lunes, 13 de abril de 2015

TayTodos: 11. Everybody hurts.

Hoy nos llega el undécimo capítulo de "TayTodos", pero antes vamos a repasar lo ocurrido el pasado lunes.
El capítulo anterior arranca con un giro inesperado de los acontecimientos. La puerta del piso de Jorge se abre bruscamente y es la policía la que irrumpe en el apartamento y se lleva esposado a su inquilino por tráfico de sustancias dopantes, esteroides y hormonas. Su nueva amistad con Montana no le ha traído nada bueno...
Mientras Rebeca comparte mesa con Montana, su amiga María y su nuevo novio. Tras la misma, Montana despacha rápidamente a Rebeca al llevarla a su casa en su flamante Mini (por el cual siente pasión la muchacha), y esta se queda con las ganas de más. Misteriosamente, un coche con dos policías nacionales vigilaba sus movimientos.
Nerea mientras, sale del restaurante y pilla a Sergio y Clara a punto de besarse. Él se percata de la acción e intenta disimular torpemente y vuelve con su novia para adentro para terminar de elegir el menú nupcial. Clara hace lo mismo y vuelve al lado de Venancio y la tensión sexual entre estos dos sigue en aumento con Sergio a punto de explotar. Tras terminar su prueba y zanjar la elección del menú en una cena tensa, la pareja abandona el local perseguidos por la insaciable mirada de Clara. Al llegar a su coche una pintada adornaba el cristal trasero del coche de Sergio. Se leía: "Jorge lo sabe". Nerea preguntó pero su novio evitó dar respuestas, aunque sabía que la autora de la pintada había sido Clara.
A la mañana siguiente Carolina, tras pasar la noche en vela, acudió a la penitenciaría donde se encontraba retenido Jorge y tras pasar el control inicial e identificarse como su novia (ya que le preguntaron si era su hija), consiguió que un policía le dejara verlo un poquito y le explicara que había sido detenido porque tenía llamadas sospechosas con un peligroso camello de la ciudad y que tenían grabaciones en las inmediaciones de un concesionario ilegal de coches de alta gama a cargo de un tal Venancio Renovalles. Tras acceder a la sala de visitas un magullado Jorge rompió a llorar y la joven declaró su amor a través del interfono a su madurito.

¿Conseguirá Clara lo que busca de Sergio? ¿Nerea será consciente realmente de lo cerca que ha estado Sergio de besarla? ¿Resistirá Sergio tanta presión? ¿Cómo llevará Jorge su estancia en prisión? ¿Volverá a ver Rebeca al misterioso Montana? No os perdáis el capítulo de hoy.

En cuanto a su creador, decir que es debutante en Zarracatalla Editorial. Ha resuelto un buen capítulo, que ha abierto una nueva vía de forma sorprendente en su inicio y que ha repasado brevemente y haciendo avanzar cada una de las tramas abiertas hasta el momento: un poquito más de tensión entre Clara y Sergio, con Nerea muy cerca de la verdad; la difícil situación en que queda Jorge, arrestado, y Carolina loquita por el madurito; y la extraña relación entre Rebeca y el misterioso Montana.
Su creador es un tipo genial, al que tuve la suerte de tener en mi equipo de infantiles y ya se adivinaba el brillo en la mirada del que aprende rápido y quiere más. Ahora, hecho todo un central de categoría, es capaz de liderar a toda la zaga y al equipo al completo. Sigue teniendo el mismo brillo en los ojos, y he tenido la gran suerte de poderlo alinear de nuevo en mi equipo. Esta vez practicamos otro deporte, el de juntar líneas, capítulos y amigos para formar una gran novela colectiva; y cómo no, él ha estado a la altura. Espero que dentro de unos años tenga la misma suerte de reencontrarse en cualquier proyecto que emprenda con alguno de los chavalitos que entrena y que lo miran con admiración. Será signo de que, independientemente de sus habilidades como técnico y la destreza de sus pupilos, habrá hecho un gran trabajo porque pese al tiempo y la edad se crea un vínculo afectivo difícil de explicar. Una suerte volver a entregarte galones en este equipo. Gracias a... Ignacio Cantín Emperador

Os dejo con el capítulo de hoy (11. Everybody hurts). Espero que os guste. Besetes a tod@s. Nos leemos.


11. Everybody hurts.

A la mañana siguiente…
La Comisaría de Policía estaba en obras, llena de plásticos, sacos, pozales y herramientas de todo tipo. Un policía de mirada inquietante acompañó a Carolina hasta el sótano y sin mediar palabra le señaló una puerta que se intuía al final del pasillo.
Empezó a recorrer el pasillo, que cada vez se le hacía más angustioso e interminable. Le encantaban las películas de terror, siempre iba a verlas con su hermano y ese estrecho y largo habitáculo de piedra en cuyo lateral se sucedían puertas con barrotes de hierro le hacía pensar que en cualquier momento encontraría a Anthony Hopkins con la máscara de “El silencio de los corderos”.
Un escalofrío recorrió su cuerpo y empezó a pensar que no debía de haber acudido, al fin y al cabo no conocía a Jorge de nada y no sabía dónde se estaba metiendo. Todo era muy extraño…
Por fin cogió con fuerza la manivela de la puerta y la giró despacito, al otro lado la esperaba un policía sin placa y con poca prisa que la cacheo y le requisó el bolso. Carolina se sentía totalmente desprotegida, nunca había vivido algo así y hacerlo por un cincuentón de fuelle flojo no era muy romántico que digamos. Provenía de una familia bien que pertenecía a la burguesía de la ciudad, sus padre era un adinerado empresario del vino y su madre una prestigiosa psicóloga. Cuando Carolina cumplió los dieciocho se marchó de casa y eligió para vivir un modesto barrio obrero aunque siempre bajo la tutela económica de sus padres. Siempre había sido un poco rarica, una soñadora inconformista que militaba en el bando perdedor y de las causas perdidas.
Entró en una sala pequeña cuya tenue luz apenas iluminaba una mesa con dos sillas enfrentadas, el aire era irrespirable por la humedad y un insoportable hedor a lluvia de ángeles terrestres. Se acercó y se sentó a esperar sin saber muy bien qué… Se percató de la existencia de unas  pequeñas ventanas situadas en la parte alta de una pared que daban a un callejón cercano a los bares con peor reputación de la ciudad. Tapó su boca y nariz con el puño de la sudadera y cerró los ojos como para evadirse a otro lugar, pensó en cómo salir de allí si la cosa se ponía fea.
Jorge se secó las lágrimas con las palmas de sus esposadas manos e intentó calmarse mientras inspiraba y expiraba profundamente. Tenía que aprovechar los cinco minutos que tenía de entrevista con Carolina para aclarar que él era un buen hombre y que todo había sido una grave confusión. No podía dejar que la joven descubriera lo que realmente estaba ocurriendo en su vida.
Abrió la puerta con la respiración contenida y antes de sentarse comenzó a hablar con voz titubeante y un sudor nervioso que envolvía su cuerpo:
—Yo... La verdad Carol es que… queee... quería impresionarte. Necesitaba cash para que tuvieses la mejor cita de tu vida y quisieras repetirla…
—¡No me vengas con rollos Jorge! Si estás aquí es por qué estás de mierda hasta el cuello. ¡Qué no me chupo el dedo!
Jorge se disponía a relatar una versión maquillada de todo lo ocurrido los anteriores dos días cuando unas sombras se dibujaban tras el cristal de la puerta. Interrumpió en escena el policía sin placa acompañado de un joven con bata blanca de cuyo bolsillo colgaba una identificación en la que se leía en letra de imprenta alumno en prácticas.
—Hola, vengo a echar un vistazo a esos golpes. Soy Jota… pero… no puede ser… ¡Papá! ¡Y tú!… Pero vosotros dos, ¿de qué os conocéis? —exclamó Javier Guardiola Sanz, al que todo el mundo conoce por JOTA, primera letra de su nombre y barrio en el que habita.
Jota es el hijo de Jorge, nuestro madurito en apuros y durante los fines de semana camarero en un bar de copas y música en directo más de moda de la ciudad. Y en La Penúltima fue donde conoció a Carolina meses atrás y cuyo almacén fue testigo de un encuentro más que casual.
Carolina se levantó como si la silla tuviera un muelle y comenzó a tartamudear y a agitar la cabeza, el policía se abalanzó sobre ella y  sujetó sus brazos por la espalda. En ese mismo momento, sin pensárselo dos veces, Jota sacó una jeringuilla de su pequeño maletín y clavó la aguja en la carótida vaciando todo su contenido sin piedad…


*****

Clara estaba encantada consigo misma, cada vez veía más cercano el triunfo. Sería ella la que se quedaría con el trofeo. Mientras conducía su descapotable y el aire fresco enmadejaba su cuidada melena notó una pequeña punzadita en el corazón. Se recordó a sí misma preparando la boda con Venancio. Eran muy jovencitos cuando se conocieron, ella tomaba café en una Boutique de pan del Centro y Venancio entraba todas las mañanas a las siete en punto para comprarse un bollo con el que acabar de preparar su almuerzo antes de ir a la Escuela de Oficios. Venancio se enamoró locamente de aquella jovencita tan guapa y echada para adelante y Clara vio la oportunidad de volar con él y dejar atrás el infierno de su hogar. Un sentimiento de rabia y nostalgia la envolvió y sintió por un momento pena por Nerea.
Observó el asiento del copiloto donde su marido dormía plácidamente mientras mordía un Habano apagado y tras él, los edificios pasaban y se agolpaban unos a otros como si fueran un dominó.
Llegaron a la entrada de una lujosa urbanización situada en las afueras de la ciudad, tocó el claxon suavemente y el guardia de seguridad, que estaba refugiado en la caseta mientras se zampaba un tupper lleno de pasta y veía Gran Hermano, accionó el mecanismo para abrir la verja. Saludó con la mano sin levantar la vista de la tele porque justo en ese momento Mercedes Milá anunciaba al expulsado de la audiencia.
Clara aparcó el coche en la plaza externa que estaba junto al jardín y corrió hacia la puerta principal. Subió las escaleras a toda prisa y sin hacer ruido abrió una de las puertas. Se adentró en un dormitorio con dinosaurios en las paredes y pequeñas piezas de Lego y Playmobil esparcidas por toda la habitación, se acercó a una pequeña cama con forma de cabaña y cuando comprobó que no había nadie comenzó a gritar como una histérica…
—¡¡¡Piilaaaaaaaaaaaaaarrr, por Dios!!!!! ¡¡¡Ahhhhhhh, Pilaaaaaaaaar!!! ¿Dónde está mi pequeñoooooooooooooooo?
Clara comenzó a revolver las sabanas y a buscar debajo de la cama, en los armarios, cajones… sin encontrar consuelo. De una pequeña puerta que se encontraba en el interior de la habitación salía el sonido de Everybody hurts de REM y tras ella apareció una joven dando tumbos, como mareada y diciendo palabras sin sentido. Llevaba el camisón manchado de un líquido verdoso, el pelo en una coleta muy revuelta y en su frente escrito un número de teléfono 669 676…
Clara comenzó a zarandearla y a preguntarle por Mario, estaba tan nerviosa que no se había percatado del número de teléfono y mucho menos de que Pilar no estaba en plenas facultades. Unos minutos más tarde y con un fuerte sobrealiento Venancio hizo presencia en la habitación infantil, vio la situación y corrió escaleras abajo hacia la cocina, la alarma estaba desconectada y la puerta del patio trasero se encontraba abierta. Corrió hacia ella y llegó a ver  una silueta que saltaba la tapia que daba a la calle. Sabía que por su forma física no alcanzaría a llegar a tiempo así que fue rápidamente hacia la puerta principal y se subió al coche con la intención de bloquear la salida de la urbanización, lo cual fue imposible porque el coche lo golpeó de forma lateral con violencia y rompiendo la barrera huyó a toda velocidad por la carretera. Venancio apoyó sus brazos en el volante y comenzó a llorar como un bebe. Habían jugado con fuego y se habían quemado.

Volvió a la casa donde abrazó a Clara, no podían llamar a la policía, era muy peligroso para su negocio y para el niño. Su única opción era llamar al teléfono que habían tatuado en la piel de la niñera y seguir las instrucciones confiando en que todo fuera bien. Debían apechugar…
Clara se desplomó en el suelo con una foto de Mario, era un niño de diez años, rubio ceniza y con unos preciosos ojos marrones que desprendían una luz especial. Su carácter vital y cariñoso tenía enamorados a sus padres que desde que nació era el niño mimado de la casa y estaba hiperprotegido por su madre.
El matrimonio había estado muchos años intentando tener hijos y cuando se enteraron de que Clara estaba embarazada fue el día más feliz de sus vidas. Mario solo salía de la casa para ir al cole, el resto del día lo pasaba en casa con Pilar. Tenía un mundo creado para él y pese a no ser feliz porque lo que más deseaba en el mundo era poder salir a jugar con sus amigos, jamás se atrevía a contrariar y a echarles en cara a sus padres esta situación.
Venancio y Clara no le permitían salir de casa, ni acudir a cumpleaños, ni al cine… Les aterraba que algo le ocurriera al niño de sus ojos. Conocían el perfil de gente sin escrúpulos, el mundo en el que se movían y los muchos enemigos que a lo largo de los años habían ganado…
Lo que ellos no sabían era que Mario tenia a Pablo, un amigo especial que siempre lo acompañaba y con el que podía jugar, hablar, reír…y que nunca le fallaba.



Sergio fue conduciendo en silencio todo el trayecto y su novia tarareaba con cierto retintín el último cd de Vetusta Morla, su relación de pareja también estaba a La Deriva.
Sus amigas siempre le habían dicho que no era su príncipe azul y le preguntaban cómo podía querer tanto a alguien que a su percepción no la entendía y tampoco la quería como ella se merecía. La escena vivida esa noche en el restaurante no dejaba de rondarle la cabeza. Su novio ocultaba algo importante y no quería ser la última en enterarse.
De un tiempo a esta parte, Sergio estaba empezando a aborrecer todo lo que rodeaba su monótona y programada vida. Metió el coche en su plaza de garaje y subieron directos a casa sin tan siquiera cruzar sus miradas. Abrieron la puerta y cada uno se metió a un baño para realizar su ritual de limpieza facial nocturno. Eran una pareja joven y que cuidaba mucho su imagen, siempre estaban impecables.
De forma inconsciente Sergio comenzó a marcar el número de teléfono de Clara, ardía de deseo y necesitaba verla, olerla y tocarla…
El móvil comenzó dar señal de llamada… una, dos, y a la tercera se oyó un llanto de amargura y dolor al otro lado.

—¿Qué ocurre? —preguntó con angustia Sergio—. ¡Clara, por Dios! ¿Qué está pasando? ¿Te encuentras bien?
Al otro lado del teléfono sólo un llanto imparable y el sonido ensordecedor de una canción en bucle… Nerea abrió la puerta del baño, sus ojos estaban inyectados en sangre y echaba espuma por la boca, cogió el teléfono móvil a la vez que salía corriendo hacia el salón, abría la ventana y lanzaba el móvil con todas sus fuerzas desde el octavo al fondo de la piscina comunitaria.
—¿Pero qué cojones haces? —incriminaba Sergio a su novia que parecía la niña del exorcista dando vueltas por la casa.
—¿Qué qué hago yo? Explícame que hacías tú y con quien estabas hablando. ¡Cómo te atreves a llamar a esa vieja en nuestra casa! Eres un desgraciado, no quiero verte más…
De los armarios y estanterías comenzaron a desfilar trajes, camisas, libros y objetos personales de Sergio que fueron a encontrarse con su teléfono móvil. Sergio observaba la escena y lejos de preocuparle la monumental pelea con su futura esposa sólo pensaba en qué le había pasado a Clara y cómo llegar hasta ella.
Cogió la tarjeta de acceso al gimnasio, lanzó un beso a Nerea y cerró la puerta dejando a sus espaldas una vida que sabía de antemano que ni podía ni quería retomar.




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