Autor: Adriana Martínez.
Procedencia: Zaragoza
Hoy recibimos en nuestro universo Zarracatalla a una paisana de esas que transmite en cada uno de sus textos el carácter que supuramos por este rincón del planeta. Y es que viene a sumarse a esta iniciativa Adriana Martínez (Zaragoza) que nos ayudará en nuestro objetivo de llenar el 2022 DE LETRAS.
En su primer aporte a este blog nos regala un texto titulado "El camino del infante", o cómo aprendemos de las situaciones adversas que heredamos y tratamos de corregir errores de nuestros antepasados y convertirlos en virtudes. Un texto para mirar la vida de otra forma y pensar que todavía el ser humano no está perdido del todo... pues siempre hay personas que nos hacen avanzar como especie atravesando el arduo camino de la autosuperación.
“EL CAMINO DEL INFANTE”
Uno es quien es en la vida por lo que
le han inculcado sus padres. Porque su adn es único, y si lo primero está bien,
una serie de recuerdos felices, los cuales incluyen el apoyo incondicional de
tus progenitores, han dejado en ti una huella de autocuidados, de saber con
solo mirarlos quién eres, de no olvidar que tú eres alguien bueno, alguien
importante, alguien para ellos cuya vida sin ti, sería totalmente diferente,
que dejarías un vacío.
Los que nos criamos ciegos durante
cinco días en una madriguera, perdimos lo más esencial del proceso de
aprendizaje en familia. Y es que el no poder ver el rostro de cuyos seres dicen
ser tus padres, el estar indefenso y tener la obligación de sobrevivir
confiando ciegamente en alguien tan importante en la vida de una criatura, como
lo son los padres, que te deja a merced de conocer quiénes son estos realmente
de la manera más dura.
Y es mediante la decepción.
Es por el sentimiento de abandono.
De saber que tu llegaste de excedente
en un barco que ya navegaba a la deriva, y sálvese quien pueda.
Es rascar cada minúsculo gesto de amor
que puedas encontrar tirado por el suelo, trozo de un recuerdo de una infancia
que pudo ser la tuya, pero llegaste tarde, sin avisar, y aterrabas.
Les aterrabas tanto que pensaron que lo
mejor para ti sería que fueras niña de nadie, que fueras niña tu sola.
Daba tanto miedo saber que podía ser de
ti, porque sabían que lo poco que podían darte, aunque fuera con la mejor de
las intenciones, sería una condena en tu futuro. Un lastre más a la mochila que
se estaba dando forma en tu espalda.
Te hicieron andar con rocas del tamaño
de montañas a tus hombros. Cuando querías rendirte, no había piedad ni
descansos. Porque si has llegado aquí, así, con todas estas circunstancias, no
puedes rendirte.
Porque tu vida será toda lucha, caer y
levantarte, demostrar, demostrar, demostrar, demostrar, ¿para qué?
Porque costó tanto quererme.
Porque fue tan dura conmigo la vida.
¿Quizás es que yo a cada prueba,
sobrevivía a pesar de la punzada de dolor? ¿Qué debía hacer entonces?
¿Rendirme? Ser una decepción más de esta cadena de sucesos que acontecían
sangre roja y negra, ser devorada y encima ¿pedir disculpas?
Escribo esto mirando atrás, pero, al
igual que entonces, no siento rabia, odio, venganza. Soy quien soy por mí misma
y estas son las cartas que he tenido para jugar. Y a pesar de todo, he ganado.
Escribo esto mirando atrás y viendo que era
diamante puro, que, tras todo aquello, hoy nadie me puede romper.
Que hubiera querido poder ver desde que
nací el verdadero rostro de mis verdugos. Y aun así saber, que ciega o no, los
iba a amar incondicionalmente, aunque me condenaran sus actos, me pesaran sus
lastres.
Solo así yo podría enmendar otra futura
infancia nefasta, de decepción y abandono. Y poder ser quizás un día, los
padres que nunca tuve.
Porque sé lo que mi niña necesitaba:
Y es una madre cuyo rostro vea al
nacer, y esté, siempre incondicionalmente, orgullosa a su lado.
Mi niña, voy a protegerte y amarte,
nunca jamás te abandonaré.
Mi niña, aquí está la madre y el padre
que nunca tuviste, que quisieras haber podido aprender a querer de verdad, sin
dolor, pudiendo ser pequeñita y sin tener que entender que la vida es dura y
cambia a las personas, que puede hacerlas ángeles o demonios. Sin tener que
obligarte a decir que son injustos prisioneros de una vida que les ha golpeado,
que ellos no tienen la culpa del mundo al que te trajeron.
Sin tener que crear en tu cabeza la
imagen de estos caminando contigo de la mano, una familia que te enseña a dar
tus primeros pasos y van a estar si te caes para enseñarte a levantarte.
Antes siempre había un vacío en la
imagen de aquel que cogía mi mano.
Ahora sé que era mi yo de mayor, la
madre que siempre quise y merecía.
Yo me enseñé a caminar y a contemplar
la vida, a aprender y saborear el dolor antes que el amor, a que hay penas tan
grandes que crean vacíos horriblemente inmensos.
Pero que también hay gestos tan
extraordinariamente hermosos, que merece la pena seguir caminando y comprobando
que del mismo tamaño que esa pena tan profunda, existe un amor inmenso que
compensa el duro paso por esta Tierra. Y que merece la pena luchar por sentirlo
al menos una vez.
A mi niña de brillantes ojos marrones y
espeso cabello oscuro, de sonrisa risueña que nadie pudo hacer desaparecer del
rostro: estoy aquí, soy yo (tú) quien cogía tu mano, quien lucho por no
decepcionarte, quien nunca te abandonaría por difícil que todo se volviese.
Mi niña de ojos vivos, de risa feliz,
de expectativas y sueños propios de un ser extraordinario, estuviste mucho
tiempo caminando a ciegas con un guía cuyo rostro te era imposible ver, tuviste
que confiar a un desconocido tu camino y aceptar que eras pequeñita, inexperta,
inocente, y que tenías que agarrarte a esa mano solo para poder soltarla cuando
fuera el momento y sentir que no habías estado sola.
Sola. Como siempre estuviste, y como
siempre te negaste a aceptar que estabas y que probablemente, estarías.
Mi niña, en el fondo sabías que
llegaría un día, cuando fueras mayor, en el cual, SI estarías sola, sin padres,
hermanos, sin amigos, sin amor y te negaste a llegar a adulta recordando que
también fue así en tu niñez, que nada había cambiado.
Yo (tu) siempre cogí tu mano, en
silencio, sin que pudieras ver mi rostro, y te acompañé hasta que pudiste
soltarla y entonces te vi, mi niña, al fin andando sola, alejándote de mi lado,
continuando ahora sí, sola, el camino por el cual ande contigo, me enamoré de ti,
te cuidé y protegí cuando aquellos que debían no lo hicieron.
No quería tener que explicarte tan
pronto que debías de ser tu guía, que la mano que tan dulcemente sujetabas,
solo era la tuya (la mía) unos años mayor, haciéndome cargo de nuestras vidas
sin hacernos jamás sentir que estábamos solas, dejándonos pensar que en nuestra
mente podíamos poner a papá y a mamá en esa preciosa estampa en vez de asumir
que era la bella mujer en la que nos hemos convertido, la única que siempre,
estuvo ahí cuidándonos, cuidándote, cuidándome.
He sido una gran madre, estoy orgullosa
de ti, hija.
Adriana Martínez
Zaragoza
Puedes seguir a este autor a través de los siguientes enlaces a sus redes sociales y páginas personales:
PÁGINAS DE REFERENCIA:
Besetes a tod@s.
Nos leemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario