sábado, 23 de mayo de 2015

Colección Cupido 2015. Lo que te prometí, mi amor. Belén Gonzalvo Val.

Otro nuevo relato perteneciente a Colección Cupido 2015 nos llega hoy de la mano de Belén Gonzalvo Val. Esta autora zaragozana, afincada en La Puebla de Alfinden, debuta en sus colaboraciones en Zarracatalla Editorial y sospechamos que muy prontito la tendremos de vuelta por aquí (estoy dando pistas...). Polifacética donde las haya, esta profesora de violonchelo se declara amante de la música, lectura, escritura, tiro con arco y bicicleta; participa en "El Corral de las Palabras" desde hace un año donde están preparando su segunda Antología de relatos. Os paso el enlace del blog donde participa nuestra amiga: Blog de los escritores inéditos. Además toca el chelo en el cuarteto de cuerda Ocho almas. Infatigable, inquieta, artista, genial...
Nos ha encantado su relato que viene a enriquecer y hacer crecer de nuevo el nivel de este año. Ya os comenté que en esta segunda colección íbamos a contar con gente apasionada por las letras y que estaba muy ilusionado por los participantes que se habían sumado al proyecto. Simplemente viendo su entusiasmo puedes percibir que su pasión les lleva a mejorar día a día en sus textos, hecho que repercutirá en beneficio de los relatos que nos ofrezcan.
Texto descriptivo de sensaciones y estados anímicos del protagonista, narrado en primera persona y prescindiendo totalmente del diálogo para centrarse en el interior del aventurero por amor.
Permaneced atentos porque en muy poquitos días abrimos el plazo de reserva de ejemplares, en los que estará incluido este texto, y anunciaremos más novedades.

Besetes a tod@s. Nos leemos.


LO QUE TE PROMETÍ, MI AMOR.

Nadie habla de las absurdas promesas que se hacen por amor.
Quizá sea porque la mayoría se olvidan de ellas nada más hacerlas, o puede que la vergüenza que sienten al recordar lo que se ha jurado hacer les impida luego confesarlo.
De las diversas clases de ofrendas amorosas que existen, a mí me gustan las que son fáciles de llevar a cabo, aunque no todas ellas son igual de sencillas: regalar cada día una flor con el desayuno es sólo cuestión de proponérselo; depende, en gran medida, de la distancia a la que se tenga la floristería; empezar la mañana con una sonrisa requiere ya un pequeño esfuerzo que, con práctica, se convierte en una agradable costumbre.
Frente a estas, están los juramentos que se mueven en un plano poético, precioso, idealizado y, por consiguiente, imposibles: bajar las estrellas una a una, ofrecer un trocito de luna cada noche o guardar, como un tesoro, todos los besos robados. Hay que agradecer que ninguna pueda realizarse. Si fuera así, la noche sería un cuarto oscuro desde hace siglos, el mar se habría vuelto loco sin su faro-mecedora y al primero que se le hubiera ocurrido abrir la caja de los ósculos prisioneros le habría dado un ataque de empalagamiento espontáneo.
La que yo te hice el día en que te conocí fue como la gran mayoría: difícil de cumplir, aunque no imposible. Además entraba dentro de la categoría en la que se haya incluida alguna estupidez: subir desnudo a la torre más alta de la tierra y gritar «eres el amor de mi vida».

Algo así dije yo la mañana que compartimos nuestro primer desayuno: «Cuando lleguemos a los mil cafés, gritaré desde lo más alto del mundo mi amor por ti». Eso sí, pienso hacerlo vestido y bien abrigado. Allí hace mucho frío. Subir al Everest es difícil. Por mucho que ahora puedas contratarlo como un viaje de aventura más, no deja de ser algo sólo viable para gente muy entrenada en cuerpo y alma. Por no hablar del dinero.
Me preparé a conciencia. Conforme iban pasando los bollos, churros y medialunas a tu lado, se iban acumulando las horas extra en un cajón. Tú contabas los días que pasaban. Yo, los que quedaban para partir.

Hoy, por fin, salgo de viaje y quiero sentirme cerca de ti, como siempre, en el intento de cumplir lo que te prometí, mi amor. Por eso te escribo, con papel y pluma y no por mensajes ni teléfonos, para así ofrecerte lo vivido a mi vuelta de una forma palpable, física y real.
 Por ti.

     1
Después de un día entero de aeropuertos, hemos llegado a salvo. Cansancio, frío, y un barullo que aturde los sentidos: esa ha sido mi primera impresión de esta tierra, hasta ahora, sólo imaginada e idealizada por los numerosos reportajes que he visto en televisión. Me dicen mis compañeros de expedición que tengo la misma cara que un crío que nunca ha salido de casa, y es cierto: todas esas caras tan especiales que sólo había visto enmarcadas en una pantalla están fuera, libres. Caminan y no se pierden de mi vista si yo no quiero, soy yo quien decide a dónde dirigir la mirada. Es como estar rodando mi propia película.
Pero no son ellos los que me interesan, no he venido a hacer amigos. Estoy aquí por otra causa y no quiero ninguna distracción. Tengo que concentrar todas mis energías en conseguirlo.

2
Otro día más sin verte, sin compartir café y charla. Hoy se me hace más difícil. Casi no he dormido y mi cabeza no parece que se esté adaptando bien a la altitud. No he tenido fuerzas de abandonar la habitación. Los demás han salido a hacer las últimas compras antes de partir hacia la montaña y me he quedado solo con Chandra, la dueña de este pequeño hotel.
Al principio casi ni me miraba, pero la he hecho reír con mi mal inglés y hemos terminado hablando un poco. Me ha preguntado por los motivos para embarcarme en este viaje y no le he podido mentir. A mis compañeros sí, ellos creen que soy uno más que sólo quiere poder decir «yo estuve allí, en el techo del mundo» y no les pienso sacar de su ignorancia. Pero a Chandra no he sabido cómo hacerlo, quizás porque su mirada me ha recordado tanto a la tuya que sabía que iba a entender mis razones. Y he acertado. Es curioso: hablar de ello ha hecho que deje de ser un sueño.

3
He caído enfermo. Estoy todo el día mareado y la cabeza parece que me va a explotar en cualquier momento. Ni el caldo que me trae Chandra es capaz de revivirme. Es un esfuerzo enorme escribir estas pocas palabras. Te echo de menos.

4
Me paso el día adormilado por la medicación. Por la noche es cuando mejor estoy, aunque apenas duermo. Entonces puedo pensar a solas y recordar, uno a uno, los mil azucarillos que me han traído hasta aquí. Estaba absorto en la contemplación de la Luna y apenas me di cuenta de que la dueña del hotel se había acercado para ver cómo estaba. Nos hemos asustado: yo, al verla de pronto tan cerca y ella, al darse cuenta de que estaba despierto y la miraba con ojos de búho. Por poco despertamos a los demás durmientes con nuestras risas.
Eso me ha hecho pensar en la última vez que te hice reír. Fue cuando se me cayó el café que te estaba sirviendo y comenzó a dar tantas vueltas en la barra que parecía un tiovivo en miniatura dejando un reguero marrón y ondulante a su paso. Fue el día en que casi te lo cuento todo, pero, como siempre, fui un cobarde y no lo hice.

6
¿Sabías que Chandra significa Luna?
Esa debe de ser la razón por la que, durante mis noches de insomnio, ella se queda conmigo. Me ha contado que ayer estuve en estado de semiinconsciencia. Que repetía una y otra vez tu nombre, Isabel.
Puede que lo haya imaginado pero me ha parecido ver una luz de celos en su mirada. ¿Cómo reconocerlos en los ojos de alguien que casi no conozco? No lo sabría explicar bien, pero seguro que no es muy diferente a la mirada que yo le lancé a tu compañero de trabajo cuando vino a desayunar contigo. Os serví en la mesa de la esquina y su presencia hizo que casi me ignoraras. Di gracias cuando ya no lo vi más. Supongo que la mezcla de café que preparé, especial para él, no le gustó demasiado. Confieso que preferí perder un cliente a perder tu mirada.
Aquella mañana habías desayunado magdalenas. Yo, un chocolate amargo.

9
Después de unos días de reposo estoy mejor, aunque parece que mi cuerpo no se aclimata bien a la altitud. Están todos preocupados pensando que les voy a estropear la expedición por mi enfermedad. Tengo miedo, una vez más. No es mi fuerte esto de enfrentarme a situaciones difíciles. Pensarás entonces, y con toda la razón, cómo me he metido en esta aventura. Ayer lo tenía muy claro: por cumplir la promesa que te hice. Pero después de varios días sintiendo que mi cuerpo se niega a seguir mis deseos y que, además, creo que le empiezo a importar a alguien, ya no lo tengo tan claro.
Y claros son sus ojos, como su nombre. Dulce su mirada, como su voz.
Chandra me mira cuando le hablo, siente que estoy a su lado. Me cuida, pregunta, se interesa por mí. Creo que empiezo a sentir algo por ella.

12
Ya no voy a subir a la cumbre. Ni siquiera lo voy a intentar. Parece ridículo pero me siento el hombre más valiente del mundo. A fin de cuentas he viajado a un país lejano, del que apenas tengo idea de dónde está, y me he vuelto a enamorar. Hay que tener agallas para hacer ambas cosas.
Lo siento. Bueno, quizás no mucho.
Mi promesa se va a ir derecha al rincón donde van las ofrendas incumplidas.
Tampoco creo que te importe mucho: fui tan cobarde que nunca te hice partícipe de mi amor.

Pero aquí, muy cerca del lugar más alto de la tierra, todo ha cambiado.
Me he vuelto un hombre intrépido y ella sí va a saber que la amo.
Aunque creo que esta vez voy a pensarlo bien antes de prometer nada. Mañana mismo le diré: «Te amo, Chandra, y por ti surcaría los siete mares en velero si no me marease en los barcos».
No, creo que quizás lo de una flor y una sonrisa cada día sea suficiente.


Belén Gonzalvo Val






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