sábado, 30 de agosto de 2014

18.000 visitas con El mantel de Noa.

Ya hemos superado las 18.000 visitas, y como veis estamos de vuelta ya a pleno rendimiento en el blog para traeros semana tras semana publicaciones, entrevistas con nuestros autores, capítulos de Nuestra historia y también de Colección Uni2. Hemos adelantado el comienzo de la temporada a ayer viernes con la publicación del tercer capítulo de "Luz en la oscuridad", la novela a cuatro manos de Alberto Bello y Vanesa Berdoy.
Tenemos que contaros varias cositas respecto a las publicaciones de este verano:
Escalera de color a petición de sus autoras ha pasado a mejor vida. Una pena porque tenía muy buena pinta, pero como siempre les digo a nuestros colaboradores: "No te preocupes, que esto es para disfrutarlo. Que no te suponga ningún agobio". Seguiremos contando con ellas para futuros proyectos. Un beso fuerte.
Gliese sufrió un nuevo retraso y por eso no llegó a publicarse en la fecha anunciada, esperemos que las mentes de esta pareja ideen un segundo capítulo para septiembre y podamos descubrir más sobre la vida en este planeta.
Ayer se publicó el tercer capítulo de "Luz en la oscuridad" como he mencionado anteriormente y en los próximos viernes llegarán nuevas entregas de "Un destino inesperado" y "Tu, yo... y él" que junto con "Freya" cerrarán los terceros capítulos respectivamente de sus novelas. A mitad de septiembre propondremos un nuevo calendario de publicaciones para la cuarta entrega.
Gracias a todos ellos por su esfuerzo y por mantener vivo el blog en el periodo estival.
Respecto a lo que está por venir... Nuestra historia, como no. En dos días tendremos un nuevo capítulo que abrirá la tan esperada segunda y definitiva temporada. No faltéis a la cita.

Y como todas las celebraciones que hacemos en el blog las solemos festejar con música, hoy nos llega de la mano de nuestra asesora musical de cabecera Elena Arenas el dúo El mantel de Noa y su tema "Una noche en la tierra".
"El mantel de Noa" es un dúo de reciente formación en el que Pilar Gonzalvo y Miguel Ángel Fraile (miembros de O'Carolan) se unen para ofrecer un concierto íntimo, lleno de colores y matices de aquí y de allá. Músicas europeas y de oriente próximo que ejecutadas con la maestría y delicadeza que caracteriza a estos dos intérpretes, hacen que la experiencia de escucharles no deje a nadie indiferente. Instrumentos como el arpa, el duduk armenio, la zanfona, el whistle irlandés, la uillean pipe¸el acordeón o nuestra gaita de boto entre otros, nos hacen viajar en el espacio y el tiempo. Temas de la tradición sefardí y de países tan lejanos como Suecia o Israel, tienen cabida en el repertorio de este nuevo grupo que logra convertir los sueños en música.
Enlace con esta increíble melodía y un par de imágenes de los artistas. Besetes a tod@s, nos leemos.

viernes, 29 de agosto de 2014

Colección Uni2. Luz en la oscuridad. 3. Ensayos furtivos

Tercer capítulo de "Luz en la oscuridad", con Peter North (piloto de las fuerzas aéreas británicas durante la Segunda Guerra Mundial) tras la línea enemiga en una situación comprometida con su compañera Juliette (de la resistencia francesa) apunto de ser descubiertos por guardias alemanes en las cercanías de un área secreta del ejercito nazi. Veremos como continua la acción tras dos tremendos capítulos iniciales en esta propuesta de Alberto Bello y Vanesa Berdoy.



Luz en la oscuridad


CAPITULO III: ENSAYOS FURTIVOS

Peter cogió de la otra mano a Juliette y los dos se lanzaron a un hueco entre las rocas. Apenas había sitio para ambos. Peter estaba debajo con Juliette enfrentada encima suyo. Sus cuerpos se tocaban. Sus caras se rozaban, la del uno contra la del otro. Peter podía notar la respiración de ella en su cara.
Oyeron ladridos más cerca y vieron la luz de una linterna por encima de sus cabezas. Juliette todavía se apretó más. Peter pudo notar sus pechos contra su propio pecho. Un par de soldados estaban patrullando la zona con un pastor alemán. El perro seguía ladrando. Los guardias se pararon a unos metros de ellos.
—No se que le pasa a este chucho, lleva toda la noche muy nervioso. Le ladra a cualquier cosa.
—Se distrae con rastros de alimañas, sobre todo de noche. Le tengo dicho al teniente que es demasiado joven. Necesita más entrenamiento —dijo el otro soldado.
—¡Vamos, vamos! —arrastró al perro de la correa y siguieron su camino.

Nuestros amigos esperaron un tiempo prudencial para que se alejaran y salieron de su escondite. Se sentían incómodos el uno con el otro.
—Volveremos a la ciudad —sentenció Juliette.
Se dirigieron al coche y se subieron en él. Optaron por volver por donde habían venido ya que no conocían bien la zona. Tras casi dos horas de camino llegaron a la ciudad. Eran las dos de la madrugada.
—Hoy podrá dormir en mi casa señor North —dijo Juliette—. Mejor dicho, creo que debemos llamarle Pierre o señor Lombard.
Le sonó muy raro que no le llamarán por su auténtico nombre, pero tendría que empezar a acostumbrarse.
Las calles estaban desiertas. Había toque de queda. Juliette apagó las luces y continuó conduciendo. Si alguna patrulla los detenía podrían tener problemas.
—Aparcaremos aquí, mi casa no queda lejos.
Bajaron del coche y comenzaron a caminar. Al doblar una esquina se encontraron con dos soldados borrachos que venían por la acera en su dirección. Uno de ellos blandía una botella de coñac francés mientras rodeaba el cuello del otro con el brazo y cantaban algún tipo de canción en alemán. Sonaba triste. Si se cambiaban de acera llamarían mucho la atención. Se iban a cruzar irremediablemente con ellos.
El corazón de Juliette comenzó a latir con fuerza. De pronto Peter cogió a Juliette contra la pared y le plantó un apasionado beso.
Peter había deseado hacer eso desde el primer momento en el  que la vio y ahora los acontecimientos le obligaban a intentar algo para librarse de los soldados.
Juliette no se lo esperaba, pero no se resistió. Sabía que era su oportunidad para evitar problemas.
Los soldados llegaron a su altura y empezaron a vitorearles y a reírse. Enseguida pasaron de largo. Sin duda ellos tampoco deberían de estar allí y menos en ese estado. Si los detenían tendrían que explicarlo y tampoco querían complicaciones.
En un primer momento el beso sólo había sido una forma de evitar problemas. Juliette se dio cuenta de que Peter no estaba fingiendo.
Cuando los soldados doblaron la esquina Juliette se despegó de Peter. Se sentía un tanto confusa.
—Subamos a casa —dijo.
Peter no sabía que hacer. Le había parecido que Juliette reaccionaba a su beso, pero no era así.

Subieron los dos al piso. Juliette vivía en un pequeño apartamento de dos habitaciones. Antes de que se diera cuenta, ella se había quedado dormida vestida sobre la cama. Estaba agotada. Peter se quedó contemplándola unos segundos. Aprovechó para tomar una ducha rápida y se acomodó en la otra habitación para dormir.

Al día siguiente el ruido de la cafetera le despertó. Juliette estaba preparando algo para desayunar. Peter se vistió y se acercó a la cocina.
—Buenos días.
—Buenos días. Tomaremos un desayuno e iremos a Le parisien —dijo Juliette mientras le alcanzaba a Peter una taza de café.

Peter se encontraba confundido. Le había ofrecido su corazón y ella lo había rechazado. Era como si nada hubiera ocurrido la noche anterior en aquella oscura calle. Juliette estaba fría y distante.
Los dos salieron del piso y se dirigieron a pie a Le parisien. No se encontraban muy lejos y llegaron enseguida.
Cuando entraron en el local se encontraron a Gastón leyendo el periódico en una mesa con aire sombrío. Al verlos entrar tuvo que mirar dos veces para creer lo que estaba viendo.
Se sentaron junto a él.
—¿Pero qué ha ocurrido? —dijo.
Juliette le contó la historia omitiendo los detalles personales.
—Bien, señor North, quiero decir señor Lombard; me temo que pasará una temporada con nosotros. Debemos investigar qué es lo que descubristeis ayer. Hemos de volver allí cuanto antes —dijo Gastón.
—Yo iré —respondió Peter mientras miraba a Juliette.
—No puedes ir solo —replicó Juliette.
—Siempre es más fácil esconderse yendo una persona sola. Esperaré unos días a que la luna no esté tan llena. Me tendrás que prestar el coche —añadió él.
—No te preocupes por eso —respondió.
—Bien, entonces así lo haremos —repuso Gastón—. Yo también tengo noticias —dijo mientras les mostraba el periódico del día a ambos.
En portada y en grandes titulares aparecía una noticia alarmante para Inglaterra. Japón había firmado una alianza con Italia y Alemania. Se había creado el Eje Berlin-Roma-Tokio. Italia había entrado en la guerra del lado de Alemania cuando Francia estaba casi vencida y había ocupado una zona de la Provenza. Mussolini pensaba que la guerra iba a terminar pronto y quería sacar provecho. Con un ejército poco preparado y una población contraria a la guerra había aprovechado para expandir su imperio colonial en África a costa de territorios de Francia e Inglaterra.
Por su parte Japón estaba haciendo lo mismo en el extremo oriente. Se había apropiado de buena parte de China y continuaba su expansión imperialista hacia el sur ocupando las colonias británicas y francesas en la zona, así como poniendo en peligro a la propia Australia y a las islas Filipinas, pertenecientes a EEUU desde el desastre español de 1898.
Del otro lado se encontraba Inglaterra junto con los países de la Commonwealth. Recibía ayuda económica de EEUU, pero lo que Churchill (premier británico) anhelaba era que los americanos entrara en la guerra.
Era un periódico censurado por el régimen nazi con aires propagandísticos, pero les servía para conocer el curso de la guerra.
—El futuro pinta muy negro —dijo Juliette.
—Necesitamos que EEUU entre en esta guerra —respondió Gastón.

 Peter seguía instalado en casa de Juliette y ayudaba a Gastón en la cocina de Le parisien. La actitud de Juliette había vuelto a ser cordial hacia Peter, parecía que el incidente de aquella noche en la calle nunca hubiera pasado. Peter sentía que se estaba enamorando de ella más a cada día que pasaba.
Habían pasado unos días desde su conversación alrededor del periódico.
—Esta noche habrá poca luna —le dijo Peter a Gastón en la cocina de le Parisien a mediodía—. Hoy es el día.
Gastón asintió.

Peter volvió al apartamento de Juliette a eso de las cuatro de la tarde.
—Hoy iré a inspeccionar lo que vimos la otra noche. Necesitaré el coche.
Bajó a la calle y se subió a la vieja camioneta Renault. Volvió a tomar la calle paralela al río Somme y se dirigió al norte, a la playa. Iba conduciendo por la misma carretera por la que le había llevado Juliette unos días atrás. En el bolsillo llevaba su nueva documentación, su pistola de piloto y la foto de su familia. La pistola podía acarrearle problemas si se la descubrían, ¿pero que otra cosa podía hacer?
Continuó conduciendo. Empezaba a caer el sol y la carretera atravesaba la aldea de Antoine.
Justo antes de entrar en la población se encontró con un puesto de control. No estaba la última vez que había pasado por allí con Juliette. Sin duda las investigaciones de la Gestapo, después del incidente con Antoine, habían recomendado controlar la zona.
—¡Alt! —gritó un guardia en el centro de la carretera. Otro estaba al borde de ésta controlando una barrera. Ambos llevaban una ametralladora colgada sobre la cadera— ¡Documentación! —le dijo en un mal francés.
Peter sacó los papeles y se los entregó. El guardia miraba los papeles y le miraba a él. Peter se estaba poniendo nervioso. Sólo podía pensar en que no le debían descubrir la pistola. “¡Debía de haberla escondido en el coche!”, pensó.
El ejército francés se estaba empezando a disolver y volvía a ser común ver a civiles franceses de su edad. Unos meses atrás hubiera resultado demasiado sospechoso.
—¿En qué unidad ha servido? —le preguntó el guardia sin bacilar. Podía ser una pregunta trampa.
Peter se quedó en blanco y dijo lo primero que se le vino a la cabeza:
—Estuve en tropas acorazadas al mando del general Leclerc.
El general Leclerc se había refugiado en Inglaterra con tropas de la Francia libre y continuaba su guerra activa contra los alemanes. Era el único general francés que conocía Peter, puesto que era uno de los más famosos. El soldado no se percató de que este general, y sus soldados, eran personas “non grata” para el reich. Podía haber sido un grave error de Peter, pero el guardia prosiguió.
—¿Ha pensado en alistarse en la Werchmacht? —le dijo.
—No, no en este momento. Tengo un negocio que reflotar.
—¿A donde se dirige?
Peter no titubeó
—A la aldea para recoger pescado
—Muy bien, puede continuar. Abre —le dijo al otro guardia. Parecía que se había quedado satisfecho con el pequeño interrogatorio.

Peter continuó por el mismo camino de hacía unos pocos días. Pasó por la misma curva donde había muerto Antoine. Llegaba a la zona boscosa y ya casi era noche. Esta vez no encendería las luces. Debía de ir más despacio pues había poca luna.
Dejó el coche fuera del camino unos cientos de metros antes que la vez anterior. No podía arriesgarse a que lo encontraran. Se vistió con una ropa de colores oscuros que le había prestado uno de los camareros de Le parisien y bajó del coche.
Estaba a varios kilómetros de las instalaciones. Todavía quedaban unos pocos minutos de luz. Esperó a que cayera la noche totalmente y se dirigió hacia el complejo.
Pasó por las rocas donde habían tenido el encuentro con los guardias en la anterior ocasión. Se subió a ellas para otear de nuevo. Veía las instalaciones tal y como estaban la otra vez pero había alguna cosa más. Sobre los raíles se veía algo que parecía un avión, tenía unas alas cortas y no tenía habitáculo para el piloto. Ningún avión convencional era capaz de volar con aquellas alas tan pequeñas y menos aún sin piloto. ¿Qué habían podido idear los ingenieros de Hitler? Además la inclinación de la vía ya no era de 30º, ahora eran unos 45º. En uno de los edificios había instaladas unas grandes antenas de radio. Tenía que acercarse más y averiguar que era aquello.
Bajó de las rocas y continuó acercándose. Vio una linterna a lo lejos a quizá un kilómetro, un perro ladraba. Había guardias por la zona pero esta vez no lo sorprenderían. Seguiría una trayectoria tal que no se cruzase con ellos.
Estaba a un par de cientos de metros del perímetro, entre la maleza. La verdad es que el bosque le proporcionaba un escondite inmejorable. Se acercó más. Podía ver a los guardias apostados en las torres de vigilancia con sus fusiles Mauser. También disponían de unos potentes deflectores de luz que tenían apagados. Decidió no acercarse más e intentar rodear el perímetro.
La valla tenía zonas cerradas con maderas y otras zonas de alambrada por las que Peter podía ver lo que había en el interior. Dentro había varios barracones y edificios. Llegó hasta una zona desde la que podía ver bien la vía y lo que parecía ser un avión sobre ella. Era más pequeño que su maltrecho Spitfire, tenía unas alas muy cortas en relación a su longitud. En la parte trasera del fuselaje tenía acoplado lo que parecía ser un motor. Aquello no podía ser un avión convencional.
Había un grupo de personas en el otro extremo del campo. Parecía que estaban mirando al avión. Varias personas llevaban batas blancas y cuadernos de notas, así como otras vestían uniformes de la Luftwaffe y de la Werhmacht. Llevaban auriculares de protección y gafas negras a pesar de ser de noche.
De pronto se empezó a oír un ruido que en pocos segundos se tornó ensordecedor. Peter vio como de lo que parecía el motor del aparato comenzaba a salir fuego. El fuego se hizo cada vez mayor hasta que de la parte trasera del avión salía una lengua de unos quince metros. Por un momento pareció hacerse de día. Los perros dentro del perímetro aullaban asustados. Peter estaba perplejo, no podía creer lo que estaba viendo. Una especie de catapulta dio un terrible empujón a la aeronave y salió disparada por la vía. Cuando terminó la vía estaba en el aire. Nuestro amigo se quedó mirando como la lengua de fuego subía hacia el firmamento y se iba perdiendo en la lejanía. Estaba perplejo. No lo podía creer.
Los nazis pretendían mantener en secreto aquellos ensayos pero Peter y sus compañeros no deberían permitirlo.
Todavía era una tecnología en ciernes que se estaba desarrollando en Alemania, pero los ensayos eran realizados allí mismo.
La batalla de Inglaterra estaba tocando a su fin. La Luftwaffe no había podido cumplir su objetivo de eliminar a la RAF. La “Operación León Marino”, por la que Hitler había pretendido la invasión de Gran Bretaña, ya nunca tendría lugar.
La Luftwafe estaba desarrollando un aparato capaz de seguir hostigando al Reino Unido sin perder aviones y sobre todo pilotos.

Peter decidió que ya había visto bastante y volvió a la ciudad. El viaje de vuelta ocurrió sin sobresaltos. Al llegar a la ciudad pensó en la vigencia del toque de queda y decidió dejar el coche a las afueras para llegar al apartamento a pie. De esta forma le sería más fácil pasar desapercibido.
Las calles a penas tenían farolas y no se veían luces en las casas. Por supuesto no había nadie en ellas. La falta de luna hacía a la noche extremadamente oscura. Al llegar a una esquina vio unas luces y oyó el ruido de una motocicleta. Se lanzó en un portal y se tumbó en el suelo. Era una patrulla en sidecar. El copiloto llevaba apostada una ametralladora MG34. “No se andan con tonterías”, pensó Peter. Pasaron despacio cerca de él pero no lo vieron. Se alejaron calle abajo.
Peter continuó andando y llegó al edificio de Juliette. Sacó su llave y entró en el portal. Le pareció oír voces pero no le hizo mucho caso. Conforme iba subiendo por la escalera estaba más seguro de que había personas hablando, más bien parecían gritos.
Llegó a la puerta del apartamento y se percató de que dentro estaba teniendo lugar una fuerte discusión. Oía a Juliette y a otra persona.

Peter abrió la puerta con cautela y entró en el piso.

viernes, 8 de agosto de 2014

Colección Uni2. Freya: 3. Avenida 9 de Julio.

Tercer capítulo de la novela de Ana Asensio "Freya". En esta ocasión se titula Avenida 9 de Julio y seguimos con las peripecias de su protagonista en su año de prácticas en un zoo de Buenos Aires.



            CAPITULO 3.  Avenida 9 de Julio


—No tiene gracia. ¿Matías, verdad?
—Perdonáme Freya, pero vi el casco y tenías que ser vos. Nadie más lleva ese casco por acá. Disculpáme preciosa.
—Estás disculpado Matías. Nos vemos y ¡¡deja de pitarme!!
Freya aceleró, le gustaba correr, sentirse libre. Sentía  que podía manejar cualquier situación cuando iba en moto, dejaba la mente en blanco y sólo conducía. Había hecho rutas por Francia, Andalucía y Extremadura desde Zaragoza con más amigos. Este año se las iba a perder…
Llegó a casa y se puso a hablar con sus amigas por Skype, habían quedado para reunirse en casa de Clara y así poderse ver todas a la vez. Eran amigas desde niñas, fueron juntas al mismo colegio e instituto y además Clara también había estudiado veterinaria, era la primera vez que pasaba tanto tiempo separadas de ellas. Iris había terminado su carrera de abogada, pero seguía estudiando un master y Raquel estaba trabajando como profesora en un colegio para niños de primaria.
Empezaron a preguntarle por Darío, la conversación empieza mal, pensó Freya… No quería hablar de Darío, se había portado muy mal con ella y no quería volver a verlo. Esquivó como pudo la pregunta y  les preguntó sobre los estudios para cambiar un poco de tema y así no pensar en recuerdos negativos.
—¿Cómo van esos estudios chicas?
—Los estudios van bien y Raquel en el colegio también está contenta —dijo Clara.
—La verdad es que he tenido mucha suerte este año con los niños, llevo las clases de los niños de cuatro años y son puro amor —dijo Raquel.
-¡Pero, cuéntanos! ¿Cómo son los chicos por allí? Seguro que ya te has fijado en alguno, ¿verdad? —dijo Iris.
—Ya sabéis que he venido a trabajar y aprender, conocer un poco el país, intentar hacer todos los viajes posibles por aquí y nada más.
—Bueno, bueno… ¡Eso no te lo crees ni tú, pajarita! —dijeron las tres riendo.
—No sé por qué me ponéis de ligona cuando sólo he estado con Darío…
—Sólo has estado con él porque has querido, ¡si eres guapísima! Antes de estar con Darío los tenías loquitos, ¡bueno! ¡Y aún estando con él!  ¡Eres un pibón! Rubiaza, melena larga, unos ojos de gatuela verdes de infarto, simpática, deportista, y dispuesta a todo por ayudar a los demás —dijo Clara—. ¿Quién no caería rendido a tus pies?
—¡Anda, Clara! ¡Qué tú eres la que está enganchada todo el día al whastapp! —dijo riendo a carcajadas—. Raquel ¿qué tal va todo con Diego?
—Muy bien, estamos mirándonos una casita cerca de tu casa.
—¿Sí? Me parece perfecto. A ver si cuando vuelva os tengo ya de vecinos. Bueno chicas voy a dejaros, tengo que planificarme los fines de semana ahora que ya tengo la moto, para hacer algún viaje cerca de aquí.
—Ten cuidado, ¡que te subes a una moto y te olvidas del mundo! Hablamos el lunes de nuevo, ¿verdad?
—Sí chicas, hasta el lunes. Un abrazo enorme a las tres.
Tenían razón, se olvidaba del mundo. Buscó rutas para hacer con la moto y también grupos que salieran desde las aproximaciones de su casa. Encontró uno interesante: seis personas que iban a ir a   Zarate en el mismo día. El sábado a las 8:00 tenían la quedada en el parking del parque donde ella salía a correr. Le parecía un poco brusco presentarse sin previo aviso y como había un número de contacto llamó desde el teléfono fijo.
—Sí, ¿hola?
—Hola, estoy mirando una página de rutas con motos y aparece tú número como contacto.
—¡Ah sí! Decime.
—He mirado la ruta de este sábado y me apetecería ir con vosotros, soy nueva en la ciudad y así voy algo mas acompañada.
—Sí claro, no hay problema. No sé si te fijaste en el lugar de encuentro, ahí en el parque al lado del 9Reinas.
—Sí, sí. Además vivo cerquita, sin problema para llegar hasta allí.
—Perfecto, entonces nos vemos el sábado a las 8:00 ahí. ¿Qué moto manejás?
—Una XJ6, supongo que no habrá mucho jaleo a esas horas de la mañana para encontrarnos, ¿no? —dijo Freya en modo ironía.
—No, nos vemos allí.
La semana pasó volando. Alguna tarde se quedó con Federico por Moreno y daban paseos o se iban a tomar algo. ¡Qué chico más guapo e interesante!
Sí, el típico italiano, rubio con su pelo ondulado cortado a media melena, sus ojos azules claritos y su cuerpo bronceado, un chico impresionante. Además también hacia deporte y estaba bien marcado y fibroso. Había viajado y sabía muchas cosas, se pasaban rápido las horas con él. Hablaban de Italia, de su familia, de su estancia en España cuando hizo el master y Freya quedaba embobada escuchándolo ya que ella no había viajado mucho al extranjero, de hecho solo había estado en Paris en un viaje que hizo en moto con su grupo de amigos.  Ella le contaba sus viajes en moto por España y le hablaba de sus amigas y familiares.
El padre de Federico era profesor en la prestigiosa universidad de Bolonia y su madre una abogada muy reconocida de Italia por sus casos un tanto espinosos.
Federico intentaba pasar el menor tiempo posible en casa con sus padres, en esa casa sólo hablaban de estudios y de dinero. Para Federico la vida no era sólo el dinero. Bien sabía que tenía grandes oportunidades gracias a sus padres que otros por el contrario no podían tener, y que ahora mismo estaba en Argentina de voluntario y vivía en una cómoda casa de tres habitaciones con una jardín enorme, cocina, comedor y dos baños, sí gracias a sus padres. Pero él también había sacado matriculas de honor en la universidad, el master lo bordó y se merecía algo de descanso. Sus padres no estaban muy de acuerdo en que estudiara veterinaria por eso él quiso sacar las mejores notas posibles.
Llegó el sábado y Freya se dirigió al 9Reinas donde se encontraban dos chicos y una chica. Se saludaron y se colocaron los cascos para irse. Estando a 50 metros del parking apareció una cuarta moto que se les unió. Pusieron rumbo a Zarate, no había mucho trayecto eran 80 kilómetros.
—Hola Freya, esta vez no te he pitado.
—¡Anda! ¡Qué casualidad!
—Ayer hablamos por teléfono.
—¿Eras tú, Matías?
—Sí, supuse que eras vos porque hablabas con ese acento español divino que tenés.
—Ja, ja, ja, bueno… ¡Pues acertaste!
—Manejas bien, ¿eh? No te cortás en las curvas, para no conocer el camino…
—Creo que ya te dije que en Zaragoza iba siempre en moto y también hacia rutas por allí.
—¿Hola? ¿Nos presentás a tú amiga Matías?
—Oh, sí claro. Freya, estos son mis compañeros de moto y amigos Julián, Cesar y Miriam.
—¡Encantada! Ha estado bien, me ha gustado mucho la ruta.
—Sí, ahora volveremos por otra carretera. Es un poco más aburrida pero podemos pisarle más, tiene pinta de tormenta y lo mejor será volver cuanto antes. ¿No os parece?
—Sí, es cierto. Vamos a tomarnos unos sandwichitos de miga y a la moto de nuevo.
Volvieron a la ciudad para la hora de comer y como siempre, se quedaron en el 9Reinas.
—No todos los sábados nos quedamos a comer, sólo cuando celebramos algún cumpleaños.
—¿Ah sí? ¿Y de quién es el cumpleaños?
—Mío —dijo Matías.
—¡Felicidades! ¿Cuántos cumples?
—Hago treinta y dos y a la comida invito yo.
—No, no puedo aceptarlo.
—Sí, es mi manera de pedirte disculpas por lo del otro día y además quiero darte una buena bienvenida al barrio. No se hable más.
Entraron al 9Reinas donde estaba Diego, se saludaron y este se alegró de que Freya estuviera allí.
Freya se despidió de Diego y le dijo que mañana pasaba a desayunar con él.
—¿Te apetece que vayamos a un Habbana? Son los mejores alfajores de todo Argentina, no podés decir que no.
—Vamos a ese cerquita que pasamos con la moto el día que la probé, ¿no?
—Sí, a ese mismo.
—Vale, vamos.
—Sube a mi moto, me toca darte una vuelta ahora a mí.
Freya subió a la moto.
—Arranca cuando quieras.
Matías acelero suavemente. Llegaron al Habbana y se tomaron un café con unos alfajores.
—Tenías razón, son los mejores. Bueno, aunque sólo he probado los de otra tienda en el centro.
Pasaron la tarde hablando sobre ellos, poniéndose al día de por qué Freya estaba allí y él hablándole sobre su negocio de motos. También de las rutas en moto y de que en verano alquilarían una quinta en Córdoba, porque la ruta es preciosa y tiene muchos pueblos alrededor que son  muy bonitos con lagos, montaña y mucho verde. Además estaba la fiesta de Oktoberfest que se celebra en esas fechas y ningún año se la perdían.
Matías la invitó a ir con ellos. Por un lado no le importaba ir, pero tampoco disponía de muchos días libres como para irse demasiados. Así que  le dijo, que lo pensaría.


—Buenos días. ¿Qué tal Diego? Me pones un croissant con jamón de york y queso y un café con leche, ¿por favor?
—Buenos días guapísima. ¡Ahora mismo! ¿Qué tal acabaste ayer? Te fuiste con Matías me pareció ver, ¿cierto?
—Sí, fuimos a dar una vuelta por ahí. ¿Cómo se presenta tu domingo? Podríamos hacer algo, ¿no?
—A las cinco tengo que ir a buscar a Aria y Valeria que regresan hoy ya, si quieres podés acompañarme.
—Vale, perfecto.
Freya terminó su desayuno y se fue con la moto hasta el centro de la ciudad. Dejó la moto y fue caminando por la avenida 9 de Julio. Vio una tienda de animales, ella tenía en Zaragoza a sus perros y los echaba muchísimo de menos, había pensado en comprarse uno para su nuevo hogar. De repente alguien tiró de su bolso bruscamente y le dio un empujón que hizo que su cabeza chocara contra el cristal de la tienda desde fuera. Se quedó paralizada y se le saltaron las lágrimas. El dueño del local escuchó el cabezazo y salió rápidamente a ver que había pasado y si estaba bien.
—¿Qué te pasa niña, estás bien?
—Ese, ese… emmm….
—Tranquila, entra. Voy a darte un poco de agua, respira con tranquilad.
—Un chico me ha robado el bolso y me ha empujado. ¡Mi cabeza!
—Tranquilizate. Ten, una aspirina. Tomátela. Voy a buscar alguna pomada para ese chichón, está saliendo rápido. Vos quedate acá quieta.
Freya estaba sentada con un disgusto encima que no podía parar de llorar de la rabia y la impotencia. Tenía que haberle seguido, seguro que corría más que él, pensó.
—Hola, ¿estás bien?
—¡¡¡Mi bolso!!!
—Sí, te traigo tu bolso. He visto lo que ha pasado y cuando ha pasado por mi lado se lo he quitado. Me ha costado un poquito, pero al final, me lo ha dado.
—Jolín, muchísimas gracias. Llevo todos mis papeles encima y podría decir que me has salvado la vida.
—¿De donde eres?
—De Zaragoza.
—¡No me digas! Yo soy de Luceni, un pueblito cerca de Zaragoza.
—¡Qué casualidad! El mundo es un pañuelo, ¡madre mía! —dijo Freya.
—A ver niña, dejame que te ponga esta cremita para el chichón.
Freya estuvo en la tienda un poquito hasta que se le pasó el susto y le dijo al dependiente que pasaría otro día para buscar un animal de compañía para ella. Le dio mil veces las gracias por su ayuda.
—Erik, encantado.
—Oh, perdona, soy Freya. Muchísimas gracias, de verdad, por las molestias. Podría haberte hecho algo ese tipo…
—Bueno, me he arriesgado. No se le pueden hacer esas cosas a nadie.
—Ten, 1.000 pesos. Es lo único que llevo encima. Pensaba quedarme a comer por el centro, pero con este susto no me apetece quedarme aquí la verdad.
—¿Qué dices? No lo he hecho por dinero. Guarda eso, por favor.
—Al menos, déjame que te compre algo o que te invite a un café… No sé, tú dirás Erik…
—¿Quieres que comamos juntos? ¿Ya que tu plan era comer por aquí, no?
—Sí, sí, vale. Llevo dos semanas aquí en Buenos Aires, es la segunda vez que estoy en el centro y no sé donde ir a comer…
—Bueno, yo llevo un mes aquí pero has tenido suerte porque vivo en esta avenida, así que conozco varios lugares donde se come bárbaro.
Freya se dejó llevar, iba con un chichón en la cabeza más grande que su puño, pero ese chico tenía algo…  Cuando lo vio entrar a la tienda ni se fijó, pero conforme pasaban los minutos…. Estaba rendidita a sus pies…  Una voz, un cuerpo, unos ojos… increíble, y además le debía mucho.

—Freya, holaaaa. ¿Dónde estas?
—¡Ay Diego! Estoy en el centro, me ha pasado algo horrible. Mañana me paso por el bar y hablamos que me pillas en mal momento…
—¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? —dijo Diego preocupado.
—Sí, todo bien de verdad, mañana hablamos. Un beso.
No le dejó casi ni tiempo a que Diego se despidiera porque estaba embobada, realmente abducida por Erik.
—¿Tu novio?
—No, no, un buen amigo.
—Ya estaba preocupado, dos semanas aquí y ya con novio… Sería fácil, eres preciosa…
Freya se puso como un pimiento rojo… Notaba como subía el calor por sus mejillas…  Rió y le dio las gracias.
Estuvieron hablando hasta la hora de cenar. Erik estaba de vacaciones en Argentina, sin fecha de vuelta a España, había ido con dos amigos más.
—¿Te parece que subamos a mi casa a cenar?
—Yo creo que debería irme para casa, mañana tengo que ir al zoo y tengo que descansar si quiero ir algo despejada…
—¿No pensarás que voy a dejar que cojas la moto con ese chichón en la cabeza, y los nervios que llevas encima?
—Sí, claro. La necesito para ir al trabajo.
—De eso nada. Vamos a cenar y te acerco a casa, mañana ya veremos como vas a trabajar.
Freya asombrada de ella misma, se dejó convencer. No se reconocía, le convencía sólo con mirarla, sin ni siquiera hablarle. Ella sabía que le iba a decir que sí.
Subieron a casa y Erik preparó la cena.
—Riquísima, me encantan las ensaladas, has acertado de lleno.
—Muchas gracias. Sí, pero coge también pechugas, repón algo de fuerzas que ha sido un largo día…

Abrieron una botella de vino tinto y se bebieron la mitad. Freya fue al sofá un momento porque se notaba algo mareada, Erik recogió la mesa y cuando terminó se sentó a su lado.