Título: Mis estaciones.
Autora: Milady The Easter.
Procedencia: España.
Hoy vamos a disfrutar de la intensidad de Milady The Easter (España), con su primera participación en Zarracatalla con este texto en el que nos describe sus diferentes etapas con una fascinante precisión. Nos trae "Mis estaciones", os recomiendo que os dejéis llevar y la acompañéis por este recorrido vital. Estoy encantado de poder enseñaros solamente un pequeño ejemplo de lo que es capaz de ofrecer esta autora. Bienvenida a Zarracatalla, espero poder contar contigo de aquí en adelante. Gracias, Milady
A continuación os dejo aquí su texto para que disfrutéis de su lectura...
“Mis estaciones”
Esas épocas del año que raramente
coinciden con mi temperatura corporal.
Las estaciones se suceden en un orden
aleatorio, distinto y caótico en el interior de mi cuerpo y yo las dejo pasar
de la forma en que quieran irrumpir en mí, haciéndome sentir viva o medio
muerta, pero en todo caso haciéndome siempre sentir.
A veces, como ese amanecer temprano de
un cálido verano, que inunda la noche tibia con el frescor de una mañana de luz
y cantos de pájaros.
Otras, como fuego ardiente donde aplacar con deseo, el frío hiriente de la
soledad de un impasible invierno.
En ocasiones, irrumpe la primavera de mis ganas, brotando en coloridas flores
de ilusiones renovadas.
Pero siempre, llega ese otoño que
acaricia con su brisa fresca la mustia calidez de los últimos retazos de la
juventud que ya no tengo.
No obstante, he observado que aún hay
rosas en otoño…
Lo que me lleva a plantearme;
Que cada cual elige su momento para
florecer.
Que quizá, la primavera está sobrevalorada
y que puedes elegir otoño.
Que nunca es tarde, mientras haya vida.
Que da igual en la dirección que sople
el aire, si consigues seguir volando.
Que por más duro que sea el invierno,
al final siempre florecen los almendros.
Que es lo mismo que sea; verano, otoño, invierno o primavera, lo importante de
verdad es atreverse a florecer si la vida te despierta.
Mi
primavera
Cuando ya no esperaba flores, irrumpió
salvajemente una inesperada y postrimera primavera, llenando de esencias
juveniles el ocaso de esos días de dudas y sombras.
Me sorprendió arropada de escalofríos, porque
llegó disfrazada de crudo invierno.
Pero mi primavera se esfumó;
En cada palabra que no me escribiste.
En cada mirada que escondimos.
En cada caricia que guardamos.
En cada encuentro que no provocamos.
En la atracción que camuflamos.
En el cariño que no dejamos trascender.
En la complicidad que negamos.
En la ilusión que rompiste.
En la pasión que medimos.
En la sinrazón que tuviste de ir poco a
poco alejándote de mí...
Se paró el tiempo, en un impasse que
frenó en seco mi incipiente primavera tardía, pero el sol continúo saliendo por
el este, sin preguntarme si debía, y yo tozuda reabsorbí su calor turbio, como
los deseos no cumplidos que siguen pendientes.
En el absurdo de no buscar nada en la nada, me topé con el aroma dulzón de tu
cuerpo entre las sombras de un verano prendido en ganas.
Un insecto zumbó bruscamente en mi
oído, recordándome que devolví, sin usar apenas, mi última primavera.
Mi
verano
Empecé el verano en tiempo pasado,
perdida entre las hojas que caían en un cálido otoño y las noches oscuras de mi
caliente invierno.
Con extrema vehemencia alimenté las
llamas del fuego, aún vivo de ese verano interior, que trato de mantener
eterno.
Mordiendo como una bestia, para que
nadie me robe la llama, que temblorosa prende en cuanto tiene el oxígeno y la
chispa adecuada.
Decidí arder y ardiendo sigo, a base de
darme yo misma el oxígeno necesario, para que no se apague mi propio fuego.
Veranos para recorrerme la espalda con palabras que saben a caricias.
Caricias que me llevan a imaginar tu cuerpo y llenan de bravos escalofríos las
cortas noches de estío.
Me emborracho de pensamientos absurdos,
escandalizando mi mente, que solo quiere tener un tiempo para simplemente
tenerte.
Embebida en el bullicio del jolgorio
del verano, suena tu silencio aún más sepulcral que nunca.
Abrasada por el sol del estío, hace que
ansíe el calor real e hirviente de unas manos deseosas de mí cuerpo sobre la
piel.
Acariciada por la brisa fresca de la tarde, consigo llenarme de aire y sin
siquiera tomar aliento, sentir que me convertí en la mujer que soy, pero que no
puede seguir siendo.
Sentirte en el viento que enreda mi
pelo.
Sentirte en el sol que acaricia mi
cara.
Sentirme sola en una atracción real de
nuestra propia historia inventada.
Veo tus ojos en el océano bravo.
Siento tu piel en cada grano de arena
blanca ondulada por el viento.
Oigo tu voz en los susurros de las olas
cuando estallan en la orilla.
Extraño tu sonrisa en la luz que desprende cada rayo de sol que acaricia mi
cuerpo.
Añoro tu deseo encendido, en cada
atardecer ardientemente baldío.
En mi verano vacío y a la vez lleno de ti.
El verano se acaba y por más que agito
las alas, descubro con estupor que he volado en círculo.
Cuando los días se acortan y florecen
los atardeceres tempranos, abro los ojos descubriendo con estupor, que mi mente
pudo evadirse en aquellos días de sol intenso, pero sigo anclada por los mismos
rutinarios clavos en ese lugar pesado, donde aún sigue preso el calor vivo de
tu cuerpo.
MI
SITIO.
Tú, fuiste mi último sol de agosto, o
al menos eso creía, hasta comprobar con estupor y cosquilleo revoltoso, que al
llegar otro junio volví a sentir calor entre mis los sudorosos muslos.
Y sale el sol templado en mi espalda, voraz y ansiosa, me empapo de la luz de
sus últimos rayos, antes de presagiar en mi piel los efectos de un inminente
otoño.
Mi
otoño
Necesitaría una vida eterna de otoños
enteros, para que cayeran todas las hojas emborronadas con el recuerdo de
aquellas palabras.
He oído el ruido de las hojas caer de
los olmos de aquel parque. Un sonido tenue, quizá insignificante, pero
maravilloso en su simpleza, porque anuncia que necesariamente hay que morir un
poco, para devolvernos al ciclo de la vida.
Ya no me importa si llueve o si escampa,
porque mi corazón está siempre mojado y mis ojos humedecen la cara llenando de
ausencias este otoño, donde cabalga mi cuerpo entre fondos opacos tan grises como
dorados.
El cuerpo me pedía otoño y yo obstinada
como soy, sólo le permití seguir rugiendo a toda costa primavera. Entre hojas
secas se esfumaba tu esencia y yo me enfriaba sin ti.
Salí temblando buscando alguna fuente
de potente energía para borrar con mi propio calor corporal el frío helado de
tus asquerosas ausencias.
El sol templado de otoño fue incapaz de secar cada lágrima que resbalaba en mi
tez, pero derritió toda la tristeza que me invadía y se desbordó en un mar de
cegadora impaciencia.
En los otoños, también florecen flores,
incluso en el más duro de los inviernos se atisban primaveras.
Cuando lo has llorado todo, ya no le queda al cuerpo más escapatoria que
dejarse envolver en sonrisas, ya poco importa si son o no sinceras, cuando con
ellas se ilumina toda esa puta vida que viví siempre a oscuras.
Sin contemplaciones, brotó en mi rostro una tenue sonrisa de otoño, que iluminó
la estancia de mis anhelos, otra vez maltratados y rotos.
La vida es una gran historia, que venimos a crearla.
A veces, hay capítulos que deseas que nunca acaben y otros que estás impaciente
por pasar página...
Mi
invierno
Cuando el frío se apodera de lo
externo, arrullo con mimo mi interior, para alimentar las llamas del fuego vivo
de mi verano íntimo y eterno.
Gimiendo cada sílaba de tu nombre,
envuelvo con deseo mi cuerpo, como si fuera un papel dorado de un dulce
caramelo.
Te invito a chuparlo usando mi sutil
sonrisa de mujer golosa, con extremas ansias del sabor azucarado que encuentro siempre
irresistible invadiendo sin permisos tu sátira boca.
Me dejó llevar hasta tus labios usando
de brújula mi instinto de hembra.
Aspiro el rastro de tus hormonas,
guiándome por el tono de tu voz templada de deseo.
Fluyo en tu cuerpo, sin nada más que
pensar, que analizar, que decir o que hacer, convirtiendo este invierno en un
verano cualquiera.
De repente es de día, hace frío y
nieva.
El frío invade mi cuerpo al no ser arropada por un edredón de invierno, al no
poder cubrir mi desnudez con la tuya, para que me dieses calor de piel.
Echo de menos el ficticio calor, como se añora el sol del estío en un profundo
invierno, recordando con nostalgia su calidez y olvidando la quemante desazón
de su abrasador fuego.
Se perfilaba un diciembre a media luz, iluminado a base de escasas sonrisas
caldeadas con esfuerzo, por quién no deja que huya de la curva que marca las
comisuras arqueadas de mis labios, junto con un poco de metralla que aún guardo
en los recuerdos emborronados de mi cabeza fría por la helada de invernales
madrugadas insomnes.
La calle ardía en un festival nauseabundo de luces difusas, que se incrustaban como
lanzas bañadas de herrumbre en mis pupilas llorosas, pero que en ocasiones
chispean centellas de un fuego que sin ser plenamente consciente provoca
incendios que no se atreven a arder.
Sentada cerca del quicio del abismo del miedo, permanecía tranquila con el alma
helada y la nariz roja de respirar tanto frío, pero con el corazón arropado por
quién me resguarda de tanto olvido.
Derretiste cada copo de nieve que caía del cielo, con cada palabra arrojada de
tu boca hirviente. Paradójicamente la noche que se pronosticada más fría del
año, se tornó tórrida en tus cálidos brazos.
Siento entre la nieve, que por fin voy
a encontrar la fórmula mágica de sobrevolar los campos del deseo brutal que
emano ante ti.
Me veo obligada sin tregua posible y sin descanso a caer hechizada en unas
palabras mágicas, qué en esas noches salvajes de encuentros inesperados, dejan
una huella palpitante y sorda en mi cuerpo de placer exhausto.
En las noches de enero el cielo raso se
cuaja de estrellas y mis ojos de lágrimas.
La helada arrasa los campos y se ceba
en mi cama.
En las noches de enero se despiertan
los demonios, los deseos y ruge con fuerza mi hambre de tu piel.
En este invierno el frío me súplica tu
cuerpo y tu ausencia me somete.
Tu recuerdo me inunda el alma, aromatizando de ti mi ser.
En las noches de enero mi insomnio tiene nombre propio y los sueños me
envuelven de ti.
En las noches de enero es donde se
cuaja el sol de agosto que posiblemente nos haga volver a arder.
Enero son solo unas cuantas noches y
todo mi anhelo es llegar a esa primavera temprana para volver a florecer en mí.
Mientras espero me entrego a estas noches estrelladas de enero en los que mi
lágrimas ocultan mis más íntimos anhelos contigo.
En las noches de enero empiezo lentamente a congelarme y aparece el miedo de
ser incapaz de volver a sentir.
Este sentimiento sale de tan dentro que el propio rescoldo hace que salte una
chispa, huela tu aroma y mi cuerpo empiece de nuevo a vibrar.
Porque estas no será las últimas letras que hablen de ti…
Entre la noche, tu cama, mi almohada, y
tu cuerpo, sólo queda la aurora rugiendo de ganas por desvelarme del sueño que
me aleja de ti.
Mientras, con las manos hambrientas de
piel, alimentas el hueco del deseo que provoca mi respiración en tus pulmones.
Te lleno del aliento, de tórridas
madrugadas repletas de sexo, aún calienta mi estancia desolada cuajada de
invierno.
Despierto en ti y te sorbo la mañana a
traguitos cortos de café azucarado, que sin pretenderlo reavivan otra vez mis
ganas de no dormir a tu lado.
Lejos se desdibuja lentamente ese invierno
caliente, mientras en tu cuerpo se derrite la nieve que creo ya…
No sé si voy a poder lamerte.
Milady The Easter.
España.
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Trayectoria poética sobre las estaciones. Me ha gustado. Saludos desde Canarias
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