Luz en la oscuridad
CAPITULO V: UN ENCUENTRO INESPERADO
—Vuélvase muy, muy despacio y con las
manos en alto —dijo la voz.
El agente Dufresne levantó las manos y se
volvió lentamente. Vio que quién le estaba apuntando era un tipo pequeño con
gafas redondas, así como con traje y sombrero negro. Llevaba ese abrigo tres
cuartos de cuero inconfundible.
—Soy el agente Himmler de la Gestapo. Deberá
acompañarme a la comisaría, me temo que el superintendente le querrá hacer unas
preguntas. Su actitud está resultando sospechosa en las últimas semanas —dijo
en tono burlón a la vez que se sonreía ligeramente.
El agente Friedrick Himmler compartía
apellido con el comandante en jefe de las SS y por ende de la Gestapo , el
Reichsführer-SS Heinrich Himmler, uno de los pilares principales del partido
nazi. A pesar de no tener parentesco con él, alguna vez se había aprovechado de
compartir apellido. En su firma escribía su apellido de forma legible y en
ocasiones le había servido para abrir puertas. Mezquino y sádico, así como nazi
convencido, el agente Himmler anhelaba trepar en la jerarquía de la Gestapo.
Claude sabía que de ninguna de las
maneras podía acabar en el cuartel de la Gestapo. El tono del agente Himmler no le había
gustado en absoluto. Sabía que les aguardaba allí a los tipos como él. Pensó en
cómo podía deshacerse de él, pero estaba en clara desventaja frente al agente
de la Gestapo. En
ese momento vio como Peter abría sigilosamente la puerta por donde había salido
del hotel, estaba justo detrás del agente. Éste no se percató de que el inglés
se acercaba por su espalda.
Peter pensó en sacar su pistola y zanjar
rápidamente la situación, pero un disparo en plena calle llamaría la atención.
Decidió acercarse a él. La figura del agente Himmler le resultaba familiar; era
como si lo hubiera visto antes en alguna otra parte.
Himmler había participado en la detención
de Antoine. Había llevado casi toda la investigación. Era una de sus
actuaciones más brillantes. Por supuesto no le gustó nada que Antoine decidiera
suicidarse, le había preparado un minucioso “interrogatorio”.
Claude supo que debía distraer al agente
para que Peter pudiera actuar.
—Quizá podamos llegar a un acuerdo —decía
Claude mientras se acercaba a él y bajaba ligeramente las manos.
—¡No se mueva o le mato aquí mismo! ¡Levante
las manos he dicho!
Claude se quedó parado. Supo que aquel
era un tipo peligroso. «seguro que tendrá el gatillo fácil», pensó. El agente
Himmler era un nazi convencido, un auténtico fanático.
Peter se encontraba muy cerca del agente.
Sacó la pistola y le golpeó con la culata en la cabeza. El tipo cayó
inconsciente.
—Gracias señor Lombard. Larguémonos de
aquí —dijo Dufresne.
Caminaron hasta salir a una calle más
ancha.
—Aquí nos despedimos. Me temo que al
verme envuelto en este incidente deberé de no dejarme ver durante una
temporada. Puede estar tranquilo, creo que a usted no lo habrán asociado
conmigo. A pesar de todo estaremos en contacto vía telefónica.
—De acuerdo —asintió Peter mientras le
estrechaba la mano.
Se quedo mirando como se alejaba el
agente Dufresne calle abajo. Se dio la vuelta y comenzó a andar en sentido
contrario. Pasó por la puerta del hotel y vio que el otro agente de la Gestapo todavía estaba
dentro del coche ajeno a la situación. Continuó caminando y se fue a casa. Mientras
caminaba iba pensando en cómo acometería la misión que le había encomendado el
agente Dufresne. ¿Cómo iba a señalizar el bombardeo y neutralizar las posibles
baterías antiaéreas si apenas conocía la zona? No podía pasearse por allí
haciendo dibujos y anotaciones, necesitaba a alguien que conociera bien
aquellos parajes, alguien que hubiera vivido allí toda su vida. De repente un
nombre apareció en su cabeza: Marie. La campesina sería su mejor opción, pensó
que iría a verla en los próximos días.
Le contó a sus amigos lo acontecido en su
entrevista con el agente Dufresne y el plan que tenían para con las
instalaciones secretas nazis. Les explicó que iría a ver a Marie.
Ya estaba bien entrado el mes de octubre
de 1940 y comenzaba a hacer frío por esas latitudes. Peter se había comprado
algo de ropa ahora que sabía que iba a quedarse una larga temporada en Francia,
puesto que el servicio secreto no tenía un plan claro de cómo evacuarlo a
Inglaterra. Además Dufresne no podía actuar a sus anchas, aunque sabía que eso
no sería un problema para un agente como él.
Una tarde al salir de trabajar Peter se
dirigió a la costa para tratar de hablar con Marie. Los días ya comenzaban a
acortar bastante.
Esa misma mañana había leído en la prensa
la reunión que Hitler había tenido en Hendaya con Franco. El Fürher había
pretendido que España entrara en la guerra, pero Franco había pedido demasiadas
cosas a cambio, las cuales Hitler no pudo aceptar. De todos modos las
relaciones entre los dos gobiernos eran de colaboración.
Cogió la vieja camioneta Renault de
Juliette y se dirigió hacia el norte. La carretera le hacía pasar cerca de la
aldea de Antoine. Peter todavía recordaba el camino de su viaje anterior en
autobús y había leído el nombre del pueblo en un cartel cuando todavía se
sentía somnoliento a bordo del autobús que lo llevara a Amiens por primera vez.
De eso hacía ya más de un mes.
Llegaba casi de noche al pueblo donde
vivía el doctor. Condujo unos pocos kilómetros más y llegó a la granja. Era ya
de noche, se acercó a la casa con los faros encendidos. Vio como alguien se
asomaba a una de las ventanas del piso superior y se volvía a esconder. Peter
paro el coche, bajó y llamó a la puerta.
Alguien corrió la mirilla de la puerta y
le observó. La volvió a cerrar y le abrió. Era Marie.
—Me alegro mucho de verle, ¿Cómo está
señor North?
—Estoy bien, Marie. Pensabas que no
volverías a verme, ¿eh? —respondió Peter—. ¿Qué tal tu padre?
—Sobrevivió a la bala. Se encuentra bien.
No puedo decir lo mismo de la granja —dijo mientras señalaba alrededor.
Peter no se había fijado, pero pudo ver
que el granero había sido quemado.
—Menos mal que se quedaron contentos con
quemar solo el granero. No quemaron la casa ni nos hicieron daño. Vinieron de
las Waffen SS buscando a los dos guardias de la patrulla. Como no consiguieron
la información que buscaban quemaron el granero. Pase por favor
Dentro de la casa se encontraban los
padres de Marie. Peter los saludo cortésmente. La madre de Marie le ofreció
algo de comer. Peter lo acepto, pues no había cenado.
—Bueno, ¿qué le trae por aquí señor
North?, preguntó el hombre.
Peter le miró y dijo:
—Le seré sincero, la resistencia necesita
de la ayuda de su hija para llevar a cabo una misión. Necesitamos a alguien que
conozca esta zona y ella es la persona adecuada.
Marie, se sobresaltó y respondió:
—Si mis padres pueden prescindir de mi
aquí en la granja, lo haré encantada.
—Será peligroso —dijo su madre.
—Debo hacerlo por mi país,...y por
vosotros —respondió.
—Ahora sin el granero el trabajo va a ser
menor, aunque también la comida. No te preocupes, sabremos salir adelante. Lo
que no podremos salir adelante es si continúa mucho tiempo la ocupación nazi —habló
su padre.
—Puedo alojarme en casa de los tíos en
Amiens —dijo mientras miraba a su padre —este asintió.
—Señor North, le ruego pase aquí la noche
—dijo la madre.
—De acuerdo. Mañana de madrugada
saldremos hacia la ciudad. Así nos evitaremos mucho tráfico de unidades
militares en la carretera.
Marie preparó una pequeña maleta en la
que llevaba casi todas sus pertenencias y se fueron a dormir pronto.
Al día siguiente todos se levantaron
temprano. Marie se despidió de sus padres y partieron rumbo a la ciudad. Al
pasar por la aldea, Peter recordó que debía de llevarle una carta de Gastón al
doctor Moreau. Marie le indicó donde era y pararon el coche en la puerta.
Todavía no eran las 6:30 de la mañana.
Peter llamó a la puerta. No respondió
nadie. Tuvo que insistir unas cuantas veces hasta que oyó la voz del doctor en
el interior diciendo que ya salía. El doctor abrió la puerta con cara todavía
de sueño.
—¡Señór North, qué sorpresa! Me alegra
mucho el verle. Hola Marie, por favor pasad.
—Yo también estoy encantado de verle,
doctor.
—¿Qué os trae por aquí? —preguntó Moreau.
—Tengo una carta para usted de parte de
Gastón —dijo mientras se la entregaba.
Moreau la tomó, recogió sus gafas de un
aparador cercano y la abrió.
—Nada importante —dijo dirigiendose a
Peter —Señor North, me gustaría que me acompañara a visitar a un paciente ahora
mismo.
—¡Debemos partir lo antes posible hacia
la ciudad para evitar problemas! —apremió Peter.
—Por favor, necesito de su ayuda. El
enfermo no habla francés.
—Hagámoslo, pero que sea rápido —accedió
Peter.
—Iremos en mi coche —replicó el doctor.
Se subieron todos en el Citroën del
doctor y se dirigieron de nuevo al norte, hacia la playa. Tras unos kilómetros
llegaron a una granja. Era muy parecida a la de Marie. Al acercarse un mastín
imponente les salió a recibir mientras ladraba nervioso alrededor del coche.
Una mujer de mediana edad salió de la vivienda. Parecía que los estuviera
esperando.
—Buenos días doctor. Le esperaba —dijo. Mientras
sujetaba al perro miraba a Peter y a Marie de soslayo.
—No se preocupe, son amigos míos. Son de
total confianza.
—Sean bienvenidos a mi humilde granja —les
dijo la mujer a Marie y a Peter—. Entren por favor.
—¿Cómo se encuentra hoy nuestro amigo? —preguntó
el doctor.
—Véalo usted mismo, le respondió mientras
entraban en la casa y comenzaban a subir las escaleras.
Era una vivienda de dos pisos con un
cuarto donde estaba la cocina y el hogar en la planta baja. En la parte de
arriba se adivinaban las habitaciones. En la planta superior había un pasillo
con habitaciones a ambos lados y una al final que tenía la puerta abierta.
Entraron todos en el dormitorio del fondo. Peter lo hizo en último lugar.
Había una persona en pijama sentada en el
borde de la cama y de espaldas a ellos…
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