Nuestro protagonista sigue en la ducha con su sensual compañera y la situación está que arde, cuando de pronto se oye la puerta de los vestuarios y entran dos personas. La primera que reconocen es a la mujer de la limpieza, una cotilla de cuidado y la persona menos indicada por su discreción para semejante situación. Y la segunda es una voz masculina, que pronto reconoce su acompañante... Es Venancio, su marido.
Nuestro protagonista sale de la ducha como si nada intentando tener vigilado a Venancio, y este comienza a darle conversación y a interesarse por las actividades del gimnasio. Cuando por fin consigue deshacerse de él, ya en el gimnasio interesado en una cinta de correr, vuelve al vestuario rápidamente y se topa con la señora de la limpieza que intenta acceder al mismo para hacer su trabajo...
¿Conseguirán nuestros protagonistas librar esta comprometida situación? ¿Qué ocurrirá con la otra pareja de la sauna? No os perdáis el capítulo de hoy.
En cuanto a su creadora, ha sido una maravilla contar con ella para este proyecto. Una persona dinámica donde las haya que rehusa la pereza en todo momento con el claro objetivo de mantenerse activa constantemente y en busca continua de buenas vibraciones. Como me comentaba el otro día: "hay que darle vidilla a las cosas para que no se hagan monótonas". Así, que se ha enganchado a esta iniciativa y puede que la veamos en más proyectos por el blog. Gracias a una gran amiga... Ivana Benedí Gracia. Enlace a su perfil en facebook
3. No he podido hacerte eso.
De repente sonó el móvil, las
voces de Álex Ubago y Amaia Montero interpretando el tema de “Sin miedo a nada”
rompían el silencio del pasillo. Nerea, mi novia, estaba al otro lado del
teléfono. Aquél era nuestro tema favorito, con el que hace doce años, hacíamos
por primera vez el amor, y con el que nos dábamos cuenta que estábamos hechos
el uno para el otro. Desde entonces nuestra relación había ido creciendo, nos
habíamos convertido en adultos, apoyándonos siempre y compartiéndolo todo.
Nerea lo era todo para mí, eso
es lo que siempre había creído hasta entonces. Fue mi gran apoyo cuando
falleció mi madre, y tuve que ocuparme de mis dos hermanos adolescentes, porque
mi padre se sumió en una profunda depresión que lo mantuvo ausente durante
algunos años. Fue una época dura, en la que Nerea siempre estuvo a mi lado, y
representó la estrella más grande que iluminaba mi camino día a día.
Gracias a ella también,
encontré mi actual trabajo hace cuatro años, como responsable de ventas en “Wedding
dreams”, una empresa de eventos que planifica bodas haciendo realidad tus
sueños. Cuando estudié la carrera de empresariales, no me imaginé diseñando
bodas, y aunque al principio tuve muchas dudas y reticencias, o a veces me
estresa demasiado, lo cierto es que hoy en día disfruto con mi trabajo,
disfruto escuchando los increíbles sueños que elabora la gente del día más
mágico de sus vidas, disfruto dándoles forma, color, vida, realidad…, y
disfruto haciendo con ello, felices a los demás.
Por esto y por muchas cosas
más, creía que Nerea era la mujer más perfecta del planeta. Es guapa,
inteligente, decidida, fuerte, pero a la vez tierna, dulce, sensible, de una
gran humanidad. Su pasión por la educación y los niños me hace pensar que será
una madre excelente, cuando llegue el momento. A su lado siento que todo es
posible, que todo está en su sitio, que todo va bien… Así que hace seis meses
me dije a mi mismo que por qué esperar más tiempo, y aprovechando nuestro
maravilloso viaje por París, para celebrar su reciente plaza fija, como maestra
en un centro público de educación infantil, le pedí, en la cima de la torre
Eiffel, que se convirtiera en mi esposa.
Desde entonces nuestra vida
se había convertido en una planificación constante. Nos compramos un piso en
una zona residencial tranquila, alejada del bullicio de la ciudad, pero bien
comunicada con ella. Lo comenzamos a decorar y a amueblar. La verdad es que
Nerea tiene un gusto excelente para elegir y combinar los diferentes ambientes
que pueden lograrse en un hogar. Yo me dejo llevar por su entusiasmo. Es tan
sencillo. Ella planifica hasta el mínimo detalle, pero siempre hay sentido,
armonía, equilibrio, belleza… en todo lo que imagina. Así que es muy fácil
dejarse llevar. Bueno, también es un tanto cabezota, y cuando se enfada saca un
fuerte temperamento que me llega hasta a asustar, así que prefiero seguirle la
corriente en todo. Si ella es feliz, yo también lo soy y así duermo más
tranquilo.
Lo siguiente después del
piso, ha sido planificar nuestra boda. Al trabajar en una empresa de bodas,
todo está siendo muy sencillo, y contamos con un treinta y cinco por ciento de
descuento, como regalo de los jefes, un generosísimo detalle por su parte.
Así que en toda esta
vorágine de preparativos me encontraba inmerso,
creyendo firmemente que era la vida que quería vivir, hasta que hoy, de
la forma más impensable e inesperada, una voluptuosa y hermosa mujer, mucho más mayor que yo, me ha seducido
primero en la sauna y después en la ducha del vestuario, trastocando mis
sentidos, volatilizando mi sentido del deber, liberando un deseo primario,
salvaje, corrupto… que ni siquiera sabía que residía en mí.
Y ahora, sin darme tiempo ni
a digerirlo, ni a poner en orden mis desbaratados pensamientos, ni a controlar el
ritmo acelerado de mi corazón, tenía que enfrentarme a la realidad, a mi vida
perfecta hasta hacía tan sólo una hora. ¿Lo perderé todo? ¿Sabré interpretar
bien mi papel de que todo está igual, que nada ha cambiado, hasta que pueda
reflexionar sobre lo que ha estado a punto de ocurrir en la ducha? ¡Bufff! ¡Qué
vértigo! Descolgué el teléfono…
—Hola cariño, ¿qué tal?
—Hola mi amor, ¿dónde estás?
—En el gimnasio. ¿Por qué?
¿Qué sucede?
—Mi amor, habíamos quedado
para comer. Hoy elegimos el menú de nuestra boda. ¿No lo recuerdas?
—¿Hoooyyyy?
—Sergio, ¿qué te ocurre? ¿Lo
habías olvidado? ¿Te encuentras bien?
Mi cabeza iba a estallar por
el estrés.
—No nada, no te preocupes.
Me duele un poco la cabeza. No me ha sentado muy bien mi sesión de ejercicios
esta mañana. Hacía algo de frío en el gimnasio y me he debido de resfriar.
Estoy un poco mareado.
—¡Vaya por Dios! Bueno, y
¿qué vamos a hacer? ¿Vamos a comer? ¿Te acompaño al médico?
Le iba a contestar cuando me
di cuenta que detrás de mí, la señora de la limpieza intentaba entrar en el
vestuario, del que todavía no había podido salir mi sensual compañera. Tenía
que despistarla como fuera.
—Disculpe señora, acabo de
salir del vestuario en su búsqueda. Necesito papel higiénico. No queda en los
váteres. Me ha venido un retorcijón horrible. ¿Me lo podría traer usted por
favor?
—¿Está seguro de que no
queda ningún rollo? Los repongo todos los días al comenzar la jornada, y esta
mañana no ha venido mucha gente al gimnasio.
—Completamente seguro, por
favor es una urgencia, necesito su ayuda. Si fuera tan amable…
—Está bien, vuelvo en unos
minutos. Me espere aquí en la puerta por favor.
—Sí, sí, aquí le espero, no
se preocupe. No se acelere, tarde lo que tenga que tardar. De momento controlo
el retorcijón —le dije guiñándole un ojo, extendiendo el dedo pulgar de la mano
derecha a modo de ok.
La señora de la limpieza me
miró un poco extrañada, pero fue en busca del papel higiénico.
¡Bien!, me dije a mí mismo.
Dispongo de unos escasos minutos para ayudar a que salga de la ducha, y se vaya
al vestuario de las mujeres, antes de que la descubra su marido y se arme una
buena. ¿Podré hacerlo esta vez?
—Sergio, ¿qué te ocurre mi
amor? Ahora mismo voy a buscarte al gimnasio. ¿Dónde estás? ¿En el vestuario de
caballeros? ¿Sergio?
¡Ostras, es verdad! ¡Tengo
al teléfono a Nerea! Y dice ¿qué viene a buscarme? ¿Al vestuario de caballeros?
¡No, por favor!
—Cariño, espera. Nerea, mi
amor, escúchame. No te pongas nerviosa, que no me pasa nada. Sólo necesito
estar un rato en el váter, ducharme, refrescarme la cabeza, me tomo un té caliente
y en unos veinte minutos estaré repuesto. Paso a recogerte por casa y nos vamos
a comer juntos y elegimos nuestro menú nupcial. Ya verás, estará delicioso.
Todo va a salir a pedir de boca.
—Sergio, que si te encuentras
mal, suspendemos lo del menú, y vamos otro día. No hace falta que estés siempre
complaciéndome. Voy a buscarte al gimnasio, te acompaño al médico y nos
quedamos más tranquilos.
—Nerea, por favor, hazme
caso, dame veinte minutos. Te prometo que es algo pasajero.
—Sergio, que me he puesto
muy nerviosa, y que me voy directa a buscarte al gimnasio. Cuando te vea, si es
cierto que no te ocurre nada, me quedaré tranquila.
—Nerea, escúchame… —pero
Nerea no me escuchó porque colgó el teléfono, dejándome con las palabras en la
boca.
¡¡Bufff!! Viene mi novia, al
vestuario de caballeros. Y ella sigue ahí dentro. ¡Tengo que sacarla como sea!
¿Cómo he podido meterme en este lío? ¡No sé en qué estaba pensando! ¡No vuelvo
a dejarme seducir por ninguna mujer en mi vida! ¡Qué día más estresante, por
favor!
—Aquí tiene el papel
higiénico— dijo detrás de mí la señora de la limpieza, a la vez que empujaba su
carrito hacia dentro del vestuario—. Tiene que darse prisa en salir, porque
tengo que limpiarlo todo para el turno de tarde, que viene mucha gente.
—Señora, por favor, necesito
un poco de intimidad para aliviar mi retorcijón. Compréndame. Mire, por haber
sido tan amable conmigo, le doy cinco euros, y mientras me espera, se toma algo
en la cafetería. Le prometo que cuando regrese, yo habré desaparecido, y usted
podrá tranquilamente limpiar todo lo que quiera.
—No es necesario, muchas
gracias. No quiero abusar de su generosidad, sólo le he traído un rollo de
papel higiénico. No tiene por qué invitarme. Puedo esperarle aquí fuera
mientras me leo el “Qué Me Dices” de esta semana —dijo la señora de la
limpieza, a la vez que sacaba la revista del bolsillo de su bata de servicio.
—Señora, de verdad, ha sido
muy amable conmigo, y necesito recompensarla. Tome mis cinco euros, y se lea
esa revista en la cafetería tomándose un pequeño vermut. Por favor, acepte mi
invitación.
—Bueno, está bien. No es
necesario, pero lo haré. Le pido que no tarde mucho en salir. Si comienza el
turno de tarde, y no he limpiado el vestuario a tiempo, me despedirán.
—No se preocupe, en unos
minutos estoy fuera. Muchas gracias señora…
—Marisa, me llamo Marisa.
—Vale, muchas gracias señora
Marisa. Que le aproveche el vermut.
—Muchas gracias, señor…
—Sergio, me llamo Sergio.
Pero no me llame señor, por favor, me hace sentir muy mayor.
—Muchas gracias, Sergio, por
la invitación. Hacía mucho tiempo que nadie lo hacía. Que te sea leve el
retorcijón.
Y tras decir estas palabras
de agradecimiento y ánimo, la señora de la limpieza se dirigió hacia la cafetería,
dejando libre el camino.
Por fin, he vuelto a
quedarme solo. Dicen que a la tercera va la vencida, espero que sea cierto. No
había tiempo que perder. Entré en el vestuario como una exhalación,
dirigiéndome a toda mecha hacia la ducha en la que se encontraba la voluptuosa
mujer.
—Cielo, tienes que salir
inmediatamente. He despejado el camino. Tu marido está haciendo sus ejercicios,
la señora de la limpieza está en la cafetería tomándose un vermut, y mi novia
está de camino hacia aquí. Tienes que darte prisa antes de que vengan
cualquiera de los tres. Es una situación muy arriesgada para los dos.
Ella seguía desnuda en la
ducha, con todos sus encantos femeninos al descubierto. Y se acercó a mí para
abrazarme y darme un beso en la boca. Se había quedado con la ganas de
continuar con la fiesta que habíamos empezado, y que había interrumpido la
presencia inesperada de su marido.
Yo me puse muy nervioso.
Esta mujer no lo entiende. He estado a punto de serle infiel a mi novia con la
que me voy a casar a finales de este mes. En unos minutos se presentará en este
vestuario porque le he hecho creer que estoy enfermo. Tanto su marido como la
señora de la limpieza pueden regresar en cualquier momento. La situación es
altamente delicada, ¿y esta mujer sólo piensa en follar? ¡No me lo puedo creer!
—¿Estás loca? —le grité, a
la vez que la empujaba con fuerza hacia atrás intentando separarla de mí.
—Nene, te deseo tanto
—suspiró, a la vez que perdía el equilibrio por mi empujón inesperado, y el
suelo resbaladizo de la ducha, golpeándose fuertemente en la cabeza con los
grifos que salían de la pared.
Al instante, caía inconsciente.
—¡Despierta! ¡Despierta! No he podido matarte, por favor. No he podido
hacerte eso. ¡Maldita sea! ¡No!
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