De nuevo llegamos puntuales a nuestra cita con la lectura de cada martes y en esta ocasión lo hacemos encarando la recta final de nuestra trayectoria por los diferentes textos que componen AMOR KM. 0, la última antología publicada desde Zarracatalla y que pertenece a la Colección Cupido que hace unos años comenzamos a la par que dimos nuestros primeros pasos. Este será el antepenúltimo de los relatos que restan por ver la luz en el blog, así que disfrutemos de En el jardín tropical, de Rosario Valcárcel Quintana (Las Palmas de Gran Canaria)
Este apasionado relato viene acompañado, como en la edición impresa, por una ilustración de Vany (Zaragoza) a modo de collage que nos sugiere lo que vamos a encontrarnos a continuación.
Para abrir boca nos encontramos con la Esencia del relato y su Frase de cabecera como nos ha ofrecido durante toda la obra Mª Belén Mateos Galán. ¡Qué maravilla!
Hay jardines prohibidos que gusta habitar en el
secreto de una noche, pasiones que se desatan ante una ola salina de
infidelidad…
“Porque aquella relación era casi un frenesí, una
loca escapatoria, una invitación tan imperiosa como irremediable. Una
convulsión incandescente, una locura que los empujaba a desearse sin medida. Un
deseo que era como una droga que los consumía”
EN EL JARDÍN TROPICAL
Rosario Valcárcel Quintana
Vany
Zaragoza
EN EL JARDÍN TROPICAL
A
la isla de Lanzarote, paisaje lunar.
Aquella tarde el aire era ardiente y el sol
desnudo entraba por todos los rincones del bungalow.
Cuando llegaron del aeropuerto, cada uno
en distinto vuelo, recibieron el aire denso, la caricia de la brisa y la
tibieza marina que tanto les gustaba. Lo habían planificado desde hacía tiempo:
sería su primera escapada compartida, el desliz de lo prohibido.
—¡Al fin una noche juntos! ¡Una noche
juntos! —repetía con arrobo, dichosa.
Largas horas de placer presagiado en vez
de las habituales citas tan fugaces que solían dejarles un halo de melancolía,
un miedo mutuo.
Porque aquella relación era casi un
frenesí, una loca escapatoria, una invitación tan imperiosa como irremediable.
Una convulsión incandescente, una locura que los empujaba a desearse sin
medida. Un deseo que era como una droga que los consumía.
Parecía un buen comienzo, un sueño tan
verosímil que no había frontera entre lo real y lo imaginario. Lo que estaba
claro es que no iba a resultar fácil librarse de toda sospecha. En cuanto
llegaron sus respectivos vuelos al aeropuerto procuraron mantener el sigilo.
Naomi febril de impaciencia le había mandado varios mensajes para que se
subiera al mismo taxi y acudiera al lugar convenido.
En el asiento trasero él, se acercó y
rodeándola con el brazo la atrajo hacia sí con fuerza, se sentía atrapado por
su deseo. La envolvió con ardor y cubrió de besos su rostro, sus hombros, sus
manos, mientras le susurraba:
—¡Eres tan hermosa! ¡Cuánto me gusta
mirarte!
—Tú también me gustas, más que nadie en
el mundo.
Los dos estaban contentos y ella agitada
y gozosa sonreía con ternura y repetía bajito una y otra vez:
—¡Si supieras cuánto he soñado pasar una
noche juntos! ¡Por fin, por fin!
Al llegar al apartamento el riego por
goteo sobre el jardín y el olor a tierra y al césped recién cortado inundaron
sus sentidos, aunque lo mejor era la ausencia de montañas, la vista que tenía
al mar... Después él, con aire de autosuficiencia, sujetándole la mano salieron
a la terraza, allí, aleteando sus plumas invisibles, igual que un pavo real le
explicó que todo aquello había sido construido con cenizas del volcán, gravilla
negra, ¡ah!, y picón subido de las profundidades, añadió con una risita
lujuriosa.
Eso era lo que él estaba buscando
ansiosamente: su profundidad más remota. Ella abría mucho los ojos, lo miraba.
Estaba muy inquieta, lo miraba con todas las emociones que podía sentir.
Le gustaba. Deseaba que la besara de
nuevo y cuando lo hizo, viciosa, se apretujó contra sus carnes bronceadas y se
sustrajo a sus caricias. Él le pidió que se quitara todo, quería hacerla suya
con rapidez y fue directamente a las partes más secretas, a los grandes labios
y le lamió arriba y abajo. El sol a través de las cristaleras construía
frívolos dibujos sobre los cuerpos desnudos. Ella lanzaba sus acostumbradas
risas y grititos de placer, temblaba mientras le imploraba que no parara, que
se apretara a ella con fuerza.
—Está bien así, farfulló él.
—Sí, sí, sigue así, llega hasta el
final, sigue, sigue por favor, porque si no me volveré loca.
Se poseyeron en el diván que estaba en
la terraza, en la mesa del salón, en la bañera, y lo hicieron tan ferozmente
que parecía que habían entrado en trance o que estaban poseídos. Sometieron su
deseo al placer en cada centímetro y orificio de su cuerpo, una y otra vez, con
un orgasmo tras otro y otro.
Ningún gozo podía igualarse con aquel
instante en que bajo los jirones de luz se amaron con ansiedad, con instinto
animal. De pronto, oyó a lo lejos el murmullo de una orquesta y le llegó la
presencia de su marido, sueños apagados, añoranzas. Algo íntimo se estaba
deshaciendo. Sintió un ahogo, un nudo igual a la nostalgia.
—¿En qué piensas, Naomi?
—No sé, en recuerdos.
—Y a qué viene eso ahora. Bebamos un
vino de esta tierra, blanco y espumoso.
Añadió mientras buscaba entre los
armarios una copa, luego levantó la botella con un gesto elocuente, sirvió un
pequeño vaso y llenó el suyo.
—¡Salud!
—¡Salud! —contestó ella, sonriendo y
dando un primer sorbo.
Entonces para disipar la fiebre de las
ausencias, la enlazó por la cintura y la invitó a bailar. No bailaron, se
quedaron abrazados durante unos minutos y ella sintió una emoción dulce y
cálida. Se entregaron de nuevo como si aquel día fuera a durar siempre.
Comieron y bebieron igual que las deidades del Olimpo. Reposaban. Él besaba su
cara, el cabello, los ojos. Se sentían tan felices que llegaron a creer que los
dioses habían borrado el pasado.
Pero el mundo no cesaba de dar vueltas y
vueltas, giraba demasiado deprisa y ella ansió uno de los deseos que Zeus tuvo
sobre el sol. Anheló que el gran astro no cumpliera su ciclo, que aquella noche
robada durara veinticuatro horas. Se estremeció al pensarlo.
Y a la mañana siguiente, en aquel
apartamento de fornicación que olía a cansancio y a rápidas despedidas, ella le
dijo que lo quería, él, que en ese momento la miraba a los ojos, la creyó.
Regresaron de nuevo a sus respectivos hogares. Aturdida, quizás por la culpa y
el remordimiento, se olvidó en el bungalow el cargador del móvil, el pijama
rosa y el cepillo de dientes.
Por la tarde sonó el teléfono.
—¿Es el domicilio de la señora Naomi?
—¿Sí, quién es?
—Disculpe, mi nombre es Naira, le llamo
del hotel donde ustedes pasaron el fin de semana para indicarles que dejaron
algunas cosas olvidadas en la habitación. Así que si es tan amable y me da la
dirección se las enviaremos por correo.
Quien levantó el teléfono y recibió el
agridulce mensaje no era la persona adecuada para recibir tal información, por
eso en un primer momento, desconcertado, guardó silencio. Su marido, herido de
muerte, logró hablar con un tono de voz natural, y como si nada embarazoso
hubiese ocurrido, se limitó a decir:
—Muchas gracias Naira, no estoy seguro
de haberle comprendido, creo que usted me habla de esa felicidad que, a veces,
depende de la infelicidad de otro.
Rosario Valcárcel
Quintana
Las
Palmas de Gran Canaria
Un nuevo texto y su ilustración se publicarán en el blog el próximo martes. No esperes hasta entonces, hazte con él ya y descubre todo lo bueno que te trae lo nuevo de COLECCIÓN CUPIDO.
Antología de relatos y poemas en la que participan más de 50 personas.
AMOR KM. 0
Varios autores.
Colección Cupido.
Primera edición: febrero 2017
ISBN: 978-84-617-8393-9
Depósito legal: Z 182-2017
180 PÁGINAS
Incluye ilustraciones y fotografías a color.
Pide tu ejemplar a través de nuestro correo electrónico y te lo enviamos a casa.
Precio: 13€
Besetes a tod@s.
Nos leemos.
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