martes, 30 de diciembre de 2014

Nuestra historia. XLIII: Encuentros inesperados.

Tras el capítulo de la pasada semana (42. El muro), hoy la acción continúa...
El capítulo arranca una placentera mañana con Ana despertando en casa y contemplando la maravillosa estampa de Pedro y las gemelas al fin dormidas. ¡Cómo había cambiado todo! Estaba agotada pero encantada con su nueva vida.
Tras darse una larga y relajante ducha se dispuso para afrontar ese gran día. Se dirigió al hospital para recoger un sobre y saludar a sus compañeros. Seguidamente fue a la parada del bus que la transportaría a la prisión donde se encontraba Ramón.
Una señora mayor captó su atención en la parada e hicieron el viaje de ida juntas, en silencio en un principio y al llegar esta se dirigió a Ana para calmar su impresión inicial al comprobar la majestuosidad de la prisión hacia donde se dirigían.
Tras pasar dos controles iniciales de entrada, accedieron a una sala de espera donde se encontraba Thomas. Tras una tensa conversación inicial entre ambos Ana le confiesa que viene como él a ver a su hermano, pero para despedirse. Este no la cree y ella le propone que ambos pasen juntos al turno de visitas. Ambos accedieron juntos a la sala de visitas junto con el resto de familiares que allí esperaban. La puerta de los presos se abrió y uno tras otro fueron apareciendo todos para encontrarse con sus visitantes, todos excepto Ramón. La puerta de los reos se cerró y cuando Thomas iba a preguntar por él volvió a abrirse y entonces apareció. Tras la sorpresa inicial de Ramón es Ana la que toma el control de la situación y le cuenta que ha venido a despedirse y le entrega un sobre a un desconcertado Ramón ante la inesperada actitud de Ana. Este se queda boquiabierto al comprobar lo que incluye: un análisis genético que demuestra que Pedro es el padre de las gemelas. Ahora es cuando Ana se arma de valor de nuevo para explicarle a Ramón que ya nada los une y decirle adiós para siempre.

¿Será un adiós definitivo? ¿Volveremos a ver a Ramón? ¿Qué papel jugará a partir de ahora su hermano? ¿Qué será lo próximo? ¿Cuales serán sus planes? ¿Caben más sorpresas? No os perdáis el capítulo de hoy.

En cuanto a su creadora, destacar que es la persona más comprometida con este proyecto. Ella ha sabido convivir en el día a día con él, gestionar sus tiempos y mis ausencias. Ha aportado cariño y comprensión en todo momento y ha sabido meterse en la piel de Ana en este "pedazo" de capítulo, para mostrar un poquito de ella en el personaje. Incluso con todos los factores en contra usurpándole el tiempo (el trabajo, las clases, los quehaceres diarios y problemas familiares), no han podido impedir que tuviera su momento y boli en mano (a la vieja usanza) se sentara para relatar un capítulo extraordinario que nos acerca y mucho al final de la historia. Es el momento de agradecer por todo esto y mucho más tu compromiso con Zarracatalla Editorial, con tu Despistado Observador y con todos nosotros. Por eso, como diría Ana en palabras tuyas: "Esto es un regalo para TI, de MÍ, por ser TÚ".
Perfil en facebook de Maite Navarro Medina



XLIII. Encuentros inesperados.

SIEMPRE es lo que Ana pensaba, deseaba. La mente enferma de Ramón ya estaba pensando la manera de conseguir que fuera para siempre suya, no aceptaba esas pruebas, no podían estar bien. Estaba seguro de que eran falsas. Eran sus gemelas, todo cuadraba en el tiempo. Y así se lo empezó a decir a Thomas cuando Ana se hubo marchado. La mente psicótica del pequeño Ramón había despertado y se estaba imponiendo a ese otro Ramón que Ana, Pedro y los demás habían conocido.
Ramón ya estaba planeando todo sobre cómo actuar de ahora en adelante para conseguir sus propósitos pero nada le dijo a Thomas en estos momentos. Sabía que estaba vigilado, incluso dentro de la prisión y que debía obrar solo hasta que fuera seguro poder contar con él para todo. Mientras necesitaba que permaneciera en España para poder informarle de lo que iba pasando en el grupo de amigos, al menos, de todo lo que él pudiera enterarse.
Tras dejar atrás la cárcel, Ana llegó feliz a su casa con Pedro y las niñas. Aún no era la hora de comer y pudieron bajar a dar una vuelta con las pequeñas apurando los últimos días calurosos del año. Se acercaron hasta el parque cercano a su casa y relajados caminaron sin rumbo por sus caminos de tierra flanqueados por todavía frondosos árboles. Paseando se encontraron con  Sandra y Rafa que reían como niños y casi ni se dieron cuenta de que llegaban. Sandra se alegró mucho de verlos, sobre todo a las pequeñas, su debilidad desde que nacieron. Tras charlar un rato los cuatro, Ana y Pedro fueron para casa a seguir con su rutina diaria desde que Candela y Lucía estaban en sus vidas. Bendita y feliz rutina, pensaba Ana. No podía creerse que, por fin, fueran sólo ellos y no tuvieran que preocuparse de nada más.
Así transcurrían los días y semanas de los felices papás, sin tiempo libre, todo para ellas, pero relajados. Olvidados ya los difíciles momentos pasados por el accidente de Pedro, el secuestro de Ana, las intromisiones en su relación de Olga y Ramón. Todo iba bien. Vivían en una nube, en un sueño de color rosa que hace sólo unos meses no podían siquiera imaginar.

Mary había telefoneado todas las semanas a Patricia, para saber cómo estaba y cómo seguía su embarazo. Se sentía en deuda con ella por haber cuidado de Jack y sobre todo, estaba convencida de que le debía a ella que Jack continuara vivo. Por eso a Patricia no le extrañó cuando esa mañana sonó el teléfono y era Mary.
—Hello Patricia! —le dijo Mary nada mas que Patri descolgó el teléfono.
—Hola, ¿qué tal está Jack? —preguntó como siempre que le llamaba Mary. Esos pocos días que pasó con él llego a cogerle mucho cariño. Y era recíproco.
—Bien, ilusionado ya con la llegada de las próximas Navidades y casi ni se acuerda de esos días. Sólo le queda tu recuerdo y ese es bueno. Y tú, ¿cómo estás? ¿Quedan ya poquitos días?
—Me encuentro genial, la verdad es que parece mentira que esté ya de treinta y nueve semanas y siga haciendo vida casi normal. Casi no lo creo después de todo lo que pasó y de los días hospitalizada, pero es así. Excepto que debido a mi trabajo, ya sabes que tuve que cogerme la baja, estoy haciendo la misma vida que antes del embarazo. Completamente recuperada y esperando ansiosa el momento del parto. Feliz pero nerviosa y con un poquito de miedo por si estoy sola en casa y no llego a tiempo al hospital. En fin, los nervios y miedos de madre primeriza.
—Por eso te llamaba —la interrumpió Mary—. Jack y yo nos vamos a ir contigo unos días a España. Espero que no te parezca mal.
—Gracias Mary, no hace falta. No te preocupes, no vengáis, no es necesario. Tenéis vuestra vida, familia, amigos, todo allí. No te sientas en deuda conmigo, lo que yo hice por tu hijo, lo hubiera hecho cualquiera.
—No sigas, esta decidido, vamos a ir. Mañana sale nuestro vuelo —y sin darle tiempo a Patricia a protestar Mary le colgó el teléfono.
Mary lo tenía decidido desde hacía semanas: no dejaría que Patricia estuviera sola en ese momento. Le debía mucho como para abandonarla en un momento así. Patricia estaba casi sola en la ciudad, sus padres habían tenido que abandonar el país hacía un mes con destino a Estados Unidos para ingresar a su madre en un importante hospital para tratarle un cáncer de pulmón y sólo contaba con su grupo de amigos, compañeros de trabajo del hospital. Y sus amigos desde la pasada Nochevieja, hacía ya casi un año, no estaban todo lo pendientes de Patricia que esta necesitaba. Mary lo había notado en el tono de voz de Patricia en cada llamada. Habían pasado muchas horas al teléfono en las últimas semanas. Además Mary necesitaba hablar con Patricia de algo que no se atrevía a abordar por teléfono.
Tras colgar el teléfono, Patricia se dispuso a limpiar la casa y ponerla en orden. Mañana llegarían Mary y su hijo Jack, necesitaba prepararles una habitación para ellos. Seguidamente fue a la cocina, abrió la nevera para ver todo lo que faltaba y bajarse a comprarlo enseguida. Tenía que tener todo perfecto para cuando viniera Mary, la persona que aún en la distancia, más cerca sentía. La necesitaba a su lado y, por suerte, iba a contar con ella.
Aquel día Patricia cogió el coche para ir a comprar. No solía hacerlo, compraba siempre en el supermercado de su barrio. En sus tiendas de siempre tenían todo lo que ella necesitaba. Pero esta vez era diferente. Quería que para Mary y Jack todo fuera perfecto, de la mejor calidad. Iría al centro a comprar. Conocía un mercado con productos gourmet de alta calidad y sobre todo, sabía que allí encontraría algunos productos típicos de Londres y quería que sus invitados se sintieran como en casa.
Llegó al centro, circulando junto al mercado y en seguida vio un sitio donde aparcar, «¡qué suerte!». Tan sorprendida estaba con su fortuna de poder estacionar a la primera y justo al lado de la puerta principal, que no se dio cuenta de quienes estaban sentados justo en el banco de al lado. Bajo del coche, cerro la puerta y al levantar la vista, los vio. ¡Qué grata sorpresa!

—Mary y Jack están volando hacia España. Creo que vienen a pasar unos días con Patricia y estar con ella cuando nazca su bebé —le dijo Thomas a Ramón en su primera visita al psiquiátrico. Se parecían más que nunca, eran como dos gotas de agua. Thomas había modificado un poco su aspecto y formas hasta ser como Ramón, tras haber estado unos días sin poder recibir la visita de ningún familiar. Era política del centro psiquiátrico que durante los primeros días los enfermos estuvieran aislados del exterior. Después, conforme iban siguiendo el tratamiento, les iban permitiendo recibir visitas. Y en el caso de Ramón, ese momento había llegado muy pronto ya que en cuanto consiguió su traslado desde el centro penitenciario al psiquiátrico comenzó a mejorar su comportamiento y sus aparentes brotes psicóticos parecían remitir y haberse corregido con la medicación, que por supuesto Ramón aparentaba tragar pero escupía en cuanto el enfermero salía de su habitación. Su plan estaba funcionando.
—Por  fin, una buena noticia —contestó Ramón—. ¡Qué suerte! Todos mis hijos en la misma ciudad, esperándome para cuando salga de aquí, que será muy pronto si todo funciona como esta previsto.
—Saldrá hermanito, saldrá. Ahora estamos juntos de nuevo en esto y podremos hablarnos con asiduidad, y sin vigilancia —dijo Thomas guiñándole un ojo a su hermano.

Faltaban pocas horas para que Mary y Jack llegaran. Patricia estaba nerviosa organizando todo en casa y preparando la cena para todos porque quería que todo estuviese perfecto para Mary, que venía sólo por estar con ella, pero también nerviosa por los demás. Después de todo lo pasado este año, y tantas semanas sin verse, volverían a estar casi todos los “amigos” juntos. Y eso iba a ocurrir en su casa, en su mesa,... «¡Todo tiene que estar perfecto!», se dijo así misma.
Y es que Mary y Jack, no sólo le traían su propia compañía, sino que además, gracias a ir al centro a comprar para ellos, se había encontrado con Rafa y Sandra. La feliz pareja del banco de al lado de su coche. Habían estado hablando largo rato, incluso tomaron un café los tres. Aclararon cosas sucedidas ese año. Perdonaron a Patricia haber sido cómplice sin querer de Olga y Ramón. Sandra se dio cuenta de que tanto ella, como su hermano y Ana, habían culpado quizás de manera inconsciente a Patri por lo de la carta y otras situaciones de haberles ayudado. Tras hablar relajados con ella ambos, y sobre todo, gracias al tiempo transcurrido desde los malos momentos vividos, se dieron cuenta de que Patricia sólo había sido una victima más de aquellas mentes maquiavélicas que tanto mal habían hecho al grupo. Pero eso ya era pasado, Olga había muerto y Ramón, el peor de ellos, estaba en la cárcel (así lo creían ellos) y no tenían por qué preocuparse de él. ¿O quizás sí? Al menos ellos estaban tranquilos pensando que tardaría muchos años en salir de allí.
De aquel encuentro fortuito surgió la cena de esta noche. Patricia convenció a Sandra y Rafa:
—Va a venir Mary y Jack para estar conmigo estos días, hasta pasadas las Navidades para que no esté sola ni en el parto ni en estas fechas tan familiares... —a Patricia se le nublaron los ojos y casi llora al acordarse de sus padres.
—No te preocupes, no estarás sola, nosotros también estaremos contigo en estos momentos, ¿verdad Rafa?
—Por supuesto, Sandra —le dijo cariñosamente—. Y estoy seguro de que tu hermano Pedro y Ana también. Hemos sido muy buenos amigos, me corrijo, somos muy buenos amigos. Hemos estado distanciados de ti Patricia. Perdónanos, no fue culpa tuya.
—Sí, Patri. Hemos estado ocupados sólo de lo nuestro y no nos hemos dado cuenta de lo sola que estabas y lo que te hacíamos falta tus amigos. Menos mal que Mary ha sabido estar. ¡Qué ganas tengo de verla para agradecérselo!
—Tengo una idea —dijo Patricia—. Si queréis podéis venir mañana a mi a casa a cenar y así le damos una sorpresa de bienvenida a Mary y Jack.
—Encantados. Muchas gracias. Iremos y si no te parece mal, hablaré con mi hermano para que vengan también.
—¡Genial! —contestó Patricia—. Decírselo a todos. Ya tenía ganas de poder volver a ser pandilla.
Y así fue como surgió el plan de la cena de esta noche. Y enfrascada en sus pensamientos estaba Patricia, cuando sonó el timbre. Echó una ojeada a su reloj, era pronto para la llegada de Mary, Jack, Sandra y Rafa. Debían llegar juntos pues la pareja se había ofrecido para ir a buscarlos al aeropuerto, no querían que Patri en su estado cogiera sola el coche. No esperaba a nadie hasta dentro de dos horas. ¿Quién podría ser?

Rafa y Sandra ya estaban en el aeropuerto. Estaban tranquilamente los dos sentados en la cafetería, tomándose un refresco cada uno. Rafa llevaba casi un año sin consumir alcohol, le daba miedo las consecuencias, perder el control y no recordar. Lo que pasó en el grupo le había concienciado. Estaban hablando de cómo iban a pasar las próximas fiestas navideñas, dónde comerían, dónde cenarían... Iban a ser sus primeras navidades como pareja y estaban entusiasmados con la idea. Y así, contentos, ensimismados el uno con el otro, estaban cuando de repente a Sandra se le cambio la cara, se quedo blanca, pálida, como si hubiera visto un fantasma. Y… es que casi era eso lo que había pasado. Lo había visto, estaba segura, era él. Pero que hacía aquí, cómo había salido. No, no podía ser, se decía para sí misma pero casi sin creerlo. Seguro que era su hermano, tenía que serlo, no podía ser otra cosa.
—Sandra, ¿qué te ocurre? —preguntó muy asustado Rafa—. Reacciona, parece que has visto un fantasma. Dime, ¿qué pasa? Me estas asustando.
—Rafa —dijo Sandra, casi en un susurro, cuando recobró el habla—, Rafa, era él, era Ramón. No puede ser, ahora no...
Rafa, no entendía nada. Sandra estaba aturdida, pasó un rato hasta que reacciono del todo y pudo hablar con ella.
—Sandra, ¿estas segura? Sabes que no puede ser. Quizás lo has confundido con su hermano. Sí, tiene que ser eso.
—Supongo que tienes razón, pero había algo raro. Vamos a buscarlo, quiero saber que hace Thomas aquí precisamente hoy.
Lo cierto, es que había sido una casualidad. Thomas iba a coger un avión para arreglar unos asuntillos suyos, cuando los vio en la cafetería. «¿Que harían allí?», se preguntó. Indagó y descubrió a quienes esperaban. Canceló todos sus planes y volvió con su hermano.
Rafa y Sandra lo buscaron por el aeropuerto pero no lo encontraron. Decidieron olvidar aquello por el momento y no decirle nada a nadie, no querían preocupar a los demás ahora que, por fin, volvían a ser un grupo de amigos. Es más, eran incluso más. La relación con Ian, continuaba y también con Mario, que últimamente quedaba siempre con el grupo en compañía de su amigo Hugo. No dirían nada, no querían fastidiar la gran cena de esta noche.

Patricia se aproximaba para abrir cuando vio que Federico estaba alerta, ladrando, en posición de ataque, como advirtiéndole de que no abriera esa puerta. A Patricia eso le paralizó, no era un comportamiento normal en él. Solía ser un perro cariñoso y juguetón con todo el mundo. No le gustó su comportamiento y decidió ir con cautela. Pero cuando iba a la altura del sofá, le dio una fuerte contracción y no pudo mas que tumbarse hasta que se le pasará. Había sido una contracción muy fuerte, necesitó unos minutos para reponerse y poderse levantar para ir a abrir.
Cuando llego a la puerta, quién quiera que fuera que hubiera estado allí ya se había marchado. Quizás por la tardanza, quizás ahuyentado por los ladridos de Federico. A Patricia esto la dejo un poco preocupada, pero no quiso darle más vueltas. Podía ser cualquier desconocido. Así que continuó con la cena para estar ocupada y no pensar.
Sonó de nuevo el timbre y esta vez sí, eran ellos, sus amigos. Estaban todos, Sandra, Rafa, Mary y Jack habían venidos directamente desde el aeropuerto y al aparcar se habían encontrado con Pedro, Ana (las gemelas estaban con los padres de Pedro), Mario, Hugo e Ian. Así que llegaban todos juntos a casa de Patricia.
Fue un reencuentro muy deseado por todos, sin reproches, felices y arropando a Patricia que tanto parecía necesitarlo. Sólo a Mary se la veía un poco contrariada, y es que esperaba haber estado a solas con Patricia. Necesitaba hablar con ella, llevaba días con ese pensamiento y, en parte, eso era lo que la había hecho venir a España. Estaba inquieta por qué acabara la cena y quedarse a solas para hablar de sus hijos. Pero por lo demás, todo transcurría con normalidad. La cena estaba suculenta y la compañía y conversación inmejorable.
Hasta que llegaron los postres y, de repente, Patricia volvió a tener ese fuerte dolor, de nuevo una contracción. Pero esta vez no fue aislada, se repitieron… estaba de parto. Así que se acabo la cena. Todos fueron al hospital con ella, y en cuestión de poco más de una hora, allí estaba Patricia en la habitación del hospital con su hijo en brazos y rodeada de sus amigos. Emocionada se acordó de su madre y la telefoneó para darle la buena noticia. Bueno, las buenas noticias, ya que su madre recibió como la mejor de las noticias saber que Patricia no estaba sola, sino que volvía a tener a su lado a todos sus amigos, ya que ella no podía estar junto a ella.
—Patricia, hija, me alegro mucho por ti, y por el niño. Aquí también tenemos buenas noticias. Mi tratamiento va muy bien, y seguramente a finales de enero regresemos a España y pueda conocer a mi nieto y ya quedarme a tu lado. Besos hija. Te quiero. Papa también —dijo emocionada su mamá antes de colgar.
Todo era felicidad en esa habitación. Por fin, la vida de todos ellos parecía volver a ser lo que era. Cuantas cosas habían pasado en solo un año, un “año horribilus” para casi todos, pero que tocaba a su fin...
Hablando de todo ello, Pedro le propuso a Patricia y a Mary que no pasaran solas la Navidad ya que ellos iban a estar con sus padres, las gemelas, Sandra y Rafa y que seguro que sus padres estarían encantados de que también fueran ellas y Jack.
    Ana estaba encantada con la idea, pero le entristecía en parte dejar de lado a Mario e Ian que tanto les habían ayudado a ella y, sobre todo a su amado Pedro. Sabía que ellos pasarían la Navidad con sus familiares, así que decidió proponer algo para fin de año. Les dijo a todos:
—Chicos, ¿qué os parece pasar el fin de año juntos? ¿Podríamos ir a una casa rural? Y celebrarlo todos juntos...
—Si os apetece podemos ir a la casa de mis padres en Pau. Os gustará a los que no la conocéis y allí cabemos todos. Esta aislada de las otras casas. Podremos estar a nuestro aire, sin molestar y el paisaje en invierno es precioso. Y la casa, con la chimenea es muy cálida y acogedora.
A todos les pareció genial y de inmediato comenzaron a organizarlo todo. Nerviosos, ansiosos porque llegara el momento. No se daban cuenta de que Patricia necesitaba descansar, hasta que entró Teresa, acompañada de Roberto y les dijo que deberían dejarla sola para que duerma y descanse un poco, lo necesitaba.
—Vayámonos a casa —dijo Ana—. Teresa y Roberto tienen razón. Nos quedan días para hablar y organizar todo —y dándole un besico a Patricia salió de la habitación seguida de Pedro y los demás.
Ya de regreso a su casa, Pedro y ella iban caminando de la mano mirándose el uno al otro. Ana iba pensando en todo lo pasado, en cómo había empezado el año y cómo iba a acabar. Esa manía suya de repasar todo lo ocurrido durante el año, le ocurría siempre cuando llegaba diciembre. Y entonces pensó en la curiosa paradoja: con Roberto había empezado lo peor del año para ella. Recordó que fue él quién le dio la mala noticia del accidente de Pedro. Sí, porque pasado el tiempo, para Ana lo peor había sido el accidente y no la infidelidad. Quería tanto a Pedro que no hubiera soportado perderle. Y ahora al acabar el año, era precisamente Roberto quién les había traído las buenas noticias de que todo había ido bien en el parto de Patricia y ahora les había aconsejado también lo que era mejor.
Los siguientes días de diciembre transcurrieron con normalidad, dentro de lo que son esos últimos días del año, cuándo se va siempre de un lado para otro ultimando todas las compras y no descuidando ningún detalle para las ya cercanas fiestas navideñas. Con ese trajín habitual de las fechas, transcurrieron los días para Ana y Pedro, encargados de todas las compras para la cena de Nochebuena y la comida de Navidad en casa de los padres de Pedro. Acababan los días agotados, entre los preparativos y las niñas, pero tremendamente felices de poder pasar esos días en familia y con amigos. Ana, aún sacaba tiempo por las mañanas para acercarse con las gemelas hasta casa de Patricia para ver al pequeño Miguel y pasear juntas las dos con los bebes. Mary aprovechaba esos ratos para ir con Jack a hacer algo de turismo por la ciudad y disfrutar algún tiempo a solas con su peque.
Así, casi sin darse cuenta, llegó el día de Nochebuena. Todo estaba listo en casa de los padres de Pedro, en el pueblo para pasar una velada inolvidable para todos. Ana, Pedro, Candela y Lucia habían ido ya la noche anterior para ayudar en todo y que los abuelos pudieran disfrutar de las pequeñas.

Los primeros en llegar fueron Sandra y Rafa, que trajeron un  montón de regalos para poner bajo el árbol y, siguiendo la tradición familiar, abrir a la mañana siguiente todos juntos al calor de la chimenea. Poco más tarde, llegaron otros familiares y también Patricia, Mary, Jack y el “baby” de todos: Miguel. Fue una cena fantástica, tranquila, feliz, familiar, como debe ser una cena de Nochebuena. Comieron, rieron, bebieron,… en definitiva, disfrutaron de estar juntos y olvidaron todo lo malo del año. Allí estaban los tres pequeños: Candela, Lucia y Miguel, motivos más que suficientes para no mirar atrás y sí hacia el futuro.



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