viernes, 8 de agosto de 2014

Colección Uni2. Freya: 3. Avenida 9 de Julio.

Tercer capítulo de la novela de Ana Asensio "Freya". En esta ocasión se titula Avenida 9 de Julio y seguimos con las peripecias de su protagonista en su año de prácticas en un zoo de Buenos Aires.



            CAPITULO 3.  Avenida 9 de Julio


—No tiene gracia. ¿Matías, verdad?
—Perdonáme Freya, pero vi el casco y tenías que ser vos. Nadie más lleva ese casco por acá. Disculpáme preciosa.
—Estás disculpado Matías. Nos vemos y ¡¡deja de pitarme!!
Freya aceleró, le gustaba correr, sentirse libre. Sentía  que podía manejar cualquier situación cuando iba en moto, dejaba la mente en blanco y sólo conducía. Había hecho rutas por Francia, Andalucía y Extremadura desde Zaragoza con más amigos. Este año se las iba a perder…
Llegó a casa y se puso a hablar con sus amigas por Skype, habían quedado para reunirse en casa de Clara y así poderse ver todas a la vez. Eran amigas desde niñas, fueron juntas al mismo colegio e instituto y además Clara también había estudiado veterinaria, era la primera vez que pasaba tanto tiempo separadas de ellas. Iris había terminado su carrera de abogada, pero seguía estudiando un master y Raquel estaba trabajando como profesora en un colegio para niños de primaria.
Empezaron a preguntarle por Darío, la conversación empieza mal, pensó Freya… No quería hablar de Darío, se había portado muy mal con ella y no quería volver a verlo. Esquivó como pudo la pregunta y  les preguntó sobre los estudios para cambiar un poco de tema y así no pensar en recuerdos negativos.
—¿Cómo van esos estudios chicas?
—Los estudios van bien y Raquel en el colegio también está contenta —dijo Clara.
—La verdad es que he tenido mucha suerte este año con los niños, llevo las clases de los niños de cuatro años y son puro amor —dijo Raquel.
-¡Pero, cuéntanos! ¿Cómo son los chicos por allí? Seguro que ya te has fijado en alguno, ¿verdad? —dijo Iris.
—Ya sabéis que he venido a trabajar y aprender, conocer un poco el país, intentar hacer todos los viajes posibles por aquí y nada más.
—Bueno, bueno… ¡Eso no te lo crees ni tú, pajarita! —dijeron las tres riendo.
—No sé por qué me ponéis de ligona cuando sólo he estado con Darío…
—Sólo has estado con él porque has querido, ¡si eres guapísima! Antes de estar con Darío los tenías loquitos, ¡bueno! ¡Y aún estando con él!  ¡Eres un pibón! Rubiaza, melena larga, unos ojos de gatuela verdes de infarto, simpática, deportista, y dispuesta a todo por ayudar a los demás —dijo Clara—. ¿Quién no caería rendido a tus pies?
—¡Anda, Clara! ¡Qué tú eres la que está enganchada todo el día al whastapp! —dijo riendo a carcajadas—. Raquel ¿qué tal va todo con Diego?
—Muy bien, estamos mirándonos una casita cerca de tu casa.
—¿Sí? Me parece perfecto. A ver si cuando vuelva os tengo ya de vecinos. Bueno chicas voy a dejaros, tengo que planificarme los fines de semana ahora que ya tengo la moto, para hacer algún viaje cerca de aquí.
—Ten cuidado, ¡que te subes a una moto y te olvidas del mundo! Hablamos el lunes de nuevo, ¿verdad?
—Sí chicas, hasta el lunes. Un abrazo enorme a las tres.
Tenían razón, se olvidaba del mundo. Buscó rutas para hacer con la moto y también grupos que salieran desde las aproximaciones de su casa. Encontró uno interesante: seis personas que iban a ir a   Zarate en el mismo día. El sábado a las 8:00 tenían la quedada en el parking del parque donde ella salía a correr. Le parecía un poco brusco presentarse sin previo aviso y como había un número de contacto llamó desde el teléfono fijo.
—Sí, ¿hola?
—Hola, estoy mirando una página de rutas con motos y aparece tú número como contacto.
—¡Ah sí! Decime.
—He mirado la ruta de este sábado y me apetecería ir con vosotros, soy nueva en la ciudad y así voy algo mas acompañada.
—Sí claro, no hay problema. No sé si te fijaste en el lugar de encuentro, ahí en el parque al lado del 9Reinas.
—Sí, sí. Además vivo cerquita, sin problema para llegar hasta allí.
—Perfecto, entonces nos vemos el sábado a las 8:00 ahí. ¿Qué moto manejás?
—Una XJ6, supongo que no habrá mucho jaleo a esas horas de la mañana para encontrarnos, ¿no? —dijo Freya en modo ironía.
—No, nos vemos allí.
La semana pasó volando. Alguna tarde se quedó con Federico por Moreno y daban paseos o se iban a tomar algo. ¡Qué chico más guapo e interesante!
Sí, el típico italiano, rubio con su pelo ondulado cortado a media melena, sus ojos azules claritos y su cuerpo bronceado, un chico impresionante. Además también hacia deporte y estaba bien marcado y fibroso. Había viajado y sabía muchas cosas, se pasaban rápido las horas con él. Hablaban de Italia, de su familia, de su estancia en España cuando hizo el master y Freya quedaba embobada escuchándolo ya que ella no había viajado mucho al extranjero, de hecho solo había estado en Paris en un viaje que hizo en moto con su grupo de amigos.  Ella le contaba sus viajes en moto por España y le hablaba de sus amigas y familiares.
El padre de Federico era profesor en la prestigiosa universidad de Bolonia y su madre una abogada muy reconocida de Italia por sus casos un tanto espinosos.
Federico intentaba pasar el menor tiempo posible en casa con sus padres, en esa casa sólo hablaban de estudios y de dinero. Para Federico la vida no era sólo el dinero. Bien sabía que tenía grandes oportunidades gracias a sus padres que otros por el contrario no podían tener, y que ahora mismo estaba en Argentina de voluntario y vivía en una cómoda casa de tres habitaciones con una jardín enorme, cocina, comedor y dos baños, sí gracias a sus padres. Pero él también había sacado matriculas de honor en la universidad, el master lo bordó y se merecía algo de descanso. Sus padres no estaban muy de acuerdo en que estudiara veterinaria por eso él quiso sacar las mejores notas posibles.
Llegó el sábado y Freya se dirigió al 9Reinas donde se encontraban dos chicos y una chica. Se saludaron y se colocaron los cascos para irse. Estando a 50 metros del parking apareció una cuarta moto que se les unió. Pusieron rumbo a Zarate, no había mucho trayecto eran 80 kilómetros.
—Hola Freya, esta vez no te he pitado.
—¡Anda! ¡Qué casualidad!
—Ayer hablamos por teléfono.
—¿Eras tú, Matías?
—Sí, supuse que eras vos porque hablabas con ese acento español divino que tenés.
—Ja, ja, ja, bueno… ¡Pues acertaste!
—Manejas bien, ¿eh? No te cortás en las curvas, para no conocer el camino…
—Creo que ya te dije que en Zaragoza iba siempre en moto y también hacia rutas por allí.
—¿Hola? ¿Nos presentás a tú amiga Matías?
—Oh, sí claro. Freya, estos son mis compañeros de moto y amigos Julián, Cesar y Miriam.
—¡Encantada! Ha estado bien, me ha gustado mucho la ruta.
—Sí, ahora volveremos por otra carretera. Es un poco más aburrida pero podemos pisarle más, tiene pinta de tormenta y lo mejor será volver cuanto antes. ¿No os parece?
—Sí, es cierto. Vamos a tomarnos unos sandwichitos de miga y a la moto de nuevo.
Volvieron a la ciudad para la hora de comer y como siempre, se quedaron en el 9Reinas.
—No todos los sábados nos quedamos a comer, sólo cuando celebramos algún cumpleaños.
—¿Ah sí? ¿Y de quién es el cumpleaños?
—Mío —dijo Matías.
—¡Felicidades! ¿Cuántos cumples?
—Hago treinta y dos y a la comida invito yo.
—No, no puedo aceptarlo.
—Sí, es mi manera de pedirte disculpas por lo del otro día y además quiero darte una buena bienvenida al barrio. No se hable más.
Entraron al 9Reinas donde estaba Diego, se saludaron y este se alegró de que Freya estuviera allí.
Freya se despidió de Diego y le dijo que mañana pasaba a desayunar con él.
—¿Te apetece que vayamos a un Habbana? Son los mejores alfajores de todo Argentina, no podés decir que no.
—Vamos a ese cerquita que pasamos con la moto el día que la probé, ¿no?
—Sí, a ese mismo.
—Vale, vamos.
—Sube a mi moto, me toca darte una vuelta ahora a mí.
Freya subió a la moto.
—Arranca cuando quieras.
Matías acelero suavemente. Llegaron al Habbana y se tomaron un café con unos alfajores.
—Tenías razón, son los mejores. Bueno, aunque sólo he probado los de otra tienda en el centro.
Pasaron la tarde hablando sobre ellos, poniéndose al día de por qué Freya estaba allí y él hablándole sobre su negocio de motos. También de las rutas en moto y de que en verano alquilarían una quinta en Córdoba, porque la ruta es preciosa y tiene muchos pueblos alrededor que son  muy bonitos con lagos, montaña y mucho verde. Además estaba la fiesta de Oktoberfest que se celebra en esas fechas y ningún año se la perdían.
Matías la invitó a ir con ellos. Por un lado no le importaba ir, pero tampoco disponía de muchos días libres como para irse demasiados. Así que  le dijo, que lo pensaría.


—Buenos días. ¿Qué tal Diego? Me pones un croissant con jamón de york y queso y un café con leche, ¿por favor?
—Buenos días guapísima. ¡Ahora mismo! ¿Qué tal acabaste ayer? Te fuiste con Matías me pareció ver, ¿cierto?
—Sí, fuimos a dar una vuelta por ahí. ¿Cómo se presenta tu domingo? Podríamos hacer algo, ¿no?
—A las cinco tengo que ir a buscar a Aria y Valeria que regresan hoy ya, si quieres podés acompañarme.
—Vale, perfecto.
Freya terminó su desayuno y se fue con la moto hasta el centro de la ciudad. Dejó la moto y fue caminando por la avenida 9 de Julio. Vio una tienda de animales, ella tenía en Zaragoza a sus perros y los echaba muchísimo de menos, había pensado en comprarse uno para su nuevo hogar. De repente alguien tiró de su bolso bruscamente y le dio un empujón que hizo que su cabeza chocara contra el cristal de la tienda desde fuera. Se quedó paralizada y se le saltaron las lágrimas. El dueño del local escuchó el cabezazo y salió rápidamente a ver que había pasado y si estaba bien.
—¿Qué te pasa niña, estás bien?
—Ese, ese… emmm….
—Tranquila, entra. Voy a darte un poco de agua, respira con tranquilad.
—Un chico me ha robado el bolso y me ha empujado. ¡Mi cabeza!
—Tranquilizate. Ten, una aspirina. Tomátela. Voy a buscar alguna pomada para ese chichón, está saliendo rápido. Vos quedate acá quieta.
Freya estaba sentada con un disgusto encima que no podía parar de llorar de la rabia y la impotencia. Tenía que haberle seguido, seguro que corría más que él, pensó.
—Hola, ¿estás bien?
—¡¡¡Mi bolso!!!
—Sí, te traigo tu bolso. He visto lo que ha pasado y cuando ha pasado por mi lado se lo he quitado. Me ha costado un poquito, pero al final, me lo ha dado.
—Jolín, muchísimas gracias. Llevo todos mis papeles encima y podría decir que me has salvado la vida.
—¿De donde eres?
—De Zaragoza.
—¡No me digas! Yo soy de Luceni, un pueblito cerca de Zaragoza.
—¡Qué casualidad! El mundo es un pañuelo, ¡madre mía! —dijo Freya.
—A ver niña, dejame que te ponga esta cremita para el chichón.
Freya estuvo en la tienda un poquito hasta que se le pasó el susto y le dijo al dependiente que pasaría otro día para buscar un animal de compañía para ella. Le dio mil veces las gracias por su ayuda.
—Erik, encantado.
—Oh, perdona, soy Freya. Muchísimas gracias, de verdad, por las molestias. Podría haberte hecho algo ese tipo…
—Bueno, me he arriesgado. No se le pueden hacer esas cosas a nadie.
—Ten, 1.000 pesos. Es lo único que llevo encima. Pensaba quedarme a comer por el centro, pero con este susto no me apetece quedarme aquí la verdad.
—¿Qué dices? No lo he hecho por dinero. Guarda eso, por favor.
—Al menos, déjame que te compre algo o que te invite a un café… No sé, tú dirás Erik…
—¿Quieres que comamos juntos? ¿Ya que tu plan era comer por aquí, no?
—Sí, sí, vale. Llevo dos semanas aquí en Buenos Aires, es la segunda vez que estoy en el centro y no sé donde ir a comer…
—Bueno, yo llevo un mes aquí pero has tenido suerte porque vivo en esta avenida, así que conozco varios lugares donde se come bárbaro.
Freya se dejó llevar, iba con un chichón en la cabeza más grande que su puño, pero ese chico tenía algo…  Cuando lo vio entrar a la tienda ni se fijó, pero conforme pasaban los minutos…. Estaba rendidita a sus pies…  Una voz, un cuerpo, unos ojos… increíble, y además le debía mucho.

—Freya, holaaaa. ¿Dónde estas?
—¡Ay Diego! Estoy en el centro, me ha pasado algo horrible. Mañana me paso por el bar y hablamos que me pillas en mal momento…
—¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? —dijo Diego preocupado.
—Sí, todo bien de verdad, mañana hablamos. Un beso.
No le dejó casi ni tiempo a que Diego se despidiera porque estaba embobada, realmente abducida por Erik.
—¿Tu novio?
—No, no, un buen amigo.
—Ya estaba preocupado, dos semanas aquí y ya con novio… Sería fácil, eres preciosa…
Freya se puso como un pimiento rojo… Notaba como subía el calor por sus mejillas…  Rió y le dio las gracias.
Estuvieron hablando hasta la hora de cenar. Erik estaba de vacaciones en Argentina, sin fecha de vuelta a España, había ido con dos amigos más.
—¿Te parece que subamos a mi casa a cenar?
—Yo creo que debería irme para casa, mañana tengo que ir al zoo y tengo que descansar si quiero ir algo despejada…
—¿No pensarás que voy a dejar que cojas la moto con ese chichón en la cabeza, y los nervios que llevas encima?
—Sí, claro. La necesito para ir al trabajo.
—De eso nada. Vamos a cenar y te acerco a casa, mañana ya veremos como vas a trabajar.
Freya asombrada de ella misma, se dejó convencer. No se reconocía, le convencía sólo con mirarla, sin ni siquiera hablarle. Ella sabía que le iba a decir que sí.
Subieron a casa y Erik preparó la cena.
—Riquísima, me encantan las ensaladas, has acertado de lleno.
—Muchas gracias. Sí, pero coge también pechugas, repón algo de fuerzas que ha sido un largo día…

Abrieron una botella de vino tinto y se bebieron la mitad. Freya fue al sofá un momento porque se notaba algo mareada, Erik recogió la mesa y cuando terminó se sentó a su lado.

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