viernes, 29 de agosto de 2014

Colección Uni2. Luz en la oscuridad. 3. Ensayos furtivos

Tercer capítulo de "Luz en la oscuridad", con Peter North (piloto de las fuerzas aéreas británicas durante la Segunda Guerra Mundial) tras la línea enemiga en una situación comprometida con su compañera Juliette (de la resistencia francesa) apunto de ser descubiertos por guardias alemanes en las cercanías de un área secreta del ejercito nazi. Veremos como continua la acción tras dos tremendos capítulos iniciales en esta propuesta de Alberto Bello y Vanesa Berdoy.



Luz en la oscuridad


CAPITULO III: ENSAYOS FURTIVOS

Peter cogió de la otra mano a Juliette y los dos se lanzaron a un hueco entre las rocas. Apenas había sitio para ambos. Peter estaba debajo con Juliette enfrentada encima suyo. Sus cuerpos se tocaban. Sus caras se rozaban, la del uno contra la del otro. Peter podía notar la respiración de ella en su cara.
Oyeron ladridos más cerca y vieron la luz de una linterna por encima de sus cabezas. Juliette todavía se apretó más. Peter pudo notar sus pechos contra su propio pecho. Un par de soldados estaban patrullando la zona con un pastor alemán. El perro seguía ladrando. Los guardias se pararon a unos metros de ellos.
—No se que le pasa a este chucho, lleva toda la noche muy nervioso. Le ladra a cualquier cosa.
—Se distrae con rastros de alimañas, sobre todo de noche. Le tengo dicho al teniente que es demasiado joven. Necesita más entrenamiento —dijo el otro soldado.
—¡Vamos, vamos! —arrastró al perro de la correa y siguieron su camino.

Nuestros amigos esperaron un tiempo prudencial para que se alejaran y salieron de su escondite. Se sentían incómodos el uno con el otro.
—Volveremos a la ciudad —sentenció Juliette.
Se dirigieron al coche y se subieron en él. Optaron por volver por donde habían venido ya que no conocían bien la zona. Tras casi dos horas de camino llegaron a la ciudad. Eran las dos de la madrugada.
—Hoy podrá dormir en mi casa señor North —dijo Juliette—. Mejor dicho, creo que debemos llamarle Pierre o señor Lombard.
Le sonó muy raro que no le llamarán por su auténtico nombre, pero tendría que empezar a acostumbrarse.
Las calles estaban desiertas. Había toque de queda. Juliette apagó las luces y continuó conduciendo. Si alguna patrulla los detenía podrían tener problemas.
—Aparcaremos aquí, mi casa no queda lejos.
Bajaron del coche y comenzaron a caminar. Al doblar una esquina se encontraron con dos soldados borrachos que venían por la acera en su dirección. Uno de ellos blandía una botella de coñac francés mientras rodeaba el cuello del otro con el brazo y cantaban algún tipo de canción en alemán. Sonaba triste. Si se cambiaban de acera llamarían mucho la atención. Se iban a cruzar irremediablemente con ellos.
El corazón de Juliette comenzó a latir con fuerza. De pronto Peter cogió a Juliette contra la pared y le plantó un apasionado beso.
Peter había deseado hacer eso desde el primer momento en el  que la vio y ahora los acontecimientos le obligaban a intentar algo para librarse de los soldados.
Juliette no se lo esperaba, pero no se resistió. Sabía que era su oportunidad para evitar problemas.
Los soldados llegaron a su altura y empezaron a vitorearles y a reírse. Enseguida pasaron de largo. Sin duda ellos tampoco deberían de estar allí y menos en ese estado. Si los detenían tendrían que explicarlo y tampoco querían complicaciones.
En un primer momento el beso sólo había sido una forma de evitar problemas. Juliette se dio cuenta de que Peter no estaba fingiendo.
Cuando los soldados doblaron la esquina Juliette se despegó de Peter. Se sentía un tanto confusa.
—Subamos a casa —dijo.
Peter no sabía que hacer. Le había parecido que Juliette reaccionaba a su beso, pero no era así.

Subieron los dos al piso. Juliette vivía en un pequeño apartamento de dos habitaciones. Antes de que se diera cuenta, ella se había quedado dormida vestida sobre la cama. Estaba agotada. Peter se quedó contemplándola unos segundos. Aprovechó para tomar una ducha rápida y se acomodó en la otra habitación para dormir.

Al día siguiente el ruido de la cafetera le despertó. Juliette estaba preparando algo para desayunar. Peter se vistió y se acercó a la cocina.
—Buenos días.
—Buenos días. Tomaremos un desayuno e iremos a Le parisien —dijo Juliette mientras le alcanzaba a Peter una taza de café.

Peter se encontraba confundido. Le había ofrecido su corazón y ella lo había rechazado. Era como si nada hubiera ocurrido la noche anterior en aquella oscura calle. Juliette estaba fría y distante.
Los dos salieron del piso y se dirigieron a pie a Le parisien. No se encontraban muy lejos y llegaron enseguida.
Cuando entraron en el local se encontraron a Gastón leyendo el periódico en una mesa con aire sombrío. Al verlos entrar tuvo que mirar dos veces para creer lo que estaba viendo.
Se sentaron junto a él.
—¿Pero qué ha ocurrido? —dijo.
Juliette le contó la historia omitiendo los detalles personales.
—Bien, señor North, quiero decir señor Lombard; me temo que pasará una temporada con nosotros. Debemos investigar qué es lo que descubristeis ayer. Hemos de volver allí cuanto antes —dijo Gastón.
—Yo iré —respondió Peter mientras miraba a Juliette.
—No puedes ir solo —replicó Juliette.
—Siempre es más fácil esconderse yendo una persona sola. Esperaré unos días a que la luna no esté tan llena. Me tendrás que prestar el coche —añadió él.
—No te preocupes por eso —respondió.
—Bien, entonces así lo haremos —repuso Gastón—. Yo también tengo noticias —dijo mientras les mostraba el periódico del día a ambos.
En portada y en grandes titulares aparecía una noticia alarmante para Inglaterra. Japón había firmado una alianza con Italia y Alemania. Se había creado el Eje Berlin-Roma-Tokio. Italia había entrado en la guerra del lado de Alemania cuando Francia estaba casi vencida y había ocupado una zona de la Provenza. Mussolini pensaba que la guerra iba a terminar pronto y quería sacar provecho. Con un ejército poco preparado y una población contraria a la guerra había aprovechado para expandir su imperio colonial en África a costa de territorios de Francia e Inglaterra.
Por su parte Japón estaba haciendo lo mismo en el extremo oriente. Se había apropiado de buena parte de China y continuaba su expansión imperialista hacia el sur ocupando las colonias británicas y francesas en la zona, así como poniendo en peligro a la propia Australia y a las islas Filipinas, pertenecientes a EEUU desde el desastre español de 1898.
Del otro lado se encontraba Inglaterra junto con los países de la Commonwealth. Recibía ayuda económica de EEUU, pero lo que Churchill (premier británico) anhelaba era que los americanos entrara en la guerra.
Era un periódico censurado por el régimen nazi con aires propagandísticos, pero les servía para conocer el curso de la guerra.
—El futuro pinta muy negro —dijo Juliette.
—Necesitamos que EEUU entre en esta guerra —respondió Gastón.

 Peter seguía instalado en casa de Juliette y ayudaba a Gastón en la cocina de Le parisien. La actitud de Juliette había vuelto a ser cordial hacia Peter, parecía que el incidente de aquella noche en la calle nunca hubiera pasado. Peter sentía que se estaba enamorando de ella más a cada día que pasaba.
Habían pasado unos días desde su conversación alrededor del periódico.
—Esta noche habrá poca luna —le dijo Peter a Gastón en la cocina de le Parisien a mediodía—. Hoy es el día.
Gastón asintió.

Peter volvió al apartamento de Juliette a eso de las cuatro de la tarde.
—Hoy iré a inspeccionar lo que vimos la otra noche. Necesitaré el coche.
Bajó a la calle y se subió a la vieja camioneta Renault. Volvió a tomar la calle paralela al río Somme y se dirigió al norte, a la playa. Iba conduciendo por la misma carretera por la que le había llevado Juliette unos días atrás. En el bolsillo llevaba su nueva documentación, su pistola de piloto y la foto de su familia. La pistola podía acarrearle problemas si se la descubrían, ¿pero que otra cosa podía hacer?
Continuó conduciendo. Empezaba a caer el sol y la carretera atravesaba la aldea de Antoine.
Justo antes de entrar en la población se encontró con un puesto de control. No estaba la última vez que había pasado por allí con Juliette. Sin duda las investigaciones de la Gestapo, después del incidente con Antoine, habían recomendado controlar la zona.
—¡Alt! —gritó un guardia en el centro de la carretera. Otro estaba al borde de ésta controlando una barrera. Ambos llevaban una ametralladora colgada sobre la cadera— ¡Documentación! —le dijo en un mal francés.
Peter sacó los papeles y se los entregó. El guardia miraba los papeles y le miraba a él. Peter se estaba poniendo nervioso. Sólo podía pensar en que no le debían descubrir la pistola. “¡Debía de haberla escondido en el coche!”, pensó.
El ejército francés se estaba empezando a disolver y volvía a ser común ver a civiles franceses de su edad. Unos meses atrás hubiera resultado demasiado sospechoso.
—¿En qué unidad ha servido? —le preguntó el guardia sin bacilar. Podía ser una pregunta trampa.
Peter se quedó en blanco y dijo lo primero que se le vino a la cabeza:
—Estuve en tropas acorazadas al mando del general Leclerc.
El general Leclerc se había refugiado en Inglaterra con tropas de la Francia libre y continuaba su guerra activa contra los alemanes. Era el único general francés que conocía Peter, puesto que era uno de los más famosos. El soldado no se percató de que este general, y sus soldados, eran personas “non grata” para el reich. Podía haber sido un grave error de Peter, pero el guardia prosiguió.
—¿Ha pensado en alistarse en la Werchmacht? —le dijo.
—No, no en este momento. Tengo un negocio que reflotar.
—¿A donde se dirige?
Peter no titubeó
—A la aldea para recoger pescado
—Muy bien, puede continuar. Abre —le dijo al otro guardia. Parecía que se había quedado satisfecho con el pequeño interrogatorio.

Peter continuó por el mismo camino de hacía unos pocos días. Pasó por la misma curva donde había muerto Antoine. Llegaba a la zona boscosa y ya casi era noche. Esta vez no encendería las luces. Debía de ir más despacio pues había poca luna.
Dejó el coche fuera del camino unos cientos de metros antes que la vez anterior. No podía arriesgarse a que lo encontraran. Se vistió con una ropa de colores oscuros que le había prestado uno de los camareros de Le parisien y bajó del coche.
Estaba a varios kilómetros de las instalaciones. Todavía quedaban unos pocos minutos de luz. Esperó a que cayera la noche totalmente y se dirigió hacia el complejo.
Pasó por las rocas donde habían tenido el encuentro con los guardias en la anterior ocasión. Se subió a ellas para otear de nuevo. Veía las instalaciones tal y como estaban la otra vez pero había alguna cosa más. Sobre los raíles se veía algo que parecía un avión, tenía unas alas cortas y no tenía habitáculo para el piloto. Ningún avión convencional era capaz de volar con aquellas alas tan pequeñas y menos aún sin piloto. ¿Qué habían podido idear los ingenieros de Hitler? Además la inclinación de la vía ya no era de 30º, ahora eran unos 45º. En uno de los edificios había instaladas unas grandes antenas de radio. Tenía que acercarse más y averiguar que era aquello.
Bajó de las rocas y continuó acercándose. Vio una linterna a lo lejos a quizá un kilómetro, un perro ladraba. Había guardias por la zona pero esta vez no lo sorprenderían. Seguiría una trayectoria tal que no se cruzase con ellos.
Estaba a un par de cientos de metros del perímetro, entre la maleza. La verdad es que el bosque le proporcionaba un escondite inmejorable. Se acercó más. Podía ver a los guardias apostados en las torres de vigilancia con sus fusiles Mauser. También disponían de unos potentes deflectores de luz que tenían apagados. Decidió no acercarse más e intentar rodear el perímetro.
La valla tenía zonas cerradas con maderas y otras zonas de alambrada por las que Peter podía ver lo que había en el interior. Dentro había varios barracones y edificios. Llegó hasta una zona desde la que podía ver bien la vía y lo que parecía ser un avión sobre ella. Era más pequeño que su maltrecho Spitfire, tenía unas alas muy cortas en relación a su longitud. En la parte trasera del fuselaje tenía acoplado lo que parecía ser un motor. Aquello no podía ser un avión convencional.
Había un grupo de personas en el otro extremo del campo. Parecía que estaban mirando al avión. Varias personas llevaban batas blancas y cuadernos de notas, así como otras vestían uniformes de la Luftwaffe y de la Werhmacht. Llevaban auriculares de protección y gafas negras a pesar de ser de noche.
De pronto se empezó a oír un ruido que en pocos segundos se tornó ensordecedor. Peter vio como de lo que parecía el motor del aparato comenzaba a salir fuego. El fuego se hizo cada vez mayor hasta que de la parte trasera del avión salía una lengua de unos quince metros. Por un momento pareció hacerse de día. Los perros dentro del perímetro aullaban asustados. Peter estaba perplejo, no podía creer lo que estaba viendo. Una especie de catapulta dio un terrible empujón a la aeronave y salió disparada por la vía. Cuando terminó la vía estaba en el aire. Nuestro amigo se quedó mirando como la lengua de fuego subía hacia el firmamento y se iba perdiendo en la lejanía. Estaba perplejo. No lo podía creer.
Los nazis pretendían mantener en secreto aquellos ensayos pero Peter y sus compañeros no deberían permitirlo.
Todavía era una tecnología en ciernes que se estaba desarrollando en Alemania, pero los ensayos eran realizados allí mismo.
La batalla de Inglaterra estaba tocando a su fin. La Luftwaffe no había podido cumplir su objetivo de eliminar a la RAF. La “Operación León Marino”, por la que Hitler había pretendido la invasión de Gran Bretaña, ya nunca tendría lugar.
La Luftwafe estaba desarrollando un aparato capaz de seguir hostigando al Reino Unido sin perder aviones y sobre todo pilotos.

Peter decidió que ya había visto bastante y volvió a la ciudad. El viaje de vuelta ocurrió sin sobresaltos. Al llegar a la ciudad pensó en la vigencia del toque de queda y decidió dejar el coche a las afueras para llegar al apartamento a pie. De esta forma le sería más fácil pasar desapercibido.
Las calles a penas tenían farolas y no se veían luces en las casas. Por supuesto no había nadie en ellas. La falta de luna hacía a la noche extremadamente oscura. Al llegar a una esquina vio unas luces y oyó el ruido de una motocicleta. Se lanzó en un portal y se tumbó en el suelo. Era una patrulla en sidecar. El copiloto llevaba apostada una ametralladora MG34. “No se andan con tonterías”, pensó Peter. Pasaron despacio cerca de él pero no lo vieron. Se alejaron calle abajo.
Peter continuó andando y llegó al edificio de Juliette. Sacó su llave y entró en el portal. Le pareció oír voces pero no le hizo mucho caso. Conforme iba subiendo por la escalera estaba más seguro de que había personas hablando, más bien parecían gritos.
Llegó a la puerta del apartamento y se percató de que dentro estaba teniendo lugar una fuerte discusión. Oía a Juliette y a otra persona.

Peter abrió la puerta con cautela y entró en el piso.

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