cambiar mucho. Primero la reaparición fortuita de Olga, ¿sabes que me
preguntó por nuestro litigio?
—¿¡Qué!?. Mira, no se
lo que teníais vosotros, ni por qué te llamó, ni cómo consiguió tu número, pero
para que te hagas una idea, gracias a nuestro vecino, descubrimos que entró en
nuestra casa, e intentó sembrar la discordia entre mi pareja y yo.
—Pues actuó como si no
te conociera, y supongo que estaría al tanto del juicio.
—Sí, pero desde el día
del accidente había cambiado mucho nuestra relación. No quiero estropear tu
recuerdo de Olga. Simplemente digamos que no nos trató bien.
—Para mi decisión esto
da igual. La conozco muy bien desde hace tiempo y te aseguro que Olga ya
pertenece al pasado. Me da igual cuales fueran sus intenciones. Mi madre
además, es tajante; de ninguna manera quiere poner en peligro el desarrollo de
un niño recién nacido.
—Le puedes decir que
son dos niñas, incluso podéis venir un día a casa a conocerlas.
—Gracias, quizá lo
hagamos. ¡Por cierto!...
Ian, que después de un
apretón de manos ya se marchaba, se paró un poco antes de llegar a la puerta.
Pedro, que ya había vuelto con su grupo, se giró sorprendido.
—Dime.
—Mi abogado me ha
contado lo que el perito encontró en tu móvil, y he tenido acceso a algunos
archivos. Quería que lo supieras por dos motivos; uno, que soy un tipo
inteligente y que sospeché de Olga desde el primer momento, y otro, que no soy
un cabrón. Estoy seguro de que aquel día estabas al límite, y no creo que Olga
apareciera en mi vida por petición tuya.
—Muchas gracias, antes
con la emoción no te las he dado.
—De nada, os deseo lo
mejor a todos. Es posible que nos volvamos a ver.
—Hasta pronto
entonces.
—Hasta pronto.
Pedro volvió con el
grupo, y por fin pudieron disfrutar plenamente de las niñas todo el tiempo que
les permitió la enfermera, que aunque fue mucho, les pareció poco.
Teresa mira con
expresión de suma preocupación a Ana. La accidentada intervención forzó que la
cesárea se hiciera con epidural, así que la doctora Retuerto estaba plenamente
consciente cuando terminaron de coserle y el equipo médico se hubo marchado.
La noticia que Teresa
le acababa de comunicar era feliz, pero terrorífica.
—¿Estas segura?
—Completamente, Ana.
He vuelto a analizar la primera muestra de sangre y cada una de las que te han
extraído en tus últimas estancias en el hospital. He invertido mucho
tiempo libre en ti. Te quiero y si era capaz de pedir tu castigo cuando parecía
que lo merecías, siempre lo seré en ayudarte hasta el final en todo lo que
pueda.
—Muchísimas gracias
Teresa.
—Sí, sí... El caso es
que ningún análisis posterior al primero ha dado positivo en VIH, pero la
primera muestra si que tiene virus del VIH, sin ninguna duda.
—¿Cómo es posible?
—Necesariamente,
alguien contaminó la muestra. He mirado el horario de laboratorios, las
asignaciones de investigación y cualquier información referente al uso del
laboratorio donde se analizó tu prueba, y no había ninguna prueba que
involucrara cultivos de virus, análisis de potenciales seropositivos o sangres
no controladas. No queda otra posibilidad.
—¡Dios mío! ¿Quién
habrá podido ser?
—Pues tengo mis
sospechas. Alguien que puede moverse por el hospital con libertad, y que conoce
bien la distribución del mismo. ¿Se puede saber en qué andas metida? Ha tenido
que ser el mismo al que trataste de encubrir, ¡Ramón!
—Ahora ya está en la
cárcel.
—Y esperemos que por
mucho tiempo. Nunca me fié completamente de él.
—Tiene una mente muy
retorcida, y es capaz de cualquier cosa por conseguir lo que quiere. No se cómo
nos pudo tener engañados tantos años.
Ana pensaba también en
Olga. Su mejor y más malvada amiga. ¿Qué demonios pasa en las cabezas de
algunas personas para que actúen así? Dos personas a las que creía conocer,
sobre todo a Olga. Creía conocer bastante bien a Ramón a pesar de sus repentinas
ausencias prolongadas. Ahora solo esperaba que estuviera toda la condena en la
cárcel, por su bien y el de su familia.
Teresa se despidió con
un abrazo y salió a proseguir su turno. A la salida avisó a la enfermera de que
ya podía comunicar a familia y amigos que podían pasar a ver a la madre.
Una vez con todos los
amigos y los padres de Pedro, por fin disfrutaron de un momento de felicidad
colectiva todos los que aún formaban parte del grupo original, y parecía que la
nueva normalidad no tardaría en llegar. Incluso empezaron a planear qué harían
los próximos meses... Su vida nunca volvería a ser lo que fue, pero al menos,
la podrían vivir felices.
Mientras tanto, dos
hermanos conversan separados por un cristal mientras sujetan sendos teléfonos.
—Olga ha muerto.
—¡Joder! ¡Maldita
inútil! —con su hermano no necesitaba simular empatía—. ¡No te puedes fiar de
nadie para hacer bien un trabajo!
—Y Ana se ha puesto de
parto en el juicio contra Pedro. Se han ido al hospital, pero me ha sido
imposible seguirles, así que me he venido aquí a contártelo.
—Gracias hermano.
Permanecen unos
minutos callados mientras Ramón piensa con la mirada perdida. Asusta cuando
mira así, ladino, perverso.
Su hermano, sin
embargo, le mira con una mezcla de confianza y orgullo. Le gusta que su hermano
sea peligroso. Hasta hace poco, era el único que realmente le conocía y sabía a
dónde podía llegar por conseguir lo que deseaba. Ramón era algo más pequeño, y
su hermano había podido comprobar cómo se iba desarrollando un pequeño psicópata,
que no necesitaba llegar a grandes extremos para conseguir lo que quería en el
patio del recreo y en las discotecas light, y cuya sagacidad le llevó pronto a
comprender que era peligroso comportarse siempre como si el mundo le
perteneciera, y empezó a moderarse y a adoptar una apariencia normal, incluso
cariñosa, pero algo distante.
Ahora esa apariencia
se había ido por la cloaca. Patricia, Ana, Mary, Pedro... todos habían visto su
verdadera cara. Tenía que hacer algo, ¿pero qué?
Un plan que le solucionara
la vida tendría que ser grande, muy grande. Tenía que salir de la cárcel,
claro. Su hermano no podría hacer nada mientras él estuviera dentro. Peligro de
perder un valioso peón, ¡el último tras la pérdida de Patricia! Porque...
Patricia estaba perdida, claro. O... quizá no...
La perturbada mente de
Ramón mantenía un diálogo consigo misma.
«Sí. Nunca me podré
fiar al cien por cien de ninguno de ellos. Patricia me traicionó en Pau, Pedro
me quitó a Ana, y Ana me niega mis hijas. Sí, sí... todo empieza a encajar. No
será demasiado difícil.»
Ramón empezó a reírse
en voz alta, una auténtica risa siniestra. Entonces asió el teléfono, golpeó
dos veces el cristal y, cuando su hermano se lo hubo puesto de nuevo en la
oreja, empezó a hablar.
—Escucha exactamente
lo que quiero que hagas, hermanito...
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