Luz en la oscuridad
CAPITULO III: ENSAYOS FURTIVOS
Peter cogió de la otra mano a Juliette y
los dos se lanzaron a un
hueco entre las rocas. Apenas había sitio para ambos. Peter estaba debajo con Juliette
enfrentada encima suyo. Sus cuerpos se tocaban. Sus caras se rozaban, la del
uno contra la del otro. Peter podía notar la respiración de ella en su cara.
Oyeron ladridos más cerca y vieron la luz
de una linterna por encima de sus cabezas. Juliette todavía se apretó más.
Peter pudo notar sus pechos contra su propio pecho. Un par de soldados estaban
patrullando la zona con un pastor alemán. El perro seguía ladrando. Los
guardias se pararon a unos metros de ellos.
—No se que le pasa a este chucho, lleva
toda la noche muy nervioso. Le ladra a cualquier cosa.
—Se distrae con rastros de alimañas,
sobre todo de noche. Le tengo dicho al teniente que es demasiado joven.
Necesita más entrenamiento —dijo el otro soldado.
—¡Vamos, vamos! —arrastró al perro de la
correa y siguieron su camino.
Nuestros amigos esperaron un tiempo
prudencial para que se alejaran y salieron de su escondite. Se sentían
incómodos el uno con el otro.
—Volveremos a la ciudad —sentenció
Juliette.
Se dirigieron al coche y se subieron en
él. Optaron por volver por donde habían venido ya que no conocían bien la zona.
Tras casi dos horas de camino llegaron a la ciudad. Eran las dos de la
madrugada.
—Hoy podrá dormir en mi casa señor North
—dijo Juliette—. Mejor dicho, creo que debemos llamarle Pierre o señor Lombard.
Le sonó muy raro que no le llamarán por
su auténtico nombre, pero tendría que empezar a acostumbrarse.
Las calles estaban desiertas. Había toque
de queda. Juliette apagó las luces y continuó conduciendo. Si alguna patrulla
los detenía podrían tener problemas.
—Aparcaremos aquí, mi casa no queda lejos.
Bajaron del coche y comenzaron a caminar.
Al doblar una esquina se encontraron con dos soldados borrachos que venían por
la acera en su dirección. Uno de ellos blandía una botella de coñac francés
mientras rodeaba el cuello del otro con el brazo y cantaban algún tipo de
canción en alemán. Sonaba triste. Si se cambiaban de acera llamarían mucho la
atención. Se iban a cruzar irremediablemente con ellos.
El corazón de Juliette comenzó a latir
con fuerza. De pronto Peter cogió a Juliette contra la pared y le plantó un
apasionado beso.
Peter había deseado hacer eso desde el
primer momento en el que la vio y ahora
los acontecimientos le obligaban a intentar algo para librarse de los soldados.
Juliette no se lo esperaba, pero no se
resistió. Sabía que era su oportunidad para evitar problemas.
Los soldados llegaron a su altura y
empezaron a vitorearles y a reírse. Enseguida pasaron de largo. Sin duda ellos
tampoco deberían de estar allí y menos en ese estado. Si los detenían tendrían
que explicarlo y tampoco querían complicaciones.
En un primer momento el beso sólo había
sido una forma de evitar problemas. Juliette se dio cuenta de que Peter no
estaba fingiendo.
Cuando los soldados doblaron la esquina
Juliette se despegó de Peter. Se sentía un tanto confusa.
—Subamos a casa —dijo.
Peter no sabía que hacer. Le había
parecido que Juliette reaccionaba a su beso, pero no era así.
Subieron los dos al piso. Juliette vivía
en un pequeño apartamento de dos habitaciones. Antes de que se diera cuenta,
ella se había quedado dormida vestida sobre la cama. Estaba agotada. Peter se
quedó contemplándola unos segundos. Aprovechó para tomar una ducha rápida y se
acomodó en la otra habitación para dormir.
Al día siguiente el ruido de la cafetera le
despertó. Juliette estaba preparando algo para desayunar. Peter se vistió y se
acercó a la cocina.
—Buenos días.
—Buenos días. Tomaremos un desayuno e
iremos a Le parisien —dijo Juliette mientras le alcanzaba a Peter una taza de
café.
Peter se encontraba confundido. Le había
ofrecido su corazón y ella lo había rechazado. Era como si nada hubiera
ocurrido la noche anterior en aquella oscura calle. Juliette estaba fría y
distante.
Los dos salieron del piso y se dirigieron
a pie a Le parisien. No se encontraban muy lejos y llegaron enseguida.
Cuando entraron en el local se
encontraron a Gastón leyendo el periódico en una mesa con aire sombrío. Al
verlos entrar tuvo que mirar dos veces para creer lo que estaba viendo.
Se sentaron junto a él.
—¿Pero qué ha ocurrido? —dijo.
Juliette le contó la historia omitiendo
los detalles personales.
—Bien, señor North, quiero decir señor
Lombard; me temo que pasará una temporada con nosotros. Debemos investigar qué
es lo que descubristeis ayer. Hemos de volver allí cuanto antes —dijo Gastón.
—Yo iré —respondió Peter mientras miraba
a Juliette.
—No puedes ir solo —replicó Juliette.
—Siempre es más fácil esconderse yendo
una persona sola. Esperaré unos días a que la luna no esté tan llena. Me
tendrás que prestar el coche —añadió él.
—No te preocupes por eso —respondió.
—Bien, entonces así lo haremos —repuso
Gastón—. Yo también tengo noticias —dijo mientras les mostraba el periódico del
día a ambos.
En portada y en grandes titulares
aparecía una noticia alarmante para Inglaterra. Japón había firmado una alianza
con Italia y Alemania. Se había creado el Eje Berlin-Roma-Tokio. Italia había
entrado en la guerra del lado de Alemania cuando Francia estaba casi vencida y
había ocupado una zona de la Provenza. Mussolini pensaba que la guerra iba a
terminar pronto y quería sacar provecho. Con un ejército poco preparado y una
población contraria a la guerra había aprovechado para expandir su imperio
colonial en África a costa de territorios de Francia e Inglaterra.
Por su parte Japón estaba haciendo lo
mismo en el extremo oriente. Se había apropiado de buena parte de China y
continuaba su expansión imperialista hacia el sur ocupando las colonias
británicas y francesas en la zona, así como poniendo en peligro a la propia
Australia y a las islas Filipinas, pertenecientes a EEUU desde el desastre
español de 1898.
Del otro lado se encontraba Inglaterra
junto con los países de la Commonwealth. Recibía ayuda económica de EEUU,
pero lo que Churchill (premier británico) anhelaba era que los americanos
entrara en la guerra.
Era un periódico censurado por el régimen
nazi con aires propagandísticos, pero les servía para conocer el curso de la
guerra.
—El futuro pinta muy negro —dijo
Juliette.
—Necesitamos que EEUU entre en esta
guerra —respondió Gastón.
Peter seguía instalado en casa de Juliette y ayudaba
a Gastón en la cocina de Le parisien. La actitud de Juliette había vuelto a ser
cordial hacia Peter, parecía que el incidente de aquella noche en la calle
nunca hubiera pasado. Peter sentía que se estaba enamorando de ella más a cada
día que pasaba.
Habían pasado unos días desde su
conversación alrededor del periódico.
—Esta noche habrá poca luna —le dijo
Peter a Gastón en la cocina de le Parisien a mediodía—. Hoy es el día.
Gastón asintió.
Peter volvió al apartamento de Juliette a
eso de las cuatro de la tarde.
—Hoy iré a inspeccionar lo que vimos la
otra noche. Necesitaré el coche.
Bajó a la calle y se subió a la vieja
camioneta Renault. Volvió a tomar la calle paralela al río Somme y se dirigió
al norte, a la playa. Iba conduciendo por la misma carretera por la que le
había llevado Juliette unos días atrás. En el bolsillo llevaba su nueva
documentación, su pistola de piloto y la foto de su familia. La pistola podía
acarrearle problemas si se la descubrían, ¿pero que otra cosa podía hacer?
Continuó conduciendo. Empezaba a caer el
sol y la carretera atravesaba la aldea de Antoine.
Justo antes de entrar en la población se
encontró con un puesto de control. No estaba la última vez que había pasado por
allí con Juliette. Sin duda las investigaciones de la Gestapo , después del
incidente con Antoine, habían recomendado controlar la zona.
—¡Alt! —gritó un guardia en el centro de
la carretera. Otro estaba al borde de ésta controlando una barrera. Ambos
llevaban una ametralladora colgada sobre la cadera— ¡Documentación! —le dijo en
un mal francés.
Peter sacó los papeles y se los entregó.
El guardia miraba los papeles y le miraba a él. Peter se estaba poniendo
nervioso. Sólo podía pensar en que no le debían descubrir la pistola. “¡Debía
de haberla escondido en el coche!”, pensó.
El ejército francés se estaba empezando a
disolver y volvía a ser común ver a civiles franceses de su edad. Unos meses
atrás hubiera resultado demasiado sospechoso.
—¿En qué unidad ha servido? —le preguntó
el guardia sin bacilar. Podía ser una pregunta trampa.
Peter se quedó en blanco y dijo lo
primero que se le vino a la cabeza:
—Estuve en tropas acorazadas al mando del
general Leclerc.
El general Leclerc se había refugiado en
Inglaterra con tropas de la
Francia libre y continuaba su guerra activa contra los
alemanes. Era el único general francés que conocía Peter, puesto que era uno de
los más famosos. El soldado no se percató de que este general, y sus soldados,
eran personas “non grata” para el reich. Podía haber sido un grave error de
Peter, pero el guardia prosiguió.
—¿Ha pensado en alistarse en la Werchmacht ? —le dijo.
—No, no en este momento. Tengo un negocio
que reflotar.
—¿A donde se dirige?
Peter no titubeó
—A la aldea para recoger pescado
—Muy bien, puede continuar. Abre —le dijo
al otro guardia. Parecía que se había quedado satisfecho con el pequeño
interrogatorio.
Peter continuó por el mismo camino de
hacía unos pocos días. Pasó por la misma curva donde había muerto Antoine.
Llegaba a la zona boscosa y ya casi era noche. Esta vez no encendería las
luces. Debía de ir más despacio pues había poca luna.
Dejó el coche fuera del camino unos
cientos de metros antes que la vez anterior. No podía arriesgarse a que lo
encontraran. Se vistió con una ropa de colores oscuros que le había prestado
uno de los camareros de Le parisien y bajó del coche.
Estaba a varios kilómetros de las
instalaciones. Todavía quedaban unos pocos minutos de luz. Esperó a que cayera
la noche totalmente y se dirigió hacia el complejo.
Pasó por las rocas donde habían tenido el
encuentro con los guardias en la anterior ocasión. Se subió a ellas para otear
de nuevo. Veía las instalaciones tal y como estaban la otra vez pero había
alguna cosa más. Sobre los raíles se veía algo que parecía un avión, tenía unas
alas cortas y no tenía habitáculo para el piloto. Ningún avión convencional era
capaz de volar con aquellas alas tan pequeñas y menos aún sin piloto. ¿Qué
habían podido idear los ingenieros de Hitler? Además la inclinación de la vía
ya no era de 30º, ahora eran unos 45º. En uno de los edificios había instaladas
unas grandes antenas de radio. Tenía que acercarse más y averiguar que era
aquello.
Bajó de las rocas y continuó acercándose.
Vio una linterna a lo lejos a quizá un kilómetro, un perro ladraba. Había
guardias por la zona pero esta vez no lo sorprenderían. Seguiría una
trayectoria tal que no se cruzase con ellos.
Estaba a un par de cientos de metros del
perímetro, entre la maleza. La verdad es que el bosque le proporcionaba un
escondite inmejorable. Se acercó más. Podía ver a los guardias apostados en las
torres de vigilancia con sus fusiles Mauser. También disponían de unos potentes
deflectores de luz que tenían apagados. Decidió no acercarse más e intentar
rodear el perímetro.
La valla tenía zonas cerradas con maderas
y otras zonas de alambrada por las que Peter podía ver lo que había en el
interior. Dentro había varios barracones y edificios. Llegó hasta una zona
desde la que podía ver bien la vía y lo que parecía ser un avión sobre ella.
Era más pequeño que su maltrecho Spitfire, tenía unas alas muy cortas en
relación a su longitud. En la parte trasera del fuselaje tenía acoplado lo que
parecía ser un motor. Aquello no podía ser un avión convencional.
Había un grupo de personas en el otro
extremo del campo. Parecía que estaban mirando al avión. Varias personas
llevaban batas blancas y cuadernos de notas, así como otras vestían uniformes
de la Luftwaffe
y de la Werhmacht.
Llevaban auriculares de protección y gafas negras a pesar de
ser de noche.
De pronto se empezó a oír un ruido que en
pocos segundos se tornó ensordecedor. Peter vio como de lo que parecía el motor
del aparato comenzaba a salir fuego. El fuego se hizo cada vez mayor hasta que
de la parte trasera del avión salía una lengua de unos quince metros. Por un
momento pareció hacerse de día. Los perros dentro del perímetro aullaban
asustados. Peter estaba perplejo, no podía creer lo que estaba viendo. Una
especie de catapulta dio un terrible empujón a la aeronave y salió disparada
por la vía. Cuando terminó la vía estaba en el aire. Nuestro amigo se quedó
mirando como la lengua de fuego subía hacia el firmamento y se iba perdiendo en
la lejanía. Estaba perplejo. No lo podía creer.
Los nazis pretendían mantener en secreto
aquellos ensayos pero Peter y sus compañeros no deberían permitirlo.
Todavía era una tecnología en ciernes que
se estaba desarrollando en Alemania, pero los ensayos eran realizados allí
mismo.
La batalla de Inglaterra estaba tocando a
su fin. La Luftwaffe
no había podido cumplir su objetivo de eliminar a la RAF. La “Operación León
Marino”, por la que Hitler había pretendido la invasión de Gran Bretaña, ya
nunca tendría lugar.
Peter decidió que ya había visto bastante
y volvió a la ciudad. El viaje de vuelta ocurrió sin sobresaltos. Al llegar a
la ciudad pensó en la vigencia del toque de queda y decidió dejar el coche a
las afueras para llegar al apartamento a pie. De esta forma le sería más fácil
pasar desapercibido.
Las calles a penas tenían farolas y no se
veían luces en las casas. Por supuesto no había nadie en ellas. La falta de
luna hacía a la noche extremadamente oscura. Al llegar a una esquina vio unas
luces y oyó el ruido de una motocicleta. Se lanzó en un portal y se tumbó en el
suelo. Era una patrulla en sidecar. El copiloto llevaba apostada una
ametralladora MG34. “No se andan con tonterías”, pensó Peter. Pasaron despacio
cerca de él pero no lo vieron. Se alejaron calle abajo.
Peter continuó andando y llegó al
edificio de Juliette. Sacó su llave y entró en el portal. Le pareció oír voces
pero no le hizo mucho caso. Conforme iba subiendo por la escalera estaba más
seguro de que había personas hablando, más bien parecían gritos.
Llegó a la puerta del apartamento y se percató
de que dentro estaba teniendo lugar una fuerte discusión. Oía a Juliette y a
otra persona.
Peter abrió la puerta con cautela y entró
en el piso.
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