Podemos entender esta fecha de mil maneras. Cada uno la interpreta y la siente de un modo diferente; siempre es bonito cumplir años, o eso creo yo. Hoy está siendo un día muy especial, plagado de felicitaciones, que agradezco y refuerzan el ánimo. Por eso aprovecho la ocasión para devolveros tanto cariño en forma de regalo. Seré yo el que traiga un presente por esta vez, permitírmelo.
Se trata de un texto muy especial, que formará parte de S@CIEDAD, mi primera antología de relatos que verá la luz si todo va bien el próximo año. Y como entiendo que hoy es el día en el que disfruto de haberme comido al menos la mitad del banquete (o eso espero), sirva como adelanto esta historia que se fragua en torno a una mesa...
EL BANQUETE
La música atronadora rompió por completo las múltiples conversaciones que sobrevolaban las diferentes mesas que se habían dispuesto a lo largo del salón para el banquete. Los invitados se pusieron en pie para recibir a los recién casados, que por fin hacían acto de presencia tras su sesión fotográfica, a la par que bailaban, saludaban camino a la mesa, y empezaban a celebrar lo que iba a ser una noche antológica.
El ritmo de aquel tema hortera que habían seleccionado para romper el hielo sorprendió a propios y extraños, aunque terminó haciendo danzar a los presentes llevados por la alegría del momento.
Toni pensó que se trataba de la novia más bella que jamás había visto. ¡Qué suerte tenía su primo! Acababa de casarse con aquel ser angelical que robaba suspiros con sólo una sonrisa, y despertaba anhelos cada vez que sus pupilas acariciaban las de cualquier mortal. Luego recapacitó y cayó en la cuenta de que efectivamente era la primera boda a la que asistía, con lo cual no podía tener referencias de otras novias. De todos modos le pareció una pareja formidable.
Una vez sentados en la mesa presidencial, flanqueados por sus progenitores como manda la tradición, comenzaron a servir los diferentes platos que conformaban un menú exquisito. En su mesa se encontraba la saga completa de los Martínez. Estaban ubicados muy cerquita de los novios, desde cuya posición su tío Fermín no paraba de hacerles gestos, desbordado de alegría por la boda de su primogénito.
—¡Te has puesto tibio con el coctel de bienvenida! —bromeaba Antón.
—Tengo mucha hambre, papá —se disculpaba Toni.
—¡Como se nota que estás creciendo! —añadió Tomás—. No como tu abuela y yo, que no nos dejan comer de casi nada.
—Hay que vigilar esa salud —le regañó con dulzura su esposa—. Ya no tenemos edad para tonterías.
—Pues yo hoy pienso comerme todo —refunfuñó—. Y mañana ya se verá.
—Claro que sí, yayo. Para eso hemos venido. ¡A darlo todo! ¡Hasta reventar!
Uno de los camareros se aproximó por su derecha depositando ante él una crema suave de boletus del Pirineo y trufa negra de la Sierra de Gúdar. El joven, atónito, esperó a que alguno de sus mayores probara aquel puré para ver que gesto mostraba. El color oscuro no le inspiraba ninguna confianza, así que decidió aguardar.
—¡Exquisito! —Antón se relamía cuchara en mano.
—¿Está bueno, papá?
—Desde luego, hijo. Espero que todo lo demás siga estando a este nivel. ¡Menudo banquete!
—Ya puede estar bueno… ¡con la pasta que le hemos soltado a tu sobrino de enhorabuena!
Antón dejó pasar por alto el inoportuno comentario de su mujer, hizo oídos sordos y siguió a lo suyo. Toni agarró con firmeza el cubierto y comenzó a engullir hasta no dejar ni una gota en el plato.
—A ver cuando sacan algo contundente, que esto no llena…
—Tranquilo Toni, todo llega, no seas ansioso. Eres joven e impetuoso, pero te recomiendo que no te sacies rápidamente para aplacar el hambre que te devora. Disfruta de cada delicia, saboréala, vive el momento… ¡Carpe diem, bis!
Y con bis, Acher Martínez hacía referencia cariñosamente a Toni, su bisnieto. Era la abreviatura que ambos utilizaban para dirigirse el uno al otro. Este asintió con la cabeza mientras el resto de la familia comentaba el abundante y selecto aperitivo que habían degustado minutos antes en los jardines del complejo hostelero y la acertada elección de dicha crema por parte de los recién casados.
Tras retirar el cubierto vacío llegó la suprema de merluza con mousselina de gambas y fondo de marisco. El más joven se precipitó sobre el plato humeante con voracidad.
—Ese cuchillo no, Toni. Ese es para la carne, ahora toca el que no lleva filo. El que está más próximo al plato.
—Gracias papá, con esto me pierdo.
Su progenitor acarició la cabellera del adolescente y saboreó un bocado del pez, recubierto de aquella salsa de tono rosáceo, para deleite del cuarentón.
—¡Qué barbaridad! —masculló en pleno deleite del paladar.
Tras el primer plato, y el reparto de algunos regalos, llegó el momento del sorbete de manzana verde al Calvados. Toni fue el primero en succionar el granizado.
—¡Me ha subido el frío hasta el cerebro! —reaccionó sacudiendo la cabeza.
—Tómate las cosas con más calma, ya te lo ha dicho el bis —volvió a corregirle su padre—. Por cierto, impresionante… ¡Y ahora a por la carne! ¡Cómo estoy disfrutando!
Acher observaba a su nieto con detenimiento mientras apuraba con parsimonia su copa de sorbete. Se limpió con delicadeza con su servilleta y se reclinó en su silla.
—Da gusto verte así, Antón.
—Gracias abuelo.
—Estás en la fase de la vida en la que sigues disfrutando con todo, pero ya de una forma más pausada. Selecta, diría yo. Saboreas cada bocado del menú apreciando sus particularidades, pero eres consciente de que queda otro tanto por venir y aguardas con calma teniendo todavía ganas de más. Ya no ansioso o curioso como tu hijo, sino esperanzado. Con el anhelo de que lo que venga siga siendo tan bueno como lo anterior.
—Es que como dice la expresión… “Ya me he comido la mitad del trigo”.
—¡Carpe diem, nieto!
El reparto de regalos se estaba haciendo eterno, y el metre tuvo que suplicar a los novios que fueran breves para que aquello no se convirtiera en interminable. Una vez acomodados de nuevo en sus asientos, un grupo de varios camareros formaron ante ellos presentando de forma ceremoniosa unas bandejas repletas de carne humeante que impregnó el salón con un aroma que llegó hasta el olfato próximo de Toni.
—¿Qué es eso, papá?
—La carne, el plato principal.
—No engañes al chaval, Antón —interrumpió Tomás—. Es media paletilla tierna de ternasco de Aragón, asada a baja temperatura con hierbas aromáticas y acompañada con patatas a lo pobre y helado de romero —remató leyendo con burla la carta en la que figuraba el menú que iban a degustar.
—¡Bien dicho, yayo!
—¡Aquí podrás saciarte! —dijo entre carcajadas—. ¡Incluso podrás repetir! ¡Yo pienso hacerlo!
—Ten cuidado, papá —cortó Antón—. No te pases…
—¡Qué no te pases, “ni leches”! Es la boda de mi nieto y pienso disfrutarlo. ¡Échame tinto, chaval! —le indicó al camarero.
—Deberías tener cuidado, hijo —sentenció Acher—. Por mucho que nos excedamos hoy, ya tienes una edad en la que mañana te va a pasar factura en demasía. Hay muchas cosas que ya no puedes hacer como cuando tenías la edad de estos dos, pero no por ello debes dejar de disfrutar de las cosas que nos ocurren. No todo va a ser comer hasta reventar y beberte hasta la última gota de la bodega de vinos. Es el momento de disfrutar de otra forma: con los detalles, con los momentos, con cada instante que pasa. No todos llegan a tu edad pudiendo disfrutar de su familia al completo y aunque con algún inconveniente de salud, en plenas facultades en definitiva. Cuando comprendas eso, serás feliz. ¡Carpe diem, hijo!
El trajín de platos, copas, botellas, cubiertos, camareros, brindis y vítores fue sesgado en seco en el momento que los novios cortaron la preciosa tarta nupcial y repartieron los primeros trozos a las parejas que próximamente contraerían matrimonio. En definitiva, una boda es una puesta en escena de tradiciones con un guión establecido que muy pocos se atreven a romper.
Los platos con los postres comenzaron a llegar a las mesas y el servicio preguntaba si deseaban tomar café o alguna copa.
—Señor, ¿tomará café?
—No, es otra de las muchas cosas que mi médico me ha prohibido —respondió sonriendo Acher.
Toni no quitaba ojo de su bisabueo. Le fascinaba aquel hombre que había sobrevivido al hundimiento de la república, a una guerra fratricida, una posguerra cruel, al despertar de una generación, la transición a la ansiada democracia y a la degeneración que estaba alcanzando en los últimos tiempos, podrida de corrupción. Le parecía un hombre sabio, y muy cabal para su edad, próxima al siglo de vida. Lo observaba con detenimiento, degustando aquella tarta selva negra. Sentía debilidad por el chocolate, todos lo sabían, y ninguno de los presentes se atrevía a decirle que tuviera cuidado con los dulces y el azúcar. Dejaban que disfrutara con aquello, se lo había merecido.
—¿Está buena la tarta, bis?
—El mejor bocado del día, bis. No lo dudes…
La respuesta provocó la risa de toda la familia. Adoraban a aquel hombre justo y sensato.
—Nos has corregido a cada uno de nosotros según iba avanzando el banquete. Pero, a ti, ¿quién te contradice?
—Tengo noventa y tres años. A mí ya no me dice lo que debo hacer nadie, desde que falta la bisa. Y si me lo dicen, ni les escucho. Sólo procuro hacer las cosas bien, como siempre. Lo único a lo que se puede aspirar a mi edad es, como sucederá al final de este banquete, poder bailar con dignidad el último vals.
Toni se puso en pie e invitó al resto de familia a hacerlo. Todos alzaron su copa y el joven brindó:
—¡Carpe diem, bis!
Besetes a tod@s.
Nos leemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario