martes, 11 de febrero de 2020

AMOR KM. 0: EN EL JARDÍN TROPICAL (ROSARIO VALCÁRCEL QUINTANA)

De nuevo llegamos puntuales a nuestra cita con la lectura de cada martes y en esta ocasión lo hacemos encarando la recta final de nuestra trayectoria por los diferentes textos que componen AMOR KM. 0, la última antología publicada desde Zarracatalla y que pertenece a la Colección Cupido que hace unos años comenzamos a la par que dimos nuestros primeros pasos. Este será el antepenúltimo de los relatos que restan por ver la luz en el blog, así que disfrutemos de En el jardín tropical, de Rosario Valcárcel Quintana (Las Palmas de Gran Canaria)
Este apasionado relato viene acompañado, como en la edición impresa, por una ilustración de Vany (Zaragoza) a modo de collage que nos sugiere lo que vamos a encontrarnos a continuación.
Para abrir boca nos encontramos con la Esencia del relato y su Frase de cabecera como nos ha ofrecido durante toda la obra Mª Belén Mateos Galán. ¡Qué maravilla!









Hay jardines prohibidos que gusta habitar en el secreto de una noche, pasiones que se desatan ante una ola salina de infidelidad…


“Porque aquella relación era casi un frenesí, una loca escapatoria, una invitación tan imperiosa como irremediable. Una convulsión incandescente, una locura que los empujaba a desearse sin medida. Un deseo que era como una droga que los consumía”


EN EL JARDÍN TROPICAL
Rosario Valcárcel Quintana






Vany
Zaragoza





EN EL JARDÍN TROPICAL

A la isla de Lanzarote, paisaje lunar.


Aquella tarde el aire era ardiente y el sol desnudo entraba por todos los rincones del bungalow.
Cuando llegaron del aeropuerto, cada uno en distinto vuelo, recibieron el aire denso, la caricia de la brisa y la tibieza marina que tanto les gustaba. Lo habían planificado desde hacía tiempo: sería su primera escapada compartida, el desliz de lo prohibido.
—¡Al fin una noche juntos! ¡Una noche juntos! —repetía con arrobo, dichosa.
Largas horas de placer presagiado en vez de las habituales citas tan fugaces que solían dejarles un halo de melancolía, un miedo mutuo.
Porque aquella relación era casi un frenesí, una loca escapatoria, una invitación tan imperiosa como irremediable. Una convulsión incandescente, una locura que los empujaba a desearse sin medida. Un deseo que era como una droga que los consumía.
Parecía un buen comienzo, un sueño tan verosímil que no había frontera entre lo real y lo imaginario. Lo que estaba claro es que no iba a resultar fácil librarse de toda sospecha. En cuanto llegaron sus respectivos vuelos al aeropuerto procuraron mantener el sigilo. Naomi febril de impaciencia le había mandado varios mensajes para que se subiera al mismo taxi y acudiera al lugar convenido.
En el asiento trasero él, se acercó y rodeándola con el brazo la atrajo hacia sí con fuerza, se sentía atrapado por su deseo. La envolvió con ardor y cubrió de besos su rostro, sus hombros, sus manos, mientras le susurraba:
—¡Eres tan hermosa! ¡Cuánto me gusta mirarte!
—Tú también me gustas, más que nadie en el mundo.
Los dos estaban contentos y ella agitada y gozosa sonreía con ternura y repetía bajito una y otra vez:
—¡Si supieras cuánto he soñado pasar una noche juntos! ¡Por fin, por fin!
Al llegar al apartamento el riego por goteo sobre el jardín y el olor a tierra y al césped recién cortado inundaron sus sentidos, aunque lo mejor era la ausencia de montañas, la vista que tenía al mar... Después él, con aire de autosuficiencia, sujetándole la mano salieron a la terraza, allí, aleteando sus plumas invisibles, igual que un pavo real le explicó que todo aquello había sido construido con cenizas del volcán, gravilla negra, ¡ah!, y picón subido de las profundidades, añadió con una risita lujuriosa.
Eso era lo que él estaba buscando ansiosamente: su profundidad más remota. Ella abría mucho los ojos, lo miraba. Estaba muy inquieta, lo miraba con todas las emociones que podía sentir.
Le gustaba. Deseaba que la besara de nuevo y cuando lo hizo, viciosa, se apretujó contra sus carnes bronceadas y se sustrajo a sus caricias. Él le pidió que se quitara todo, quería hacerla suya con rapidez y fue directamente a las partes más secretas, a los grandes labios y le lamió arriba y abajo. El sol a través de las cristaleras construía frívolos dibujos sobre los cuerpos desnudos. Ella lanzaba sus acostumbradas risas y grititos de placer, temblaba mientras le imploraba que no parara, que se apretara a ella con fuerza.
—Está bien así, farfulló él.
—Sí, sí, sigue así, llega hasta el final, sigue, sigue por favor, porque si no me volveré loca.
Se poseyeron en el diván que estaba en la terraza, en la mesa del salón, en la bañera, y lo hicieron tan ferozmente que parecía que habían entrado en trance o que estaban poseídos. Sometieron su deseo al placer en cada centímetro y orificio de su cuerpo, una y otra vez, con un orgasmo tras otro y otro. 
Ningún gozo podía igualarse con aquel instante en que bajo los jirones de luz se amaron con ansiedad, con instinto animal. De pronto, oyó a lo lejos el murmullo de una orquesta y le llegó la presencia de su marido, sueños apagados, añoranzas. Algo íntimo se estaba deshaciendo. Sintió un ahogo, un nudo igual a la nostalgia.
—¿En qué piensas, Naomi?
—No sé, en recuerdos.
—Y a qué viene eso ahora. Bebamos un vino de esta tierra, blanco y espumoso.
Añadió mientras buscaba entre los armarios una copa, luego levantó la botella con un gesto elocuente, sirvió un pequeño vaso y llenó el suyo. 
—¡Salud!
—¡Salud! —contestó ella, sonriendo y dando un primer sorbo.
Entonces para disipar la fiebre de las ausencias, la enlazó por la cintura y la invitó a bailar. No bailaron, se quedaron abrazados durante unos minutos y ella sintió una emoción dulce y cálida. Se entregaron de nuevo como si aquel día fuera a durar siempre. Comieron y bebieron igual que las deidades del Olimpo. Reposaban. Él besaba su cara, el cabello, los ojos. Se sentían tan felices que llegaron a creer que los dioses habían borrado el pasado.
Pero el mundo no cesaba de dar vueltas y vueltas, giraba demasiado deprisa y ella ansió uno de los deseos que Zeus tuvo sobre el sol. Anheló que el gran astro no cumpliera su ciclo, que aquella noche robada durara veinticuatro horas. Se estremeció al pensarlo. 
Y a la mañana siguiente, en aquel apartamento de fornicación que olía a cansancio y a rápidas despedidas, ella le dijo que lo quería, él, que en ese momento la miraba a los ojos, la creyó. Regresaron de nuevo a sus respectivos hogares. Aturdida, quizás por la culpa y el remordimiento, se olvidó en el bungalow el cargador del móvil, el pijama rosa y el cepillo de dientes.
Por la tarde sonó el teléfono.
—¿Es el domicilio de la señora Naomi?
—¿Sí, quién es?
—Disculpe, mi nombre es Naira, le llamo del hotel donde ustedes pasaron el fin de semana para indicarles que dejaron algunas cosas olvidadas en la habitación. Así que si es tan amable y me da la dirección se las enviaremos por correo.
Quien levantó el teléfono y recibió el agridulce mensaje no era la persona adecuada para recibir tal información, por eso en un primer momento, desconcertado, guardó silencio. Su marido, herido de muerte, logró hablar con un tono de voz natural, y como si nada embarazoso hubiese ocurrido, se limitó a decir:
—Muchas gracias Naira, no estoy seguro de haberle comprendido, creo que usted me habla de esa felicidad que, a veces, depende de la infelicidad de otro.


Rosario Valcárcel Quintana
Las Palmas de Gran Canaria








Un nuevo texto y su ilustración se publicarán en el blog el próximo martes. No esperes hasta entonces, hazte con él ya y descubre todo lo bueno que te trae lo nuevo de COLECCIÓN CUPIDO.
Antología de relatos y poemas en la que participan más de 50 personas.
AMOR KM. 0
Varios autores.
Colección Cupido.
Primera edición: febrero 2017
ISBN: 978-84-617-8393-9
Depósito legal: Z 182-2017
180 PÁGINAS 
Incluye ilustraciones y fotografías a color. 
Pide tu ejemplar a través de nuestro correo electrónico y te lo enviamos a casa.
Precio: 13€

Besetes a tod@s.
Nos leemos.

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