Autora: Esmeralda Egea.
Procedencia: Zaragoza.
Hoy tenemos una nueva debutante en Zarracatalla, y es que esta convocatoria nos está trayendo un buen número de nuevos autores y autoras. Un soplo de aire fresco que va a revitalizar el proyecto y entre todos lograr el objetivo de llenar 2022 DE LETRAS. Esmeralda Egea (Zaragoza) nos trae un relato distópico en el que nos cuenta "El final de la historia". Dentro de la historia hay muchos finales, este es uno de ellos: el de la historia como tal y el de la de sus protagonistas en particular. Buena herramienta conclusiva doble la que nos expone nuestra compañera.
Seguro que volvemos a disfrutar de sus historias en nuevas oportunidades, y estaremos encantados de que así sea. Gracias, Esmeralda.
A continuación os dejo aquí su texto para que disfrutéis de su lectura...
“EL FINAL DE LA HISTORIA”
Lo que está escrito es lo que importa.
Lo demás no existe. Durante todo el tiempo que estuve encerrada, las imágenes
de mi vida iban y venían como si de una ráfaga de diapositivas se tratara. A
veces me veía a mi misma en ellas. Otras en cambio no me reconocía y todo ello
iba encadenado a una continua repetición de noticias; fotocopias unas de las
otras, tanto, que había momentos donde la realidad se mezclaba con los sueños y
estos se enredaban con una ficción inventada en mi cabeza, donde todo lo
ocurrido solo estaba en mi mente; mi pasado mi presente y mi futuro. Aunque
esto era cosa mía, porque cuando aquel cinco de julio del dos mil veinticuatro,
a las ocho de la mañana se sintonizó puntualmente el televisor, lo vi escrito
en un cartel informativo que figuraba detrás del presidente; el Estado de Sitio
se levanta a partir de hoy a las doce del mediodía.
Ese día era viernes, y a pesar de que
durante el último Estado todos los televisores del país se programaban ellos
solos tres veces al día, no sabría decir si ya lo habían avisado con
anterioridad o no. Últimamente ya no escuchaba nada. Oía, pero era incapaz de
hilar una palabra con otra. Mi nivel de concentración había naufragado. Pero
aquella noticia estaba escrita quedando tatuada en mis pupilas para siempre.
Hacía tiempo que no hablábamos él y yo.
Recuerdo el paso cansino con el que fui arrastrando los pies hacia la cocina
aquella mañana pegajosa, pero, a pesar de la calor, el café lo sentí frío y sus
posos se quedaron empapados en mi garganta. También medité de que entonces, ese
día sería el último en tomar aquella bebida que me sabía a amargura ya que los
militares dejarían de dejarnos la comida en la puerta de casa. Esa comida
envuelta en plástico que no sabía a nada y ese café negro con sabor a calvario.
Le pedí que se vistiera, y fue entonces
cuando me miró con extrañeza; la misma que sentí yo cuando pronunciaba aquellas
palabras en voz alta. ¿Cuánto tiempo hacía que no hablaba? Casi no reconocí mi
propia voz. Retumbó en mi cabeza y se lo volví a repetir:
—Vístete.
Aunque esa vez recuerdo que lo hice
para escucharme a mi misma —vístete—.
El sonido del timbre resonó en medio de
las palabras que no dejaba de pronunciar en voz alta, como si fuera alguien que
comienza a decir sus primeras voces por primera vez. Abrí la puerta y como
todas las semanas, unos paquetes con el emblema militar, solo que en aquella
ocasión el contenido no era café amargo ni comida sin sabor; eran unas
mascarillas, unos guantes y unos zapatos. Hurgué dentro de mi memoria, siendo
incapaz de recordar cuando fue el momento en que le dije a alguien que número
calzaba, ya que ni yo lo sabía en aquellos momentos...—Tampoco lo se ahora—.
Salimos a la puerta del ascensor en
silencio y con la mirada perdida. Fui yo la que le dio al botón, y mientras la
máquina bajaba intenté recordar cuando fue la última vez; la última vez que me
subí en él; la última vez que me reí; la última vez que disfruté de una buena
comida; la última vez que leí un libro; la última vez que pensé que la vida
merecía la pena...La última vez. No recordaba nada de aquello. El ascensor hizo
su parada en la planta calle. Él salió primero y me sostuvo la puerta para que
saliera. Por primera vez en mucho tiempo lo miré directamente a los ojos. No
hicieron falta las palabras y a pesar de que llevábamos sin hablarnos meses nos
conocíamos desde hacía mucho tiempo atrás. Me regaló media sonrisa unido con un
gesto de resignación con los hombros. Entonces fue él, cuando cerró la puerta
del ascensor quedándonos uno a cada lado. Su sombra se distinguía quieta a
través del cristal biselado y fue entonces, cuando volví a darle al botón, pero
esta vez era para subir de nuevo a casa.
Esmeralda Egea.
Zaragoza.
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Besetes a tod@s.
Nos leemos.
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