XIII. Yo puedo.
-¿Qué coño haces, Olga? ¿No crees que ya
has hecho demasiado? Déjame en paz, y métete en tus asuntos, que no son pocos
tampoco.
Olga, se sintió acorralada. No esperaba
que después de tanto tiempo sin hablar, fuese allí delante de la puerta del
hospital donde iban a resolver sus asuntos.
-Mira Ana, no es sitio ni horas para que
tengamos esta conversación.
-¿Conversación? ¿Contigo? Sólo quiero
marcarte los límites de mi vida. Y recordarte que tú ya los has sobrepasado ¡y
de qué manera! Ni tú debías de sacar conclusiones de una situación en la que no
debías de haber visto ni Ramón debería de haberse creído tus suposiciones. Así,
que sí. Vamos a dejarlo. Pero te aviso Olga, ¡sal de nuestras vidas!
Ana, dejándole con la palabra en la boca,
dio media vuelta y con paso firme entró por la puerta del hospital y siguió
hasta los ascensores. Entró y le dio al botón mientras respiraba hondo por el
trago que acaba de pasar. Cuando ya las puertas metálicas del ascensor se
cerraban, una carpeta golpeó en el sensor, y se abrieron de golpe.
-¡Otra vez tú! –Gritó Ana.
-Sí, Yo. No creas que puedes decirme eso,
y que todo termine. Tú también tienes que escucharme.
-No, ya hemos hablado todo lo que tú y yo
teníamos que hablar.
-De eso nada. Quiero saber, necesito
saber. Te conozco hace años, y sé que estas embarazada.
Mientras las puertas volvían a cerrarse,
Ana, atemorizada por si su secreto podía ser desvelado antes de hora, empujó a
su compañera de trabajo contra los botones del ascensor. Clavó sus ojos a menos
de un palmo de los de Olga, y con un tono muy subido contestó.
-Si fuese el caso, sabría de quien es. De
mi pareja. Estoy segura. Así que te repito. ¡Sal de nuestras vidas!
Volvió a dejarle con la palabra en la
boca y echó a andar hacia la habitación de Pedro. A los pocos pasos, se giró y
vio que no había nadie detrás. Por fin le había dado esquinazo. En ese momento
el busca de Ana sonó. Pensó leerlo en cuanto llegase a la habitación, llevaba
demasiadas cosas en las manos.
Iba muy nerviosa, así que dio media
vuelta, y cruzo hasta los baños. Necesitaba hablar con Sandra. Allí, una arcada
cogió fuerza, y con el móvil en la mano, experimentó el primer síntoma claro
del embarazo.
Sandra, enseguida le contestó. Le dijo
que había hecho muy bien al dejarle las cosas claras a Olga, pero que no se
tenía que alterar. Estaba de camino al Hospital, en unos minutos, hablarían
tranquilamente.
Ana, ya con la bata, y el busca en el
bolsillo, pasó a ver a Pedro.
-Buenos días, Peter-. Con una maravillosa
sonrisa.
-Buenos días cariño. Como echaba de menos
escucharte cada mañana. ¿Has descansado?
-Hola otra vez, Mario. Sí, he descansado.
-Tienes mala cara. ¿Ha pasado algo?
Ana miró a Mario, que estaba con cara de
preocupación, y después mirando a su pareja, le dijo.
-No, nada. Acabo de coincidir con Olga, y
eso todavía no lo he superado.
Mario, con cara de sorprendido, pues no
sabía nada de lo que estaba pasando, preguntó a ambos, sin obtener respuesta de
ninguno. Sólo unas miradas que le dejaron claro, que había algo que no sabía, y
que había ocurrido durante su estancia en Londres.
En estas, entraron en la habitación Irene
y Sandra, y explicaron que Antonio, seguía dando vueltas con el coche.
Mario, se presentó a las dos mujeres que
habían entrado a la habitación, y puso algo más de ímpetu al saludar a Sandra.
-Mario, es mi hermana, le dijo Pedro
cabeceando. Y ella, mi madre.
-Solamente pretendía ser educado… -Dijo
él entre risas y sin quitarle ojo a Sandra.
-Ana, hija. ¿Has desayunado? Te veo mala
cara.
-Sí, Irene, no te preocupes-cogió la mano
de Pedro.-Me voy a ver a mis pacientes, aunque dejo a mi preferido en buenas
manos. Sandra, en cuanto de la primera
ronda, si te apetece, echamos un café y te cuento novedades.
-Claro. Avísame y bajo a verte-dijo
Sandra echándole un beso.
Ramón, enfadado pero en el fondo
ilusionado, arrastraba una silla de
ruedas en la que iba una señora de edad avanzada que no dejaba de hablar.
Llevaba en sus rodillas un montón de papeles y los sobres típicos de las
radiografías. Iban camino de rayos, y Ramón solo pensaba que Ana estaba de
turno, igual tenía otra oportunidad de abordarla y volver a preguntarle.
Ramón colocó a la señora de la silla de
ruedas en una esquina de la sala de espera, cogió los papeles y los sobres, y
entró por la puerta que comunica con las salas de rayos.
Allí estaba Ana, con una coleta y unos
cuantos mechones que caían sobre su dulce cara. Estaba leyendo unos informes
sin darse cuenta de quien se acercaba a ella. Sonó de nuevo el busca, pero en
ese momento, al levantar la cabeza de
los papeles, vio que Ramón se acercaba. Sin darle tiempo para reaccionar, fue
ella la que se encaró con él y le dijo.
-Tenemos que hablar. Cuando salgamos, te
espero en el Rock & Blues. Esto tiene que terminar Ramón.
Él que no esperaba que fuese ella quien
tomase la iniciativa de quedar para hablar y despejar dudas, se quedó
paralizado y balbuceando le dijo que se verían allí.
Sandra, Mario, Pedro y su madre, seguían
de cháchara en la habitación cuando oyeron que alguien tocaba la puerta
pidiendo permiso para entrar. Eran el director del hospital, el médico
forense y un señor de traje con un
maletín. Dirigiéndose a Pedro, el director le dijo.
-Buenos días-alargando su brazo hacia
Irene y ofreciéndole un apretón de manos, repitió.-Buenos días.
Las caras de la madre y la hermana de
Pedro, eran un poema. Ellas se miraron y en ese momento recordaron a la
exagerada señora de hijo quisquilloso. Mario, viendo la tensión que se había
creado en la habitación, se levantó de la silla, se excusó y salió al pasillo.
-Pedro, te presento al señor Eduardo
Gómez, abogado de la señora que iba en el coche con el que chocaste. Estoy
llamando a Ana, pero no contesta al busca.
A Pedro, que era la primera noticia que
tenía sobre el tema, se le desencajó la cara. Irene se echó las manos a la
cabeza, y Sandra salió de la habitación en busca de Ana y Antonio.
El señor de traje, que con una parsimonia
increíble había entrado sin saludar, echó el maletín encima de la mesita, lo
abrió y saco unos papeles.
-Aquí le dejo un acuerdo económico que
hemos redactado la familia de mi cliente y yo, para dar por olvidado el
incidente. Espero que lo acepten, o en caso contrario, que hayan contratado ya
a un abogado. Aunque su seguro se pueda hacer cargo, le recomiendo que acepten
el acuerdo para no hacer esto muy largo y
demasiado traumático para mi cliente. Ahí va también mi teléfono y mi
correo electrónico. Esperamos prontas noticias.
El abogado, sin dejar que nadie de la
habitación articulase palabra, salió de la habitación, mientras el director les
decía que volvería en un rato a verles.
Mientras tanto, a Sandra, no le podían ir
los dedos más rápido. Escribía a Ana,
para que fuese inmediatamente a la habitación. Pero antes de que se conectase y
lo leyera, ya habían salido. Mario,
viendo que Sandra suspiró mientras les
dejaba paso, abrazó a Sandra que se derrumbó en sus brazos.
Ana seguía en rayos y Antonio seguía sin
aparecer. Así que entró de nuevo a la habitación y preguntó por lo que le
habían dicho. Allí estaba Pedro, abriendo el dossier que le habían entregado.
En un largo silencio y entre lágrimas, comenzó a leer.
Olga, dado el éxito obtenido con Ana, y
en su empeño por romper la relación de la pareja, pensó que era ella la que
tenía que hablar con Pedro y malmeter entre ellos para que desde el principio
tuviese sus dudas con su futura paternidad. Se dirigió a la planta donde se
encontraba ingresado, e iba decidida a desmontar todas las ilusiones de su
amigo.
Sandra recorría la planta de
Traumatología buscando a su cuñada para que subiera a la habitación, tras
preguntar por ella en el puesto de control. Ana, después de que la avisasen sus
compañeras, se acordó que el busca le había sonado en varias ocasiones.
Mientras a paso acelerado iba en busca de Sandra leyó los tres mensajes del
busca en los que la avisaban de que un abogado estaba en el hospital
preguntando por Pedro, y que acudiese inmediatamente.
Iban como el gato y el ratón, una por
cada pasillo sin coincidir. Así que Ana echó a correr a la habitación de su
novio.
Cuando entró, se encontró a Pedro
llorando, Irene consolándole, y a Mario mirando por la ventana con una mano
apoyada en la pared. Cogió la carpeta, y empezó a leer.
En ese momento, tocan en la puerta, y
entran sin esperar contestación. Era Antonio, que se había entretenido
comprando el periódico deportivo, y un par de revistas de coches.
-Mira que te traigo-comenta Antonio sin
conocer la situación. Al percatarse deja caer todo al suelo y se apresura a
preguntarle a Ana, que estaba sentada a los pies de la cama.
Olga, ya en el pasillo, y cerca de la
habitación, sin saber que Pedro estaba
muy bien acompañado, terminaba de urdir su plan. Cuando Sandra se topó de
frente con ella, y enfurecida le dio un
empujón mientras le gritó.
-Todo esto es por tu culpa, ¡zorra!
Sandra se fue con su familia y Olga,
desbordada, rompió a llorar en busca de un rincón donde hacerlo.
Llegó el mediodía y con él llegó la
calma. Todos habían digerido el mal trago, y Antonio e Irene, se habían ido en
busca de un abogado. Mario, se ofreció a acompañar a Sandra a casa, y Ana ya
había hecho sus informes, así que tenía un rato para quedarse con Pedro
tranquilamente. ¿Serán muchas noticias en un mismo día? Tenía que decírselo, y
cuanto antes.
Pusieron la tele un rato, porque el silencio
dañaba sus oídos. Los dos miraban la pantalla de la televisión, cogidos de la
mano y sin ver lo que estaban mirando.
Ana no sabía cómo empezar, pensó que
cuando se lo dijese, tenían que estar unidos, sin historias ni rencores
amorosos de por medio. No se lo pensó más, tenían que hablar. Se levantó, cogió aire, y acercándose mucho a
Pedro, le preguntó.
-¿Está todo olvidado?
-Por mi parte sí, “pequeña”. Me he dado cuenta de que eres la mujer de mi
vida. Y que ninguna otra puede hacerme sentir lo que siento cada vez que te
tengo cerca. Los dos, y yo el primero, descuidamos nuestra relación, y aunque
siempre nos acordemos de lo mal que lo hemos hecho, siempre recordaremos que lo
hemos superado juntos.
Se abrazaron, y se dieron un dulce beso.
Una lágrima recorrió la mejilla de ambos. Era el momento. Subieron un poco más
el volumen de la tele y Ana puso el sillón de la habitación en la puerta, para
que no pudieran abrirla sin tiempo de reacción. Pedro, no tenía ni idea de lo
que iba a cambiar su vida, simplemente pensaba que iban a sellar esa
reconciliación con otra tórrida escena de hospital.
-Pedro, tengo que contarte algo, pero no
quiero que te asustes.
-¿Qué pasa? ¿Aún hay algo que tengas que
contarme?
-Sí-dijo ella con una bonita sonrisa, la
cual dejaba leer entre líneas que no era nada malo.
-¡Desembucha princesa!
Ana, sacó de su bolsillo una cajita negra
y alargada, adornada con un lazo blanco que había estado preparando entre
pacientes y radiografías. Antes de dársela, le avisó.
-Lo siento Pedro, pero lo nuestro nunca
volverá a ser como antes.
Pedro, muy desconcertado, no sabía si era
un regalo de despedida, o un regalo porque sí. Pero ese aviso le acababa de
despistar, y mucho. Lentamente, y a la vez que los dos se miraban fijamente,
deshacía el lazo para poder abrir la caja.
La cara de Pedro cuando quitó la tapa,
fue de desconocimiento absoluto. No sabía por dónde le pegaba el aire.
-¡Ana!
-Es tuyo, no hay duda-adelantó Ana.
Volvió a mirar la caja con los ojos
abiertos como platos. Sacó el “Predictor” y la abrazó. Muy emocionado volvió a
mirar ese aparato que llevaba en la mano, y acto seguido, volvió a abrazarla.
-Te he avisado, lo nuestro nunca volverá
a ser lo de antes. Será mucho mejor.
Mientras se besaban y asimilaban lo que
les estaba ocurriendo, en el otro bolsillo de la bata de Ana, vibró en móvil.
Será Sandra, que ya ha llegado a casa, pensó. Nada más lejos de la realidad.
Era Ramón. ¡El pesado de Ramón!
“Bajo al Rock & Blues. Allí te espero.”
-¡Mierda! Me tengo que ir cariño. Aún va
coleando algún tema por aquí en el hospital, pero no tienes de que preocuparte.
Yo me las arreglo-dijo Ana.
Se despidieron muy cariñosamente, y Ana
prometió volver en un rato. Mientras retiraba el sillón de la puerta y volvía a
colocarlo en su sitio, hizo prometer a Pedro que esperarían un tiempo para
contarlo a los demás.
Ana ya estaba bajando la rampa del
hospital y se dirigía al bar donde Ramón estaba esperándola. Abrió la puerta,
se acercó a la barra y saludó a los camareros. Buscó a la causa principal de
sus problemas, y lo encontró. Allí, en la mesa de siempre.
-Ponme un café con leche, por favor-le
dijo al camarero.-Pero hoy ponme doble azucarillo, que lo necesito.
Fue hacia la mesa de Ramón, cuando se
percató que no estaba solo. Estaba acompañado por Olga.
-Yo puedo, yo puedo-dijo en voz baja,
auto convenciéndose. Se sentó en la mesa, y antes de que le diese tiempo a
dejar sus cosas en la silla de al lado, Ramón le dijo…
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