martes, 28 de abril de 2015

TayTodos: 13. Caminos peligrosos.

Hoy nos llega el capítulo número trece de la saga "TayTodos", pero antes vamos a repasar lo ocurrido el pasado martes.
El capítulo anterior arranca con Carolina adormilada por la inyección de tranquilizante de Jota. Este tomó asiento junto a su avergonzado padre que le cuenta todo lo ocurrido.
Venancio por su parte, ante su estado de nerviosismo por el secuestro de su hijo, y ante las pocas opciones de las que disponía para solucionar el espinoso asunto, decide ir a relajarse por los inhóspitos caminos de las afueras de la ciudad y hacerle una visita a Mirka, la joven prostituta polaca que sabe satisfacer como ninguna los más oscuros deseos del empresario sin escrúpulos.
Mientras tanto Clara, permanece en la mansión de los Renovalles bastante nerviosa y preocupada por la integridad de su pequeño. Y ante la gran duda de llamar a los secuestradores o no, decide afrontar la situación y hacer esa llamada. Los captores requieren 200.000€ para devolverle a su pequeño al día siguiente. Tras colgar, deseosa de más información, percibió que alguien había entrado de nuevo en la finca. De entre los árboles apareció Sergio, que poco a poco se fue acercando a la excitante mujer...

¿Qué habrá ido a buscar Sergio a la mansión de Clara? ¿Será el momento adecuado de aparecer por allí? ¿Qué ocurrirá con el secuestro de Mario? ¿Cómo reaccionará el mafioso de Venancio? ¿Y Jorge y Carolina, cómo saldrán de esta situación tan comprometida? ¿Volverá a ver Rebeca al misterioso Montana? No os perdáis el capítulo de hoy.

En cuanto a su creadora, decir que es otra habitual en Zarracatalla Editorial. Otra vez ha vuelto a componer un gran capítulo, que enlaza a la perfección con el de su antecesora. De este voy a destacar una cualidad que me fascina: no necesita meter mucha caña a la trama para mantener la atención y tensión. Lo consigue a base de calidad: narrando, describiendo sentimientos y situaciones, visualizando pequeños detalles que le dan una visión más general al conjunto. Y esta vez, yendo un poco más allá, atreviéndose con situaciones escabrosas que ha definido con una elegancia suprema. Si sigue creciendo así, tendremos que convertirla en "imprescindible colaboradora". Además, como los que la conocéis ya sabéis, es decidida en su empeño. Aunque para decidirse también necesite trescientos empujones, pero cuando tiene un objetivo es perseverante y capaz. Una suerte poder contar con ella de nuevo, poder compartir líneas y hacer del "NTP" una "marca de la casa", compartido con su prima.
Otra semana de esas divertidas de las que te sirven como empujón para continuar con este proyecto, cuando ves tanta ilusión por una felicidad de la que haces partícipes a un montón de amigos. Gracias de nuevo, una vez más a... Rosi Oliver Navarro

Os dejo con el capítulo de hoy. Espero que os guste. Besetes a tod@s. Nos leemos.



13. Caminos peligrosos.

Clara se quedó mirando a Sergio en aquel porche de su lujosa casa. Estaba sorprendida de la presencia de aquel joven, cada vez que lo veía se le saltaban todos los deseos sexuales sin poder controlarlos. Para ella, Sergio era su pequeño capricho y lo tenía a punto de caramelo. Desde aquel breve episodio en el gimnasio sabía perfectamente que lo tendría cuando quisiese.
Sergio había tirado toda su vida por aquella mujer madurita. Para él era como una droga que tenía que probar costase lo que costase. Era un volcán a punto de estallar, sólo la tenía en mente a ella, y nada de lo anteriormente ocurrido, como la ruptura con Nerea, la boda, la hipoteca y el estado en que pudiera encontrarse la chica que tanto había querido le importaban ya. Sólo tenían cabida en sus pensamientos aquellos pechos operados y esas curvas perfectamente definidas de Clara.
Sergio siempre se había caracterizado por ser un mujeriego. Siempre había ido de flor en flor sin importarle nada. Tenía varios amigos que ya no le hablaban por quitarles a las chicas que les gustaban o por acostarse con sus novias. Hasta que conoció a Nerea y se enamoró de ella, y cambio radicalmente su manera de ser, hasta convertirse en todo lo contrario y sólo tener ojos para su chica. Pero ese Sergio se había esfumado de repente y había salido el auténtico, para desgracia de Nerea.
—¿Pero qué haces aquí Sergio?
—Te voy a dar lo que estás buscando hace días…
—Vete ahora mismo de mi casa, que no es el momento más oportuno.
—Después de todo lo que me has hecho, ¿quieres que me vaya sin más? De eso nada, vamos a terminar lo que tú empezaste.
—Por favor, vete de mi casa, te vuelvo a repetir.
Clara en otras circunstancias se hubiera tirado a los brazos de Sergio dejando fluir todos sus deseos sexuales en aquel porche. Sergio se acercó sutilmente, la agarró del culo, se la puso encima mientras le iba diciendo en el oído que le iba a echar el mejor polvo que le habían echado en su vida. Clara no daba crédito de lo que está pasando. Simplemente no hace nada, no sabe cómo reaccionar. Todo es tan rápido que le pilla por sorpresa, sólo tiene en mente a su hijo. Sergio va caminando inconscientemente hacia atrás con Clara sobre él y de repente… Caen a la piscina.
—¡Clara! ¡Clara! ¿Me oyes?
La desgracia se sigue apoderando de Clara que se pega un fuerte golpe en la cabeza y queda inconsciente.
—¡¡¡Clara!!! ¡Despierta, por el amor de dios! —grita Sergio alterado, mientras la saca de la piscina como puede. No podía creer todo lo que estaba ocurriendo, la estampa que había allí era de película. Allí se encontraban los dos, empapados, con Clara tendida en el suelo con un fuerte golpe en la cabeza y él intentando reanimarla de alguna manera.
—¿Pero cómo puede ser posible que cada vez que estoy con esta mujer termine de la misma manera? —se preguntaba Sergio una y otra vez cabeceando de lado a lado sin saber que hacer.
A lo lejos escucha un fuerte ruido. La puerta de la casa se había cerrado de golpe, estaba entrando alguien…


*****


En el otro extremo de la ciudad Mirka camina masticando un chicle de menta para quitarse el mal sabor de boca que le había dejado Venancio. Le ronda por la cabeza cuando llegara el día de dejar esa vida. Su whatsapp empieza a echar humo. Suena tres veces consecutivamente:
“Tengo al niño como acordamos”
“Todo ha salido bien”
“Te espero en casa”
Mirka, al leer los mensajes pensó que ese niño sería el billete para dejar de ir de coche en coche apagando los deseos más perversos de hombres sin escrúpulos.
“OK, cojo un taxi y voy para casa”
Rápidamente llega al apartamento. Los tacones de aguja de veinte centímetros se clavan contra el pergo fino de aquel piso. El sonido de los tacones atruena en la casa del vecino de abajo sin piedad. Abre la puerta del salón y se encuentra al hijo de Clara, Mario, y al secuestrador cómplice y primo suyo, enfrascados en plena partida a la videoconsola.
—Sigue jugando tú Mario, que voy hablar con la chica que acaba de venir.
—Vale, pero no tardes mucho —respondió el pequeño e inocente Mario.
Pavel, el primo de Mirka, era un pequeño carterista que se dedicaba a robar a turistas en el centro de la ciudad. Era muy astuto, tenía veintitrés años, pelo rubio, ojos azules, buena planta y siempre iba bien arreglado. Parecía un turista más, se amoldaba a todo tipo de situaciones. Nunca la policía le había pillado ni estaba fichado. Se sabía buscar la vida perfectamente robando y siempre ayudaba a su prima Mirka, con la que compartía piso, en todo.
—Bueno primo, cuéntame. ¿Cómo ha ido todo? Estoy muy nerviosa.
—Pues ha salido todo a pedir de boca hasta el momento, salió todo como lo habíamos planeado. A la niñera de Mario la dormí drogándola, nada más que le puse aquel trapo en la boca. El niño no se dio ni cuenta ya que estaba en su habitación. Luego le dije a Mario que era un amigo de su padre y que se tenía que venir conmigo hasta mañana porque tenían mucho trabajo en el almacén de coches. No hizo falta ni drogar al crío.
—¡Ay, qué bien! Sobre todo ya te advertí que no le hicieras daño al niño en ningún momento, pasase lo que pasase.
—Tranquila, el chaval está todo viciado a la videoconsola. De aquí a un rato le entrara sueño, lo meteremos en la cama, y si todo sale bien, mañana estará con sus padres.
—Espero que todo salga bien, estoy muy nerviosa.
—Tranquila primita. Tengo unas ganas de sacarle el dinero a ese gordo traficante de Venancio, que esta noche no sé si voy a poder pegar ojo. De todas formas, creo que le hemos pedido poco dinero, deberíamos haberle pedido más.
—Una vez que cojamos el dinero desapareceremos de la ciudad, para siempre.
—Mañana, para bien o para mal todo habrá terminado —decía Pavel abrazando a su prima.


*****


Nerea intentaba encajar todos esos golpes durísimos que la habían noqueado en las últimas horas. No podía creer todo lo ocurrido, estaba como en otro mundo. Ya no le quedaban más lágrimas de tanto llorar. Empezaba a hacerse infinidad de preguntas pero no hallaba respuesta para ninguna.
Se metió en la cama a esperar que volviera Sergio para aclarar todo y hacerle un millón de preguntas que le rondaban por la cabeza. Lo que ella tenía claro era que ya no iba a seguir con él a no ser que hubiera alguna razón convincente para cambiar de parecer. Se acurrucó con la manta, enfundada en su pijama de Mickey Mouse e intentó descansar al menos.


*****


Jorge estaba arrepentido de todo lo que había hecho. No comprendía cómo había podido llegar a ese nivel de estupidez por intentar sorprender a aquella jovenzana buenísima en todos los aspectos llamada Carolina.
A las pocas horas la policía decidió soltarlo porque no tenían pruebas convincentes para acusarlo ya que no tenía antecedentes. Jota llevó a su padre a casa en su Opel Corsa verde pistacho del año noventa y dos.
—¿No crees que ya tienes unos cuantos de añicos para ir metiéndote en estos líos? Y más por esta jovenzana.
—De verdad Javier, lo hice con buena intención. Yo solo quería sorprender a Carolina.
—Pero vamos a ver, ¿te has vuelto loco? Mezclándote con esa gentuza para ganar cuatro duros.
—Lo sé hijo. Lo he hecho muy mal y no volverá a ocurrir. Lo siento.
—Es que de verdad, papá. ¡Qué ya tienes unos añicos!
—¡Pero me conservo bien, eh! —bromeó Jorge tocándose la barbilla y guiñándole un ojo a su Jota.
Padre e hijo se miraron y empezaron a reírse como si nada hubiera pasado. Jota condujo hasta casa entre carcajadas, se llevaba muy bien con su padre, eran uña y carne. Al llegar sacó el tema de Carolina…
—¡Anda que!… La pobre Carolina, menudo sofocón llevaba hasta que le puse la inyección.
—¡Por dios, se me había olvidado! ¿Estará bien? Voy a llamarla.
—Sí, tranquilo, está bien. Un compañero me dijo que la sentaron un rato hasta que se le pasaron los efectos del tranquilizante y cuando despertó se fue sin decir nada.
—No sé ni que decirle. Tiene que estar muy asustada, y sin conocerme de nada, ya no querrá saber nada mas de mí después de todo lo ocurrido.
—Pues no sé. Después de todo es muy joven para ti, ¿no crees?
—Si te digo la verdad, me gusta bastante. ¡Y me tiene loco! Fíjate, sin ir más lejos, mira todo lo que hice para sorprenderla.
A Jota le entró de nuevo la risa.
—¡Pues sí que te tiene que gustar, sí!
—Oye hijo… Me comentaste que os conocíais, ¿no?
—Pero tampoco mucho —contestó quitándole hierro al asunto.
—¿Pero, de algo será o qué?
—Bueno sí, de un día en un bar que me la presentó un amigo y nos tomamos un par de cervezas juntos y poco más.
—El mundo es un pañuelo hijo.
—¡Pues sí padre! ¡Es un pañuelo lleno de rubias buenorras!
Padre e hijo siguieron riéndose y dejando atrás todos los malos momentos. Ahí se encontraban, en el salón de casa de Jorge tomándose unas Heineken y cómo no, viendo un partido de futbol. Pero Jorge no podía quitarse de la cabeza a Carolina y decidió llamarla para ver que tal se encontraba.
Tras esperar varios tonos desistió. «Estará agotada durmiendo y no se dará cuenta. Le voy a mandar un mensaje, así cuando lo vea a ver si tengo suerte y me llama», pensó. Cuando abre el whatsapp comprueba que Carolina está en línea pero no ha querido cogerle el teléfono. Los emoticonos de las dos manos rogando perdón empiezan a llegar al teléfono de Carolina.
“Lo siento mucho por todo esto que te hecho pasar”
Carolina lo lee pero no tiene ganas de hablar ahora con nadie y apaga el móvil. Se encierra en su cuarto con el portátil para distraerse un poco.


*****


Rebeca está terminando de cenar cuando recibe un mensaje que le ilumina la cara cuando ve quien es (Montana).
“Hola preciosa. ¿Qué haces?”
“Pues ahora mismo terminar de cenar”
“He venido por tu barrio a ver a un amigo y me preguntaba si te apetecería bajar a tomar algo”
“Claro que sí”
“Te espero debajo de tu casa, estaré en doble fila con el coche”
“OK. Dame 10 minutos y bajo”
Rebeca fue corriendo a ponerse los vaqueros que mejor le quedaban, una camiseta escotada, se maquilló un poco, cogió la cazadora vaquera y bajó corriendo en busca de Montana. Él la estaba esperando en su coche deportivo cuando la vio salir del portal y bajando la ventanilla del acompañante lanzó en forma de silbido en conocidísimo estribillo de “Tariro tariroooooo”.
—Buenas. Parece que estas más contento que el otro día.
—Sí, es que el otro día tenía muchas cosas en la cabeza y estaba cansado.
—¿Qué hacemos? —preguntó inquieta Rebeca.
—Vamos a tomar algo por aquí. Aunque yo por esta zona no se muchos sitios, la verdad.
—Vamos a aparcar y te llevo a un bar que está muy bien aquí cerquita.
Tras estacionar el Mini Cooper fueron a un bar del que Rebeca y María son asiduas. La intención de Montana era emborrachar a Rebeca y echarle un polvo rápido. Las cervezas empezaban a hacerle mella, ya que con tres o cuatro botellines se ponía borrachilla, más algún chupito que sacaba Montana para agilizar ese ansiado trofeo del mojar en caliente.
Rebeca cada vez se apretaba más a Montana, que le gusta considerablemente. Impulsivamente se lanza sobre él dejándose llevar por la pasión y por el alcohol ingerido. Montana le susurra en el oído.
—Vamos al coche.
—Sí, vamos. Allí estaremos más cómodos —dijo Rebeca excitada.
En el coche la cosa se estaba poniendo al rojo vivo. Montana desnuda a Rebeca mientras ella hace lo mismo con el joven musculoso. Ella se sube encima de Montana y dejándose llevar empiezan hacer el amor en aquel pequeño deportivo.
Los planes de Montana iban a la perfección hasta que de pronto la puerta del coche se abre cortándoles el royo a los dos jóvenes que se quedan atónitos…

      —¡¡¡Ah!!! —Rebeca empieza a chillar…

sábado, 25 de abril de 2015

Colección Cupido. Leávandrel. Eduardo Comín Diarte.

Otro nuevo relato perteneciente a Colección Cupido 2015 nos llega hoy de la mano de Eduardo Comín Diarte. Ya sabéis la admiración que siento por mi amigo cocinero, que nos prepara suculentos relatos sacados de su portentosa imaginación. Cocinado en olla express, pues su cerebro es un agitador de ideas explosivas que después, a fuego lento y en cazuela, y removidas convenientemente para que no se agarren, adquieren ese poso que necesita todo buen relato para atrapar. Hoy nos sorprende al cambiar totalmente de registro respecto a su tremenda historia del año pasado (amor prohibido en la vida rural), aunque debemos decir que las raíces del protagonista están ahí, pronto se aventurará en el asfalto para abrirse camino como músico. No os desvelo nada más, porque sería inapropiado revelar todas las sorpresas que encierra este texto que nos propone Eduardo en su mágico relato.

Besetes a tod@s. Nos leemos.


LEÁVANDREL

Leónidas…

Que mal dormí esa noche. Oí todas las horas en el horroroso reloj de cuco de la parte de abajo de la casa. Además, se presentía que iba a llover. No vivía demasiado lejos de las vías, pero como cuentan los más ancianos, los días que iba a llover el paso de los trenes se escuchaba alto y claro en todos los lugares de este pueblo.
Algo me decía que no iba a oír muchos días más esa tortura del tren y el reloj. Tenía decidido que ese día, iba a dejar el pueblo.
Durante años estuve inmerso en mis estudios, por fin tenía la carrera, bueno con esta ya eran varias. Y no tenía nada que hacer aquí. La música era mi pasión. Cuando tengo entre manos un instrumento el tiempo se detiene, la melodía que sale del metal que soplo, la cuerda que toco o el marfil que pulso hace que mi sangre se hiele.
Pero allí no había futuro para un músico friki que tiene tantas rarezas como yo.
Ya había convencido a mi familia y les decía que sólo sería una temporada, que necesitaba explorar el mundo. Primero nuestro país, este país agujereado como un queso, donde se valora más a un medio cantante mediocre sin formación que se acostó con una famosa, que a los cientos de profesionales que nos dejamos la vista y los dedos entre partituras. Déjalo Leo, no dejes que la amargura te consuma...
Sólo faltaban unas horas, a las cuatro y siete salía el tren que me llevaría a la estación Delicias, y de allí, otro que me llevara a Madrid. Y allí, un pequeño trabajo como músico, becario de un profesor en el conservatorio.
No llevaba mucho metal en el bolsillo, y la tarjeta de crédito no estaba como para tirar cohetes. Mis instrumentos habían castigado duramente mi cuenta corriente, y unos pocos ahorros, y un empujoncito que me había dado mi padre, era todo lo que tenía para empezar a buscarme la vida.
Me disponía a levantarme de la cama, repasar mis maletas y a despedirme de todos. Comenzaba mi aventura, y tenía  tanto miedo como ganas.
El agua chorreaba por mi cuerpo, estaba caliente, quizá demasiado. Pero la piel se acostumbra enseguida y me relajaba. El pelo me colgaba más allá de los hombros. Algún mechón se enredaba entre los aros de oro amarillo de mis orejas. Mi abuela me recordaba cada vez que me veía que me parezco cada día más a un pirata.
Las maletas estaban listas. Mi guitarra en su funda, y en otros bolsillos la armónica, el afinador, púas, cuerdas. Todo en un montón y hecho un lío. Y este enredo dice mucho de mí, de mi forma de ser, y del caos que hay en mi cerebro repleto de corcheas, acordes, calderones, sincopas y silencios de negra.
En las maletas hay casi más partituras y cuadernos que ropa, y en una pequeña bolsa de terciopelo bordada, y envuelta entre plásticos protectores mi más preciado tesoro: una pequeña arpa de mano. Dorada, con delicadas cuerdas, y tan meticulosamente grabada a mano, que hace de este instrumento un pequeño tesoro.
La compre en un mercado de antigüedades en Escandinavia. No me costó mucho dinero, porque el tipo al que se la compre necesitaba una pequeña ayuda económica para aliviar a un pequeño simio que llevaba encima y que le había dejado la cara cadavérica y más huesos y pellejos que carne. No sé de donde la habría sacado pero estaba seguro que la procedencia no era muy legal. Tuve suerte, ya que al ir en grupo junto otros músicos para una clase en el conservatorio de Helsinki, el afamado Sibelius, no destacaba mucho entre el resto de instrumentos. De otro modo, bien podría haber sido requisada en el aeropuerto como artículo de gran valor sin documentación.
Llegar a controlar este instrumento me costó muchos años. De hecho, aun no lo domino plenamente, creo que necesitaría dos vidas más hasta poder hacerlo como ella.
La cocina olía muy bien. Sobre la mesa: tostadas, café, bollos calentitos y un sobre. Todas las personas que me querían estaban alrededor de esa mesa. La despedida fue dura. Mis padres, abuelos, hermanos y sobrinos, junto a todos mis amigos de la infancia, se despidieron de mí. Pero con el tiempo, he sido yo quien los ha despedido a todos, uno por uno.
Los primeros meses en Madrid fueron duros, pero poco a poco me hice un hueco. Mi sueldo era horrible, y tan apenas me alcanzaba para comer y pagar el alquiler de un piso compartido. Hubo un tiempo que el metro y el bus eran artículos de lujo, así que una vieja bici hecha añicos era mi medio de transporte. Y fue en el metro, un día de esos en los que intentaba sacarme un dinerito extra, cuando vi por primera vez el rostro más hermoso que jamás en la vida había presenciado. Pasaron días o semanas, ya no recuerdo, hasta que la volví a ver. Pero al final, su presencia fue diaria. Siempre a la misma hora y en el mismo tren.
Yo estaba ahí, con mi guitarra rasgueando y tocando canciones, la mayoría compuestas por mí, alusivas al amor; algo hipócrita por mi parte, ya que era algo que nunca en mi vida había sentido por nadie. Desde luego había experimentado con las chicas de mi pueblo y alguna chica cosmopolita y moderna de la capital, pero ni me había planteado que esa palabreja de cuatro letras afectara a mi vida.
La primera vez que la vi, llamó mi atención el color de su pelo. Era rubio, tan claro que parecía blanco. Muy largo, y la melena parecía bailar al son de las notas que salían de las cuerdas que resonaban en la caja acústica. Pero sus ojos ni siquiera se posaron un segundo en mí, ni en mi guitarra, y mucho menos pareció que sintiera ni una sola nota musical. Parecía de hielo.
Pero todo cambio el día en que decidí tocar la pequeña arpa de mano y ella clavó esos imponentes ojos azules sobre los míos.




Níniel…

—Padre, algún día dominaré la melodía como usted, estoy segura.
—No tengo ninguna duda, Níniel. Para nosotros, aprender a dominarla es esencial. El planeta necesita de nuestra música, las flores se mueven al son de la melodía y el agua del río fluye lenta cuando el ritmo es suave. Algún día Níniel, tendrás que tomar el relevo. Pero de momento sólo tienes que disfrutar. Sal a jugar con el jovencito que te espera fuera, y toma, llévate esta flauta de madera. Practica con ella en el manantial.
—Padre, ese niño es…
—No importa. Vivimos con ellos desde hace siglos, y al contrario de nuestros parientes los dorados, nunca hemos tenido problemas con ellos. Sólo juega y disfruta, tú también eres una niña.

No sé cuánto tiempo ha pasado desde aquello. Días, años, tal vez un buen puñado de siglos. No suelo dormir mucho, pero cada vez que el sueño me vence, recuerdo como si fuera ayer las palabras conciliadoras de mi padre.
Aún guardo esa pequeña flauta, pero tan escondida, que ni me acuerdo de dónde está. Puede que se encuentre en la aldea de Grecia, o quizá esté en aquel caserón de Dinamarca. No importa, tengo todo el tiempo del mundo para encontrarla.
Por aquel entonces, sólo quedaba yo. Y la flauta no podía arreglar el lío en el que llevaba tanto tiempo metida. Y todo por culpa de ese niño, ese pequeño humano.
Añoraba la época en la que jugar lo era todo. Él, un pequeño niño de cabellos negros como la noche que me perseguía fuera donde fuera. Tiempo después comprendí que el niño estaba unido a mí de una manera tan especial, que ni mis antepasados más sabios pudieron explicarme jamás. Él tenía ocho o nueve años, y yo en esa época también los aparentaba, tanto física como mentalmente. Fue increíble como aprendió junto a mí el maravilloso arte de la música, dominó la flautilla de madera incluso antes que yo, y mi padre se sorprendió con la facilidad con la que copiaba mis movimientos de dedos cuando yo tocada el arpa.
Fueron unos años preciosos, y pasaron tan rápido... Él crecía y crecía, y mi ritmo de crecimiento era más lento. Tan lento, que hubo un tiempo que él pensó que me quedaría enana de por vida.
Le enseñaba a escondidas todo lo que yo aprendía junto a mi padre, y él lo asimilaba de una manera inusual, dadas las limitaciones de su gente.
Cuando cumplió los dieciséis, no se notaba excesivamente la diferencia física entre nosotros. Él tenía una melena negra esplendida, y se colgó dos aros dorados en las orejas que yo misma le había regalado para su reciente celebración del día de su nacimiento. Sabía que no debía, pero lo besé. Y durante mucho tiempo llevamos nuestro amor en secreto. Cuando mi padre nos descubrió, nos separó. Mi corazón se quebró en mil pedazos, y cuando lo volví a ver él ya era un anciano. Todo el mundo lo conocía, ya que se convirtió en el más aplaudido músico de aquella época. Nunca nadie supo donde ese músico aprendió aquellas melodías, tan cálidas y dulces. Todo lo contrario a su semblante frío y triste.
Cuando nos encontramos, él me reconoció al instante. Yo seguía aparentando dieciséis años, y él, estaba en el ocaso de su vida. Me alegre de verlo, pero fue tal el dolor que sentí, que renegué de los míos. Entregué mi arpa a ese ser de cabellos negros y aros dorados, lo despedí con un amargo dolor de corazón y abandoné a mi gente con un rencor nunca visto en un elfo.
Años después, unas horribles guerras me privaron de poder visitar su tumba, ya que toda esa tierra fue asolada y destruida.
Viví más de mil vidas. Disfrute de diez vidas de cortesana, trece de mercenaria, ermitaña en una cueva e incluso fui dueña de un burdel en una isla. Durante un tiempo no me importó nadie. Estuve presente en casi todas las épocas de la vida de los hombres y pase desapercibida. Y nunca volví a rozar los labios de nadie. Ninguna raza, terrenal ni divina, produjo interés en mí.
Mi gente pensó que nunca volverían a verme, y cuando abandonaron la tierra de los hombres, para regresar a nuestra tierra, sólo yo quede en esta bola de barro llamada tierra abandonada a mi suerte.
Entonces vivía en un país cálido, llevaba mucho allí. Y mi existencia era rutinaria y aburrida hasta que en un ruidoso metro de una ciudad abarrotada de gente vi brillar unos aros dorados enredados entre unos mechones negros como la noche. Sus ojos me resultaron familiares, pero su voz era muy distinta. Maltrataba una guitarra echa una piltrafa y la gente rara vez dejaba caer una moneda en la funda del instrumento que hacía las veces de monedero. Él no se dio ni cuenta, pero me fije en él detenidamente, en su pelo, en el filo de sus labios y en la gruesa barba que cubría sus mandíbulas medio afeitadas. El tiempo pareció pararse. Disimule lo mejor que pude y por primera vez en mucho tiempo sentí un nudo en mi estomago.
Tardé un tiempo en volver por allí, incluso huí lejos por unos días. Pero no dejaba de pensar en él, y la atracción fue tal que regresé. Cada día volvía a coger ese tren, siempre a la misma hora, y allí estaban sus aros y sus rizos. Pero un día al bajar del vagón, los vellos se me pusieron rígidos como estacas al sentir una melodía que había creído desterrada de mi mente.
Conforme subía por las escaleras la música se oía más clara y más tensa me ponía. No podía creer lo que estaba escuchando. La melodía incrementaba el ritmo y la dureza de las notas iban en aumento. Estaba en el punto álgido de la obra cuando pase por su lado y le miré a los ojos. Una cuerda se rompió como si fuera cristal cortando fugazmente en la yema del dedo.
Juró y bramó como un toro. Se ruborizó al ver que me acercaba con los ojos tan abiertos y tan decididos, y entonces rocé la pequeña arpa de oro, tal y como lo había hecho tantas y tantas veces, e hice que una nueva cuerda volviera a brotar. Le agarré de la mano y la herida cicatrizó de la misma forma misteriosa que fue reparada la cuerda.
Como siempre hice las cosas sin pensar, y eso hizo que mi vida y la de Leo dieran un giro inesperado. Y que el ovillo de lana que era mi vida empezara a encontrar el rumbo adecuado.
—Sigue tú con la historia Leo…




¿Cómo has hecho eso?...

Eso fue lo primero que salió por mi boca, y salté del taburete en el que estaba sentado y dejando caer el arpa encima de la funda de la guitarra.
Le miré a los ojos, y desde ese momento supe que si en esta vida tenía que amar a alguien, iba a ser a ese ser.
Miré la mano que me acabada de rozar y había curado instantáneamente mi dedo. Sólo unas gotas de color rojo carmesí escurrían por la recién brotada cuerda nueva. Ni rastro de la herida sesgada que hace nada surcaba mi dedo.
Su mano, cálida y pálida, estaba enfundada en un guante de lana negra con los dedos cortados. Sus uñas estaban perfectamente arregladas como si fueran obras de arte. Para nada acorde con la chupa de cuero ceñida y la pulsera de cuero que ajustaba su muñeca.
Parecía la versión “Metallica” de la conocidísima muñeca rubia. Un gorro de lana calado hasta las cejas ajustaba su melena rubia contra la cara, esa cara perfecta…
—¿Cómo has hecho eso?
—¿A qué te refieres? Yo no he hecho nada..., y suéltame la mano.
—¡Qué pasa!, ¿Eres una bruja o algo así, o qué?
—¡Idiota!
Corrió como si le persiguieran los fantasmas, y aunque intente alcanzarla, fue imposible. Cuando volví a mi escenario particular, ya tenía a un pakistaní echando mano a la recaudación del día que estaba dentro de la funda de la guitarra, y lo tuve que espantar de ahí de una patada en el culo.
Tarde varias semanas en volver a bajar a los túneles del metro. Y durante ese tiempo mientras pedaleaba en la vieja bicicleta con la guitarra al hombro no hacía otra cosa que pensar en ella.
En mi dedo no había ni rastro de la herida por lo que llegue a pensar que lo soñé. Que lo que había fumado antes de bajar a los andenes me había dejado tocado. Pero lo que de verdad me tenía tocado era ella. Encontrarla era lo que más quería en el mundo, pero sentía temor a ese encuentro. ¿Cómo iba a reaccionar? ¿Pensará que estoy loco?
Un día, cuando desperté, tenía un cartelito en la puerta de mi habitación. El dueño del piso me dijo que tenía que pagarle el mes de retraso que tenía o que me fuera buscando otro guariche, había otros interesados en la habitación. Pobres desgraciados, pensé yo. ¿Quién querría venir a vivir a esta cuadra?
El caso es que debía de conseguir dinero como sea. Algo tenía, pero debería volver a bajar al metro a conseguir algún dinerillo extra. Y, ¡qué demonios! ¡Un pibón como ese no está a mi alcance, seguro que ni se acuerda ya de mí!
Bajaba las escaleras con la guitarra al hombro, el taburete en la mano y ya casi había llegado a mi rinconcito cuando volví a verla. Estaba apoyada en la pared justo donde me solía poner a tocar. Iba vestida de forma muy similar al día que sentí el tacto de su piel por primera vez. Estuve a punto de dar marcha atrás, pero fue entonces cuando me dijo…
—¡Ey! ¡Espera, no te vayas! Me gustaría hablar contigo.
No sé si hablaba o cantaba, a mí me pareció música celestial lo que salía por su boca.
—Hola, ¿qué tal? ¿Vas a salir corriendo otra vez? Aún no he mordido nunca a nadie.
Cual macho alfa de canis lupus intentaba aparentar más bravo de lo que era, no quería parecer un alfeñique.
—Bueno, me asusté. Te confundí con alguien.
—¿Con Nosferatu? Je, je, je. Soy Leo, ¿y tú?
—Yo me llamo Níniel, encantada de conocerte. Leo ¿cómo el signo del zodiaco?
—No, como Leónidas. El rey de Esparta. Encantado de conocerte Níniel, ¿me estabas esperando?
—No, digo… bueno sí. Me sentía estúpida al salir corriendo así el otro día. Suponía que llegarías un día u otro, te suelo ver algunos días cuando paso por aquí, y he supuesto que estarías al caer. Y quería disculparme por decirte idiota.
Mientras intercambiábamos nuestras primeras frases, hubo un pequeño desconcierto. Yo alargué la mano, y ella se apartó un mechón de la cara y se acercó para darme unos corteses besos en la mejilla. ¡Qué tonto!, pensé. Sería cómica la escena de la mano en el aire mientras por primera vez notaba su dulce olor a flores, a jardín, a hierba recién cortada. Me pareció el olor más extraño para un perfume, pero me hizo sentir durante medio segundo como tirado en la orilla del río durante mis años en el pueblo. Me pareció extremadamente sexy. Y sentí como me temblaban las rodillas. Pero continué hablando…
—La verdad es que sí que fue un poco extraño. Parece que fue algo mágico. Me diste como una descarga, o un escalofrío, no sé. Por eso te dije bruja.
—¿Me consideras una mujer electrizante? —dijo entre carcajadas.
—Inusual a lo menos —respondí riendo abiertamente.
—¿Quién te ha enseñado a tocar el arpa, Leo?
—Nadie. Tengo facilidad con los instrumentos, un par de libros, unos videos en internet y ya está. Pero tampoco sé tocar. Sólo unas melodías para llamar la atención en el metro, y parece que lo he conseguido, ¿no?
—La verdad es que sí. Me has hecho recordar mi infancia. Mi padre tocaba el arpa, y hace mucho que no se de él. Me gustó mucho oírte tocar.
Hoy has traído el arpa o sólo tocas la guitarra y canciones tristes de amor.
—No, solo canto canciones tristes de amor, ¿sabes?. Y no, no he traído el arpa. Desde el otro día está en su funda tapadita y esperando que me vuelvan a dar ganas de cogerla. De momento se me han quitado.
—No te enfades, ¿quieres que tomemos un café?
Me olvide de que necesitaba el dinero, de que me iban a echar de la habitación y de cualquier cosa aunque hubiera sido de importancia vital. La chica más bonita que yo había visto en mi vida me propuso tomar algo. ¿Cómo iba a decir que no?
Nos tomamos un café en una terraza, y ella no paró de hablar. Hay momentos de la conversación que no recuerdo, o simplemente no pude seguir. Era como si su voz fuera familiar. Como si la conociera desde siempre, y a cada silaba que ella pronunciaba yo más me iba enamorando.
Hablamos de música, de mí, de mis aros de oro, de mi pequeño pueblo que dejé atrás, y de muchas cosas más. Ella preguntaba sin cesar cosas que eran tan tontas que a veces parecía una niña. Yo por mucho que le preguntaba no tenía respuestas aclaradoras. Sólo supe que se llamaba Níniel, que no era de aquí, que le encanta viajar y que compartía conmigo un extraño interés por ese pequeño arpa de mano. En ocasiones su fijación fue enfermiza con ese instrumento.
Cuando terminamos el café, ya era la hora de cenar y se adelantó a mis palabras cuando dijo…
—Te invito a cenar Leo, ¿te apetece?
—Justo te iba a proponer lo mismo. Me apetece. Vamos donde quieras.
Me agarró de la mano y volví a sentir esa energía que fluía de sus dedos. Me dieron ganas de escribirle una canción. Y creo que la empecé, en algún lugar estará guardada, quizás junto a la flautilla de madera en Grecia o Dinamarca.
Corrimos hasta un pequeño bar de bocadillos y pedimos algo de comer y unas jarras de cerveza. Estas, no fueron las últimas, comimos, bebimos y volvimos a beber. Una de las veces, entre risas, me llamó por un nombre extrañísimo. Yo hice como que no me di cuenta, pero ella al momento rectificó y seguimos riendo.
Salimos del bar un poco más que animados y al dar la vuelta a la esquina, un viejo músico tocaba un chelo igual de viejo que él mismo. Saqué mi armónica del bolsillo y empecé a tocar junto a él. Níniel comenzó a cantar y a golpear una lata que había desvencijada a los pies de un contenedor. No nos habíamos dado cuenta, pero los caminantes solitarios de esa noche de Madrid hicieron corro mientras estuvimos tocando con aquel anciano. En la gorra, repiquetearon las monedas y el señor se aseguraba una noche en la pensión y algo caliente que llevarse a la boca. Insistió en repartir las ganancias pero yo ya estaba demasiado ocupado besando los labios de la única mujer que me había hecho sentirme vivo. Ninguno nos dimos cuenta, pero de un viejo árbol quemado en una manifestación que había justo a nuestro lado, brotó una flor blanca.
Ella me abrazaba con fuerza, y me arrastró hasta un taxi.
Lo que siguió cuando llegamos a su apartamento, fue algo desconocido para mí. El ático perfectamente amueblado parecía sacado de una revista de decoración. Menos mal que fue ella la que decidió donde debería acabar la noche. No imagino peor lugar que la sucia habitación de mi piso compartido.
Debajo de la chupa de cuero y su jersey de cuello alto encontré la belleza en estado puro. Bajo el gorro brotó una melena larga que cayó hasta su cintura tapando sus pequeños y erguidos pechos. Su piel, parecía de muñeca de porcelana, blanca como si el sol nunca hubiera rozado esa carne, y sus diminutos pezones sonrosados y altivos olían a melocotón dulce como los campos en verano.
Al besar su cuello, uno de los aros de oro que colgaban de mis orejas golpeó contra otro gran pendiente plateado y fue cuando note la única característica física que nos diferenciaba: sus orejas terminaban en una forma extrañamente afilada.
—No preguntes Leo. Tenemos tiempo para ello. Te he esperado tanto tiempo…
Ni una sola palabra salió de mi boca. Pero durante el tiempo en el que estuvimos entrelazados y entregándonos el uno al otro una melodía nos envolvió. Me costó descubrir que era Níniel la que tarareaba una bonita canción, que años más tarde identifiqué como la melodía sagrada de los elfos del bosque.




Níniel, ¿eres real, o esto es un sueño?...

Al despertar, ella estaba a mi lado, sentada, despierta y pensativa. Pasé mi mano por su espalda y noté como la piel se erizaba al contacto con la mía.
—Níniel, ¿eres real, o esto es un sueño?
—Soy real Leo, algo distinta a ti, pero real. No sé si debo contarte todo, quizá no estés preparado para ello.
—Sabes, algo en mi interior me dice que no sólo estoy preparado para ello, si no que necesito que me cuentes todo. Es extraño, pero tengo la sensación de que eres lo que he estado esperando toda mi vida y que ya nos conocemos de antes.
Nos sentamos los dos desnudos uno frente al otro y empezó a hablar.
Elfos, distintas razas de elfos, medios elfos y humanos. Amor, dolor, tristeza, reencuentro…
Mi cerebro intentaba asimilar que mi vida se había convertido en una novela de fantasía, y se me escapó una sonrisa.
Ella guardó silencio, sonrió y me volvió a besar.
—Leo, creo que haberte encontrado de nuevo es una señal. Lo nuestro no es casualidad, te dejé marchar una vez y no volveré a hacerlo.
Nos fundimos en un abrazo de una increíble fuerza mística y de repente pareció como si flotáramos. Besé su cuello, sus labios y me entretuve largo tiempo en el lugar donde sus piernas forman un ángulo casi perfecto, pensé que estaba tocando la más dulce de las melodías que nunca había compuesto. En el vaivén acompasado de sus caderas sentía la percusión de cientos de tambores en una extraña danza ritual, su pelo movía el aire hasta convertirlo en viento y ese olor a bosque impregnó toda la habitación, toda mi piel y se caló, hasta lo más profundo de mi cerebro.
—Níniel, mi cuerpo, mi alma y mi melodía es tuya para toda la eternidad. Nunca voy a dejarte.

No sé cuantos días estuvimos encerrados en ese ático, podría haber estado allí  toda la vida, dos vidas, o lo que hubiera sido necesario. Desde luego que seguro que mis pertenencias estaban ya en el pasillo, ya que mi habitación estaría ocupada por otro pobre desgraciado.
Seguro, que en el conservatorio, mi jefe ya tenía sustituto, pero todo me daba igual. No necesitaba nada más que a ella.

Los meses siguientes fueros una vorágine de experiencias. Lo primero que hicimos nada más salir de aquel ático fue ir corriendo a por el arpa.
Viajamos por todos los rincones del mundo. Los destinos fueron de lo más increíbles: Tierras nórdicas heladas donde Níniel, pacientemente, me enseñaba la melodía del hielo; Tierras de fuego, como los volcanes activos más peligrosos de Latinoamérica, donde el arpa con una melodía tranquilizadora era capaz de poner en reposo el magma ardiente. Los animalillos más salvajes de la selva más profunda nos observaban cuando desnudos como niños practicábamos las melodías con los arroyos de aguas claras. Incluso mis ojos fueron testigos de cómo hizo brotar un chorrito de agua fresca y clara en las afueras de un campo de refugiados en pleno desierto, donde la tierra estaba tan seca que las grietas del suelo tenían varios pies de profundidad.
Vivíamos ajenos al dinero, a las preocupaciones y al paso del tiempo, durante ese tiempo sólo fuimos eso, música, amor y diversión inocente.
Nuestra vida parecía un cuento de hadas. Un humano, y un elfo del bosque. Pero resultó que mi elfo del bosque no era un elfo cualquiera.
Dormíamos, por aquel entonces, en una cabaña de madera y techo de hojas de palmeras en algún extraño punto del mar Caribe, alejado de cualquier forma de vida humana, cuando al despertar ella ya no estaba a mi lado. Al principio, no me sorprendió mucho, ya que Níniel tan apenas dormía. Me levanté, y comencé a caminar hacia la orilla de la playa, me introduje en el agua, y al salir vi una especie de resplandor entre la maleza.
Anduve hacia allí, y entre flores y matojos la encontré sentada con las piernas cruzadas, desnuda con tan solo una pequeña corona de flores en el pelo. La imagen me pareció mágica. Y no iba mal encaminado.
—¿Qué te pasa Níniel? ¿Estás bien?
Níniel abrió los párpados y una lágrima cristalina brotó de cada uno de sus perfectos ojos.
—Leo, tengo que contarte una cosa más. Y no sé cómo empezar.
Por primera vez en mucho tiempo volví a sentir miedo. Me quede rígido y pensativo, me dio miedo conocer que es lo que tenía que confesarme, pero me senté delante de ella con su misma posición y le cogí las manos.
—Cuéntame lo que tengas que contarme Níniel.




El tiempo se agota…

—Leo, sabes que te quiero por encima de todo. Ha sido increíble volver a estar contigo, aunque para ti sea como la primera vez. Encontrarte no ha sido casualidad, todo tiene un porqué y nuestro destino es este .Llevaba siglos sin tocar tu arpa, bueno… mi arpa, el arpa de mi pueblo. El arpa a la que renuncié junto a mi sitio en el barco para regresar con los míos a nuestra tierra, lejos del alcance de los hombres. Al volver a tocar el arpa, he abierto una pequeña brecha entre ambos mundos, y he sido encontrada por los míos. A ti, ya te conocen. Eras el portador del arpa, la pieza principal de este puzzle. Que la consiguieras tú, tampoco fue casualidad, era tu tarea. Quieren que regrese, es donde debo estar, y el tiempo se agota. Pero hay algo que puede que cambie todos sus planes.
—No voy a aceptar que te vayas Níniel, no voy a permitirlo. Pensaba que estaríamos juntos para siempre.
—Olvidas que ahora estamos en tu mundo. Tú eres humano y el tiempo corre en tu contra. Yo nunca cambiare Leo, tengo la eternidad de mi lado pero tú… No podría soportar volver a perderte. Sólo hay una posibilidad, y una vez ya me fue negada. Debes subirte al barco conmigo.
—¿Cómo estas tan segura que esta vez no pasará lo mismo?
—Esta vez, hay algo distinto. Y es que, en poco tiempo no estaremos solos Leo.
—¿Qué quieres decir?… ¿Quién viene?
—No viene nadie Leo, quien tiene que venir, ya está aquí.
Níniel, me agarró las manos y junto a las suyas, las poso en su vientre. Durante un tiempo, minutos, horas o quién sabe, puede que días, estuve sintiendo el tacto cálido de su vientre. Sentí una sensación como nunca había sentido. ¿Era posible que fuera verdad? ¿Iba a ser padre?
Besé los labios de la portadora de mi semilla, del ser más bello de esta tierra y seguro que de cualquier otra tierra que exista, y sólo pude llorar de felicidad. Sin importarme nada más.
—Leo, hace cientos de siglos que ningún elfo ha mezclado su sangre con un humano, y no va a ser fácil. Pero vamos a arreglar esto como sea. De momento, esperaremos noticias de mi padre.
Esas noticias no tardaron en llegar, portadas por un mensajero rubio. No parecía que tuviera mas de ocho años, aunque después de lo que estaba viviendo, puede que tuviera setecientos ocho años y yo no sabría distinguirlo. El joven habló con Níniel en una lengua totalmente desconocida para mí. Mientras hablaban, ella no soltaba el arpa de su mano y cuando terminaron su conversación el pequeño elfo me miró, se acercó, habló y me dio la mano.
No entendí lo que me dijo, pero cuando nos quedamos solos Níniel me contó que él era un familiar suyo, y que me deseaba suerte por encima de todas las cosas. Que había una gran revuelta en su tierra, y que todo el mundo sabía que ella había aparecido, que estaba con un humano y que iba a volver.

La cita con su padre y un consejo de elfos fue unos meses después en un lago al norte de Irlanda. Nosotros deberíamos de esperar en la orilla.
Y así fue. Níniel estaba ya en adelantado estado de gestación, se movía con cierta dificultad, pero aun con aquella abultada tripa era el ser más hermoso de los que poblaban la tierra de los hombres.
Estábamos sentados en la orilla del lago, ella vestía un hermoso vestido de tela sedosa. En su mano, el arpa de oro que tantas veces habíamos compartido. Y yo, con unos tejanos viejos, barba de una semana y los pelos tan largos y desaliñados como los del pirata con el que me comparaba mi abuela.
De repente, de entre la bruma del lago apareció una pequeña embarcación estrecha parecida a un kayak, y en la proa un farol que hizo que destellara uno de los aros de mis orejas.
Cuando los bajos de la pequeña barca rozaron contra la tierra de la orilla, agarré con fuerza la mano de Níniel y sentí como temblaba. Comencé a sudar y las rodillas me dolían de tanto como temblaban.
Níniel se levantó y se abrazó con su padre, que nada mas sentir el abultado vientre lanzó una mirada inquisitiva contra mis ojos. No sé si estábamos empezando bien.
Yo me acerqué y escuché como hablaban entre susurros los demás pasajeros de aquella extraña embarcación en ese idioma tan raro. El padre me aceptó la mano que estaba en el aire esperando la suya, y comenzó a hablar.
—Grata es la sorpresa de volver a ver a mi hija, y sorprendente el encontrarme con tu rostro después de tantos siglos joven Leónidas. Aunque no recuerdo que ese fuera tu nombre por aquel entonces.
—Leávandrel padre, así se llamó en su vida pasada.
Reconocí ese nombre fugazmente, así fue como me llamó aquel primer día que pasé con ella.
—No es necesario saber detalles tan antiguos Níniel, me interesan más las noticias que me cuentan las líneas de tu cuerpo.
—Padre, este es el fruto de un amor que lleva vivo tantos años como la música que sale de la vieja flauta de madera. Música que guía los ríos, calma los mares bravos y apacigua los fuegos que queman las ramas de los árboles antiguos. Música que él aprendió de mí, y música que sonará a través de sus manos para educar a nuestro hijo.
»Sólo espero que usted, y los sabios que le acompañan, acepten. O el heredero legitimo del reino de los elfos del bosque consumirá sus días en la tierra de los hombres, junto a su padre…, y su madre.
»Su decisión anterior hizo que sintiera dolor como nadie ha sentido, e hizo que nuestra familia se fracturara, quedándome yo sola en esta tierra.
—Níniel, si te quedas en esta tierra verás como ellos consumen sus vidas y volverás a quedarte sola, y a sufrir como has sufrido.
—Volveré a sufrirlo padre, y esperaré a que él regrese de nuevo, con otro nombre, en otro país, en otra época, quizá en otra tierra… Pero le esperare. Estamos predestinados padre, usted lo sabe.
—La decisión no depende sólo de mí, hija mía. Todo el consejo deberá reunirse, no sólo debe aceptar que un humano entre en nuestra tierra, si no que deben aceptar a un medio elfo como legitimo heredero de los elfos del bosque.
Yo no pude abrir la boca, y de hecho, aunque la hubiera abierto, ni una sola palabra habría podido salir de ella. Vi como discutieron, como se abrazaron y como su padre se despidió de ella con una caricia en la mejilla.
El consejo se subió de nuevo a la barca, por último, subió el padre y sin mirar atrás, el farol de proa se perdió en el horizonte. Níniel me abrazó, lloró y me besó. Yo la abracé, y comenzamos a andar en dirección opuesta al lago.
—Pase lo que pase Leo, nunca voy a volver a abandonarte.
Los días siguientes fueron extremadamente duros para los dos, incluso dejamos de practicar con el arpa. Níniel estaba muy pesada y decidimos volver a la pequeña cabaña en el Caribe.
Yo tenía unos intensos quebraderos de cabeza, he incluso estuve a punto de abandonar y marcharme para desaparecer de su lado. Sólo pensar el sufrimiento que supondría para ella el vernos morir y quedarse sola me atormentaba. Y si yo desaparecía, ella y mi hijo podrían vivir eternamente juntos.
Cada día que pasaba estaba más dispuesto a hacerlo... Pero una noche, cuando estábamos sentados a la orilla del mar, vimos como desde la lejanía una luz se acercaba hacia la orilla.




¿A que estas esperando?...

Durante unos segundos, los dos pasamos un miedo atroz. Miedo a lo desconocido, miedo al futuro, miedo a tener que separarnos.
Cuando los bajos de la barca rozaron la arena blanca del Caribe vimos que la nave se encontraba vacía. En ella, únicamente apreciamos un pergamino escrito con unos trazos ilegibles para mí.
Níniel leía y comenzó a llorar. Esta vez de alegría, pero hasta que me explicó lo que en aquel escrito ponía la agonía me consumía.
—Leo, esta barca partirá de aquí mismo con destino a la tierra de los elfos dentro de dos días. Los dos tenemos sitio en la barca, así como el permiso para viajar. Sólo una prueba deberemos pasar. Y es de ti de quien depende todo.
»La barca será guiada hasta su destino por la melodía que salga del arpa de mi familia, y esa melodía es la primera que aprendiste de mí cuando tan sólo éramos unos niños. La melodía más importante de las que nunca tocaste. La melodía que hizo que nuestros destinos se unieran para siempre. Sólo si eres capaz de guiar la barca llegaremos a puerto. Si no, nos perderemos para siempre en el camino y nuestro fin nos llegará a los dos juntos. Moriremos en la inmensidad de las aguas.

Pasaron los dos peores días de mi vida. Níniel y yo no dormíamos, no comíamos, no descansábamos... Sólo tocábamos el arpa y nos besábamos. No estaba seguro de que fuera capaz de hacer tal proeza, pero lo que estaba claro es que no tenía que renunciar a ella. O llegábamos a puerto o pereceríamos juntos, sin más sufrimientos.
Escribí la carta más dura de las que había escrito. Me despedí de la familia que tenía en el pueblo. Les mandé una foto de Níniel junto a mí, y les dije que tenía que marcharme de viaje. Que ojalá algún día pudiéramos volver a vernos, pero que sería muy difícil. Imaginé las lágrimas de mi madre al leer esta carta, y aunque yo era frío como el hielo, lloré recordando toda mi infancia.
Tan sólo cogimos el arpa y unas pocas cosas más, subimos a la barca y comencé a tocar.
Con la primera nota la barca comenzó a moverse y antes de llegar a los diez primeros compases de aquella melodía Níniel rompió aguas…
Me gritó que no parase y que mirara hacia delante. Mis dedos se agarrotaron y a punto estuve de cesar de tocar. Pero fue la fuerza de sus ojos lo que me obligó a seguir. Poco a poco nos adentrábamos a mar abierto y fue entonces cuando un banco de niebla nos engulló.




¿Cuánto tiempo ha pasado desde aquello?...

—Papá, ¿cuánto tiempo ha pasado desde aquello?
—¡Ay, pequeño Leávandrel! Ni más ni menos que setenta y nueve años, la misma edad que tienes tú ahora. ¿Cuántas veces te hemos contado la historia ya hijo?
—No me canso de oírla papá —dijo entre inocentes carcajadas—, me encanta. El abuelo me dice que sois los mejores padres del mundo y que me tengo que sentir orgulloso de vosotros. ¿Y nunca más volviste a tu pueblecito?
—Sólo volví en un par de ocasiones con tu madre para conocer a los abuelos de allí, pero ni te imaginas lo que nos costó aprender esas melodías. Ahora, ya no queda nadie allí, pero puede que vayamos algún día.
»Ahora toma esta flautilla de madera, sal a practicar con la pequeña que te espera afuera con tantas ganas. El mejor sitio... ¡En aquel manantial!

martes, 21 de abril de 2015

TayTodos: 12. ¡Algo rapidito!

Hoy nos llega el capítulo número doce de la saga "TayTodos", pero antes vamos a repasar lo ocurrido el pasado lunes.
El capítulo anterior arranca con Carolina adentrándose en la prisión para visitar con Jorge. Este rompe a llorar al ver a la joven a su lado en estos momentos tan duros e intenta darle una versión edulcorada de la realidad, aunque finalmente le cuenta la verdad ante las insistencias de ella. En ese momento entran en la sala de visitas un policía y un joven con bata blanca que resulta ser "Jota", el hijo de Jorge y con el cual Carolina tuvo un fugaz romance y encuentro sexual en el almacén de copas donde el joven se gana un dinerillo extra los fines de semana sirviendo copas. Ante tal situación Carolina se levanta aturdida de la silla y el policía la reduce, momento que aprovecha Jota para inyectar un fuerte tranquilizante en su carótida antes de que tenga oportunidad de dar más explicaciones.
Mientras, Clara llega a casa con Venancio y rápidamente sube a visitar a su pequeño. Pronto descubre que no está en su camita, llama a la niñera que aparece tras la puerta contigua (de donde sólo se podía escuchar en modo repetitivo el atronador Everybody hurts de REM). Tras zarandearla con fuerza y comprobar como la joven masculla cosas sin sentido, observa como ha sido rociada con un líquido verdoso que la ha dejado conmocionada y lleva pintado en su frente un número de teléfono. Un desfondado Venancio llega en esos momentos y se percata de la situación. Corriendo baja de nuevo y observa una silueta que salta por la parte trasera de su finca. Sale corriendo por la puerta principal para intentar cortarles el paso con el coche pero es embestido por un vehículo que rompiendo la barrera sale huyendo de la urbanización. Al volver de nuevo al hogar abrazó a una desconsolada Clara. Sabían que por sus sucios negocios no podían llamar a la policía, tendrían que apechugar con lo que viniera. No tenían más opción que llamar al número que Pilar (la niñera) llevaba grabado en su frente.
Por otro lado, Sergio y Nerea volvían de la nefasta prueba de menú, conduciendo en silencio. Ambos se planteaban en silencio si esa era la relación que deseaban o se estaban equivocando. Llegado el momento del aseo personal, Sergio siente la necesidad de hablar con Clara a la que llama instintivamente, sin pensar en las consecuencias. Un desgarrador llanto es lo único que percibe, cuando Nerea lo aborda en el baño harta de sus juegos con la cuarentona. En ese momento se monta una discusión definitiva que el joven zanja de un portazo, cerrando así tras muchos años una relación de la que ninguno de los dos estaba plenamente satisfecho.

¿Será definitiva la ruptura Sergio y Nerea? ¿Saldrá Sergio al auxilio de Clara? ¿Qué ocurrirá con el secuestro de Mario? ¿Cómo lo afrontarán sus padres? ¿Y Jorge y Carolina, cómo saldrán de esta situación tan comprometida? ¿Volverá a ver Rebeca al misterioso Montana? No os perdáis el capítulo de hoy.

En cuanto a su creadora, decir que es otra habitual en Zarracatalla Editorial. De nuevo ha soltado un gran capítulo, repasando las situaciones de los protagonistas e incluyendo a Jota, el hijo de Jorge que también ha tenido un encuentro anterior con Carolina. Este triángulo puede dar mucho juego en el futuro.
La semana de escritura del capítulo ha sido realmente divertida y llena de conversaciones, todas con idéntico final: "No te preocupes". Y es que tal es el grado de dudas que puede alcanzar la protagonista de hoy que te lleva a buscar diminutivos a esta frase. "NTP", finalmente se convirtió en el modo abreviado de responder a las inverosímiles preguntas, dudas y matices que ella puede sacarle a cualquier situación. Es la indecisión personificada, cualidad que la hace realmente genial. En una de estas conversaciones ya le comenté que me encantaba su modo de describir las escenas, con los diálogos justos y siempre aportando algo más de la personalidad y la visión de cada personaje en cada situación. Los interioriza y comprende perfectamente, por eso sabe lo que cada uno haría en cada momento. Esa es la grandeza de alguien que pretende contar una historia: hacerlo según el punto de vista de los personajes que intervienen en la misma. Ella lo hace a las mil maravillas. Además, de sus dos participaciones ya podemos entrever un estilo propio, y con una característica personal (familiar diría yo), que es la de incluir a las escenas principales una banda sonora de fondo que te haga tener una percepción de la misma mucho más rica.
Al igual que en su participación anterior, algunos problemillas de salud la han acompañado en los últimos días, así que espero que se recupere al cien por cien y que este aciago 2015 pronto nos traiga sonrisas, que las merecemos. Gracias por el esfuerzo, por participar y por dejarnos hacerte un poquito más feliz al tener tu indecisa cabeza ocupada en enredar a personajes e historias que nos alejan de nuestros pesares cotidianos. Un privilegio contar contigo de nuevo, siempre... Beatriz Navarro Gálvez


Os dejo con el capítulo de hoy. Espero que os guste. Besetes a tod@s. Nos leemos.




12. ¡Algo rapidito!


En aquella habitación tenue del centro penitenciario, las caras entre padre e hijo eran un poema. Carolina quedó adormilada por el tranquilizante inyectado por Jota, tras sufrir una crisis de ansiedad. La situación se le estaba apoderando. Era una chica muy independiente, acostumbrada a afrontar sola los problemas, pero en el fondo, no era muy fuerte emocionalmente.
Jota, el hijo de Jorge, cogió asiento, esperando que su avergonzado padre comenzara a darle todo tipo de explicaciones. La vergüenza y arrepentimiento se reflejaban en los ojos del acusado. Acababa de cometer una tremenda estupidez para impresionar a una chica, hecho más típico de un quinceañero encaprichado, en época de instituto, que de un cincuentón, de vida asentada.
Jota escuchó como su padre detallaba lo ocurrido. No tuvo reparo en dar todo tipo de detalles a su historia. Realmente no había hecho nada grave, sólo un recadito con el cual quería conseguir el dinero suficiente para impresionar e invitar a Carolina a una velada especial. No tenía antecedentes, ni tampoco pruebas de que hubiera manejado drogas. Ni era su intención seguir con el tema, aunque no anduviera muy bien de dinero últimamente. Su lugar, por lo tanto, no era esa habitación incómoda y maloliente de cárcel. En breves saldría de allí.
Su hijo escuchó todo lo que salía de la boca de su padre y sólo acertó a decirle lo idiota que había sido su comportamiento, a la vez que su cabeza hacía una selección de imágenes de la noche con Carolina en aquel almacén lleno de barriles de cerveza y cajas, donde él trabajaba esporádicamente. No podía creer que su padre y él hubieran compartido mujer, no le entraba en su cabeza. Estaba convencido que había sido algún tipo de acoso de su progenitor hacia Carolina y que la chica no tendría ninguna intención al respecto. No sabía ni imaginaba que ella ardía de ganas por estar con el papá cincuentón atractivo, que conoció en el gimnasio. Jota se sentía más avergonzado por el romance entre ambos, que por el hecho en sí que había llevado a su padre a la cárcel.

*****

Venancio estaba tremendamente nervioso, aunque no era fácil hacerle perder los nervios, ya que siempre tenía todo bajo control. Lo único que le preocupaba era comer bien y seguir con su ritmo de vida podrida y sucia, pero lo ocurrido se le escapaba, poco habitual en él, porque le gustaba manejar y organizar todo y a todos los que se movían a su alrededor.
Recolocó su camisa negra de manga corta, algo sudada por los nervios del momento, se la metió por dentro del pantalón negro de pinzas, de un tejido suave, sujeto con un cinturón de piel negra, que asomaba debajo de una prominente panza.
Se montó en su coche sin saber muy bien qué dirección tomar, pero al momento lo tenía claro. Se dirigió hacia las afueras de la ciudad, atravesó una carretera secundaria, algo transitada por los trabajadores que se dirigían al polígono industrial cercano. De allí, tomó uno de los caminos empedrados, poco señalizado, cuya vegetación lo hacía algo oscuro, ya que los árboles frondosos que crecían a los lados no dejaban ver más allá de unos metros de profundidad. Caminos poco conocidos, que sólo tomaban unos pocos que buscaban lo mismo que Venancio.
Allí estaba, en el lado derecho, tras la primera curva, una silla de madera algo estropeada, de su respaldo colgaba un bolso plateado con tachuelas y una chaqueta de punto amarillo canario. Unos metros más atrás, una muchacha se acercó y le dio la bienvenida con una sonrisa. Unos diecinueve años, ojos verdes, melena larga, rubia, con alguna onda descuidada, cuerpo sin muchas curvas pero armonioso y una sonrisa muy seductora. Vestida con prendas minúsculas, que dejaban ver un semidesnudo cuerpo para el pecado: una minifalda cortísima, que todavía hacían sus piernas más largas: y un pequeño pañuelo a modo de camiseta que casi dejaba al descubierto sus firmes pechos.
Mirka era polaca, había aparecido en España buscando una vida mejor para poder enviar a su gente todo lo posible para subsistir. Animada por una amiga, con algo más de experiencia en ganar dinero fácil, se adentró en ese desconocido mundo para ella.
Conocía muy bien a Venancio y sus caprichos de ricachón sin escrúpulos. No era la única que ocupaba ese camino, Venancio había probado varias, si no todas, las muchachas que se sacaban unos euros por allí, pero la polaca era sumisa con los caprichos de Venancio, nunca le protestaba y eso es lo que a su temperamento déspota más le gustaba.
Él le hizo un gesto con la cabeza para que entrara al coche, Mirka cogió su bolso y accedió. Sólo se limitó a sonreír. Ella le dio la bienvenida con un beso en la mejilla, todavía algo rosácea de los nervios anteriores.
-¡Algo rapidito!, dijo sin más explicación Venancio.
Ella asintió con la cabeza y él la acercó enérgicamente, sin nada de tacto, sin mediar palabra. No es que fuera muy amable con nadie y menos con ella. Quería aliviarse y punto. Reclinó su asiento, lo hecho todo lo que podía hacia atrás y se acomodó en él. Ella puso un mp3 que llevaba en el bolso, con un repertorio variado de música y empezó abriendo el momento “Cuba libre” de Gloria Estefan, que al parecer, hacía que fuera más llevadero el rato a la polaca.
La chica se puso manos a la obra, se colocó encima de Venancio y comenzó a desnudarse. Se soltó el nudo del pañuelo que llevaba atado a modo de sujetador y quedaron al descubierto sus firmes pechos de veinteañera, que estimulaba y se acariciaba una y otra vez. Entre tanto, la mano gorda y no muy hábil, con dedos cortos y rellenitos de Venancio se soltaba para tocarlos, sin mucha delicadeza. Acto seguido, se quito la falda elástica suavemente, mientras el poco apetecible hombre, no quitaba ojo. Lucía un tanga fucsia de encajes baratos de mercadillo, que en ese momento a Venancio le parecía de lo más sexy. La joven rubia, comenzó a acariciar su propio cuerpo, primero eran sus pezones, y poco a poco fue bajando hacia su zona más erógena. A Venancio le encantaba ponerse a tono, mirando cómo se masturbaba ella solita. La cara del encargado de trapicheos varios empezaba a desencajarse, y de una sacudida empujó con su mano la cabeza de Mirka hacia su pantalón, ella sabía que era momento de seguir. La polaca lo conocía muy bien, rara era la semana que el marido de Clara no se paseara por allí. Abrió la cremallera del pantalón de Venancio y empezó a acariciar su miembro, que había alcanzado su punto álgido. Se acurrucó como pudo entre el asiento y el hueco de los pedales del deportivo coche y comenzó a jugar. Ella sabía que no tenía que dedicarle mucho tiempo, entre cinco y diez minutos eran suficientes para culminar su propósito. Venancio estaba exhausto pasado ese tiempo, cual corredor maratoniano después de su carrera. Toda la camisa sudada, las gotas le recorrían su cara, enrojecida del momento. Su única misión había sido estar reclinado sobre el asiento, pero dado su estado físico, cualquier mínimo esfuerzo era una odisea y parecía que todo el trabajo había sido suyo.
Cerró los ojos durante varios minutos hasta que pudo reponerse un poco a la tormenta de hormonas que acababa de invadir su abultado cuerpo. La chica rubia se recompuso la ropa y se encendió un cigarrillo, al mismo tiempo que masticó un chicle de hierbabuena, como para borrar de su boca la resaca a obeso caprichoso de los momentos previos. Venancio se abrochó el pantalón con sus manos temblonas por el éxtasis vivido y buscó su cartera. Saco un billete verde, muy nuevo, de cien euros y se lo entregó a la chica. No hacía falta preguntar, era el precio acordado, no era la primera, ni sería la última vez que le hacía la visita. Mirka salió del coche con su billete y se dirigió a la ventanilla de Venancio, que todavía estaba retirándose el sudor, con un pañuelo blanco de algodón que guardaba en el bolsillo izquierdo de su pantalón mientras buscaba su petaca de whisky caro con la otra mano para echarle un generoso trago. La jovencita le dio un beso en los finos labios del gordinflón y le susurró al oído…
-Nos vemos pronto...
No tardaría mucho en volver. Aunque podía tener a las prostitutas mejor pagadas de toda la ciudad, él prefería a esa jovencita que hacía que se excitara con sólo verla. Por otro lado, para ella, aunque Venancio no era de lo más agradable ni despertara en ella ningún tipo de sensación, era el mejor cliente que tenía, ninguno le pagaba cien euros por media hora escasa de trabajo en el camino secundario de las afueras.
Venancio arrancó su Mercedes AMG, deportivo negro con todo tipo de detalles y extras existentes y se dirigió hacia su almacén de coches con los nervios más calmados, sin escrúpulos... Su hijo estaba secuestrado, pero como si nada hubiese pasado, lo primero era él y sus necesidades.

*****

Mientras tanto, Clara seguía dando vueltas por su lujosa mansión. El salón, de unos sesenta metros cuadrados, decorado hipermoderno, muy acorde con su estilo, daba a un porche de salida al jardín que era su rincón preferido. Unos sofás de mimbre con mullidos cojines en verde pistacho, hacían de ese rincón muy acogedor. Las plantas rodeaban todo el espacio, al fondo la piscina con un par de hamacas para disfrutar del sol. Clara deambulaba, murmurando y sin saber cómo actuar.
-¿Llamo, o no llamo? -se repetía una y otra vez.
Había anotado el teléfono que los supuestos secuestradores habían dejado, pero el miedo le frenaba a hacerlo, aunque no tenía otra opción. Esa tensión le estaba matando, se derrumbó y comenzó a llorar, habían pasado varias horas. En ese momento sonó el teléfono de la casa. Estaba acostumbrada a que su sirvienta se encargara de cogerlo y darle el recado más tarde, así nadie la molestaba en sus horas de desconexión, pero tras el susto, la había dejado salir a casa de un familiar a descansar. La sirvienta no era de gran ayuda en ese momento, dado que no se acordaba de lo sucedido, ya que la habían dormido y en ningún momento vio nada. Clara tampoco quería que estuviera muy al corriente de sus trapos sucios.
-¿Si? -contestó Clara con voz todavía llorosa.
-Doscientos mil euros mañana, a las seis de la tarde, en el almacén de coches y tendrás a Mario.
-¿Quién eres? ¿Quién eres? ¿Por qué…?
Sonó el tono de llamada finalizada y Clara se quedó sin consuelo, de rodillas en el suelo.
Justo en ese mismo momento, una sombra apareció por detrás de uno de los arboles del jardín. Clara se puso de pie de un salto. No podía creer lo que estaba viendo, era Sergio, había entrado en su casa y estaba allí. Con una camiseta gris de manga corta y unos vaqueros azules desgastados, que marcaban sus musculosas piernas y lo hacían tremendamente apetecible. Estaba inmóvil, mirándola fijamente.
-¡Dios, Sergio! -exclamó Clara, a la vez que un pequeño esbozo de sonrisa, dibujaba su cara.
«Estamos metidos en una gran mierda y yo muriéndome de ganas de rozar esa piel», pensaba Clara para sus adentros. Se frotó la frente como sí al hacerlo fueran a desaparecer esos deseos incontrolables.
Él había estado evitándola, pero también a punto de seguirle el juego en varias ocasiones, pero su lado responsable y fiel afloraba, sin dejar que ocurriera nada prohibido. Ahora la situación era diferente: su novia acababa de dejarle, acababa de echar por la borda todos esos años de noviazgo aparentemente feliz, aunque no pleno para él.
Clara, inmóvil, en la salida de su jardín, con un vestido marrón chocolate ajustado, marcando sus trabajadas curvas de gimnasio y cirugía estética, y con un tremendo escote, permanecía impasible a la espera. Sergio se acerco…

lunes, 13 de abril de 2015

TayTodos: 11. Everybody hurts.

Hoy nos llega el undécimo capítulo de "TayTodos", pero antes vamos a repasar lo ocurrido el pasado lunes.
El capítulo anterior arranca con un giro inesperado de los acontecimientos. La puerta del piso de Jorge se abre bruscamente y es la policía la que irrumpe en el apartamento y se lleva esposado a su inquilino por tráfico de sustancias dopantes, esteroides y hormonas. Su nueva amistad con Montana no le ha traído nada bueno...
Mientras Rebeca comparte mesa con Montana, su amiga María y su nuevo novio. Tras la misma, Montana despacha rápidamente a Rebeca al llevarla a su casa en su flamante Mini (por el cual siente pasión la muchacha), y esta se queda con las ganas de más. Misteriosamente, un coche con dos policías nacionales vigilaba sus movimientos.
Nerea mientras, sale del restaurante y pilla a Sergio y Clara a punto de besarse. Él se percata de la acción e intenta disimular torpemente y vuelve con su novia para adentro para terminar de elegir el menú nupcial. Clara hace lo mismo y vuelve al lado de Venancio y la tensión sexual entre estos dos sigue en aumento con Sergio a punto de explotar. Tras terminar su prueba y zanjar la elección del menú en una cena tensa, la pareja abandona el local perseguidos por la insaciable mirada de Clara. Al llegar a su coche una pintada adornaba el cristal trasero del coche de Sergio. Se leía: "Jorge lo sabe". Nerea preguntó pero su novio evitó dar respuestas, aunque sabía que la autora de la pintada había sido Clara.
A la mañana siguiente Carolina, tras pasar la noche en vela, acudió a la penitenciaría donde se encontraba retenido Jorge y tras pasar el control inicial e identificarse como su novia (ya que le preguntaron si era su hija), consiguió que un policía le dejara verlo un poquito y le explicara que había sido detenido porque tenía llamadas sospechosas con un peligroso camello de la ciudad y que tenían grabaciones en las inmediaciones de un concesionario ilegal de coches de alta gama a cargo de un tal Venancio Renovalles. Tras acceder a la sala de visitas un magullado Jorge rompió a llorar y la joven declaró su amor a través del interfono a su madurito.

¿Conseguirá Clara lo que busca de Sergio? ¿Nerea será consciente realmente de lo cerca que ha estado Sergio de besarla? ¿Resistirá Sergio tanta presión? ¿Cómo llevará Jorge su estancia en prisión? ¿Volverá a ver Rebeca al misterioso Montana? No os perdáis el capítulo de hoy.

En cuanto a su creador, decir que es debutante en Zarracatalla Editorial. Ha resuelto un buen capítulo, que ha abierto una nueva vía de forma sorprendente en su inicio y que ha repasado brevemente y haciendo avanzar cada una de las tramas abiertas hasta el momento: un poquito más de tensión entre Clara y Sergio, con Nerea muy cerca de la verdad; la difícil situación en que queda Jorge, arrestado, y Carolina loquita por el madurito; y la extraña relación entre Rebeca y el misterioso Montana.
Su creador es un tipo genial, al que tuve la suerte de tener en mi equipo de infantiles y ya se adivinaba el brillo en la mirada del que aprende rápido y quiere más. Ahora, hecho todo un central de categoría, es capaz de liderar a toda la zaga y al equipo al completo. Sigue teniendo el mismo brillo en los ojos, y he tenido la gran suerte de poderlo alinear de nuevo en mi equipo. Esta vez practicamos otro deporte, el de juntar líneas, capítulos y amigos para formar una gran novela colectiva; y cómo no, él ha estado a la altura. Espero que dentro de unos años tenga la misma suerte de reencontrarse en cualquier proyecto que emprenda con alguno de los chavalitos que entrena y que lo miran con admiración. Será signo de que, independientemente de sus habilidades como técnico y la destreza de sus pupilos, habrá hecho un gran trabajo porque pese al tiempo y la edad se crea un vínculo afectivo difícil de explicar. Una suerte volver a entregarte galones en este equipo. Gracias a... Ignacio Cantín Emperador

Os dejo con el capítulo de hoy (11. Everybody hurts). Espero que os guste. Besetes a tod@s. Nos leemos.


11. Everybody hurts.

A la mañana siguiente…
La Comisaría de Policía estaba en obras, llena de plásticos, sacos, pozales y herramientas de todo tipo. Un policía de mirada inquietante acompañó a Carolina hasta el sótano y sin mediar palabra le señaló una puerta que se intuía al final del pasillo.
Empezó a recorrer el pasillo, que cada vez se le hacía más angustioso e interminable. Le encantaban las películas de terror, siempre iba a verlas con su hermano y ese estrecho y largo habitáculo de piedra en cuyo lateral se sucedían puertas con barrotes de hierro le hacía pensar que en cualquier momento encontraría a Anthony Hopkins con la máscara de “El silencio de los corderos”.
Un escalofrío recorrió su cuerpo y empezó a pensar que no debía de haber acudido, al fin y al cabo no conocía a Jorge de nada y no sabía dónde se estaba metiendo. Todo era muy extraño…
Por fin cogió con fuerza la manivela de la puerta y la giró despacito, al otro lado la esperaba un policía sin placa y con poca prisa que la cacheo y le requisó el bolso. Carolina se sentía totalmente desprotegida, nunca había vivido algo así y hacerlo por un cincuentón de fuelle flojo no era muy romántico que digamos. Provenía de una familia bien que pertenecía a la burguesía de la ciudad, sus padre era un adinerado empresario del vino y su madre una prestigiosa psicóloga. Cuando Carolina cumplió los dieciocho se marchó de casa y eligió para vivir un modesto barrio obrero aunque siempre bajo la tutela económica de sus padres. Siempre había sido un poco rarica, una soñadora inconformista que militaba en el bando perdedor y de las causas perdidas.
Entró en una sala pequeña cuya tenue luz apenas iluminaba una mesa con dos sillas enfrentadas, el aire era irrespirable por la humedad y un insoportable hedor a lluvia de ángeles terrestres. Se acercó y se sentó a esperar sin saber muy bien qué… Se percató de la existencia de unas  pequeñas ventanas situadas en la parte alta de una pared que daban a un callejón cercano a los bares con peor reputación de la ciudad. Tapó su boca y nariz con el puño de la sudadera y cerró los ojos como para evadirse a otro lugar, pensó en cómo salir de allí si la cosa se ponía fea.
Jorge se secó las lágrimas con las palmas de sus esposadas manos e intentó calmarse mientras inspiraba y expiraba profundamente. Tenía que aprovechar los cinco minutos que tenía de entrevista con Carolina para aclarar que él era un buen hombre y que todo había sido una grave confusión. No podía dejar que la joven descubriera lo que realmente estaba ocurriendo en su vida.
Abrió la puerta con la respiración contenida y antes de sentarse comenzó a hablar con voz titubeante y un sudor nervioso que envolvía su cuerpo:
—Yo... La verdad Carol es que… queee... quería impresionarte. Necesitaba cash para que tuvieses la mejor cita de tu vida y quisieras repetirla…
—¡No me vengas con rollos Jorge! Si estás aquí es por qué estás de mierda hasta el cuello. ¡Qué no me chupo el dedo!
Jorge se disponía a relatar una versión maquillada de todo lo ocurrido los anteriores dos días cuando unas sombras se dibujaban tras el cristal de la puerta. Interrumpió en escena el policía sin placa acompañado de un joven con bata blanca de cuyo bolsillo colgaba una identificación en la que se leía en letra de imprenta alumno en prácticas.
—Hola, vengo a echar un vistazo a esos golpes. Soy Jota… pero… no puede ser… ¡Papá! ¡Y tú!… Pero vosotros dos, ¿de qué os conocéis? —exclamó Javier Guardiola Sanz, al que todo el mundo conoce por JOTA, primera letra de su nombre y barrio en el que habita.
Jota es el hijo de Jorge, nuestro madurito en apuros y durante los fines de semana camarero en un bar de copas y música en directo más de moda de la ciudad. Y en La Penúltima fue donde conoció a Carolina meses atrás y cuyo almacén fue testigo de un encuentro más que casual.
Carolina se levantó como si la silla tuviera un muelle y comenzó a tartamudear y a agitar la cabeza, el policía se abalanzó sobre ella y  sujetó sus brazos por la espalda. En ese mismo momento, sin pensárselo dos veces, Jota sacó una jeringuilla de su pequeño maletín y clavó la aguja en la carótida vaciando todo su contenido sin piedad…


*****

Clara estaba encantada consigo misma, cada vez veía más cercano el triunfo. Sería ella la que se quedaría con el trofeo. Mientras conducía su descapotable y el aire fresco enmadejaba su cuidada melena notó una pequeña punzadita en el corazón. Se recordó a sí misma preparando la boda con Venancio. Eran muy jovencitos cuando se conocieron, ella tomaba café en una Boutique de pan del Centro y Venancio entraba todas las mañanas a las siete en punto para comprarse un bollo con el que acabar de preparar su almuerzo antes de ir a la Escuela de Oficios. Venancio se enamoró locamente de aquella jovencita tan guapa y echada para adelante y Clara vio la oportunidad de volar con él y dejar atrás el infierno de su hogar. Un sentimiento de rabia y nostalgia la envolvió y sintió por un momento pena por Nerea.
Observó el asiento del copiloto donde su marido dormía plácidamente mientras mordía un Habano apagado y tras él, los edificios pasaban y se agolpaban unos a otros como si fueran un dominó.
Llegaron a la entrada de una lujosa urbanización situada en las afueras de la ciudad, tocó el claxon suavemente y el guardia de seguridad, que estaba refugiado en la caseta mientras se zampaba un tupper lleno de pasta y veía Gran Hermano, accionó el mecanismo para abrir la verja. Saludó con la mano sin levantar la vista de la tele porque justo en ese momento Mercedes Milá anunciaba al expulsado de la audiencia.
Clara aparcó el coche en la plaza externa que estaba junto al jardín y corrió hacia la puerta principal. Subió las escaleras a toda prisa y sin hacer ruido abrió una de las puertas. Se adentró en un dormitorio con dinosaurios en las paredes y pequeñas piezas de Lego y Playmobil esparcidas por toda la habitación, se acercó a una pequeña cama con forma de cabaña y cuando comprobó que no había nadie comenzó a gritar como una histérica…
—¡¡¡Piilaaaaaaaaaaaaaarrr, por Dios!!!!! ¡¡¡Ahhhhhhh, Pilaaaaaaaaar!!! ¿Dónde está mi pequeñoooooooooooooooo?
Clara comenzó a revolver las sabanas y a buscar debajo de la cama, en los armarios, cajones… sin encontrar consuelo. De una pequeña puerta que se encontraba en el interior de la habitación salía el sonido de Everybody hurts de REM y tras ella apareció una joven dando tumbos, como mareada y diciendo palabras sin sentido. Llevaba el camisón manchado de un líquido verdoso, el pelo en una coleta muy revuelta y en su frente escrito un número de teléfono 669 676…
Clara comenzó a zarandearla y a preguntarle por Mario, estaba tan nerviosa que no se había percatado del número de teléfono y mucho menos de que Pilar no estaba en plenas facultades. Unos minutos más tarde y con un fuerte sobrealiento Venancio hizo presencia en la habitación infantil, vio la situación y corrió escaleras abajo hacia la cocina, la alarma estaba desconectada y la puerta del patio trasero se encontraba abierta. Corrió hacia ella y llegó a ver  una silueta que saltaba la tapia que daba a la calle. Sabía que por su forma física no alcanzaría a llegar a tiempo así que fue rápidamente hacia la puerta principal y se subió al coche con la intención de bloquear la salida de la urbanización, lo cual fue imposible porque el coche lo golpeó de forma lateral con violencia y rompiendo la barrera huyó a toda velocidad por la carretera. Venancio apoyó sus brazos en el volante y comenzó a llorar como un bebe. Habían jugado con fuego y se habían quemado.

Volvió a la casa donde abrazó a Clara, no podían llamar a la policía, era muy peligroso para su negocio y para el niño. Su única opción era llamar al teléfono que habían tatuado en la piel de la niñera y seguir las instrucciones confiando en que todo fuera bien. Debían apechugar…
Clara se desplomó en el suelo con una foto de Mario, era un niño de diez años, rubio ceniza y con unos preciosos ojos marrones que desprendían una luz especial. Su carácter vital y cariñoso tenía enamorados a sus padres que desde que nació era el niño mimado de la casa y estaba hiperprotegido por su madre.
El matrimonio había estado muchos años intentando tener hijos y cuando se enteraron de que Clara estaba embarazada fue el día más feliz de sus vidas. Mario solo salía de la casa para ir al cole, el resto del día lo pasaba en casa con Pilar. Tenía un mundo creado para él y pese a no ser feliz porque lo que más deseaba en el mundo era poder salir a jugar con sus amigos, jamás se atrevía a contrariar y a echarles en cara a sus padres esta situación.
Venancio y Clara no le permitían salir de casa, ni acudir a cumpleaños, ni al cine… Les aterraba que algo le ocurriera al niño de sus ojos. Conocían el perfil de gente sin escrúpulos, el mundo en el que se movían y los muchos enemigos que a lo largo de los años habían ganado…
Lo que ellos no sabían era que Mario tenia a Pablo, un amigo especial que siempre lo acompañaba y con el que podía jugar, hablar, reír…y que nunca le fallaba.



Sergio fue conduciendo en silencio todo el trayecto y su novia tarareaba con cierto retintín el último cd de Vetusta Morla, su relación de pareja también estaba a La Deriva.
Sus amigas siempre le habían dicho que no era su príncipe azul y le preguntaban cómo podía querer tanto a alguien que a su percepción no la entendía y tampoco la quería como ella se merecía. La escena vivida esa noche en el restaurante no dejaba de rondarle la cabeza. Su novio ocultaba algo importante y no quería ser la última en enterarse.
De un tiempo a esta parte, Sergio estaba empezando a aborrecer todo lo que rodeaba su monótona y programada vida. Metió el coche en su plaza de garaje y subieron directos a casa sin tan siquiera cruzar sus miradas. Abrieron la puerta y cada uno se metió a un baño para realizar su ritual de limpieza facial nocturno. Eran una pareja joven y que cuidaba mucho su imagen, siempre estaban impecables.
De forma inconsciente Sergio comenzó a marcar el número de teléfono de Clara, ardía de deseo y necesitaba verla, olerla y tocarla…
El móvil comenzó dar señal de llamada… una, dos, y a la tercera se oyó un llanto de amargura y dolor al otro lado.

—¿Qué ocurre? —preguntó con angustia Sergio—. ¡Clara, por Dios! ¿Qué está pasando? ¿Te encuentras bien?
Al otro lado del teléfono sólo un llanto imparable y el sonido ensordecedor de una canción en bucle… Nerea abrió la puerta del baño, sus ojos estaban inyectados en sangre y echaba espuma por la boca, cogió el teléfono móvil a la vez que salía corriendo hacia el salón, abría la ventana y lanzaba el móvil con todas sus fuerzas desde el octavo al fondo de la piscina comunitaria.
—¿Pero qué cojones haces? —incriminaba Sergio a su novia que parecía la niña del exorcista dando vueltas por la casa.
—¿Qué qué hago yo? Explícame que hacías tú y con quien estabas hablando. ¡Cómo te atreves a llamar a esa vieja en nuestra casa! Eres un desgraciado, no quiero verte más…
De los armarios y estanterías comenzaron a desfilar trajes, camisas, libros y objetos personales de Sergio que fueron a encontrarse con su teléfono móvil. Sergio observaba la escena y lejos de preocuparle la monumental pelea con su futura esposa sólo pensaba en qué le había pasado a Clara y cómo llegar hasta ella.
Cogió la tarjeta de acceso al gimnasio, lanzó un beso a Nerea y cerró la puerta dejando a sus espaldas una vida que sabía de antemano que ni podía ni quería retomar.