martes, 21 de abril de 2015

TayTodos: 12. ¡Algo rapidito!

Hoy nos llega el capítulo número doce de la saga "TayTodos", pero antes vamos a repasar lo ocurrido el pasado lunes.
El capítulo anterior arranca con Carolina adentrándose en la prisión para visitar con Jorge. Este rompe a llorar al ver a la joven a su lado en estos momentos tan duros e intenta darle una versión edulcorada de la realidad, aunque finalmente le cuenta la verdad ante las insistencias de ella. En ese momento entran en la sala de visitas un policía y un joven con bata blanca que resulta ser "Jota", el hijo de Jorge y con el cual Carolina tuvo un fugaz romance y encuentro sexual en el almacén de copas donde el joven se gana un dinerillo extra los fines de semana sirviendo copas. Ante tal situación Carolina se levanta aturdida de la silla y el policía la reduce, momento que aprovecha Jota para inyectar un fuerte tranquilizante en su carótida antes de que tenga oportunidad de dar más explicaciones.
Mientras, Clara llega a casa con Venancio y rápidamente sube a visitar a su pequeño. Pronto descubre que no está en su camita, llama a la niñera que aparece tras la puerta contigua (de donde sólo se podía escuchar en modo repetitivo el atronador Everybody hurts de REM). Tras zarandearla con fuerza y comprobar como la joven masculla cosas sin sentido, observa como ha sido rociada con un líquido verdoso que la ha dejado conmocionada y lleva pintado en su frente un número de teléfono. Un desfondado Venancio llega en esos momentos y se percata de la situación. Corriendo baja de nuevo y observa una silueta que salta por la parte trasera de su finca. Sale corriendo por la puerta principal para intentar cortarles el paso con el coche pero es embestido por un vehículo que rompiendo la barrera sale huyendo de la urbanización. Al volver de nuevo al hogar abrazó a una desconsolada Clara. Sabían que por sus sucios negocios no podían llamar a la policía, tendrían que apechugar con lo que viniera. No tenían más opción que llamar al número que Pilar (la niñera) llevaba grabado en su frente.
Por otro lado, Sergio y Nerea volvían de la nefasta prueba de menú, conduciendo en silencio. Ambos se planteaban en silencio si esa era la relación que deseaban o se estaban equivocando. Llegado el momento del aseo personal, Sergio siente la necesidad de hablar con Clara a la que llama instintivamente, sin pensar en las consecuencias. Un desgarrador llanto es lo único que percibe, cuando Nerea lo aborda en el baño harta de sus juegos con la cuarentona. En ese momento se monta una discusión definitiva que el joven zanja de un portazo, cerrando así tras muchos años una relación de la que ninguno de los dos estaba plenamente satisfecho.

¿Será definitiva la ruptura Sergio y Nerea? ¿Saldrá Sergio al auxilio de Clara? ¿Qué ocurrirá con el secuestro de Mario? ¿Cómo lo afrontarán sus padres? ¿Y Jorge y Carolina, cómo saldrán de esta situación tan comprometida? ¿Volverá a ver Rebeca al misterioso Montana? No os perdáis el capítulo de hoy.

En cuanto a su creadora, decir que es otra habitual en Zarracatalla Editorial. De nuevo ha soltado un gran capítulo, repasando las situaciones de los protagonistas e incluyendo a Jota, el hijo de Jorge que también ha tenido un encuentro anterior con Carolina. Este triángulo puede dar mucho juego en el futuro.
La semana de escritura del capítulo ha sido realmente divertida y llena de conversaciones, todas con idéntico final: "No te preocupes". Y es que tal es el grado de dudas que puede alcanzar la protagonista de hoy que te lleva a buscar diminutivos a esta frase. "NTP", finalmente se convirtió en el modo abreviado de responder a las inverosímiles preguntas, dudas y matices que ella puede sacarle a cualquier situación. Es la indecisión personificada, cualidad que la hace realmente genial. En una de estas conversaciones ya le comenté que me encantaba su modo de describir las escenas, con los diálogos justos y siempre aportando algo más de la personalidad y la visión de cada personaje en cada situación. Los interioriza y comprende perfectamente, por eso sabe lo que cada uno haría en cada momento. Esa es la grandeza de alguien que pretende contar una historia: hacerlo según el punto de vista de los personajes que intervienen en la misma. Ella lo hace a las mil maravillas. Además, de sus dos participaciones ya podemos entrever un estilo propio, y con una característica personal (familiar diría yo), que es la de incluir a las escenas principales una banda sonora de fondo que te haga tener una percepción de la misma mucho más rica.
Al igual que en su participación anterior, algunos problemillas de salud la han acompañado en los últimos días, así que espero que se recupere al cien por cien y que este aciago 2015 pronto nos traiga sonrisas, que las merecemos. Gracias por el esfuerzo, por participar y por dejarnos hacerte un poquito más feliz al tener tu indecisa cabeza ocupada en enredar a personajes e historias que nos alejan de nuestros pesares cotidianos. Un privilegio contar contigo de nuevo, siempre... Beatriz Navarro Gálvez


Os dejo con el capítulo de hoy. Espero que os guste. Besetes a tod@s. Nos leemos.




12. ¡Algo rapidito!


En aquella habitación tenue del centro penitenciario, las caras entre padre e hijo eran un poema. Carolina quedó adormilada por el tranquilizante inyectado por Jota, tras sufrir una crisis de ansiedad. La situación se le estaba apoderando. Era una chica muy independiente, acostumbrada a afrontar sola los problemas, pero en el fondo, no era muy fuerte emocionalmente.
Jota, el hijo de Jorge, cogió asiento, esperando que su avergonzado padre comenzara a darle todo tipo de explicaciones. La vergüenza y arrepentimiento se reflejaban en los ojos del acusado. Acababa de cometer una tremenda estupidez para impresionar a una chica, hecho más típico de un quinceañero encaprichado, en época de instituto, que de un cincuentón, de vida asentada.
Jota escuchó como su padre detallaba lo ocurrido. No tuvo reparo en dar todo tipo de detalles a su historia. Realmente no había hecho nada grave, sólo un recadito con el cual quería conseguir el dinero suficiente para impresionar e invitar a Carolina a una velada especial. No tenía antecedentes, ni tampoco pruebas de que hubiera manejado drogas. Ni era su intención seguir con el tema, aunque no anduviera muy bien de dinero últimamente. Su lugar, por lo tanto, no era esa habitación incómoda y maloliente de cárcel. En breves saldría de allí.
Su hijo escuchó todo lo que salía de la boca de su padre y sólo acertó a decirle lo idiota que había sido su comportamiento, a la vez que su cabeza hacía una selección de imágenes de la noche con Carolina en aquel almacén lleno de barriles de cerveza y cajas, donde él trabajaba esporádicamente. No podía creer que su padre y él hubieran compartido mujer, no le entraba en su cabeza. Estaba convencido que había sido algún tipo de acoso de su progenitor hacia Carolina y que la chica no tendría ninguna intención al respecto. No sabía ni imaginaba que ella ardía de ganas por estar con el papá cincuentón atractivo, que conoció en el gimnasio. Jota se sentía más avergonzado por el romance entre ambos, que por el hecho en sí que había llevado a su padre a la cárcel.

*****

Venancio estaba tremendamente nervioso, aunque no era fácil hacerle perder los nervios, ya que siempre tenía todo bajo control. Lo único que le preocupaba era comer bien y seguir con su ritmo de vida podrida y sucia, pero lo ocurrido se le escapaba, poco habitual en él, porque le gustaba manejar y organizar todo y a todos los que se movían a su alrededor.
Recolocó su camisa negra de manga corta, algo sudada por los nervios del momento, se la metió por dentro del pantalón negro de pinzas, de un tejido suave, sujeto con un cinturón de piel negra, que asomaba debajo de una prominente panza.
Se montó en su coche sin saber muy bien qué dirección tomar, pero al momento lo tenía claro. Se dirigió hacia las afueras de la ciudad, atravesó una carretera secundaria, algo transitada por los trabajadores que se dirigían al polígono industrial cercano. De allí, tomó uno de los caminos empedrados, poco señalizado, cuya vegetación lo hacía algo oscuro, ya que los árboles frondosos que crecían a los lados no dejaban ver más allá de unos metros de profundidad. Caminos poco conocidos, que sólo tomaban unos pocos que buscaban lo mismo que Venancio.
Allí estaba, en el lado derecho, tras la primera curva, una silla de madera algo estropeada, de su respaldo colgaba un bolso plateado con tachuelas y una chaqueta de punto amarillo canario. Unos metros más atrás, una muchacha se acercó y le dio la bienvenida con una sonrisa. Unos diecinueve años, ojos verdes, melena larga, rubia, con alguna onda descuidada, cuerpo sin muchas curvas pero armonioso y una sonrisa muy seductora. Vestida con prendas minúsculas, que dejaban ver un semidesnudo cuerpo para el pecado: una minifalda cortísima, que todavía hacían sus piernas más largas: y un pequeño pañuelo a modo de camiseta que casi dejaba al descubierto sus firmes pechos.
Mirka era polaca, había aparecido en España buscando una vida mejor para poder enviar a su gente todo lo posible para subsistir. Animada por una amiga, con algo más de experiencia en ganar dinero fácil, se adentró en ese desconocido mundo para ella.
Conocía muy bien a Venancio y sus caprichos de ricachón sin escrúpulos. No era la única que ocupaba ese camino, Venancio había probado varias, si no todas, las muchachas que se sacaban unos euros por allí, pero la polaca era sumisa con los caprichos de Venancio, nunca le protestaba y eso es lo que a su temperamento déspota más le gustaba.
Él le hizo un gesto con la cabeza para que entrara al coche, Mirka cogió su bolso y accedió. Sólo se limitó a sonreír. Ella le dio la bienvenida con un beso en la mejilla, todavía algo rosácea de los nervios anteriores.
-¡Algo rapidito!, dijo sin más explicación Venancio.
Ella asintió con la cabeza y él la acercó enérgicamente, sin nada de tacto, sin mediar palabra. No es que fuera muy amable con nadie y menos con ella. Quería aliviarse y punto. Reclinó su asiento, lo hecho todo lo que podía hacia atrás y se acomodó en él. Ella puso un mp3 que llevaba en el bolso, con un repertorio variado de música y empezó abriendo el momento “Cuba libre” de Gloria Estefan, que al parecer, hacía que fuera más llevadero el rato a la polaca.
La chica se puso manos a la obra, se colocó encima de Venancio y comenzó a desnudarse. Se soltó el nudo del pañuelo que llevaba atado a modo de sujetador y quedaron al descubierto sus firmes pechos de veinteañera, que estimulaba y se acariciaba una y otra vez. Entre tanto, la mano gorda y no muy hábil, con dedos cortos y rellenitos de Venancio se soltaba para tocarlos, sin mucha delicadeza. Acto seguido, se quito la falda elástica suavemente, mientras el poco apetecible hombre, no quitaba ojo. Lucía un tanga fucsia de encajes baratos de mercadillo, que en ese momento a Venancio le parecía de lo más sexy. La joven rubia, comenzó a acariciar su propio cuerpo, primero eran sus pezones, y poco a poco fue bajando hacia su zona más erógena. A Venancio le encantaba ponerse a tono, mirando cómo se masturbaba ella solita. La cara del encargado de trapicheos varios empezaba a desencajarse, y de una sacudida empujó con su mano la cabeza de Mirka hacia su pantalón, ella sabía que era momento de seguir. La polaca lo conocía muy bien, rara era la semana que el marido de Clara no se paseara por allí. Abrió la cremallera del pantalón de Venancio y empezó a acariciar su miembro, que había alcanzado su punto álgido. Se acurrucó como pudo entre el asiento y el hueco de los pedales del deportivo coche y comenzó a jugar. Ella sabía que no tenía que dedicarle mucho tiempo, entre cinco y diez minutos eran suficientes para culminar su propósito. Venancio estaba exhausto pasado ese tiempo, cual corredor maratoniano después de su carrera. Toda la camisa sudada, las gotas le recorrían su cara, enrojecida del momento. Su única misión había sido estar reclinado sobre el asiento, pero dado su estado físico, cualquier mínimo esfuerzo era una odisea y parecía que todo el trabajo había sido suyo.
Cerró los ojos durante varios minutos hasta que pudo reponerse un poco a la tormenta de hormonas que acababa de invadir su abultado cuerpo. La chica rubia se recompuso la ropa y se encendió un cigarrillo, al mismo tiempo que masticó un chicle de hierbabuena, como para borrar de su boca la resaca a obeso caprichoso de los momentos previos. Venancio se abrochó el pantalón con sus manos temblonas por el éxtasis vivido y buscó su cartera. Saco un billete verde, muy nuevo, de cien euros y se lo entregó a la chica. No hacía falta preguntar, era el precio acordado, no era la primera, ni sería la última vez que le hacía la visita. Mirka salió del coche con su billete y se dirigió a la ventanilla de Venancio, que todavía estaba retirándose el sudor, con un pañuelo blanco de algodón que guardaba en el bolsillo izquierdo de su pantalón mientras buscaba su petaca de whisky caro con la otra mano para echarle un generoso trago. La jovencita le dio un beso en los finos labios del gordinflón y le susurró al oído…
-Nos vemos pronto...
No tardaría mucho en volver. Aunque podía tener a las prostitutas mejor pagadas de toda la ciudad, él prefería a esa jovencita que hacía que se excitara con sólo verla. Por otro lado, para ella, aunque Venancio no era de lo más agradable ni despertara en ella ningún tipo de sensación, era el mejor cliente que tenía, ninguno le pagaba cien euros por media hora escasa de trabajo en el camino secundario de las afueras.
Venancio arrancó su Mercedes AMG, deportivo negro con todo tipo de detalles y extras existentes y se dirigió hacia su almacén de coches con los nervios más calmados, sin escrúpulos... Su hijo estaba secuestrado, pero como si nada hubiese pasado, lo primero era él y sus necesidades.

*****

Mientras tanto, Clara seguía dando vueltas por su lujosa mansión. El salón, de unos sesenta metros cuadrados, decorado hipermoderno, muy acorde con su estilo, daba a un porche de salida al jardín que era su rincón preferido. Unos sofás de mimbre con mullidos cojines en verde pistacho, hacían de ese rincón muy acogedor. Las plantas rodeaban todo el espacio, al fondo la piscina con un par de hamacas para disfrutar del sol. Clara deambulaba, murmurando y sin saber cómo actuar.
-¿Llamo, o no llamo? -se repetía una y otra vez.
Había anotado el teléfono que los supuestos secuestradores habían dejado, pero el miedo le frenaba a hacerlo, aunque no tenía otra opción. Esa tensión le estaba matando, se derrumbó y comenzó a llorar, habían pasado varias horas. En ese momento sonó el teléfono de la casa. Estaba acostumbrada a que su sirvienta se encargara de cogerlo y darle el recado más tarde, así nadie la molestaba en sus horas de desconexión, pero tras el susto, la había dejado salir a casa de un familiar a descansar. La sirvienta no era de gran ayuda en ese momento, dado que no se acordaba de lo sucedido, ya que la habían dormido y en ningún momento vio nada. Clara tampoco quería que estuviera muy al corriente de sus trapos sucios.
-¿Si? -contestó Clara con voz todavía llorosa.
-Doscientos mil euros mañana, a las seis de la tarde, en el almacén de coches y tendrás a Mario.
-¿Quién eres? ¿Quién eres? ¿Por qué…?
Sonó el tono de llamada finalizada y Clara se quedó sin consuelo, de rodillas en el suelo.
Justo en ese mismo momento, una sombra apareció por detrás de uno de los arboles del jardín. Clara se puso de pie de un salto. No podía creer lo que estaba viendo, era Sergio, había entrado en su casa y estaba allí. Con una camiseta gris de manga corta y unos vaqueros azules desgastados, que marcaban sus musculosas piernas y lo hacían tremendamente apetecible. Estaba inmóvil, mirándola fijamente.
-¡Dios, Sergio! -exclamó Clara, a la vez que un pequeño esbozo de sonrisa, dibujaba su cara.
«Estamos metidos en una gran mierda y yo muriéndome de ganas de rozar esa piel», pensaba Clara para sus adentros. Se frotó la frente como sí al hacerlo fueran a desaparecer esos deseos incontrolables.
Él había estado evitándola, pero también a punto de seguirle el juego en varias ocasiones, pero su lado responsable y fiel afloraba, sin dejar que ocurriera nada prohibido. Ahora la situación era diferente: su novia acababa de dejarle, acababa de echar por la borda todos esos años de noviazgo aparentemente feliz, aunque no pleno para él.
Clara, inmóvil, en la salida de su jardín, con un vestido marrón chocolate ajustado, marcando sus trabajadas curvas de gimnasio y cirugía estética, y con un tremendo escote, permanecía impasible a la espera. Sergio se acerco…

No hay comentarios:

Publicar un comentario