El capítulo arranca una placentera mañana con Ana despertando en casa y contemplando la maravillosa estampa de Pedro y las gemelas al fin dormidas. ¡Cómo había cambiado todo! Estaba agotada pero encantada con su nueva vida.
Tras darse una larga y relajante ducha se dispuso para afrontar ese gran día. Se dirigió al hospital para recoger un sobre y saludar a sus compañeros. Seguidamente fue a la parada del bus que la transportaría a la prisión donde se encontraba Ramón.
Una señora mayor captó su atención en la parada e hicieron el viaje de ida juntas, en silencio en un principio y al llegar esta se dirigió a Ana para calmar su impresión inicial al comprobar la majestuosidad de la prisión hacia donde se dirigían.
Tras pasar dos controles iniciales de entrada, accedieron a una sala de espera donde se encontraba Thomas. Tras una tensa conversación inicial entre ambos Ana le confiesa que viene como él a ver a su hermano, pero para despedirse. Este no la cree y ella le propone que ambos pasen juntos al turno de visitas. Ambos accedieron juntos a la sala de visitas junto con el resto de familiares que allí esperaban. La puerta de los presos se abrió y uno tras otro fueron apareciendo todos para encontrarse con sus visitantes, todos excepto Ramón. La puerta de los reos se cerró y cuando Thomas iba a preguntar por él volvió a abrirse y entonces apareció. Tras la sorpresa inicial de Ramón es Ana la que toma el control de la situación y le cuenta que ha venido a despedirse y le entrega un sobre a un desconcertado Ramón ante la inesperada actitud de Ana. Este se queda boquiabierto al comprobar lo que incluye: un análisis genético que demuestra que Pedro es el padre de las gemelas. Ahora es cuando Ana se arma de valor de nuevo para explicarle a Ramón que ya nada los une y decirle adiós para siempre.
Tras darse una larga y relajante ducha se dispuso para afrontar ese gran día. Se dirigió al hospital para recoger un sobre y saludar a sus compañeros. Seguidamente fue a la parada del bus que la transportaría a la prisión donde se encontraba Ramón.
Una señora mayor captó su atención en la parada e hicieron el viaje de ida juntas, en silencio en un principio y al llegar esta se dirigió a Ana para calmar su impresión inicial al comprobar la majestuosidad de la prisión hacia donde se dirigían.
Tras pasar dos controles iniciales de entrada, accedieron a una sala de espera donde se encontraba Thomas. Tras una tensa conversación inicial entre ambos Ana le confiesa que viene como él a ver a su hermano, pero para despedirse. Este no la cree y ella le propone que ambos pasen juntos al turno de visitas. Ambos accedieron juntos a la sala de visitas junto con el resto de familiares que allí esperaban. La puerta de los presos se abrió y uno tras otro fueron apareciendo todos para encontrarse con sus visitantes, todos excepto Ramón. La puerta de los reos se cerró y cuando Thomas iba a preguntar por él volvió a abrirse y entonces apareció. Tras la sorpresa inicial de Ramón es Ana la que toma el control de la situación y le cuenta que ha venido a despedirse y le entrega un sobre a un desconcertado Ramón ante la inesperada actitud de Ana. Este se queda boquiabierto al comprobar lo que incluye: un análisis genético que demuestra que Pedro es el padre de las gemelas. Ahora es cuando Ana se arma de valor de nuevo para explicarle a Ramón que ya nada los une y decirle adiós para siempre.
¿Será un adiós definitivo? ¿Volveremos a ver a Ramón? ¿Qué papel jugará a partir de ahora su hermano? ¿Qué será lo próximo? ¿Cuales serán sus planes? ¿Caben más sorpresas? No os perdáis el capítulo de hoy.
En cuanto a su creadora, destacar que es la persona más comprometida con este proyecto. Ella ha sabido convivir en el día a día con él, gestionar sus tiempos y mis ausencias. Ha aportado cariño y comprensión en todo momento y ha sabido meterse en la piel de Ana en este "pedazo" de capítulo, para mostrar un poquito de ella en el personaje. Incluso con todos los factores en contra usurpándole el tiempo (el trabajo, las clases, los quehaceres diarios y problemas familiares), no han podido impedir que tuviera su momento y boli en mano (a la vieja usanza) se sentara para relatar un capítulo extraordinario que nos acerca y mucho al final de la historia. Es el momento de agradecer por todo esto y mucho más tu compromiso con Zarracatalla Editorial, con tu Despistado Observador y con todos nosotros. Por eso, como diría Ana en palabras tuyas: "Esto es un regalo para TI, de MÍ, por ser TÚ".
Perfil en facebook de Maite Navarro Medina
En cuanto a su creadora, destacar que es la persona más comprometida con este proyecto. Ella ha sabido convivir en el día a día con él, gestionar sus tiempos y mis ausencias. Ha aportado cariño y comprensión en todo momento y ha sabido meterse en la piel de Ana en este "pedazo" de capítulo, para mostrar un poquito de ella en el personaje. Incluso con todos los factores en contra usurpándole el tiempo (el trabajo, las clases, los quehaceres diarios y problemas familiares), no han podido impedir que tuviera su momento y boli en mano (a la vieja usanza) se sentara para relatar un capítulo extraordinario que nos acerca y mucho al final de la historia. Es el momento de agradecer por todo esto y mucho más tu compromiso con Zarracatalla Editorial, con tu Despistado Observador y con todos nosotros. Por eso, como diría Ana en palabras tuyas: "Esto es un regalo para TI, de MÍ, por ser TÚ".
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XLIII. Encuentros inesperados.
SIEMPRE es lo que Ana
pensaba, deseaba. La mente enferma de Ramón ya estaba pensando la manera de
conseguir que fuera para siempre suya, no aceptaba esas pruebas, no podían estar
bien. Estaba seguro de que eran falsas. Eran sus gemelas, todo cuadraba en el
tiempo. Y así se lo empezó a decir a Thomas cuando Ana se hubo marchado. La
mente psicótica del pequeño Ramón había despertado y se estaba imponiendo a ese
otro Ramón que Ana, Pedro y los demás habían conocido.
Ramón ya estaba
planeando todo sobre cómo actuar de ahora en adelante para conseguir sus
propósitos pero nada le dijo a Thomas en estos momentos. Sabía que estaba
vigilado, incluso dentro de la prisión y que debía obrar solo hasta que fuera
seguro poder contar con él para todo. Mientras necesitaba que permaneciera en
España para poder informarle de lo que iba pasando en el grupo de amigos, al
menos, de todo lo que él pudiera enterarse.
Tras dejar atrás la
cárcel, Ana llegó feliz a su casa con Pedro y las niñas. Aún no era la hora de
comer y pudieron bajar a dar una vuelta con las pequeñas apurando los últimos
días calurosos del año. Se acercaron hasta el parque cercano a su casa y
relajados caminaron sin rumbo por sus caminos de tierra flanqueados por todavía
frondosos árboles. Paseando se encontraron con
Sandra y Rafa que reían como niños y casi ni se dieron cuenta de que
llegaban. Sandra se alegró mucho de verlos, sobre todo a las pequeñas, su
debilidad desde que nacieron. Tras charlar un rato los cuatro, Ana y Pedro
fueron para casa a seguir con su rutina diaria desde que Candela y Lucía
estaban en sus vidas. Bendita y feliz rutina, pensaba Ana. No podía creerse
que, por fin, fueran sólo ellos y no tuvieran que preocuparse de nada más.
Así transcurrían los
días y semanas de los felices papás, sin tiempo libre, todo para ellas, pero
relajados. Olvidados ya los difíciles momentos pasados por el accidente de
Pedro, el secuestro de Ana, las intromisiones en su relación de Olga y Ramón.
Todo iba bien. Vivían en una nube, en un sueño de color rosa que hace sólo unos
meses no podían siquiera imaginar.
Mary había telefoneado
todas las semanas a Patricia, para saber cómo estaba y cómo seguía su embarazo.
Se sentía en deuda con ella por haber cuidado de Jack y sobre todo, estaba
convencida de que le debía a ella que Jack continuara vivo. Por eso a Patricia
no le extrañó cuando esa mañana sonó el teléfono y era Mary.
—Hello Patricia! —le
dijo Mary nada mas que Patri descolgó el teléfono.
—Hola, ¿qué tal está
Jack? —preguntó como siempre que le llamaba Mary. Esos pocos días que pasó con
él llego a cogerle mucho cariño. Y era recíproco.
—Bien, ilusionado ya
con la llegada de las próximas Navidades y casi ni se acuerda de esos días. Sólo
le queda tu recuerdo y ese es bueno. Y tú, ¿cómo estás? ¿Quedan ya poquitos
días?
—Me encuentro genial,
la verdad es que parece mentira que esté ya de treinta y nueve semanas y siga
haciendo vida casi normal. Casi no lo creo después de todo lo que pasó y de los
días hospitalizada, pero es así. Excepto que debido a mi trabajo, ya sabes que
tuve que cogerme la baja, estoy haciendo la misma vida que antes del embarazo.
Completamente recuperada y esperando ansiosa el momento del parto. Feliz pero
nerviosa y con un poquito de miedo por si estoy sola en casa y no llego a
tiempo al hospital. En fin, los nervios y miedos de madre primeriza.
—Por eso te llamaba
—la interrumpió Mary—. Jack y yo nos vamos a ir contigo unos días a España.
Espero que no te parezca mal.
—Gracias Mary, no hace
falta. No te preocupes, no vengáis, no es necesario. Tenéis vuestra vida,
familia, amigos, todo allí. No te sientas en deuda conmigo, lo que yo hice por
tu hijo, lo hubiera hecho cualquiera.
—No sigas, esta
decidido, vamos a ir. Mañana sale nuestro vuelo —y sin darle tiempo a Patricia
a protestar Mary le colgó el teléfono.
Mary lo tenía decidido
desde hacía semanas: no dejaría que Patricia estuviera sola en ese momento. Le
debía mucho como para abandonarla en un momento así. Patricia estaba casi sola
en la ciudad, sus padres habían tenido que abandonar el país hacía un mes con
destino a Estados Unidos para ingresar a su madre en un importante hospital
para tratarle un cáncer de pulmón y sólo contaba con su grupo de amigos,
compañeros de trabajo del hospital. Y sus amigos desde la pasada Nochevieja,
hacía ya casi un año, no estaban todo lo pendientes de Patricia que esta
necesitaba. Mary lo había notado en el tono de voz de Patricia en cada llamada.
Habían pasado muchas horas al teléfono en las últimas semanas. Además Mary
necesitaba hablar con Patricia de algo que no se atrevía a abordar por
teléfono.
Tras colgar el
teléfono, Patricia se dispuso a limpiar la casa y ponerla en orden. Mañana
llegarían Mary y su hijo Jack, necesitaba prepararles una habitación para
ellos. Seguidamente fue a la cocina, abrió la nevera para ver todo lo que
faltaba y bajarse a comprarlo enseguida. Tenía que tener todo perfecto para
cuando viniera Mary, la persona que aún en la distancia, más cerca sentía. La necesitaba
a su lado y, por suerte, iba a contar con ella.
Aquel día Patricia
cogió el coche para ir a comprar. No solía hacerlo, compraba siempre en el
supermercado de su barrio. En sus tiendas de siempre tenían todo lo que ella
necesitaba. Pero esta vez era diferente. Quería que para Mary y Jack todo fuera
perfecto, de la mejor calidad. Iría al centro a comprar. Conocía un mercado con
productos gourmet de alta calidad y sobre todo, sabía que allí encontraría
algunos productos típicos de Londres y quería que sus invitados se sintieran
como en casa.
Llegó al centro,
circulando junto al mercado y en seguida vio un sitio donde aparcar, «¡qué
suerte!». Tan sorprendida estaba con su fortuna de poder estacionar a la
primera y justo al lado de la puerta principal, que no se dio cuenta de quienes
estaban sentados justo en el banco de al lado. Bajo del coche, cerro la puerta
y al levantar la vista, los vio. ¡Qué grata sorpresa!
—Mary y Jack están
volando hacia España. Creo que vienen a pasar unos días con Patricia y estar
con ella cuando nazca su bebé —le dijo Thomas a Ramón en su primera visita al
psiquiátrico. Se parecían más que nunca, eran como dos gotas de agua. Thomas
había modificado un poco su aspecto y formas hasta ser como Ramón, tras haber
estado unos días sin poder recibir la visita de ningún familiar. Era política
del centro psiquiátrico que durante los primeros días los enfermos estuvieran
aislados del exterior. Después, conforme iban siguiendo el tratamiento, les
iban permitiendo recibir visitas. Y en el caso de Ramón, ese momento había
llegado muy pronto ya que en cuanto consiguió su traslado desde el centro
penitenciario al psiquiátrico comenzó a mejorar su comportamiento y sus
aparentes brotes psicóticos parecían remitir y haberse corregido con la medicación,
que por supuesto Ramón aparentaba tragar pero escupía en cuanto el enfermero
salía de su habitación. Su plan estaba funcionando.
—Por fin, una buena noticia —contestó Ramón—. ¡Qué
suerte! Todos mis hijos en la misma ciudad, esperándome para cuando salga de
aquí, que será muy pronto si todo funciona como esta previsto.
—Saldrá hermanito,
saldrá. Ahora estamos juntos de nuevo en esto y podremos hablarnos con
asiduidad, y sin vigilancia —dijo Thomas guiñándole un ojo a su hermano.
Faltaban pocas horas
para que Mary y Jack llegaran. Patricia estaba nerviosa organizando todo en
casa y preparando la cena para todos porque quería que todo estuviese perfecto
para Mary, que venía sólo por estar con ella, pero también nerviosa por los
demás. Después de todo lo pasado este año, y tantas semanas sin verse,
volverían a estar casi todos los “amigos” juntos. Y eso iba a ocurrir en su
casa, en su mesa,... «¡Todo tiene que estar perfecto!», se dijo así misma.
Y es que Mary y Jack,
no sólo le traían su propia compañía, sino que además, gracias a ir al centro a
comprar para ellos, se había encontrado con Rafa y Sandra. La feliz pareja del
banco de al lado de su coche. Habían estado hablando largo rato, incluso
tomaron un café los tres. Aclararon cosas sucedidas ese año. Perdonaron a
Patricia haber sido cómplice sin querer de Olga y Ramón. Sandra se dio cuenta
de que tanto ella, como su hermano y Ana, habían culpado quizás de manera
inconsciente a Patri por lo de la carta y otras situaciones de haberles
ayudado. Tras hablar relajados con ella ambos, y sobre todo, gracias al tiempo
transcurrido desde los malos momentos vividos, se dieron cuenta de que Patricia
sólo había sido una victima más de aquellas mentes maquiavélicas que tanto mal
habían hecho al grupo. Pero eso ya era pasado, Olga había muerto y Ramón, el
peor de ellos, estaba en la cárcel (así lo creían ellos) y no tenían por qué
preocuparse de él. ¿O quizás sí? Al menos ellos estaban tranquilos pensando que
tardaría muchos años en salir de allí.
De aquel encuentro
fortuito surgió la cena de esta noche. Patricia convenció a Sandra y Rafa:
—Va a venir Mary y
Jack para estar conmigo estos días, hasta pasadas las Navidades para que no
esté sola ni en el parto ni en estas fechas tan familiares... —a Patricia se le
nublaron los ojos y casi llora al acordarse de sus padres.
—No te preocupes, no
estarás sola, nosotros también estaremos contigo en estos momentos, ¿verdad
Rafa?
—Por supuesto, Sandra
—le dijo cariñosamente—. Y estoy seguro de que tu hermano Pedro y Ana también.
Hemos sido muy buenos amigos, me corrijo, somos muy buenos amigos. Hemos estado
distanciados de ti Patricia. Perdónanos, no fue culpa tuya.
—Sí, Patri. Hemos
estado ocupados sólo de lo nuestro y no nos hemos dado cuenta de lo sola que
estabas y lo que te hacíamos falta tus amigos. Menos mal que Mary ha sabido
estar. ¡Qué ganas tengo de verla para agradecérselo!
—Tengo una idea —dijo
Patricia—. Si queréis podéis venir mañana a mi a casa a cenar y así le damos
una sorpresa de bienvenida a Mary y Jack.
—Encantados. Muchas
gracias. Iremos y si no te parece mal, hablaré con mi hermano para que vengan
también.
—¡Genial! —contestó
Patricia—. Decírselo a todos. Ya tenía ganas de poder volver a ser pandilla.
Y así fue como surgió
el plan de la cena de esta noche. Y enfrascada en sus pensamientos estaba
Patricia, cuando sonó el timbre. Echó una ojeada a su reloj, era pronto para la
llegada de Mary, Jack, Sandra y Rafa. Debían llegar juntos pues la pareja se
había ofrecido para ir a buscarlos al aeropuerto, no querían que Patri en su
estado cogiera sola el coche. No esperaba a nadie hasta dentro de dos horas.
¿Quién podría ser?
Rafa y Sandra ya
estaban en el aeropuerto. Estaban tranquilamente los dos sentados en la
cafetería, tomándose un refresco cada uno. Rafa llevaba casi un año sin
consumir alcohol, le daba miedo las consecuencias, perder el control y no
recordar. Lo que pasó en el grupo le había concienciado. Estaban hablando de
cómo iban a pasar las próximas fiestas navideñas, dónde comerían, dónde
cenarían... Iban a ser sus primeras navidades como pareja y estaban
entusiasmados con la idea. Y así, contentos, ensimismados el uno con el otro,
estaban cuando de repente a Sandra se le cambio la cara, se quedo blanca,
pálida, como si hubiera visto un fantasma. Y… es que casi era eso lo que había
pasado. Lo había visto, estaba segura, era él. Pero que hacía aquí, cómo había
salido. No, no podía ser, se decía para sí misma pero casi sin creerlo. Seguro
que era su hermano, tenía que serlo, no podía ser otra cosa.
—Sandra, ¿qué te
ocurre? —preguntó muy asustado Rafa—. Reacciona, parece que has visto un
fantasma. Dime, ¿qué pasa? Me estas asustando.
—Rafa —dijo Sandra,
casi en un susurro, cuando recobró el habla—, Rafa, era él, era Ramón. No puede
ser, ahora no...
Rafa, no entendía
nada. Sandra estaba aturdida, pasó un rato hasta que reacciono del todo y pudo
hablar con ella.
—Sandra, ¿estas
segura? Sabes que no puede ser. Quizás lo has confundido con su hermano. Sí,
tiene que ser eso.
—Supongo que tienes
razón, pero había algo raro. Vamos a buscarlo, quiero saber que hace Thomas
aquí precisamente hoy.
Lo cierto, es que
había sido una casualidad. Thomas iba a coger un avión para arreglar unos
asuntillos suyos, cuando los vio en la cafetería. «¿Que harían allí?», se
preguntó. Indagó y descubrió a quienes esperaban. Canceló todos sus planes y
volvió con su hermano.
Rafa y Sandra lo
buscaron por el aeropuerto pero no lo encontraron. Decidieron olvidar aquello
por el momento y no decirle nada a nadie, no querían preocupar a los demás
ahora que, por fin, volvían a ser un grupo de amigos. Es más, eran incluso más.
La relación con Ian, continuaba y también con Mario, que últimamente quedaba
siempre con el grupo en compañía de su amigo Hugo. No dirían nada, no querían
fastidiar la gran cena de esta noche.
Patricia se aproximaba
para abrir cuando vio que Federico estaba alerta, ladrando, en posición de
ataque, como advirtiéndole de que no abriera esa puerta. A Patricia eso le
paralizó, no era un comportamiento normal en él. Solía ser un perro cariñoso y
juguetón con todo el mundo. No le gustó su comportamiento y decidió ir con
cautela. Pero cuando iba a la altura del sofá, le dio una fuerte contracción y
no pudo mas que tumbarse hasta que se le pasará. Había sido una contracción muy
fuerte, necesitó unos minutos para reponerse y poderse levantar para ir a
abrir.
Cuando llego a la
puerta, quién quiera que fuera que hubiera estado allí ya se había marchado.
Quizás por la tardanza, quizás ahuyentado por los ladridos de Federico. A
Patricia esto la dejo un poco preocupada, pero no quiso darle más vueltas.
Podía ser cualquier desconocido. Así que continuó con la cena para estar
ocupada y no pensar.
Sonó de nuevo el
timbre y esta vez sí, eran ellos, sus amigos. Estaban todos, Sandra, Rafa, Mary
y Jack habían venidos directamente desde el aeropuerto y al aparcar se habían
encontrado con Pedro, Ana (las gemelas estaban con los padres de Pedro), Mario,
Hugo e Ian. Así que llegaban todos juntos a casa de Patricia.
Fue un reencuentro muy
deseado por todos, sin reproches, felices y arropando a Patricia que tanto
parecía necesitarlo. Sólo a Mary se la veía un poco contrariada, y es que
esperaba haber estado a solas con Patricia. Necesitaba hablar con ella, llevaba
días con ese pensamiento y, en parte, eso era lo que la había hecho venir a
España. Estaba inquieta por qué acabara la cena y quedarse a solas para hablar
de sus hijos. Pero por lo demás, todo transcurría con normalidad. La cena
estaba suculenta y la compañía y conversación inmejorable.
Hasta que llegaron los
postres y, de repente, Patricia volvió a tener ese fuerte dolor, de nuevo una
contracción. Pero esta vez no fue aislada, se repitieron… estaba de parto. Así
que se acabo la cena. Todos fueron al hospital con ella, y en cuestión de poco
más de una hora, allí estaba Patricia en la habitación del hospital con su hijo
en brazos y rodeada de sus amigos. Emocionada se acordó de su madre y la
telefoneó para darle la buena noticia. Bueno, las buenas noticias, ya que su
madre recibió como la mejor de las noticias saber que Patricia no estaba sola,
sino que volvía a tener a su lado a todos sus amigos, ya que ella no podía
estar junto a ella.
—Patricia, hija, me
alegro mucho por ti, y por el niño. Aquí también tenemos buenas noticias. Mi
tratamiento va muy bien, y seguramente a finales de enero regresemos a España y
pueda conocer a mi nieto y ya quedarme a tu lado. Besos hija. Te quiero. Papa
también —dijo emocionada su mamá antes de colgar.
Todo era felicidad en
esa habitación. Por fin, la vida de todos ellos parecía volver a ser lo que
era. Cuantas cosas habían pasado en solo un año, un “año horribilus” para casi
todos, pero que tocaba a su fin...
Hablando de todo ello,
Pedro le propuso a Patricia y a Mary que no pasaran solas la Navidad ya que ellos iban
a estar con sus padres, las gemelas, Sandra y Rafa y que seguro que sus padres
estarían encantados de que también fueran ellas y Jack.
Ana estaba encantada con la idea, pero le
entristecía en parte dejar de lado a Mario e Ian que tanto les habían ayudado a
ella y, sobre todo a su amado Pedro. Sabía que ellos pasarían la Navidad con sus
familiares, así que decidió proponer algo para fin de año. Les dijo a todos:
—Chicos, ¿qué os
parece pasar el fin de año juntos? ¿Podríamos ir a una casa rural? Y celebrarlo
todos juntos...
—Si os apetece podemos
ir a la casa de mis padres en Pau. Os gustará a los que no la conocéis y allí
cabemos todos. Esta aislada de las otras casas. Podremos estar a nuestro aire,
sin molestar y el paisaje en invierno es precioso. Y la casa, con la chimenea
es muy cálida y acogedora.
A todos les pareció
genial y de inmediato comenzaron a organizarlo todo. Nerviosos, ansiosos porque
llegara el momento. No se daban cuenta de que Patricia necesitaba descansar,
hasta que entró Teresa, acompañada de Roberto y les dijo que deberían dejarla
sola para que duerma y descanse un poco, lo necesitaba.
—Vayámonos a casa
—dijo Ana—. Teresa y Roberto tienen razón. Nos quedan días para hablar y
organizar todo —y dándole un besico a Patricia salió de la habitación seguida
de Pedro y los demás.
Ya de regreso a su
casa, Pedro y ella iban caminando de la mano mirándose el uno al otro. Ana iba
pensando en todo lo pasado, en cómo había empezado el año y cómo iba a acabar.
Esa manía suya de repasar todo lo ocurrido durante el año, le ocurría siempre
cuando llegaba diciembre. Y entonces pensó en la curiosa paradoja: con Roberto
había empezado lo peor del año para ella. Recordó que fue él quién le dio la
mala noticia del accidente de Pedro. Sí, porque pasado el tiempo, para Ana lo
peor había sido el accidente y no la infidelidad. Quería tanto a Pedro que no
hubiera soportado perderle. Y ahora al acabar el año, era precisamente Roberto
quién les había traído las buenas noticias de que todo había ido bien en el parto
de Patricia y ahora les había aconsejado también lo que era mejor.
Los siguientes días de
diciembre transcurrieron con normalidad, dentro de lo que son esos últimos días
del año, cuándo se va siempre de un lado para otro ultimando todas las compras
y no descuidando ningún detalle para las ya cercanas fiestas navideñas. Con ese
trajín habitual de las fechas, transcurrieron los días para Ana y Pedro,
encargados de todas las compras para la cena de Nochebuena y la comida de
Navidad en casa de los padres de Pedro. Acababan los días agotados, entre los
preparativos y las niñas, pero tremendamente felices de poder pasar esos días
en familia y con amigos. Ana, aún sacaba tiempo por las mañanas para acercarse
con las gemelas hasta casa de Patricia para ver al pequeño Miguel y pasear
juntas las dos con los bebes. Mary aprovechaba esos ratos para ir con Jack a
hacer algo de turismo por la ciudad y disfrutar algún tiempo a solas con su
peque.
Así, casi sin darse
cuenta, llegó el día de Nochebuena. Todo estaba listo en casa de los padres de
Pedro, en el pueblo para pasar una velada inolvidable para todos. Ana, Pedro,
Candela y Lucia habían ido ya la noche anterior para ayudar en todo y que los
abuelos pudieran disfrutar de las pequeñas.
Los primeros en llegar
fueron Sandra y Rafa, que trajeron un
montón de regalos para poner bajo el árbol y, siguiendo la tradición
familiar, abrir a la mañana siguiente todos juntos al calor de la chimenea.
Poco más tarde, llegaron otros familiares y también Patricia, Mary, Jack y el
“baby” de todos: Miguel. Fue una cena fantástica, tranquila, feliz, familiar,
como debe ser una cena de Nochebuena. Comieron, rieron, bebieron,… en
definitiva, disfrutaron de estar juntos y olvidaron todo lo malo del año. Allí
estaban los tres pequeños: Candela, Lucia y Miguel, motivos más que suficientes
para no mirar atrás y sí hacia el futuro.
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