Hoy os traemos el penúltimo relato perteneciente a Colección Cupido 2015. En esta ocasión es Rebeca Fernández Gaspar, quien desde Madrid nos envía esta historia de cuatro amigas que tras años retoman su relación truncada por... Y hasta aquí puedo leer. Espero que os guste el relato de otra amiga zarracatallera que ya ha participado en las dos novelas colectivas y que debuta de esta manera con una historia propia en Colección Cupido.
En cuanto a la edición impresa, deciros que podéis seguir haciéndonos llegar vuestros pedidos de ejemplares y reservas y que el día 11 de julio presentaremos este libro con la ilusión que nos caracteriza. Os espero.
Besetes a tod@s. Nos leemos.
En cuanto a la edición impresa, deciros que podéis seguir haciéndonos llegar vuestros pedidos de ejemplares y reservas y que el día 11 de julio presentaremos este libro con la ilusión que nos caracteriza. Os espero.
Besetes a tod@s. Nos leemos.
COMO LAS ESTRELLAS
Cuatro amigas, cuatro
inseparables amigas. De dieciocho años, diez de los cuales han pasado juntas. Y
ahora llega ese punto en sus vidas en las que sus reuniones ya no serán
diarias, ya no se sentarán juntas en clase, ya no se reirán con sus compañeros,
ya no se intentarán copiar en los exámenes unas de otras, ya no pasarán los
recreos cantando y hablando sin parar, ya no…
JUNIO 2014
—¿Creo el grupo de whatsapp? —preguntó Sandra.
—Claro gordi, créalo —contestó Carlos.
Sandra y Carlos eran una pareja a punto de casarse, de
veintiocho años ambos y ya con ocho años de relación. Se conocieron estudiando
Comunicación Audiovisual y a los dos años de ser amigos empezaron a salir,
hasta hoy.
—Ya hablaste el otro día con Ana y os pusisteis como
locas —dijo Carlos.
—Ya… Pero no sé si Leire y Carlota…
—¿Por qué no? Aunque hace mucho que no habláis y no os
veáis seguro que sigue siendo igual que siempre.
Carlos siempre ha sido de lo más atento con Sandra, a
él le gustó ella desde el primer momento que la vio, pero por aquel entonces
ella tenía novio. Aquel novio que la tenía amargada, triste todo el día, sin
brillo en esos bonitos ojos azul grisáceo.
Un día Carlos se encontró a Sandra en el autobús
llorando, sola. Se sentó a su lado y comenzaron a charlar, se fueron a tomar un
café y siguieron hablando durante horas. Desde ese día se volvieron
inseparables, llamadas a todas horas, cenas, paseos…
Sandra dejó a aquel novio y volvió a creer en el amor
gracias a Carlos.
A menos de un año de convertirse en marido y mujer,
estaban preparando la lista de invitados y Sandra se acordó de sus amigas del
colegio con las que había perdido la relación hacía mucho, mucho tiempo.
Ana trabajaba en una Clínica Veterinaria, siempre le
habían encantado los animales, desde que, cuando tenía ocho años, sus padres le
llevaron a una Protectora y le dijeron que eligiera un perrito porque se lo
iban a llevar a casa. Ana se puso como loca y fue incapaz de decidirse hasta
que vio a esa perrita negra a la que le temblaban las patitas del miedo que
tenía, y la miraba con aquellos ojitos, parecía sacada de un dibujo animado. En
media hora Duna ya estaba con ellos en casa.
Duna siempre había estado a
su lado en sus años de colegio y en los de universidad hasta que Ana se fue a
Londres para terminar de estudiar inglés, justo después de terminar la carrera.
Un día sus padres la llamaron diciendo que Dunita, así la llamaba ella, se
había puesto muy malita y que no creían que aguantara mas de dos días. Ana
cogió el primer vuelo que pudo y consiguió ver a su perrita, de dieciséis años,
justo antes de que les dejara para siempre.
Ahora, después de que ya
habían pasado cuatro años sin ella, se planteaba si adoptar otro perrito con el
que convivir. Hacía poco que se había independizado a las afueras de la ciudad,
muy cerca de la clínica, que junto con Carol, su compañera de la universidad,
había montado. La verdad es que la vida le sonreía, trabajaba en lo que le
gustaba y ganando lo suficiente como para poder vivir sola. Lo único que le
faltaba era el amor, ella que siempre habría creído en encontrar a su príncipe
azul, pero cada vez estaba más segura que no existía.
Un día salía de la clínica
cuando recibió una llamada de un número que no tenía guardado, no lo cogió
creyendo que lo que querían era venderle algo, pero insistió con una segunda
llamada.
—¿Diga?
—¿Ana? —preguntó una dudosa
Sandra.
—Sí, soy yo. ¿Quién eres?
—Anita tía, soy Sandri.
—¿Sandri? ¡Sandri! ¿¿Mi
Sandri??
—Sí. ¡Sí!
—¡Tía, que alegría! ¡Cuánto
tiempo! ¿Cómo estás? —dijo Ana más que emocionada.
—Muy bien, la verdad que me
va todo bien.
—¡Joder Sandri, qué de
tiempo! ¡No tenemos vergüenza!
—Ya lo sé Anita, después de
lo que pasó con Leire y Carlota nos afectó mucho a todas…
—¡Jo, ya ves!… No he vuelto
a saber nada de ninguna.
—Ya… Pero no te llamo para
hablar de eso. Te llamo para contarte que… ¡Me caso!
—¡Qué dices! Pero, ¿con Alberto? Creí que lo habíais
dejado…
—¡Noooo! A Alberto lo dejé
en segundo de carrera y entonces conocí al que será mi futuro marido. Se llama
Carlos, y le tienes que conocer es un encanto.
—¡Qué bien Sandri! ¡No sabes
cuánto me alegro!
—¿Y tú qué? ¿Cómo te trata
la vida?
—Pues en lo laboral genial,
he montado una clínica veterinaria con una amiga y nos va súper bien. Y en lo
personal, pues sigo soltera, he tenido mis cosillas pero nada serio.
—¡Jo, que bien, con lo que
te gustan los animales Anita! Y bueno te llamaba para ver si te apetece que nos
veamos un día.
—¡Sí, claro que sí! Me
encantaría, tengo tantas ganas de volver a verte…
—¡Genial! Pues ahora con las
nuevas tecnologías, si quieres hablamos por “whats” y vemos cuando podemos
vernos para poder charlar largo y tendido, como en los viejos tiempos.
—¡Perfecto! Me parece una
buenísima idea. Quedamos en hablar entonces.
—OK guapa. ¡Un besazo!
—Otro para ti.
Leire estaba sentada en el
sofá con su madre viendo telebasura, haciendo tiempo para entrar a trabajar. No
le apetecía nada ir, pero era lo único que tenía, después de buscar y buscar,
tal y como estaban las cosas, lo único que había encontrado era trabajo de
camarera en un restaurante italiano. Después de que la despidieran de la
empresa donde trabajaba de secretaria, porque la empresa quebró, no había
podido encontrar nada similar o relacionado con el grado superior de
Administración y Finanzas que había estudiado al acabar el colegio.
—¡Uf mamá, que pereza! No me
apetece nada ir a trabajar.
—Ya hija, me imagino, a
estas horas… y vete a saber a qué hora saldrás.
—Ni idea. Ya sabes, el día
que pienso que no va a haber mucho jaleo me acaban dando las mil.
—¿Va José a recogerte luego?
—No, me llevo la moto, tenía
una timba en casa de un amigo o algo así. Con lo que en cuanto acabe me vengo
directa a casa, estoy deseando librar mañana.
—Qué suerte que te pongan a
librar un Sábado, ¿eh?
—Pues sí, casi ni me lo
creo…
Leire y José llevaban juntos
un año, pero desde el día en que se conocieron sabían que estaban hechos el uno
para el otro. La manera de conocerse no fue la mejor, pero ellos siempre dicen
que el destino lo quiso así.
Leire salía de trabajar y
cogió su moto, a mitad de camino le sorprendió una tormenta de verano que no le
dejaba ver la carretera, cuando iba a pararse a esperar a que se calmara un
poco ese aguacero, una sombra salió de la nada y tuvo que hacer una maniobra
muy brusca para no atropellar a aquella persona, con lo que terminó en el
suelo.
—¿¡Pero no sabes ni por
dónde vas!? —le gritó ella.
—¡Pero si estoy en un paso
de cebra! —dijo la sombra.
—¿Cómo? —Leire, con la
lluvia, no pudo ver que aquel chico estaba cruzando correctamente la calle.
—Pues eso, que yo iba bien,
que la que te has abalanzado sobre mí has sido tú con tu motito. Pero dime,
¿estás bien?
Leire levantó la vista y vio
aquel moreno de ojos negros y no pudo ni contestar.
—Dime, ¿estás bien?
—Eh, sí, sí.
—Ven, dame la mano,
levántate.
Leire le dio la mano
titubeante. Y sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo.
—Yo soy José. No es la mejor
manera para conocernos, pero encantado.
—Yo soy Leire, igualmente.
José le ayudó a poner la
moto en pié e intentar arrancarla sin éxito.
—Tengo el coche aparcado
aquí al lado, si quieres te acerco a tu destino.
—Da igual, voy andando —dijo
Leire.
—¡Sí claro! ¡Con la que está
cayendo!
—De verdad, si vivo aquí
cerca.
—Insisto, te llevo a casa. Ya
vendrás luego a recoger la moto, o si quieres mi primo tiene un taller, y
mañana se la puedes llevar para que le eche un vistazo.
—De verdad, que no pasa nada.
—¿Te vas a estar haciendo la
dura mucho rato más?
—¿Cómo?
—Lo digo porque si no me vas
a dejar que te lleve a casa, ni mañana ir al taller de mi primo, ¿tendré más
suerte cuando te pida el número de teléfono?
Leire no sabía que decir,
ese chico había aparecido de la nada… y su corazón estaba empezando a palpitar.
Y desde aquel día Leire y
José comenzaron una nueva aventura juntos.
Leire salió del trabajo y
cogió su moto, no sin antes mirar el móvil. Tenía varios mensajes:
José: “Hola amore! ¿Qué tal? Yo aquí con los chicos, ¡¡me están desplumando!!
Espero que haya ido bien el trabajo, mañana paso a por ti por la mañana
prontito que para un sábado que libras tengo mil cosas preparadas. Un besazo.
Tqm”
Iker: “¡¡qué pasa hermanita!! He hablado con mamá, me ha dicho que estabas
currando. La semana que viene tengo 10 días de vacaciones, así que ¡¡voy a
veros!!”
Una sonrisa de felicidad se
dibujó en la cara de Leire, llevaba muchos meses sin ver a su hermano. Iker
llevaba tres años viviendo en Edimburgo, la empresa en la que había empezado a
trabajar en España abrió una nueva sede allí y como él hablaba perfectamente
inglés le ofrecieron la oportunidad de irse allí como Jefe de Operaciones. Iker
siempre había sido un coco, siempre había conseguido todas las becas posibles
para financiarse todos los estudios.
Rápidamente contestó a los
dos hombres de su vida, desde que su padre faltaba ellos se habían convertido, junto con su madre, en los
motores más importantes.
“Hola amore!! Acabo de salir me voy para casita que estoy deseando
descansar. Dime a qué hora mañana y me pongo el despertador. Me acaba de
escribir Iker, que viene ¡10 días! Estoy muy contenta. Hablamos luego. Besitos.
Tqm”
“¡Hermanitoooo! Salir de currar y ver tu mensaje no me puede hacer más
feliz. ¿Cuándo llegas? ¿Vienes con Alison? Muaaaaa”
Carlota llegaba a casa
cansada de tanta reunión en el trabajo, no le había dado tiempo ni a revisar
los correos del día. Era ejecutiva de cuentas de una de las agencias de
publicidad más importantes del país y el día que los clientes venían a preparar
nuevos proyectos era un sin parar de reuniones.
Llevaba unos días horribles,
desde que hacía un mes lo había dejado con Óscar, su novio, con el que había
estado seis años y conviviendo los tres últimos. La decisión fue mutua, ya no
se querían como antes, todo lo que hacían les sentaba mal y decidieron que lo
mejor era seguir con sus vidas por separado, pero aun así no estaba pasando
buenos días, ya que se había hecho a una vida cómoda con él y ahora tocaba
empezar de cero otra vez, otra vez…
Como estaban de alquiler, él
decidió quedarse allí y Carlota se tuvo que buscar algo, porque tampoco quería
volver con sus padres, aunque ellos insistieron mucho. Como tampoco quería
estar sola, se acordó de su amiga Marta que siempre le había dicho que no le
importaría compartir piso con alguien y así compartir gastos, con lo que la
llamó y en dos días estaba allí con todas sus cosas metidas en cajas.
Carlota y Marta se llevaban
genial, la verdad es que Marta hacía la vida muy fácil, si tenía ganas de
hablar hablaban, si no dejaba a Carlota su espacio.
—¿Qué tal ha ido el día
Carlota?
—¡Pues de locura! No salía
de una reunión y entraba en otra. Quince minutos he parado para comer un triste
sándwich de la máquina, vengo con la cabeza como un bombo. ¿Y el tuyo?
—El mío bien, como siempre
con los chiquitines, son una monada —Marta era profesora en una guardería—. Estoy
preparando la cena y he comprado Mateus, el vino que te gusta. ¿Te apetece?
—¡Ay Marta, me has leído el
pensamiento!
—Sandra, ¿sigues igual?
—Sí gordi, sí… No se qué
hacer. Creo que voy a esperar a quedar con Ana y ver qué opina.
—No es una mala idea, cuando
la veas coméntaselo. ¿Cuándo habéis quedado?
—¡El jueves que viene! Estoy
nerviosísima, han pasado casi diez años desde la última vez que nos vimos y no
fue la situación mas agradable que recuerdo.
—Ya, ya sé… Bueno, ya verás
como retomáis todo como si os hubierais visto antes de ayer.
—Ojalá Carlos, ojalá.
Ana llegó media hora antes.
Lo cierto es que estaba nerviosa, tenía tantas ganas de volver a ver a Sandri,
no podía creerse que después de tanto tiempo se volvieran a encontrar. Había
pensado muchas veces en ellas, en las cuatro, en los momentos tan buenos que
habían pasado juntas. Además ella con Sandra no tenía ningún problema, eran
Carlota y Leire las que montaron todo este follón.
—¡¡¡Anaaaaa!!! —gritó Sandra
desde la puerta.
Ana se levantó y se fue
corriendo a abrazarla.
—Madre mía Sandri, ¡¡estás
igual!!
—Eso me dice todo el mundo
—respondió riendo—. Pero, ¿y tú? Tú estás… ¡mucho mejor! Los años te han
sentado de maravilla.
Y así se pasaron dos horas
hablando de sus vidas, que parecieron cinco minutos.
—Ana, te quería comentar una
cosa.
—Dime.
—Además de tu número,
conseguí el de Carlota y Leire. He estado pensando todos estos días en crear un
grupo de whatsapp de las cuatro para contarles todo lo de mi boda y ver si
podemos quedar todas juntas.
—No se Sandri… Ya sabes el
mal rollo que tuvieron, y lo que generó entre todas.
—Ya… Pero han pasado muchos
años. ¿No crees que esas cosas se olvidan y se perdonan?
—Yo si lo haría, yo la
hubiera perdonado a los días, ya sabes como soy, además fue el hermano de
Leire, no ella.
—Ya, por eso… Ahora que
somos más mayores…
—Piénsalo Sandri, yo prometo
que si lo haces hablaré como la que más, aunque igual es mejor que hables con
ellas por separado primero, como conmigo.
—Pues sí, tienes razón. Por cierto,
viene Carlos a buscarme ahora que ha salido de jugar al Pavel con un amigo,
¿quieres venirte a cenar con nosotros?
—No se Sandra igual se me
hace muy tarde y mañana tengo que abrir la clínica.
—No te preocupes que no nos
iremos tarde, yo mañana tengo que ir a los estudios a primera hora también.
Además, es aquí al lado donde vamos.
—Venga, ¡que me animo!
¡Genial! Así conoces a
Carlos.
Leire ya estaba impaciente
por la visita de su hermano, quedaban unos días para su llegada y además venía
solo, por más que le preguntaba por Alison sólo recibía evasivas por su parte.
Pero a ella le daba igual, nunca le cayó muy bien aquella chica, así que si lo
habían dejado casi mejor, así podría tener a su hermano diez días para ella
solita.
Carlota seguía como loca con
el trabajo muchos proyectos nuevos y sin tiempo ni para pensar en Óscar ni en
nada relacionado con él.
Carlos llegó enseguida junto
con su amigo, un chico alto de pelo rizado y con unos ojos enormes. A Ana se le
fueron los ojos nada más verlo.
—Carlos, cariño, esta es Ana.
—Hola Ana. Ya era hora de
qué nos conociéramos, Sandra no deja de hablar de ti. Mira Sandra este es mi
amigo Jorge que se quedará a tomar algo con nosotros.
—¡Hola chicos! Encantada de
conoceros a los dos.
Después de una cena que se
alargó más de lo previsto, se notaba que los cuatro estaban a gusto juntos,
decidieron que era el momento de irse. Se despidieron y quedaron en volver a
repetir aquella cena.
—Oye Carlos.
—Dime gordi…
—¿No crees que Jorge y Ana
hacen buena pareja?
—¿Ya empiezas Celestina?
—Es que, no sé, me ha
parecido que había muy buen feeling entre ellos…
—Pues no sé Sandra, yo para
esas cosas ya sabes como soy, el último en enterarme siempre.
—Bueno, pues entonces déjalo
en mis manos.
—Hay que ver Sandra, ¡cómo eres!
Un tono, dos tonos, tres
tonos…
—¿Sí?
—¿Carlota?
—Sí, ¿quién es?
—Carlota, soy Sandra.
—¿Sandra?
—Sí Sandra, Sandri.
—¡¡¡Qué dices!!! ¡Madre mía
tía, cuánto tiempo! ¿Qué tal? ¿Cómo estás?
—Muy bien. ¿Y tú?
—Bueno… Me podría ir mejor,
pero la verdad es que no me puedo quejar.
—Genial Carlota. Oye, te
quería comentar una cosa, pero casi mejor que lo hago en persona, el otro día
vi a Anita.
—¿Sí? ¡Qué fuerte! ¿Y cómo
está ella?
—Muy bien también, ha
abierto una clínica veterinaria y está encantada.
—¡Jo, cuánto me alegro!
—Pues como te decía, ¿nos
podemos ver?
—¡Sí claro! Entre semana
estoy a tope de trabajo, pero si quieres el viernes podemos vernos por la tarde.
—Perfecto. Hablamos por
whatsapp y concretamos el sitio.
—OK, pues nos vemos el
viernes.
—Un besito.
Sandra el viernes estaba más
nerviosa si cabe. Con Ana había salido todo genial ya que con ella no tuvo
ningún problema, en realidad Sandra nunca tuvo ningún problema con ninguna,
fueron Carlota y Leire las que liaron todo y eso era mejor hablarlo en persona
que por teléfono.
Carlota entró al bar
acaparando las miradas de todo el mundo, ella siempre había sido una chica muy
guapa pero ahora estaba espectacular, llevaba una falda de tubo con una blusa
semitransparente y unos taconazos de infarto, una coleta alta y un maquillaje
perfecto. Arrastraba un carrito con su portátil, lo que quería decir que la
jornada de trabajo se le había alargado más de lo previsto.
—¡Sandri! —gritó al ver a su
amiga de la infancia sentada al final del bar.
—¡Carlota! ¡Estás guapísima!
—¡Ay Sandri, ni tiempo me ha
dado de pasar por casa! Vengo directamente del trabajo.
—Pero si estás genial.
—Gracias, tú también estas
muy guapa.
Y se fundieron en un abrazo
de esos que curan todo.
Con una copa de vino en la
mano de Carlota y una cerveza en la mano de Sandra se pusieron al día de sus
trabajos y familia.
—Y bueno Carlota, ¡al año
que viene me caso!
—¡¡Qué dices!! ¡Enhorabuena!
No sabes cuánto me alegro, y por lo que has contado Carlos parece un tío genial.
—Sí, sí lo es… Pero además
quería decirte que me encantaría que ese día me acompañarais.
—Sí claro Sandri, ¡cuenta
conmigo! Anita también irá ¿no? ¿Y...?
—¿Leire?
—Sí.
—No he hablado con ella aun
pero mi intención es quedar con ella también.
—No sé si tengo muchas ganas
de volver a verla…
—Carlota, eso pasó hace
muchos años. Fue una pelea de adolescentes sin importancia.
—Ya… pero se puso del lado
de su hermano antes que del mío, cuando todas aquella noche vimos lo que pasó.
—Pero tampoco pudimos
escuchar la versión de Iker y ella sí.
—A mi ya no me valía ninguna
versión porque lo vi con mis propios ojos. De todas maneras Sandri yo lo haré
por ti, porque después de tantos años te sigo queriendo igual, pero tampoco me
pidas que la reciba con la mejor de mis sonrisas.
—Te entiendo Carlota. Yo lo
único que quiero es que ese día podáis estar todas.
—¡Cuenta conmigo! Allí
estaré con mis mejores galas.
—¡Qué bien! —respondió entre
risas.
Y así quedaron Carlota y
Sandra en seguir hablando y viéndose. Carlota le pidió el número de teléfono de
Ana para poder hablar y volver a verla también. Pero Sandra tenía otro plan que
poner en marcha, intentar que Carlota y Leire hablaran antes de su boda.
—¿Diga?
—¡Uy! ¿Te pillo durmiendo?
—¿Quién eres?
—Leire, soy Sandra.
—¿Me quieres vender algo?
—¡No! —negó a carcajadas
ante el aturdimiento de su amiga—. Soy Sandra, Sandri, del cole.
Leire se levantó de un
respingo de la cama y miró el teléfono como si este le pudiera dar alguna
explicación.
—¿En serio?
—¡Y tan en serio!
—¿Y cómo has conseguido mi
número? Lo cambié hace tiempo…
—Pero el de casa sigue
siendo el mismo. Hablé con tu madre hace unos días.
—Ah, y no me dice nada la
tía.
—Le pedí yo que no te dijera
nada, que pronto te llamaría.
—Sandri, Sandri, tú y tus
cositas, veo que no han cambiado.
—Ya sabes Leire que eso es
imposible para mí. Te llamaba para ver si podíamos quedar un día.
—¡Sí claro! Lo malo es que
trabajo en un restaurante y los horarios que tengo son siempre al revés del
mundo.
—Bueno, pero hay algún día
que libras, ¿no?
—Sí, normalmente lunes y
jueves.
—Yo salgo a las seis de
trabajar, así que podemos quedar sobre esa hora un día, ¿te parece?
—¡Genial!
—Mañana viene mi hermano y
no puedo, pero el jueves nos vemos.
—¡Hecho! Nos vemos guapa.
—Un besito.
Ahora sí que Sandra estaba
nerviosa, era la última que le quedaba por hablar, con Ana había sido todo muy
sencillo, con Carlota un poco menos pero al final también, pero Leire era la
más cabezota de todas, a la que más le costaba entrar en razón siempre.
Por lo que la madre de Leire
le había contado, Iker, el hermano de Sandra estaba trabajando en Edimburgo
desde hacía tres años y ahora estaba en la ciudad de vacaciones. La cabeza de
Sandra no dejaba de maquinar sin parar.
Sandra llegó con el tiempo
justo, por muy nerviosa que estuviera por quedar con ella, siempre se
entretenía más de la cuenta en llegar a los sitios y como consecuencia o
llegaba justa de tiempo o tarde. Carlos se desesperaba….
Mientras tanto Ana recibe un
whatsapp:
“Hola guapa. ¿Qué tal todo?”
“¿Quién eres?”
“Pensé que Sandra te había dado también mi teléfono a ti…”
“Eh, no…”
“Soy Jorge, el amigo de Carlos.”
“Esta Sandra…”
«Siempre igual», pensó Ana,
pero evitó escribirlo.
“Jajaja, sí, como es, ¿eh?”
“Me dio tu número para ver si te apetecía venir a ver un partido de
fútbol porque tengo entradas y Carlos no podía venir y me dijo que tú eras muy
futbolera…”
“Ah sí… ¡Vale! ¡Me apunto!”
La verdad es que Ana tenía
muchas ganas de volver a ver a Jorge, desde el día que se conocieron había
pensado en él mas veces de las que le hubiera gustado reconocer.
—¿Leire? ¿Eres tú?
—Sandra, ¡sí!
—Madre mía, no te había
reconocido con ese corte de pelo. ¡Te queda genial! ¿Qué has hecho con tus
ricitos?
—Ya ves, renovarse o morir
dicen, ¿no? Pero, ¡si tú estás igual!
—Eso mismo me dijo Ana
—respondió divertida.
—¿Qué has visto a Anita?
—¡Sí! Hace un par de
semanas.
—¿Y a Carlota?
—También…
A Leire le cambió la cara,
no sabía que le habría contado ni de qué habrían hablado, no sabía ni siquiera
si quería saberlo… Así que rápido cambió de tema y se pusieron a hablar de todo
un poco.
Siguieron hablando y
hablando, pero Sandra no sabía como sacar el tema, así que finalmente lo hizo
sin pensarlo mucho.
—Leire, al año que viene me
caso y quiero que vengáis todas y cuando digo todas es todas.
—Ya…
—¿Es lo único que me vas a
decir?
—¿Qué ha dicho ella?
—¿Quién, Carlota?
—Sí
—No quiero que vengas o no
por lo que ella haya dicho. Leire, esto pasó hace diez años, diez años en los
que no sabemos nada la una de la otra. Y sólo os pido que ese día me
acompañéis.
—Ya Sandri, sabes que yo soy
muy cabezota, que no entendí nunca a Carlota. Si es verdad que todas vimos lo
que pasó pero no le dio a mi hermano ni una oportunidad para explicarse y
créeme que si lo hubiera escuchado todo habría sido distinto, se cerró en
banda, no le cogía las llamadas ni le contestaba a los mensajes. Mi hermano
estaba desesperado Sandri, nunca lo había visto así.
—Leire, yo no quiero meterme
en eso… Entiendo que cada una tenéis una versión distinta y que ese día os dijisteis
cosas muy feas que nos afectaron a todas, tanto que no nos hemos vuelto a ver,
aunque Ana y yo no tuviéramos nada que ver.
—Ya lo sé… Bueno, para la
boda aún queda mucho así que vamos a seguir viéndonos y hablando y así cuando
llegue el momento de tomar la decisión todo será mucho más fácil.
JUNIO 2004
—¡¡Hoy salimos a celebrar
que hemos terminado el insti y lo que es mejor, la selectividad!! —dijo Leire,
la mas fiestera del grupo.
—¡¡Sí!! —gritaron todas al
unísono.
—Una cosa os voy a decir:
Sandra, nada de llamar a Alberto, y Carlota tampoco a Iker por muy hermano mío
que sea.
—¡¡Hoy solo chicas!! —dijo
Carlota.
—¡¡Eso eso!! —dijeron todas.
—Alberto ya está avisado,
pero ya sabéis como es, me la ha liado en cuanto se lo he dicho. Pero me da
igual…
—Desde luego Sandri, ese
chico no es para ti —dijo Ana.
Quedaron en ir a cenar, como
no tenían mucho dinero y si querían salir también de copas, fueron al chino del
barrio a cenar un poco de arroz tres delicias y unos rollitos de primavera. Les
habían hablado de una discoteca que estaba muy de moda, con mil plantas y hasta
cine y karaoke, ¡¡lo más!! Así que salieron las cuatro con sus mejores galas
para pasar una noche para el recuerdo… ¡Y no sabían cuanto!…
Después de cenar compraron
una botella de vodka y otra de limón y se fueron al parque de enfrente de la
discoteca a hacer botellón. Entraron con unas ganas locas de bailar y se
dirigieron sin más hacia la pista. Bailaron durante horas y lo pasaron mejor
que bien, salir las cuatro después de toda una vida juntas era lo mejor que les
podía pasar.
Cuando llevaban un buen rato
bailando sin parar decidieron descansar un rato ya que el dolor de pies
empezaba a hacer mella en todas, decidieron ir a cambiarse los zapatos por unas
manoletinas que todas habían llevado para que nada les pudiera amargar aquella
noche. En ese momento, cuando iban hacia unos sofás que había en una de las
plantas, vieron a un chico de espaldas que les resultó muy familiar y como una
chica se lo comía a besos.
—Vaya, vaya… Cómo se lo están
pasando, ¿no? —dijo Carlota.
Todas rieron.
Cuando el chico se dio la
vuelta la cara de todas fue un poema, ninguna habría imaginado que sería Iker
el que estaba en actitud más que cariñosa con esa chica…
Carlota no pudo contener las
lágrimas que empezaron a brotar de sus ojos. Todas la miraron y Leire con la
cara encendida por la ira se fue hacia él.
—¡Qué cojones estás
haciendo! —le dijo dándole un empujón.
—Eh Leire, no es lo que
parece…
—¿Cómo que no es lo que
parece? Si te acabamos de ver, ¡las cuatro!
—¡Qué no Leire! Déjame que
te lo explique, ¿dónde está Carlota?
Los dos se volvieron y
vieron como Carlota se iba corriendo en dirección a la salida y Ana corría tras
ella. Sandra se había quedado mirando la escena de los hermanos.
—¡Qué me vas a explicar! ¿Eh?
¡¡Dime!! ¡¡El qué!! ¡¡Me voy!! ¡Ya en casa hablaremos de todo esto!
Iker se quedó parado, como
si estuviera congelado, no podía mover los pies, quería salir corriendo detrás
de ella pero no podía, no podía.
Sandra y Leire llamaron a
Ana, que les dijo que cogieran un taxi y fueran hacia su casa, ellas ya estaban
de camino. Todas iban a dormir allí porque los padres de Ana se habían ido a
pasar el fin de semana al pueblo.
Cuando estuvieron las cuatro
juntas para Carlota no había consuelo, sólo lloraba y lloraba… Intentaron
calmarla pero siguió llorando hasta que se quedó dormida. Su teléfono no dejó
de sonar durante horas, llamada tras llamada de Iker. Pero ella se prometió que
aunque le costara, él nunca volvería a saber nada de ella.
Leire entró en casa como
alma que llevaba el diablo y fue directa a la habitación de su hermano. Su
madre sin saber que pasaba intentó preguntarle a lo que Leire respondió:
—¿¡Dónde está ese cabrón!?
¡¡Me va a oír!! ¡¡Me va a oír!!
—Leire cálmate, no sé que ha
pasado pero es tu hermano, ¡por el amor de Dios!
—¡Déjame mamá, necesito que
me explique muchas cosas!
Iker estaba tirado en la
cama con la cara hinchada de tanto llorar, para él tampoco había sido una buena
noche.
—¡¡Tú!! ¡¡Se puede saber qué
coño estabas haciendo ayer!! ¿Pero es que te has vuelto loco?
—Leire, déjame que te
explique por favor.
—Pues ya puedes ser muy
convincente porque lo vi con estos ojitos —dijo señalándose con los dos índices
a los ojos.
—Leire, ayer quedé con mis
amigos de la universidad, estuvimos bebiendo en casa de uno de ellos, chicos y
chicas, había mucha gente, gente que no había visto en mi vida. Cuando ya nos
habíamos bebido todo alguien dijo de ir a la discoteca, bueno ya sabes cuál es,
en la que estabais vosotras, yo ni sabía donde habíais ido, Carlota ni me lo
comentó.
—Ah, ¿y te pareció bien
retozar con otra pensando que no ibas a ver a Carlota, no?
—No, de verdad… —dijo Iker
entre sollozos—. Yo no me encontraba bien y cuando estaba en la puerta dije que
me iba a casa, pero una de las chicas me agarró del brazo y tiró de mí hacia
dentro. De verdad me encontraba fatal, no sabía que me pasaba, era una
sensación que no había sentido nunca…
—No inventes Iker, no
inventes…
—¡Qué no invento, joder
Leire! Deja que termine de contarte y luego juzgas por ti misma. Así que entré,
fuimos a subir de planta y unos de mis amigos entraron al baño, cuando yo fui a
entrar la misma chica que me agarró en la entrada se abalanzó sobre mí… Yo
intenté quitármela de encima pero estaba raro, mi cuerpo no respondía como yo
quería y entonces… Bueno, ya sabes tú que pasó, aparecisteis vosotras.
—Vamos a ver Iker, ¿me
quieres decir que tengo que creerme que no sabías lo que hacías? ¿Qué te
drogaron o qué sé yo? ¿Para qué te perdone? O lo que es peor, ¿para que te
perdone Carlota? ¡¡No lo hará en la vida!!
—Tengo pruebas Leire. Ayer
no sabía que hacer, me quedé parado, no pude ni correr detrás de Carlota, no
era capaz de pensar. Cuando me encontré algo mejor y con mas lucidez es cuando
empecé a llamarla, pero bueno, como sabes no ha contestado a ni una de mis
llamadas ni de mis mensajes. Sé que no es una historia creíble con lo que en
cuanto pude moverme de allí me fui al hospital y me hicieron análisis de sangre
y han dado positivo en no sé qué mierda, míralos tu misma aquí están —Leire se
puso a leer con detenimiento sin articular palabra—. Además me mandó un mensaje
una de sus amigas diciéndome que perdonara a su amiga que se le fue de las
manos, que me echaron eso en la bebida y que a ella le gustaba desde hace mucho
tiempo, pero como yo ni si quiera la miraba vio la oportunidad perfecta. ¡Joder
Leire yo quiero a Carlota! ¡Es la mujer de mi vida! No puedo estar sin ella,
tienes que ayudarme por favor.
—A ver Iker, eres tonto
perdido. ¡Eso te lo tengo que decir! Pero de lo bueno que eres... Que eso de
las drogas me creía que solo pasaba en las películas. Déjame que piense qué
podemos hacer… Si Carlota no te coge el teléfono iré yo a hablar con ella con
todas las pruebas.
—¡Gracias hermanita! ¡Eres
la mejor!
Leire llamó primero a Ana y
luego a Sandra para contarles lo que le había dicho su hermano y ellas algo
incrédulas accedieron a quedar las cuatro para contárselo a Carlota, a su
hermano no querría verlo pero a ella la podía escuchar. Quedaron en el parque donde
siempre se reunían después de las clases y los fines de semana. Carlota bajó
con unas gafas de sol puestas ya que sus ojos estaban hinchados de tanto
llorar. Estuvieron hablando un rato de cosas sin importancia hasta que Leire
empezó a decir:
—Carlota, he hablado con mi
hermano.
—No quiero saber nada de él,
creo que os lo he dejado bien claro a todas.
—Pero, en serio, escúchame,
no es lo que viste.
—¿Qué no es lo que vi? Bueno,
que lo vimos las cuatro. ¡¡Las cuatro!!
—Sí, ya, pero déjame que te
explique.
—Que he dicho que no. Que no
quiero saber nada de él, accedí a bajar si no hablábamos del tema, pero a ti
eso te da igual, ¿no?
—Carlota, escúchame de
verdad…
—Que no Leire, que no.
—¿No vas a escucharme? ¿Ni a
darle el beneficio de la duda?
—¿Pero te estoy hablando en
otro idioma? No quiero saber nada de él, me ha roto, estoy rota por dentro y
por fuera. ¡Se acabó!
—Carlota, no seas niñata y
escucha lo que tengo que decirte ya que a él no lo vas a escuchar.
—¿Niñata? ¿Y tú que eres?
¿Pensando en salir de fiesta todo el día a ver a quién te ligas?
—¿Cómo dices?
—¡Lo que oyes! No tienes
otro tema que no sea si te vas a emborrachar o con cuantos tíos te has liado, y
¿sabes qué? ¡Me importa una mierda!
— ¿Ah sí? Tú sigue creyéndote
todo como cuando teníamos diez años, que te va a ir de puta madre en la vida. Y
casi que me alegro de que no quieras saber nada de mi hermano porque al final
lo dejarías tirado como una colilla por tus caprichos de niñata consentida y
malcriada.
—Pues prefiero estar sola
que con él, que a saber con cuantas más me lo ha hecho. ¡Desde luego, tienes a
quien parecerte!
Y sin decir más las dos se
dieron la vuelta y se fueron cada una por su lado. Sandra y Ana no supieron que
hacer, si seguían a una la otra se ofendería y viceversa. No se decantaron por
ninguna. Con lo que se quedaron sentadas en un banco sin hablar de lo que había
pasado hasta que cada una se fue también a su casa.
JUNIO 2014
—¡Carlos!
—¿Qué tal? ¿Cómo te ha ido
con Leire?
—No fue mal… Ella es muy
cabezota, y aunque pasó hace mucho no olvida como estuvo su hermano después de
dejarlo con Carlota. Pero bueno, tengo un plan que espero que me salga bien.
—Uy, miedo me das… —entre
risas.
—Tú calla y atiende.
Leire salía de trabajar y
había quedado con José y su hermano para ir a cenar ya que tenía la noche
libre, pero cuando salió ellos no habían llegado aún y se sentó en una terraza
a esperarlos.
Ana y Sandra habían quedado
para irse de compras toda la tarde y a última hora, reventadas de tanto andar,
decidieron tomarse algo y llamar a Carlota ya que estaban cerca de su trabajo y
seguro que todavía estaba allí entre proyectos.
—¡Hola guapa!
—¿Qué tal? ¿Currando?
—Sí, pero ya termino. ¡Menos
mal!
—Pues mira que bien, porque
Sandra y yo estamos sentadas en una terraza al ladito de tu trabajo, así que
apaga todo y bájate que te esperamos.
—¡Genial! ¡Necesito una copa
de vino, ya! Ahora os veo.
Sandra y Ana daban palmitas
al ver que su plan podría surtir efecto.
José había quedado con Iker
antes, con la excusa de que quería ver un coche nuevo que estaba interesado en
comprar y así poder entretenerlo, mientras las chicas actuaban.
En diez minutos Carlota
estaba con su copa de vino en la mano y riéndose con las chicas.
Leire llamaba a José y a su
hermano y ninguno le cogía el teléfono hasta que recibió un mensaje que ponía:
“Nos retrasamos un poquito, ve yendo al Bar Olín que tiene una terraza
muy grande y espéranos, no tardamos nada. Lo siento peque, te vemos ahora.”
Leire se terminó su cerveza
y fue hacia el otro bar que estaba dos calles más abajo. Cuando llego oyó unas
risas que le resultaban muy familiares y al fondo, en una de las esquinas de la
terraza vio a Ana y Sandra riéndose como cuando tenían dieciocho años. Se
acercó a ellas.
—¡Hola chicas! ¡Qué
casualidad!
—¡Hola Leire! Pues sí, qué
casualidad —entre ellas se guiñaron el ojo.
—He quedado aquí con José e
Iker pero se retrasan, ¿puedo? —señaló a una silla.
—Claro que sí.
Carlota salía secándose las
manos del baño cuando vio que con Sandra y Ana había alguien más que no llegaba
a reconocer, conforme se iba acercando su voz le resultaba familiar.
Cuando ya se encontraba al
lado de la mesa Leire se giró y por fin pudo reconocerla, estaba distinta pero
la cara seguía siendo la misma. Las dos se quedaron sin habla, mirándose de
arriba abajo y luego miraron a Sandra y a Ana que estaban mirándolas como si de
una película se tratara.
—¿Esto ha sido cosa vuestra?
—dijo Carlota.
—Ah no, no —dijo Sandra.
—Leire ha quedado aquí, y
mientras espera se ha sentado —dijo Ana.
—¿Entonces? ¿Habíais quedado
las tres? —dijo Leire.
—Es que Carlota trabaja aquí
al lado y la hemos llamado para que se despejara y se tomara algo —comentó
Sandra.
—Bueno, yo me voy yendo que
mañana madrugo —dijo Carlota.
—Sí, ahora que te hemos
pedido otro vino, ¡no te vas a ir! —le gritó Ana.
—Pues chicas, yo me voy ya
entonces —dijo una Leire nerviosa.
—¡Otra igual! Pero si tienes
que esperar aquí. ¡Que más te da! —volvió a gritar Ana.
—Venga chicas, que estamos
las cuatro. ¡Dejemos atrás lo que pasó y comencemos de cero! Por los viejos
tiempos aunque sea… —replicó Sandra.
Al final las dos accedieron
y cada vez la velada se iba haciendo más agradable, parecía que no hubiera
pasado el tiempo. Hablaron de todo, menos de lo que pasó aquel día.
—Chicas voy al baño otra
vez. ¡Madre mía, no se las veces que voy al cabo del día! —dijo Carlota.
Al entrar al bar Carlota vio
una silueta que ella ya había visto antes, alto, delgado, pelo revuelto… Llevaba
una camiseta de manga corta que se le ceñía al cuerpo, unos vaqueros caídos y
unas Converse.
Cuando se dio la vuelta el
corazón se le paró, sus miradas se cruzaron y no pudieron hacer otra cosa que
mirarse durante segundos o quizás minutos… Hasta que él fue quién dio un paso
hacia delante y consiguió decir:
—Hola Carlota.
—Hola Iker.
Otra vez ese silencio
incómodo, las manos temblorosas, las gargantas secas…
—¡Iker! ¿No presentas? —dijo
José desde la barra.
—Eh… Carlota, este es José
el novio de Leire. José, esta es Carlota, amiga de Leire y bueno…
—Encantada… Bueno yo iba al
baño si me dejáis pasar…
—Ah sí, claro, pasa, pasa —dijo
Iker mucho más que nervioso.
La siguió con la mirada
hasta el baño, la encontró igual de guapa que siempre, más mayor pero con los
mismos ojos que lo enamoraron cuando era un crío. El corazón se le iba a salir
del pecho, no sabía cómo pero tenía que conseguir volver a hablar con ella.
—Iker, ¿esa que ha entrado
es…?
—Sí José, Carlota, la chica
con la que estuve amiga de Leire.
—Y te quedas ahí plantado y
no le dices nada más que… “ah sí claro, pasa pasa”.
—Me he quedado helado, no
esperaba encontrármela aquí.
—Bueno, pues yo salgo a
fumar y a ver a Leire, que estará pensando que nos hemos perdido o algo. Y tú, ¡haz
lo que tienes que hacer!
Iker vio salir a Carlota del
baño, iba mirando su móvil para no tener que volver a cruzar las miradas. No
quería hablar con él, no por rencor, ya que pasó hace tanto tiempo que cuando
lo vio no sintió eso, sino porque su corazón cuando sus miradas se cruzaron
volvió a latir como a los dieciséis años en el momento que Iker la besó por
primera vez.
—Eh… Carlota… —dijo Iker
titubeante cortándole el paso.
—¿Sí? —dijo ella dando un
paso hacia atrás.
—¿Qué tal todo? —no sabía
cómo empezar a hablar con ella, parecía que había vuelto al día en el que le
dijo con dieciocho años cuánto le gustaba.
—Pues bien… ¿y tú? —Carlota
estaba muy nerviosa, por una parte quería seguir hablando con él, su primer
amor, ahora todo un hombre de treinta años, por otra parte los recuerdos de
aquella noche le venían a la cabeza.
—Bien, he venido de
vacaciones. Estoy viviendo en Edimburgo, llevo allí ya tres años, ¿y tú?
¿Cuéntame que tal todo?
—Trabajo aquí al lado, las
chicas me llamaron y me pasé a tomar algo. Me he encontrado a tu hermana aquí
también, pero no sabía que también me encontraría contigo.
—Ha sido una casualidad, yo
había aquí quedado para cenar con ella y su novio.
—Bueno, tengo que salir, me
están esperando.
—Creo que nos están
esperando en la misma mesa —dijo mirando a través de la cristalera, comprobando
que las chicas y José estaban juntos tomando algo—, así que salgo contigo.
Cuando salieron todos se
volvieron a mirarles. Leire se extrañó de que los dos salieran con una sonrisa
en la cara, ¿de qué habrían hablado? Después de tanto tiempo sin verse y de lo
que habían pasado, pero había sido hace muchos años y no tenía sentido que se
pelearan, ni tenía sentido que ella estuviera dolida por lo que se habían dicho
aquel día, eran unas niñas y estaban muy cabreadas ambas. Había pasado tanto
tiempo y se sentía tan bien con ellas…
—Venga, venga, sentaros —dijo
Sandra.
Los dos se miraron y se
sentaron uno enfrente del otro.
—Estoy muerto de hambre —dijo
José—. ¿Pedimos algo de picar?
Terminaron los 6 cenando juntos, entre risas y contando
batallitas de los años de instituto. Pero llegó el momento de despedirse…
Iker quería conseguir el
número de Carlota, no quería volver a Edimburgo sin volver a verla, sin poderle
explicar, aunque diez años después la verdad de aquella noche…
Mientras todos se despedían
Iker apartó a Carlota a un lado.
—Carlota, ¡me he alegrado
tanto de volver a verte! Vuelvo a Edimburgo en una semana, pero me gustaría que
nos viésemos antes.
—Iker, no sé si eso es buena
idea… —aunque su cabeza decía eso su corazón deseaba lo contrario.
—Por favor, un día, un café
y ya está, me volveré, y si no quieres no nos volveremos a ver más.
Carlota buscó en su bolso y
le tendió una tarjeta en la que venía su número de teléfono.
Los demás quedaron en
volverse a ver otra vez, esta vez para que conocieran a Carlos, que había
tenido torneo de Pavel y no había podido acercarse a cenar con ellos.
—¿Sí?
—Hola…
—¿Iker?
—Sí, soy yo… ¿Qué tal?
—Bien, terminando de
trabajar.
—¿Qué te parece si me acerco
y nos tomamos ese café?
—Son las ocho de la tarde…
—O una copa de vino si
prefieres.
—Bueno no sé… Estoy cansada…
—No me vale un no, ya estoy
debajo de tu trabajo.
—¿Pero, cómo?
—Me dijiste que trabajabas
al lado del bar donde estuvimos el otro día, no me ha sido difícil averiguar
donde era.
—OK, dame diez minutos y
bajo.
Carlota, más nerviosa de lo
que nadie se pudiera imaginar, entró al baño a arreglarse un poco el pelo y el
maquillaje. No era su mejor día pero algo podría hacer con aquel pelo y aquella
cara…
Iker esperando en la puerta
tocándose el pelo continuamente, no sabía que pasaría aquella noche, sólo
quería pasar un rato con ella, volver a verla, reírse con ella como en los
viejos tiempos.
—Hola Iker.
—Hola Carlota, estás
guapísima.
—Gracias…
El camino hasta el bar se
les hizo eterno, no sabían de qué hablar, quién de los dos iba a empezar
aquella conversación pero seguro que ese día saldría a la luz. Tomaron varias
copas de vino, pidieron algo de cenar, se pusieron al día de todo: trabajos,
familia, Óscar, Alison…
—Lo siento Carlota.
—¿El qué?
—Que siento lo que pasó
aquel día, que siento no haber salido corriendo detrás de ti, no presentarme en
tu casa para darte las explicaciones que te merecías, fui un cobarde al mandar
a mi hermana, y al final yo te perdí y ella también, no os merecíais eso.
—Iker me sentí engañada,
traicionada, tú fuiste mi primer amor, mi príncipe azul, creí que nunca lo iba
a superar ni encontrar a nadie como tú…
—Carlota, el de aquella
noche no era yo… Me drogaron, no sabía lo que hacía, no era consciente de mis
actos, tenía pruebas, quería enseñártelas.
—Tranquilo. No hace falta
que ahora me des explicaciones, yo también tuve algo de culpa por no querer
escucharte, pero tenía dieciocho años, probablemente hoy por hoy las cosas
hubieran sido distintas.
—Carlota, cuando te vi el
otro día… No puedo explicarte lo que sentí, volví a tener veinte años, volví a
los años contigo… Ahora entiendo cuando dicen que el primer amor nunca se
olvida.
—Cuando yo te vi sentí que
eras tú, que nunca he encontrado a nadie porque tú eres mi otra mitad… Lo que
me ha faltado todo este tiempo.
No tuvieron que decir nada
más sus labios se encontraron, en el beso más romántico y apasionado que se
habían dado jamás.
—Carlota tengo que coger el
vuelo…
—¿Por qué te tienes que ir?
—Tengo que arreglarlo todo
con la empresa allí, pedir de nuevo el traslado, no sé cómo les va a sentar o
si tendré que bajar de categoría para poder volver. ¿Por qué no te vienes tú
allí?
—Ya lo hemos hablado cari,
no puedo dejar el trabajo aquí y mi inglés no es demasiado bueno, no podría
encontrar una cosa igual allí…
—Ya pequeña… Déjame que
solucione todo, no creo que sean más de un par de meses. Pero prometo venir a
verte en cuanto pueda y te espero allí, ¿eh? Tienes que conocer la ciudad, es
preciosa.
—¡Estoy deseando ir!
Y así se despidieron después
de pasar los mejores cinco días de sus vidas, dispuestos a retomar lo que
dejaron aquel Junio de 2004, pero ahora con las cosas más claras y empezando
desde cero.
ABRIL 2015
—Sandri, ¡¡estás preciosa!! —gritó
Leire desde la puerta.
—Preciosa no, ¡¡lo siguiente!!
—le siguió Ana.
—No tengo palabras… —dijo
Carlota con lágrimas en los ojos.
—¡¡Gracias chicas!! ¡¡Pero
vosotras estáis increíbles!! ¡¡Y yo
atacada!!
Por fin había llegado el día
más importante en la vida de Sandra y ahí estaban las cuatro en su casa,
dispuestas a ponerle los pendientes que le habían regalado para aquel día y
hacerse fotos todas juntas. Como en los viejos tiempos. Como si nada hubiera
pasado.
Llegaron a la iglesia muy
nerviosas pero ahí estaban ellos, José con su traje azul marino y su pajarita
de lunares, Jorge con su traje negro y su corbata azul cielo e Iker con un
traje gris oscuro, camisa blanca y corbata negra… ¡¡Impresionantes!!
Carlos llegó más nervioso
casi que Sandra, saludó a todos y esperó a que llegara el coche con la que en
unos minutos se convertiría en su mujer.
En la celebración Carlos y
Sandra se acercaron a brindar con ellos a la mesa y levantando todos las copas
brindaron.
Porque las amigas son como
las estrellas aunque no las veas sabes que siempre están ahí.
Rebeca Fernández Gaspar
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