TayTodos

Nuestra historia.

Aquí tienes completa y de forma gratuita la segunda novela colectiva publicada en Zarracatalla. 









 

 

TayTodos

 

Varios autores

 

Zarracatalla Editorial

 

Zaragoza, 12 de marzo de 2016


TayTodos

Varios autores

Colección: Novela Colectiva

 

Segunda edición: mayo 2016

ISBN: 978-84-608-6120-1

Depósito legal: Z 242-2016

Impreso en España

 

 

 

 

 

 

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

AUTORES


Adolfo Navascués Gil

David Garcés Zalaya

Ivana Benedí Gracia

María Pilar García Pueyo

Cristina Hernández Izquierdo

Rebeca Fernández Gaspar

Eduardo Navarro Gálvez

Ana Blasco Durán

Merche Comín Diarte

Ana Blanco Casasús

Ignacio Cantín Emperador

Beatriz Navarro Gálvez

Rosa Oliver Navarro

David Carrasco Molina

Carlota Blasco Ranz

Carlos Ade López

Manuel Zalaya Navascués

Belén Gonzalvo Val

Francisco Ángel Ferrer

Arancha Ruiz Cañero

Pilar Gonzalvo Val

Eduardo Comín Diarte

Alberto Bello Ruiz

Alfredo Lezáun Andréu

Bárbara López Díez

Asun Valero Santabárbara

Aurora Oller Aznar

Cristina Urdaniz Ferrer

Sara Garcés Carcas

Patricia Aznar Serrano

Ana Asensio Hernando

Sofía Navarro Romero

Maxi Jarque Blasco

Estela Alcay

Belén Gonzalvo


 

COLABORADORES:

Diseño de portada y edición:

Maral Fotografía

Imagen de portada:

Rubén Garcés Carcas

Prólogo:

Adolfo Navascués Gil

Capítulo final:

Estela Alcay

Epílogo:

Belén Gonzalvo

Ilustraciones:

Vany Martín

Edición:

Zarracatalla Editorial

 

Introducción:

Acerca de TayTodos.

 

Han pasado más de dos años desde que arrancamos con esta aventura. Dos intensos años en los que al parecer hemos logrado nuestros objetivos: contar historias y hacer amigos.

Sin duda ha sido una lucha constante arañando horas al reloj y tratando de mantener la llama viva, y todo esfuerzo conlleva su recompensa. En esta ocasión en forma de libro en el que encerrar el trabajo de más de un año.

Comenzamos la andadura de TayTodos durante el mes de enero de dos mil quince, en un año que en lo personal ha sido de montaña rusa, con descensos vertiginosos que te muestran la fragilidad del ser humano y lo injusta que puede ser la vida, a ascensos maravillosos en los que detenerte y maravillarte al contemplar la llegada de un nuevo miembro a la familia. Muchas cosas nos han sucedido durante esta intensa etapa de nuestro recorrido vital resumidas en trescientos sesenta y cinco días. Pero finalmente de nuevo hemos vuelto a conseguir sacar adelante esta idea: juntar a muchas personas para entre todos contar una historia.

Durante algo más de un año se han ido publicando semanalmente en el blog los capítulos que os ofrecemos a continuación, y cada autor con su aportación ha ido guiando al siguiente. Un trabajo muy complicado el de llevar una trama como la que se propone, seguir el hilo, entender a cada personaje y evitar errores. Yo lo llamo “Novela Colectiva”, no se si el término existe, o si en mi ignorancia he bautizado como nuevo género literario a lo que aquí hacemos. Pero como me gusta mucho el apelativo, ahí lo dejo.

Al margen de todo, Zarracatalla Editorial ha sido el lugar en el que disfrutar, crecer y seguir con lo que nos apasiona.

Y como las cosas maravillosas pasan por casualidad, en esta andadura el azar ha querido que nos encontráramos con nuevos amigos que sumar a los que ya teníamos, haciendo crecer al grupo. Gente que nos ha brindado todo su apoyo, y que han posibilitado dar un nuevo pasito adelante a este proyecto. Seguimos creciendo, buena señal.

Respecto a TayTodos, decir que desde el capítulo inicial, en el que cuatro desconocidos se encuentran en la sauna de un gimnasio, hasta el broche final, que no voy a desvelar aquí, la historia ha tomado diferentes caminos. Pero en definitiva, han sido los que cada uno de sus participantes han decidido. Trabajamos sin guión preestablecido, y cada autor es libre de llevar la trama como desee. El resultado, a continuación.

Su título, tiene un doble significado. Por un lado, es la palabra que se utiliza cuando no se quiere informar realmente sobre la edad que uno tiene. Y por otro, el significado que le otorgamos aquí, entendiendo que la edad que tengamos es indiferente para participar en esta historia, o en cualquiera de las propuestas que habitualmente lanzamos desde Zarracatalla Editorial. No se busca una homogeneidad de edades o de tipos de personas, sino todo lo contrario. Como el propio nombre indica (zarracatalla significa amalgama en aragonés) de lo que se trata es de sumar personas entorno a una ilusión.

Antes de cerrar esta breve introducción, me gustaría recordar que tanto esta novela, como otros muchos interesantes contenidos, podéis encontrarlos como siempre en nuestro blog: Zarracatalla Editorial. Génesis de todo esto.

Como suelo despedirme habitualmente…

Besetes a tod@s. Nos leemos.

 

 

David Garcés Zalaya

Administrador del blog Zarracatalla Editorial




Prólogo:

La “Zarracatalla” y la pluma de Dumbo.

 

Imposible  jamás podré volar, pensaba ese pequeño elefante de grandes orejas y ojos tristes, no por falto de ilusión de ser útil, ni tan siquiera por alimentar su ego de artista de circo, sino por la falta de confianza en sí mismo o por entender que no era poseedor de la cualidad de la valentía.

Valor, esa palabra que en muchas ocasiones nos delimita a la hora de exponer al público nuestros sueños, nuestras ilusiones, nuestra creatividad, ese paso que no se da por entender que carecemos de ese coraje, sin darnos cuenta que como decía Winston Churchill:

 “Valor es lo que se necesita para levantarse y hablar; pero también es lo que se requiere para sentarse y escuchar”

Valor para exponerse, valor para arriesgarse, valor para solventar las dificultades, valor para volar…

 Valor es el que todos los componentes demostráis para sentaros y escribir a la vez que os levantáis cuando alguien os lee con la humildad requerida de quien sabe que forma parte de esta obra, del que no es consciente que cada uno de vosotros, voz a voz, letra a letra, frase a frase, habéis conseguido llenando con vuestras ediciones un espacio de luces e ilusiones de otros tantos que como cada año esperamos ansiosos ver y leer vuestros escritos.

Y así, casi sin pensarlo, sin quererlo, como clarea la mañana asoma el sol y se levanta el telón del circo de la escritura, y un ilusionado director nos reparte una pluma y comienza el vuelo de todos los Dumbos de la Zarracatalla; y este fetiche regalado con boca de risa y nombre de persona va trasmitiendo el valor de la ilusión que hace que brille en vosotros esa nueva estrella, repartiendo su luz en forma de libros escritos.

Y miras hacia el cielo soñando que la puedes tocar, y cierras los ojos en trance de ensoñación cual espectador en médano encaramado, que al abrirlo y mirar hacia lo que sostienen tus manos queda traspuesto del viaje, de esas historias llenas de palabras de magia, entonces descubres que ellos los perseguidores de sueños te han trasladado a los suyos

 

Mientras David sigue mandando mensajes con amuletos escondidos, otros, los receptores asumen la osadía y vuelan y vuelan porque ante todo la función debe continuar y es que a veces nos hace falta la pluma que alguien nos ofrece para poder realizar nuestros sueños.

 

 

Adolfo Navascués Gil





1. La sauna.

 

Esa mujer no dejaba de mirarme… Y no era la primera vez que lo hacía. ¿Será lo que yo pienso o el ambiente y los vapores de la sauna están haciendo que mi imaginación también se caliente?

Hace dos meses que regularmente acudo todos los lunes al M.S.C. (Mega Sports Center), desde su inauguración. Me pareció un centro deportivo espectacular y amoldé mis hábitos para dedicarme la mañana del lunes a mí mismo y disfrutar haciendo deporte, una de mis pasiones. Siempre vengo los lunes en sesión matinal porque es cuando el gimnasio está más tranquilo. Además en estas fechas de comienzo de año, cuando la insensatez llena de buenos propósitos los excesos en la mesa de las pasadas navidades, todo el mundo se pone a dieta, se apunta al gimnasio o se compra un libro. Luego se les pasa, pero de momento abarrotan el centro deportivo todas las tardes y me desesperan. Así que decidí venir los lunes por la mañana a las primeras de cambio. Podía disfrutar de todas las ventajas del gimnasio con tranquilidad, sin agobios y sin nadie esperando a que terminara mis tablas en cualquier máquina, para sacarme de ahí a golpe de “lorza pancetoturronera”. Disfrutaba los lunes por la mañana, la verdad sea dicha.

Y después está el tema de la sauna. Me desnudo completamente después de una buena sesión de ejercicio físico y salgo del vestuario con mi albornoz, cubierto únicamente por una toallita blanca impecable que oculta mis pudores, y me desparramo en ese ambiente de calor y humedad que hace que me relaje totalmente y olvide lo que viene después: una jornada maratoniana de trabajo y ansiedad. Ese es mi momento de la semana: vapor, calor y humedad. Mente en blanco. Relax total.

La sauna era lo suficientemente grande como para poder coincidir una decena de personas y no estar apretados. Era una buena instalación de madera y los asientos estaban colocados en forma de grada de hasta cuatro alturas. Se accedía por una puertecita acristalada desde la parte inferior, cuyas paredes formaban un ángulo recto que se cerraba con las gradas, en forma de tres amplias bancadas rectangulares. Yo solía tumbarme en la parte más alta para que no me molestase el trajín de gente entrando y saliendo. Los no iniciados no soportan ese ambiente mucho tiempo y salen despavoridos, asfixiados por la temperatura y humedad.

Permanecía tumbado, reposando la cabeza en una toallita que había acomodado a modo de almohada, cuando me percaté de esa mujer. Otra vez ella… También era asidua a la sauna todos los lunes, sobre estas horas. Ella enseguida se dio cuenta de que la estaba observando y esquivó mi mirada, aunque sutilmente dibujó un esbozo de sonrisa, que hizo que todos mis sentidos se mantuvieran alerta. Era más mayor que yo, eso estaba claro. Yo estaba a punto de llegar a la cuarentena y ella fácilmente me sacaría ocho o diez años, pero eso no impedía que conservara unos rasgos fascinantes y un fuego en los ojos, que te dejan “más flipado que Don Quijote en un parque eólico”.

En ese momento, un par de señores que conversaban en un tono de voz más elevado de lo que corresponde a un lugar de relax, abandonaron la sauna comentando sus peripecias en la pista de pádel. Nos habían narrado todo el encuentro, con sus jugadas más interesantes y sus bolas de partido. Todo. Un tostón absoluto que disfrazaba su mala educación o su inconsciencia. Pero por fin se habían largado, y podría relajarme.

El silencio se apoderó de la sauna. ¡Qué placer! ¡Qué tranquilidad! ¡Relax! Casi demasiado, porque cuando tus oídos han sido martirizados así, durante un tiempo, les cuesta hacerse al silencio. Levanté mi cabeza para ver quién quedaba en la sauna y ya sólo estaba ella. Yo era ajeno a que éramos los dos únicos supervivientes, ella no. Creo que llevaba tiempo observándome desde la grada inferior, donde se había acomodado, pegando su espalda a la pared y con ambos pies sobre la bancada, solamente unos tres metros nos separaban quedando a mi izquierda. Su cuerpo dibujaba un ovillo, cubierto mínimamente por la impoluta toalla blanca. Su pelo estaba envuelto en un improvisado turbante, y su rostro humedecido por el vapor y sudor mostraba una piel morena, a la que el paso de los años había perjudicado mínimamente. Esta vez no desvió la mirada. Me sonrió pícaramente y abrió ligeramente sus piernas deshaciendo el ovillo lentamente. El vapor no permitía distinguir si era un descuido o una invitación al pecado. Y precisamente en ese instante se abrió la puerta de la sauna y entró una jovencita de unos “veintialgo” de mediana estatura, con aire despreocupado y alegre. Traía una sonrisa encantadora sobre unos finos y perfilados labios, engalanados con carmín color salmón, y el pelo recogido en una rubia coleta, encerrada por una goma roja, atusada con dos pompones muy graciosos, que todavía le daban un toque más infantil. También era una asidua de los lunes por la mañana, la conocíamos de vista, como al resto. Ambos la miramos, y de un plumazo el ovillo se cerró de nuevo. Ella nos miró desde abajo, y sin comprender la situación que se estaba planteando tres bancadas más arriba, a su derecha, nos saludó:

—Buenos días.

Los dos la saludamos cortésmente. Yo me tumbé de nuevo y ella continuó en su pose, como si nada hubiese ocurrido.

Todavía la chica no había terminado de colocarse en la segunda bancada, a mi derecha, cuando la puerta se abrió de nuevo y apareció un cincuentón canoso, con barba de dos días, que fue a parar a la tercera bancada, justo a la derecha de la joven.

—Hola, buenos días.

Nos saludó y se colocó unos auriculares con música clásica, que traía en un mp3 perfectamente aislado en una bolsita, para evitar que la humedad lo echase a perder. Otro que sabía disfrutar de las pequeñas cosas. ¡Bien hecho compañero!

Esto volvía a llenarse y decidí cerrar los ojos y no pensar. Aunque me resultó imposible olvidar el momento “instinto básico” que me acababa de regalar aquella mujer. Esto ya no podían ser imaginaciones mías. Ya no era el juego de miraditas que llevábamos varias semanas provocando. Era algo más serio. Cuando la razón y el cerebro pugnan con la pasión, las consecuencias suelen ser devastadoras. Y más cuando tu miembro viril comienza a sentir ese hormigueo previo, que anuncia la inminente llegada de una erección. ¡No! ¡Tenía que salir de allí antes de que fuera evidente! ¡Sólo llevaba una toalla!

Me levanté intentando bajar las bancadas con dignidad y que aquello no subiera con rotundidad. Ella no dejaba de mirarme y pese a ser un hombre bastante echado para adelante, al que es difícil poner nervioso, en ese momento era un auténtico flan. Me había fulminado con cuatro miradas y el calor de la sauna había fundido mi sensatez. Ducha fría. Eso era. Lo necesitaba…

 

************

 

Una vez salí de esa intensa sauna, allí quedaron el resto de compañeros de vapores. Mi cómplice de sugerentes miradas salió también a los pocos segundos. Jorge y Carolina quedaron entretenidos en sus pensamientos. Uno disfrutaba de Mozart y la otra repasaba mentalmente su agenda de citas y fiestas propias de la edad. A los casi “veintitodos” seguía soltera y sin inquietud por emparentar con el sexo opuesto, más allá de algún encuentro casual para satisfacer los instintos más primarios del “Saturday night”. Eso de flirtear lo tenía chupado con esa carita de ángel y ese cuerpecito proporcionado, perfectamente capaz de aturdir al más puesto en cualquier garito de la ciudad. Hacía unos años que había terminado la carrera de veterinaria y actualmente pertenecía a la empresa más grande de este descontrolado país… Seguía en el paro, aunque todas las tardes las pasaba revisando la salud de los animales, que una asociación de la ciudad recogía abandonados para buscarles una familia que los adoptara. Era su pasión, junto con la música, la moda y el deporte.

Seguía ensimismada en sus cosas cuando escuchó un sonido que llamó su atención. No podía ser… Y cuando ya estaba segura de que habían sido imaginaciones suyas, volvió a oír claramente otro pedo. Sí, sí, a aquel hombre se le habían escapado unos cuántos decibelios en sus flatulencias. Lógicamente él seguía ajeno a la situación, ya que las maravillas de Mozart impedían que fuera consciente de semejante intensidad.

En ese momento se giró hacia ella y se percató de que obviamente la niña los había escuchado ya que lo estaba mirando con cara de asombro. Cuando Carolina se encontró con los ojos de Jorge, rápidamente y sin saber muy bien por qué sintió una gran vergüenza y apartó la mirada de inmediato. Vergüenza ajena, que te hace sentirte más incómodo a ti que a quién realiza la acción. Era consciente de ello, pero la joven no pudo evitarlo. A él ya no le quedó la más mínima duda de que lo había pillado. Ambos se sonrojaron y estuvieron unos segundos incómodos en silencio, solos en la sauna, sin cruzar mirada.

Jorge se sentía muy avergonzado y para un señor tan educado, pulcro y cuidadoso como él, una situación así de desagradable le hacía sentirse, cuanto menos, muy incómodo. No sabía como romper el hielo para intentar disculparse con la joven. Hasta que decidió iniciar una conversación exculpatoria:

—Perdón —dijo simplemente mirándola.

Tras unos segundos de silencio sepulcral, Carolina, que todavía no se había atrevido a mirarle, comenzó a reírse sutilmente. Su cuerpo no podía contener aquella risa floja que la hacía temblar como un cascabel. No podía girarse, si lo hacía rompería a reír a carcajada limpia y tampoco era lo que pretendía.

—Lo siento —insistió Jorge.

Entonces fue cuando a ella se le escaparon todas las carcajadas que mantenía retenidas durante aquellos larguísimos segundos. Todas a la vez. Rió bien a gusto hasta que pudo controlarse, que no fue pronto. Y para su sorpresa el señor de la bancada superior comenzó a reír también, contagiado de la preciosa risa de la joven. Cuando ambos se hubieron controlado, él intentó zanjar la escabrosa situación.

—De verdad que lo siento, no es propio de mí.

—Tranquilo hombre, son cosas que pasan.

—No, en serio. Es bastante penoso. Me gustaría compensarte, si no te importa. Puedo invitarte a un café o un refresco ahora a la salida.

La joven lo miró durante unos segundos, mientras mentalmente procesaba todo tipo de variables rápidamente. Jorge, consciente de que la proposición pudiera parecer lo que no pretendía intervino.

—No pasa nada. Si no te parece apropiado lo dejamos. No pretendo más que resarcirte de este mal trago.

Ella vio sinceridad en las palabras de aquel hombre, pero quiso comprometerlo un poquito más. Hacerse la ingenua era algo que siempre le había dado muy buenos resultados.

—Pero, señor… Si ni siquiera nos conocemos.

Jorge encajó la respuesta como pudo. Tampoco era descabellado que una joven de casi treinta años menos que él, rechazara la propuesta de un desconocido, de ir a tomar algo con alguien que podría ser su padre.

—Entiendo…

Carolina lo vio afligido y tampoco se trataba de eso. Decidió aflojar, al fin y al cabo esta conversación se estaba convirtiendo en un juego para ella, pero de ningún modo quería herirle, ni tampoco rechazar la invitación. No era una mala persona, simplemente sabía jugar sus bazas con los hombres.

—Carolina —Jorge la miró extrañado. Ella prosiguió—. Así me llamo, Carolina. Ahora ya sabes quien soy y te será más fácil convencerme de tomar una cervecita, o dos. No soy tan niña como tú crees —ella se levantó y se giró quedando justo enfrente de su contertulio tan solo una bancada por debajo—. Te espero en el hall de acceso. Voy a cambiarme.

Una nueva esperanza se vislumbró en la mirada de Jorge que rejuvenecía por momentos. Se dispuso a levantarse con la intención de presentarse a la joven, estrechándole la mano como el caballero que era.

Su intención era noble, pero sus movimientos terriblemente torpes, como él en general. De manera que al incorporarse, una de las puntas de la toalla que le cubría de cintura para abajo, quedó atrapada en uno de los listones de madera que conformaban las bancadas de la sauna, dejándole con el impulso como vino al mundo.

—Jorge —dijo solemnemente extendiéndole la mano a modo de saludo sin percatarse de que se encontraba totalmente desnudo. Cuando lo hizo, no pudo más que cerrar los ojos y con el brazo alargado exclamar un gritito de pena—. ¡Ay!

En ese instante, la encargada de la limpieza de las instalaciones, entraba en la sauna para comprobar si quedaba alguien y realizar los trabajos previstos de media jornada, de manera que pudiera tener todo listo para cuando comenzaran a venir los clientes de la tarde. Y allí los encontró. Desde su posición se veía la cabeza de la joven a la altura de la parte prohibida del señor, que estaba con los ojos cerrados, con un brazo en alto y gritaba excitado. Su naturaleza cotilla y su mente predispuesta a enrevesar hasta el más mínimo comentario o situación, se encargaron de interpretar lo que allí sucedía. No pudo más que exclamar para si misma, como fiel seguidora de Divinity que era: «Oh, my God!». Abandonó el lugar y directamente fue a contárselo a alguien, a quien fuera. Aunque a aquellas horas no había nadie en el centro, excepto la recepcionista de prácticas: Rebeca.

 

************

 

Conseguí llegar al vestuario cubierto con mi albornoz. Dispuesto a refrescar mi libido y enfriar mis deseos. Afortunadamente no había nadie ya que cerca del mediodía de un lunes la cosa estaba muy tranquila, excepto yo, acelerado perdido. Habitualmente suelo ducharme en las duchas comunitarias, no tengo ningún tipo de pudor, pero en esta ocasión cogí mi neceser y me fui directamente a una ducha individual con puerta. No quería que nadie me viera con eso así en un vestuario masculino y se imaginara lo que no es. Me desprendí de la toalla en el interior, abrí el grifo y el agua comenzó a resbalar desde mi cabeza por todo mi cuerpo con dirección al desagüe. ¡Qué momentazo!

La puerta de los vestuarios se abrió, pude oír el chirrido característico de las bisagras desengrasadas. No alcancé a oír nada más y seguí enjabonándome. Ajeno a todo continué, hasta que tres toques suaves a la puerta llamaron mi atención y abrí lentamente. Ella estaba allí, en silencio y con su pícara sonrisa. Le ardían los ojos. Se desenroscó la toalla de la cabeza y desprendió su larga melena castaña. Yo no articulé palabra. Pasó al interior y sutilmente soltó la toalla que cubría su cuerpo, dejándola caer, y mostrando lo que más de cuarenta primaveras y la cirugía pueden hacer en un cuerpo femenino concebido para el placer…

 

 

David Garcés Zalaya


 


2. Lluvia de Sensaciones.

 

¡Qué momento!

Yo no sabía cómo reaccionar. Me seguía inundando la sensación de nerviosismo y por otro lado, el subidón de adrenalina cada vez mayor, que sentía por todo mi cuerpo, en especial por mi "cosita", que notaba como iba cambiando de tamaño y dureza, sin poder controlarla al tener a esa mujer ahí, a escasos centímetros de mi cuerpo, sin decir ni una palabra con la boquita, pero cuyos ojos hablaban por si solos.

Me provocaba, me insinuaba, consiguiendo que me recorriera el cuerpo, de arriba abajo, un escalofrío de placer, que me hacía sentir vulnerable a sus encantos y fuerza.

Pero no podía ser. Llegué a pensar que tenía que ser fruto de mi imaginación. No era posible que eso me estuviera ocurriendo en la ducha de un lugar público, completamente empapados, porque no dejaba de caer el agua, ya que no me di ni cuenta de cerrar el grifo. Estaba perplejo.

Pero… ¡Guau! ¡Aquello fue a más! Esa mujer me tenía loco, intrigado, completamente enganchado a sus encantos, a sus armas de mujer, que ya había empezado a utilizar en la sauna, los poquitos segundos que compartimos solos.

¿Qué pasó? Se acercó si cabe más a mí, rozó suavemente su cuerpo con el mío. Aunque para mí casi fue como un orgasmo, una explosión de sensaciones sensuales, que no sexuales. Sin dejar de mirarme a los ojos y humedeciéndose, sutilmente, los labios con su lengüita, uniéndose a la ya propia humedad que tenía por el agua, que no dejaba de caernos por encima.

Me era ya casi imposible contenerme a mis impulsos e instintos varoniles y animales.

Ella sabía cómo llevar mejor que yo ese momento, que tan solo fueron segundos, escasos minutos, pero yo lo estaba disfrutando como si realmente fuese mucho más prolongado en el tiempo y…

¡Zas! ¿Qué hizo esa mujer caprichosa conmigo en ese momento?

Se giró dándome la espalda, rozándome con su trasero, sintiendo a mi “cosita” acariciarle levemente su bello y húmedo cuerpecito. Tres segundos, no más, porque se volvió a girar de inmediato.

Pero… ¡Uf! ¿Qué me estaba pasando?

Yo creo que el agua hasta hervía, y era inevitable dejarse llevar por la situación que se había creado.

A los dos se nos notaban las ganas de dar rienda suelta, y nuestros labios comenzaron a acercarse el uno al otro, cuando de repente, en ese momento tan inoportuno, se oyeron de nuevo las bisagras de la puerta de entrada.

El calorcito creado, y la sensación de bienestar, pasaron a hielo de glaciar y tensión. Casi sin respirar, sobre todo ella, que además se encontraba en el lugar equivocado, ya que este vestuario sólo está destinado para caballeros.

¡Cómo le debía de gustar a esta mujer el riesgo y el morbo! En silencio, permaneció inmóvil, pero sin despegarse de mí.

Si ya era muy curioso lo que estaba ocurriendo entre nosotros… Empezamos a escuchar hablar a quienes habían entrado al vestuario. ¡Y cómo no! La primera voz que se escuchó, con palabras amables de saludo, fue la de la señora de la limpieza, adecuada totalmente por su sencillez y discreción, y totalmente reconocible por su voz dulce y saber estar. La persona idónea para encontrártela, junto con una bella mujer desnuda, en una ducha del vestuario masculino. ¡Ni imaginarlo quiero!

Y telita…

La otra parte de la conversación provenía de una voz masculina. Lógica por supuesto, por el lugar donde nos encontrábamos. Para mí desconocida totalmente, pero no para mi compañera de ducha…

La reconoció de inmediato, asombrosamente familiar le resultó.

—¿Qué hace este hombre aquí? —exclamó muy bajito y suavecito, casi imperceptiblemente—. ¡Es Venancio, mi marido!

Yo flipando. Todo aquello se vino abajo vamos, fue un cambio brutal de temperatura y sensación.

Los dos atrapados en la ducha, sin poder salir, y con la incertidumbre de qué te ibas a encontrar a la salida, y qué íbamos a hacer para que fuera lo más natural posible, evidentemente una vez que volviéramos a estar solos de nuevo.

Tan apenas intercambiamos palabras. Era todo muy expresivo, con la mirada principalmente, intentábamos comunicarnos para que no se oyera nada.

No quedaba otra, que cuando ya nos sintiéramos más relajados, si es que se podía, salir naturalmente como si nada y esperar a que este señor, tan inusual en frecuentar centros deportivos saludables, saliera fuera y asegurarnos, de que cuando ya se encontrara en alguna de las zonas seguras para nosotros, ella pudiera salir de la ducha y se dirigiera a su vestuario.

Sensación desorbitante, pero por otro lado, había que solventarla de la mejor manera y lo más rápido posible. Si habíamos sido capaces de entendernos en algunos aspectos momentos atrás, teníamos que ser capaces de solucionar esta situación, que no deja de ser morbosa, pero con una alta dosis de riesgo.

No sé el por qué, pero a los dos nos salió así, de manera instintiva, darnos un beso cortito, pero apasionado y ponernos manos a la obra.

Salí. Ahí estaba el hombre. Saludé como si nada. Tardaba en abandonar el vestuario. Se tomaba su tiempo para cambiarse y es más, me empezó a dar conversación, interesado por el centro y buscando algo de información.

Era tan contradictorio aquello, que claro, yo que sí sabía lo que ocurría, no se me pasaba por la cabeza, más que…, que…, que en un descuido tonto, podría hacer estallar esta demencial situación no se sabe cómo.

Claro, había que tener cuidado por otro lado, no le fuera a dar por querer entrar a la ducha, donde se encontraba su mujer, a la espera de que éste saliera y consiguiéramos tenerlo bajo control. Yo creo que esta situación, que tan apenas duraría diez minutos, se me hizo mucho más larga que todo lo anterior.

La tensión que causaba era tal, que creo que todo lo que me podía haber relajado en la sauna, y con el resto de lo ocurrido hasta este incidente, se fue al garete y me estaba empezando a causar varias contracturas por diferentes partes del cuerpo. Qué ganas de que llegara la hora de que se saliera y ver cómo solucionábamos el siguiente paso, porque imagínate si confiamos en que ya ha salido, y le da por volver y entrar justo cuando sale su mujer por la puerta…

Verdaderamente se me estaba haciendo muy difícil la situación, que tan agradablemente había comenzado. Mientras tanto sin olvidar, que esa mujer tan bella para mí, se encontraba secuestrada en la ducha, evitando hacer cualquier tipo de ruido para no dejarse notar.

Por fin, el hombre se decidió a salir.

Yo, ya estaba vestido, claro, para salir casi a la vez que él y asegurarme no sé cómo, la verdad, de poder ayudarla a salir una vez estuviera entretenido con otra cosa, no fuera a pasársele por la cabeza, por lo menos en el ratito necesario para hacer la salida, volver a entrar al vestuario.

Bueno, parece que conseguí que el deseo se cumpliera, el hombre se puso a sus cosas, empezó a comprobar el funcionamiento de una de las cintas de correr, y yo aproveché el momento para dirigirme en busca de mi compañera de ducha. Pero se va uno y vuelve la otra. De nuevo aparece la señora tan encantadora de la limpieza, que me pregunta:

—¿Se puede entrar? ¿Sabe si hay alguien? Es que necesito limpiar y dejar unas cosas en el vestuario.

No puede ser, esto en lugar de solucionarse, se liaba cada vez más. Conseguí convencerla de que no entrara en ese momento. Mientras, mi compañera de ducha debía de estar con la incertidumbre de no saber qué ocurría y yo, echando mano de la imaginación, por llamarlo de alguna manera, ingeniándomelas para tratar de resolver esta complicada situación...

 

 

 

Ivana Benedí Gracia

 


3. No he podido hacerte eso.

 

De repente sonó el móvil, las voces de Álex Ubago y Amaia Montero interpretando el tema de “Sin miedo a nada” rompían el silencio del pasillo. Nerea, mi novia, estaba al otro lado del teléfono. Aquél era nuestro tema favorito, con el que hace doce años, hacíamos por primera vez el amor, y con el que nos dábamos cuenta que estábamos hechos el uno para el otro. Desde entonces nuestra relación había ido creciendo, nos habíamos convertido en adultos, apoyándonos siempre y compartiéndolo todo.

Nerea lo era todo para mí, eso es lo que siempre había creído hasta entonces. Fue mi gran apoyo cuando falleció mi madre, y tuve que ocuparme de mis dos hermanos adolescentes, porque mi padre se sumió en una profunda depresión que lo mantuvo ausente durante algunos años. Fue una época dura, en la que Nerea siempre estuvo a mi lado, y representó la estrella más grande que iluminaba mi camino día a día.

Gracias a ella también, me lancé a la aventura del mundo laboral y fundé mi propia empresa hace cuatro años. Soy el propietario y responsable de ventas de “Wedding dreams”, una empresa de eventos que planifica bodas haciendo realidad tus sueños. Cuando estudié la carrera de empresariales, no me imaginé diseñando bodas, y aunque al principio tuve muchas dudas y reticencias, o a veces me estresa demasiado, lo cierto es que hoy en día disfruto con mi trabajo, disfruto escuchando los increíbles sueños que elabora la gente para el día más mágico de sus vidas, disfruto dándoles forma, color, vida, realidad… Y disfruto haciendo con ello, felices a los demás.

Por esto y por muchas cosas más, creía que Nerea era la mujer más perfecta del planeta. Es guapa, inteligente, decidida, fuerte, pero a la vez tierna, dulce, sensible, de una gran humanidad. Su pasión por la educación y los niños me hace pensar que será una madre excelente, cuando llegue el momento. A su lado siento que todo es posible, que todo está en su sitio, que todo va bien… Así que hace seis meses me dije a mí mismo que por qué esperar más tiempo, y aprovechando nuestro maravilloso viaje por París, para celebrar su reciente plaza fija, como maestra en un centro público de educación infantil, le pedí, en la cima de la torre Eiffel, que se convirtiera en mi esposa.

Desde entonces nuestra vida se había convertido en una planificación constante. Nos compramos un piso en una zona residencial tranquila, alejada del bullicio de la ciudad, pero bien comunicada con ella. Lo comenzamos a decorar y a amueblar. La verdad es que Nerea tiene un gusto excelente para elegir y combinar los diferentes ambientes que pueden lograrse en un hogar. Yo me dejo llevar por su entusiasmo. Es tan sencillo. Ella planifica hasta el mínimo detalle, pero siempre hay sentido, armonía, equilibrio, belleza… en todo lo que imagina. Así que es muy fácil dejarse llevar. Bueno, también es un tanto cabezota, y cuando se enfada saca un fuerte temperamento que me llega hasta a asustar, así que prefiero seguirle la corriente en todo. Si ella es feliz, yo también lo soy y así duermo más tranquilo.

Lo siguiente después del piso, ha sido planificar nuestra boda. Al trabajar en una empresa de bodas, todo está siendo muy sencillo, y contamos con la atención del resto de personal de la plantilla para echarnos una mano en todo lo que necesitemos.

Así que en toda esta vorágine de preparativos me encontraba inmerso, creyendo firmemente que era la vida que quería vivir, hasta que hoy, de la forma más impensable e inesperada, una voluptuosa y hermosa  mujer, mucho más mayor que yo, me ha seducido primero en la sauna y después en la ducha del vestuario, trastocando mis sentidos, volatilizando mi sentido del deber, liberando un deseo primario, salvaje, corrupto… que ni siquiera sabía que residía en mí.

Y ahora, sin darme tiempo ni a digerirlo, ni a poner en orden mis desbaratados pensamientos, ni a controlar el ritmo acelerado de mi corazón, tenía que enfrentarme a la realidad, a mi vida perfecta hasta hacía tan sólo una hora. ¿Lo perderé todo? ¿Sabré interpretar bien mi papel de que todo está igual, que nada ha cambiado, hasta que pueda reflexionar sobre lo que ha estado a punto de ocurrir en la ducha? ¡Buf! ¡Qué vértigo! Descolgué el teléfono…

—Hola cariño, ¿qué tal?

—Hola mi amor, ¿dónde estás?

—En el gimnasio. ¿Por qué? ¿Qué sucede?

—Mi amor, habíamos quedado para comer. Hoy elegimos el menú de nuestra boda. ¿No lo recuerdas?

—¿Hoy?

—Sergio, ¿qué te ocurre? ¿Lo habías olvidado? ¿Te encuentras bien?

Mi cabeza iba a estallar por el estrés.

—No nada, no te preocupes. Me duele un poco la cabeza. No me ha sentado muy bien mi sesión de ejercicios esta mañana. Hacía algo de frío en el gimnasio y me he debido de resfriar. Estoy un poco mareado.

—¡Vaya por Dios! Bueno, y ¿qué vamos a hacer? ¿Vamos a comer? ¿Te acompaño al médico?

Le iba a contestar cuando me di cuenta que detrás de mí, la señora de la limpieza intentaba entrar en el vestuario, del que todavía no había podido salir mi sensual compañera. Tenía que despistarla como fuera.

—Disculpe señora, acabo de salir del vestuario en su búsqueda. Necesito papel higiénico. No queda en los váteres. Me ha venido un retorcijón horrible. ¿Me lo podría traer usted por favor?

—¿Está seguro de que no queda ningún rollo? Los repongo todos los días al comenzar la jornada, y esta mañana no ha venido mucha gente al gimnasio.

—Completamente seguro, por favor es una urgencia, necesito su ayuda. Si fuera tan amable…

—Está bien, vuelvo en unos minutos. Me espere aquí en la puerta por favor.

—Sí, sí, aquí le espero, no se preocupe. No se acelere, tarde lo que tenga que tardar. De momento controlo el retorcijón —le dije guiñándole un ojo, extendiendo el dedo pulgar de la mano derecha a modo de O.K.

La señora de la limpieza me miró un poco extrañada, pero fue en busca del papel higiénico.

«¡Bien!», me dije a mí mismo. Dispongo de unos escasos minutos para ayudar a que salga de la ducha, y se vaya al vestuario de las mujeres, antes de que la descubra su marido y se arme una buena. ¿Podré hacerlo esta vez?

—Sergio, ¿qué te ocurre mi amor? Ahora mismo voy a buscarte al gimnasio. ¿Dónde estás? ¿En el vestuario de caballeros? ¿Sergio?

¡Ostras, es verdad! ¡Tengo al teléfono a Nerea! Y dice ¿qué viene a buscarme? ¿Al vestuario de caballeros? ¡No, por favor!

—Cariño, espera. Nerea, mi amor, escúchame. No te pongas nerviosa, que no me pasa nada. Sólo necesito estar un rato en el váter, ducharme, refrescarme la cabeza, me tomo un té caliente y en unos veinte minutos estaré repuesto. Paso a recogerte por casa y nos vamos a comer juntos y elegimos nuestro menú nupcial. Ya verás, estará delicioso. Todo va a salir a pedir de boca.

—Sergio, que si te encuentras mal, suspendemos lo del menú, y vamos otro día. No hace falta que estés siempre complaciéndome. Voy a buscarte al gimnasio, te acompaño al médico y nos quedamos más tranquilos.

—Nerea, por favor, hazme caso, dame veinte minutos. Te prometo que es algo pasajero.

—Sergio, que me he puesto muy nerviosa, y que me voy directa a buscarte al gimnasio. Cuando te vea, si es cierto que no te ocurre nada, me quedaré tranquila.

—Nerea, escúchame… —pero Nerea no me escuchó porque colgó el teléfono, dejándome con las palabras en la boca.

¡¡Uf!! Viene mi novia, al vestuario de caballeros. Y ella sigue ahí dentro. ¡Tengo que sacarla como sea! ¿Cómo he podido meterme en este lío? ¡No sé en qué estaba pensando! ¡No vuelvo a dejarme seducir por ninguna mujer en mi vida! ¡Qué día más estresante, por favor!

—Aquí tiene el papel higiénico— dijo detrás de mí la señora de la limpieza, a la vez que empujaba su carrito hacia dentro del vestuario—. Tiene que darse prisa en salir, porque tengo que limpiarlo todo para el turno de tarde, que viene mucha gente.

—Señora, por favor, necesito un poco de intimidad para aliviar mi retorcijón. Compréndame. Mire, por haber sido tan amable conmigo, le doy cinco euros, y mientras me espera, se toma algo en la cafetería. Le prometo que cuando regrese, yo habré desaparecido, y usted podrá tranquilamente limpiar todo lo que quiera.

—No es necesario, muchas gracias. No quiero abusar de su generosidad, sólo le he traído un rollo de papel higiénico. No tiene por qué invitarme. Puedo esperarle aquí fuera mientras me leo el “Qué Me Dices” de esta semana —dijo la señora de la limpieza, a la vez que sacaba la revista del bolsillo de su bata de servicio.

—Señora, de verdad, ha sido muy amable conmigo, y necesito recompensarla. Tome mis cinco euros, y se lea esa revista en la cafetería tomándose un pequeño vermut. Por favor, acepte mi invitación.

—Bueno, está bien. No es necesario, pero lo haré. Le pido que no tarde mucho en salir. Si comienza el turno de tarde, y no he limpiado el vestuario a tiempo, me despedirán.

—No se preocupe, en unos minutos estoy fuera. Muchas gracias señora…

—Marisa, me llamo Marisa.

—Vale, muchas gracias señora Marisa. Que le aproveche el vermut.

—Muchas gracias, señor…

—Sergio, me llamo Sergio. Pero no me llame señor, por favor, me hace sentir muy mayor.

—Muchas gracias, Sergio, por la invitación. Hacía mucho tiempo que nadie lo hacía. Que te sea leve el retorcijón.

Y tras decir estas palabras de agradecimiento y ánimo, la señora de la limpieza se dirigió hacia la cafetería, dejando libre el camino.

Por fin, he vuelto a quedarme solo. Dicen que a la tercera va la vencida, espero que sea cierto. No había tiempo que perder. Entré en el vestuario como una exhalación, dirigiéndome a toda mecha hacia la ducha en la que se encontraba la voluptuosa mujer.

—Cielo, tienes que salir inmediatamente. He despejado el camino. Tu marido está haciendo sus ejercicios, la señora de la limpieza está en la cafetería tomándose un vermut, y mi novia está de camino hacia aquí. Tienes que darte prisa antes de que vengan cualquiera de los tres. Es una situación muy arriesgada para los dos.

Ella seguía desnuda en la ducha, con todos sus encantos femeninos al descubierto. Y se acercó a mí para abrazarme y darme un beso en la boca. Se había quedado con la ganas de continuar con la fiesta que habíamos empezado, y que había interrumpido la presencia inesperada de su marido.

Yo me puse muy nervioso. Esta mujer no lo entiende. He estado a punto de serle infiel a mi novia con la que me voy a casar a finales de este mes. En unos minutos se presentará en este vestuario porque le he hecho creer que estoy enfermo. Tanto su marido como la señora de la limpieza pueden regresar en cualquier momento. La situación es altamente delicada, ¿y esta mujer sólo piensa en follar? ¡No me lo puedo creer!

—¿Estás loca? —le grité, a la vez que la empujaba con fuerza hacia atrás intentando separarla de mí.

—Nene, te deseo tanto —suspiró, a la vez que perdía el equilibrio por mi empujón inesperado, y el suelo resbaladizo de la ducha, golpeándose fuertemente en la cabeza con los grifos que salían de la pared.

Al instante, caía inconsciente.

—¡Despierta! ¡Despierta!  No he podido matarte, por favor. No he podido hacerte eso. ¡Maldita sea! ¡No!

 

 

 

María Pilar García Pueyo

 


4. Carolina.

 

¡Por Dios! ¡Nunca dejaría que pasara nada de lo que estoy pensando! Me meto en la ducha rápidamente, vengo de la sauna con mucho sofoco, tengo que calmar esa sensación. Apenas recuerdo sus rasgos, recordar ese cuerpo me hace revivir una sensación brutal de calor que me recorre todo el cuerpo. Me visto con vaqueros, sudadera de mis tiempos de universidad y mis Mustang. Vuelvo a recogerme el cabello en una coleta, no tengo mucho tiempo. Vestida de lo más casual, estoy hecha un flan. Creo que esto va a ser sólo el principio de muchas más sorpresas.

Me dirijo a la salida de las instalaciones y al girar la última esquina, ¡ahí está! ¡Uf, qué planta! En la sauna no daba esa impresión de “tan perfecto”. ¿Cuántos años tendrá? ¿A qué se dedica? Deduzco que por su porte, posiblemente hombre de negocios, presidiendo una gran empresa, o… ¿Dedicado a la moda?

Llevo una semana de pena. Por las mañanas, para no pensar mucho en qué situación me encuentro, la de muchos por cierto, salgo a correr y me evado un poco de los malos augurios que me atormentan, y por las tardes directa al centro de acogida de animales donde colaboro. Pero no me aburro, de hecho no me queda tiempo para aburrirme.

Cojo la mochila y corro por el pasillo como si de ello dependiera algo. Esta mañana promete. Me deslizo por el mármol deslumbrante de la entrada, hasta que mi carrera se ve frenada brutalmente. Tengo mi cabeza pegada contra su pecho. Levanto lentamente la vista. Me mira con curiosidad y asombro. Es el tipo de mirada en la que me gustaría perderme un ratito. Aturdida me despego y sólo se me ocurre decir un…

—¡Hola!

Cierto, reconozco que me ha impresionado, más de lo que me gustaría admitir. Sí, definitivamente, dentro de sus “taytantos” es guapo.

—A sí que, ¿eres estudiante?

—Veterinaria ­­—contesto, casi enfadada por la poca evidencia de mi edad. Ya sé que aparento menos, pero hace años que deje la universidad. Ahora voy yo.

—Y usted, ¿a qué se dedica? ¡Oh, perdón! ¿A qué te dedicas? —sale mi parte endemoniadamente burlona.

Mientras le da tiempo a recomponerse, yo me divierto.

—Arquitecto.

Después de las formalidades salimos del hall de mutuo acuerdo y nos dirigimos a la cafetería situada en la acera de enfrente. Una vez sentados en la última mesa situada al lado de la salida de emergencias pedimos al camarero nuestras respectivas cervecitas. Estoy petrificada de admiración, es el tipo de persona que cuando pasa por tu lado la sigues con la mirada, y la giras de inmediato cuando te ves descubierta. Me sonríe. Cuantas hormonas alborotadas. Podría echarme de nuevo a reír recordando el incidente en la sauna si no estuviera tan turbada. Ha debido percatarse de mis pensamientos.

—De nuevo te pido perdón. Por lo tanto, no quiero darte otra oportunidad para que vuelvas a reírte de mí.

Sonrío, me tiene embobada. Y me imagino que me coge por la cintura, me estrecha contra él, que su mano sube y baja por mi espalda, siento su lengua buscar la mía, toda yo en tensión, se aflojan mis piernas y espero el siguiente movimiento. Viene el camarero y todo el hechizo se esfuma, esa voz ha sido como un jarro de agua fría. Estoy roja. ¿Cómo he llegado de una situación cómica a otra tórrida y desesperante? Debe de ser la necesidad.

—Me alegro de que volvamos a tutearnos.

Roto el hielo, iniciamos la conversación preguntándonos sobre nuestro estado laboral. Me cuenta que tiene el despacho en su casa, que está trabajando en un proyecto local, que tiene un hijo de veinte años, y que su mujer murió muy joven, un infarto. Que no sale con nadie pero que no renuncia al amor. Lo dice con tanto aplomo que me lo creo. Se hace tarde, tengo que marcharme. Debo prepararme para el trabajo en la protectora de animales, siento dejarlo pero debo irme. Nos despedimos con dos besos y de nuevo, vuelvo a sentir... Corro y corro sin saber bien por qué, ¿de que quiero huir? Llego a casa y esta claro que la ducha fría es el objetivo y final de mi aturdimiento, estoy confusa. Tengo que empezar a pensar en otras cosas, no tengo control sobre estas emociones y eso no es bueno.

La semana no pasa tan rápidamente como quisiera, la rutina y los números rojos de mi cuenta no dejan de martillear mi cabeza. A sí que salgo a correr, por lo menos en esos treinta minutos me libero de tensión. No dejo de pensar en el próximo lunes, ¿volverá a ir al gimnasio?

Podría permanecer horas y horas así, sin hablar, mirándole. Nos encontramos en un restaurante, nos hemos citado, todo parece un sueño. Me tiene encandilada, habla y habla y no para de sonreír. De vez en cuando hace una pausa para encontrar en mí alguna respuesta a sus ocurrencias. Es divertido. De repente se inclina hacia mí, me recorre un escalofrío por todo el cuerpo, su mano empieza a recorrerme el muslo, y sube, me empieza a faltar la respiración y pienso, no, no pienso. De nuevo, jarra de agua fría cuando despierto: es lunes y acabo de tener un sueño. Sólo ha sido un sueño. Frustración asegurada.

Al cabo de unos minutos de reflexión, tumbada aún en la cama, decido levantarme y vestirme. Me calzo y después de tomarme un zumo salgo de casa, cojo la moto y me dirijo al gimnasio. Hoy haré una clase de global fit, me apetece. Así mejoraré mi condición física y  podré poner en orden mi cabeza.

—¿No esperaba encontrarte hoy aquí? Pensaba que el encuentro anterior fue casual.

Me giro rápidamente al escuchar su voz, la sorpresa y desconcierto me hacen perder un poco el equilibrio. Con una mano me apoyo en la pared y con la otra quiero mantener el equilibrio. El agua que se posa en el suelo a la salida de la sauna me ha jugado una mala pasada. Mis piernas, que pensaba que estaban suficientemente firmes, se empiezan a separar, pierdo el control y resbalo. La toalla que llevo cubriendo mi cuerpo sigue mí mismo movimiento y cae también y deja al descubierto mis encantos. La situación es indescriptible, sentada en el suelo, levanto la vista y me lo encuentro… Arrodillándose me mira a los ojos y disfruta con mi estado de pudor. Vaya bochorno. Cierro los ojos y quiero desaparecer. Afortunadamente creo que no pasa nadie por el pasillo y cubriéndome con la toalla tan rápido como puedo me levanto con la ayuda de Jorge.

Empieza bien la semana…

 

************

 

Marisa pasa por la sauna para verificar el buen estado de limpieza de las instalaciones y al volver la esquina se encuentra con una imagen bastante divertida: caída en el suelo Carolina y arrodillado Jorge, ¡ese pedazo de tío! Se imagina un poco la situación y presa del pánico, “¡Oh my God!”, creyendo que allí mismo se iba a ejecutar una acción pecaminosa, sale dispuesta a contárselo a Rebeca, la recepcionista en prácticas, que le hace siempre oídos a todos los chismes acontecidos.

 

************

 

—Sergio, Sergio, ¿qué te ocurre?

 

 

Cristina Hernández Izquierdo

 


5. ¡¡Ambulancia!!

 

Sergio sale corriendo del gimnasio con la cara desencajada mientras Rebeca y Marisa lo miran perplejas desde recepción.

—¿Y a este qué le pasa? —dice Rebeca.

—Ni idea… Me ha pedido papel higiénico porque tenía un retorcijón antes. Igual se ha puesto peor y por eso ha salido con esa cara. No sé…

—Bueno, que no venía a contarte eso. ¡No sabes lo que acabo de ver!

—Sorpréndeme— Rebeca seguía con su móvil sin hacerle mucho caso a Marisa.

—Ese hombretón que me encanta, estaba como Dios lo trajo al mundo y una jovencita tenía la cara a la altura de su, de su… bueno ya sabes.

—Sí, sí.

—Joder Rebeca, ¿qué te pasa hoy? ¡No me estás haciendo ni caso cuando este es un cotilleo de los buenos!

—Nada, tú sigue.

—Pues eso, él de pie con las manos abiertas y ella ahí sin más, dale que te pego. ¡Pero que había más gente!

—Ah, ¡qué bien!…

—¿Cómo que, “ah, ¡qué bien!”? ¿Pero te estás enterando de algo? ¡No sé hija qué tienes hoy con el móvil! ¡Uf! Me voy a hacer el baño… Luego vengo a ver si estás más receptiva al nuevo cotilleo.

—¡Ciao Marisa!

Rebeca seguía con su móvil, el whastapp estaba que echaba humo. El ligue de la semana pasada, el de hace quince días, el del mes pasado… Ni ella misma sabía como se aclaraba con tanta conversación. Y todos con un único objetivo: volver a repetir. Pero eso a ella no le interesaba. Con veintiún años, sus únicas aspiraciones eran que “Papi” le comprara el Mini que tanto deseaba, salir jueves, viernes, sábados y si se podía algún domingo también. Follar todo lo que pudiera y sin compromiso. Y mientras, tanto buscar al hombre que la sacara de trabajar en el gimnasio, y en cualquier otro sitio, de por vida.

Entre conversación y conversación con sus ligues, a los cuales siempre les seguía el rollo por si alguna noche tenía que tirar de agenda, hablaba con su grupo de amigas y las ponía al día de todo lo que pasaba.

Las amigas de Rebeca no compartían su filosofía de vida. Todas eran muy reservadas a la hora de hablar de sexo o de acostarse con tíos que no conocían. La mayoría ya tenían novio y con planes de futuro y las que no, su único afán era encontrar al padre de sus hijos con el que perder la virginidad y ser felices para siempre. Todas eran así excepto una, su inseparable amiga María, su compañera de aventuras y desventuras desde que tenían doce años.

Le suena el teléfono.

—¡Hola María! ¿Qué tal?

—Bien nena, ¿y tú? ¿En el gym?

—A ver, qué remedio… ¡Ya sabes, el hombre que me saque de aquí todavía está por llegar!

—¡Qué perra! —entre carcajadas.

—¿Qué tal ayer? Te dejé muy bien acompañada…

—¡Madre mía Rebe, la que lié ayer! No he ido ni a currar esta mañana... ¡No me puedo ni mover!

—¿Pero qué cojones hiciste?

—¡Nada tía! Pues nos quedamos en el bar que nos dejaste, que por cierto, valiente hija de puta, que te fuiste a la francesa —carcajadas de nuevo—. Y se fue calentando el ambiente… Nos fuimos a coger su coche, que lo tenía en el parking, y allí mismo el primero.

—María, ¡me encantas! —entre carcajadas ahora Rebeca.

—Y me llevó a su casa, que por cierto, comparte con tres compañeros más,  y sin parar toda la noche. Te puedes imaginar… Y esta mañana no me podía ni mover, así que he llamado a la tienda y les he dicho que no iba. No tenía el “chichi” para farolillos.

—¡Cualquier día te echan y a ver qué haces! —casi sin poder hablar de la risa.

—¡Pues eso tía! ¡Me gusta este chico!

—¿Otro a la lista?

—No, de verdad. Este es de verdad. Hemos quedado este jueves, bueno para eso te llamaba, porque viene un amigo suyo y le he dicho que tú también vendrías.

—¿¡Qué!? ¡Joder María, siempre me metes en estos líos!

—¡“Porfa” Rebe, hazlo por mí! Además, el amigo es su compañero de piso y lo he conocido esta mañana, y está muy, pero que muy bien.

—Bueno nena, te tengo que dejar que hay gente esperando. Ya hablamos de esto luego.

—¡Vale! Un besito.

 

************

 

Mientras tanto Marisa se fue directa al baño de los chicos. Después de que Sergio había salido corriendo del gimnasio imaginó que ya no quedaría nadie. De todas maneras ella siempre pegaba un grito antes de entrar:

—¡Hola! ¿Hay alguien? ¡Soy la de la limpieza y voy a entrar! ¡No quiero encontrarme con nada que no quiera ver!

A veces, si estaba el graciosillo de turno, le decía: «¡Pasa, pasa! ¡Qué sí lo quieres ver!». O cosas por el estilo… Pero esta vez no contestó nadie.

Entró con su carrito, se puso los cascos y sus canciones de Raphael, y empezó a canturrear y a limpiar todo porque en un par de horas llegaban los primeros del turno de la tarde, y ya no se podría entrar hasta el cierre.

Después de limpiar el baño de caballeros se acercó a la sauna a ver si había alguna novedad… Sólo por pura curiosidad. Marisa era así.

Abrió la puerta y allí no había nadie, ni rastro de Carolina ni del hombretón que la tenía loca.

«Pero… ¿qué harían así? Él con todos sus atributos al aire y ella con la cara muy cerca de… ¡Tan cerca!.. ¡Si él podría ser su padre! Tendría que estar con una señora como yo… ¡Madre mía Marisa, deja de pensar así! ¡Qué tienes a tu Paco esperándote en casa!».

Y con las mismas se fue, cantando “Mi gran noche” a grito pelado, en dirección al vestuario de señoras.

La puerta estaba entreabierta, pero en este no gritaba para entrar, total todas tenían lo mismo que ella. Empezó a limpiar los bancos y las taquillas cuando se percató de que había unas manchas pequeñas y rojas formando una fila, que empezaban en la puerta del vestuario, parecían hormigas, y fue siguiéndolas hasta una de las duchas.

Cuando Marisa abrió la ducha no podía creer lo que allí estaba viendo, se quedó paralizada, sin saber que hacer…

No supo cuánto tiempo pasó contemplando aquel cuerpo inmóvil, hasta que se acercó a él poco a poco, y le tocó la muñeca.

—Señorita, ¿puede oírme? ¿Hola?

Le notó el pulso débil y sin más gritó con todas sus fuerzas:

—¡¡¡¡Ambulancia!!!! ¡¡¡Qué alguien llame a una ambulancia!!!

 

************

 

Sergio estaba esperando en la calle. No era normal que Nerea tardará tanto en llegar, se estaba empezando a poner nervioso. Quería salir de allí cuanto antes, pronto alguien encontraría a esa mujer tirada en el vestuario femenino.

Sin entender todavía cómo la había podido llevar de un vestuario a otro sin que nadie le viera, y volver al vestuario de caballeros y limpiar toda la ducha y toda la sangre que había por el suelo. Después de comprobar que seguía respirando y tenía pulso, no vio otra salida. Pensó en Nerea, que llegaría de un momento a otro, y fue la mejor opción de todas las que se le habían pasado por la cabeza.

Miró el móvil. Había pasado más de media hora desde que Nerea lo había llamado y ni rastro de ella. El teléfono lo tenía apagado, pero como es normal en ella, seguro que se había quedado sin batería.

 

************

 

Rebeca, que ya había terminado con la gente que tenía en la recepción, echó un vistazo a su móvil. Whastapp de María:

“Eres la mejor! Ya sabía yo que no me ibas a decir que no! Gracias! Te quiero mil.”

«María, siempre liándome. Pero bueno, igual la noche al final promete», pensó Rebeca.

Se puso a recordar las citas que había tenido de ese estilo otras veces. Con María ya había tenido un par de ellas, y los que “supuestamente” le tocaban a ella, no eran lo que esperaba ni mucho menos.

El primero un “friki” de la Historia. Se pasó toda la cena hablándole de batallas, de reyes, de conquistas… Y a ella, como esas cosas no le van, se bebió toda la botella de vino rosado que habían pedido, con lo que terminó la cena y se tuvo que ir a casa de la “melopera” que llevaba. Y el segundo, pobre, era muy feo. Con lo que nada mas terminar de cenar fingió un terrible dolor de cabeza y se marchó.

Aun así, por María lo haría. Al igual que su amiga había hecho mil cosas por ella y sus locuras. Pero si este salía también mal, le iba a caer una buena charla.

De repente Rebeca escuchó a Marisa gritando, salió de la recepción corriendo para ver de dónde procedían los gritos, hasta que conforme se iba acercando al vestuario femenino se acentuaban más.

—¡¡¡Ambulancia!!! —seguía gritando con todas sus fuerzas Marisa.

Rebeca irrumpió en el vestuario como un torbellino, no sin antes chocarse con algún que otro banco de los que había. Llegó hasta donde estaba Marisa y vio a Clara tumbada en el suelo.

—¿Pero qué ha pasado aquí? —dijo Rebeca.

—No lo sé, pero llevo un buen rato gritando y nadie me oía.

—Pero, pero… ¿Está viva?

—Sí Rebeca, pero no te quedes ahí y llama a una ambulancia. ¡Ya!

 

************

 

—Joder Nerea, ¿dónde te habías metido?

—¿Yo? ¿Dónde estabas tú? ¡Qué llevo veinte minutos dando vueltas por el gimnasio sin encontrarte, porque me he quedado sin batería y no podía llamarte!

—¡Pues he estado aquí todo el rato! —gritó Sergio.

—¡Eh, menos humos! ¡Qué he venido a buscarte porque te encontrabas mal!

—¡Ay sí! Lo siento. Gracias cariño. Es que estoy un poco revuelto.

—La que hay liada dentro del gimnasio, ¿no?

—Eh… ¿El qué? ¿Qué pasa?

—No he entrado al vestuario de las chicas, pero había gente pidiendo a gritos una ambulancia, y un revuelo allí que no veas. ¿Has visto tú algo antes de salir?

—¡Qué va! No sé qué ha podido pasar.

—¿Quieres que entremos a ver?

—No, no, Nerea, que ya vamos tarde a la prueba del menú. Ya me enteraré otro día.

Cuando Sergio y Nerea se dirigían camino del parking a recoger el coche, oyeron unas voces que procedían de la puerta del gimnasio.

—Sergio, esa chica está gritando tu nombre.

—¿Cómo?

—Esa chica que viene corriendo en dirección a nosotros está gritando tu nombre.

—No será a mí. Habrá mas hombres que se llamen Sergio, no sólo yo…

—Sergio, ¡que viene hacia aquí y te está llamando!

 

 

Rebeca Fernández Gaspar

 


6. ¿Quieres un café?

 

—¡Sergio! —gritaba Rebeca, con la cara como si hubiese visto pasar a una procesión de la Santa Compaña.

Así que no tuve más remedio y me volví, con cara de no saber qué había sucedido.

—¿Es a mí? —sí, no se me ocurrió nada más ingenioso. Mientras lo decía pensaba que me iba a decir que qué había hecho, que por qué estaba aquella mujer tendida en la ducha del vestuario.

—Sergio, por Dios, se me va a salir el corazón por la boca. Por favor, necesitamos tu ayuda, hay una mujer en el suelo de las duchas y…

El estruendo de una sirena la silenció.

Interrumpió la ambulancia a Rebeca, que de repente se fue corriendo hacia el personal médico. Así que decidimos seguir el camino hacia el coche. Nerea insistía en volver al gimnasio y ver qué era lo que había pasado, pero yo la convencí de que no, que fuéramos a la prueba del menú, y ya me enteraría de lo sucedido otro día. Eso si volvía...

Ya en el coche, me temblaba todo el cuerpo, los nervios se habían apoderado de mí, no me permitían pensar con claridad, y lo único que alcanzaba a pensar era en “Salvado por la campana”, y me acordé de aquella serie noventera de adolescentes interpretados por treintañeros. En serio, creo que tengo problemas de atención, ¡cómo podía pensar en eso ahora!

—Mira, ya la suben a la ambulancia —dijo Nerea mientras pasábamos de nuevo por la puerta del gimnasio, de camino hacia el restaurante.

—Parece que está despierta —dije aliviado al ver que los ojos que antes me habían seducido volvían a estar abiertos.

 

************

 

Los días se iban sucediendo, Carolina y Jorge seguían viéndose en el gimnasio y la cañita de después del ejercicio se había convertido en algo sagrado. Pero uno de esos días la cosa se alargó bastante y Jorge, armándose de valor la invito a cenar.

—Vale, pero… ¡voy en chándal! —dijo Carolina.

—No importa, ya tendremos oportunidad de cenar otro día más arreglados —dejó caer Jorge, que cada vez estaba más enganchado a la sonrisa y espontaneidad de Carolina.

—¡Joder que bien! ¿Tantos días me vas a invitar a cenar? —fue lo único que Carolina dijo, sabiendo que la frase de Jorge iba con toda la intención del mundo.

—¡Ey, que no me sobra el dinero! —dijo mientras se reía, y en su interior recordaba los gravísimos problemas económicos que acumulaba.

La cena fue en un bar de la ciudad que era famoso por sus bocadillos de calamares. La complicidad era cada vez mayor, la joven y el “madurito” desprendían complicidad por los poros. Después de cenar, y para bajar el aliento a salsa picante de los bocatas, decidieron alargar un poquito más la cita y tomar una “relaxing cup of café con leche in plaza del Carbón”.

—Gracias Jorge, estoy pasando un día estupendo. Pero me tengo que marchar ya. Esta noche había quedado para salir con unos antiguos compañeros de la facultad.

—Vale. ¿Queda pendiente la cena más arreglados, no?

—¡Por supuesto, “Señor del pedo en la sauna”! —soltó entre carcajadas Carolina.

—Adiós —dijo riendo Jorge.

«Pero, ¿qué va a hacer una niña de veintitantos años con una antigualla como yo?» La despedida de la cita le había hecho pensar a Jorge que se estaba enganchando a esa jovencita, y que no sentía algo así desde que conoció a su malograda mujer en una de aquellas noches en las que eran jóvenes y querían cambiar el mundo. Sentía la necesidad de agradar a Carolina, y ante la baza de una “cena arreglados”, pensó en darle una sorpresa, y que ella no se diera cuenta de que su situación económica era lamentable. Estaba decidido, la cena sería en el restaurante de un chef que inundaba las guías de gastronomía del país, y que estaba en una ciudad a unos trescientos kilómetros. Así que reservaría también una habitación en un hotel con unas preciosas vistas. «¿Y esto cómo lo pago? No lo sé, pero lo voy a hacer», pensó el cincuentón enloquecido por la veinteañera.

 

************

—Sólo es una contusión señora. Tome un poco de reposo, pero no se preocupe, en un par de días puede ir al gimnasio de nuevo. Y tenga cuidado con esos resbalones.

—Gracias, lo tendré en cuenta —dijo Clara.

Mientras su marido, Venancio, conducía hacia casa, Clara pensaba en lo ocurrido. «Me las va a pagar», pensaba. Nadie se le ponía por delante en sus objetivos, eso no iba a quedar así. Encontraría alguna manera de conseguir su propósito.

Al día siguiente se acercó al gimnasio, con la excusa de que se había mareado y antes de que resbalara en las duchas del vestuario, un joven le había ayudado a mantenerse en pie y le invitó a una coca cola que le subiera las fuerzas. Así pues, les pidió a las señoritas de recepción los datos de Sergio para mandarle un presente.

 

************

 

Pasados unos días, dentro del gimnasio, Jorge intentaba tonificar sus músculos para que la jovencita Carolina lo encontrara más atractivo. De repente entró un chaval de unos veinticinco años, similar al “David” de Miguel Ángel. Aquel chico era cliente habitual, pero no estaba en el gimnasio más de veinte minutos. Hablaba y se daba la mano con varios chicos musculosos, de los cuales Jorge desconocía su existencia.

—¡Ey tío!, ¿cómo consigues ese cuerpo? —preguntó Jorge al joven.

—Je, je. Ya sabes, mucho ejercicio, comida sana y un pequeño suplemento.

—¿Cómo? ¿Un pequeño suplemento?

—Sí, verás… Tomo unos pequeños anabolizantes que aceleran la musculación. Todo natural, lo que pasa es que es un poquito ilegal... ¿No serás poli?

—No, no, tranquilo. ¿Y dónde lo puedo conseguir?

—Has dado con la persona idónea, viejo —dijo entre sonrisas—. Bueno, perdón, ¿cuál es tu nombre?

— Jorge, ¿y tú?

—Eh… Llámame Montana.

—Oye, ¿ganas mucho dinero con esto? —preguntó Jorge sin ningún pudor.

—¿No querrás chafarme el negocio? —dijo bromeando, pero advirtiendo, el camello de gimnasio.

—No, no.

—La verdad, es que me da para darme algunos caprichos a fin de mes.

—Si quieres te puedo ayudar —sugirió Jorge.

—Pareces legal… Yo no puedo ayudarte en nada, pero ve a un compraventa de coches de lujo que hay en el viejo polígono y pregunta por “Baby Face” o “La Señora”. Di que vas de mi parte.

—Así lo haré, gracias.

—Nos vemos. Si quieres suplemento aquí tienes mi número, apunta: 100595119.

—Genial, hasta otra.

«Bueno por intentarlo no pasa nada, de todas maneras no tengo nada que perder, y tengo el “culo pelao” de tratar con mafias de la construcción, y de reclamar cobros por mi trabajo», pensó Jorge. Varios impagos en su trabajo le habían hecho caer en una crisis económica similar a la que vivía el país por la construcción.

A la mañana siguiente se dirigió al polígono, y allí vio un enorme concesionario de coches donde la marca con menor categoría que había era Mercedes Benz. «Aquí es».

—Buenos días. Un hombre tan elegante como usted ha venido al sitio correcto para cambiar su coche por un sueño con llantas de aleación y caballos, como para superar al séptimo de caballería.

—Eh… no. Vengo buscando a “Baby Face” o “La señora”.

—Entiendo, espere un segundo.

—OK.

A los cinco minutos, una puerta de las oficinas se abrió y apareció una mujer de unos cuarenta años tremendamente atractiva. «¡Coño, es la madurita de la que hablan todos los muchachos en el gimnasio!»

—Hola, ¿preguntabas por “La Señora”? Soy Clara, encantada.

—Eh… Sí, sí, me envía Montana —dijo nervioso Jorge.

—Dios mío, musculitos y sus fantasías de mafioso en Chicago en la ley seca. Bueno, si te envía es porque quieres ganar un dinero extra, ¿no? Como ves, esto es un concesionario de coches de lujo, pero con la crisis la gente ya no compra un Maserati o un Rolls Royce. Así que, tenemos que sacar dinero con algunas actividades extras.

—Entiendo. ¿Y qué tengo que hacer?

—Mira, vente mañana y te mandaré para que lleves un paquete de agradecimiento. No te voy a engañar, aquí corre la coca, éxtasis y de todo lo que puedas imaginar. Pero no te preocupes, lo tuyo será todo legal, lo único que te pido es que vengas bien vestido.

—Así lo haré Clara. Por cierto mi nombre es…

—Ahorra saliva, a mí eso me da igual —y le dio un beso en la boca sabiendo que no haría nada debido al nerviosismo que se apoderaba de él.

************

 

Lo tenía, el plan era perfecto, su marido con tal de no bajar ni un ápice sus vicios y tren de vida, como beber whisky mientras conducía cochazos a toda velocidad, había empezado a coquetear con el tráfico de drogas y otras sustancias. A los meses ya era uno de los tíos más poderosos en el submundo de la ciudad, en el que el despertador suena a la una de la tarde y el “vamos a la cama” suena a las siete u ocho de la mañana. Tenía la dirección del trabajo de Sergio, así que le mandaría un desayuno de agradecimiento aderezado con unas gotitas de “Burundanga” que su marido era incapaz de colocar por ahí. La “Burundanga” es una droga que te anula la voluntad, dejas de ser tú. De ese modo, aprovecharía la situación para ir a la oficina de Sergio y esta vez, sí que no se escaparía.

 

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Jueves, Rebeca abre el ojo después de una noche de profundísimo sueño, y con el sonido de fondo del iPod de su hermano, que suelta una música entre rock y ambiental.

—¡Joder, baja el volumen! ¡Ya estás con tus mierdas de músicas raras!

—¡No son músicas raras, son los Mogwai! —respondió su hermano.

—¡Por mí como si son todos los gremlins! ¡Bájala coño!

—¡Vale! —respondió de mala gana el joven arrastrando eternamente las sílabas.

Como todos los días antes de levantarse de la cama, repasó los whatsapps que habían llegado. Y como no, María había escrito.

Hola bella durmiente, esta noche cenita! Mira, me han pasado una foto de tu acompañante, se llama “Montana” y está como un quesito, te la mando. Vamos a triunfar”.

Joder este tío viene al gimnasio, es el que siempre viene tan poco rato que ni se ducha, pero que me encanta. Bueno, pues igual no pinta tan mal la noche.

 

************

 

Unas horas antes, Jorge acudió a recoger el paquete al concesionario de coches, una cesta con croissants, magdalenas modernas, o muffins, o como lo quieran llamar, bocadillito pequeño de jamón, café y un zumo. Lo cogió y con su impecable traje se dirigió a una empresa llamada “Wedding dreams” donde tenía que preguntar por un tal Sergio. Introdujo la dirección en su smartphone, y a los veinte minutos allí estaba, en la puerta de la agencia de bodas, dispuesto a realizar su primer “trabajito”. Se puso un poco nervioso, pero pensó: «Bueno, son 300 € por dejar esto y marcharme. ¿Qué puede salir mal?»

Así pues, entró en las instalaciones, preguntó por Sergio y le llevaron a la oficina. Llamó tres veces y la voz de un chico más joven que él abrió la puerta y allí, entre catálogos de adornos nupciales y fincas, estaba el chico con el que todos los lunes se relajaba en la sauna.

—¡Hombre, yo te conozco, tu eres el del mp3 en la sauna! —dijo Sergio.

—Sí —sonrió Jorge—, ese soy yo.

—Pues tú dirás, qué te trae por aquí. Si estás buscando quien te organice la boda, aquí te puedo ayudar.

—La verdad es que no… Traigo esto para ti —dijo mirando a la suculenta cesta—. Y también este sobre.

—Ah vale, muchas gracias. Supongo que serán algunos clientes agradecidos.

Sergio abrió el sobre y leyó el mensaje de “La Señora”.

Hola Sergio, está muy feo dejar a una mujer tirada y más si es mayor que tú. Espero que te guste el desayuno, aunque no es nada comparado con lo que te espera…”.

—Eh… Bueno, no sé, ¿quieres un café? A mí no me sienta bien. Insomnio, ya sabes. Yo me tomaré el zumo.

—De acuerdo, gracias —dijo Jorge mientras pensaba: «¡Cojonudo! 300€ y me invitan a desayunar, aunque “La Señora” me dijo que me fuera rápidamente. Qué diablos, por un café no pasará nada».

—¿Y qué tal por el gimnasio? —comentó Sergio, intentando no pensar mucho en el mensaje que acababa de leer.

—Pues bien, ya sabes, desconexión de la mierda de rutina y esas cosas —dijo Jorge mientras se disponía a dar un trago a aquel apetecible café solo.

De repente comenzó a sentirse raro, y no era el típico retorcijón de café mañanero, no. Algo no andaba bien en su cabeza, era un mareo extraño, como si fuera a abrazar a Morfeo pero completamente despierto.

—Oye, ¿te encuentras bien? Responde, ¿qué te pasa?

—¿Qué hago aquí? ¿Quién eres tú?

—¿Qué cojones pasa aquí? —dijo Sergio mientras recogía del suelo a Jorge.

—¡Ey, tranquilo! ¡No me hables así que no nos conocemos, no te he visto en mi vida! —respondió un Jorge totalmente a merced de la burundanga.

De pronto se abrió la puerta de la oficina y aparecieron unos zapatos de tacón de aguja, que daban paso a unas piernas largas, un cuerpo dentro de un ajustado vestido negro y una melena morena que adornaba una cara…

—¿Tú? —gritó Sergio sobresaltado.

—¿Pero, me conoces? —dijo con sorpresa la mujer fatal.

—¡Cómo para olvidarte! ¿Qué mierdas llevaba ese café? ¿Qué quieres?

—Yo…

 

 

 

Eduardo Navarro Gálvez




7. Cataclismo en Wedding Dreams.

 

—Yo... Um… —le miró con cara lasciva—. Ya sabes lo que quiero, nene.

—Eh... ¿Pero?... ¿Pero qué dices? —contestaba entrecortado el pobre muchacho.

Jorge miraba con los ojos fuera de sus órbitas a Clara.

—¿Y tú, qué haces todavía aquí? ¡Te dije entregar y salir por patas!

Aturdido, mareado y sin sentido, Jorge se tambaleó hacia Clara diciéndole:

—¿Qué mierda dices? ¿De qué me hablas? ¿Quién eres? ¿Dónde estoy? ¿Qué mierda me está pasando?

Sergio estaba alucinando, no entendía nada. Miraba al pobre Jorge y luego a la zorra que tanto le complicó el trágico día anterior.

—Entonces, ¿os conocéis? —con la boca abierta mirando a ambos, absorto por lo que estaba presenciando.

De repente sonó el “Sin miedo a nada” en su móvil. «¡Oh, no! ¡Nerea! Bonito título el de la canción para esta situación: estoy acojonado», pensó Sergio.

Jorge miraba de arriba abajo a la impoluta y despampanante mujer que tenía a su lado sin saber de qué demonios la conocía. En el momento que iba a decirle algo, ella, con un gesto de su dedo en la boca, le mandó callar. Él obedeció como un sumiso enganchado a unos grilletes y cadenas, presa del efecto de la droga suministrada.

—Nerea, cariño, ¿qué pasa?

—Hola mi amor. ¿Tiene que pasar algo para que te llame?

—No, no, claro que no cielo —titubeaba sin poder evitarlo. ¡Madre mía la que tenía montada en su despacho! Como se le ocurriese venir, se liaba parda.

Retiró el móvil de su oreja y lo tapó con la mano para dar un par de resoplidos y poder contener el nerviosismo y el estrés que toda esa situación le estaba causando. Una vez recuperado el aliento continuó con la conversación.

—¿Te pasa algo Sergio? Te noto raro, ¿estás bien?

Con toda la entereza que pudo le contestó, pero fue inútil y tuvo que mentirle.

—No... Digo... Sí. ¡Ay, perdona cariño! Quería decir que no me pasa nada, y que sí estoy bien —soltando el móvil otra vez le salió otro resoplido— ¡Uf!

—Vale, sólo quería decirte que cambié unas cuantas cosas del menú de la boda, a ver qué te parece.

Clara se empezó a acercar a Sergio sigilosamente. Era como una gata en celo y con ojos de querer. Él no sabía qué hacer, pues por un lado Nerea estaba al teléfono, y por otro, el tío ese de la sauna, estaba sin parar de mover la cabeza en círculos como si estuviera poseído por el mismo Satanás, y la muy zorra, pero sexy y buenorra de la cuarentona, se le acercaba cada vez más, y no precisamente para decirle que se iba.

«Se me está acumulando la faena. Tendré que resolver esto por partes», pensó Sergio.

Clara ya estaba pegada a él, y empezó a pasar sus manos por su espalda intentando traspasar con sus uñas, suavemente pero con belicosidad, su fina camisa azul. Sintiendo que este permanecía estático, bajó sus manos por la cintura y con firmeza le agarró el trasero, tan fornido y duro que mantenía a base de tanto machacarse en el gimnasio.

—¡Umm...! —susurró a la par que apretaba con ansia.

Sergio dio un leve respingo, pero siguió sin inmutarse. Jorge cayó exhausto por los efectos de la droga en uno de los sillones del despacho, quedando inconsciente a causa de tanta alteración en su sistema nervioso.

—Sergio. Sergio... ¡Sergio!

—Sí cariño, dime

—¿Qué diantres te pasa? No me haces ni caso. Si te encuentras mal voy a buscarte y vamos al médico. Estás muy raro últimamente, tienes que hacerte un chequeo.

—No, tranquila cariño. Es que tengo mucho trabajo y me pillas en mal momento.

—¿Mal momento? Sí... sí... Yo diría que el mejor que te va a pasar en tu vida,  nene —le susurraba Clara al oído.

—Está bien, Sergio. Ya hablaremos en casa —concluye Nerea, que no se queda muy convencida, cavilosa y preocupada. «Este chico no está bien. Creo que iré a verle aunque me haya dicho que no era necesario. Se alegrará de verme y de saber que me preocupo por él».

 

************

 

“¡Ey tía! ¿Qué te parece Montana?”

Rebeca recibe un mensaje de María. «¡Ya está aquí la pesada de turno, taladrándome para que su plan salga perfecto».

“Ese tío viene por el gimnasio, lo conozco.”

«Ahora se pondrá histérica, y como una loca. ¡Cómo si la estuviera viendo!»

“¡No me jodas tía! ¡Ya te lo habrás follado! ¿A qué sí? ¿Y qué tal lo hace?”

«¡Joder, con lo bueno que está, me lo puedo imaginar! Esta tía no sabe pensar en otra cosa, pero no va mal encaminada, pues el tal Montana no tiene desperdicio».

“Bueno, luego me lo cuentas. Voy a buscarme un modelito para esta noche, ¡qué promete!”

“Besitos, nena.”

«Yo debería de hacer lo mismo: un buen modelito para impresionar. Voy a mirar que me encuentro por el armario».

 

************

 

Sergio estaba atónito ante tal situación, aunque un poco más tranquilo al ver que Nerea colgaba el móvil. No podía creer lo que le estaba pasando. Esa mujer lo estaba poniendo fino filipino. Llevaba una blusa con un escote considerado que dejaba a la imaginación fluir sin preámbulos. Se podían distinguir claramente unos pechos exuberantes y muy bien definidos. ¿Serían operados? No tenían pinta de eso... Lo podría comprobar si quisiera, pues la tenía a tiro, totalmente a su merced. Vestía una falda de satén que dejaba a la vista una pequeña apertura en la parte trasera, la cual moldeaba su espectacular figura, marcando levemente sus sinuosas caderas.

«¡Joder, que buena está! La muy zorra me está poniendo cachondo!»

Clara no paraba de contonearse. Sabía muy bien como usar sus armas de mujer seductora. Sin pensárselo dos veces, al ver la cara del joven, le echó la mano a su entrepierna sintiendo su casi total erección. Sergio dio un respingo y se retiró hacia atrás, como queriéndose negar. Pero ella insistió, y una vez más le agarró, lo que ya era una inevitable gran erección.

—¡Blua!.. ¡Eh!.. Ah... ¡No!... ¿Qué?.. ¿Dónde estoy? —Jorge empezó a balbucear después de un pequeño letargo sin saber que le pasaba ni donde se encontraba. Seguía aturdido por la burundanga que había tomado en el café. Tenía la vista nublada y no distinguía las dos sombras que veía enfrente. Hizo mención de levantarse pero no tenía fuerzas suficientes. Ni siquiera mantenía el equilibrio estando sentado. La cabeza le daba vueltas y no podía gesticular palabra.

En ese preciso momento Sergio escuchó al hombre, y apartándose de aquella gata en celo, corrió a socorrerle, pues había olvidado completamente su presencia ya que había caído ensimismado con la insaciable y perversa mujer que lo acosaba sin piedad.

—¡Oiga! ¿Me escucha? ¿Se encuentra bien?

El hombre sólo balbuceaba palabras ininteligibles.

—¡Dios mío! ¡Este hombre está muy mal, hay que llevarlo a un hospital!

—Ya se le pasará... ¡Tampoco he echado tanta!

—¿Cómo? ¿Qué le has echado, el qué? ¿Dónde? ¿Se puede saber qué le has dado?

—Mira nene, le puse al café una pequeña dosis de una droga que iba destinada para ti, pero este desgraciado se lo ha tomado él.

Sergio no podía creer lo que estaba oyendo.

—¡Estás loca! ¡Lo podías haber matado!

—¿Pero qué dices? —dijo entre carcajadas—. Tenía bien controlada la cantidad, sé lo que hago.

En ese instante llaman a la puerta y se oye tras ella...

—Cariño, soy yo. ¿Puedo pasar?

—¡Oh no! ¡Nerea! Joder, le dije que no viniera —el muchacho no sabía ni donde meterse, ni que contestar. Giraba hacia la izquierda, luego a la derecha, desorientado miraba a Clara, luego a Jorge...

 

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Carolina estaba nerviosa y entusiasmada, pues esa noche cenaba con su galán y atractivo Jorge. No sabía que ponerse, se había probado un montón de vestidos y no se decidía. Al ser rubia, el blanco le quedaba genial, pero le marcaba demasiado, y tampoco quería ir insinuándose. Quería ir elegante pero discreta.

«Creo que este verde le gustará. Ni muy largo, ni muy corto, suelto pero define mi silueta. Le voy a mandar un whatsapp y  concretamos la hora...»

 

 

 

Ana Blasco Durán





8. Cambio de planes.

 

Carolina cogió su móvil y lo desbloqueó dejándose ver en la pantalla principal la foto tan sexy que usaba como fondo. Buscó el whatsapp de Jorge, y comenzó a escribirle a una velocidad digna de una generación con los pulgares más desarrollados. Alzó un poco la vista hasta la miniatura de foto de perfil, y se percató de que la había cambiado. Pulsó sobre su nombre y amplió la foto para poder sacar todos los detalles posibles. Comprendió que aquel señor cada vez le llamaba más la atención.

Cuando la foto se descargó, comenzó el análisis. Llevaba un traje negro y unas gafas de sol. Una de dos, o iba disfrazado de chico de Martini, o en su caso, se había metido en un negocio llamémoslo “oscuro”. Sonrió, y mucho más lejos de sospechar que estaba cerca de la realidad, decidió pensar que sólo era un traje negro. Estaba guapo, esas arruguillas en los ojos le daban ese toque maduro que tanto le llamaba la atención. El dedo pulgar pasando por sus labios, le hacía desearlo aún más si cabía. Nada, estaba decidido: de esta noche no pasaba. Retrocedió en la pantalla de su móvil y fue al grano.

“Hola chico Martini. ¿Recuerdas que esta noche TÚ Y YO tenemos una cita?

Pasas a buscarme, o mejor quedamos directamente en el centro?”

Evidentemente, Carolina, no tenía ni idea de donde estaba Jorge, ni porque casi veinte minutos más tarde seguía sin contestar a su mensaje. Siguió sacando ropa del armario: sacar, probar, poner morritos frente al espejo con cada prueba, soplar, quitar modelito, echar en el montón de moda que va acumulándose sobre de la cama. Aproximadamente cada cinco minutos abría la conversación con Jorge, y volvía a resoplar. No había cambios en la hora de conexión de su amigo.

 

************

 

En la oficina de Sergio, la cosa se iba complicando. Un silencio largo después de que Nerea preguntase si podía pasar. Pero él, como buen comercial, siempre tenía una rápida respuesta para todo tipo de situaciones. Mientras se atusaba el cabello y se ponía la chaqueta, dijo bien alto:

—Si me permiten un momento, les sigo mostrando más opciones. Tengo una visita inesperada. Un minuto y vuelvo con ustedes.

Sergio tapó la boca de Clara, y con su mirada clavada en la de esa exuberante señora, le dijo casi susurrando:

—Más vale que me ayudes y me sigas la corriente si es necesario. ¡Tú veras!

Saliendo de su despacho, terminando de secarse el sudor y fingiendo una sonrisa de sorpresa agradable, saludó a Nerea dejándola más tranquila.

—Hola mi amor. Te dije que estaba ocupado, y que estaba bien. ¿Qué haces por aquí?

—Sergio, estabas muy raro, y no sabía que hoy tuvieses ninguna cita. Pasaba por aquí, y necesitaba ver que estabas bien.

—Claro, estoy bien, pero un poco atareado. Tengo una pareja un poco extraña en el despacho, y me están volviendo loco. Vuelvo con ellos, pero te prometo que esta noche miro los cambios del menú, aunque ya sabes que confío plenamente en ti.

Agarrándola de la cintura y empujándola disimuladamente, la llevaba hacia la puerta. Le plantó un beso y casi sin poder creerlo la convenció para que se fuese.

—Sergio, ¡esta noche sin falta! ¡Que parece que todas las bodas son más importantes que la nuestra! —le recriminó Nerea con un tono de reproche.

—¡No digas tontadas! La nuestra será la más importante de toda mi carrera cómo organizador de bodas —contestó Sergio cerrando la puerta de la calle con el pestillo.

Le lanzó otro beso desde la cristalera, y aparentemente tranquilo, entró a la oficina de nuevo.

—Clara… —Sergio entraba con la intención de poner los puntos sobre las íes, pero se detuvo, cuando vio a Jorge sentado en la silla y cogido de la mano de Clara, los dos de espaldas a la puerta y de frente a su sillón de trabajo. Si por casualidad hubiera entrado Nerea, hubiera colado que estaba con una pareja hablando de menús, fincas y fotógrafos.

Clara, volvió su cabeza, y vio la cara de Sergio desconcertada.

—Sólo he obedecido tus órdenes —dijo Clara al tiempo que se levantaba de la silla, dejando caer al pobre Jorge al suelo, todavía inconsciente. Dio dos pasos hacia él mientras volvía a colocarse ese extraordinario escote y se plantó a menos de un metro con las piernas semiabiertas.

«Esta señora busca guerra...», pensó Sergio más relajado. Y creyendo que no podía complicarse más la historia, le brotaron los instintos más animales, dejando a un lado el maravilloso novio que está preparando su gran día.

Fue él quién se lanzó. Le agarró con fuerza con un brazo sobre la espalda y con el otro entrelazó sus dedos en el pelo de esa guerrillera. En ese primer beso agresivo la fue empujando hasta que su trasero llegó a la mesa.

—¿Quieres guerra? —le dijo Sergio al oído. Aprovechando que sus dedos estaban enmarañados en su melena, apretó el puño y tiró hacia atrás, forzando que el cuello de Clara quedara a la altura de su boca. Siguió besándola hasta entrometer su lengua en el escote. Con la misma agresividad, le dio la vuelta dejándola de espaldas. Le bajó la cremallera del vestido, y volvió a ponerla de frente. Bajó el vestido hasta dejar al aire esos pechos que se mantenían como los de una chica de “veintitantos” y se sumergió en una ola de placer.

Ella, como pudo, se subió la falda de tubo hasta la cadera, y se sentó en la mesa, facilitando bastante la tarea de Sergio, que metido en faena, no respondía a nada que no fuera el fuego que llevaba dentro. Se quitó la chaqueta, sacó la camisa de los pantalones, y se desabrochó el cinturón. Ella, fue abriendo la camisa, botón tras botón, y dejo el pecho de Sergio al aire. Puso su mano en la espalda y con esas uñas de gata, y nunca mejor dicho, las clavó en la piel de su presa.

Siguieron besándose, desnudándose y disfrutando de la pasión. Estaban en el momento más álgido de su corta e intensa relación, cuando una mano ajena, brotó del suelo y se colocó en la mesa a un palmo del trasero desnudo de Clara.

Ambos miraron la mano, y Sergio, inmediatamente, entendió la señal. Todo se fue al traste. Esa mano le recordó que estaba viviendo otra realidad que no era la suya. Empujó a Clara para soltarse de sus brazos. Se subió los pantalones, y buscó su camisa, que estaba tapando todavía la cara del mensajero que le había llevado el rico desayuno.

—Ey, macho. ¿Qué tal? Siéntate aquí —le dijo a Jorge mientras lo cogía por debajo de los hombros.

Clara, aun estupefacta por el corte que le acaba de dar su presa, bajó de la mesa, a la par que hacía lo mismo con su falda y comenzó a subirse el vestido. Miró a su alrededor, se calzó sus tacones de aguja, y salió de la oficina sin dar más explicaciones. Los dos hombres, en principio sólo compañeros de gimnasio, seguían de cuclillas intentando volver cada uno a su realidad.

—¿Qué me ha pasado? —dijo Jorge titubeando.

—Nada, esa mala zorra. ¡Que nos tiene pillados por los huevos! Pero, ¿estás  bien?

—Me duele la cabeza, y mucho. Pero no logro recordar nada —el pobre Jorge se agarraba la testa con las dos manos.

—Te voy a traer un vaso de agua, que no me fío de lo que has traído. ¡No te muevas!

Sergio salió a la recepción e interrumpió su camino hacia la fuente de agua, cuando vio a Clara, intentando todavía salir de allí. Se dirigió hacia ella, le agarró de la muñeca y le volvió a susurrar, pero esta vez, con un tono más amenazante.

—Déjame en paz. Me vas a complicar la vida.

Ella, con su prepotencia y su orgullo herido, le contestó con el mismo tono.

—Eres duro de roer, pero cuando te des cuenta que soy lo que quieres, me desearás y serás tú el que venga a buscarme —su respuesta volvió a desconcertarle, pero no le dio tiempo a reaccionar, sus armas de comercial esta vez no habían funcionado. Y justo antes de que Clara con un golpe seco liberase su muñeca, concluyó—. ¡Nos vemos en el gimnasio!

Cruzó la puerta, y se fue contoneando sus caderas mientras se colocaba esa larga melena. Durante unos segundos se quedó mirando como se alejaba. Con unos movimientos rápidos de cabeza recobró el control de la situación y recordó que se dirigía a por un vaso de agua para el pobre hombre que estaba en su despacho. Cogió el vaso de plástico, lo llenó en la fuente y fue al encuentro de Jorge, que ya estaba de pie, buscando su móvil.

Tenía varias conversaciones, pero sólo buscaba la de Carolina. Cuando leyó su mensaje, otra vez se echó las manos en la cabeza. Después de todo, esa zorra se había ido sin darle el dinero para la cita de esta noche. «Cambio de planes. La llevaré a un restaurante más modesto, en el centro de la ciudad, y así quedará pendiente otra cita.»

“Hola, he estado liado. Cómo los dos vivimos en el barrio, ¿te parece bien, que quedemos allí?

 

************

 

Por fin Carolina tenía respuesta de Jorge. Le pareció muy buena la idea la de quedarse por el barrio. Total, ella llevaba toda la intención de acabar en su casa. Así que comenzó a preparar el terreno.

“Me parece bien. Además tampoco tenemos porqué ir al centro. Prepara cena. Yo compro unas Ámbar, y nos quedamos en tú casa”

Los ojos de Jorge se abrieron más si cabía. ¿En su casa? Eso sonaba muy cercano ya a una cita muy íntima. Además le venía genial no tener que sacar la Visa en un restaurante del centro, y mucho menos meterse en un berenjenal como el de hoy, para impresionarla. «¡Esto está hecho!», se dijo a si mismo. Así que le contestó sin hacerse esperar.

“A las 20h en el bar de ayer. Así me da tiempo a comprar y preparar algo decente”

“Perfecto. Llevaré las cervezas bien frías.”

Jorge, se apuró en llegar a casa, adecentar todo el piso y cambiar las sábanas. Fue a la mesita de noche, sacó una caja, y cogió el último billete de cincuenta euros que tenía. Bajó al centro comercial y compró algo: dos filetes de carne, unas verduras para hacer a la plancha, y unas tostadas que acompañarían con patés varios y queso del bueno. Compró un buen vino y cuando iba hacia la caja, recordó que él bebía el vino cómo toda la vida, en vasos de diario. Así que dio la vuelta con el carro de la compra y compró dos copas. Eso sí, de las más baratas.

Se acercaba la hora, y tenía que dejarlo todo medio preparado. Sacó el mantel, puso la mesa, y fregó y limpió las copas nuevas hasta sacarles brillo. Con lo atareado que había estado, no se percató hasta que no pudo más, del dolor de cabeza que llevaba. Fue al baño, bajó la caja de los medicamentos, y se echó dos aspirinas a la boca. Recién acicalado, y repasando hasta los mínimos detalles de la casa, cogió el móvil, y escribió.

“Hola de nuevo. Todo preparado. Voy bajando hacia al bar. No me des plantón, Pequeña Carolina”

Ella, cuando recibió el whatsapp, ya estaba calzándose unas preciosas botas planas que le conjuntaban perfectamente con su vestido. Había decidido ir a saco, pero no con su vestuario. Al fin y al cabo, quedaban en el barrio, y no quería que pensasen que iba buscando a un cincuentón, aunque ella sabía perfectamente, que esa noche, iba de caza.

“Bajo en cinco minutos. Nos vemos en nada”

Jorge ya estaba de camino, así que llegaría antes. Entró al bar, pidió un tercio, y se sentó en una de las mesas que había casi al fondo del garito. Miró hacia la calle, a través de las cristaleras del bar, y la vio en la acera de enfrente esperando que pasase un coche para poder cruzar. Otra vez abrió los ojos, y en voz baja, exclamó.

—¡Madre mía! ¡Qué bombón!

Ella, que se había percatado de que la estaba observando, le saludo cuando pasó por enfrente. Abrió la puerta del bar y él se levantó para recibirla.

—Hola, pequeña Carolina —dijo él todavía con la misma cara de asombro.

—Hola, caballero —le contestó mientras miraba el tercio que tenía sobre la mesa—. ¿Has empezado sin mí?

 

 

Mercedes Comín Diarte


9. Pasión.

 

—Hola cariño, ¿qué tal ha acabado la reunión con la pareja de esta mañana?

—¿Qué pareja? ¿Qué reunión?

—La que estaba en tu oficina esta mañana cuando he ido a visitarte...

—¡Ah! Es cierto...

—¿Estás bien Sergio?

—Sí, es sólo que estoy un poco cansado. Tengo ganas de probar el menú e irme a dormir, hoy ha sido un día duro.

Nerea y Sergio llegan al restaurante donde van a probar el menú de su boda. Ella está nerviosa e ilusionada, no hace más que hablarle a Sergio de todo lo que les queda por preparar juntos: los detalles a los invitados, la canción que sonará cuando entren al restaurante, el color de las flores en la iglesia... Pero Sergio sólo se encuentra de cuerpo presente, dado que no puede quitarse de la cabeza lo que ha pasado esta misma mañana en la oficina, esa mujer que lo ha vuelto loco, que hace que desee hacer cosas que ni con su futura mujer había deseado hacer. No se la quita de la cabeza, no olvida el momento que la tuvo en su oficina, que la tocó con sus manos, que pudo observar ese cuerpo.

—¿Sergio, me estas escuchando? ¡Sergio!

—¿Por qué gritas? ¡Qué estoy aquí al lado!

—Últimamente estás muy raro, dices que no te pasa nada, pero no te creo. Te pasas el día pensando en no sé qué cosas, pero no en nuestra boda, y yo no puedo con todo, necesito que me ayudes.

—Perdóname, pero tengo mucho trabajo y eso me tiene así, prometo descansar y centrarme más en nosotros.

Sergio le da un beso, el más fingido en todos los años que llevan juntos. Nerea no se queda muy convencida pero intenta hacerle creer que sí. Entran al restaurante y les llevan a una mesa donde un camarero les invita a probar el vino de la casa mientras esperan la cena. En ese mismo momento Sergio no puede creer lo que está viendo… Entran al restaurante un grupo de ocho personas, de una edad de entre cuarenta y cincuenta años y entre ellas, Clara.

—¡No puede ser, me estoy volviendo loco!

—¿Qué dices Sergio? ¿Tan malo está el vino?

—Nada, nada, cosas del trabajo que me han venido a la cabeza.

Nerea lo mira con cara desesperada, ya que no sabe qué hacer. Mientras tanto Sergio no le quita ojo a ese grupo de gente que van a cenar en el mismo restaurante que ellos. Clara también lo ha visto, y la idea de estar las dos parejas en el mismo lugar, le encanta. Por lo que no duda ni un instante en acercarse hasta la mesa donde se encuentra Sergio.

—¿Qué tal compi de sauna?

—¿Qué haces tú aquí? —en las palabras de Sergio había mucho nerviosismo, dado que no se creía lo que estaba pasando.

—Lo mismo que vosotros, cenar —Clara sonreía—. ¿Esta es tu novia de la que tanto hablas? He de decir que tenías razón, es muy bonita.

Nerea sonríe al escuchar esas palabras, por el contrario Sergio sólo piensa en que ese momento se acabe.

—Me llamo Nerea y sí, soy la novia de Sergio. No sabía que hablaba de mí —sonríe sonrojada.

—No tiene otro tema en la boca, sólo a ti. Bueno pareja me voy a cenar que estoy muerta de hambre. Un placer conocerte Nerea, soy Clara. Y Sergio... nos vemos el lunes.

—Adiós Clara, encantada de conocerte —contestó Nerea.

La joven reprime a Sergio, insistiendo en que debe de ser un poco más simpático con Clara, ya que parece encantadora. No deja de insistir en que le parece muy agradable, y que es guapísima para tener más de cuarenta años. Sergio no puede más con la situación y tiene que salir del restaurante a tomar un poco de aire.

Clara que lo ve salir, le dice a su marido que sale fuera a fumarse un cigarro mientras les sirven la cena.

—Deseaba que salieses, me estas volviendo loco.

—Ya te lo dije... Volverías a por mí.

—Eres la mujer más mala de la tierra, pero no puedo más...

En ese momento la agarró con todas sus fuerzas de la cadera, llevándola bruscamente hacia él, sin pensar que estaban en la puerta del restaurante donde se encontraban las parejas de ambos.

Lentamente se abre la puerta del restaurante, tras la cual aparece Nerea que ve como su futuro marido está a un centímetro de la boca de Clara.

—¡¿Qué está pasando aquí?!

 

************

 

Después de tomar un par de cervezas, Jorge invita a Carolina a subir a cenar a su apartamento. Ella acepta encantada, no porque tuviera mucho hambre, si no por las ganas que tiene de quedarse a solas con el madurito.

—Para ser de una persona de tu edad, es bastante moderno el apartamento —dice Carolina riéndose.

—El buen gusto no va en la edad, si no en la persona —contesta Jorge con tono de burla sonriendo mientras le coge de la mano y la lleva hasta el salón, donde la mesa está vestida para una cena en pareja. La cena que había preparado no llevaba mucha elaboración, la carne y verduritas a la plancha que había comprado en el supermercado de abajo estarían listas en un momento. Pero eso era lo de menos. Ambos, mientras cenan, no hacen más que mirarse con ojos de querer acabar rápidamente y empezar lo que más desean en ese momento.

Carolina le da un trago más para terminarse la última cerveza que les queda.

—Y ahora que no tenemos más cervezas, ¿qué podemos hacer?

—Podemos quedarnos aquí sin beber, o bajarnos al bar a tomarnos juntos alguna más.

—¿Y si nos quedamos aquí? ¿Algo tendrás preparado para que quiera quedarme?

Jorge no sabe que responder. La pregunta que ella ha lanzado le encanta, pero no sabe cómo seguir. Ella ve que lo ha dejado sin respuesta, por lo que decide coger el toro por los cuernos. Se levanta, le coge la mano y dulcemente le pregunta si la lleva a su habitación.

Él se levanta y la lleva hacia ella. Llegan, se miran, ella suelta su mano subiéndola por su brazo hasta llegar al cuello, al cual se agarra con ambas manos, y lo besa. Él sólo se dejaba llevar…

Hasta que escuchan cómo se abre la puerta del apartamento.

—Papa, ¿estás en casa?...

 

 

Ana Blanco Casasús


 


10. Jorge lo sabe.

 

¡Pum! La puerta del apartamento de Jorge se abrió de un patadón.

Carolina y Jorge se soltaron mutuamente como si estuvieran haciendo algo prohibido. Ella asustada pegó un grito al ver como cuatro agentes altamente armados de la policía antidroga asaltaban el pequeño apartamento.

—¿Usted es Jorge Guardiola? —preguntó el agente de aspecto más senil.

—… –Jorge no acertó a decir nada y permaneció inmóvil y pálido mientras lo reducían y le ponían los grilletes.

Los agentes se lo llevaron esposado, mientras el cuarto policía se quedó interrogando a Carolina con preguntas relacionadas con Jorge, con el gimnasio, con sustancias dopantes como esteroides y hormonas, y con un tal Montana.

 

************

 

En el otro lado de la ciudad, en una pizzería de una famosa franquicia italiana, se fraguaba una interesante cena a cuatro bandas. A un lado del mantel Rebeca con un look muy juvenil y un vestido muy “pichi” que compartía tallarines con un muchacho de tez morena conocido como Montana. Él presentaba un aspecto descuidado, pero manteniendo su indudable atractivo físico. Rebeca pese a su experiencia en estas lides se mostraba nerviosa y torpona, por el contrario Montana mostraba un carácter altivo y distante.

Frente a ellos, la “amiga intima” de Rebeca, María, compartía servilleta con su apuesto nuevo novio que le sacaba más de un palmo de altura. La cena no se extendió por más de una hora, durante la cual Montana se comportó ausente y vigilando alrededor suyo con la mirada fija en la ventana del restaurante. María supo por las miradas de su amiga que ese chico le gustaba como pocos.

—Me temo que mañana no seré el único que tenga que madrugar, ¿no? —dijo Montana intentando acelerar el postre.

—Sí, y espero no volver a casa en el maldito transporte público de esta ciudad —respondió Rebeca buscando su oportunidad con el joven en la despedida en su portal.

Tras una efímera despedida con María en la puerta del restaurante, al llegar al parking los ojos de Rebeca le hicieron “chiribillas” cuando Montana hizo sonar el “clack” del cierre centralizado de su Mini Cooper rojo con dos bandas blancas transversales y las lunas tintadas.

—¿Es… tu… tuyo? —balbuceó Rebeca para hacerle la pelota a aquel desconcertante hombre.

—Todo enterito mío —respondió fríamente.

Durante el trayecto Montana condujo el Mini a una arriesgada velocidad urbana, mientras que Rebeca abstraía su mirada en unas manchas de polvo blanco en el salpicadero e intentaba memorizar la frase perfecta para insinuarse y lanzarse a los perfilados labios de aquel misterioso hombre que la enloquecía. «¿Las cosas es mejor no dejarlas a medias, no? Me ha encantado la noche, ¿la terminamos tomando algo en mi piso?» pensaba Rebeca hasta la insinuación más ridícula: «Llevas restos de mousse de chocolate en la comisura de tus labios…», o subirse la falda enseñando el muslamen.

De repente sonó el freno de mano y Rebeca se dio cuenta que ya habían llegado a su portal. Sin más dilaciones Montana soltó un rápido:

—Bueno nena, te llamo otro día —a la vez que le plantaba un fuerte beso y abría el cierre centralizado que le invitaba a salir.

—¡Llámame eh! —acertó a responder Rebeca, mientras Montana miraba por el retrovisor y casi sin tiempo a cerrar la puerta salía picando rueda, desapareciendo en la oscuridad de la calle.

Rebeca quedó pensativa por el comportamiento de “su chico”, cuando observó a dos nacionales dentro de un Opel Astra oscuro aparcado al otro lado de la calle que no paraban de prestarle atención.

—Ese chico tiene que ser mío —soltó sin darle importancia a la policía.

 

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—¿Qué está pasando aquí? —exclamó Nerea.

—Ya te advertí que estos cigarrillos de menta dejan igual de mal aliento que los normales —actuó Sergio con grandes dotes artísticas mientras retrocedía sobre sus pasos.

—Estas completamente equivocado, nene —dijo Clara mientras movía el dedo índice de lado a lado acompañándolo con una sonrisa descolocante.

—Eh… ¿Quieres probar el segundo plato del menú o nos vamos directamente a casa? —preguntó Nerea que ya enloquecía con el inusual comportamiento de su inminente marido. Le sorprendió los dedos sucios de Clara ya que la consideraba una mujer muy coqueta.

—Sí, sí, vamos para dentro.

La conversación de Nerea y Sergio durante la cena fue tensa y con frases cortas por parte de Sergio, interrumpiendo el silencio que se cortaba con un cuchillo. Dos mesas tras ellos Clara y Venancio disfrutaban de la cena. Él era un hombre obeso que lucía un elegante traje negro y una gorra de los “New England Patriots”. El poco tiempo que no invertía en engullir y en atender a su Iphone 6, Clara le daba sencillos besos de manera repetitiva por sus anchas mejillas y su oreja a la vez que buscaba con la mirada a un cabizbajo Sergio dos mesas más allá.

Tras decidir el menú de boda, Sergio y Nerea abandonaron el restaurante con la joven agarrándolo del brazo y con la cabeza apoyada en su hombro. Clara, que cada vez creía tener mejor controlada la situación, esperó una mirada de despedida de Sergio a través de la cristalera que daba a la calle. Él, impotente ante esta delicada situación, le dio un beso en el cabello a su novia y aprovechó para dedicar una mirada perdida a Clara, quien respondió con un guiño y una pícara sonrisa.

Al llegar al coche Nerea, cansada de un largo día, se sorprendió de una frase dibujada gracias a la suciedad del cristal trasero del vehículo de su novio.

—¿Quién es Jorge? —preguntó Nerea.

Sergio, que todavía no estaba lo suficientemente cerca del maletero como para leer la frase, se acercó. “JORGE LO SABE”, se distinguía acompañado  de un pequeño corazón.

—¡Yo que sé! —respondió Sergio con brusquedad, sabiendo que había sido Clara. Nerea prefirió no añadir nada más.

Aquella noche Sergio y Nerea durmieron en la misma cama pero sus pensamientos dormirían en lugares mucho más distantes.

 

************

 

Carolina se quedó toda la noche en vela dándole vueltas a lo ocurrido en las últimas horas, asustada de la agresividad de los policías al arrestar a Jorge. A su vez estaba completamente segura de su inocencia en esos asuntos turbios, no le pegaba. Se dejó guiar por su corazonada y lucharía por conocer la verdad.

A la mañana siguiente se presentó en la administración penitenciaria para visitar a “su madurito”.

—¿Eres la hija de Jorge Guardiola? —le preguntó la funcionaria de prisiones que atendía la fría recepción de visitantes.

—Soy su novia —dijo firmemente.

Un agente educado le aseguró que Jorge había sido arrestado porque tenía llamadas sospechosas con un peligroso camello de la ciudad y que tenían grabaciones en las inmediaciones de un concesionario ilegal de coches de alta gama a cargo de un tal Venancio Renovalles. Gracias a su insistencia y buena gestión pudo obtener una entrevista exprés con él y comprobar como se encontraba.

Carolina sentada en una incómoda silla en un habitáculo de dimensiones reducidas, vio como al otro lado del grueso cristal aparecía Jorge con un aspecto desfigurado y un hematoma en la sien. Se sentó y se miraron. Él con una mano sosteniendo su frente se derrumbó y rompió a llorar. Ella con los ojos brillantísimos, y su labio superior temblando de arriba abajo, pudo expulsar por el interfono…

—Te quiero.

 

 

Ignacio Cantín Emperador

 


11. Everybody hurts.

 

A la mañana siguiente…

La Comisaría de Policía estaba en obras, llena de plásticos, sacos, pozales, y herramientas de todo tipo. Un policía de mirada inquietante acompañó a Carolina hasta el sótano y sin mediar palabra le señaló una puerta que se intuía al final del pasillo.

Empezó a recorrer el pasillo, que cada vez se le hacía más angustioso e interminable. Le encantaban las películas de terror, siempre iba a verlas con su hermano y ese estrecho y largo habitáculo de piedra en cuyo lateral se sucedían puertas con barrotes de hierro le hacía pensar que en cualquier momento encontraría a Anthony Hopkins con la máscara de “El silencio de los corderos”.

Un escalofrío recorrió su cuerpo y empezó a pensar que no debía de haber acudido, al fin y al cabo no conocía a Jorge de nada y no sabía dónde se estaba metiendo. Todo era muy extraño…

Por fin cogió con fuerza la manivela de la puerta y la giró despacito, al otro lado la esperaba un policía sin placa y con poca prisa, que la cacheo y le requisó el bolso. Carolina se sentía totalmente desprotegida, nunca había vivido algo así y hacerlo por un cincuentón de fuelle flojo no era muy romántico que digamos. Provenía de una familia bien que pertenecía a la burguesía de la ciudad, su padre era un adinerado empresario del vino y su madre una prestigiosa psicóloga. Cuando Carolina cumplió los dieciocho se marchó de casa y eligió para vivir un modesto barrio obrero aunque siempre bajo la tutela económica de sus padres. Siempre había sido un poco rarica, una soñadora inconformista que militaba en el bando perdedor y de las causas perdidas.

Entró en una sala pequeña cuya tenue luz apenas iluminaba una mesa con dos sillas enfrentadas, el aire era irrespirable por la humedad y un insoportable hedor a lluvia de ángeles terrestres. Se acercó y se sentó a esperar sin saber muy bien qué… Se percató de la existencia de unas pequeñas ventanas situadas en la parte alta de una pared que daban a un callejón cercano a los bares con peor reputación de la ciudad. Tapó su boca y nariz con el puño de la sudadera y cerró los ojos como para evadirse a otro lugar, pensó en cómo salir de allí si la cosa se ponía fea.

Jorge se secó las lágrimas con las palmas de sus esposadas manos e intentó calmarse mientras inspiraba y expiraba profundamente. Tenía que aprovechar los cinco minutos que tenía de entrevista con Carolina para aclarar que él era un buen hombre y que todo había sido una grave confusión. No podía dejar que la joven descubriera lo que realmente estaba ocurriendo en su vida.

Abrió la puerta con la respiración contenida y antes de sentarse comenzó a hablar con voz titubeante y un sudor nervioso que envolvía su cuerpo:

—Yo... La verdad Carol es que… que... quería impresionarte. Necesitaba cash para que tuvieses la mejor cita de tu vida y quisieras repetirla…

—¡No me vengas con rollos Jorge! Si estás aquí es por qué estás de mierda hasta el cuello. ¡Qué no me chupo el dedo!

Jorge se disponía a relatar una versión maquillada de todo lo ocurrido los anteriores dos días cuando unas sombras se dibujaban tras el cristal de la puerta. Interrumpió la escena el policía sin placa acompañado de un joven con bata blanca de cuyo bolsillo colgaba una identificación en la que se leía en letra de imprenta: alumno en prácticas.

—Hola, vengo a echar un vistazo a esos golpes. Soy Jota… pero… no puede ser… ¡Papá! ¡Y tú!… Pero vosotros dos, ¿de qué os conocéis? —exclamó Javier Guardiola Sanz, al que todo el mundo conoce por JOTA, primera letra de su nombre y barrio en el que habita.

Jota es el hijo de Jorge, nuestro madurito en apuros y durante los fines de semana camarero en un bar de copas y música en directo más de moda de la ciudad. Y en La Penúltima fue donde conoció a Carolina meses atrás y cuyo almacén fue testigo de un encuentro más que casual.

Carolina se levantó como si la silla tuviera un muelle y comenzó a tartamudear y a agitar la cabeza, el policía se abalanzó sobre ella y sujetó sus brazos por la espalda. En ese mismo momento, sin pensárselo dos veces, Jota sacó una jeringuilla de su pequeño maletín y clavó la aguja en la carótida vaciando todo su contenido sin piedad…

 

************

 

Clara estaba encantada consigo misma, cada vez veía más cercano el triunfo. Sería ella la que se quedaría con el trofeo. Mientras conducía su descapotable y el aire fresco enmadejaba su cuidada melena notó una pequeña punzadita en el corazón. Se recordó a sí misma preparando la boda con Venancio. Eran muy jovencitos cuando se conocieron, ella tomaba café en una boutique de pan del centro y Venancio entraba todas las mañanas a las siete en punto para comprarse un bollo con el que acabar de preparar su almuerzo antes de ir a la Escuela de Oficios. Venancio se enamoró locamente de aquella jovencita tan guapa y echada para adelante y Clara vio la oportunidad de volar con él y dejar atrás el infierno de su hogar. Un sentimiento de rabia y nostalgia la envolvió y sintió por un momento pena por Nerea.

Observó el asiento del copiloto donde su marido dormía plácidamente mientras mordía un habano apagado y tras él, los edificios pasaban y se agolpaban unos a otros como si fueran un dominó.

Llegaron a la entrada de una lujosa urbanización situada en las afueras de la ciudad, tocó el claxon suavemente y el guardia de seguridad, que estaba refugiado en la caseta mientras se zampaba un tupper lleno de pasta y veía Gran Hermano, accionó el mecanismo para abrir la verja. Saludó con la mano sin levantar la vista de la tele porque justo en ese momento Mercedes Milá anunciaba al expulsado de la audiencia.

Clara aparcó el coche en la plaza externa que estaba junto al jardín y corrió hacia la puerta principal. Subió las escaleras a toda prisa y sin hacer ruido abrió una de las puertas. Se adentró en un dormitorio con dinosaurios en las paredes y pequeñas piezas de Lego y Playmobil esparcidas por toda la habitación, se acercó a una pequeña cama con forma de cabaña y cuando comprobó que no había nadie comenzó a gritar como una histérica…

—¡¡¡Pilar, por Dios!!!!! ¡¡¡Ah, Pilar!!! ¿Dónde está mi pequeño?

Clara comenzó a revolver las sabanas y a buscar debajo de la cama, en los armarios, cajones… sin encontrar consuelo. De una pequeña puerta que se encontraba en el interior de la habitación salía el sonido de Everybody hurts de REM y tras ella apareció una joven dando tumbos, como mareada y diciendo palabras sin sentido. Llevaba el camisón manchado de un líquido verdoso, el pelo en una coleta muy revuelta y en su frente escrito un número de teléfono 669 676…

Clara comenzó a zarandearla y a preguntarle por Mario, estaba tan nerviosa que no se había percatado del número de teléfono y mucho menos de que Pilar no estaba en plenas facultades. Unos minutos más tarde y con un fuerte sobrealiento Venancio hizo presencia en la habitación infantil, vio la situación y corrió escaleras abajo hacia la cocina, la alarma estaba desconectada y la puerta del patio trasero se encontraba abierta. Corrió hacia ella y llegó a ver una silueta que saltaba la tapia que daba a la calle. Sabía que por su forma física no alcanzaría a llegar a tiempo así que fue rápidamente hacia la puerta principal y se subió al coche con la intención de bloquear la salida de la urbanización, lo cual fue imposible porque un coche lo golpeó de forma lateral con violencia y rompiendo la barrera huyó a toda velocidad por la carretera de acceso. Venancio apoyó sus brazos en el volante y comenzó a llorar como un bebe. Habían jugado con fuego y se habían quemado.

Volvió a la casa donde abrazó a Clara. No podían llamar a la policía, era muy peligroso para su negocio y para el niño. Su única opción era llamar al teléfono que habían tatuado en la piel de la niñera y seguir las instrucciones confiando en que todo fuera bien. Debían apechugar.

Clara se desplomó en el suelo con una foto de Mario. Era un niño de diez años, rubio ceniza y con unos preciosos ojos marrones que desprendían una luz especial. Su carácter vital y cariñoso tenía enamorados a sus padres que desde que nació se convirtió en el niño mimado de la casa y estaba hiperprotegido por su madre.

El matrimonio había estado muchos años intentando tener hijos y cuando se enteraron de que Clara estaba embarazada fue el día más feliz de sus vidas. Mario sólo salía de la casa para ir al colegio, el resto del día lo pasaba en casa con Pilar. Tenía un mundo creado para él y pese a no ser feliz porque lo que más deseaba en el mundo era poder salir a jugar con sus amigos, jamás se atrevía a contrariar y a echarles en cara a sus padres esta situación.

Venancio y Clara no le permitían salir de casa, ni acudir a cumpleaños, ni al cine… Les aterraba que algo le ocurriera al niño de sus ojos. Conocían el perfil de gente sin escrúpulos, el mundo en el que se movían, y los muchos enemigos que a lo largo de los años habían ganado.

Lo que ellos no sabían era que Mario tenía a Pablo, un amigo especial que siempre lo acompañaba y con el que podía jugar, hablar, reír… Y que nunca le fallaba.

 

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Sergio fue conduciendo en silencio todo el trayecto y su novia tarareaba con cierto retintín el último cedé de Vetusta Morla, su relación de pareja también estaba a La Deriva.

Sus amigas siempre le habían dicho que no era su príncipe azul y le preguntaban cómo podía querer tanto a alguien que a su percepción no la entendía y tampoco la quería como ella se merecía. La escena vivida esa noche en el restaurante no dejaba de rondarle la cabeza. Su novio ocultaba algo importante y no quería ser la última en enterarse.

De un tiempo a esta parte, Sergio estaba empezando a aborrecer todo lo que rodeaba su monótona y programada vida. Metió el coche en su plaza de garaje y subieron directos a casa sin tan siquiera cruzar sus miradas. Abrieron la puerta y cada uno se metió a un baño para realizar su ritual de limpieza facial nocturno. Eran una pareja joven y que cuidaba mucho su imagen, siempre estaban impecables.

De forma inconsciente Sergio comenzó a marcar el número de teléfono de Clara, ardía de deseo y necesitaba verla, olerla y tocarla…

El móvil comenzó dar señal de llamada. Una, dos, y a la tercera se oyó un llanto de amargura y dolor al otro lado.

—¿Qué ocurre? —preguntó con angustia Sergio—. ¡Clara, por Dios! ¿Qué está pasando? ¿Te encuentras bien?

Al otro lado del teléfono sólo un llanto imparable y el sonido ensordecedor de una canción en bucle… Nerea abrió la puerta del baño, sus ojos estaban inyectados en sangre y echaba espuma por la boca, cogió el teléfono móvil a la vez que salía corriendo hacia el salón, abría la ventana y lanzaba el móvil con todas sus fuerzas desde el octavo al fondo de la piscina comunitaria.

—¿Pero qué cojones haces? —incriminaba Sergio a su novia que parecía la niña del exorcista dando vueltas por la casa.

—¿Qué qué hago yo? Explícame que hacías tú y con quien estabas hablando. ¡Cómo te atreves a llamar a esa vieja en nuestra casa! Eres un desgraciado, no quiero verte más…

De los armarios y estanterías comenzaron a desfilar trajes, camisas, libros y objetos personales de Sergio que fueron a encontrarse con su teléfono móvil. Sergio observaba la escena y lejos de preocuparle la monumental pelea con su futura esposa sólo pensaba en qué le había pasado a Clara y cómo llegar hasta ella.

Cogió la tarjeta de acceso al gimnasio, lanzó un beso a Nerea y cerró la puerta dejando a sus espaldas una vida que sabía de antemano que ni podía, ni quería retomar.

 

 

Beatriz Navarro Gálvez

 


12. ¡Algo rapidito!

 

En aquella habitación tenue del centro penitenciario, las caras entre padre e hijo eran un poema. Carolina quedó adormilada por el tranquilizante inyectado por Jota, tras sufrir una crisis de ansiedad. La situación se le estaba apoderando. Era una chica muy independiente, acostumbrada a afrontar sola los problemas, pero en el fondo, no era muy fuerte emocionalmente.

Jota, el hijo de Jorge, cogió asiento, esperando que su avergonzado padre comenzara a darle todo tipo de explicaciones. La vergüenza y arrepentimiento se reflejaban en los ojos del acusado. Acababa de cometer una tremenda estupidez para impresionar a una chica, hecho más típico de un quinceañero encaprichado, en época de instituto, que de un cincuentón de vida asentada.

Jota escuchó como su padre detallaba lo ocurrido. No tuvo reparo en dar todo tipo de detalles a su historia. Realmente no había hecho nada grave, sólo un recadito con el cual quería conseguir el dinero suficiente para impresionar e invitar a Carolina a una velada especial. No tenía antecedentes, ni tampoco pruebas de que hubiera manejado drogas. Ni era su intención seguir con el tema, aunque no anduviera muy bien de dinero últimamente. Su lugar, por lo tanto, no era esa habitación incómoda y maloliente de cárcel. En breves saldría de allí.

Su hijo escuchó todo lo que salía de la boca de su padre y sólo acertó a decirle lo idiota que había sido su comportamiento, a la vez que su cabeza hacía una selección de imágenes de la noche con Carolina en aquel almacén lleno de barriles de cerveza y cajas, donde él trabajaba esporádicamente. No podía creer que su padre y él hubieran compartido mujer, no le entraba en su cabeza. Estaba convencido que había sido algún tipo de acoso de su progenitor hacia Carolina y que la chica no tendría ninguna intención al respecto. No sabía ni imaginaba que ella ardía de ganas por estar con el papá cincuentón atractivo, que conoció en el gimnasio. Jota se sentía más avergonzado por el romance entre ambos, que por el hecho en sí que había llevado a su padre a la cárcel.

 

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Venancio estaba tremendamente nervioso, aunque no era fácil hacerle perder los nervios, ya que siempre tenía todo bajo control. Lo único que le preocupaba era comer bien y seguir con su ritmo de vida podrida y sucia, pero lo ocurrido se le escapaba, poco habitual en él, porque le gustaba manejar y organizar todo y a todos los que se movían a su alrededor.

Recolocó su camisa negra de manga corta, algo sudada por los nervios del momento, se la metió por dentro del pantalón negro de pinzas, de un tejido suave, sujeto con un cinturón de piel negra, que asomaba debajo de una prominente panza.

Se montó en su coche sin saber muy bien qué dirección tomar, pero al momento lo tenía claro. Se dirigió hacia las afueras de la ciudad, atravesó una carretera secundaria, algo transitada por los trabajadores que se dirigían al polígono industrial cercano. De allí, tomó uno de los caminos empedrados, poco señalizado, cuya vegetación lo hacía algo oscuro, ya que los árboles frondosos que crecían a los lados no dejaban ver más allá de unos metros de profundidad. Caminos poco conocidos, que sólo tomaban unos pocos que buscaban lo mismo que Venancio.

Allí estaba, en el lado derecho, tras la primera curva, una silla de madera algo estropeada. De su respaldo colgaba un bolso plateado con tachuelas y una chaqueta de punto amarillo canario. Unos metros más atrás, una muchacha se acercó y le dio la bienvenida con una sonrisa. Unos diecinueve años, ojos verdes, melena larga, rubia, con alguna onda descuidada, cuerpo sin muchas curvas pero armonioso y una sonrisa muy seductora. Vestida con prendas minúsculas, que dejaban ver un semidesnudo cuerpo para el pecado: una minifalda cortísima, que todavía hacían sus piernas más largas: y un pequeño pañuelo a modo de camiseta que casi dejaba al descubierto sus firmes pechos.

Mirka era polaca, había aparecido en España buscando una vida mejor para poder enviar a su gente todo lo posible para subsistir. Animada por una amiga, con algo más de experiencia en ganar dinero fácil, se adentró en ese desconocido mundo para ella.

Conocía muy bien a Venancio y sus caprichos de ricachón sin escrúpulos. No era la única que ocupaba ese camino, Venancio había probado varias, si no todas, las muchachas que se sacaban unos euros por allí, pero la polaca era sumisa a sus depravados caprichos, nunca le protestaba y eso es lo que a su temperamento déspota más le gustaba.

Él le hizo un gesto con la cabeza para que entrara al coche, Mirka cogió su bolso y accedió. Sólo se limitó a sonreír. Ella le dio la bienvenida con un beso en la mejilla, todavía algo rosácea de los nervios anteriores.

—¡Algo rapidito! —dijo sin más explicación Venancio.

Ella asintió con la cabeza y él la acercó enérgicamente, sin nada de tacto, sin mediar palabra. No es que fuera muy amable con nadie y menos con ella. Quería aliviarse y punto. Reclinó su asiento, lo hecho todo lo que podía hacia atrás y se acomodó en él. Ella puso un mp3 que llevaba en el bolso, con un repertorio variado de música y empezó abriendo el momento “Cuba libre” de Gloria Estefan, que al parecer, hacía que fuera más llevadero el rato a la polaca.

La chica se puso manos a la obra, se colocó encima de Venancio y comenzó a desnudarse. Se soltó el nudo del pañuelo que llevaba atado a modo de sujetador y quedaron al descubierto sus firmes pechos de veinteañera, que estimulaba y se acariciaba una y otra vez. Entre tanto, la mano gorda y no muy hábil, con dedos cortos y rellenitos de Venancio se soltaba para tocarlos, sin mucha delicadeza. Acto seguido, se quito la falda elástica suavemente, mientras el poco apetecible hombre, no quitaba ojo. Lucía un tanga fucsia de encajes baratos de mercadillo, que en ese momento a Venancio le parecía de lo más sexy. La joven rubia, comenzó a acariciar su propio cuerpo, primero eran sus pezones, y poco a poco fue bajando hacia su zona más erógena. A Venancio le encantaba ponerse a tono, mirando cómo se masturbaba ella solita. La cara del encargado de trapicheos varios empezaba a desencajarse, y de una sacudida empujó con su mano la cabeza de Mirka hacia su pantalón, ella sabía que era momento de seguir. La polaca lo conocía muy bien, rara era la semana que el marido de Clara no se paseara por allí. Abrió la cremallera del pantalón de Venancio y empezó a acariciar su miembro, que había alcanzado su punto álgido. Se acurrucó como pudo entre el asiento y el hueco de los pedales del deportivo coche y comenzó a jugar. Ella sabía que no tenía que dedicarle mucho tiempo, entre cinco y diez minutos eran suficientes para culminar su propósito. Venancio estaba exhausto pasado ese tiempo, cual corredor maratoniano después de su carrera. Toda la camisa sudada, las gotas le recorrían su cara, enrojecida del momento. Su única misión había sido estar reclinado sobre el asiento, pero dado su estado físico, cualquier mínimo esfuerzo era una odisea y parecía que todo el trabajo había sido suyo.

Cerró los ojos durante varios minutos hasta que pudo reponerse un poco a la tormenta de hormonas que acababa de invadir su abultado cuerpo. La chica rubia se recompuso la ropa y se encendió un cigarrillo, al mismo tiempo que masticó un chicle de hierbabuena, como para borrar de su boca la resaca a obeso caprichoso de los momentos previos. Venancio se abrochó el pantalón con sus manos temblonas por el éxtasis vivido y buscó su cartera. Saco un billete verde, muy nuevo, de cien euros y se lo entregó a la chica. No hacía falta preguntar, era el precio acordado, no era la primera, ni sería la última vez que le hacía la visita. Mirka salió del coche con su billete y se dirigió a la ventanilla de Venancio, que todavía estaba retirándose el sudor, con un pañuelo blanco de algodón que guardaba en el bolsillo izquierdo de su pantalón mientras buscaba su petaca de whisky caro con la otra mano para echarle un generoso trago. La jovencita le dio un beso en los finos labios del gordinflón y le susurró al oído…

—Nos vemos pronto...

No tardaría mucho en volver. Aunque podía tener a las prostitutas mejor pagadas de toda la ciudad, él prefería a esa jovencita que hacía que se excitara con sólo verla. Por otro lado, para ella, aunque Venancio no era de lo más agradable ni despertara en ella ningún tipo de sensación, era el mejor cliente que tenía, ninguno le pagaba cien euros por quince minutos escasos de trabajo en el camino secundario de las afueras.

Venancio arrancó su Mercedes AMG, deportivo negro con todo tipo de detalles y extras existentes y se dirigió hacia su almacén de coches con los nervios más calmados, sin escrúpulos... Su hijo estaba secuestrado, pero como si nada hubiese pasado, lo primero era él y sus necesidades.

 

************

 

Mientras tanto, Clara seguía dando vueltas por su lujosa mansión. El salón, de unos sesenta metros cuadrados, decorado hipermoderno, muy acorde con su estilo, daba a un porche de salida al jardín que era su rincón preferido. Unos sofás de mimbre con mullidos cojines en verde pistacho hacían de ese rincón muy acogedor. Las plantas rodeaban todo el espacio, al fondo la piscina con un par de hamacas para disfrutar del sol. Clara deambulaba, murmurando y sin saber cómo actuar.

—¿Llamo, o no llamo? —se repetía una y otra vez.

Había anotado el teléfono que los supuestos secuestradores habían dejado, pero el miedo le frenaba a hacerlo, aunque no tenía otra opción. Esa tensión la estaba matando, se derrumbó y comenzó a llorar, habían pasado varias horas. En ese momento sonó el teléfono de la casa. Estaba acostumbrada a que su sirvienta se encargara de cogerlo y darle el recado más tarde, así nadie la molestaba en sus horas de desconexión, pero tras el susto, la había dejado salir a casa de un familiar a descansar. La sirvienta no era de gran ayuda en ese momento, dado que no se acordaba de lo sucedido, ya que la habían dormido y en ningún momento vio nada. Clara tampoco quería que estuviera muy al corriente de sus trapos sucios.

—¿Sí? —contestó Clara con voz todavía llorosa.

—Doscientos mil euros mañana, a las seis de la tarde, en el almacén de coches y tendrás a Mario.

—¿Quién eres? ¿Quién eres? ¿Por qué…?

Sonó el tono de llamada finalizada y Clara se quedó sin consuelo, de rodillas en el suelo.

Justo en ese mismo momento, una sombra apareció por detrás de uno de los árboles del jardín. Clara se puso de pie de un salto. No podía creer lo que estaba viendo, era Sergio, había entrado en su casa y estaba allí. Con una camiseta gris de manga corta y unos vaqueros azules desgastados, que marcaban sus musculosas piernas y lo hacían tremendamente apetecible. Estaba inmóvil, mirándola fijamente.

—¡Dios, Sergio! —exclamó Clara, a la vez que un pequeño esbozo de sonrisa, dibujaba su cara.

«Estamos metidos en una gran mierda y yo muriéndome de ganas de rozar esa piel», pensaba Clara para sus adentros. Se frotó la frente como sí al hacerlo fueran a desaparecer esos deseos incontrolables.

Él había estado evitándola, pero también a punto de seguirle el juego en varias ocasiones, pero su lado responsable y fiel afloraba, sin dejar que ocurriera nada prohibido. Ahora la situación era diferente: su novia acababa de dejarle, acababa de echar por la borda todos esos años de noviazgo aparentemente feliz, aunque no pleno para él.

 

Clara, inmóvil, en la salida de su jardín, con un vestido marrón chocolate ajustado, marcando sus trabajadas curvas de gimnasio y cirugía estética, y con un tremendo escote, permanecía impasible a la espera. Sergio se acercó…

 

 

 

Rosi Oliver Navarro

 


13. Caminos peligrosos.

 

Clara se quedó mirando a Sergio en aquel porche de su lujosa casa. Estaba sorprendida por la presencia de aquel joven, cada vez que lo veía se le saltaban todos los deseos sexuales sin poder controlarlos. Para ella, Sergio era su pequeño capricho y lo tenía a punto de caramelo. Desde aquel breve episodio en el gimnasio sabía perfectamente que lo tendría cuando quisiese.

Sergio había tirado toda su vida por aquella mujer madurita. Para él era como una droga que tenía que probar costase lo que costase. Era un volcán a punto de estallar, sólo la tenía en mente a ella, y nada de lo anteriormente ocurrido, como la ruptura con Nerea, la boda, la hipoteca y el estado en que pudiera encontrarse la chica que tanto había querido le importaban ya. Sólo tenían cabida en sus pensamientos aquellos pechos operados y esas curvas perfectamente definidas de Clara.

Sergio siempre se había caracterizado por ser un mujeriego. Siempre había ido de flor en flor sin importarle nada. Tenía varios amigos que ya no le hablaban por quitarles a las chicas que les gustaban o por acostarse con sus novias. Hasta que conoció a Nerea y se enamoró de ella, y cambio radicalmente su manera de ser, hasta convertirse en todo lo contrario y sólo tener ojos para su chica. Pero ese Sergio se había esfumado de repente y había salido el auténtico, para desgracia de su ex.

—¿Pero qué haces aquí Sergio?

—Te voy a dar lo que estás buscando hace días…

—Vete ahora mismo de mi casa, que no es el momento más oportuno.

—Después de todo lo que me has hecho, ¿quieres que me vaya sin más? De eso nada, vamos a terminar lo que tú empezaste.

—Por favor, vete de mi casa, te vuelvo a repetir.

Clara en otras circunstancias se hubiera tirado a los brazos de Sergio dejando fluir todos sus deseos sexuales en aquel porche. Sergio se acercó sutilmente, la agarró del culo, se la puso encima mientras le iba diciendo en el oído que le iba a echar el mejor polvo que le habían echado en su vida. Clara no da crédito a lo que está pasando. Todo es tan rápido que la pilla por sorpresa, sólo tiene en mente a su hijo. Sergio va caminando inconscientemente hacia atrás con Clara sobre él y de repente… Caen a la piscina.

—¡Clara! ¡Clara! ¿Me oyes?

La desgracia se sigue apoderando de Clara que se pega un fuerte golpe en la cabeza y queda inconsciente.

—¡¡¡Clara!!! ¡Despierta, por el amor de dios! —grita Sergio alterado, mientras la saca de la piscina como puede. No podía creer todo lo que estaba ocurriendo, la estampa que había allí era de película. Allí se encontraban los dos, empapados, con Clara tendida en el suelo con un fuerte golpe en la cabeza y él intentando reanimarla de alguna manera.

—¿Pero cómo puede ser posible que cada vez que estoy con esta mujer termine de la misma manera? —se preguntaba Sergio una y otra vez cabeceando de lado a lado sin saber que hacer.

A lo lejos escucha un fuerte ruido. La puerta de la casa se había cerrado de golpe, estaba entrando alguien…

 

************

 

En el otro extremo de la ciudad Mirka camina masticando un chicle de menta para quitarse el mal sabor de boca que le había dejado Venancio. Le ronda por la cabeza cuando llegara el día de dejar esa vida. Su whatsapp empieza a echar humo. Suena tres veces consecutivamente:

“Tengo al niño como acordamos”

“Todo ha salido bien”

“Te espero en casa”

Mirka, al leer los mensajes pensó que ese niño sería el billete para dejar de ir de coche en coche apagando los deseos más perversos de hombres sin escrúpulos.

“OK, cojo un taxi y voy para casa”

Rápidamente llega al apartamento. Los tacones de aguja de veinte centímetros se clavan contra el pergo fino de aquel piso. El sonido que producen atruena en la casa del vecino de abajo sin piedad. Abre la puerta del salón y se encuentra al hijo de Clara, Mario, y al secuestrador cómplice y primo suyo, enfrascados en plena partida a la videoconsola.

—Sigue jugando tú Mario, que voy a hablar con la chica que acaba de venir.

—Vale, pero no tardes mucho —respondió el pequeño e inocente Mario.

Pavel, el primo de Mirka, era un pequeño carterista que se dedicaba a robar a turistas en el centro de la ciudad. Era muy astuto, tenía veintitrés años, pelo rubio, ojos azules, buena planta y siempre iba bien arreglado. Parecía un turista más, se amoldaba a todo tipo de situaciones. Nunca la policía le había pillado ni estaba fichado. Se sabía buscar la vida perfectamente robando y siempre ayudaba a su prima Mirka, con la que compartía piso, en todo.

—Bueno primo, cuéntame. ¿Cómo ha ido todo? Estoy muy nerviosa.

—Pues ha salido todo a pedir de boca hasta el momento, salió todo como lo habíamos planeado. A la niñera de Mario la dormí drogándola, nada más que le puse aquel trapo en la boca. El niño no se dio ni cuenta ya que estaba en su habitación. Luego le dije a Mario que era un amigo de su padre y que se tenía que venir conmigo hasta mañana porque tenían mucho trabajo en el almacén de coches. No hizo falta ni drogar al crío.

—¡Ay, qué bien! Sobre todo ya te advertí que no le hicieras daño al niño en ningún momento, pasase lo que pasase.

—Tranquila, el chaval está todo viciado a la videoconsola. De aquí a un rato le entrara sueño, lo meteremos en la cama, y si todo sale bien, mañana estará con sus padres.

—Espero que todo salga bien, estoy muy nerviosa.

—Tranquila primita. Tengo unas ganas de sacarle el dinero a ese gordo traficante de Venancio, que esta noche no sé si voy a poder pegar ojo. De todas formas, creo que le hemos pedido poco dinero, deberíamos haberle pedido más.

—Una vez que cojamos el dinero desapareceremos de la ciudad, para siempre.

—Mañana, para bien o para mal todo habrá terminado —decía Pavel abrazando a su prima.

 

************

 

Nerea intentaba encajar todos esos golpes durísimos que la habían noqueado en las últimas horas. No podía creer todo lo ocurrido, estaba como en otro mundo. Ya no le quedaban más lágrimas de tanto llorar. Empezaba a hacerse infinidad de preguntas pero no hallaba respuesta para ninguna.

Se metió en la cama a esperar que volviera Sergio para aclarar todo y hacerle un millón de preguntas que le rondaban por la cabeza. Lo que ella tenía claro era que ya no iba a seguir con él a no ser que hubiera alguna razón convincente para cambiar de parecer. Se acurrucó con la manta, enfundada en su pijama de Mickey Mouse e intentó descansar al menos.

 

************

 

Jorge estaba arrepentido de todo lo que había hecho. No comprendía cómo había podido llegar a ese nivel de estupidez por intentar sorprender a aquella jovenzana buenísima en todos los aspectos llamada Carolina.

A las pocas horas la policía decidió soltarlo porque no tenían pruebas convincentes para acusarlo ya que no tenía antecedentes. Jota llevó a su padre a casa en su Opel Corsa verde pistacho del año noventa y dos.

—¿No crees que ya tienes unos cuantos años para ir metiéndote en estos líos? Y más por esta jovenzana.

—De verdad Javier, lo hice con buena intención. Yo sólo quería sorprender a Carolina.

—Pero vamos a ver, ¿te has vuelto loco? Mezclándote con esa gentuza para ganar cuatro duros.

—Lo sé hijo. Lo he hecho muy mal y no volverá a ocurrir. Lo siento.

—Es que de verdad, papá. ¡Qué ya tienes una edad!

—¡Pero me conservo bien, eh! —bromeó Jorge tocándose la barbilla y guiñándole un ojo a su Jota.

Padre e hijo se miraron y empezaron a reírse como si nada hubiera pasado. Javier condujo hasta casa entre carcajadas, se llevaba muy bien con su padre, eran uña y carne. Al llegar sacó el tema de Carolina…

—¡Anda que!… La pobre Carolina, menudo sofocón llevaba hasta que le puse la inyección.

—¡Por dios, se me había olvidado! ¿Estará bien? Voy a llamarla.

—Sí, tranquilo, está bien. Un compañero me dijo que la sentaron un rato hasta que se le pasaron los efectos del tranquilizante y cuando despertó se fue sin decir nada.

—No sé ni que decirle. Tiene que estar muy asustada, y sin conocerme de nada, ya no querrá saber nada mas de mí después de todo lo ocurrido.

—Pues no sé. Después de todo es muy joven para ti, ¿no crees?

—Si te digo la verdad, me gusta bastante. ¡Y me tiene loco! Fíjate, sin ir más lejos, mira todo lo que hice para sorprenderla.

A Jota le entró de nuevo la risa.

—¡Pues sí que te tiene que gustar, sí!

—Oye hijo… Me comentaste que os conocíais, ¿no?

—Pero tampoco mucho —contestó quitándole hierro al asunto.

—¿Pero, de algo será o qué?

—Bueno sí, de un día en un bar que me la presentó un amigo y nos tomamos un par de cervezas juntos y poco más.

—El mundo es un pañuelo hijo.

—¡Pues sí padre! ¡Es un pañuelo lleno de rubias buenorras!

Padre e hijo siguieron riéndose y dejando atrás todos los malos momentos. Ahí se encontraban, en el salón de casa de Jorge tomándose unas Heineken y cómo no, viendo un partido de futbol. Pero Jorge no podía quitarse de la cabeza a Carolina y decidió llamarla para ver qué tal se encontraba.

Tras esperar varios tonos desistió. «Estará agotada durmiendo y no se dará cuenta. Le voy a mandar un mensaje, así cuando lo vea a ver si tengo suerte y me llama», pensó. Cuando abre el whatsapp comprueba que Carolina está en línea pero no ha querido cogerle el teléfono. Los emoticonos de las dos manos rogando perdón empiezan a llegar al teléfono de Carolina.

“Lo siento mucho por todo esto que te hecho pasar”

Carolina lo lee pero no tiene ganas de hablar ahora con nadie y apaga el móvil. Se encierra en su habitación con el portátil para distraerse un poco.

 

************

 

Rebeca está terminando de cenar cuando recibe un mensaje que le ilumina la cara cuando ve quien es (Montana).

“Hola preciosa. ¿Qué haces?”

“Pues ahora mismo terminar de cenar”

“He venido por tu barrio a ver a un amigo y me preguntaba si te apetecería bajar a tomar algo”

“Claro que sí”

“Te espero debajo de tu casa, estaré en doble fila con el coche”

“OK. Dame diez minutos y bajo”

Rebeca fue corriendo a ponerse los vaqueros que mejor le quedaban, una camiseta escotada, se maquilló un poco, cogió la cazadora vaquera y bajó corriendo en busca de Montana. Él la estaba esperando en su coche deportivo cuando la vio salir del portal y bajando la ventanilla del acompañante lanzó en forma de silbido en conocidísimo estribillo de “Tariro tariroooooo”.

—Buenas. Parece que estas más contento que el otro día.

—Sí, es que el otro día tenía muchas cosas en la cabeza y estaba cansado.

—¿Qué hacemos? —preguntó inquieta Rebeca.

—Vamos a tomar algo por aquí. Aunque yo por esta zona no se muchos sitios, la verdad.

—Vamos a aparcar y te llevo a un bar que está muy bien aquí cerquita.

Tras estacionar el Mini Cooper fueron a un bar del que Rebeca y María eran asiduas. La intención de Montana era emborrachar a Rebeca y echarle un polvo rápido. Las cervezas empezaban a hacerle mella, ya que con tres o cuatro botellines se ponía borrachilla, más algún chupito que sacaba Montana para agilizar ese ansiado trofeo del mojar en caliente.

Rebeca cada vez se apretaba más a Montana, que le gusta considerablemente. Impulsivamente se lanza sobre él dejándose llevar por la pasión y por el alcohol ingerido. Montana le susurra en el oído.

—Vamos al coche.

—Sí, vamos. Allí estaremos más cómodos —dijo Rebeca excitada.

En el coche la cosa se estaba poniendo al rojo vivo. Montana desnuda a Rebeca mientras ella hace lo mismo con el joven musculoso. Ella se sube encima de Montana y dejándose llevar empiezan hacer el amor en aquel pequeño deportivo.

Los planes de Montana iban a la perfección hasta que de pronto la puerta del coche se abre cortándoles el royo a los dos jóvenes que se quedan atónitos…

      —¡¡¡Ah!!! —Rebeca asustada comienza a chillar…

 

 

 

David Carrasco Molina




14. Sí o sí.

 

—¡Qué coño haces! ¿Qué quieres Polaco? Por tu bien espero que sea importante. ¡Joder! ¡Quita Rebeca, sal del coche! Te llamaré…

—¿Qué? ¿Pero?…

—¡Qué salgas del coche!

—Montana pero…

—¡Qué salgas del puto coche! ¡Ya!

Rebeca, asustada y desconcertada salió del Mini bajándose la escotada camiseta que se había puesto para que Montana no se entretuviera en mirarla a los ojos, se abotonó el pantalón ya con los pies en la acera y antes de que se diera cuenta el estruendo de un portazo sacudió su nuca.

 

*************

 

—Vamos hacia mi casa. Montana, mañana a las seis de la tarde… ¡Seremos ricos! ¡Ricos tío! ¡¡Ricos!!

—¿Qué cojones estás diciendo Polaco? ¡Qué! ¡Cojones! ¡Dices!

—Te dije que me vengaría de él.

—Polaco, dime que no lo has hecho.

—Fue muy fácil. No te preocupes, todo saldrá bien. El chaval está en mi casa jugando con Mirka, es buen chico. Cree que soy amigo de sus padres, le he dicho que mañana por la tarde le llevaré de vuelta con su madre.

—Polaco, “La Señora” te va a matar y a mí también como me vea contigo. Montana frenó ante un paso de cebra y aprovechó para desahogarse, golpeó su frente con fuerza contra el volante mientras apretaba tanto las mandíbulas que sus dientes crepitaron. Se llevó las manos a la cabeza y se echó hacia atrás, musitaba palabras que salían de una boca con dientes y labios apretados, no se entendían pero el gesto denotaba desesperación y miedo. Preso del pánico comenzó a llorar desconsoladamente delante del ratero que le había llenado el alma de rabia. Ese malnacido con ansias de ser alguien había secuestrado al hijo del capo. En poco tiempo supo hacerse su sitio entre la peor calaña de la ciudad, no era nadie por si solo pero cubría la espalda de la peor gente que albergaba un mundo tan sucio y ruin como el de la droga y la trata de blanca. Ese polaco de aspecto vulnerable y débil quería crecer y ascender rápido, ya no le debía valer con seguir en la sombra, quería dar el pistoletazo de salida y que todos se enterarán que no sólo era el habilidoso ratero que va tras los turistas. El bastardo del polaco estaba saltando al vacío. Podría morir o declararse vencedor. Si vencía convertiría a Venancio y a “La Señora” en cenizas y ocuparía su puesto. El polaco estaba mejor armado de lo que siempre se pensó. Acababa de secuestrar al hijo de la mujer más peligrosa que conocía y podría salir victorioso. El pánico se apoderaba de Montana, si Pavel ganaba, a él le daría igual pero si perdía, le arrastraría con él, le estaba involucrando.

—¡Qué cojones has hecho Polaco! ¡Te dije que no lo hicieras! ¡Estás muerto tío! ¡Muerto!

—Eres un cobarde Montana, siempre me lo has parecido. Te dejas vencer, lucha por algo alguna vez, en esta ocasión tendrás doble premio. Me das pena Montana, si yo fuera como tú aún estaría en mi país, trabajando de criado para aquel narco.

—Baja de mi coche, no quiero saber nada de esto. Estás de mierda hasta el cuello.

—¡Será fácil Montana! Llevamos al chico con su madre, cobramos la pasta y nos vamos. Así de fácil, no habrá complicaciones.

—¿Fácil? Sí Polaco, para “La Señora” va a ser muy fácil recuperar a su hijo y para “Baby Face” será sencillo no darte su dinero y quitarte del medio después.

—¡Mató a mi hermana Montana!

—¡Y de igual manera ese cerdo te matará a ti! Baja de mi coche Polaco, no quiero saber nada de esto.

—Lo siento amigo.

—¿Qué sientes el qué?

—Ya estás dentro de esto.

La cara del polaco albergó un cínico gesto, una falsa sonrisa y una vacía y gélida mirada que en tan sólo unos pocos segundos heló el ambiente del pequeño espacio interior del Mini.

Montana comprendió enseguida lo que significaba eso. Vio pasar sus noches de portero de discoteca por delante suya, qué tiempos aquellos en los que todo era más sencillo y los toros los veía desde la barrera. Siempre se dijo que se retiraría de ese sucio mundo que lo había atrapado antes de que fuera demasiado tarde, se iría con el dinero ganado y con su chica a algún lugar tranquilo donde montaría su propio negocio y viviría sin mayores quebraderos que el de una persona de bien el resto de su vida. Sí, pintaba bien, él y esa chica a la que tanto quería, juntos, lejos de toda amenaza, lejos de todo ese mundo que ahora les rodeaba.

Pero el tiempo le había engullido y sin ni siquiera haberse planteado todavía un breve descanso de aquello, comprendió que ya nunca más podría llevar una vida normal.

Si algo le pesaba de todo aquel mundo en el que vivía era tener que andar por la calle pendiente más de una vez de a quien llevaba detrás. A partir de ahora siempre tendría que mirar a quien llevaba delante, detrás y procurar no rodearse de demasiados desconocidos para evitar que entre ellos se escondiera quien quisiera saldar una cuenta a vida o muerte con él.

—Ya es demasiado tarde para quedarte fuera Montana, se que no me traicionarías pero quiero recompensar tu valioso silencio. No obstante, gratis o no, tu silencio ya lo tengo, ¿verdad?

El polaco sacó de un bolsillo delantero de los vaqueros su móvil, desbloqueó la pantalla y le mostró a Montana una foto. Montana ojiplático comenzó a sentir mareos y nauseas, era Mirka, su Mirka entre las piernas del obeso y sudoroso cerdo “Baby Face”.

—¿Cuándo ha ocurrido esto?

—Digamos que esta es la manera de padecer el secuestro de su hijo, y que mañana  podría querer volver a llorar bajo Mirka. Digamos que yo podría hacer que llorara bajo Mirka tantas veces como él quisiera.

—¿Me estas amenazando Polaco?

—No amigo, no digas eso. Los amigos no se amenazan, nos avisamos de las cosas. Ahora dime, ¿querrás cobrar por esto o colaborarás gratis?

—No quiero hacerlo Polaco.

—Lo vas a hacer Montana. Mañana me llevarás en tu coche hasta “La Señora”, dejaremos al chaval con su madre y cuando nos de el dinero todo habrá acabado y tú podrás llevarte a Mirka contigo.

—¿A Mirka? ¿Conmigo? ¿Por qué ahora ya puedo llevármela? ¿Qué le has hecho?

—Nada, tranquilo, me debía más dinero del que pensé hace unos meses y ya sé que te prometí que cuidaría de ella. No ha podido ser, al menos no del modo que me pediste. Entiéndelo, lo que tú enviabas para mantenerla no era suficiente para saldar la deuda que tenía conmigo, sabes que los pasaportes son caros, el suyo me costó mucho amigo, pero ahora ya todo está saldado, si quiere puede trabajar en otra cosa o no trabajar, eso ya depende de ti, puedes hacer con ella lo que quieras.

Montana conoció a Mirka hacía algo más de un año, se había enamorado de ella en cuanto la vio sonreír por primera vez. Ella era la prima del polaco, ese ambiguo conocido que le ayudaría a entrar en el mundo del dinero fácil que salía caro. Poseía una belleza extranjera que le desconcertaba, tenía la mirada fría y profunda pero inocente, y Pavel, el apodado “Polaco”, al mes de facilitarle la entrada en España comenzó a prostituirla. Cuando Montana adquirió la confianza suficiente comenzó a rondar a Mirka, la joven se enamoró de Montana y este para poder protegerla se metió profundamente en el oscuro mundo que rodeaba a Pavel.

Pavel empezó a acusar la relación que mantenía su prima con Montana, comenzó a notar a Mirka cada vez más rebelde ante sus órdenes e incluso a veces se negaba a salir a la calle a trabajar. El Polaco estaba acumulando muchas rencillas contra Montana pero en el mundo de lobos de Pavel, ¿para qué matar a un lobo de la manada sólo por que sí? La manada podría echarse encima del líder, Montana se había ganado la simpatía de gran parte del mundo en el que se movía Pavel.

El polaco forjó una estrategia que le salió mejor que bien, era frío y calculador, un personaje de aspecto despistado que no tenía escrúpulos, el ratero de "poca monta" aflojó la rienda con la que sujetaba a la joven Mirka pero sólo lo justo para que Montana pudiera alcanzarla un poquito más y cuando ambos estaban realmente enamorados y llevando una relación de pareja casi normal… tiró de la soga con la que tenía atada a su gallina de los huevos de oro. Mirka era del polaco, era su prima y además él la había traído de Polonia, verdaderamente, Mirka era propiedad de Pavel y éste podía decidir su destino con la aprobación de toda la manada.

Pavel repentinamente, de la noche a la mañana, encerró a Mirka durante días en casa, incomunicada y sin apenas alimentarla ni darle de beber, la maltrató física y psicológicamente y la amenazó con matar a Montana si no terminaba con aquella relación.

Pasados unos días le devolvió a Mirka su móvil para que pudiera poner fin a esa historia pero le restringió el uso de las funciones, la joven no podría realizar llamadas ni enviar mensajes. Mirka sólo podría utilizar el móvil para responder a las llamadas y no podía contarlo, era cuestión de tiempo que Montana se diera por vencido y la dejara abandonada a su suerte.

Mirka sabía que Pavel tenía el total y absoluto acceso a las conversaciones que con ese móvil se hicieran. Sí, parecía sólo cuestión de pocos días que todo acabara entre Mirka y Montana.

La joven no tardó en recibir la primera llamada de Montana, fingió ante él haber estado enferma pero al percibir la incredulidad del joven se apoderó de ella el temor porque su primo acabara con él. Presa del terror que vivía, Mirka puso fin a esa relación intentando así evitar que fuera Pavel quien le pusiera fin a Montana.

Montana le pidió a Pavel que no la hiciera trabajar en la calle y para ello se comprometió a pasarle una manutención para Mirka todos los meses. El Polaco aceptó esa manutención con la condición de que él hasta nuevo aviso no se pusiera en contacto ni se acercará a su prima. Montana aceptó y cumplió su palabra perdiendo el contacto con su amada en todos esos meses. Él sabía que Mirka no estaba bien pero confiaba en que al menos no estaba en la calle: ni trabajando ni durmiendo.

—Entonces… ¿Podré llevarme a Mirka conmigo?

—Eso he dicho, de hecho espero que te la lleves en cuanto terminemos con esto, no quiero tener que ocuparme de ella más, se ha convertido en un estorbo.

—¿Qué has querido decir Polaco? ¿Qué le pasa? ¿Qué le has hecho?

—No he querido decir nada Montana. Para aquí, me bajo. A las cinco, mañana, en mi casa.

—Lo haré pero más te vale que Mirka esté bien.

—Entiendo amigo, entiendo, ¿me estás avisando, verdad?

—No Polaco, te estoy amenazando.

—Ándate con cuidado chico, mientras tu crecías los demás no nos estuvimos quietos.

 

************

 

—No te lo vas a creer. Te lo voy a contar y no me vas a creer.

—Rebeca, ¿estás llorando?

—Sí María, cuando le vea en el gimnasio… ¡No quiero saber nada más de él! Si ya me lo dijo Marisa, ella se entera de todo lo que pasa en el gimnasio y me había contado cosas que tenía que haber tenido en cuenta.

—Pero Rebeca, tranquilízate, ¿qué ha pasado?

—Me ha tratado muy mal María. Me ha metido en su coche y cuando estábamos ahí, en pleno tema, me he dado cuenta que había un amigo suyo mirando por la ventanilla y grabando con el móvil.

—Rebeca, ¿vas borracha? Me cuesta entender lo que me cuentas, deja de llorar al menos y quizás te entienda mejor.

—Sí, he bebido, creo que quería emborracharme.

—¿Para qué? Si te lo ibas a tirar igual, ¿no?

—Eso es verdad…

—Bueno y qué ha ocurrido, cuéntame. ¿Qué es eso de un amigo suyo grabando con el móvil lo que hacíais?

—Sí María, así ha sido y cuando me he dado cuenta he gritado, entonces su amigo ha abierto la puerta del coche, Montana me ha echado a gritos de allí, su amigo se ha montado y se han ido tirando por la ventanilla mi bolso a la calle.

—¿Estás segura? Yo creo que vas borracha tía, bueno, y ¿qué tal? ¿Habéis podido hacer algo? ¿Te ha gustado?

—María, no me estás escuchando.

—Sí te estoy escuchando, pero vas borracha Rebeca. Tal vez no sea del todo cierto lo que crees que ha pasado.

—María, ¿qué estás diciendo?

—Pues digo que me gusta mucho su amigo: No quiero saber nada de lo que ha podido pasar entre vosotros, no quiero que lo vuestro, en caso de que sea verdad, interfiera entre este chico y yo Rebeca. ¿Me entiendes, verdad?

—Claro María, su amigo… Tú amigo… Está forrado, ¿no?

—Sí tía, ¡qué pasada! ¿No es genial?

—Claro María, es genial. Me voy a dormir, quizás esté exagerando. Seguro que cuando despierte lo veré todo de otro modo.

Rebeca colgó el teléfono frustrada y dolida. La cara se le iba hinchando a medida que lloraba y cuando los parpados ya no eran capaces de dejarla ver ni un ápice se quedó dormida.

 

************

 

“Hola, lo siento, perdóname por favor”

Jorge mandó mensajes a Carolina de este estilo y de otros pero todos decían lo mismo y ninguno obtuvo respuesta.

 

************

 

Mientras, al otro lado de la ciudad, Sergio hacía que esa mujer de exuberantes curvas recobrara el sentido. Apenas un par de frases confusas de Clara después y Sergio ya se debatía entre preguntarle como se encontraba o ir directamente a lo que le interesaba. No obstante en la casa había entrado alguien y poco le estaba importando a Sergio que fuera el marido de Clara.

—¡¡¡Mamá!!!

—¿Mario?

—¡¡¡Mamá!!! No te encuentro, ¿dónde estás?

—Mario… ¡Hijo!… ¿Pero? ¡Oh, Mario, mi niño! ¡Ven con mamá!

Clara no daba crédito a lo que estaba viendo, ¡su hijo estaba en casa!

—Hola mamá. Me lo he pasado muy bien, gracias por dejarme estar con vuestros amigos. Mirka es muy buena, me ha comprado un refresco cuando veníamos hacia aquí y he jugado un montón a la videoconsola. ¿Puedo volver a su casa y quedarme a dormir con ellos?

—¿Mirka?

—Sí mamá, mira, Mirka ha venido conmigo. Mirka ven, ven que te vea mamá.

 

 

Carlota Blasco Ranz


 



15. El farol del Polaco.

 

Mario estaba exultante, abrazado a Clara, parloteaba como un loro y repetía con esa insistencia propia de los niños lo bien que se lo había pasado con Mirka, y si se podría ir con ella a dormir a su casa.

Mirka apareció en el umbral de la habitación a la vista de Clara, era una joven delgadísima, preciosa, pero para el ojo experto de “La Señora” le faltaban algunos kilos, aunque eso era lo de menos en estos momentos, tenía a su lado a Mario, y se encontraba perfectamente, lo demás era secundario.

Clara era una mujer dura, pero en aquellos momentos le entró un lloro como hacía años que no experimentaba. Mirka se acercó a ella temerosa, le puso la mano sobre su hombro, al mismo tiempo que musitaba:

—Lo siento... Lo siento.

Mario compungido de ver llorar a su madre, no comprendía lo que pasaba y soltándose de ella se refugió en los brazos de Mirka. Cuando por fin se calmó, se secó los ojos y se recompuso, sonrío a la joven, y cogiéndola de la mano la arrastro al sofá, donde se sentaron. Mario no sabía que podía haber hecho para que su madre llorase así, y la miraba con ojos como platos entre las piernas de la joven.

—Venancio no me ha dicho que ya había pagado el rescate. Nunca le agradeceré bastante esta rapidez para recuperar a nuestro hijo.

Mirka movía la cabeza de un lado para otro, mientras decía:

—No, señora, nadie ha pagado nada. Cuando Pavel, mi primo, ha salido de casa, he cogido al niño y siguiendo sus explicaciones hemos llegado hasta aquí. El taxi en el que hemos venido está esperando en la puerta para cobrar, por favor páguele. Y llame a su marido para que no le dé ni un euro a ese sinvergüenza, aunque me mate a palos.

Clara cogió con dulzura de la mano a la joven.

—Nadie te va a tocar, descuida —y salió a pagar al taxista, que ya comenzaba a impacientarse.

 Cuando volvió al interior, el niño ya estaba tranquilo e iba a lo suyo. Cogió el móvil y llamó a Venancio.

—Cariño, Mario está en casa perfectamente, si van a pedir el rescate obra en consecuencia. Lo ha traído a casa una joven encantadora, que sé que conoces y aprecias su belleza y sus servicios, chao.

Colgó el teléfono y lo arrojó al sofá, se acercó al mueble bar y se preparó un gin-tonic, al mismo tiempo que le decía a Mirka si quería otro. La joven aceptó y con los dos vasos en una bandeja se fue a su lado, le acercó uno y ella cogió el otro.

—Vamos a brindar: ¡Por tu nueva vida! —alzó la copa Clara—. Por cierto, cuéntame algo de ti.

—¿Qué quiere que le cuente?

—Lo primero, que me tutees. ¿Cómo llegaste aquí? ¿Qué haces? Bueno, sé algunas cosas que haces, por ejemplo los servicios que le prestas a mi esposo “Baby Face”.

Mirka abrió los ojos como platos espantada. Clara la miro divertida.

—No te preocupes. Venancio tiene sus enredos y yo los míos, somos una pareja muy liberal. En lo que somos tremendamente conservadores es con respecto a Mario, en eso somos muy cluecas los dos. Por Mario nos desvivimos y estamos dispuestos a todo. Me alegro por ti y por Montana de que tomaseis la decisión correcta.

—No sé qué decirte... En realidad no he tenido vida privada desde que llegue a España. Pavel me trajo asegurándome que tendría un trabajo, y si que lo tengo, de prostituta, en una carretera entre cañaverales. Allí, casi desnuda, espero a los posibles clientes. Tengo una silla desvencijada para sentarme en las largas horas de espera, cuando oigo un coche me levanto y paseo como me han dicho que haga. Si hace frío, paso mucho frío y busco el abrigo del cañaveral; si hace calor busco las sombras de las cañas, oigo la radio en el teléfono, y lloro. Lloro mucho recordando mi país, mis amigos, echando de menos a Montana al que últimamente casi no he visto y sospecho que algo ha tenido que ver en esto Pavel.

—No te preocupes. Ahora te voy a enseñar tu habitación, quiero que te quedes. Trabajaras para mí, sólo para mí. Estarás con Mario, es un niño listo, le enseñaras polaco, lo aprenderá enseguida.

—Puedo enseñarle inglés, si quieres, lo hablo perfectamente

—¿En serio?

—Sí, de verdad.

—Pues miel sobre hojuelas. Mañana hablaremos del sueldo, vamos a ver esa habitación —y cogiéndola de la mano atravesaron la lujosa vivienda hasta llegar a una puerta al final del pasillo, Clara se echo a un lado y de manera teatral dijo—. Señora, ¡su habitación!

Mirka entró en la habitación y quedó deslumbrada. Era impresionante, o al menos a ella se lo pareció. Presidiendo, una cama de inmensas proporciones, un balcón de dos hojas desde el que se podía salir directamente al jardín; justo enfrente una fuente con la figura a tamaño natural de una vestal con un cántaro en el hombro desde el que caía un chorro de agua, un fauno abrazado a las piernas de la joven completaba el conjunto escultórico.

Clara cogió un pequeño mando del tocador, lo pulsó y una persiana silenciosa como una sombra, aisló la habitación del jardín. Con el mismo mando fue cambiando las luces, la intensidad, el brillo e incluso el color. La habitación se iba transformando según el color de la luz. Otro botón controlaba la temperatura, otro accionaba una enorme televisión, otro pone una cadena musical que te envuelve en sus sones por todos lados. Delante del tocador un lujoso taburete giratorio, y en el tocador tarros de cremas de todo tipo con fragancias que Mirka pensó serían carísimas; un ropero con doble puerta con espejos por dentro y por fuera de manera que según las abrías te podías ver por detrás, y un zapatero en el que se podían poner  más de cien pares de zapatos.

El suelo estaba cubierto de cálida madera, vestido a los lados de la cama con gruesas y bellas alfombras. Clara se acercó a una puerta y Mirka pasó a un baño más propio de una comunidad que de una sola habitación por su tamaño: una bañera circular a la que se accedía por dos escalones antideslizantes, un autentico jacuzzi. La bañera, pensó Mirka, es más propia para orgías que para bañarse. A un lado, una cabina de ducha, con chorros a presión a varias alturas, un toallero con toallas de fino rizo, y todo tipo de aparatos: plancha y secadores de pelo, pequeños aparatos para exfoliar los talones, cuchillas de afeitar, ceras de todo tipo para depilar, y un largo etcétera de accesorios que en aquel momento no se paró a pensar que podían ser.

—La habitación es preciosa, pero no tienes una más pequeña, me voy a perder aquí.

—No te preocupes, te acostumbraras. Mañana saldremos a comprar ropa —la cogió de la mano y se acercó a ella—. Sabes Mirka, eres muy bella.

Estaba muy cerca, y la miraba con intensidad. Posó una mano sobre el duro pecho de Mirka, esta se estremeció. Comenzó a soltarle los botones de la tenue blusa, se la quitó. La joven se dejo hacer perpleja. Le soltó el sujetador, dejando al descubierto unos pechos perfectos, le soltó el pantalón, se arrodilló y le saco las perneras. El minúsculo tanga estaba en el suelo poco después... Clara comenzó a desnudarse y segundos después la cogía de la mano y se metía en el jacuzzi arrastrando a Mirka. Dejó toda la habitación en una suave penumbra, y sólo la bañera estaba iluminada por una tenue luz rosada propia de un amanecer en el Mediterráneo. El agua, burbujeante, perfumada y cálida; una música sensual, envolvente, que parecía salir de cada partícula de aquella habitación y la voz como un susurro de Clara diciendo:

—Relájate, déjate hacer —hizo que Mirka, por primera vez en muchos meses, se sintiera segura.                                                                                                                                                         

Clara comenzó por darle unos masajes en los hombros, después fue bajando por cada uno de los brazos hasta la punta de los dedos. Era muy hábil y tenía fuerza en las manos, la tensión acumulada en los últimos tiempos parecía disolverse como un azucarillo en aquella bañera. Mirka perdió el sentido del tiempo, cuando se dio cuenta, estaba fuera del agua y Clara la estaba secando con mimo con una de aquellas toallas que parecían tener el rizo de una nube blanca.

Clara se secó con pases enérgicos, cogió a la joven de la mano y la llevó hasta la cama, apartó el edredón y la sábana, se subió e invitó con un gesto para que la siguiera. Mirka obedecía como un perrillo bien enseñado, en realidad, estaba asombrada; no le disgustaba el cariz que estaban tomando las cosas, y recordó como un flash que ya había tenido relaciones lésbicas en su país y que no le disgustaron.

Fue una experiencia gratificante para las dos, cuando exhaustas y abrazadas seguían acariciándose, se fue iluminando el rincón más alejado de la habitación. Mirka se incorporó un poco por curiosidad, y de su garganta salió un pequeño grito involuntario. En un sillón bien repantingado y con el pene en la mano, aquel pene que ella también conocía, estaba sudoroso el gordo y temible “Baby Face”.

—¡Bravo, muy bien! —comenzó a aplaudir—. ¿Ahí estás querido? ¿De verdad te ha gustado? Es exquisita, siempre has tenido buen gusto para las mujeres.

Mirka se había tapado con la sábana y escuchaba perpleja a los esposos.

Clara se levantó y fue hasta Venancio. Se arrodilló, se acercó al pene de su marido que estaba perdiendo consistencia, paso la lengua por el glande...

—¡Mira cómo has puesto todo salpicado cochinote! —le reñía como si fuera un niño travieso—. Vámonos y dejemos descansar a Mirka, hoy ha sido un día muy duro para todos. Mañana nos iremos de compras —y salieron de la habitación dejando a la joven confusa.

 

************

 

—¿Se ha presentado Pavel? —preguntó Clara.

—Sí, cariño.

—¿Y qué le has dicho?

—Que no le iba a pagar ni un céntimo. Eso no se lo esperaba. Con el teléfono en la mano se ha puesto a gritarme: “En cuanto mande una señal mi socio le cortara el cuello a tu hijo, cabrón”.

»A una señal mía convenida han salido a su alrededor un grupo de cinco conocidos suyos, unos búlgaros que por unos cientos de euros te hacen una limpieza étnica. Él amenazaba: “¡Voy a mandar la señal! ¡Voy a mandar la señal y van a hacer picadillo al mocoso! Hasta ese momento se podía haber salvado, pero cuando lo repitió firmo su sentencia. A otra señal sacaron a Montana, le habían zurrado lo suyo hasta que llegaron a la conclusión de que decía la verdad, que Mario estaba a salvo camino de nuestra casa.

»Cuando lo vio, se le vino el mundo encima. Los búlgaros sin decir palabra fueron a por él, intento zafarse, pero no le valió, una lluvia de golpes acabaron con él en el suelo. He visto que lo metían en una furgoneta y ya no se mas.

 

************

 

Cuando el Polaco recobró el conocimiento se encontró tumbado en el fondo de la furgoneta, y a su lado con un bate entre las piernas uno de los búlgaros. Le dolía todo el cuerpo, casi no podía abrir el ojo derecho de algún golpe y se había meado por los pantalones. La carretera era sinuosa. Por fin llegaron, aunque no sabía dónde. Abrieron por fuera la puerta y le obligaron a salir, escasamente se tenía de pies. Al salir reconoció el lugar, había venido varias veces a pescar con algunos de aquellos búlgaros a los que creía sus amigos.

Lo acercaron al borde del pantano, allí había una roca y sabía que la profundidad era de más de doce metros, eso con el pantano casi vacío; en ese momento el agua saltaba por los sobraderos, llegaba a la cota máxima.

—¿Qué profundidad crees que habrá Polaco, veinte metros? Más, Polaco, más. Por mucha que bebas no la vas a acabar —y se reían de la gracia.

De un golpe en las piernas con el bate lo derribaron al suelo. Pavel gritaba, pero un segundo golpe en la cabeza y esta se abrió como un melón maduro, salpicando de rojo las plantas de alrededor. Pasaron un lazo por sus pies y lo ataron a una barra de hierro de unos treinta kilos, poco después Pavel descendía al fondo del pantano ayudado por la barra. En pocos días aquellos voraces peces que él intentaba pescar habrían dado buen cuenta de su cadáver.

 

 

Carlos Ade López


16. Los celos de Nerea.

 

Esos peces serían los que terminaran el trabajo encargado. Los búlgaros chocaron sus manos en señal de triunfo y abandonaron el embalse.

A Montana lo dejaron abandonado en el lugar en el que le habían golpeado, le habían dado tal paliza que apenas podía moverse y menos mal que los había convencido de que él nada tenía que ver con el secuestro del niño. Cuando volvió en sí, no tenía ni puñetera idea de donde se encontraba. Poco a poco se fue recuperando hasta reconocer el lugar, estaba tan cabreado, que de su boca sólo salían insultos y maldiciones hacia sus maltratadores, y recordando también y no de muy buenas formas, al mal nacido del Polaco que fue el causante de semejante paliza:

—Ya te lo decía yo —exclamó—. ¡Sinvergüenza! ¡Que los jefes tienen mucho poder y tarde o temprano se enteran de todo y ya ves cómo nos ha ido, desgraciado!

Trató de incorporarse pero le fue imposible. Decidió quedarse así hasta poder reponerse del todo, lo único que sentía era tener que regresar de aquellas formas. Y peor aún, tener que hacerlo a pie. ¡Maldito una y mil veces Polaco!

 

************

 

 Sergio por su parte dejó la mansión de Clara al aparecer el niño junto a Mirka, apesadumbrado una vez más, ya que de nuevo su deseo de acostarse con ella se veía truncado. Esa mujer era una pesadilla, cada vez que estaban a punto de darse un buen atracón de sexo, algo se interponía para que ese momento placentero nunca llegase, y él ya no podía más con tanto calentón frustrado.

Sin darse apenas cuenta condujo hasta que llego al piso que compartía con Nerea, esta se había quedado dormida después de haber llorado durante un buen rato. Sergio no quiso despertarla ya que no tenía ganas de andar con muchas explicaciones. A pesar de su silencio al entrar al piso, Nerea como si de un resorte se tratara se despertó, y al ver a su pareja, lo que antes era todo cariño se transformó en gritos y malos modos hacia Sergio.

—¡Eres lo peor, tío! ¡Sabiendo que estamos a punto de celebrar nuestra boda, en lugar de ayudarme en la preparación, te da por ir detrás de la primera vagina caliente que te ofrecen! ¡Menuda jeta tienes, nunca lo habría esperado de ti!

Sergio trato de responder pero Nerea no le dejo, y siguió con los reproches. Después de muchos gritos e insultos de todos los colores terminó diciendo:

—¡Desde luego, por mi parte, ya puedes recoger todas tus cosas y largarte! ¡No estoy dispuesta a que me pongas los cuernos con la primera que te ponga un poco caliente, y mejor haberme enterado ahora que no después de casarnos! ¡Así que ya sabes, puerta, pedazo de cabrón!

Sergio no dijo nada, se puso a recoger sus cosas y pensó: «Bueno, pues vale. A estas alturas de mi existencia no me vas a amargar la vida». Terminó de coger lo imprescindible, lo metió en la maleta, y le dijo:

—Ya vendré cuando tú no estés a recoger todo lo demás —y salió dejando a su “ex prometida” hecha un basilisco.

Lo último que llegó a sus oídos fue:

—¡Desgraciado, me has destrozado la vida!

Sergio metió la maleta en el coche y arrancó sin saber muy bien su destino en un primer momento, pero después decidió dirigirse a casa de sus padres. Por ahora era la mejor decisión, ya pensaría una solución más definitiva en otro momento. Su mente no paraba de pensar en Clara, tenía que ser suya. «¡Esa no sabe quién soy yo! ¡No es posible que me este provocando y calentando siempre, sin dejarme poseerla!» En esos pensamientos estaba cuando se dio cuenta que estaba llegando al hogar familiar.

Pilar (que se encargó de ellos un tiempo después del fallecimiento de su madre, y entre ambos se construyó con el tiempo una relación maternal) y José Manuel, así se llamaban sus padres, vivían en un barrio de casas unifamiliares. Aparcó el coche y cogió la maleta, buscó en su bandolera las llaves y se dirigió a la puerta. Cuando introdujo la llave, Pilar, que estaba muy cerca, se sobresaltó un poco y dirigió su mirada hacia la puerta encontrándose con Sergio. Suspiró y llamó a su marido diciendo:

—¡Mira quién ha venido!

El padre, que en ese momento estaba viendo la tele, se levantó y fue a ver qué pasaba. Cuando vio a su hijo se quedó tan sorprendido como su compañera, casi a coro los dos preguntaron:

—Pero hijo, ¿qué pasa? No esperábamos tu visita —y vieron tras de Sergio la maleta que contenía sus cosas. Este se quedó mudo y no sabiendo que contestar—. Responde, por favor hijo. ¿Te pasa algo? ¿Hay algún problema con Nerea? ¡Dinos, estamos preocupados!

Cuando por fin Sergio se decidió a hablar, se dirigió a ambos, y casi a media voz les dijo:

—Mirad, en este momento no puedo dar muchas explicaciones. Ha sido un día muy intenso, sólo preguntar si mi habitación está disponible.

—Sí, claro, como siempre. Ya lo sabes, esta es tu casa —dijo Pilar.

—Gracias. Pues perdonadme, voy a acostarme y mañana hablamos de lo ocurrido.

La pareja, sin saber muy bien lo que pasaba, se miraron y asintieron.

—Buenas noches hijo. Y descansa, ya sabes que aquí nos tienes para lo que necesites.

—Gracias a los dos, y por favor, tranquilos, que ya sé que puedo contar siempre con vosotros. Buenas noches.

 

************

 

En otro lugar, Carolina no había querido responder a los mensajes que estaba recibiendo ya que se encontraba concentrada con el portátil realizando algunos trabajos, aunque no podía evitar el sobrecogerse cada vez que el típico sonido de los mensajes salía de su móvil. Fueron tantas las veces que sonó que al final se decidió a mirarlo y vio que tenía como una docena de mensajes y emoticonos de perdón por parte de Jorge.

“Perdóname, tengo que explicarme, espero que me perdones

y podamos retomar nuestra amistad, podemos quedar en nuestro bar y tomarnos unas cervezas, porfa, porfa...”

Le decía cual adolescente enamorado. Al ver estas frases, Carolina sonrío y se decidió a contestar:

“Está bien. Acepto tu invitación. Quedamos el jueves en el bar de siempre, pero tendrás que darme muchas explicaciones, no creas que te va a ser tan fácil el convencerme después de todo lo que he tenido que pasar por tu culpa.”

Jorge no podía creer que al final aquella muchacha le diese otra oportunidad. Por su parte ya no quiso estropear aquella cita y respondió con un simple:

“Ok, hablamos.”

Y tras dejar el móvil, se volvió hacia Jota y le dijo que por fin le había contestado. Su hijo sonrío y le dijo:

—Papá, ya eres mayorcito, y no soy el más indicado para dar consejos, pero por favor, tómatelo con calma. Y sobre todo, no vuelvas a cometer más errores.

Ambos se miraron y los dos se fundieron en un abrazo y una sonora carcajada.

 

************

 

Mirka seguía alucinando en aquella habitación, en su vida había visto algo parecido. Sabía que no se había de arrepentir de haber traicionado al maldito de su primo, allí se sentía protegida. Ya nunca más tendría que soportarlo y por fin iba a ser libre para vivir su vida, aunque viendo el trato recibido de parte de Clara esperaba que esto no se convirtiera en una obligación para ella, o tener que aguantar al gordo “Baby Face”, y que de verdad la hubiese contratado como profesora de Mario y no por otros motivos. No quería ser tratada como objeto sexual y tener que seguir complaciendo a esa pareja tan sumamente rara y liberal según le había dicho Clara. De momento trataría de no estropear las cosas y dejaría transcurrir el tiempo lo más tranquila posible.

En estos pensamientos estaba cuando le vino a la mente que sería lo que habría pasado con Montana, sabía lo que iba a hacer con el niño y no la había llamado, y pensó: «¡Dios, que no le haya pasado nada! No podría soportarlo, ahora que las cosas parece que se me presentan bien no puedo perderlo». Tan distraída estaba que no le oyó entrar, se volvió y allí estaba el gordo de Venancio.

—No grites —le dijo.

—No pienso gritar —respondió—. ¿Qué quieres?

—Ya sabes lo que necesito. Antes me habéis puesto a tope mi mujer y tú y necesito que me hagas otro trabajito, no puedo dormir y necesito descargar.

Mirka se mordió los labios y dijo:

—Está bien, desnúdate.

Así lo hizo. Ella se arrodilló y comenzó a chupar mientras cerraba los ojos y dos lágrimas caían por sus mejillas. «¡Menudo porvenir! Yo que pensaba que iba a estar más tranquila, no puedo consentir esto». De repente cogió los genitales del gordo y los apretó con todas sus fuerzas, él dio un respingo y gritó

—¡Estás loca!

—¡Loco estás tú si crees que voy a ser tu puta privada! ¡De eso nada, no me he jugado la vida al traer a tu hijo a casa para que me pagues de esta forma, así que ya te estás largando si no quieres que acabe ahora mismo con tu hombría!

—¡Esta bien maldita golfa, suelta de una vez! De momento tú ganas, ya veremos más adelante.

—Por si acaso, más te vale que tu mujer no se entere de esto. No creo que le gustase mucho tu comportamiento —le advirtió ella.

El gordo salió de la habitación y ella aprovechó para cerrar con llave, se rehizo un poco y respiró profundamente. «¡Maldito asqueroso!», pensó. Después de estos sucesos decidió darse un buen baño, preparó la bañera y una vez llena echó una buena cantidad de sales y se introdujo en ella. ¡Menudo placer! Después de todo lo que había pasado en los campos gracias al maldito Pavel, y como se había aprovechado de ella… «¡Nunca más!», decía para sus adentros.

Qué lejos estaba de saber lo que había pasado con su primo que a estas alturas debía estar sirviendo de comida para los peces, y todo por haberse querido pasar de listo pues no sabía con quien estaba tratando, a pesar de las advertencias de Montana. Una cosa era trapichear con las drogas, pero el pisar a los capos no era un juego de niños, y así se lo habían demostrado.

Descansó un buen rato en la bañera y una vez relajada salió de ella, se secó con aquellas delicadas toallas de rizo que era como frotarse con una nube. Una vez seca se puso un delicado picardías de color negro y se dispuso a dormir en aquella magnifica cama, apagó las luces y anhelando pasar una de las mejores noches que jamás habría imaginado.

************

 

En otro lugar, Montana se había repuesto un poco y se había lavado en la orilla del embalse donde lo habían dejado los búlgaros. Trató de andar lo mejor que pudo, pero le costaba un enorme trabajo, aun así hizo de tripas corazón y siguió adelante. Estaba ya anocheciendo cuando consiguió llegar hasta una carretera cercana, deseando que pasara algún coche que lo pudiese llevar a la ciudad. A lo lejos vio como se acercaban unas luces y comenzó a hacerle señas. El vehículo pasó de largo, al igual que algunos más.

—¡Malditos! —exclamó.

De pronto un coche paró en la orilla de la carretera. Cuando Montana consiguió acercarse vio que se trataba de su compañero de piso y gran amigo Luis. Al ver como llegaba a duras penas, salió a ayudarle.

—¡Dios! ¿Qué te ha pasado Montana? Parece que te haya pasado un camión por encima.

—¡Déjate de historias y no me toques los cataplines, joder tío!

Salieron disparados de allí.

—Hay que llevarte a un hospital para que te curen —se ofreció Luis.

—¡No! —respondió el herido—. ¿Qué quieres, qué den parte a la policía y me enchironen? ¡Tú estás mal del coco tío! Llévame a casa y allí me ayudas a curarme.

Así lo hizo. Llegaron al piso y lo primero que hizo Montana fue darse como pudo una buena ducha para limpiarse la sangre ya seca que tenía por la cara. Llevaba un ojo inflamado y le dolían mucho las costillas. Salió de la ducha y llamó a su amigo para que le ayudase en la cura, tenía una brecha en la frente que no era muy profunda y bastantes moratones, además casi no podía respirar.

—¡Estos cabrones me han hundido alguna costilla! Tendré que ponerme un pegado de esos... Mañana cuando abran la farmacia bajas y me lo compras, no creo que tenga ganas de levantarme de la cama.

—Está bien —le respondió Luis—. Ahora acuéstate y trata de descansar.

—No sé si podré hacerlo, pero lo intentare.

—Cuando hayas descansado quiero que me cuentes qué es lo que ha pasado y qué has hecho para que te hayan puesto así.

—Te repito que no he hecho nada.

—¡Joder, pues menos mal, porque si llegas a hacerlo te matan!

En ese momento Montana recordó a Rebeca, y que una vez le había dicho que tenía conocimientos de primeros auxilios y pensó en llamarla a la mañana siguiente para que fuese a ayudarle.

 

************

 

Rebeca se había dormido un rato gracias a la borrachera, pero enseguida se despertó y no paraba de darle vueltas al comportamiento de Montana. «¿Cómo ha podido hacerme esto cuando estábamos en plena faena? ¡Menudo hijo de puta!». Así pasó el resto de la noche, y sin darse cuenta ya había amanecido. Miró la hora y se percató de que debía levantarse si no quería llegar tarde al trabajo, se metió en la ducha y al salir se encontró mucho más relajada. Estaba secándose cuando oyó sonar el teléfono.

 

 

 

Manuel Zalaya Navascués




17. El lunes empieza todo.

 

Salió corriendo del baño, agarrando la toalla con una mano, y se puso a buscar el móvil como una loca con la esperanza de que fuera Montana.

—¿Dónde está? ¡Mierda!

Se le enganchó la toalla y tropezó con la mesa baja del salón, justo en el momento en que localizaba el teléfono.

—¿Sí?

—Buenos días, remolona. ¿Cómo va esa resaca?

—Joder, María, pensaba que era él.

—Después de lo de ayer, ¿aún crees que te va a llamar?

—Eso espero, al menos para decirle cuatro palabras y quedarme a gusto.

María se rió como sólo ella sabía hacer: a carcajadas. Rebeca se alejó todo lo que pudo del teléfono a la vez que ponía verde a su amiga.

—¡No grites tanto, María! Me va explotar la cabeza.

—Siempre tan exagerada para todo. Voy a llamar a Luis para quedar hoy, así de paso le pregunto qué le pasaba ayer a su amigo. A ver si sabe algo de él.

—Eso, y dile que le dé un buen puñetazo de mi parte.

—¡Oído cocina!

Colgó enfadada. Mientras miraba al techo no pudo contener la risa al imaginar que si alguien hubiera entrado en ese momento, habría pensado que era el escenario de una batalla: el baño con la puerta abierta y el secador en el suelo todavía encendido; la toalla enganchada en la manilla y ella, desnuda, tirada en el suelo entre un montón de revistas. Cogió una al azar y se entretuvo ojeando la portada. La sonrisa se le borró al ver la foto de un coche, un modelo de Mini igual a aquel del que había salido despedida hacía pocas horas.

—¡Maldito Montana!

La tiró con todas sus fuerzas justo cuando volvía a sonar el móvil. En la pantalla aparecía la foto de Montana. No sabía si alegrarse porque la llamaba o enfadarse más de lo que ya estaba.

—Ahora me va a oír ese cabrón de mierda.

—¿Rebeca?

—¡Claro que soy Rebeca pedazo de capullo! No tendría ni que haber cogido el teléfono después de lo de anoche.

—Tienes toda la razón. Lo siento...

—¡Menos mal! Al menos te has dado cuenta de lo gilipollas que has sido.

—No lo sabes bien. De verdad que lo siento.

Rebeca estaba sorprendida. No estaba acostumbrada a escuchar disculpas y menos aún dos veces seguidas en la misma conversación.

—¿Y qué quieres ahora? ¿Qué vaya a masajearte mientras tu amigo nos hace fotos?

—No, no creo que esté en condiciones de hacerlo, la verdad.

Ella notó debilidad en la voz al otro lado de la línea y bajó un poco la intensidad de sus embestidas.

—¿Por qué dices eso?

—Creo que está muerto.

Se hizo el silencio. Rebeca notó un escalofrío y buscó algo con qué taparse mientras se incorporaba. Se quedó muda.

—Rebeca, ¿estás ahí?

Más silencio.

—Perdona, no tenía que habértelo dicho, pero necesito tu ayuda.

—¿Ayuda?

 Por un momento se sintió como una tonta repitiendo lo que escuchaba sin entender nada.

—Sí. Me dieron una paliza anoche y el inútil de Luis no hace más que ponerme vendas sin sentido. En breve creo que voy a parecerme más a una momia que a un herido. Tú sabías algo de primeros auxilios, ¿verdad?

—¡No te muevas! ¡Voy!

—¡Ni aunque quisiera podría hacerlo! ¿Rebeca...?

Se vistió con lo primero que encontró tirado por el suelo y salió disparada. Era la primera vez en su vida que alguien le pedía ayuda y, sin pensarlo, corría para prestarla. Ni ella misma se reconocía. Pero es que ese chico tenía algo que no podía dejar escapar. «¡Todo sea para acabar lo que dejaste ayer a medias, Montana!».

Corría y hablaba sin parar. Llamó al gimnasio para decir que estaba enferma. Ya vería cómo solucionaba este tema después. Y si le echaban, mejor. Estaba harta de trabajar tantas horas y fines de semana por una mierda de sueldo.

 Al doblar una esquina se encontró con un gran ramo de flores plantado delante de su cara que casi le hace caer al suelo. Sin apenas mirarlo reconoció al madurito torpe del gimnasio. No pudo evitar ver la imagen de la otra cliente y él en la sauna, en plena acción, tal y como Marisa le había descrito con todo detalle. No le cuadraba con lo que veía en ese momento así que retomó la velocidad que llevaba en sus piernas y en su cabeza e imaginó un cambio de protagonistas: Montana y ella en la sauna, solos, desnudos... ¡Había que curarle pronto!

—¡Cuidado! —le dijo el portador de aquella selva portátil.

 

************

 

Jorge trató de esquivarla pero no pudo evitar que el ramo se le cayera. Su habilidad con las manos no era precisamente su mayor virtud.

—¡Cómo está la juventud, madre mía!

Mientras recogía las flores se dio cuenta de lo que acababa de decir y, de pronto, se sintió muy mayor. Iba a tener que cambiar esa forma de hablar y, sobre todo, de pensar respecto a la gente más joven que él. Calculaba que Carolina tenía veinte o veinticinco años menos y no podía permitirse meter la pata con comentarios de ese tipo.

Recompuso las flores, quitando un par que se habían chafado, y se encaminó a su cita. La primera después de su detención por hacer el idiota y meterse en el turbio mundo de las drogas. Menos mal que su padre no se había enterado de nada, con el corazón al límite no sabía cómo lo habría encajado. Su salud ya no era buena y, a pesar de que todavía podía vivir solo, no tardaría mucho en tener que buscar a alguien para que le ayudara.

Javier le había echado una mano en eso. ¡Qué maravilla de hijo tenía! Atento, responsable y, en los últimos días, con un don de la oportunidad que le tenía un tanto mosqueado. Cada vez que estaba a solas con Carolina aparecía como de la nada, sacándole de apuros y poniendo inyecciones. Sabía que estaba metido en algún tipo de colaboración con la policía para sacarse un dinero extra, algo sobre drogas y gimnasios, pero no había querido darle detalles de su detención. Sólo le había recomendado que no apareciera por el gimnasio durante unos días. Por lo visto iban a por alguien y lo que menos quería era tener a su padre metido por el medio otra vez.

Había llegado al bar. Vio a Carolina a través del cristal.

—¡Qué guapa es!

Estaba muerto de miedo. ¿Le habría perdonado? ¿Querría volver a empezar?

 Un nubarrón de pesimismo le nubló la mente al asociar la pregunta con aquella película de los ochenta sobre el amor en la madurez. Se paró en seco. Quería salir corriendo. No tenía derecho a meterse en la vida de alguien tan joven y cargarla con todos sus problemas.

—¡Hola! —leyó en los labios de Carolina a través del cristal. Eso y una sonrisa alegre que le hizo salir de su estado, cercano ya al pánico, y entrar con decisión.

—Hola Carolina. Gracias por venir.

—Hola Jorge. No tenías que haber traído semejante ramo. Con una flor bastaba.

—De eso nada. Con los sustos que te has llevado por mi estupidez, ¡qué menos!

—En eso tienes razón. ¿Qué quieres tomar?

—Un tinto, gracias, pero no te preocupes, que lo pido yo.

Carolina empezó a reírse cuando vio que iba directo a la barra, a pedir el vino, con el ramo de flores todavía en la mano. Él, hecho un manojo de nervios no lo había soltado. Carolina se levantó y, quitando las dichosas flores de en medio, se tiró a sus brazos, dándole un beso del que sólo salieron al escuchar los aplausos y silbidos que estallaron en el bar.

Rojos de vergüenza se separaron lo justo para pedir algo de beber y volver a sentarse.

—No puedo creer lo que acabo de hacer, Jorge, aquí, entre tanta gente.

—Ni yo que lo hayas hecho. ¿Eso significa que me perdonas?

—¿No está claro?

—No mucho —sonrió con ironía—. Igual es que me estoy haciendo mayor y no sé interpretar bien las señales.

Esta vez fue él el que se lanzó. Todo desapareció a su alrededor. Sólo estaba ella, su boca, el calor del cuerpo más increíble que había tenido entre sus manos en mucho tiempo. Su corazón estaba a cien y no era la única parte de su anatomía. Tenía que parar. No quería, pero sabía que tenía que hacerlo.

—Carolina, ¿qué te parece si empezamos de nuevo?

—Vale. Agarra el ramo que te doy otro beso.

—No me refiero a eso.

—Ya lo sé, tonto.  Y, ¿qué propones?

—Quedemos el lunes en la sauna, la de nuestro primer encuentro.

—¿Y por qué tenemos que esperar al lunes?

—Por tener un nuevo comienzo sin tropezones.

—¡Si fue lo más interesante del día! —Carolina se rió al ver que él se ponía colorado de nuevo. Era enternecedor ver a un hombre hecho y derecho ruborizarse así.

—En mi vida había pasado tanta vergüenza.

Carolina le miraba pícara. Puso su mano en la pierna de Jorge mientras le susurraba al oído:

—Te aseguro que no tienes nada de qué avergonzarte.

Estaba en el cielo. Todo su miedo se había esfumado, incluso se había olvidado por completo de la advertencia de su hijo de no acercarse por el gimnasio.

 

************

 

Hacía tanto tiempo que no se despertaba en aquella cama, que se asustó al ver un techo desconocido al abrir los ojos. No podía creer lo que estaba pasando. Estaba tan obsesionado con Clara que ni siquiera había ido los dos últimos domingos a jugar al pádel con sus amigos. Incluso se le había pasado ir al bar a ver el partido del siglo con ellos.

Se levantó y, ya en el baño, se miró en el espejo. Las últimas semanas de estrés y, sobre todo, de excitación no satisfecha le estaban pasando factura. Sin novia, sin casa, sin Clara...

—Macho, te estás dejando llevar por algo inalcanzable. Esa mujer no es buena para ti.

Bajó la mirada y sonrió.

—Por eso te gusta y no te la puedes quitar de la cabeza, idiota. Porque no lo es.

Sabía que a Nerea ya la había perdido. Quería poder sentirse triste por eso, por tirar por la borda tantos años juntos. Pero, en realidad, lo que sentía era libertad. Nerea era una gran mujer: estable, meticulosa, profesional y apasionada pero no iba a echar de menos en absoluto sus ordenados y planificados días, casi minuto a minuto.

—Eso es, Sergio. Clara ha entrado en tu vida para liberarte. A partir de ahora vas a hacer lo que te dé la gana. ¡A improvisar se ha dicho!

Salió del baño dejando su imagen sonriente en el espejo como si fuera la foto de su nuevo pasaporte a la felicidad.

—El lunes vuelvo al gimnasio. Creo que estoy echando tripa otra vez.

Alguien llamó a la puerta, lo que le hizo volver de su estado de ensimismamiento.

—Sergio, ¿estás bien?

Era su madre pero, por un breve momento, le había parecido escuchar a Nerea y se le habían puesto los pelos de punta. Estaba claro que lo suyo estaba del todo acabado. No podía ser que tuviera la misma sensación de angustia y de sentirse controlado por la mujer que lo había criado como una madre y educado, que con la mujer con la que había estado a punto de casarse.

—¿Sergio…?

—Sí, estoy bien. Ya salgo.

 

************

 

Cuando estaba nerviosa, le daba por limpiar la estantería de los libros. Le relajaba encontrar todo en su sitio. Comenzaba por Alberti y Auster. Igual que en un ritual, sacaba cada libro y le pasaba el trapo con cuidado, como si fuera un tesoro delicado que se pudiera romper. Con otra bayeta, especial para el polvo, quitaba la suciedad de la balda. Atwood, Belli, Berges, Carrasco, Dahl… Todos se sucedían en un meticuloso orden alfabético. El mismo orden con el que había conseguido llevar su vida hasta ahora.

Sonó una alarma que le trajo de vuelta a la realidad. Miró con sorpresa el libro que sujetaba en sus manos y se sorprendió.

—La totalidad y el orden implicado, David Bohm. No debería estar aquí. El apellido es Bohm: entre Berges y Carrasco, ese es su sitio. Seguro que fue Sergio. ¡Vaya desastre de hombre!

Nerea apagó la alarma, aviso de que, en media hora, tenía que salir de casa. Terminó de colocar su libro preferido, en el sitio correcto, y se echó a llorar una vez más.

No podía controlarse. Lo que había tardado más de doce años en construir se había ido a pique. No dejaba de preguntarse cómo había sucedido aquello. Su Sergio, su amor, su futuro, en brazos de otra mujer.

—No puede ser. Después de todo lo que he hecho por él. Tanto trabajo para que luego llegue una cualquiera y se lo lleve.

Notaba cómo su corazón se aceleraba hinchado de odio. Acababa de encontrar su próximo objetivo: una venganza. Ahora sólo tenía que planificar cómo hacerlo.

—Recuerda Nerea: la improvisación no es buena. Hay que calcularlo todo bien y estudiar los detalles a la perfección.

Miró otra vez los libros. Metió un marcapáginas entre Mi tío Oswald, de Rohal Dahl y El príncipe destronado, de Miguel Delibes. Mañana, al limpiar, sería su punto de partida.

—Veamos.

Se acercó al escritorio, sacó un bloc de notas y dibujó un cuadrante.

—Los lunes él va al gimnasio, pero yo tengo clases, claro. Piensa, Nerea…

No podía creer que fuera a hacer algo que se salía de lo normal. Estaba decidido: pediría permiso en el colegio por asuntos propios, todavía le quedaba alguno.

—Nos vemos en la sauna, Sergio.

 

************

 

Marisa empezó el lunes con ganas. Acababa de ver entrar al madurito que le gustaba tanto y a la chica guapa, aquellos a los que pilló in fraganti en la sauna en plena acción.

—Ya sabía yo que, lo que yo vi, iba a traer cola.

Riéndose sola del doble sentido de sus palabras, se enfadó sabiendo que no podría ir a contárselo a Rebeca, le habían dicho que estaba enferma.

—¡Buenos días! —escuchó a sus espaldas.

—¡Buenos días! —contestó sorprendida. Nadie solía saludarle allí.

Era el hombre que le pidió papel higiénico el mismo día que encontró a aquella explosiva mujer desmayada en las duchas. Otro bombón de hombre en el gimnasio.

Hoy la jornada de trabajo sí que prometía ser interesante.

 

 

Belén Gonzalvo Val

 


18. La mosquita muerta.

 

Pocos sitios rebosan más calma que un gimnasio un lunes por la mañana. Los excesos del fin de semana, la vuelta a la jornada laboral y la ausencia de clases programadas hacen que no se tenga el más mínimo problema para conseguir una máquina libre, o que no haya que controlar el tiempo que cada uno pasa en la sauna.

La sauna, donde todo empezó, y el único sitio en el que hoy me siento seguro. El único lugar donde consigo aislarme de todo lo que ha ocurrido en las últimas semanas. Ni siquiera en casa de mis padres, donde he tenido que volver tras los últimos acontecimientos, consigo estar en silencio, solo, relajado…

La verdad es que he incorporado a mi vida todos los elementos de un guión de película de sábado por la tarde de Antena 3. Desde la pareja feliz que tiene que cancelar la boda, la típica fantasía de madurita buenorra acosándote, algún coqueteo con la policía… Demasiadas emociones para un pobre chico de clase media. Sí, habéis leído bien, soy demasiado joven todavía aunque como Nerea siempre me decía: “El hecho de que lleves siempre sudaderas con gorro no significa que no cumplas años cada mes de enero”.

Nerea…

Mi mundo durante los últimos doce años, el pilar sobre el que iba a sustentar mi futuro, ¿la madre de mis hijos? Con el paso de los días, empiezo a comprender que a pesar de que todo terminó de forma precipitada y violenta, eso no fue más que el colofón a una erosión de muchos meses a algo que tarde o temprano tenía que pasar.

Éramos una pareja de manual, todos los pasos que íbamos dando se ajustaban al patrón de una pareja española de nuestra generación. Juntos pasamos esa edad en la que luchas por lograr la estabilidad y el equilibrio entre tu vida personal y profesional. Esta estabilidad que parece obligatoria para ser feliz en este país: pareja, trabajo, casa, hijos… Y todo cerca de tu familia y amigos.

No le guardo rencor, por lo poco que me llega por nuestros amigos comunes, está totalmente desilusionada y decepcionada. Todo lo que habíamos construido se rompió y el detonante fue mi ¿escarceo? ¿aventura? La verdad es que no sé cómo llamar lo que ocurrió con Clara.

Clara…

¿De dónde ha salido esta mujer? ¿Por qué se ha encaprichado conmigo? ¿Qué busca exactamente? Y casi lo más preocupante, ¿quién es realmente?

Su aparición en mi vida ha resultado ser toda una aventura en el sentido estricto de la palabra. Sexo, drogas y rock and roll no me han faltado en este último mes. Sobre todo rock and roll…

Dejé de acudir al gimnasio por un tiempo hasta que las aguas se calmaron y el río volvió a su cauce. Por lo que temporalmente he conseguido evitar las miradas inquisidoras y por supuesto los comentarios de mi querida Marisa y de mi querida Rebeca. Siempre me había parecido simpáticos su desparpajo y fijación con la vida de los demás pero claro, ahora se hablaba de la mía y eso ya no me gusta tanto.

No hay nada más relajante que cerrar los ojos y dejarse llevar. Las hierbas aromáticas de la sauna se van metiendo poco a poco en tu cuerpo mientras el silencio se apodera del ambiente. Cada día valoro más el silencio…

Tras una mañana intensa en cuanto a lo que relajación se refiere, decido dar por terminada mi jornada matutina y me dirijo a los vestuarios para darme una ducha fría, vestirme y encaminarme hacia la casa de mis padres. Algo bueno ha tenido todo esto, vuelvo a ser el rey de la casa.

El trabajo no es algo que me emocione últimamente. Estar todo el día rodeado de parejas felices no es precisamente la mejor terapia tras una ruptura. Pero no hay mal que por bien no venga, no pagan mal y estoy entretenido.

¿Y este sobre?

Ahí en mi taquilla, al lado de mi mochila. Un sobre blanco, cerrado, sin ninguna nota ni remitente. ¿Será alguna comunicación del gimnasio sobre nuevas clases grupales? O lo más habitual, incremento de cuotas (actualización de cuotas le suelen llamar por aquello del lenguaje políticamente correcto). Decido abrirlo tras la ducha, tras mis últimas aventuras en los vestuarios de gimnasios, prefiero estar vestido de forma pudorosa por si tengo que huir. Llamadme raro pero conocéis mi historia igual o mejor que yo.

¡Una llave! Y un trozo de papel con lo que parecen unas coordenadas GPS. Ya estamos otra vez con misterios. Seguro que Clara ha vuelto a las andadas y quiere que nos veamos en algún sitio para terminar lo que empezamos porque sinceramente, no hemos terminado.

Guardo el sobre y su contenido en la mochila, mi cerebro ya ha decidido unilateralmente que no acudiré a la cita con Clara. Sin embargo, los que me conocéis bien sabéis que no siempre es mi cerebro quien toma las decisiones.

Tras una breve pero intensa comida con mi padre llego a la oficina en un día con no muchas citas. Los lunes no son días para organizar nada.

Abro el navegador e introduzco las coordenadas GPS del sobre que me había dejado Clara en la taquilla. ¿Clara? ¿Por qué asumo que ha sido ella si ni siquiera está firmado? No, no voy a escribirle ningún mensaje para preguntar. Necesito aclarar ideas primero.

No obstante, el sobre, el olor, la letra, esa forma tan peculiar de escribir el número siete me resultan familiares. ¡Con lo tranquilo que estaba!

Ahí está, se trata de una localización en uno de los polígonos industriales en las afueras de la ciudad. Parece un almacén de esos en los que alquilan trasteros por poco dinero. No es un sitio para una cita romántica la verdad.

Ese número siete… Siempre me reía de Nerea porque los confundía con unos cuando me pasaba alguna nota o me escribía la lista de la compra. Sería maestra, pero la letra era de otra profesión.

Nerea había llevado todas mis cosas a un trastero. No quería saber nada más de mí. Me lo había dejado muy claro hace unas semanas cuando en una noche etílica me presenté en nuestro antiguo apartamento para suplicarle volver.

¿Cómo se había enterado de que había vuelto al gimnasio? ¡Qué tonto soy! Me conoce mejor que yo a mí mismo. Soy bastante predecible. ¡Qué mal delincuente sería!

Al salir de trabajar me encamino hacia el polígono para ver qué me ha dejado Nerea en el trastero alquilado. Seguro que ha sido equitativa. Sabía perfectamente cómo y cuándo llegó cada objeto a nuestro piso y a pesar del rencor que me pueda guardar por destrozar lo nuestro, habrá etiquetado cada cosa como suya o mía.

Pero el almacén estaba vacío. No había nada, completamente vacío y oscuro. «A lo mejor no le ha dado tiempo de llegar. He sido demasiado rápido» pensé.

¡¡Ah!!

Cuando desperté estaba sentado en una silla giratoria como de despacho, atado de pies y manos y con un ligero dolor en el cuello. Todavía notaba el efecto del pinchazo. Nerea estaba frente a mí, con semblante serio y en el suelo, restos de cuerda y la jeringuilla que había utilizado para dejarme inconsciente.

—¡Eres tonto Sergio Almeida! —me dijo—. Eres tonto. Iluso de ti, creías haber conquistado a una cuarentona buenorra. Ni en tus mejores fantasías. Mordiste el anzuelo a la primera. Yo esperaba que con eso de la boda te hicieras un poco de rogar pero ni eso.

De repente, una de las paredes prefabricadas del trastero se movió. Eran trasteros modulares en los que tú podías elegir cuántos módulos alquilabas. Y allí estaban… mis compañeros de sauna.

En una silla igual que la mía y en la misma posición que yo, Jorge, el arquitecto viudo entrado en edad. Delante de él, Carolina, la veterinaria.

Hombres...

—¡Qué simples sois! ¡Y qué fácil es manipularos! Canturreaba una voz conocida en la oscuridad.

—Hola Clara —dije.

—Casi nos arruináis el negocio con esto del amor —comentó entre risas Nerea—. Entre Jorge inventando planes románticos y tú con tus fantasías casi nos arruináis el negocio.

—¿Negocio? —pregunté entre sorprendido e intrigado.

—¿Se lo cuentas tú o se lo cuento yo? —preguntó Nerea a Carolina.

—Cuéntaselo tú jefa —contestó Carolina.

 

 

 

Francisco Ángel Ferrer Gil

 


19. Nada es lo que parecer ser.

 

—¿Jefa? —mi cabeza estaba aturdida, tanto por la sustancia del pinchazo como por el panorama que se pintaba a mi alrededor—. ¿Pero de qué va todo esto? ¿Y por qué está atado ese hombre? ¿Desde cuándo os conocéis vosotras tres? ¿De qué anzuelo me hablas? ¿Qué es lo que pretendes?

Nerea se detuvo un instante y tras esta breve pausa, comenzó a caminar hacia mí. La expresión de sus ojos me provocó un escalofrío por todo el cuerpo. Era una Nerea completamente desconocida. Caminaba despacio y segura con la mirada fría e impenetrable, haciéndome sentir a cada paso más inquieto.

Al llegar a mi altura se agachó para alcanzar mi oído y susurró:

—A su debido tiempo, amor, te enterarás de todo —aquellas palabras me sonaron como una amenazadora promesa. Y agradecí que se alejara tan pronto las pronunció.

Cogió del suelo la jeringuilla y sacó un frasco de su bolsillo para llenarla de un líquido que no sabía reconocer. Miró a Jorge y después se dirigió a Carolina ofreciéndosela:

—Nena, haz tú los honores. Ya que para otra cosa no nos sirve, veremos si podemos convertirlo en tu pupilo. Pero hasta que tengamos tiempo para él, mejor será que continúe dormidito. Así no será testigo, que en demasiados líos se ha metido ya este pobre infeliz.

—Será lo mejor, sí —vi como Carolina se acercaba con la jeringuilla e introducía el líquido en el brazo de aquel hombre. Jorge sí, así se llamaba. Con  el que cada lunes compartía sauna en silencio, casi desconocido. ¡Qué ironía de la vida! Ahora los dos atados y en una situación, que empezaba a convertirse en asfixiante. Una sensación similar a la que sientes cuando has excedido el tiempo de estancia en la sauna.

—Listo jefa, con esto tendremos unas cuantas horas más de margen —dijo Carolina devolviéndole la jeringuilla a Nerea, quien con una sonrisa lasciva se acerca a ella. Con una mano retira su rubia melena hasta el cuello y con la otra sujeta sus nalgas bajo la falda aproximando sus cuerpos. Me quedo incrédulo,  sorprendido y atónito, viendo como empieza a buscar con su lengua los labios de su compañera de fechoría que responde al instante y se funden en un apasionado baile de besos y caricias. Mientras las contemplo, empiezo a pensar que tal escena es habitualmente ensayada. Y acto seguido la sensación que  tengo es la de sentirme tonto, pero tonto de los que hacen historia y tenso, más tenso que un Gremlin en la Expo del Agua de Zaragoza.

Nerea apartándose de Carolina me mira y empieza a carcajear tras ver la expresión de mi cara. Cogiendo a su compañera de la mano se despide de nosotros:

—Bueno Clara, es tu turno. No seas demasiado dura con él. Tienes más de ocho horas hasta que el otro despierte. Sigue el plan según lo convenido y espera mi llamada. Os dejamos a solas en este ideal paraíso —con una sonrisa tan falsa como malvada se dirige a mí y continúa su discurso—. Recuerda amor, pronto te enterarás de todo. Cambia esa cara, que ahora empieza lo bueno y no te preocupes cielo, estás en las mejores manos.

—Despreocúpate Nerea —dice Clara— trataré con sumo amor a nuestro chico de oro. Estaré atenta a tu llamada.

Y allí nos quedamos solos, el bello durmiente madurito, la sirena encantadora de Clara, yo y mis circunstancias que me mantenían totalmente fuera de juego.

La verdad es que me sentí aliviado de que se hubieran marchado Nerea y Carolina. La tensión por la que había pasado momentos atrás se fue transformando en enfado. Tampoco sabía muy bien que podía pasarme de ahora en adelante, con aquella mujer que aunque seguía provocando en mí una fuerte atracción sexual, no estaba seguro de poder fiarme. Al fin y al cabo seguía atado de pies y manos. Desde que había despertado allí, ya nada era lo que  parecía y lo que parecía me negaba a admitir que así fuera.

Clara se acercó a mí con la misma naturalidad que lo hiciera aquel día en la sauna. Yo la seguía expectante con la mirada, midiendo sus movimientos. ¡Uf!, la verdad no sé que tiene esta mujer. Aún con todas mis circunstancias encima, estando tan cabreado y jodido por Nerea, seguía provocando un ardiente deseo incontrolable sobre mí. A cada paso suyo, la tensión sexual iba en aumento y a juzgar por su expresión, sus expectativas iban de la mano con las mías. Al llegar frente a mí, se agacha para coger mi cabeza entre sus manos mientras comienza a besarme. Y sin saber cómo, se coloca a horcajadas encima de mí. Yo me remuevo un poco en la silla, como queriéndola quitar aunque sin poner demasiado empeño.

—Tranquilo tesoro —comienza a cantar la sirena en mi oído, mientras sigue explorando con su boca mi cuello y con un suave baile de caderas continúa su embrujo—. Ahora no puedes escaparte ni creo realmente que quieras. Tenemos algo pendiente y hoy nadie nos puede interrumpir. Estamos tú y yo solos y el tiempo detenido a nuestro alrededor. Sé que me deseas y pese a lo que dice la golfa de tu ex novia, yo a ti también. Esa chica no sabe lo que se pierde, ni te merece, pero yo te voy a recompensar.

Cada vez me sentía más relajado y envuelto en su canto. De nada servía resistirme. Y visto que no sabía qué color iba a tomar toda aquella historia en la que sin querer me veía envuelto, decidí que si había de morir mejor hacerlo con las botas puestas, que de paso es una manera muy placentera y digna de morir. Así que estaba dispuesto a dejarme llevar, únicamente eso. Ni pensar ni hablar, únicamente dejarme llevar, me lo había ganado. Aquella mujer me tenía loco, ardía en deseos de que prosiguiera su actuación y ella continuó. Todavía encima mío, se retiró un poco para que pudiera verla bien. Con un suave movimiento, se quitó el vestido dejando al aire sus pechos bien formados, coronados por unos pezones turgentes que con impaciencia me precipité a capturar en mi boca. Aquel sabor me pareció lo más delicioso que nunca había probado.

—Con calma —dijo Clara apartándose hacia atrás para liberarse—, todavía estás un poco tenso. Espera, te voy a dar algo para que te relajes. Confía en mí, tenemos tiempo y quiero que disfrutes con todos tus sentidos.

Clara se levantó dirigiéndose hacia su bolso que estaba en el suelo a pocos metros de nosotros. Yo seguía absorto en cada uno de sus movimientos. Ahora podía contemplar su cuerpo con deleite. Su figura componía una armoniosa sintonía de curvas bien proporcionadas que sabía mover con elegancia y atracción, con el tono y la tersura de una piel que ha sabido envejecer con lentitud. Se agachó para coger su bolso y a través del fino encaje de su ropa interior, pude intuir la bella flor de su secreto. Realmente tomaré de lo que me dé, porque como no pueda poseerla en breve, creo que voy a enloquecer. Ella cogió de su bolso un botellín de agua y un frasco opaco pequeño. ¡Otro frasco no! Espero que no sea lo mismo que le han pinchado a Jorge. Y una imagen fugaz pasó por mi mente con Nerea, Carolina y Clara como protagonistas al estilo las brujas de Salem.

Mientras abría ambos botes, avanzaba hacia mí devorándome con su mirada. Esa mirada... Vació un poco del frasco pequeño en el agua y antes de que me diera tiempo a preguntar, ella ya estaba nuevamente sobre mí y aproximando su pezón a mi boca dijo:

—No te voy a hacer daño, sólo es un relajante. Toma un poco, te hará sentir bien —y mientras deslizaba la mezcla de agua desde su pecho hasta el pezón, comencé a absorber, lamer, saborear, succionar, saciando con avidez la sed que sentía desde que aquella mujer irrumpiera en mi mundo. Pasando de un pecho a otro después a sus labios, nuevamente al pezón izquierdo, sintiendo su lengua en mi cuello ahora, lamiendo su pezón derecho, en un ir y venir de uno a otro lado mientras sentía como el efecto de la bebida me hacía caer en una dulce borrachera de deseo. Ya casi ni me molestaba la sensación de tener las manos atadas. Hasta entonces me había sentido incómodo y agobiado, pero ahora todo me daba lo mismo. Sólo deseaba sentir el calor de ese cuerpo experimentado, acariciándome y besándome e incluso me excitaba saberme completamente a su merced. Había dicho la verdad y no pretendía hacerme daño, o quizá fuera a causa de la bebida que empezaba a anular mi voluntad. Ella comenzó a desabrochar los botones de mi camisa retirándola hacia atrás todo lo que pudo y frotando su pecho contra el mío. El contacto de su piel activó mi deseo aún más si cabe. Ya hacía un rato que mi virilidad luchaba por salir de la opresión de mi ropa interior y si no solucionaba la situación con celeridad, aquello iba a empezar a dolerme muy en serio. Parecía como si ella hubiera escuchado mi pensamiento. Me miró fijamente a los ojos y con una provocadora sonrisa, comenzó el descenso por mi cuerpo con suavidad. Liberándome totalmente de mi opresión y relajándome por completo con sus manos de seda. Convirtiendo aquella silla en nubes de algodón que poco a poco me transportaban más y más alto.

A punto estaba de tocar el cielo cuando la escuché reír a carcajadas.

—¿No pensarás que esto es lo mejor que puedo hacerte sentir, cielo? —y continuó riendo—. ¿Y no pensarás que esto no te va a costar nada? Nerea en algo tenía razón, eres muy inocente.

Aquel cambio de rumbo me dejó desconcertado y escuchar el nombre de mi ex, tuvo el efecto instantáneo de un jarro de agua fría sobre mi cuerpo. Lo que sí era seguro, es que esa mujer disfrutaba jugando conmigo. Y sabía con certeza que el deseo que había despertado en mí, me hacía presa de su capricho.

—Tranquilo, no pongas esa cara. Hay tiempo para todo y tú tendrás lo que deseas. Pero he de asegurarme de que yo también obtendré lo que deseo además de lo que esas dos brujas me han encomendado. Podría cogerlo sin más, pero eso es poco interesante para mí. Mis planes para contigo han cambiado. Como ya te he demostrado en varias ocasiones, me interesas tú.

—Pues aquí me tienes. Entero para ti, entre la bebida que me has dado y que sigo atado de pies y manos, no conseguiría llegar muy lejos. Así que déjate ya de tanto sube y baja y coge lo que deseas. No sé que más puedo darte.

—Por tu interés, te aconsejo que prestes atención. Y que me dejes explicarte. Me pones mucho y podría utilizarte a mi antojo, como lo he venido haciendo con docenas de hombres y mujeres. Pero me caes bien, tu inocencia y simplicidad me divierten, y veo que no eres tan mal tío. Yo te cuento de qué va todo esto y luego, tú decides.

—Está bien, te escucho —Clara se dirigió a su bolso nuevamente, sacó un pitillo y se lo encendió. La de cosas que puede haber en un bolso de mujer, siempre me ha llamado la atención. Ni imaginar podía, lo que habría dentro del de aquella mujer tan sexy y explosiva. Clara mientras tanto había aproximado otro sillón con ruedas que estaba vacío en la sala y lo puso frente a mí. Se acomodó y comenzó su discurso entre calada y calada.

—Intentaré resumirte lo que pueda. Iremos por personajes. Desde hace algún tiempo, conozco a Nerea y Carolina. Ellas frecuentaban de cuando en cuando, alguna de las fiestas que daba mi marido. A ese ya lo conoces, el gordo y déspota de mi marido. El caso es que ya me había fijado en ellas en varias ocasiones. Como ya te he comentado, me gusta la variedad en mis relaciones y mis intenciones te las puedes imaginar. Un día nos encontramos en la sauna del gimnasio las tres y comenzamos a charlar. Tuvimos muchas charlas y encuentros en aquella sauna. Por lo visto, ellas también sabían mucho de mí. Quién era mi marido, a que se dedicaba, los contactos que tenía. Esas dos, son chicas listas. Cogimos confianza y fueron introduciéndome poco a poco en su negocio. Al parecer, tienen algo montado en el que se dedican a diseñar drogas nuevas que luego introducen en el mundo del narco. Puedes imaginar que si la droga funciona bien, hay mucha pasta de por medio. No sé detalles del negocio porque no me ha interesado enterarme demasiado. Ni siquiera he investigado cómo se conocieron ellas. Aunque sí sabía que hacían vidas paralelas, ya que este mundo es muy peligroso y vigilado por la policía. Y también sé que llevan su relación oculta desde hace tiempo. Mi papel en todo esto es hacer como puente para introducirlas en los contactos de mi marido. Saben que soy de confianza en ese mundo y que sé ganarme los favores de muchos hombres. Ahora están en algo nuevo y necesitan más dinero para llevarlo a cabo. Y también me querían para eso,  he ido dándoles buenas cantidades de dinero, que después me devolvían con algo de interés. Ese era mi beneficio entre otras cosas. Yo puedo gastar todo lo que desee a mi antojo, pero no puedo disponer de una cantidad de efectivo tan grande, sin que el seboso se entere y tenga consecuencias. Y ahí es donde entras tú. Tu preciosidad de novia pretendía dejarte sin blanca, sabe del valor de tu negocio y de lo que has ido acumulando año tras año en acciones y demás. Pero le salió un poco mal la jugada. Primero pensaba casarse y después dejarte seco divorciándose. Ella estaba convencida de que estarías resistiéndote a mí hasta vuestro matrimonio o que si picabas seguirías adelante con la boda. Pretendía descubrir después todo el pastel, demostrándolo con las fotos que nos han ido haciendo en nuestros fugaces encuentros y otros que hubiera habido. Pero la sed primitiva que llevas dentro salió demasiado pronto. Ya se ha encargado esa loba de aletargar tu instinto natural durante todos estos años. Creo que tampoco llegaba a imaginarse mi poder. No soy tan lista como ellas, pero tengo experiencia y más sabe el diablo por viejo que por diablo. Ni pueden imaginar que esté contándote todo esto ahora y de mis planes contigo. Si continuamos con sus nuevos planes, te administraré una droga y me firmarás tu testamento dejando a Nerea todo tu patrimonio. Después llamaré por teléfono al personal cualificado de mi esposo para que te den una paliza, te metan en un coche y eliminen todas las pruebas. Y fin de la historia.

—¡Estoy jodido! ¡Maldita Nerea!

—La verdad es que sí, lo tienes complicado. Has cabreado bien a esa perra. Pese a su relación con Carolina, no soporta que la hayas traicionado haciéndole perder el control de la situación, y quiere vengarse hasta reducirte a cenizas. No tiene escrúpulos. Pero yo no soy una asesina. Sin embargo, si seguimos mi plan los dos saldremos ganando. Tú firmas el testamento y hacemos creer a esas dos que has muerto. Todo será falso, el informe de la policía, la autopsia, el notario, tengo muchos contactos que me deben unos cuantos favores. Y puedo conseguir algo más de dinero, para tenerlas entretenidas en su nuevo proyecto mientras piensan que la herencia está en trámite. Pero tú has de ayudarme a deshacerme de mi marido. La policía ya nos tiene vigilados y haremos que relacionen a Carolina y Nerea con él en algo grande. Y con suerte, lo mismo se eliminan unos a otros. He de librarme de ese apestoso sin implicarme. En más de una ocasión he intentado separarme, pero me tiene amenazada con quitarme a mi hijo y eso no podría soportarlo —por primera vez vi un signo de debilidad en sus ojos—. Si estás a mi lado, no morirás, nos quitaremos de encima a mi marido y con suerte a esas dos, recuperarás todo lo tuyo y de cuando en cuando podrás disfrutar de mí y de todo mi patrimonio. Pero es arriesgado y peligroso, sobre todo si me traicionas. Así que, tú decides.

Empezaba a sentirme cada vez más confuso. Seguía sintiendo que nada era lo que parecía. Dudaba si toda aquella historia era cierta, si por el contrario era otro juego de aquella mujer o un engaño para ayudarla a liberarse de su marido. Lo que sí parecía claro, es que de una u otra forma, mi testamento salía de allí firmado. Y que claramente no deseaba morir, así que su plan era la única opción posible que tenía al alcance de la mano en aquellos momentos. Por otro lado, había visto un rayo de debilidad en sus ojos, cuando mencionó a su hijo. ¿Pero cómo podía ayudarla a deshacerse de su  marido? ¿Qué precio tendría que pagar? ¿Cómo fiarme de ella con esa forma tan extraña de actuar? Tan pronto me provocaba y llevaba mi excitación hasta lo más alto, como me planteaba una decisión vital. ¿Qué tipo de locura era todo aquello?

Cuando conseguí apartarme de mis pensamiento, tuve consciencia de mi alrededor. Allí estaba Clara, de pie delante de mí. Completamente desnuda. Con su mirada profunda puesta en la mía. Esa mirada... Su figura terminó de devolverme a la realidad. Mi cuerpo empezó a reaccionar con rapidez liberado desde hace rato de toda ropa opresora. Cuando observe con atención cada curva de su cuerpo, mi respiración comenzó a acelerarse vertiginosamente. Clara sostenía en su mano derecha una navaja…

 

 

 

Arancha Ruiz Cañero

 


20. ¿Me lo explicas?

 

Rebeca llegó al piso donde se encontraba Montana. Hizo sonar el timbre y, tras esperar casi un minuto, la puerta se abrió. La estampa que contempló la dejó helada.

Montana estaba agarrado al picaporte y apenas se tenía en pie. En su rostro cruzaba una expresión de dolor.

Sin pensárselo, lo cogió por debajo de los brazos, lo ayudó a caminar y a tumbarse en la cama de la habitación que había al fondo del pasillo.

­—Gracias Rebeca —consiguió articular Montana mientras se recostaba.

—Estás hecho polvo. Voy a la farmacia. Necesitaré más cosas de las que pensaba.

Mientras iba por la calle se dio cuenta de que algo había cambiado dentro de ella. Por primera vez en su vida se daba de bruces con la cruda realidad de la vida. Le temblaba el cuerpo de la cabeza a los pies, pero sentía que tenía que actuar y hacer lo posible por esa persona que apenas conocía pero que necesitaba su ayuda.

Desinfectó las heridas, vendó con fuerza la zona de las costillas, calentó una sopa y le dio un calmante. Montana se quedó dormido mientras susurraba un «gracias» una vez más.

Rebeca lo observó durante un largo rato. Era guapo, le gustaba, pero en realidad se descubrió asustada. ¿En qué se había metido para acabar así?

Antes de irse le dejó una nota en la mesilla:

Esta tarde me paso a ver que tal vas.

De todas formas, si me necesitas, llámame.

Descansa.

Rebeca

 

************

 

Hacía un día radiante, pero ella por dentro sentía angustia, no sólo por Montana, también por ella. Se sentía de repente vacía y triste. ¿Qué había de valor en su vida? Discotecas, ligues de una noche, un trabajo de mierda, resacas todos los fines de semana. Ver a su potencial ligue tan maltrecho, de alguna forma, le había hecho poner los pies en la tierra y se acordó de sus padres. Decidió llamarles en cuanto tuviera un respiro. Los echaba de menos.

Sin darse cuenta sus pasos la llevaron hasta el gimnasio. Entró y se tropezó con Marisa.

—¡Pero bueno Rebeca! ¿Tú no estabas enferma? ¡Jesús, vaya cara que tienes! Tú no te encuentras bien. ¿Por qué has venido?

—Ya me encuentro mejor, me debió de sentar algo mal anoche. No te preocupes, Marisa. ¿Cómo va la mañana?

—Pues muy tranquila, hija. De los habituales de los lunes sólo han venido los de las maquinetas esas de ahí adentro. De los demás nada, ni rastro. He hecho la ronda en la mitad de tiempo que de normal, así que me queda tiempo para un café. ¿Quieres uno?

Terminó su turno y salió en dirección al piso de Luis. Él abrió la puerta.

—Hola Rebeca, pasa. Parece que se encuentra mejor, gracias por tu ayuda.

Cuando entró en la habitación se encontró a un Montana sonriente, con ojos adormecidos.

—¿Cómo te encuentras? ¿Te duele mucho?

—Un poco, pero me encuentro mucho mejor. Tienes unas manos prodigiosas. No sé como voy a pagarte lo que has hecho por mí.

Rebeca lo miró con ternura, y se dio cuenta de que era ella quien tenía que agradecer algo.

—Para mí ha sido un placer haber podido ayudar.

Hubo un silencio intenso, la habitación se llenó de algo mágico, sus miradas se tocaron.

—Rebeca, tengo que contarte algo.

 

                               ************

 

Jorge abrió los ojos. Le costó enfocar y reconocer donde se encontraba. Quiso moverse pero no podía. Tenía el cuerpo dormido y muchas ganas de vomitar. Empezó a recordar. No era una pesadilla. Todo había pasado de verdad.

Primero los besos con Carolina seguido del brindis y el trago de cerveza. Después muchas voces, la cara de Carolina acercándose a él y la silla en la que seguía sentado y atado.

Estaba solo. No entendía nada. ¿Carolina? ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba?

Le empezó a entrar el pánico y gritó con todas sus fuerzas su nombre.

¿Carolina lo había llevado allí? ¿Por qué? ¿Le había pasado algo también a ella? No, ella parecía estar bien en su recuerdo.

Intentó calmarse. Respiró hondo y empezó a estudiar sus ataduras.

Pudo mover una mano. Le hacía daño pero lo aguantó.

A base de mucho esfuerzo pudo aflojar la cuerda y soltarse. Las piernas no le respondían. Buscó el móvil. No lo llevaba encima.

Analizó el lugar dónde se encontraba. En un rincón vio una bolsa. Se tiró al suelo y, como pudo, comenzó a arrastrase, con silla incluida, hasta que pudo alcanzarla.

Encontró su móvil junto a otros objetos. Marcó el número de su hijo.

—Hola, papá.

—¡Hijo, necesito ayuda!

La puerta se abrió. Jorge guardó su móvil de forma atropellada apagándolo y simuló que su mano seguía atada.

Carolina cerró la puerta muy despacio mientras lo miraba. Se acercó y le dijo al oído:

—Jorge, tranquilo, te voy a sacar de aquí. Haz todo lo que yo te diga por favor. Te lo explicaré.

Lo levantó y volvió a colocarlo en su sitio con rapidez.

Volvió a abrirse la puerta y entró Nerea muy seria.

—¿Y los otros?

—No lo se, Nerea. Algo está saliendo mal.

—¿Saliendo mal? ¡Nada está saliendo bien!

Nerea cogió su móvil y salió del trastero dando un portazo.

Carolina desató la otra mano y las piernas de Jorge y le dijo que esperara, que no se moviera y que no hiciera ningún ruido. Lo dejó solo.

Jorge mantuvo la respiración. Sudaba por todo el cuerpo y le dolía la cabeza.

Oyó un coche que arrancaba y volvió a abrirse la puerta.

—¡Rápido Jorge! ¡Vamos!

Cogió la mano de Carolina y salieron corriendo de allí.

Estaba oscureciendo. No se veía muy bien. Jorge cayó al suelo.

—¡Vamos cariño! Tenemos que alejarnos de aquí. Corremos peligro.

Reuniendo toda la fuerza que pudo, volvió a ponerse en pie y, dando tumbos, siguió a Carolina.

No pensaba, no quería pensar. Sencillamente se dejó llevar, no tenía fuerzas. ¿Podía confiar en ella?

Atravesaron una arboleda, cruzaron una acequia, rodearon una colina. Cuando la noche lo cubrió todo, llegaron a una caseta de pastores.

Se derrumbaron sobre el suelo arenoso.

—¿Me lo explicas?

Carolina lo miró en la penumbra. Sus ojos comenzaron a mojarse. No le salían las palabras. Lo abrazó y empezó a llorar.

 

************

 

Mirando al techo, Rebeca repasaba palabra por palabra el relato de Montana. En su cabeza resonaban los nombres de Mirka, Pavel, “La Señora”, el pez gordo y los búlgaros.

Triste historia la de Montana. Triste vida la de Mirka. Y ella, estaba realmente deprimida. Si alguna vez tuvo alguna esperanza de que su relación con Montana tuviera un final feliz, esa noche se había desvanecido. Mirka era el amor de Montana, y dejó claro que no iba a descansar hasta dar con ella.

Se sintió estúpida y tonta. Pero en el fondo sabía que había hecho lo correcto. Ese chico la conmovía, le atraía de una forma que nunca había experimentado. Decidió que pasaría a verlo temprano, antes de ir al trabajo. Quería asegurarse de que se recuperaba sin complicaciones.

Sonó un pitido en el móvil. Mensaje.

“Buenas noches, Rebeca. Eres mi ángel”.

Su corazón se aceleró.

“Buenas noches, Montana. Mañana te veo”.

Se levantó a beber agua. Estaba excitada, eufórica. Pasó por el espejo del pasillo y se miró.

—Rebeca, deja de sonreír, no seas idiota, ese chico no es para ti. Quiere a otra —pensó.

Se metió en la cama e intentó dormir. Pero no pudo.

 

************

 

—Hijo, tranquilo. Estoy bien.

—Papá, ¿dónde estás? ¿Qué pasa? He avisado a la policía, vamos siguiendo la señal de tu móvil.

—No se donde estoy. He salido de donde me retenían, pero no tengo ni idea de donde me encuentro.

—¡Cuelga! —gritó Carolina.— ¡Cuelga por favor!­

­­Al ver la cara de desesperación de Carolina, Jorge colgó el teléfono.

—Ahora voy a tener que contarte todo muy deprisa, antes de que llegue la policía, porque no quiero que me encuentren.

—Soy todo oídos.

Carolina cogió aire, se secó las lágrimas y miró a Jorge.

—Tenía apuros económicos y no quería pedir dinero a mis padres otra vez. En el gimnasio conocí a Nerea. Nos hicimos amigas. Le conté lo que me pasaba y me propuso dinero rápido y fácil. Acepté sin pensarlo demasiado, pero pronto me di cuenta de que me había metido en terreno peligroso. Llevo varios meses muerta de miedo. A Nerea le tengo verdadero pánico, por eso hago todo lo que me pide. Se ha adueñado de mi vida. Estoy acorralada. Me encuentro en un callejón sin  salida. Sólo los momentos que he pasado contigo han conseguido alejarme de toda esta pesadilla. Pero como has podido comprobar, todo se ha estropeado. He tenido que involucrarte a ti también. Tú, que no te mereces todo esto. Lo siento Jorge. Espero que algún día me puedas perdonar. Ahora tengo que marcharme antes de que te localicen. No puedo hablar con la policía.

—Espera Carolina, seguro que la policía puede hacer algo.

Carolina negó con la cabeza y, acercándose a Jorge, le regaló un dulce beso.

—Has sido lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo. Siento haberlo estropeado.

—¿Dónde vas a ir? ¿Dónde te puedo encontrar? —dijo Jorge con la voz quebrada.

—Si sobrevivo, sabrás de mí. Te quiero.

Salió sin mirar atrás.

Y allí se quedó Jorge, pensando en las veces que había rozado el cielo y el infierno en un solo día.

 

************

 

—Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

—¡Cuéntame otro Mirka, por favor!

—No Mario, ya es tarde. Hora de dormir.

—Vale —protestó el pequeño—. ¿Mañana me contarás otro?

—¡Pues claro que sí! Buenas noches peque.

—Buenas noches Mirka. No te vayas nunca.

Mirka se paró en la puerta, lo miró y le dijo.

—No me iré nunca.

 

************

 

Se levantó temprano. Incluso se sorprendió ella misma de que no le hubiera costado ningún esfuerzo. Estaba deseando volver a ver a Montana, aunque sabía de sobras que sus esperanzas tenían periodo de caducidad.

Se duchó y arregló a una velocidad supersónica. Tomó un café y salió disparada por la puerta.

Llegó al piso de Luis con sobrealiento. Llamó y la espera le pareció una eternidad.

—Buenos días Luis. Perdona que te haya levantado de la cama. Vengo a ver al enfermo.

Luis se apartó para dejarla pasar y, cuando estaba cerrando la puerta, oyó a Rebeca que decía:

—¿Dónde está Montana?

 

 

 

Pilar Gonzalvo Val

 

 


21. Dios nos cría, el aire nos amontona.

 

La cabeza de Mirka maquinaba a mil por hora. La pequeña chica apaleada se estaba transformando en algo que ni ella misma alcanzaba a darse cuenta. Nada mas acostar a Mario salió de la casa del extraño matrimonio. Al gordo se le oía roncar desde el pasillo y su hedor se hacía sentir desde fuera. “La Señora” no estaba, estaría metida en alguna de sus trápalas. Sin hacer ruido salió de la casa, colocó una zapatilla impidiendo que la puerta se cerrara para poder entrar y cogió un taxi con rumbo al piso compartido de Montana.

Cuando su amigo abrió la puerta y la vio se quedo ojiplático, y ella entró al piso sin esperar a que le dieran permiso.

Al verlo  magullado y dolorido volvió a convertirse en la pequeña Mirka.

—Montana, cariño. ¿Qué demonios…?

—Mirka, ¿qué haces aquí? ¿Cómo es posible?

Sacó fuerzas de donde no las tenía y se incorporó a pesar de los dolores, fundiéndose en un abrazo que les pareció eterno.

—Montana, las cosas han girado por completo. Entregué al niño y…

—Tu primo está alimentando peces.

—¡¿Qué dices?!

—Los sicarios de “Baby Face” me encontraron con Pavel y cumplieron órdenes. Estar aquí ahora es todo un milagro.

—Maldito gordo bastardo. Primero fue mi prima, ahora al desgraciado de Pavel. Tenemos que hacer que lo pague. Ahora estoy en situación de ventaja. Soy la protegida de “La Señora”, sólo tenemos que jugar bien nuestras cartas. Llévame a casa de Pavel, recogemos el dinero y algo con lo que defendernos y regreso a su casa.

 

************

 

Ya se oían las sirenas de la policía y Jorge pensaba que todo acababa. Carolina desapareció como por arte de magia en la oscuridad y él, en medio de unas oscuras y siniestras calles de polígono, fue invadido por las dudas. En tan poco tiempo iba a estar involucrado en otro lío con la policía. Recordó que su hijo se guiaba por la señal de su móvil y entonces decidió quitar la batería. Desconectó la tarjeta SIM y se volvió a ocultar en la oscuridad.

 

************

 

—He perdido la señal GPS, Jota. Hemos perdido a tu padre.

—¡Tiene que estar cerca, cojones! ¡Vamos a encontrarlo!

Recorrieron toda la zona pero Jorge, amparado por la oscuridad, se ocultaba, y huía en dirección contraria a las sirenas y las luces.

 

************

 

La navaja cortó las ataduras de las cuerdas que oprimían a Sergio. Éste agarró con fuerza cada una de las nalgas de Clara y la atrajo hacia él como atraen los carroñeros la carne hacia sus fauces.

Ella no opuso resistencia y se sentó a horcajadas sobre sus muslos sin soltar la navaja de la mano.

—Está bien Clara, siento que otra vez estoy en tus manos.

Hundió su cabeza entre las perfectas tetas y no alcanzó a ver la cara de satisfacción de su compañera. Ese rostro que refleja la costumbre de salirse siempre con la suya. De un plumazo tenía un nuevo capricho sexual, que iría a juego perfectamente con la nueva polaquita que tenía en casa. Y encima Sergio iba a ser una pieza fundamental para librarse de Venancio. Tiró la navaja, relajó el cuello y simplemente se dejó hacer. Tenía al chico en sus manos y sus socias nunca sabrían la verdad, y si se enterasen seguro que sería demasiado tarde para ellas.

El elixir que hace un momento lamía de su pezón relajó sólo algunas partes del cuerpo, otras estaban como nunca las había sentido. Y mientras agarraba fuertemente su espalda, las nalgas comenzaron a dar embestidas. A cada una de ellas Clara más sonreía, más dulce le sabía el triunfo.

 

************

 

Jorge seguía corriendo en la oscuridad por esos solitarios caminos. Hacía ya un rato que no se oían las sirenas ni las luces de la policía cuando se dio cuenta de que a lo lejos se intuía el ruido del motor de un coche. Vio un Mini rojo a toda velocidad que aceleraba cada vez más hacia él.

El coche comenzó a darle ráfagas de luz, tropezó y cayó de bruces contra el suelo pedregoso.

Una joven desconocida salió de la puerta del copiloto. Su rostro cambió cuando vio quien era el conductor. Se trataba del camello del gimnasio, ese que le envió a casa de “La Señora” para que llevara ese maldito paquete al desgraciado con el que había estado atado momentos antes en el almacén.

—Hombre, a este señor lo conozco. Tranquila Mirka, es uno de los recaderos de “La Señora”. ¡Qué casualidad encontrarte aquí!

—No creo en las casualidades. Ya me has encontrado.

—No te estaba buscando, desgraciado. ¿De quién huyes?

—De tu jefa, de la policía….

—Dios nos cría, y el aire nos amontona. Has tenido suerte de que te encontráramos nosotros primero.

—Por favor, no me delates. No me lleves con ellas. No sabéis de lo que son capaces.

—Me da la sensación de que aún necesitas sacarte un dinero extra y por el miedo de tus ojos estás metido en algo gordo. Creo que vamos a poder ayudarnos mutuamente. Vamos a dejar a Mirka y te vienes conmigo.

 

************

 

Clara abandonaba el sucio almacén con su nuevo juguete de la mano. Ahora tenía trabajo: unas cuantas llamadas para hacer desaparecer a su nueva adquisición. Poco a poco las piezas de su plan iban casando unas con otras. Atrás dejaban el almacén vacio.

«Cuando la bruja de Nerea regrese va a arder Troya», pensaba. Y para ese momento ya esperaba estar al amparo de “Baby Face” y sus secuaces en la paz de su mansión.

 

************

 

El Mini rojo llegaba a toda velocidad hasta la puerta de la casa de “La Señora”. Jorge tembló como un niño al acercarse de nuevo a la casa en la que comenzaron sus problemas.

—Montana, déjame aquí, tengo que entrar corriendo antes de que descubran que no estoy. No quiero que las luces del coche llamen la atención del servicio y me vean entrar.

—Ten mucho cuidado Mirka. Estaremos en contacto en todo momento, no arriesgues más de lo necesario y no dejes que te toque el gordo.

Mirka salió del coche a toda velocidad con los zapatos en la mano, saltó la valla del jardín y se coló sigilosamente como un gato. Montana aceleró el Mini y entonces se cruzó con un deportivo negro que aminoraba el paso.

Conducía Clara y alguien ocupaba en el asiento del copiloto. Jorge conoció al acompañante y un escalofrío recorrió su espalda. «Será mejor mantener la boca cerrada», pensó. Aquí todo el mundo guarda cartuchos y el no iba a ser menos.

 

************

 

Mirka entraba por la cocina cuando el coche de “La Señora” abría la puerta automática, justo cuando se escuchó gritar por el pasillo…

—¿Quién anda ahí?

 

 

Eduardo Comín Diarte


22. Pacto desesperado.

 

A Nerea, tan caótica y obsesivamente ordenada, no le gustaba dejar cabos sueltos en ninguna de las facetas de su vida: un perfecto trabajo de día, un perfecto novio desde hacía doce años, y una ambición creciente que la estaba convirtiendo de forma acelerada en una bomba de relojería al poseer una nueva droga de diseño que iba a arrasar entre la juventud. Necesitaba tener el control de la situación y en esta última noche lo había perdido por completo. Sergio había puesto fin a su relación, así que se iba al traste su plan de dejarlo limpio tras la boda y emplear toda la pasta que le pensaba sacar tras el divorcio en producir en cantidades industriales el NC.

Así habían bautizado junto con su cómplice, socia y amante, Carolina, su nueva droga de diseño que tras años de investigación con animales, la veterinaria había conseguido afinar tanto que sus efectos eran impresionantes. Después llegó la prueba en humanos, y los resultados fueron tremendos. Mediante Clara, habían accedido al círculo de Venancio y sus propios hombres pasaban la mercancía a los pequeños camellos de barrio y discoteca, y así hasta el consumidor.

NC, de Nerea y Carolina, se había convertido en las últimas semanas en la sustancia de moda, y el mundillo del narco estaba expectante porque nadie sabía de donde procedía ese producto, ni quién estaba detrás de él. Era el momento de conseguir dinero de verdad, de producir a gran escala, de montar una red de distribución propia, de blanquear dinero y retirarse de la vida pública a vivir de las rentas. Desactivar sus múltiples tapaderas y crear otras nuevas, pero esta vez no de la clase media-trabajadora. Era el momento de instalarse en la esfera más alta de la sociedad. Pero para eso necesitaba cerrar algún que otro asunto…

Cuando comprobó que Sergio, Clara, Carolina y Jorge habían desaparecido sin dejar rastro montó en cólera. Su pequeño ejército de marionetas se había esfumado. Tres de ellos eran totalmente prescindibles, auque controlados dormiría más tranquila. Si desaparecían definitivamente tampoco le iba a quitar el sueño. Pero Carolina era diferente… Llevaban media vida juntas, la amaba. Además de ser la creadora de la droga y de poder arruinarle el negocio. Su traición era imperdonable.

Algo tendría que hacer… ¿Pero el qué? Necesitaba ayuda. Estaba desesperada, y aunque parecía una locura era su última baza. Se iba a jugar el todo por el todo. Concertaría una cita con él, no había otra salida…

 

************

 

Clara se apresuró a ocultar a Sergio en una de las habitaciones del sótano dispuestas para el servicio. Si alguien preguntaba debía decir que era el nuevo jardinero, aunque “La Señora” le había prometido sacarlo de allí a la mañana siguiente.

Se disponía a dirigirse a su lujosa habitación cuando al acceder por las escaleras a la segunda planta de la mansión, donde se encontraban las alcobas, escuchó:

—¿Quién anda ahí?

La voz de Venancio sonó amenazante.

—Soy yo, Mirka. He bajado a tomar el aire al jardín. No podía dormir…

Venancio relajó el gesto y se aproximó a la polaca, acariciando su carita angelical con su sebosa mano.

—Ya sabes que es lo mejor para relajarse, y poder dormir después —dijo en un sucio y morboso tono.

En ese instante Clara interrumpió la escena haciendo como que llegaba en ese momento, y salvando así momentáneamente a Mirka de una sesión de sexo con aquel mastodonte.

—Una valeriana es lo mejor. Eso, o beber hasta perder el sentido. Venga, todos a la cama.

Ambos se sorprendieron de su aparición, subiendo por las escaleras.

—Y tú, ¿de dónde coño vienes a estas horas?

—Cariño, hace muchos años que ambos nos ahorramos las explicaciones. Nos va mejor así, no me montes una escena a estas alturas. Mirka, cielo, a tu habitación, descansa preciosa.

La joven sonrió y rápidamente se escabulló dejando al matrimonio en plena conversación. Al final, la jugada le había salido bien. Seguía allí, dentro de la mansión, contaba con el favor de “La Señora” y tenía totalmente accesible al gordo de Venancio, al que un día, cuando tuviera un plan de escape con Montana organizado, haría pagar por todo lo que le había hecho sufrir. Su determinación era clara. Mientras tanto, sería la sumisa niñera de Mario, al que adoraba, y de vez en cuando accedería a alguno de los juegos eróticos que la anfitriona le propusiera para tenerla enganchada. Eso sí, cuanto más pudiera evitar a su marido, mejor.

—Y tú, ¿dónde vas tan temprano? Casi no ha amanecido…

—Me acaban de llamar. El negocio se está desplomando. Voy a mi despacho a hablar con los chicos. Algo nuevo nos está arruinando, NC lo llaman. Voy a enterarme de qué demonios es eso y a ponerle solución cuanto antes.

 

************

 

Luis se disponía a prepararse un suculento desayuno a base de tostadas, untadas con mantequilla y mermelada, un yogur con avena que animaba su tránsito intestinal, acompañados de zumo natural de naranjas recién exprimidas y café con leche. El desayuno continental estaba listo cuando la puerta del apartamento se abrió y junto a Montana apareció un hombre de mayor edad con cara de haber pasado la peor noche de su vida. Tras las oportunas presentaciones Montana acompañó a su huésped hasta el salón y rápidamente se dispusieron a conversar tras unas enormes tazas de café.

—La situación está jodida. No sé que coño has hecho pero en tus ojos veo el miedo del que sabe que está en problemas de los gordos. De momento puedes quedarte aquí si no te apetece volver por casa. Supongo que si te buscan será donde primero vayan, así que ahora vamos a descansar y esta tarde urdiremos un plan. Sé que conoces a “La Señora”, porque fui yo quién te envié a ella. Y necesitaré a alguien que me ayude a hacer desaparecer al cerdo de su marido. El otro día por poco me matan sus secuaces búlgaros. Estoy vivo de milagro. Y además pagará por todo el daño que ha causado a Mirka. Eso no se lo voy a perdonar. Todavía no sé qué papel vas a jugar tú en todo esto pero soy un tío leal. Si nos quitamos de en medio a ese asqueroso tendremos una oportunidad. Podré escapar con Mirka y emprender una nueva vida, lejos, diferente, legal. Supongo que “Baby Face” está también detrás de tus problemas.

—En realidad no es él quien me atormenta. Ni siquiera sé a quién debo temer. “La Señora” estaba allí, y Carolina, pero llamaban jefa a una tal Nerea. No sé quién es, ni a qué se dedican esas tres, pero me han arruinado la vida. No sé qué hacer, ni a donde ir.

—Bueno tío, ahora descansa. Cuando despiertes hablamos. Algo tenemos que hacer, no vamos a estar huyendo de por vida.

—No soy ese tipo de hombre… No sé que esperas de mí.

—De momento nada. Ya veremos más adelante.

 

************

 

Después de toda la noche rastreando el GPS de su padre, y tras una nueva colaboración con la policía, Jota llegaba a casa exhausto. Había perdido de nuevo a ese hombre que últimamente se había convertido en un auténtico desconocido para él. Era imposible reconocer a aquel arquitecto, maduro y sereno que tras la pérdida de su madre se había volcado en él, en ayudarle en sus estudios, en encargarse del abuelo. Ese hombre bueno que se volcó tanto en su hijo y en su padre que olvidó que para mantener su nivel de vida debía trabajar. Tardó en entregar varios trabajos y perdió a sus mejores clientes. Y ahora, tras tener arreglados sus temas personales que tanto le obsesionaban, con su hijo licenciado y su padre conviviendo con él, había empezado a volver al mundillo laboral con cierto auge recuperando el buen nombre que tras una vida dedicada se había labrado entre fascinantes y funcionales diseños. Justamente ahora aparecía todo este embrollo.

Tras una ducha rápida se acostó. Necesitaba descansar un par de horas para seguir tras el almuerzo con la búsqueda. Por la tarde se acercaría hasta la comisaría donde colaboraba a veces para averiguar si había alguna novedad.

No habían pasado ni diez minutos cuando el timbre del piso sonó. Aturdido llegó hasta la mirilla y vio a una joven cubierta por una gorra negra que lucía el logo de una importante marca de ropa deportiva en rosa, gafas de sol enormes y pañuelo al cuello. Era imposible reconocerla.

—¿Quién eres?

—Jota, ábreme —dijo con una sigilosa voz.

—Muéstrame quién eres.

La joven se sacó las gafas, desanudó el pañuelo y se descubrió la melena rubia, que cayó sedosa sobre sus hombros. Los cerrojos de la puerta se movieron estrepitosamente.

—Joder Carolina, pasa. ¿Dónde vas en plan agente secreto?

La joven entró.

—Verás, yo…

—¿Dónde cojones está mi padre? ¿Qué sabes de él? —interrumpió bruscamente el anfitrión una vez cerró la puerta de entrada.

—No lo sé. Jota, he venido buscando ayuda, no sé a dónde ir. No llames a la policía, por favor. Juntos podremos arreglar todo este lío. Te necesito.

—¡Joder Carolina! Colaboro con la policía, llevamos toda la noche buscándole. ¿Cómo no voy a llamarles? ¡Cuéntame que sabes!

—Te contaré todo, desde el principio. Pero tienes que prometerme que una vez recuperemos a tu padre, me dejarás marchar. Sin cargos, sin denuncias, y sin rencores. Lo importante es encontrar a Jorge.

—Accedo con una única condición.

—Dime.

—Una vez que mi padre esté a salvo te dejaré marchar como tú dices. Pero será la última vez que lo verás. Desde que apareciste en su vida no le has traído mas que problemas. No sé qué líos os lleváis entre manos, pero no quiero que vuelvas a aparecer por nuestras vidas nunca más. ¿Entendido?

—Jota, pero es que yo amo a tu padre.

—Esa es mi condición. Si realmente lo quieres, apártate de él. Déjanos en paz.

—No sé si podré…

—O eso, o a comisaría. Tú decides bonita.

Tras unos segundos de duda, y con unas incipientes lágrimas en los ojos, Carolina ofreció su mano derecha a modo de sellar el pacto que le ofreciera la posibilidad de encontrar a Jorge.

Jota estrechó la fina mano de la joven, que rompió a llorar. La atrajo hacia él, e intento calmar su pesar.

—Ahora tranquilízate. Todo va a salir bien. Estoy muy bien considerado dentro de las fuerzas del estado y tengo varios contactos a los que recurrir. Pero necesito que me des toda la información. Cuéntame preciosa…

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Venancio no paraba de dar vueltas por su lujoso despacho. Los gritos e improperios que salían por su boca mantenían a los bárbaros secuaces búlgaros como sumisos cachorros cabizbajos. La situación se estaba descontrolando. Había pagado mucho dinero por la coca que ahora no podía colocar en el mercado, ansioso y saturado de NC.

—¡Atajo de inútiles! ¡Quiero que me traigáis a este despacho al hijo de puta que está metiendo esa mierda! ¡Nos la estamos jugando pero bien!

Los búlgaros no sabían muy bien cómo reaccionar. No se atrevían a contestar, ni sabían que respuesta dar, ni si la reunión con el jefe del clan había finalizado.

—¡Me cago en vuestra puta vida! —ante la inacción de su pequeño ejercito—. ¡Haced lo que os he dicho, joder! ¡Lo quiero aquí en veinticuatro horas! ¡Hay que solucionar esto antes del próximo fin de semana, si no estamos jodidos!

En ese momento el teléfono sonó. Los guardianes de “Baby Face” se detuvieron justo en el instante que iban a abandonar el despacho al ver el gesto de su jefe que con el brazo les hacía un ademán para que se detuvieran mientras descolgaba el auricular.

—¿Quién cojones es?

Su interlocutor pronunciaba unas palabras inaudibles para ellos pero que reflejaban en el rostro de Venancio una perplejidad tal, que por primera vez pudieron ver completamente abiertos los ojos del gordinflón, medio cerrados de costumbre a consecuencia de la grasa acumulada en sus párpados.

—¿Qué el creador del NC está aquí? ¡Qué suba inmediatamente!

Tras colgar el auricular, y con otro ademán, rápidamente tuvo a los búlgaros en formación ante la inminente llegada del que suponía sería un hombre despiadado y temible. Tras unos segundos de silencio, pronto se oyeron los pasos que se acercaban tras la puerta, que lentamente se abrió y tras otro de sus secuaces caucásico que flanqueó la misma, apareció la fina figura de Nerea.

Venancio relajó un poco el gesto, aunque sus secuaces no desistieron en su pose intimidatoria. Tras la enorme mesa de su despacho la observó en silencio unos segundos. Era esbelta, con un pelo moreno natural recogido en una improvisada coleta y con un llamativo flequillo que ocultaba parte de sus perfiladas cejas. Su nariz era respingona y su boca invitaba al pecado, pero sus ojos le impactaron: enormes, verdes, despiertos, audaces, sugerentes, furiosos.

Se sintió seguro, con otro gesto sus escoltas desaparecieron dejándolos solos.

—Y bien… —rompió el tenso silencio.

—Soy Nerea. Vengo a negociar contigo. Podemos llegar a un acuerdo satisfactorio para ambas partes.

—¿Tienes la poca decencia de venir a mi despacho, tú sola, y creerte que tienes la sartén por el mango? Explícame por qué no debería matarte ahora mismo y acabar con esto rápidamente.

—Porque yo no compro el NC y lo distribuyo… Yo lo fabrico, soy su creadora. Y ganarás mucho más tiempo y dinero si sigues mi juego.

—Antes de nada. ¿Qué gano yo?

—La fórmula del NC. Para ti. Podrás producir todo el que quieras. No te será difícil distribuirla con la red que ya tienes montada. Eso sí, me reservo el cincuenta por ciento del beneficio.

—Es un alto porcentaje para sólo aportar la fórmula. Tarde o temprano la averiguaré, cuento con laboratorios de producción que pronto descubrirán cuales son sus compuestos.

—Eso te retrasaría bastante. Puede que para entonces tu negocio con la coca haya quebrado. Mi gente está ampliando el mercado, podemos saturarlo a corto plazo con un muy bajo coste y hacer que la gente se olvide del polvito blanco. Será tu ruina —era el momento de jugarse el farol que se reservaba.

—Puede ser… ¿y yo qué tendré que hacer para conseguirlo?

—Muy sencillo. Solamente te pido que encuentres y hagas desaparecer a cuatro personas.

—¿Simplemente? ¿Y por qué no contratas a cualquier matón que te haga el trabajo?

—Porque una de ellas es tu esposa. Prefiero que seas tú quien solucione los problemas en su casa.

Venancio no cambió el gesto. Aunque estaba sorprendido por el desparpajo y la osadía de aquella joven. Se preparó un vaso con bourbon, se reclinó en el butacón y saboreo lentamente el whisky.

—¿Me pides que mate a mi mujer?

—Si tú no lo haces tendré que hacerlo yo. Me ha traicionado. Ella era mi mano derecha en todo esto. Siento decirte esto, pero lleva mucho tiempo conspirando contra ti. Puede incluso que ella haya ordenado que te eliminen. Piénsalo… Y todo por salvar el pellejo de mi ex, con el que por cierto te la está pegando pero bien.

—Dame la lista completa, una hora y te daré una respuesta.

—Sergio Almeida, Jorge Guardiola, Carolina Campillo y Clara Silva. A Carolina la necesito viva antes de eliminarla. Tengo que obtener una valiosa información, así que especifícaselo a tus perros de presa, no la vayan a cagar y nos arruinen el negocio.

—Descuida, veo que es un trabajo delicado. Pero cuento con el mejor.

Venancio ya había tomado una decisión. Descolgó el auricular y habló con otro de sus secuaces.

—Llama a “Il Capo”. Que venga inmediatamente, tenemos un trabajo para él.

 

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En Sicilia el despiadado Luca Antonelli descolgaba el teléfono.

—Il Capo al aparato…

 

 

David Garcés Zalaya


23. Luca Antonelli.

 

—Hola Luca, soy Venancio.

—Hola Venancio. “¿Come stai?” ¿A qué debo tu llamada? —contestó con una voz ronca y un fuerte acento italiano.

—Necesito que vengas a España. Mejor hablamos los detalles en persona, no me fío de los teléfonos. No te preocupes pagaré bien.

 

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El NC corría por la calles como el agua. Se había extendido por la ciudad y pronto lo haría por el país, por el mundo entero. La policía estaba tras la pista.

Carolina le habló a Jota sobre la trama que había montado con Nerea pero omitió deliberadamente algunos detalles como que ella era la mano derecha de Nerea en la creación del NC, aunque si le dejó claro que la estaba obligando a trabajar para ella. Le habló de “Baby Face” y “La Señora”, así como de los encuentros con su padre en la sauna.

La policía sabía que en aquel gimnasio podría estar la clave del asunto. Jota ahora lo tenía claro.

—¡Dios mío Carolina, lo que me cuentas es muy grave! La policía lleva meses trabajando en esto y tú me lo desvelas todo de un plumazo. ¿Cómo quieres que no lo cuente en comisaría?

—Me has prometido que no lo harías. Yo no volveré a ver a tu padre. ¡Cumple tu parte del trato!

 

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Mientras, en el aeropuerto, la megafonía anunciaba la llegada del vuelo procedente de Palermo.

Mezclado entre el pasaje que descendía del avión caminaba un hombre más bien alto de unos cuarenta y pocos años. Delgado, de cara enjuta y nariz aguileña, lucía un más que cuidado bigote fino partido en dos al estilo de Clark Gable en “Lo que el viento se llevó”. Bien peinado hacia atrás  y engominado, vestía un traje oscuro con camisa blanca y un fino corbatín negro. Unos impolutos y brillantes zapatos italianos negros completaban su vestimenta. Portaba un pequeño maletín de mano.

Parecía un alto ejecutivo de una gran multinacional, aunque en cierto modo recordaba a un auténtico mafioso sacado de los oscuros años de la ley seca de Chicago. La gran diferencia con los gángsters de aquellos tiempos era que en la etiqueta de su traje se podía leer “Giorgio Armani”.

Miembro importante de la familia Siciliana, Luca Antonelli, se caracterizaba por ser un asesino de guante blanco, despiadado y muy profesional. Nunca dejaba pistas que lo pudieran incriminar ni a él ni por supuesto a quién le hubiera encargado el trabajo. No le gustaba mancharse las manos con la sangre de sus víctimas. Su método favorito era un disparo de precisión desde la distancia de manera que le diera tiempo a poder desaparecer con la misma tranquilidad con la que había llegado. También usaba otros métodos sutiles como el envenenamiento o aquello de provocar desgraciados y fortuitos accidentes a las personas que le habían encomendado eliminar.

Llevaba siempre consigo un maletín en el que guardaba su arma. La llevaba completamente desmontada en una veintena de piezas, incluso la mira telescópica con las ópticas desmontadas. La culata era plegable también. De esta forma era capaz de llevar su rifle incluso cuando debía de pasar un escáner. Los funcionarios no asociaban aquello con un arma, más bien parecía algún tipo de aparato ortopédico. Una vez en su destino sólo debía de comprar las balas.

Venancio había conocido a Luca durante una pasada estancia en Italia. Cuando comenzó con el negocio de coches de lujo pasó una temporada en aquel país tratando con fábricas y grandes distribuidores de vehículos. Pronto descubrió que había formas más fáciles de ganar dinero. Al principio conseguiría coches nuevos y seminuevos a muy bajos precios gracias a “la familia”, enseguida la colaboración se extendería a otro tipo de mercancías.

En sus comienzos como traficante se apoyó mucho en  la mafia siciliana. Aquella relación terminó sin más. Venancio creció y consiguió contactos directos con mafias colombianas. Incluso había llegado a tener laboratorios clandestinos. Nunca tuvo claro como se había tomado el padrino la ruptura unilateral. Habló con él para explicarle porque no les compraría más cocaína y no le pareció que le guardara rencor alguno.

Venancio había tenido conocimiento de varios trabajos de Luca y le había estremecido la profesionalidad de este hombre. De hecho había contratado sus servicios en una ocasión hacía unos años. Era mucho más sutil que sus búlgaros. Aquel hombre le generaba un profundo respeto y por qué no decirlo, miedo. Podía hacer desaparecer a cualquier persona sin dejar pistas, incluso a él mismo.

Si Venancio le tenía temor a alguien era a la mafia siciliana y a sus propios contactos colombianos. Sabía que eran unos tipos muy peligrosos y que disponían de medios para poder eliminarle si se lo proponían. Ahora Nerea le ofrecía estar por encima de todos ellos, ser él el productor y ellos los compradores. Sin duda el negocio del siglo.

 

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—Buenos días Marisa —saludó Rebeca cuando la vio entrar al gimnasio a las ocho de la mañana para comenzar su jornada laboral.

—Te veo bien hoy, pareces recuperada —contestó con una sonrisa.

Rebeca se había levantado contenta aquel lunes. Montana estaba prácticamente curado de sus heridas gracias a sus cuidados. Esto le reconfortaba. Sabía que él estaba enamorado de Mirka, pero en el fondo de su corazón seguía albergando alguna esperanza.

Esperaba ver a la gente de todos los lunes: la señora madurita, el cincuentón que le gustaba a Marisa, la jovencita rubia,...

 

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Montana había hablado con Mirka por teléfono en un par de ocasiones. Sabía que ahora trabajaba y vivía en casa de “Baby Face”. No le había parecido buena idea que Mirka estuviera tan a tiro del baboso, pero lo bueno es que tendría información de primera mano para urdir un plan para poder acabar con él.

 

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El teléfono de Jota sonó, en la pantalla se podía leer la palabra “Papá”.

—¿Dónde estás? ¡Me tienes muy preocupado! —respondió.

—Estoy bien, no puedo volver a casa. Me están buscando. Estoy... —se quedó pensando por un instante— en casa de un amigo.

—Sé de que va el asunto. Carolina me lo ha explicado.

—¡Carolina!, ¡¿Cómo está?! —dijo sobresaltado.

—Está bien, no te preocupes por ella. ¿Quién es ese amigo tuyo?, creo que los conozco a todos.

—A este no, es un amigo nuevo.

A Jota no le gustó aquella contestación. Viendo en los líos en que se había metido su padre últimamente, una nueva amistad no le sonaba nada bien.

—¿Te encuentras bien de veras? —preguntó de nuevo—. He estado buscándote toda la noche con la policía.

—Podemos quedar a tomar una cerveza para que veas que no te miento.

—Está bien. Quedaremos en el centro.

 

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Nerea sabía que “Baby Face” cumpliría su parte del trato. Era un capo realmente peligroso al que nada ni nadie se le ponía por delante. Una vez quitados todos de en medio tenía que dar el último paso e intentar eliminarlo para ocupar su lugar, a fin de cuentas el nuevo NC era invención suya. No le costaría flirtear con él y seducirlo. «Sí, será la mejor forma de acercarse a él», pensó. Lo seduciría y haría que su muerte pareciera accidental, de esta forma ella se quedaría con todo el negocio, hasta con el concesionario de coches.

 

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Eran las once cuando en el gimnasio irrumpieron unos cuantos tipos armados ataviados con chalecos amarillos en los que se podía leer “POLICÍA”. Uno de ellos le mostró la placa a Rebeca que se quedó de piedra.

—Soy el teniente López de la brigada de narcóticos. Esto es una redada.

Lo que Carolina le había contado a Jota no había tenido nada que ver con la situación. La policía ya hacía semanas que vigilaba el gimnasio y la redada estaba prevista desde hacía tiempo, pero Jota debería de convencer a Carolina que sus revelaciones no habían tenido nada que ver, simplemente las cosas habían seguido su curso.

Rebeca veía como no paraban de entrar policías al gimnasio. El teniente López le enseño una orden judicial y le preguntó si disponía de copia de llaves para abrir las taquillas. Rebeca le contestó que estaba prohibido por política de la cadena.

—Está bien, no hay problema —le dijo mientras avisaba a uno de sus compañeros que enseguida trajo una palanca consigo—. Una lista de los propietarios de ellas sí que podrá darme.

—Sí, espere un segundo —dijo mientras imprimía el documento desde el ordenador.

El teniente López le estuvo haciendo preguntas sobre los pocos clientes que acudían los lunes. Sorprendentemente conocía los nombres de todos ellos. Le llamó especialmente la atención el gran interés que mostraba por la señora madura, llegó a pensar que estaba interesado en ella de otra forma que no fuera profesional. También insistía mucho en Montana.

Ninguna de las personas por las que preguntaba el teniente estaba en las instalaciones aquella mañana.

López habló después con Marisa quién le contó de las extrañas relaciones de Jorge y Carolina, así como cuando encontró a Clara tendida en la ducha de señoras con una herida en la cabeza. Marisa estaba en su salsa, por una vez parecía que sus chismorreos podrían resultar útiles.

Al poco tiempo el teniente López le dijo a Rebeca que se iban y que podían seguir con normalidad.

López no había encontrado lo que buscaba. Había abierto todas las taquillas pero no encontró nada ilegal dentro de ellas. Le hubiera gustado encontrar allí a Montana, tenía unas cuantas preguntas que hacerle.

 

************

 

En ese momento el tipo del traje de Armani llegaba a casa de “Baby Face”. Mirka lo vio entrar y le dio mala espina.

—A mis brazos “mio amico” —le dijo mientras le plantaba dos besos en las mejillas.

—Me alegra mucho ver que estás tan bien como siempre, Luca.

Después de las presentaciones pertinentes Venancio se llevó a Luca al despacho y le expuso el asunto. Aunque no conocía los hábitos ni direcciones de muchas de las víctimas, bueno de una de ellas sí...

—Toma asiento Luca. ¿Quieres beber algo?

—Whisky con hielo, “per favore”.

Lentamente sorbió un poco del licor, con parsimonia, disfrutando de aquel momento.

—¿Cual es ese trabajito que me trae a España? —preguntó Luca.

Venancio le dio la lista de nombres de las personas que debía de eliminar. En esa lista faltaba el de Clara. No sabía si lo había omitido porque en el fondo la quería o porque pensaba que podría deshacerse de ella él mismo. También le expuso que a Carolina no debía de matarla de inmediato, debía de esperar que él se lo confirmara.

—¿Tienes información de ellos?

—Sí, aquí está. Le entregó las fotos junto con unos pequeños dossieres que le había proporcionado Nerea. En ellos se exponían lugares frecuentados, pero no había direcciones.

—Te costarán setenta mil euros cada uno.

—Me parece un poco caro —replicó “Baby Face”.

—Lo tomas o lo dejas, espero que no me hayas hecho venir hasta aquí para nada. También puedes usar a los chapuceros de tus matones. La calidad se paga —dijo mientras se sonreía para sí mismo sabiendo que la comparación era desproporcionada.

—Está bien acepto, sé que eres el mejor.

 

************

 

Jorge estaba esperando en la barra de un bar del centro cuando vio entrar a Jota. Éste se acercó a él y pidió una cerveza.

—Sentémonos —le dijo Jota a su padre—. Te veo bien. Cuéntame en que líos te has metido por los que no puedes volver a casa.

—Tengo miedo de las chicas que me secuestraron en el minialmacén. Son las chicas del gimnasio. No me van a volver a ver el pelo por allí más. No estoy seguro si saben donde vivo pero no me puedo arriesgar a volver, sería el primer lugar donde me buscarían.

—Debemos buscarte un sitio donde alojarte. No me suena nada bien lo de ese nuevo amigo tuyo.

—¡¿Qué sabes de Carolina?! —le preguntó Jorge que ya no podía esperar más para mostrar su verdadera inquietud.

—No te preocupes por ella, está bien. Creo que no la vas a volver a ver...

Sin apenas terminar la frase, y ante la cara de decepción de su padre, Jota se mordió la lengua rematándola con un:

—O quizás sí. Te voy a hacer una propuesta firme. He hablado con el teniente López y quiere que colabores con la policía, en tu situación puede ser lo mejor.

 

 

Alberto Bello Ruiz




24. Aficionados y expertos.

 

Luca Antonelli no terminaba de decidir cómo iba a acabar con ese asqueroso inútil, pero sabía que iba a ser fácil.

El perfil que le había dado su capo de la mafia era bastante ajustado, pero había viajado con reservas, como buen profesional que vive al filo del éxito y el fracaso, y más aún cuando el fracaso podía significar treinta años a la sombra o, en el peor de los casos, terminar sus días en un oscuro sótano con un soplete de acetileno para sacarle toda la información de que dispusiera, sin dejar espacio a dudas u olvidos.

Nunca subestimaba a sus víctimas, ni muchos menos a sus clientes. Es el precio de operar al margen de la ley; la única justicia de la que disponía y en la que podía confiar era en la que él, su inteligencia, su sangre fría y su dinero le podían conseguir. Y, por supuesto, su fiel rifle de francotirador.

Aún estaba sorprendido y excitado por la ocasión inmejorable que la fortuna había tenido a bien depararle. Su objetivo, al que conocía y, como el Cid y los aragoneses, para quien había trabajado antes de ser contratado contra él, le había llamado para encargarle un trabajo.

El iluso aspirante a cadáver le contrataba por tres objetivos, tasados en setenta mil euros la pieza. Hojeaba las hojas con la información sobre ellos que Venancio le había pasado, a quien Nerea se la había facilitado, fingiendo interés, pero no tenía el más mínimo en matar a ninguna de esas personas.

Probablemente, el modus operandi del contratador sería el habitual, la mitad del dinero antes del trabajo, en metálico (un asesino necesita siempre llevar grandes cantidades de dinero en efectivo), y el resto después, ingresado de una cuenta opaca registrada en un paraíso fiscal, a otra, quizá en la misma ciudad o en otra del estilo. Ciudades ricas y poderosas que se erigían sobre riquezas acumuladas siempre de manera ilícita: políticos corruptos, narcotraficantes, señores de la guerra, asesinos… Pero que valían lo mismo que las que las personas honradas consiguen a base de esfuerzo y privaciones.

Se autocomplacía el siciliano pensando en que su presa le iba a soltar más de cien mil euros antes de matarlo. Con un poco de suerte aún podría llevarse más dinero de esa casa, aunque odiaba improvisar, y él ya tenía muy bien planeado cómo actuar en la casa, salvo el método que iba a elegir para acabar con ese baboso narcisista y vano.

Luca distaba mucho de ser un necio.

Cualquier matarife del tres al cuarto lo hubiera asesinado a la media hora de entrar en la casa, tras asegurarse un mínimo de privacidad, o incluso en la puerta de un disparo con silenciador y hubiera huido para abandonar el país cuanto antes, pero no era su caso.

Él estaba sentado frente a su víctima, haciéndole creer que estaba siendo contratado, degustando un excelente whisky de las High Lands escocesas, de los de tres dígitos la botella.

“Baby Face” (le costaba esconder su sonrisa al pensar en el apodo) tenía las horas contadas, pero también tenía información y, como buen neófito en el mundo de la mafia, se daba ínfulas de hombre importante y bien relacionado, rajando en exceso ante los que sabía perros viejos, en un intento de congraciarse con ellos y sentirse a su misma altura. Y Luca Antonelli era un perro muy viejo.

Seguía disfrutando del magnífico whisky con el que Venancio lo agasajaba mientras pensaba: «Pronto estarás muerto, cabrón, y voy a disfrutar con ello».

Demasiado zaforas. Demasiado llamativo. Demasiado ambicioso.

Había conseguido transformarse en un problema para los mismos que le situaron en la cumbre del narcotráfico y del negocio de los coches de lujo en el noreste español.

Además, para reforzar la convicción de que el tipo era idiota, le había llamado a él; el hombre de mayor confianza de los mismos que lo auparon, y a los que, de un día para otro, dejó al margen de sus negocios.

“Mala manera de tratar a la mafia, stronzo di merda.”

Venancio, alegremente ajeno a los pensamientos del sicario, contaba billetes que había sacado de su cartera. Billetes nuevos, de quinientos euros, para ver cuánto tendría que sacar de la caja fuerte.

“Corpo di Baco, es completamente idiota. Espero que con su mujer resulte tan fácil”.

Luca no podía terminar de creerse su suerte. Su objetivo primario le facilitaba información y dinero, y ni siquiera había tenido que torturarlo. Ni aún amenazarle.

Tenía que ser un completo estúpido.

************

 

—Es la única opción cuerda que tiene, de hecho.

Jota y su padre se sobresaltaron al oír esas palabras.

El teniente López les miraba. Parecía haber aparecido de la nada, y tenía una expresión muy seria

—¡Teniente López, me ha dado un susto de muerte!

—Te vas a asustar más cuando sepas quién me envía.

—Estoy en mi día libre.

—Estás pendiente de un hilo muy fino, Javier.

Jota se puso tenso al oír la admonición que le hacía su superior, porque tenía siempre un trato agradable y se podía considerar su amigo, así que su circunspección le empezaba a asustar.

—¿Qui… quién le envía, teniente?

—Costa.

A Jota se le demudó el rostro.

En un momento, sintió como sus confidencias con su padre y, sobre todo, con Carolina, le pesaban como piedras de molino.

 

************

 

La comisaría se encontraba en un edificio gris y de sólida construcción. Monolítico. Espartano. Y Jota lo encontraba por primera vez desangelador.

El teniente López escoltaba a Jota y a su padre por los pasillos interiores de una de las plantas superiores, en la que Jota nunca había estado. Era la planta de los altos mandos, y no solía ser buena señal tener que visitarla.

Llegaron a la oficina del inspector jefe Costa. El inspector Lorenzo Costa era un aragonés de las cinco villas de estatura normal y complexión fuerte que mediaba los cincuenta. Tenía ojos astutos, mostacho negro, recto y poblado, engrisecido debajo de las fosas nasales de fumar. Era el único policía que fumaba dentro de la comisaría, siempre en su despacho, porque nadie tenía valor para importunarlo. Era demasiado respetado, tenía una ficha de más de treinta años de servicios intachable.

Llevaba todos los casos importantes. Era metódico, no dejaba jamás un cabo suelto, y se tomaba todo el tiempo que podía (a veces, las circunstancias exigían audacia, pero también lo tenía estudiado y previsto) antes de dar un paso adelante en sus investigaciones. Le gustaba que los delincuentes se sintieran seguros en sus actividades. A la larga, todos cometían algún fallo, y entonces él se lanzaba con la furia de un tiburón blanco que ha olfateado sangre fresca. Su palabra, guiada por una mente privilegiada para comprender la psique humana, especialmente la de los delincuentes, era la ley; en la comisaría y en los juzgados.

La mirada que dedicó a Jota cuando atravesó la puerta de su despacho le erizó todo los pelos de su cuerpo.

—Inspector Costa, le traigo al agente Guardiola, de la científica, y a su padre. Los he encontrado en el bar que me dijo.

—Gracias teniente, puede retirarse.

“Te quedas solo”, insinuó López con un leve encogimiento de hombros cuando salía dedicado a Jota.

Una vez que López hubo salido del despacho, el inspector Costa sacó un Montecristo de la caja de madera que tenía sobre su mesa, lo encendió con una cerilla y miró fijamente a Jota.

Javier hubiera dado la placa por que se lo hubiera tragado la tierra.

—De modo, agente Guardiola, que no siente la necesidad de comunicar cualquier información relevante a un caso que lleva la policía desde hace más de dos años a sus superiores… Interesante.

—Mi padre…

—¡Su padre no me interesa lo más mínimo! —espetó interrumpiendo a Jota—. Le hablo de esa chica… Carolina Campillo, a la que, por cierto, hace más de quince meses, pinchamos su teléfono.

—No creía que…

—¡Usted no tiene que creer nada, joder! Su trabajo es muy sencillo, ¿sabe quién sintetiza esa mierda que lleva analizando desde hace varios meses?

—No...

—Muy bien, muy bien, que siga siendo así. Su ineptitud podría habernos costado perder una pieza fundamental de la investigación. Es posible que su nombre ya figure entre los objetivos de la banda de aspirantes a mafiosos de playmobil que estamos cercando. Hoy sin ir más lejos hemos hecho el ridículo y destapado la investigación con una redada que ha sido un fiasco, ¡hostia!

Jota permaneció completamente callado, aguantando la carga a pie firme.

—Interesante grupo de hampones… Uno de ellos ha contratado a Luca Antonelli, es posible que le suene, y me relamo con la posibilidad de trincar a ese grandísimo hijo de puta cuando ningún otro cuerpo de los demás países de la Unión Europea y Estados Unidos lo han conseguido. ¡Por mis huevos que no voy a permitir que un crío me desbarate una operación que estoy llevando hasta el más mínimo detalle! Luca podría tener su nombre, agente Guardiola, aunque, o mucho me equivoco, o su contratador va a tener una desagradable sorpresa, igual que su mujer; una arpía que tiene el arma más peligrosa entre sus piernas. A los italianos no les gusta mezclar el placer con los negocios, y ese matrimonio no tiene maldita idea de con quién se están mezclando.

Jota sintió miedo. El inspector nunca daba información a la ligera.

—Perdone, inspector, ¿por qué me cuenta todo esto?

El inspector se sonrió al oír la pregunta y, sin dejar de mirar a Jota a los ojos, le dijo:

—Porque aún me puedes ser útil. Tú y el Clark Gable que tienes detrás. Carolina es la que fabrica esa mierda que tienes en tu laboratorio, pero nos falta descubrir para quién trabaja. Sabemos que no es para Venancio Renovalles, pero si sabemos que hay algún vínculo, y eso lo vais a descubrir vosotros, como me llamo Lorenzo. Y vais a hacer exactamente lo que os diga en cada momento, y me vais a tener muy bien informado, u os parto a ambos la crisma, y acabo con tu prometedora carrera —el inspector había pasado al tuteo deliberado— en el cuerpo.

»Y además os conviene. Ayer sacamos un cadáver del lago con el cráneo bastante magullado, y tiene que ver con este asunto.

»¿Os parece, ilusos, que esto es un jodido juego?

 

 

Alfredo Lezáun Andréu


 



25. El Inspector Jefe Costa.

 

Jorge no se lo podía creer. Madre de Dios y del amor hermoso. ¡Pero cómo podían cambiar las cosas tanto en tan poco tiempo! Había estado de pie, en silencio detrás de su hijo, escuchando todo lo que el Inspector Jefe Costa estaba contando y estaba más que atónito.

Carolina, su Carolina, estaba metida en algo mucho más gordo de lo que él imaginaba y no entendía nada, pero seguro que había una explicación por poco lógica que fuera, para todo esto, al fin y al cabo él también estaba metido en el ajo y todo por hacer un simple recado, así que seguro que a Carolina le pasaba algo parecido. Sí, eso era, seguro que había una explicación y estaba ansioso por conocerla.

Jota sopesó la situación. Reflexionó sobre su conversación con Carolina y la información que ésta le había dado. Estaba claro que en esos momentos su situación era cuanto menos delicada, pues su futuro pendía de un hilo. Aquello no era un juego, claro que no.

 

************

 

Luca dio por concluida la entrevista con “Baby Face” en el mismo momento en el que éste le entregó la cantidad de dinero acordada antes de cumplir el encargo. Recogió los dossieres con la información de las que Venancio pensaba que serían las futuras víctimas y salió de aquella casa. No volverían a ponerse en contacto hasta que llegara el momento de finiquitar el negocio.

Buscó un hotel acomodado pero sin ser especialmente presuntuoso y se registró con nombre falso,  no quería que nadie supiera dónde estaba, al fin y al cabo la discreción era una de sus características.

Subió a la habitación y allí empezó a tejer su propio plan. Estaba claro que Venancio iba a ser víctima de su propio destino, así como su mujer. Nadie que dejara de lado a la mafia siciliana salía indemne, y eso era justo lo que Luca iba a hacer. Sin embargo “Il Capo” pese a ser un matón acostumbrado a limpiar la calle de escoria, también tenía sus escrúpulos, y no quería cargar sobre sus espaldas más cadáveres de los imprescindibles. Aquella guerra no era suya, sino de “Baby Face”, así que tal y como había decidido, no mataría a aquellas personas.

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Tras sopesar los pros y los contras, Jota accedió finalmente a contarle a su superior aquella conversación con Carolina que prometió mantener en secreto, y sonrió para sus adentros recordando que entonces al no cumplir su parte del trato… le dejaba a Carolina la posibilidad de volver a ver a su padre. Sin muchos detalles, fue narrando aquello que sabía y dio los nombres de las personas implicadas: Clara, Nerea, Sergio, su padre…

A partir de estos momentos el que habló fue Jorge, añadiendo que Venancio, alias “Baby Face”, había matado a Pavel, el muchacho que habían encontrado en el pantano y que el inspector había nombrado anteriormente. También habló de Montana y de Mirka… Sin embargo durante su relato, Jorge dulcificó en la medida de lo posible la situación de su pequeña Carolina haciendo hincapié en que la responsabilidad de toda la trama recaía en una tal Nerea, “La Jefa”, así como en Clara, su mano derecha y mujer de “Baby Face”, el otro pez gordo.

Tanto Jorge como Jota pusieron al corriente a la policía de toda la trama, por lo que las cartas se pusieron sobre la mesa.

 

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Tras terminar su conversación con Luca, Venancio llamó a Nerea. No había podido olvidar sus labios y aquel cuerpo que incitaba al pecado. No tenía remedio, ni arreglo. Le gustaban las mujeres jóvenes y esa mezcla de sensualidad y poder que “La Jefa” desprendía le había puesto cachondo. Era un reto, al fin y al cabo a Mirka la tenía segura siempre que quería, pero Nerea… Ella no era la chica vulnerable que era la polaquita, y ese pensamiento le provocó una tremenda erección. Decidió llamarla. Tenía que contarle los avances de su conversación con Luca y tampoco quería perder el contacto con ella de ninguna de las maneras.

Así que levantó el teléfono y marcó.

—¿Sí? —contestó una voz dulce y angelical que todavía le puso más duro.

—¿Nerea?

Al reconocer la voz de Venancio, Nerea se transformó en la chica fría y calculadora del otro día. Era el momento de continuar con la trama, de seguir su plan si quería que las cosas salieran como había pensado. Tenía que mantenerse con la cabeza fría, y sabía que entre las piernas tenía el poder necesario para llevar a aquel gordo y asqueroso engendro a su terreno. Sí, tenía que seducirlo para poder matarlo… Pero tenía que andar con cuidado, pues primero él tenía que terminar de aniquilar a aquellos que le habían traicionado.

Poco tiempo después se vieron en el polígono industrial donde Venancio tenía un par de locales aparentemente vacíos, que utilizaba para sus locos encuentros sexuales. Él iba vestido con un traje negro, como era su costumbre. Nerea llevaba un vestido rojo con  escote cruzado que marcaba su estupenda figura. Primero entraron en una modesta habitación en la que únicamente había una mesa de escritorio y dos sillas, una a cada lado. Se sentaron, y Venancio comenzó a hablar.

—Ya me he puesto en contacto con un amigo de confianza para llevar a término tus peticiones. Le he transmitido todo aquello que me dijiste y le he hecho entrega de los dosieres. En cuanto el trabajo esté terminado se pondrá en contacto conmigo.

—Mmmmm… ¿Siempre eres tan bien mandado?

Venancio volvió a sentir una rápida erección.

En ese momento, Nerea se puso de pie haciendo gala de su cuerpo y de sus curvas de infarto y rodeando la mesa se acercó a “Baby Face”.

—Eh…

Pese a ser un cerdo con todas las letras, aquella situación le pilló desprevenido, pues no estaba acostumbrado a tratar con chicas “normales” y sus relaciones sexuales eran siempre con putas o como mucho con su mujer… vamos, siempre con putas.

—Pues tendré que recompensarte por tu buen trabajo… —dijo Nerea con voz melosa de niña buena, aquella que había contestado a Venancio por teléfono hacía un rato.

Giró un poco la silla de “Baby Face” y separándola ligeramente, se sentó delante de él en la mesa. De repente levantó las piernas para situarlas en los apoyabrazos dejando sus encantos al descubierto, pues preparando aquella cita, no llevaba ropa interior.

Venancio a mil, no podía separar sus ojos del coño que tenía justo delante y sin más palabras empezó a acariciarlo. Introdujo primero un dedo y luego otro mientras la miraba a los ojos con cara lasciva. A continuación los sacó, y tras olerlos con una ligera sonrisa, se los metió en la boca para saborear por anticipado el placer que vendría después. Acto seguido se desabrochó la bragueta y en el momento en el que su miembro erguido aparecía, ella bajó hasta él y se dejó caer provocándole una tremenda sacudida.

«Dios, ni las putas me lo hacen así», pensó “Baby Face”.

Nerea lo observaba sintiendo ligeras nauseas, pero diciéndose a sí misma que lo que iba a ganar valía eso y mucho más.

 

************

 

Sergio empezaba a estar frustrado en su relación con Clara. Había entre ellos una tremenda tensión sexual que todavía no se había podido liberar y se estaba volviendo loco. Ella ocupaba sus pensamientos la mayor parte del día, pues estaba claro que desde su vuelta a la casa familiar, su vida había dejado de ser sexualmente interesante.

Aquello no podía ser. Tenía que terminar ese martirio y, ni qué decir, el dolor de huevos acumulado por los calentones. Así que decidió llamarla y solucionar de una vez por todas la cuenta pendiente que tenían.

—¿Clara?

—¡Sergio!

—Clara, mira, tenemos que hablar.

—Lo sé cariño, lo sé, pero en estos momentos no puedo, estoy ocupada con Mario. Después de todo lo que ha pasado, le prometí ver juntos una peli y prestarle algo de atención.

—OK… —dijo Sergio resignado, sabía lo importante que era Mario para ella y entendía la situación después de todo. No le quedaba más remedio que volver a posponer sus intereses sexuales, otra vez.

—De todas maneras tenemos que hablar, sí, ya sabes que el tiempo pasa y no podemos dejar los planes para mucho más adelante, esta situación me está volviendo loca… Te llamo y hablamos y... lo que surja, ¿no?

 

************

 

¿Y a partir de ahora, qué? Los dos, padre e hijo, estaban esperando la reacción del temido Inspector Jefe Costa, a ver qué paso daba y hacia dónde movía ficha. Sin embargo este miraba silencioso por la ventana mientras su cabeza estudiaba la situación y pensaba un plan. El tiempo pasaba despacio, pesado y sudoroso, y nadie en el despacho osaba moverse.

De repente como volviendo del trance se giró, y sin más preámbulos dijo:

—Nerea, Clara, “Baby Face”… De acuerdo señores, llegados a este punto, sólo me queda ofrecerles un trato.

 

 

Bárbara López Díez


 

 



26. Rey muerto.

 

El italiano había despertado la curiosidad de Mirka, y ésta con aire inocente se acercó a Clara y le hizo saber de la visita del capo sin darle mucha importancia.

—Nunca he estado en Italia, me gusta como suena el italiano.

Clara la miró y con cara de no saber a qué venía el comentario de la polaca pero intuyendo, de forma instintiva, que no era gratuito la interpeló:

—¿El italiano?

—Sí, estaba pensando que será la próxima lengua que aprenda: polaco, inglés, español e italiano. Se me ha ocurrido al escuchar al amigo de tu marido, un italiano muy elegante, creo que le ha llamado Luca, y a juzgar por el abrazo que se han dado pensé que eran viejos amigos.

—¿Aún está en la sala?

—No sé, ¿quieres que mire?

—No. Llévate a Mario al jardín.

Clara sintió como se le encogía el estómago, conocía bien como se las gastaba la mafia siciliana y sabía perfectamente que si Luca Antonelli estaba en el salón de su casa algo importante estaba pasando, algo que Venancio no podía o no quería resolver directamente, y que seguro que tenía que ver con el NC.

Clara desconocía el pacto entre su marido y “La Jefa”, tal vez había subestimado a Nerea. Aunque también desconocía que los verdaderos objetivos del sicario eran ella y su marido.

 

************

 

El brusco giro de Costa sobre el tacón de sus zapatos con un movimiento similar al de una peonza dejó sin aliento a padre e hijo, que ni siquiera podían pestañear  esperando que el inspector concretase en que podía consistir el pacto que les iba a ofrecer. ¿Qué podían tener ellos que el inspector necesitase? Ya le habían dado toda la información de que disponían y además estaban en sus manos.

Costa, que había captado los sentimientos que Carolina despertaba en el madurito, planteo su estrategia. Él sería el cebo para llegar a Nerea a través de la joven rubia. Jorge debía convencerla para localizar el laboratorio clandestino donde se fabricaba el compuesto, y la documentación que relacionara a Nerea con “La Señora” y la red de distribución de “Baby Face”, contactos, cuentas… No era tarea fácil, sobre todo porque Carolina, a la que se le daría “un trato especial” a cambio de su colaboración, se convertiría en una testigo de cargo con el riesgo que eso implicaba. Jorge era consciente de ello. Durante su exposición Costa dejó claro que la aparición del italiano en escena podía responder a la necesidad del capo de deshacerse de la competencia, con lo que la dulce Carolina se convertía en el objetivo de Venancio y su recién contratado asesino a sueldo, y muy posiblemente de la propia Nerea, su socia, tras comprobar su traición liberando a Jorge.

Los argumentos de Costa parecían no dejar otra salida. Jorge debía contactar con Carolina. Las dos generaciones de Jotas entrecruzaban sus miradas buscando el uno en el otro una respuesta, ¿Cómo habían podido llegar a esta situación?

 

************

 

Montana no se separaba del móvil. Se encontraba muy recuperado gracias a los cuidados de Rebeca. Recibía constantemente mensajes de Mirka a los que respondía de forma inmediata. Parecía un caballo en el cajón de salida del hipódromo, inquieto, nervioso, esperando el pistoletazo para salir corriendo.

Su amigo Luis lo observaba en silencio, lo conocía bastante bien, tenía la imagen del típico cachas de gimnasio, supercolega con los tíos  y perdonavidas con las chicas. Montana no era muy listo, pero sí consciente de que no lo era, por lo que solía comportarse con bastante precaución. No confiaba en casi nadie y había pocas cosas que despertaran su ternura, y menos que le hicieran correr riesgos. Mirka despertaba en él estas emociones, sentía la necesidad de cuidarla, de protegerla, de ser mejor para ella.

Durante unos segundos se quedó con la mirada perdida, dio un profundo suspiro y se levantó del sofá en dirección al dormitorio, cogió una bolsa de deporte del armario y cuando enfilaba hacia la puerta de la calle, su compañero de piso le dijo:

—¿Vas al gimnasio? No creo que estés para eso todavía, ¿por qué no esperas unos días?

Dando por supuesto que, en la bolsa de deporte que Montana llevaba en la mano, estaba la ropa de ejercicio.

Montana sin girar la cabeza contestó a su amigo:

—Luego vengo, estoy bien.

Y salió sin más explicaciones

 

************

 

Venancio envuelto en sudor y satisfecho con su nuevo juguete sexual, intentaba recuperar el aliento mientras Nerea de un salto se ponía en pie sacudiéndose el pelo enérgicamente como si esas sacudidas la fueran a librar de la sensación de asco que la invadía mientras se decía a sí misma que aquello sólo eran negocios.

—Bien, hablemos de negocios nena. ¿No tienes algo para mí?

—No te engañes socio, no soy estúpida. ¿Tengo que recordarte los términos de nuestro acuerdo? Iremos a medias, sí, por supuesto, una vez cumplas con tu parte y elimines... los cabos sueltos, incluida tu mujer. Y espero que te des prisa, el tiempo pasa, y Clara también estará tomando sus medidas.

Nerea no esperó respuesta, giró sobre si misma con un gesto de suficiencia y se dirigió a la salida haciendo sonar sus tacones, de repente paró en seco y con una dulce sonrisa miró al narco y con voz aniñada le guiñó un ojo y le dijo:

—Espero tu llamada... Impaciente… Socio.

Venancio tardó unos minutos en procesar lo ocurrido. Le resultaba muy excitante esa narco-Barbie. Permaneció en aquella nave un buen rato, hizo varias llamadas y vació una pequeña petaca plateada que llevaba en el bolsillo de la chaqueta. Hasta que con gesto de haber trabajado una dura jornada se dirigió a su coche. Cuando estaba frente a la puerta del vehículo un silbido cortó el aire y tras un chasquido la luna del coche se llenó de espesas salpicaduras de sangre que resbalaban por el cristal lentamente. Luego silencio, sólo se oían los grillos. Unos segundos más tarde, se escuchó el sonido del motor de un coche alejándose a toda prisa. El cuerpo de Venancio se quedó tendido en el suelo casi entre las ruedas del coche, boca abajo, inmóvil.

 

************

 

Nerea subió las escaleras corriendo, abrió la puerta del piso, entró y la cerró de un portazo. Sin girarse, lanzó el bolso al suelo y se dirigió al baño, abrió el grifo de la ducha y se quitó la ropa como si ésta le quemará la piel. Acto seguido se metió bajo la ducha. Permaneció allí durante casi un cuarto de hora, se enjabonó varias veces. Cuando consideró que ya no quedaba en su cuerpo ni rastro del olor de aquel baboso se envolvió en un albornoz de felpa rosa que colgaba de la percha y se fue a la cocina, necesitaba relajarse. Preparó una infusión de frutos rojos y se acurrucó en el sofá, con la taza entre las manos y aspirando profundamente su aroma como si se tratase de un perfume caro.

Tranquila, tranquila, se repetía a sí misma una y otra vez, todo saldrá bien. Sólo queda esperar.

Sonó el peculiar toc-toc del whatsapp. Saltó del sofá, y recogió el bolso del suelo buscando el teléfono como si en ello le fuera la vida. Había un mensaje de Carolina:

“ Tenemos que hablar”

 

************

 

Estaba anocheciendo cuando sonó el timbre en la lujosa mansión de “Baby Face”. Mirka jugueteaba con Mario, mientras éste hacía la cobra a su madre cada vez que ésta intentaba obligarle a ponerse el pijama. Clara, en un momento de exaltación maternal, consecuencia de la angustia que le había provocado el secuestro del pequeño, había dedicado todo el día a su hijo, en exclusiva, y eso incluía hacerle la cena al pequeño. Una cena para la que había desplegado todas sus dotes culinarias que lamentablemente eran muy pocas. Aún así, el chaval disfrutó de un gran tazón de crema de calabaza y un filete de ternasco un pelín chamuscado, aunque lo importante no era el menú, Mario no solía disfrutar de la compañía de su madre a la hora de cenar, casi siempre cenaba con la chica del servicio, con lo que esta cena “casi familiar” era todo un evento para el menor.

 La escena resultaba tierna, incluso hacía parecer a sus protagonistas mujeres “normales”.

Mirka se lanzó hacia la puerta, se sentía segura porque “La Señora” estaba en la casa, y sin comprobar quien llamaba abrió de par en par.

—Buenas noches, policía nacional, buscamos a la señora Clara Silva, ¿se encuentra en la casa?

Los policías se identificaron mostrando su documentación, ambos tenían una estatura similar, parecían bastante jóvenes, uno de ellos miraba sobre los hombros de Mirka como buscando algo, mientras el otro, miraba fijamente a los ojos de la joven a la espera de una respuesta.

Sin dar tiempo a Mirka para responder apareció Clara a su espalda.

—Buenas noches, soy Clara Silva. ¿Qué ocurre?

—Buenas noches señora. Lamentablemente hemos de comunicarle que ha sido hallado un cadáver que parecer ser es el de Venancio Renovalles, su esposo, es necesario que nos acompañe.

El silencio inundó la entrada de la mansión, Clara trataba de procesar la información buscando una reacción adecuada para una sorprendida y desolada viuda. Al mismo tiempo intentaba localizar, mentalmente, entre todos los posibles interesados en acabar con la vida de su marido, que dicho sea de paso eran muchos, la opción más acertada. Estaba confusa, no podía pensar con claridad. Tras unos segundos, miró a los dos policías y con un hilo de voz dijo:

—Disculpen, necesito cambiarme, Mirka por favor ocúpate de Mario y ni una palabra de esto al niño.

No había nadie más en la casa, sólo Mirka y el pequeño Mario. La joven se limitó a asentir con la cabeza y siguió a Clara en silencio como un perrillo faldero, obediente, se encargó de atender a Mario mientras cenaba.

Clara se arrastró hasta el dormitorio, una vez allí cerró la puerta. Después se dirigió al vestidor. No tardó apenas diez minutos en cambiarse de ropa, era fácil escoger, un vestido negro era lo más apropiado, satén, ¿por qué no? La prenda resbalaba por su cuerpo denunciando cada movimiento de sus caderas mientras caminaba sobre unos tacones de diez centímetros. Antes de ir al encuentro de los agentes que la esperaban en la entrada ensayó un gesto de dolor frente al espejo del tocador.

—Lista agentes, cuando quieran.

Mientras se dirigían hacia el coche Clara buscó la mirada de uno de los agentes y con voz entrecortada:

—Agente ¿puede decirme como ha muerto mi esposo?

—Señora, en cuanto lleguemos a comisaría el teniente López le explicará.

 

************

 

Sergio no estaba seguro si era buena idea continuar en casa de sus padres, no conocía las verdaderas dimensiones del follón en el que se había metido, y a pesar de todo lo vivido, no podía creer que Nerea, esa chica ordenada, metódica, que pasaba su jornada laboral rodeada de niños, juguetes y cuentos infantiles, estuviese metida en algo tan sórdido.

Este pensamiento ocupaba su mente sólo por unos segundos, enseguida, su imaginación le llevaba de nuevo a la fascinación que sentía por esa cuarentona que le hacía hervir la sangre. Lo cierto es que ella ocupaba su pensamiento por completo, hasta el punto de no ser capaz de pensar en otra cosa.

Llegó hasta la casa familiar y entró sumido en estos pensamientos. Al entrar chocó con su padre que salía de la cocina con platos y vasos en las manos.

—Justo a tiempo hijo, la cena está lista.

—Hola papá, no tengo mucha hambre.

—Vamos, cenaremos juntos, te prometo que no habrá interrogatorios.

Sergio le sonrió, lo que menos tenía era hambre, y tampoco ganas de una sobremesa que seguramente estaría salpicada con alguna pregunta incómoda sobre su relación con Nerea, preguntas que su padre había prometido no hacer, y que dicho sea de paso, no tenía interés en contestar.

Los tres se sentaron a la mesa. Sergio para evitar una conversación profunda o un silencio incómodo, encendió la tele, con la excusa de ver las noticias mientras cenaban, aun sabiendo que a la pareja no les agradaba que durante las comidas la televisión estuviese puesta, ésta era una de esas normas sagradas que ya desde niño le inculcaron en casa. Aun así la encendió.

Sergio tenía un trozo de tomate en la boca cuando escucha:

Ha sido hallado un cuerpo, en un polígono industrial a las afueras de la capital. Se trata de un hombre de aproximadamente unos cincuenta años apodado “Baby Face”, y relacionado con el tráfico de drogas. Fuentes oficiales trabajan la hipótesis de que podría tratarse de un posible ajuste de cuentas.

El tomate se quedó cruzado en su garganta y Sergio, en un intento desesperado por respirar, empezó a toser. Los ojos le lloraban y le ardía la cara por la congestión, hasta que por fin consiguió expulsar el trozo de aquella hortaliza que por poco le cuesta la vida y recuperar el aliento.

 

 

Asun Valero Santabárbara




27. Carolina, estás muerta.

 

—Sergio, hijo, ¿qué ocurre? ¿Te encuentras bien? Estás blanco. Se te ha descompuesto la cara.

—Tranquila Pilar, no es nada, sólo que he tragado demasiado deprisa y se me ha ido por el otro lado… Ya se ha pasado —se excusó Sergio mientras iba recuperando la compostura poco a poco.

Pero ella percibió algo, todavía no sabía el qué, pero algo le estaba pasando a su “Sergiete”.

«¿Qué coño está pasando aquí? Hace nada mi vida era monótona y normal, como la de cualquiera, con unas rutinas diarias y ahora todo esto…», reflexionaba el joven.

Con una burda excusa se retiró a su habitación a intentar aclarar sus ideas. Todo le daba vueltas y en su cabeza martilleaban los últimos acontecimientos.

Se sentó frente a su escritorio y, como si fuera a hacer una prueba de lo que había estudiado el día anterior a un importante examen, igual que cuando era un niño, vació completamente la mesa, sacó un par de folios en blanco de su cajón y su pluma de la suerte (igual así se deshacía de este embrollo).

—Bien, empezaremos por el principio —se dijo a sí mismo en un intento de ordenar sus ideas—. La pregunta es: ¿Cuál es el principio? ¿Cuándo empezó realmente todo esto?

Se veía incapaz de reconocer que Nerea lo había estado utilizando para su propio beneficio, no parecía propio de ella. ¿De verdad todo esto era un complot para sacarle hasta el último céntimo? No, no podía ser, ella era dulce y cariñosa. Le ayudaba a ir por el buen camino y lo hacía mejor persona. Siempre lo había apoyado, fuera cual fuera la circunstancia ella estaba ahí, cuadriculada, metódica, racional…

Además estaba el radar de Pilar, era un poquito bruja en esto. Ni una sola vez, desde que había entrado en la vida de su familia, le había fallado ese detector de cosillas imperceptibles para el mundo. Siempre se percataba de la más mínima anomalía en la conducta de alguien y sabía con sólo una ojeada si algo no iba correctamente. Muchas veces, daba hasta miedo. Te miraba y sabía hasta el número exacto de cervezas que te habías bebido.

—Bueno, vamos a centrarnos, que me disperso con tonterías.

»Conocí a Nerea hace ya, ¡uf! ¡Ni se sabe! Bueno ella seguro que sí, hasta el segundo exacto. Fue una cosa accidental, sin querer le tiré por encima ¿una cerveza? Sí, seguro que era una cerveza, ¿qué iba a ser si no? Del bar sí que me acuerdo: “Derby”. La de horas que pasaría yo al final de aquella barra. ¡Joder, si hasta me guardaban el sitio! Era como el teléfono que había colgado de la pared, inamovible.

»Nos presentó un amigo común, Luis. Habían sido compañeros de clase durante dos años y al parecer habían estado saliendo un par de meses o tres.

»Empezamos a quedar los fines de semana y algún día suelto. Yo estaba trabajando en el negocio familiar porque la chica que tenía mi padre en la oficina se había ido de vacaciones. Así que yo cubría la vacante temporal y me llevaba un dinerillo extra para mis vicios, cerveza, tabaco y más cerveza.

»El nueve de agosto, eso sí que me acuerdo porque es el aniversario de la bomba de Nagasaki, nos enrollamos y a partir de entonces, empezamos a vernos más a menudo.

»Recuerdo que mi madre me decía que era muy joven para una relación seria, pero por otro lado estaba encantada de que volviera a cenar a casa a la hora, y el fin de semana, no tuviera que ver amanecer sentada en el salón hasta que yo me dignaba aparecer.

»Los dos empezamos nuestras carreras, no recuerdo que nada fuera anormal en aquella época, está muy difuminada en mi memoria, pero si hubiera alguna cosa significativa me acordaría, ¿no?

»Nerea empezó a trabajar con sus niños. ¿Puede haber algo más inocente? Yo la veía como la madre perfecta para mis futuros hijos, aunque no es una cosa que me plantee a corto plazo.

»Mi puñetera carrera se había puesto de moda y yo iba dando tumbos sin encontrar nada definitivo, hasta que a ella se le ocurrió que montara el tinglado de las bodas. Mis padres estuvieron encantados con la idea y no tuvieron el más mínimo inconveniente en correr con todos los gastos que hicieran falta. El grifo estaba abierto para todo lo que necesitara.

»Mi novia y su exquisito gusto me ayudaron a montarlo todo, sin escatimar en gastos, claro pensaba quedárselo todo para ella…

»Tras un año de rodaje de mi negocio y viendo que la cosa iba de bien en mejor, decidimos comprarnos un apartamento en el centro. Un dúplex de lujo, cuya entrada también aportaron mis padres. Lo pusimos a nombre de los dos, lo amueblamos y decoramos con ayuda de un decorador de renombre y nos mudamos para poder estar más tiempo juntos. Y de alguna manera, tenerme más controlado. Aunque mis días de juerga se habían acabado hacía ya una eternidad.

»En las vacaciones de Semana Santa pasada, decidimos que ya era hora de preparar una boda más importante que las que ocupaban mi tiempo a diario y nos lanzamos a la piscina comprometiéndonos para casarnos en el invierno del año siguiente, concretamente el próximo día treinta y uno de enero, dentro de apenas tres meses.

»Hasta aquí todo es normal, en mis recuerdos con Nerea no entra Carolina, ni la exuberante Clara, ni Jorge, ni el puñetero muerto… Yo sí que los tenía vistos del gimnasio, a todos menos a Venancio, pero no habíamos pasado del buenos días o hasta otra.

»¿Se puede saber cuándo cojones todo esto se junta y se produce esta debacle?”

Suena la puerta de la habitación.

—¿Sí? —contesto con desgana.

—Cariño, ¿estás mejor? Nos has dejado muy preocupados —es Pilar, que entra con su habitual vaso de leche con cacao, remedio infalible para todos los males—. Toma cielo, está calentito. Te asentará el estómago y te hará recuperar el color. Sigues muy pálido. ¿Va todo bien?

—Sí Pilar, tranquila. Es sólo que hoy no ha sido un buen día —contesto intentando parecer lo más convincente posible, pero ella tiene puesto su radar.

—Sé que prometí no inmiscuirme en tu vida, pero a mí no me engañas, y sé que conocías, o por lo menos sabes quién es el hombre que ha salido en las noticias. ¿Qué ha pasado? ¿Qué relación tenías con él? ¿Y qué ha pasado con Nerea? Sabes que la queremos como a una hija y ni tan siquiera nos ha llamado.

—En serio Pilar, no sé de qué me estás hablando —mi voz tiembla—. En cuanto a Nerea no tengo ganas de hablar del tema.

—Bueno, cuando estés preparado para hablar ya sabes que tu padre y yo somos todo oídos, y sobre todo, que nos tienes incondicionalmente.

—Lo sé Pilar, os quiero.

—Dulces sueños hijo, no te acuestes tarde, mañana será otro día —me dice mientras me da un beso en la cabeza. Después sale de la habitación cerrando la puerta tras de sí.

Me quedo absorto, perdido en mis pensamientos, mirando la esquina del folio a medio escribir y que he tapado con el brazo al entrar Pilar.

 

************

 

—Buenos días señora Silva, tome asiento por favor. Soy Lorenzo Costa, Inspector Jefe de esta unidad —dice a la vez que le indica a Clara que se siente en uno de los sillones de confidente que hay al otro lado de la mesa de su despacho.

Ella se deja caer sin levantar la mirada, hecha un manojo de nervios y sin dejar de llorar.

—Supongo que mis compañeros le habrán dicho por qué está usted aquí. Por cierto y disculpe mis modales, siento mucho su pérdida.

La otrora exuberante cuarentona, parece un perrillo indefenso, temblorosa y acurrucada sobre si misma en el sillón del apestoso despacho. El Inspector Jefe Costa da por hecho que se debe al fallecimiento de Venancio, pero nada más lejos de la realidad.

No es que la viuda no sienta la muerte de su esposo, lo que ocurre es que el terror se apodera de todo su ser al recordar las palabras de Mirka a cerca del italiano y, ese es mucho más poderoso que cualquier otro sentimiento que pueda tener en ese momento.

—¿Le apetece tomar algo, un café, un refresco? —invita cordialmente Lorenzo.

La viuda se sobresalta.

—Disculpe, no pretendía asustarla. Tenga tome un poquito de agua e intente tranquilizarse —le dice mientras le tiende un vaso—. Entiendo que esto es un mal trago y máxime en las circunstancias en las que ha ocurrido todo. ¿Sabe de alguien que quisiera hacerle esto a su esposo?

Clara coge el vaso que le había tendido, bebe un par de sorbitos e intenta recomponerse un poco para parecer lo más convincente posible.

—No tengo ni la más mínima idea —responde hipando—. Mi marido es un respetado empresario que se ha abierto camino a base de trabajar duro…

Esas palabras no pueden sonar más falsas. En su cabeza se agolpan todos los sucesos de los últimos días y la visita de “Il Capo”. LUCA, ese es el asesino sin ninguna duda, piensa mientras sus ojos se encienden de rabia, impotencia y miedo.

En ese momento, asoma por la puerta el Teniente López.

—Inspector Jefe, ¿puede salir un momento, por favor?

—Disculpe, sólo será un instante —se disculpa ante Clara, mientras se encamina a la salida del despacho.

 

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—Hemos recuperado las llamadas del móvil de Venancio Renovalles, así como todos los mensajes recibidos y enviados —informa el Teniente López a su superior—. Según parece, la última llamada que recibió es de una tal Nerea Molina. También tuvo contacto con el polaco que apareció muerto el otro día.

—Está bien, sigan investigando. Esto tiene toda la pinta de un ajuste de cuentas, y no descarto que nos caiga algún muerto más. Así que vamos a darnos prisa en desenmarañar este embrollo que me quiero ir a pescar este puente —va diciendo el Inspector Jefe Costa mientras se dirige de vuelta hacia su despacho.

 

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El móvil de Carolina suena con el típico tono de mensaje entrante, coge el teléfono y se queda petrificada.

“Me has traicionado. No te lo perdonaré nunca. Yo que tú, intentaría no quedarme sola, y sobre todo mirar siempre detrás de ti. ESTAS MUERTA”

 

 

Aurora Oller Aznar


 

 



28. Mente fría.

 

Me levanto de la silla y empiezo a dar vueltas por mi habitación, pensando y pensando qué cojones pinta toda ésta gente en mi vida… No encuentro explicación ninguna.

En los viajes de enamorados que hacemos en pareja (supongo que hacíamos es el tiempo adecuado para usar, ya que no haremos más) hemos conocido a gente pero no recuerdo que mis nuevos “amigos” estuvieran presentes en ningún momento de ellos.

Todavía no me entra en la cabeza que mi Nerea me esté engañando de esta manera… Tiene que haber una explicación, una razón por la que ahora se comporte así. El sexto sentido, que tan poco nos caracteriza a los hombres, me dice que nunca me haría daño, y que hay algo por lo que actúa como lo hace. Como sabéis, la esperanza es lo último que se pierde. Y yo, aunque pequeña, tenía una.

Decidí ponerme a repasar los últimos viajes que hicimos juntos, desde el momento que nos comprometimos. «Mente fría, seguro que así se me ocurre algo que me dé un por qué», pensé.

Durante el verano decidimos irnos por el norte unos cuatro o cinco días ya que estábamos en modo ahorro para nuestro gran día, ese que compartiríamos con nuestra gente. Durante esos días llenos de sexo apasionado en la playa no hicimos amistades, pues nos limitamos a empaparnos de cariño el uno al otro.

Nuestro próximo destino fue un balneario en un pueblecito de Aragón, del cual no recuerdo el nombre. Menudo regalazo nos hicieron mis padres para aliviar los nervios propios de los preparativos de nuestra “falsa” boda. Fue justo antes de que Nerea comenzara las clases en la escuela infantil y estuvimos todo el fin de semana haciendo circuitos, dándonos masajes y de desayunos, comidas y cenas románticas que culminaban como bien imagináis, sexo desenfrenado durante horas. Creo que tampoco me suenan éstos personajes durante nuestro viaje relax.

Pero, un momento... ¡Sergio, eres tonto! ¡Cómo no he caído antes en esto! Estábamos a punto de entrar a nuestro primer circuito termal, cuando me percaté de que no llevaba el gorro de baño de uso obligatorio. Y sí, recuerdo que al llegar al pasillo de nuestra coqueta habitación…

 

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Entre tanto, en otro punto de la ciudad Carolina seguía sin reaccionar, perpleja por lo que estaba leyendo. Tras más de cinco minutos, comenzó a notar unas extrañas sensaciones, propias de la inseguridad y del miedo. Ésas que todos hemos experimentado alguna vez a lo largo de nuestra vida y que tan amargas resultan para el ser humano. Comenzó a mirar hacia todos los lados de la habitación en la que se encontraba. El móvil se le escapó de las manos haciendo un ruido enorme al precipitarse contra el suelo. Saltaba superada por la situación y ese impactante ruido. Le temblaban todas las partes de su cuerpo, las piernas no le respondían para andar, correr o sentarse. Mientras se tranquilizaba, dos amargas e imparables lágrimas recorrían sus mejillas tan rápidamente como el caudal de un río en su pleno apogeo.

Tomó una decisión acertada (o al menos eso creyó en ese momento tan crítico). Corriendo, intentó pedir auxilio a la única persona que pensaba que le podría ayudar, pero su teléfono murió agotado por la falta de batería (con tanta aplicación y tanta tontería en los móviles… poco dura la carga).

No podía perder más tiempo, parecía estar en una contrarreloj, no se sentía segura ella sola en casa. Así que, corriendo como nunca lo había hecho en sus veintiocho años de vida, abandonó ese silencioso hogar. Pegó un portazo, encendió la luz de la escalera para no matarse en el intento de bajar, descendió como una bala, y salió zumbando de su portal con una capucha cubriendo su cabeza para ir de “incognito” ante lo que pudiera pasar.

Al girar la esquina para acudir al encuentro de esa persona que le podía ayudar…

 

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En la comisaría las cosas seguían de una manera parecida. Clara seguía comportándose como si fuese una viuda dolida por la terrible muerte de su maridito. El inspector jefe la consolaba, a la vez con una sutileza propia de la experiencia en el cuerpo de policía, y de tantos interrogatorios a lo largo de su trayectoria profesional, intentaba sonsacarle información.

Clara, que estaba interpretando muy bien su papel, seguía diciendo que no sabía cómo había podido ocurrir lo de su marido y negaba conocer a las personas por las que le estaba preguntando, o si las conocía era debido a los negocios de su Venancio.

Continuaron las investigaciones y los agenten se desplazaron a casa de ésa tal Nerea, con la que la víctima había hablado unos minutos antes de morir.

—¿Nerea Molina?

—Sí, señor agente, soy yo. Ahora mismo me iba a hacer mi rutina de ejercicios del día, ¿en qué les puedo ayudar? —contestó con firmeza.

—Necesitamos que venga con nosotros a comisaría. No ocurre nada, sólo hemos comprobado que había hablado con Venancio justo antes de su muerte y necesitamos hacerle unas preguntas rutinarias —dijo el teniente López.

—¿Qué? Eso es imposible… —dijo mientras cubría su rostro con ambas manos—. En una hora necesito ir a mi trabajo, si lo podemos hacer en este periodo de tiempo... Me sería de gran ayuda. Si les parece bien, voy a cambiarme de ropa y a coger mis cosas y nos vamos —agregó con voz temblorosa la joven, guiada por una explosiva idea que se apoderó de su ánimo…

Los dos agentes la llevaron a comisaría. Durante el trayecto se mantuvo con la mirada perdida y sin pronunciar palabra. El teniente López la observaba con especial interés analizando cualquier detalle de sus reacciones, pues sería útil para su superior y más aún para la investigación.

Una vez allí la sometieron a una serie de preguntas a las que contestó sin ningún tipo de problema y con una entereza enorme. Pero hay algo que a los agentes no les cuadraba, así que decidieron llamar a su superior para que estuviera al tanto de la situación.

 

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En casa de “La Señora” la cosa transcurría con normalidad. Mirka jugaba con Mario a la videoconsola y el pequeño parecía estar entretenido. Cuando acabaron la partida, la joven polaca le dijo que ya era suficiente por hoy, que tendrían que buscar otro entretenimiento. El pequeño no opuso resistencia, lo cierto es que le obedecía siempre ya que pasaba todo el día prácticamente con ella.

Sacaron un juego de formar palabras y cuando empezaron, Mario pareció ya un poco interesado en saber dónde había ido su mamá con esos señores que habían venido. En realidad había visto por la ventana como se iban con ella y el pobre preguntó inocentemente.

—Esos señores eran policías y vinieron para acompañar a mamá a la empresa, porque pensaban que habían robado. Pero todo estará bien, pequeño.

—¿Cuándo vendrán mis padres? —añadió el niño.

—Yo creo que antes de que nos demos cuenta estarán aquí y nos explicarán todo —contestó Mirka mientras le daba un beso al pequeño.

Odiaba al cerdo de Venancio, pero no podía dejar de pensar en la pena que le daba que ese pequeño e inocente niño se hubiese quedado sin saber lo que es un padre el día que se afeitara por primera vez, el día que cumpliese dieciocho años, el día de su graduación… Y en todas las miles de cosas en las que los padres están presentes en la vida de sus hijos. No dejaba de pensar que ese niño había perdido a una figura muy importante con tan sólo diez años, y eso le atormentaba y le hacía perder el aire de normalidad que intentaba aparentar sin éxito ante el pequeño.

Decidió dejarle ver la tele un rato, mientras cogía el teléfono para llamar a Montana, pero el niño seguía insistiendo en lo ocurrido durante ésa tarde nubosa y triste.

 

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Montana bajó a la calle pegado a su bolsa de deporte, se montó en su coche y se fue picando rueda, como el acostumbraba a hacer cuando se montaba en su apreciado Mini.

Luís bajó detrás, guardando la distancia de rigor para que su amigo no se percatase y lo mandase a casa. Sabía que en éstos momentos no debía fallarle, imaginaba que estaba metido en alguna movida gorda y le ayudaría a superarlo juntos como de costumbre.

 

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Rebeca había pedido a María que la acompañara a casa de Montana para aclarar la situación entre ellos, y del que esta niñita estaba locamente enamorada. Su amiga accedió porque de paso vería a su querido amor, con el que seguía quedando y con el que la relación iba viento en popa.

Cuando estaban llegando a su casa, vieron un coche pasar muy rápido y Rebeca rápidamente reconoció a Montana. Justo detrás pasó otro coche, algo más despacio, pero esta vez María fue la que lo reconoció.

Ambas, desconcertadas ante lo que estaba pasando, y locas de amor hacia esos dos jovencitos, giraron bruscamente cruzando el coche en la calzada y provocando el frenazo de varios coches, y se dispusieron a seguir a los dos vehículos hasta que llegaron a su destino.

 

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Marisa, aburridísima, no daba crédito al poco movimiento que había en el gimnasio desde hacía algún tiempo, desde que esa mujer a la que tan bien conocía (la verdad que conocía muy bien a todos los clientes) se golpeó la cabeza en la ducha.

Tenía que hacer algo para saber que había ocurrido entre esas cuatro paredes. Era la primera vez que algo se le escapaba y eso no le sentaba nada bien, y como era de naturaleza alparcera, comenzó a trazar un plan pensando a quién podía llamar y cómo podía conseguir el teléfono para que alguien le contase lo que estaba pasando. Por fin dio con la clave…

 

 

Cristina Urdaniz Ferrer


 

 



29. Es hora de partir.

 

Carolina, mientras se apresuraba hacia la casa de la persona que ella pensaba que le iba a servir de gran ayuda, cayó en la cuenta de que en ese horario estaría en su puesto de trabajo, con lo cual, decidió dirigirse allí: el gimnasio.

Al encontrarse lejos de su destino, pensó que lo más apropiado sería coger el transporte público. Llegó corriendo y taquicárdica a la parada del autobús, cuando una buena mujer se percató de su estado de nerviosismo y le comentó:

—¡Chiquilla, qué acalorada te veo! ¿No tendrás prisa? Porque si es así lamento decirte que el servicio de autobuses se encuentra de huelga, ¡como siempre!

—¿Qué me dice? ¿Lleva mucho rato esperando? La verdad es que tengo bastante prisa.

—Llevo algo así como media hora esperando y creo que esto va para largo. Así que yo que tú me cogería un taxi.

—¡Uf! De acuerdo, muchas gracias señora. Que vaya bien el día.

Carolina sin tiempo que perder y todavía con el corazón a mil, fue rápidamente a la parada de taxi más cercana y se subió a uno de ellos que por suerte estaba ya estacionado.

—Al gimnasio Mega Sports Center de la calle Ramón y Cajal, por favor. ¡Lo más rápido que pueda!

 

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Luis no quitaba el ojo al coche de su amigo Montana, al que seguía guardando las distancias para que éste no se percatara. Montana se estaba adentrando en unos barrios de los cuales nunca le había hablado, lo que extrañó mucho a Luis e hizo que se preocupara todavía más por su amigo.

Tras veinte minutos de recorrido y justo cuando empezada a sonar en la radio la canción “Help” de The Beatles, vio como el coche de su amigo paraba en la puerta de una enorme mansión: la morada de “La Señora” y “Baby Face”. Sus ojos no daban crédito a lo que estaba viendo.

Montana al salir del coche miró efusivamente hacia todas las direcciones para asegurarse de que nadie le estaba vigilando. Por suerte, no se dio cuenta de que su amigo Luis estaba cerca.

Al no ver a nadie, se acercó al portentoso porche que resguardaba la entrada principal de aquella lujosa casa y no dudó en llamar a la puerta. Sabía que podía estar tranquilo, porque había oído en las noticias que “Baby Face” había sido asesinado y, aunque desconocía el paradero de Clara, estaba dispuesto a arriesgarse por su querida Mirka.

Por suerte, fue ella quien le abrió la puerta y tras quedarse estupefacta durante unos segundos al ver a su gran amor delante suyo, no dudó en plantarle un apasionado beso que ambos deseaban desde hacía mucho tiempo.

—¡Mirka, no hay tiempo que perder, coge lo imprescindible y vente conmigo!

—Pero… ¿De qué se trata todo esto? ¿A dónde vamos?

—No puedo explicártelo ahora, tenemos prisa —le comentó mientras rebuscaba en su bolsa de gimnasio–. Cielo, vamos a dejar todo esto en el pasado. Ahora somos sólo tú y yo, comenzaremos una nueva vida lejos de aquí. Llevo planeando esto hace mucho tiempo, toma ten esto —le dijo entregándole un librillo que había sacado de uno de los bolsillos—. Este es tu pasaporte, conseguí quitárselo a tu primo en un descuido hace ya algún tiempo para cuando tuviésemos la oportunidad de irnos juntos.

—Oh, Montana, me encantaría pero… —contestó Mirka titubeando—. Estoy a cargo de Mario, el hijo de Clara y Venancio. ¡No puedo marcharme así como así, es sólo un niño y él no tiene la culpa de nada!

Justo en ese momento, sonó el timbre y ambos se quedaron asombrados, mirando hacia la puerta, porque no imaginaban quién podía ser.

 

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Sin tiempo que perder, Carolina sacó el primer billete que encontró por su bolsillo, y sin fijarse en la enorme cuantía que le iba a pagar por ese trayecto, se lo entregó al taxista mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad y abría la puerta para salir cuanto antes en dirección al gimnasio.

—¡Señorita, olvida su cambio!

—¿Eh?… ¡Quédeselo, y gracias por ser más rápido que Michael Schumacher!

Al borde de un ataque de pánico entró al gimnasio buscando desesperadamente a esa persona: Marisa.

Se le hizo extraño no ver a Rebeca en la recepción y al ver que su sustituta estaba entretenida tomándose un refrigerio en la cafetería, no dudó en pasar al interior sin su carné de socia. Sabía que Marisa era muy alparcera y que le encantaba pasar tiempo en los vestuarios para ver si se enteraba de algún cotilleo nuevo.

—Seguro que sabe toda la historia que ocurrió entre Jorge y yo, y lo sabrá el resto del gimnasio… —pensó avergonzada.

Olvidándose de ese tema y volviendo a la realidad del por qué estaba allí, no dudó en ir a los vestuarios para encontrarse con ella. Pero no hubo suerte, no había ni rastro suyo, por lo que decidió darse una vuelta por el resto de las instalaciones y buscarla en la sauna, y en las aulas donde no se estaba impartiendo ninguna sesión de GAP o zumba.

Los nervios se le estaban apoderando y cada vez pensaba con menos claridad al ver que no encontraba a la limpiadora por ninguna parte. Cuando, derrumbada, se dirigía hacia la puerta de salida para abandonar el gimnasio, se le encendió la bombilla y recordó que había un pequeño habitáculo en el sótano donde Marisa guardaba sus productos de limpieza. Así que, como último recurso se dirigió hacia allí. Y sí, allí estaba, iluminada solamente por la luz que desprendía la pantalla de su móvil, a punto de marcar un número de teléfono…

 

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Tras un momento de incertidumbre, Montana recorrió el pasillo hacia la puerta de entrada y observó por la mirilla para saber quién era la persona que estaba llamando.

—¡Mierda, es el pesado de Luis! —se dijo para sí mismo—. ¿Cómo sabe que estoy aquí? Jamás le he hablado de este sitio. Seguro que me ha seguido el muy canalla.

—¿Qui… quién es? —susurró Mirka asustada.

—Tranquila, no te preocupes, me encargo yo del tipo de la puerta, Es Luis. Puedes ir cogiendo las cosas y ahora solucionamos lo del niño —le dice en tono tranquilo.

Mirka, haciendo caso a su novio, se alejó y subió las escaleras para llegar a su habitación y preparar lo necesario para alejarse de aquella pesadilla.

Mientras tanto, y sin hacer mucho ruido, Montana abrió la puerta para recibir a su amigo Luis.

—¿Se puede saber qué coño haces Montana? —gritó enfadado Luis al otro lado de la puerta.

—¡Shhh! ¡Baja la voz y entra! —le dijo Montana tapándole la boca mientras lo metía al hall.

—Ya me puedes explicar en qué andas metido, qué haces aquí y de quién es esta maldita casa —susurró Luis ofuscado.

—Está bien, te contaré todo. Es una historia muy larga y no dispongo de demasiados minutos, así que seré breve. Desde hace un tiempo trabajo para el mayor narcotraficante de la zona porque ya sabes que ando mal de pasta y era la única manera que encontré de ganar dinero fácil para tapar algunos agujeros. Hace ya tiempo que quise dejarlo porque sé que es un mundo muy oscuro y peligroso, pero seguí necesitando el dinero para ayudar a mi novia, Mirka, a salir del mundo de la prostitución en el que su primo la metió a la fuerza. Debí llamar a la policía pero estoy de mierda hasta el culo y eso hubiera sido sentenciar mi propia muerte. Evidentemente no he podido contártelo porque nuestras vidas corrían peligro.

—Cariño… —dijo Mirka que apareció de repente en el hall—. ¿Me puedes explicar qué hace Luis aquí? —añadió al ver que Montana se encontraba acompañado.

—No contaba con su visita, ha debido de seguirme desde casa —contestó Montana mirándolo de reojo—, y he tenido que contarle por encima nuestra situación.

—Estoy alucinando… —añadió Luis echándose las manos a la cabeza–. Pero… Algo tendréis pensado para salir de esta, ¿no?

—Es lo que me faltaba por contarte, Luis. Mirka y yo queremos huir a otro país donde podamos instalarnos y poder empezar una vida feliz desde cero y sin movidas. Y creo que tú nos puedes echar una mano.

—¡Venga va! —exclamó—. Como siempre, yo sacándote las castañas del fuego, Montana… ¡No cambias! ¡Estoy harto de que me metas en tus problemas!

—Luis, tranquilízate —le dijo echándole la mano al hombro—. Yo quería mantenerte al margen de todo esto, pero eres tú el que has querido saber todo lo que me estaba sucediendo, ¡y por eso estás aquí!

—¡Sólo me preocupo por ti, porque eres mi amigo, joder! Y no sé como lo haces… pero siempre consigues convencerme para que te ayude —dio un largo suspiro y continuó—. Esta vez, he sido yo el que te ha buscado, por tanto, no voy a echarte la mano al cuello. Dime, ¿de qué se trata?

—¡Gracias tío, sabía que podía contar contigo! —se alegró y abrazó a su amigo—. Mira, Mirka está a cargo de Mario, el hijo del narcotraficante del que te he hablado antes, pero para poder irnos necesitamos que alguien se encargue de él.

—No sabemos qué hacer con él, no podemos dejarlo sólo, es un niño —balbuceó Mirka entristecida—. Lo único que se me ocurre es llevarlo con su madre, que está en comisaría, pues le han comunicado hace poco que su marido, Venancio, ha sido asesinado —dijo con repulsión al nombrar a aquel impresentable.

—Me reconforta saber que ese narco está muerto, por lo menos hay algo positivo en toda esta escalofriante historia… —dijo Luis aliviado—. Entonces, ¿cuál es mi papel? ¿Cómo voy a ayudaros?

—Yo había pensado en que te quedases aquí con él, pero sabiendo que su madre está en comisaría, ¡todo es más fácil! Llévalo allí, déjalo en la puerta y pírate sin que nadie te vea.

Luis se quedó dubitativo durante unos segundos cuando de repente, se oyeron dos voces femeninas en el exterior de la casa que pronunciaron los nombres de Luis y Montana. Después, sonó el timbre. Eran ellas: Rebeca y María.

 

 

Sara Garcés Carcas




30. La verdadera identidad de Marisa.

 

—¡Marisa, por fin te encuentro! —exclamó Carolina.

Ante aquel sobresalto para Marisa, pues no esperaba encontrarse con nadie en ese cuchitril, el móvil se le escurrió de las manos y cayó al suelo con la mala suerte de que se apagó debido al golpe.

—¡Ah, Dios mío, qué susto me has dado! Espero que no se me haya roto el móvil porque tenía que hacer una llamada muy importante —respondió con preocupación mientras se agachaba para recogerlo.

—Disculpa, no era mi intención. No veas lo que me alegra haberte encontrado, llevo toda la mañana para dar contigo. Necesito tu ayuda.

—Pero bueno chiquilla, tranquilízate lo primero, y dime, ¿en qué te puedo ayudar yo? —preguntó extrañada, y a la vez impaciente por saber de qué se trataba—. ¿Quieres que vayamos a la cafetería a tomar algo y así me lo cuentas tranquilamente, guapa?

En ese momento, para Marisa, su llamada podía esperar. Cualquier cotilleo (y más si podía participar) se anteponía a lo que fuera.

—No, no, mejor aquí. Es un tema serio y prefiero que no nos oiga nadie —dijo Carolina bajando la voz y cerrando la puerta del almacén de la limpieza.

 

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Mientras tanto en comisaría la investigación iba transcurriendo según lo previsto. El superior de la unidad, el Inspector Jefe Costa, ante la llamada de sus agentes, acudió a la sala de interrogatorios donde se encontraba Nerea.

—¿Qué querían? —dijo Costa.

—Inspector, acompáñeme un segundo al cuarto contiguo, por favor. Tengo algo que comunicarle —le dijo saliendo de la sala.

—Dígame agente, ¿qué es lo que ocurre? —preguntó Lorenzo con entereza.

—Tenemos a Nerea Molina, jefe. Ha sido fácil hacerla venir a comisaría, la muy estúpida se creyó que sólo la queríamos para hacerle unas preguntitas rutinarias. Después del interrogatorio, no nos queda ninguna duda, de que efectivamente es ella la creadora del NC. Lo único que nos descuadraba es que quisiera ponerse en contacto con Venancio Renovalles. ¿Qué opina al respecto?

—Bueno, digamos que esta gente no tiene escrúpulos, sólo buscan hacerse de oro sin importarles el precio que tengan que pagar. Seguramente querría llegar a un acuerdo con él para llevar el negocio a medias o ganárselo para después poder acabar con él y quedarse con todos sus bienes. No sería la primera vez que ocurre algo semejante entre dos narcotraficantes cabecillas. Pero la señorita Molina se debió quedar con las ganas de quitarle la vida a ese bastardo: las cámaras exteriores de los minialmacenes donde habían quedado muestran como ella se va en su coche en dirección a la ciudad, así que el asesino tuvo que ser otra persona. De todas formas, deténganla, creo que se pasará unos cuantos años entre rejas.

—De acuerdo jefe —obedeció el agente.

Éste, decidido a cumplir la orden de su superior, se dirigió hacia la sala donde se encontraba Nerea junto con los otros dos agentes. Pero, al entrar, no daba crédito a lo que sus ojos estaban viendo…

—¡Ni se te ocurra dar un paso más o lo mando todo a la mierda, agente de habas! —amenazó Nerea, a punto de presionar el botón que podía hacer estallar el cinturón de explosivos que llevaba alrededor de su cintura.

 

************

 

—Marisa, estoy amenazada de muerte —dijo Carolina con los ojos vidriosos—. Tengo miedo. He hecho cosas de las que estoy muy arrepentida. No he ido directamente a la policía porque sé que acabaría en la cárcel y por eso he pensado que tú me podrías ayudar. Recuerdo que me contaste que estuviste trabajando como detective para la policía y creo que podrías echarme una mano moviendo hilos para no acabar en prisión.

—Pero hija mía, ¡qué me estás contando!

A Marisa se le pusieron los ojos como platos, con una mezcla de emoción por lo que estaba oyendo y preocupación por la petición de Carolina. Y de repente un gran escalofrío le recorrió el cuerpo. Recordó que, desgraciadamente no podría ayudar a esa joven, pues nadie lo sabía, pero actualmente se encontraba colaborando en la trama del gimnasio M.S.C. con la policía. De hecho, Marisa ya sabía que Carolina andaba metida en la trama y la llamada que quería hacer para ponerse al corriente de la evolución de la investigación estaba dirigida al Inspector Jefe Costa, quien le había suplicado que trabajase con ellos en este caso debido a la buena reputación que había construido durante sus años de trabajo como detective.

A aquella “limpiadora” siempre le había gustado el mundo de la investigación criminal hasta que se planteó dedicarse a su gran pasión profesionalmente. Su familia nunca la apoyó, ni creyó en ella, pero no dejó de perseguir su sueño hasta que, tras años de lucha y esfuerzo, lo consiguió.

Con tan solo treinta años ya había colaborado en varias operaciones importantes del país y su principal papel era sacar información, lo cual le resultaba demasiado fácil gracias a su gran habilidad para enterarse de todo, debido a su don de gentes y a la capacidad de ganarse a todo el mundo con su dulce carácter y fácil palabra.

Sin embargo, todo cambió cuando se quedó embarazada dos años después. Sabía que un mínimo fallo en su puesto de trabajo podía poner en peligro a su familia, y no estaba dispuesta a acarrear ese riesgo, así que decidió que era el momento de retirarse de aquel mundo, pues lo más importante para ella era su marido Paco y su bebé.

Hace unos años recibió una llamada del Inspector Costa, un gran amigo y referente para ella. Éste le pidió, casi suplicando, que colaborara con él y su equipo en la trama que estaban investigando, la cual tenía a “Baby Face” como principal objetivo: necesitaban una persona que se hiciese pasar por limpiadora para sonsacar información a gente involucrada en el narcotráfico en el punto de referencia de trapicheos: el gimnasio M.S.C. de la calle Ramón y Cajal. Y el inspector no dudó en contactar con Marisa, la que había sido su mejor detective durante años.

Marisa no tuvo elección puesto que le debía un inmenso favor a aquel hombre; en la última investigación en la que estuvo involucrada, dio la cara por ella y la salvó de un fatídico final. Por lo tanto, ahora no podía negarse. Aceptó.

 

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Mientras tanto, tras hablar con el agente, el Inspector Jefe Costa volvió a la sala de interrogatorios donde había dejado la conversación a medias con Clara. Entró pletórico y decidido, pues sus agentes no le habían fallado; habían detenido a Nerea, y se sentía especialmente orgulloso de su equipo. Además, una gran sensación de satisfacción le recorrió de pies a cabeza, pues, aunque había intentado que Clara no sospechase, sabía perfectamente quién era: una de las principales protagonistas de la trama a quién deseaban detener. Ésta, además, le podía servir de gran ayuda para poder detener a “Il Capo” y resolver definitivamente la investigación.

—Perdone este inciso, señorita Clara —dijo el inspector mientras cerraba la puerta.

—No pasa nada —contestó cabizbaja simulando un sollozo.

—Continuemos donde nos habíamos quedado —añadió el inspector mientras se acercaba a ella—. Como ya le he dicho, lamentamos mucho la pérdida de su marido, pero no es ese el verdadero motivo por el que está aquí, señorita Clara. O mejor dicho… “Señora”.

Clara se quedó estupefacta al escuchar lo que le acababa de decir. Centró su mirada en un punto fijo sin saber que responder.

—¡Señorita, le estoy hablando a usted! —insistía Costa mientras se reclinaba sobre la mesa mirándola fijamente—. ¿Es que no va a decir nada? —añadió en tono superlativo.

—Yo… No sé de qué me está hablando —titubeó.

Ante su respuesta el Jefe Costa, sin decir ni una sola palabra, se acercó a los dosieres donde tenía todos los documentos del caso. Los observó durante unos segundos, los cogió y los tiró bruscamente sobre la mesa. Clara se sobresaltó.

—¿Seguro que no sabe nada? —preguntó con tono chulesco—. ¡Pues todos estos documentos no dicen lo mismo!

Clara continuó en silencio.

—No vamos a alargar más esta maldita historia, señorita Silva —dijo Costa, poniéndole las esposas—. Queda detenida por tráfico de drogas, trata de blancas y encubrimiento.

Y procedió a leerle sus derechos bajo una velada sonrisa de satisfacción.

 

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Sergio, en su casa, estaba a punto de dar con la persona que enlazaba su pasado con la horrible historia que estaba viviendo actualmente.

—Y sí, recuerdo que al llegar al pasillo de nuestra coqueta habitación… ¡Nos encontramos con Luis, el chico que nos presentó, junto con… Montana! —se dijo Sergio para sí mismo—. Ya está, el kit del asunto tiene que estar relacionado con él, siempre se ha comentado en el gimnasio que pasaba sustancias estupefacientes a los musculitos. Nunca me ha dado buena espina ese chico y creo que no me equivoco. Tengo que contactar con él como sea para saber de una vez por todas cómo, cuándo y por qué empezó toda esta historia.

 

 

Patricia Aznar Serrano


 


 


31. Querido Mario.

 

Jorge y Jota, estaban en comisaría cuando vieron aparecer a Marisa junto a Carolina. Jota sujetó a su padre, que iba directo a hablar con la joven.

—Papá, no —Su padre hizo un amago de contestar, pero suspiró y se quedó callado—. Es lo mejor. El inspector todavía cree que no tengas nada que ver con todo este embrollo.

—Está bien hijo, pero haz todo lo que puedas por Carolina, sé que es una buena niña.

 

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—¿Qué hacen estas dos aquí?

—Y yo que sé —contestó Luis.

—No hagáis ruido, a ver si se van.

Transcurridos diez minutos, Rebeca y María se marcharon sin conseguir ver ni a Montana ni a Luis.

—¿Qué estarán haciendo en ese chalet?

—No lo sé María, pero algo tiene que ver con la paliza que le dieron a Montana, estoy segura…

 

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—Está bien —contestó Luis—, marcharos, yo me ocupo del niño.

—Eres un gran amigo.

Montana le dio un abrazo que le dejó casi sin respiración, le agradecía tanto todo lo que había hecho por él… Sabía que iban a pasar una larga temporada sin verse, ni hablarse. Cómo lo iba a echar de menos.

Mirka y Montana salieron de la casa y conforme subían al coche escucharon un potente ruido, un disparo.

—¿Qué ha sido eso? —dijo Mirka.

De repente vieron a Luis salir corriendo por el jardín, no vieron a nadie más. Estaba como un flan. No sabía que pasaba. Estaba corriendo por el jardín de una casa que desconocía tratando de huir desesperadamente. Las piernas le flaqueaban, veía la puerta de salida tan lejana, que pensaba que jamás la alcanzaría.

—¡Luis! —gritó Montana.

—¡Mario! —Mirka empezó a gritar y llorar desconsoladamente—.  ¡¿Dónde está Mario, Luis?!

—Ah... He... He visto…

—¿Qué has visto Luis? ¡Contesta! ¡Contesta, maldita sea!

Luis se quedó paralizado, no podía mediar palabra, estaba horrorizado.

—Tenemos que irnos Mirka, ayúdame a subirlo al coche.

—¡No puedo irme Montana! ¡Mario! ¡Mi querido Mario! Adiós Montana. Te quiero.

Mirka salió corriendo hacia la casa, entró en la habitación de Mario y ahí lo encontró, tendido en el suelo en un charco de sangre. Lo zarandeó, le gritaba, le abrazaba, lo llamaba, pero Mario no contestaba.

Sonaron sirenas. Encontraron a Mirka, envuelta en sangre, acariciando el cabello de Mario.

—Señora, levántese y ponga las manos donde yo pueda verlas.

Mirka no escuchaba nada, seguía cantándole, como si estuviese dormido. Tuvieron que sujetarla entre dos policías ya que no podían separarla del cuerpo, para poder llevarse al niño.

 

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 —Tenemos un aviso de un disparo en casa de “Baby Face” —sonó en la radio de comisaría—. Ya ha ido una patrulla para allí. Salimos la 424.

—Señorita Silva, creo que ya es el momento de que hablemos seriamente. Acabo de recibir una llamada desde su casa, ha habido un tiroteo. ¿Sabe usted quién se encontraba dentro?

—¡Mario! ¡Mi hijo! ¡Mario!

—Tranquilícese, señora. Tenemos dos patrullas de camino a su casa.

—¡Maldito italiano, mal nacido!

—¿A quién se está usted refiriendo señora? —preguntó el inspector Costa.

—¡Váyase a la mierda! ¡Quiero un abogado, y quiero salir de aquí ya mismo! No tenéis nada para tenerme encerrada.

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Nerea estaba fuera de sí. El teniente López estaba intentando calmarla para evitar que salieran todos por los aires.

—Nerea, tranquila, es un delito por tráfico de drogas, no te caerán más de quince años. Con buena conducta, puedes estar en la calle en ocho. ¿Crees que merece la pena todo esto?

Balbuceaba. Se había vuelto loca. Quería derrumbarse, estaba cansada. Se había convertido en una mala amiga, si es que alguna vez había tenido amigas que no fuesen con interés de que le hicieran trabajos sucios, como vender drogas, sacar información a cerca de algo, etcétera; una envidiosa, rastrera. ¡Y hasta donde había llegado! A los bajos de “Baby Face”, ese asqueroso narco vicioso, todo por un puñado de euros. Le vino a la cabeza los momentos con Sergio, era feliz con él. ¿Por qué se había portado tan mal con él? Sólo quería su felicidad, y ella se lo pagaba intentando robarle todo lo que tenía. Le vino a la mente su padre, ese maltratador con el que tuvieron que vivir su madre y ella durante diecisiete años. Nunca había dejado que ningún hombre se metiese en su corazón o en sus sentimientos, más de lo que ella permitiera, nunca se abría, no quería que la hirieran. ¿Sería por su infancia, su mala infancia, que se había vuelto una persona sin sentimientos? Nerea empezó a llorar mientras bajaba el brazo lentamente…

—¡La tengo! ¡Estate quieta puta loca! —dijo el teniente López.

—Madre mía como está la juventud jefe…

—Y que lo digas… ¡Desactivarme esto!

—Sí, teniente.

 

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—¿Vas a decirme de una vez que ha pasado ahí dentro?

—No sé quien era Montana, sólo le he escuchado decir algo en italiano y seguidamente he escuchado un disparo y he salido pitando de ahí. ¿Se puede saber en qué me has metido?

—Luca… Seguro que lo llamó “Baby Face” para matarme tras su intento fallido. Pero, ¿por qué han matado al niño? La mafia italiana está metida en esto también. ¿Qué habrá hecho Venancio para cabrearles tanto y que se carguen a su hijo?

»Tenemos que largarnos de España, Luis. Dime que Luca, o sea, el italiano, no te ha visto la cara…

—No, yo ni si quiera llegué a entrar a la habitación. Lo escuche hablando y justo cuando me acercaba sonó el disparo y eche a correr.

—Bien, eso está bien Luis… Yo te he metido en esto y yo te sacare —musitaba Montana—. Bueno, nos vamos a ir unos días, tú podrás volver más tarde, pero yo me mantendré lejos de aquí. Podrían encontrarme, los italianos, la policía o los gorilas de “Baby Face”, que a saber el lío que llevarían ahora que no esta “Il Capo”.

 

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Llevaban dos días conduciendo. Luis estaba desesperado por salir del coche. Él no había hecho nada, absolutamente nada más que ayudar a un amigo, y se había visto envuelto en semejante locura. Llegaban a la frontera con Francia.

—Mierda, hay policía, actúa tranquilo y no hables.

Lentamente el coche se detiene ante la señal del agente.

—Buenas tardes, carnet y documentación.

—Buenas tardes señor agente, tenga.

El policía se gira hacia su compañero con la documentación en la mano.

—Carlos, identifica estos carnets y busca antecedentes, no me dan buena espina…

 

 

Ana Asensio Hernando

 


32. Todo era un caos.

 

La mansión de “Baby Face” era todo un caos. La policía continuaba buscando alguna prueba, huellas, documentos. Cualquier cosa que averiguasen sería crucial para saber quién había asesinado al pequeño Mario.

Estaba todo desordenado, toda la casa patas arriba y todavía no habían localizado ni una sola pista. Sólo quedaba una estancia por procesar, aunque presumían que no encontrarían nada sospechoso, ya que Mirka, una vez interrogada en la casa, dijo que era su habitación, en la cual había pasado varias noches. También explicó que ella había sido contratada para cuidar de Mario.

Desde luego que toda la historia que tuvo con el asqueroso de Venancio no la iba a contar, y mucho menos los encuentros sexuales con Clara.

Estaba convencida de que allí no encontrarían lo más mínimo que pudiese hacerla parecer sospechosa o implicarla en semejante asunto tan macabro.

 

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Una vez entregados los carnets y la documentación pertinente y ver lo que tardaban los policías en comprobar si tenían antecedentes, Montana empezó a ponerse nervioso.

—¿Por qué tardan tanto? —susurraba impaciente, agarrando con furia el volante—. ¡Dejé todo listo para que no pasaran estas cosas!

Luis, incrustado en el asiento del copiloto lo miraba intranquilo.

—No te preocupes Montana, será un control rutinario. Esto lleva su tiempo, tranquilízate. Vas a conseguir ponerme nervioso a mí también.

Lo que ambos desconocían era que Montana estaba en busca y captura, y que su imagen había sido distribuida por todas las comisarías de policía. Minuciosamente analizó los movimientos de los agentes y comprendió que algo no iba bien. Algo raro estaba sucediendo, estaban tardando demasiado tiempo y, por su actitud, dedujo que iban a detenerlos. Aceleró sin esperar la respuesta de la patrulla y salió disparado llevándose los pivotes de control por delante.

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Abrieron la habitación de Mirka. A primera vista todo estaba ordenado, no había nada aparente que les resultase extraño, y muchos menos sospechoso. Registraron la habitación de arriba abajo sin encontrar nada. Uno de los agentes se detuvo inmóvil contemplando la cómoda. Parecía como si se hubiera movido el mueble, como si no estuviera colocado en su sitio. Rápidamente con un gesto llamó a otro compañero y entre ambos movieron el mueble hacia un lado. Allí estaba, lo que parecía una caja fuerte empotrada en la pared, medio abierta.

En ella había un maletín y cuatro carpetas con documentación. Lo hallaron algo desordenado, como si alguien hubiera estado registrando su interior con prisas. En ellas estaban las copias de los contratos entre “Baby Face” y Nerea y de Clara con Sergio. En ese mismo momento el inocente joven pasaba a convertirse en sospechoso de toda la operación que tramaban los otros tres.

 

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Al pobre de Sergio se le acumulaban los problemas. No tenía suficiente con toda la mentira que había vivido con Nerea, que ahora también estaba involucrado en los sucios juegos que ella se tramaba. La lujuria y el vicio que sentía por Clara le habían jugado una mala pasada. Por mucho que ella sintiera algo por él,  su pequeño Mario estaba ante todo…

Todo ocurrió aquel día en que tuvo a Sergio en el almacén encerrado, maniatado a una silla, a su merced. Le administro la dichosa droga para que todo fuera a la perfección y lo tuviera postrado ante ella, ante sus órdenes.

En realidad ella no quería meterlo en el plan, pero la vida de su pequeño estaba en sus manos, pues Venancio la había amenazado con quitarle a Mario y llevárselo con él si no hacía que Sergio firmase un acuerdo para poder así hacerse con parte de su dinero y tenerlo comprometido para un futuro.

Fue entonces cuando Sergio firmo dicho contrato, bajo los efectos de la droga que Clara le había dado, a pesar de que ella estuviera en contra de semejante patraña.

 

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Cogieron el maletín. Era negro, forrado con cuero y hacía aguas en azul marino. Llevaba unas bisagras doradas y una cerradura con llave. Se veía que lo habían forzado para poder abrirlo. En un lado del maletín estaban las balas. Había de diferentes calibres. En el otro extremo del maletín había cuatro modelos de pistolas, organizadas por tamaños, introducidas en sus huecos hechos de poliéster.

Uno de los huecos anunciaba la falta de una nueve milímetros. Podía ser con la matasen a Mario.

 

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La policía empezó a perseguir a Montana. Luis no daba crédito de lo que estaba viviendo, cómo se podía haber metido en todo este lío. Mejor dicho, cómo Montana lo había metido en semejante lío, con lo que él lo quería.

Después recapacitó. Se había metido en todo este embrollo el solo, por ir detrás suyo, por preocuparse tanto últimamente. Y pronto comprendió que la única forma de saber dónde estaba metido era siguiéndolo, así había llegado donde estaba ahora.

Estaba cagado de miedo pero a la vez, era una nueva aventura que la estaba viviendo con su mejor amigo. No sabía cómo iba a terminar todo, el sólo veía la aguja del cuenta kilómetros fija por encima del doscientos. Vibraban hasta los cristales de las ventanillas.

—¡No hace falta correr tanto Montana! ¡Les llevamos mucha ventaja, afloja un poco el pie del acelerador y busca algún camino para despistarlos!

Montana, nervioso por las circunstancias miró por el retrovisor y no vio ningún coche de policía. Ya no se oía ninguna sirena, era raro, ya que hacía unos segundos llevaban detrás a cuatro coches persiguiéndoles.

De frente vio como venían una escuadra de coches de policía directos hacia ellos, miles de sirenas sonando, se empezó aturdir.

—Siento mucho haberte metido en todo este jaleo. Perdóname hermano, no sé como terminará todo esto.

En un momento de lucidez, Montana giró a la derecha por un camino que podía ser su salvación. Era pedregoso y oscuro, lleno de árboles frondosos a ambos lados. Continuó por el camino sin saber a donde podría llevar, pero en ese momento era lo único que tenían para no acabar en manos de la policía.

 

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Ya en la comisaría, Mirka hecha un mar de lágrimas por lo sucedido, no sabía cómo iba a poder mirar a Clara, cómo iba a termina su historia, su intensa relación con ella.

Entendía que después de la muerte de Mario, Clara no iba a ser la misma. Que le iba a faltar algo. Como si le hubieran arrancando el corazón del pecho a cachitos, y era lógico, habían matado a su hijo.

Desconocía si la iba a perdonar por no estar atenta en todo momento de Mario. Por haberla traicionado queriendo escapar con Montana, con el amor de su vida. Por otro lado, pensaba que entendería que ella amaba a Montana, que no podía vivir sin él. Que ya había estado sin él mucho tiempo, y ahora era su oportunidad.

Igualmente sentía que su aventura con Clara le había gustado, no sabía muy bien por qué, pero empezaba a tener ciertos sentimientos hacía ella, en ese sentido…

 

 

Sofía Navarro Romero

 


33. Fottuta vita.

 

Tras el brusco cambio de dirección, y a pesar de que la visibilidad no era buena en absoluto, no en vano en el cielo la luna crecía de una manera demasiado lenta, Montana había tomado la decisión de apagar las luces de los faros del coche para no dar pistas a la policía. Su astuta maniobra no vino acompañada de una reducción de velocidad, como el sentido común aconsejaba, a pesar de los ruegos insistentes de Luis, que veía como sus vidas corrían peligro si su amigo seguía pisando el acelerador a fondo sobre aquella pista forestal bacheada, llena de gravilla suelta y con torrenteras producidas por el deshielo. Ciertamente, la situación no invitaba a templar nervios, había que actuar rápido para dar esquinazo a los monos y escapar a toda costa. El nerviosismo del conductor, la noche casi oscura y aquella velocidad endiablada hacían que tuviesen demasiados boletos para la rifa. Entonces, tras una curva, aparecieron unos troncos en mitad del camino. Montana logró esquivarlos, pero el automóvil se salió de la pista y chocó de una manera brutal contra un enorme pino.

 

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Rebeca y María beben cerveza en un bar de El Tubo. Suena la canción Como hablar, pero ellas no tienen ganas de despegar los labios. Guardan silencio, están ensimismadas. Habría que preguntarse por qué las personas enamoradas creen que todas las canciones de amor retratan sus sentimientos.

 

…Como hablar, si cada parte de mi mente es tuya…

 

Es difícil saber qué están pensando. Quizá que fue una suerte que tras seguir a Montana y Luis hasta aquella mansión nadie les abriese la puerta cuando llamaron con insistencia al timbre, y que cansadas de la situación se acabasen marchando.

 

…Como decirte que me has ganado poquito a poco…

 

Y que al cabo de diez minutos, una vez metidas en el coche, oyeran aquel disparo y vieran salir a escape a Montana y a Luis. Puede ser que todavía se estén preguntando cómo fueron capaces de arrancar y de escapar de allí. De cómo se cruzaron con la policía.

 

…A veces te mataría y otras en cambio te quiero comer…

 

Quizá todavía resuenan en sus oídos el sonido de las sirenas. O a lo mejor sólo piensan que el amor es ciego, que aunque sus chicos fuesen unos asesinos lo habrían dado todo por seguirles en su huida.

 

…me estás quitando la vida, como hablar...

 

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Su mayor defecto era que no sabía decir que no. Y si alguna vez lo hacía se sentía tan mal por ello que acababa con un sentimiento de culpabilidad que no le dejaba dormir en paz en toda la noche. En sus relaciones de pareja esta actitud tampoco le había ayudado mucho. A veces se había sentido como un auténtico rey de los calzonazos. Nerea o Clara, eran los últimos ejemplos. No solamente era cuestión de asentir y dejarse dominar, era el tino con el que elegía a sus novias. Se identificaba con el Soldadito marinero de Fito:

 

…Hay que ver qué puntería no te arrimas a una buena…

 

Pero tras los últimos sucesos había decido cambiar de una puta vez y tomar las riendas de su vida. Ahora iba a ser él quien tomase las decisiones, el que tuviese la última palabra en su trato con las mujeres.

—Sergio, ¿qué te apetece que veamos, Cine de barrio o Qué tiempo tan feliz?

—Lo que tú quieras, Pilar.

—A tu padre le da igual.

—A mí también.

—Bueno, si ponen una película de Paco Martínez Soria vemos la Primera. Y si no, María Teresa Campos.

—Vale, perfecto. Por mí no hay ningún problema, Pilar.

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Luca hojea la sección de Fórmula 1 del Corriere dello Sport. La información se centra en el próximo Gran Premio de Malasia. El periodista especula sobre si el trazado del circuito de Sepang se adecua a las características de los Ferrari, y si Sebastian Vettel será capaz la presente temporada de acabar con el dominio aplastante de los Mercedes en la anterior campaña, después del esperanzador debut del alemán en Australia con la escudería del caballito rampante. Una tercera posición en el podium que había devuelto la ilusión a los tifosi. Y mientras se distrae un poco con lecturas automovilísticas repasa mentalmente los últimos acontecimientos. El asesinato de “Baby Face” fue un juego de niños. Bastó con seguirle hasta aquella nave donde se reunió con una atractiva joven. Ayudó mucho que el gordo no viniese acompañado de sus búlgaros. Al principio el italiano no daba crédito a tal hecho, en este negocio no puedes soslayar la protección. Pero cuando vio que la mujer, a mitad de la conversación, se amorraba entre las piernas del seboso comprendió que para ciertos tratos cuantos menos fisgones mejor. Después se quedó solo y tiró de petaca mientras hacía algunas llamadas. Con las endorfinas liberadas tras el orgasmo y la cabeza abotargada por el alcohol, con su caminar torpe por culpa de su voluminoso cuerpo y sin ningún guardaespaldas que le cubriese, disparar y acertar al puerco de Venancio fue tan fácil como haberlo hecho con un enorme oso borracho. La siguiente iba a ser su esposa, pero su detención a manos de la policía había abortado sus planes. Sin embargo, Luca pensó que al menos podía redondear su viaje a España con una buena suma de dinero que añadir al anticipo que “Baby Face” le había dado por el trabajo, antes de viajar a Alemania, donde le esperaba otro encargo. Fue cuando decidió que se daría una vuelta por el chalé a ver si podía llenarse los bolsillos de pasta. Entrar en la vivienda tampoco resultó del todo complicado para un profesional como él. Dentro solamente estaba aquella chica del Este y el pequeño. Mientras éstos veían un programa infantil de la tele, él registró a placer varias estancias de la casa con mucho sigilo. Al final dio con la caja fuerte y se la encontró entreabierta (desde luego era su día de suerte). Quizá Clara había estado hurgando allí antes de que la detuviesen y del sobresalto no acertara a cerrar la puerta. Había un buen fajo de billetes de quinientos que hicieron brillar a sus ojos glotones y de los que se apropió sin rubor. También vio varios documentos que tiró después de leer por encima (pues no le interesaban en absoluto). Sí que despertó su curiosidad un maletín que abrió y en el que se encontró una buena colección de pistolas, y sopesó la idea de llevarse todas aquellas armas. De momento empuñó como si la acariciase una nueve milímetros Parabellum. Mientras todo esto ocurría la casa se había llenado por momentos. Primero fue un joven, luego otro y más tarde eran dos chicas las que esperaban su turno para acceder a la vivienda. Pero sus timbrazos no tuvieron respuesta, parecía que a los de dentro les incomodaba dicha visita. El sicario pensó que era el momento de pirarse de allí. Demasiada gente, no era cuestión de provocar una carnicería. Entonces, inopinadamente, apareció el niño. Sus dos ojos saltones y vivarachos fijaron su mirada en el desconocido que blandía una pistola. El chiquillo actuó como esos corzos que tras unos segundos de quietud, mientras sacian su curiosidad, escapan a toda velocidad cuando huelen el peligro. Pero Luca era buen cazador y ya tenía el arma preparada. Tras disparar huyó de allí por la puerta de atrás. Atravesó el jardín, saltó la valla y en pocos segundos escapó en el mismo coche robado con el que había venido. En su profesión no había lugar al remordimiento. Odiaba matar niños, pero había tantas cosas que odiaba en esta fottuta vita. Es más, matando al hijo es como si hubiese matado a la madre. El castigo había sido peor, sin duda. Una vez lejos del lugar del crimen tiró la pistola al Ebro, se pasó por la habitación que había alquilado, recogió sus pertenencias y emprendió la fuga por la autopista hacia el aeropuerto de El Prat de Barcelona.

El vuelo estaba resultando agradable.

 

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Para Marisa el Inspector Costa era Lorenzo. Se conocían desde hacía muchos años. Quedaba lejano aquel San Antón en Casas Bajas, aquella Noche de las Hogueras (la más alegre del año como reza la canción), y aquellos besos en el baile con sabor a vino adobado. Se enamoraron como los adolescentes que eran. Luego ella partió para Valencia y él para Zaragoza. Mantuvieron una relación epistolar. Con un buen puñado de cartas que acababan siempre con un te quiero y un te echo de menos. Pero como la letra de aquel bolero: dicen que la distancia es el olvido. Y caprichos del destino, ella acabó casándose con un zaragozano, que estaba haciendo el servicio en la base militar de Manises, en Aviación. Un noviazgo que duró lo que la mili de Paco. Se casaron en la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario, en el barrio valenciano de Canyamelar. Y se fueron a vivir a la capital maña. El encuentro con el Inspector Costa fue casual. Marisa ya trabajaba como detective y tuvieron el típico encontronazo, tan literario y cinematográfico por otra parte, que se produce entre la policía y los investigadores privados. Hasta que se reconocieron y entre risas se fueron a almorzar a un bar enfrente de la Basílica. Recordaron aquel San Antón y a ambos les brillaron los ojos. Desde entonces habían colaborado en algunos casos. Los dos sabían que estaban unidos por una especie de hilos invisibles, que tenían asignaturas pendientes. La peor época de la vida del Inspector Costa fue cuando ella se quedó embarazada de su marido. Marisa no sólo dejó su profesión para cuidar a su hijo, sino porque vio la ocasión de distanciarse de Lorenzo, porque cada vez les resultaba más difícil estar juntos, pues flotaba en el ambiente lo conocido con las siglas TSNR (Tensión Sexual No Resuelta). Cuando Marisa recibió una llamada de Costa solicitándole ayuda para un caso de tráfico de drogas a ambos se les alborotaron las mariposas en el estómago. Se trataba de infiltrarse como limpiadora en un gimnasio. Sólo había que agudizar el oído. Ella sopesó el ofrecimiento: su hijo había crecido, su misión parecía no entrañar riesgos, el dinero no le venía nada mal y, bueno, quizá lo que inclinó más la balanza para aceptar el caso fuese el recuerdo de una lejana noche de baile y el sabor de unos besos a vino adobado en un San Antón en Casas Bajas.

 

 

Maxi Jarque Blasco


 



34. Ya nada importa.

 

Mario se iba a llamar Paula, porque en la primera ecografía en la cual el médico podía intuir el sexo del bebé les dijo que parecía que era niña. Y ya no quisieron saber más. ¡Tenían tanta ilusión! Le dijo a Venancio que cuando llegase el instante de las contracciones lo quería allí, junto a ella, que le importaba una mierda que en cualquier otro momento estuviese follando con cualquier puta, pero cuando rompiese aguas no lo quería mandar a buscar por todos los burdeles de la ciudad. Y “Baby Face” cumplió. Ya de camino al hospital se hicieron la pregunta de qué nombre le iban a poner al bebé si resultaba ser un niño. Y fue cuando decidieron que llegado el improbable caso le llamarían Mario, como el abuelo materno de Clara. El parto resultó largo y pesado. La futura madre no dilataba y a Venancio lo sacaron de la sala. Él salió a regañadientes gruñendo porque tenía mucha ilusión por ver nacer a su hija. Pero debía salir ya que iban a utilizar un fórceps y no se podía quedar. La espera se prolongó en el tiempo. Y, por fin, salió una enfermera y le dijo que había sido padre, que podía conocer a su hijo. Él dijo hija, y la sanitaria le repitió que hijo. Él rió a carcajadas. Cuando entró en la sala de partos, la madre sufría alucinaciones producidas por los medicamentos: oía cencerros de vacas y reprochó a su marido que entrase con pantalón corto y chanclas (cuando él, siguiendo las directrices del hospital, estaba decentemente vestido con pantalón largo, camisa y zapatos). Por otro lado, alguien sacudía al bebé en el culo para que rompiese a llorar, cosa que no ocurrió hasta el tercer cachetazo. Y, finalmente, el médico dijo al padre que ya que no había visto nacer a su hijo iba a tener el gusto de ver nacer a la placenta. Y no sé qué se pensaba Venancio, quizá creía que la placenta era una cosa inmaculada, blanca como la nieve, y resultó ser una masa sanguinolenta que le revolvió el estómago. La situación fue la siguiente: Clara medio drogada, un enfermero cascándole en el culo a Mario y el padre a punto de vomitar tras ver el nacimiento de la placenta. Tenía huevos la cosa, un asesino como “Baby Face”, que había destripado a varios tipos en su vida, con la tripa revuelta por una placenta.

La llegada de Mario parecía que iba a ser un punto de inflexión, que la relación de pareja se enderezaría. Incluso contrataron los servicios de un asesor matrimonial. Pero no, todo fue inútil. Quizá hubiese sido el momento de alejarse de los turbios negocios, haber cogido todo el dinero y haberse mudado a otra ciudad a empezar de nuevo, como una familia normal. Si así lo hubiesen hecho, ahora Mario estaría vivo.

Cuando Mirka entró en la comisaría y se encontró con Clara se fundieron en un largo y cálido abrazo. Ambas lloraban con desconsuelo. Clara repetía como un mantra:

—¡Ya nada importa, ya nada será igual!

En la comisaría se guardaba un respetuoso silencio, pues no había nada más triste de presenciar que el dolor de una madre que ha perdido a su hijo.

 

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El teniente López estaba que trinaba, ¿cómo podía haber entrado en la comisaría una mujer cargada de explosivos? Alguien no había hecho bien su trabajo, no cabía duda de que no se había tomado muy en serio lo del registro. Alguna cabeza iba a rodar, desde luego.

 

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Nerea no se reconocía. Había estado a punto de suicidarse y de provocar una tragedia. Toda la comisaría habría volado con toda aquella gente dentro. Ella nunca se había conformado con lo que le había tocado vivir. En el barrio obrero donde creció la vida no había sido fácil. No solo las calles eran peligrosas, a veces dentro de las viviendas se encontraban animales más repugnantes que las ratas que campeaban a sus anchas entre la basura y en los descampados. Como por ejemplo su padre, que zurraba a su mujer cuando bebía mucho, y eso para un hombre que no salía de los bares significaba casi a diario. Una noche su padre entró en su habitación y pensó que de tan borracho se había equivocado, que con la correa iba a pegar a su madre, pero no había error alguno. La ató con el cinturón al cabezal de la cama y empezó a manosearla. Nunca olvidaría su olor a sudor viejo, a orín y a tabaco negro, su aliento a vino barato. Tenía once años. A partir de ese momento nada fue igual. La niña que fue quedó allí tumbada entre sábanas ensangrentadas. La única persona a la que había amado de verdad en la vida había sido Carolina, y ahora ella le había traicionado. Le había perdido la ambición, el deseo de huir de la miseria que la persiguió, quiso tener el suficiente dinero para no depender de nadie. El fin justificaba los medios, por eso embaucó a Sergio y a Carolina. Sólo que acabó enamorándose de ella. Y ahora, Nerea se sentía como esos ñus del Serengeti-Mara que en su migración de unos tres mil kilómetros y tras salvarse de enfermedades o de ser devorados por depredadores, intentaban cruzar el río, teniendo cuidado de no ser arrastrados por la corriente. Y que cuando, por fin, iban a alcanzar la otra orilla eran devorados por cocodrilos que acechaban bajo las aguas.

 

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Cuando Jorge vio a Carolina entrar en comisaría en compañía de Marisa tuvo sensaciones encontradas. Por un lado se alegraba de volver a verla y por otro sabía que ella había perdido la partida, que se había dejado atrapar. Desde que enviudó no había rehecho su vida. Se centró en su trabajo y en criar a su hijo. Pero la aparición de Carolina provocó un tsunami en su corazón del que trataba de recomponerse sin conseguirlo. Si comprobaban que ella era como Heisenberg, el protagonista de Breaking Bad, que Carolina había sintetizado la droga, lo iba a tener crudo. La iban a condenar sin remisión. Él quedaría a salvo si el Inspector cumplía su parte del trato, pero ella, ¡uf!, iba a estar muchos años en la sombra.

 

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Entre la documentación incautada en el domicilio de “Baby Face” se encontraba un testamento en el que un tal Sergio Almeida dejaba todos sus bienes a una de las sospechosas, Nerea Molina. En principio tenía visos de tratarse de una coacción, pero había que comprobarlo. De todas las maneras si el señor Almeida tenía herederos forzosos, salvo que los hubiese desheredado expresamente, tenía la obligación legal de reservarles el tercio de la legítima. A parte del tercio de mejora. Con lo que la señora Molina solamente podría beneficiarse del tercio de libre disposición del testador. Pero todas estas dudas había que resolverlas con la presencia del señor Almeida en la comisaría. El teniente López envió a una patrulla a dar con su paradero.

 

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—Perdona, Marisa, ¿te apetece cenar conmigo esta noche?

—Claro, Lorenzo, llevo años esperando este momento.

 

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ÚLTIMA HORA

Un avión Airbus A320 de la compañía alemana Germanwings, que ejecutaba el trayecto entre Barcelona y Düsseldorf se ha estrellado en los Alpes franceses de Provenza con ciento cincuenta personas a bordo. Todas ellas han perecido en el accidente.

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ÚLTIMAS NOTICIAS

Se especula con la posibilidad de que la caída de la aeronave haya sido provocada deliberadamente

 

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A consecuencia de la colisión Luis perdió el conocimiento. Su amigo, sin embargo, permanecía consciente. Estaba reventado por dentro, sentía el hálito de la muerte en la nuca y al barruntar su inminente fin concentró su pensamiento en Mirka. Veía las hermosas facciones de su rostro, su risa límpida y sus ojos claros. Pero poco a poco sus rasgos se iban difuminando y en vez de desaparecer del todo iban mudando en una cara distinta, la de Rebeca. Montana pareció sonreír, pero tan solo se trataba de una mueca. Un hilillo de sangre se le escapó de la comisura de los labios. Cuando Luis recobró el conocimiento, comenzó a zarandear y a llamar a su colega, pero éste ya había muerto. Gritó su nombre con la misma rabia e impotencia con lo que lo hacía de pequeño, cuando su equipo perdía:

—¡Por vuestra culpa! ¡Por vuestra culpa!

—Pero, Luisico, ¿por qué dices eso?

—¡Por vuestra culpa soy del Zaragoza! ¡No podía ser del Barcelona, no! ¡Del Zaragoza!

—Pues, chico, cambia de equipo —le decía su tía Tupi.

—¿No entendéis que ya no me puedo cambiar?

 

Aún no amanecía. Todavía quedaba más de una hora.

 

 

Maxi Jarque Blasco


 

 

 



35. Hotel gratuito.

 

Marisa caminaba nerviosa. Dejó el taxi tres calles más atrás de donde se encontraba el restaurante en el que había quedado con Lorenzo, con la intención de relajarse en ese corto paseo. Reconocía perfectamente el mensaje que lanzó en su respuesta a la invitación del inspector: “Claro, Lorenzo, llevo años esperando este momento”. Pero en las horas transcurridas, las dudas comenzaron a deslizarse por su mente. ¿Y si sólo era una invitación cordial sin más intención que cenar como dos antiguos compañeros? ¿Y si era ella la que seguía loca por él y sólo fruto de su imaginación que él seguía enamorado de ella?

El restaurante apareció en la acera de enfrente. Las cartas estaban sobre la mesa, no había vuelta atrás. Marisa se colocó el bolso sobre el hombro y entró con toda la soltura y seguridad que sabía mostrar en los momentos decisivos.

Lorenzo se levantó casi de un salto cuando Marisa apareció en el restaurante, y sintió que el mundo entero se había detenido en ese instante. La visión era como tantas y tantas veces la había imaginado. Estaba radiante. Su sonrisa, dulce y provocadora a la vez, se iluminaba con esa chispa brillante que destellaba en sus ojos; eso no había cambiado con los años.

Se cogieron de las manos al llegar ella a la mesa, las miradas de ambos hablaban sin palabras. La emoción de aquel reencuentro los fundió en un largo abrazo.

Se sentaron a cenar. Lorenzo le cogió la mano y con palabras entrecortadas le dijo:

—Estás preciosa, como siempre. ¡Si supieses cuántas veces he soñado con este momento! He imaginado mil formas de volver a encontrarnos, de regresar al pasado, de modificar las cosas para que nunca te hubieras alejado de mí. ¡Que tonto fui dejándote ir!

—¿De verdad has seguido todos estos años pensando en mí de esa forma? —le preguntó Marisa con una sonrisa entre incrédula y traviesa.

—¿Lo pones en duda? ¿No se me notaba demasiado cuando te llamaba para algún trabajo? Por cierto, gracias de nuevo por tu colaboración.

—Por favor Lorenzo, sabes que esta vez no he sido de gran utilidad, el caso lo has resuelto tú solito.

—Pero tu información ha sido la base para tener vigilada a toda esa chusma.

—No los trates de forma tan dura, algunos tienen vidas muy complicadas y tristes. Hay veces que cuando les sonsacaba con mis chismorreos, me daban mucha pena. Son inmaduros e ingenuos, como cachorros desprotegidos en la selva.

—Veo que tu compasión por la humanidad sigue intacta. No recuerdo haberte oído atacar a ningún sospechoso, siempre tenías una palabra tierna para escudar sus fechorías, sobre todo con los jovenzuelos.

—No te olvides que tengo un hijo y que tú y yo también fuimos jóvenes e insensatos. Por cierto, ¿qué va a pasar con toda esta gente y con la pobre Carolina? En el fondo no es mala chica.

—Nos falta dar con Sergio Almeida, él nos puede aclarar muchos cabos sueltos. Será el juez quien decida el futuro de todos ellos. Con Clara, como tú muy bien intuiste, no va a ser fácil demostrar que está involucrada en todo este lío, pero ya se verá. Carolina lo tiene muy crudo, su confesión voluntaria y el miedo a la loca de Nerea pueden ser atenuantes en su condena.

—¿Estás satisfecho con los resultados o, como también intuyo, te queda algo pendiente?

Lorenzo sonríe mientras toma de nuevo la mano de Marisa y la besa dulcemente.

—Me conoces demasiado bien. Tengo un italiano escondido en alguna parte, al que estoy deseando saludar y ofrecerle hotel gratuito de por vida; será mi despedida de esta profesión. Pero dejemos el trabajo. Esto sigue pareciéndome un sueño. No puedo creer que te tenga a mi lado, que te esté mirando a los ojos, que pueda acercarme a ti y besarte…

A la mañana siguiente, Lorenzo y Marisa desayunan en la terraza del piso del inspector. La vida los había vuelto a poner uno frente a otro, cada uno con sus experiencias como mochila; pero esta vez, ambos sabían que su amor iba a saltar por encima de todas las barreras.

 

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            …Como hablar, si cada parte de mi mente es tuya…

Rebeca mueve la jarra de cerveza mientras sus ojos se arrasan de lágrimas. En su mente la voz de Montana resuena una y otra vez: “Rebeca, eres mi Ángel. Rebeca, eres mi Ángel. Rebeca, eres mi Ángel”.

El sonido del WhatsApp hace que las dos amigas se sobresalten. Han vibrado los dos al mismo tiempo. Uno de los grupos de los que forman parte, las invita a una quedada en el Parque del Agua.

—Rebeca, ¿estás llorando, en qué piensas? No llores, ya sabes que yo no sirvo para consolar a nadie. Creo que tenemos que pasar página y  volver a nuestra vida como antes de conocer a estos dos capullos. ¡Y yo que me había hecho ilusiones de que Luis era distinto! Bueno distinto sí que es, vaya mal rollo, con la policía y toda la historia. ¿Te imaginas que nos hubiesen detenido a nosotras? ¡Chica, di algo!

—¿Cómo podemos enterarnos de qué les ha pasado? Hasta mañana la prensa no dirá nada. Montana no está recuperado del todo de la paliza y…

—Joder tía, ¿es qué no me has escuchado? ¡Qué pasamos de esta movida y se acabó! Ya has leído: “A las doce en el Parque del Agua y que cada uno pille algo para compartir”. Allí es donde nos vamos ahora mismo, y a la puta mierda esos dos, que les den. Ellos sabrán de qué rollo van.

—No, María. No sé lo que voy a hacer con mi vida, pero tengo muy claro lo que no voy a seguir haciendo. Ahí fuera hay gentes que viven cada minuto del día como si fuese el último, que tienen ilusiones, amores y sentimientos por los que luchar. Nosotras no, nuestras juergas son la excusa para no sentirnos solas. Yo no quiero seguir así. De momento me voy a casa; creo que tengo que pensar en muchas cosas.

—Pero tía, si tú misma has dicho que Montana está pilladísimo por esa polaca. Pasa de él, hay tíos a patadas.

—Por eso mismo María. Él me ha demostrado lo que es amar y sacrificarse por una persona, porque eso es lo que llena de verdad, no meternos mierda y beber hasta no recordar con quien hemos follado. Ve tú sola. Ya quedaremos un día de estos, cuando sepamos que ha ocurrido, pero no cuentes conmigo para más fiesta.

Ambas se despiden, continuarán siendo amigas, pero nunca volverá a ser como antes. Sus caminos paralelos han llegado a la bifurcación y cada una ha tomado una dirección opuesta.

 

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—Para bien o para mal esto tiene que terminar de una vez. Yo no he hecho nada, al contrario, yo soy la victima de muchas cosas. Lo del testamento tiene que arreglarse de inmediato. Les contaré todo, bueno casi todo. Ya sólo me falta ser el payaso faldero ante los polis.

Sergio Almeida va hablando solo en el coche mientras conduce en dirección a la comisaría. Está dispuesto a poner una denuncia por secuestro y coacción. No dejará títere con cabeza. Las zorras que lo han metido en esto se acordarán de él de por vida. Ya ha hablado con un abogado y entre ambos han acordado como contar la historia sin involucrarse más de lo necesario, ni quedar en ridículo.

El teniente López no daba crédito a lo que escuchaba. Tras más de media hora tomando declaración al señor Almeida, decidió llamar al inspector Costa.

—Señor, creo que sería conveniente que viniese lo antes posible por la comisaría, Sergio Almeida se ha presentado para poner una denuncia. Creo que sabe más de lo que dice y que su testimonio es de gran importancia en este caso.

—¿Ha aportado más información sobre la implicación de la señorita Silva? Ese es un cabo que tenemos que tener muy atado, es escurridiza como su marido.

—Sí, pero dice que ella lo liberó de los secuestradores, que él sólo la conocía del gimnasio y de haber pasado algunos buenos ratos juntos.

—¿Qué? ¿Cuál es su implicación en el tema del NC, qué papel era el suyo, ha conseguido que aclare algo?

—No inspector, por eso le llamo. En lugar de aclararse, esto se está liando más, de hecho él ha venido a denunciar que lo secuestraron y que le obligaron a firmar un testamento. Hace responsable a Nerea Molina y dice que todo ha sido por venganza y celos porque lo suyo se acabó. Parece desconocer todo sobre el NC y los últimos acontecimientos en casa de “Baby Face”.

—Estoy allí en diez minutos. Vaya explicándole que estábamos tras su paradero y que está implicado en delito de drogas.

—Ya lo he hecho, y se niega a decir nada más hasta que no esté su abogado delante. Creo que está en camino.

 

 

Estela Alcay



36. ¡Gilipollas! ¡Hace falta ser gilipollas!

 

Sergio ha perdido la cuenta del tiempo que lleva de espera. Pasea por la habitación con las manos en los bolsillos, mientras sus pensamientos le acuchillan.

«¡Gilipollas! ¡Hace falta ser gilipollas para meterme en este marronazo! Todo por encoñarme de una tía. No. Todo esto no es por Clara, es por la hijaputa de Nerea. Y parecía una mosquita muerta cuando la conocí. Claro, después era ella la que manejaba mi vida. ¡Y yo tan tranquilo!»

Con la palma de la mano Sergio se da un golpe en la frente y continúa con su devaneo.

«Era más cómodo. Ella se encargaba de todo, ¡hasta de preparar la boda! ¡Joder! Si me lo cuentan de otro me estaría descojonando. Pero como esto no se solucione voy a terminar en la cárcel. No puede ser, todavía me parece una pesadilla. ¡Gilipollas! ¡Eres un verdadero gilipollas, Sergio!»

A través de la ventana se escucha un atronador frenazo. Sergio se detiene y mira. Una madre con el cochecito de su bebé increpa al coche que ha estado a punto de atropellarlos. Entonces recuerda lo que el teniente López le ha dicho. Mario ha muerto, lo han asesinado.

«La única vez que vi a Clara con un sentimiento humano fue cuando secuestraron a su hijo —continua pensando—. La mujer de hielo y lava tiene que estar destrozada. Pero por más que lo intento no soy capaz de imaginarla sollozando y rota. Es peor, sigo viéndola como el deseo incontrolado, como una bomba exótica que me está esperando para estallar. Sí que me he encoñado, sí. ¡Esto ya es de psiquiatra!»

Cuando la puerta se abre, Sergio da un respingo. Su mente estaba muy lejos de ese lugar en esos instantes.

—Señor Almeida, han llegado sus abogados, acompáñeme. Tiene treinta minutos para hablar con ellos, después pasaremos a tomarle declaración, voluntaria o involuntariamente, usted decidirá.

Sergio sigue al teniente, se siente confuso. ¿Qué ha dicho? ¿Sus abogados? El señor Larraz quedó en que él acudiría a la comisaría media hora después y que se limitase a poner la denuncia. Juntos hablarían con el inspector y harían una declaración voluntaria y exculpatoria sobre los hechos ocurridos, de forma que constara como un acto de cooperación con la ley. Pero no se atreve a preguntar.

—Media hora, ni un minuto más —reitera el funcionario antes de cerrar la puerta tras él.

Al entrar en la sala, el señor Larraz está acompañado por un hombre vestido de forma impecable. Sólo su mirada fría y penetrante parecen no corresponder a esa imagen. Ambos se levantan al llegar el joven ante ellos.

—Buenos días Sergio, permítame presentarle al señor Alexandro Kornolius. Ha llegado desde Barcelona hace unas horas. Pertenece al bufete de abogados American &Associate Justice. A última hora de ayer se puso en contacto conmigo y hoy ha querido hablar en persona con usted. Tiene algo que proponerle y creo que debería escucharle, puede ser la solución más práctica a su situación.

—Siéntese, por favor. No dispongo de mucho tiempo y me gusta ser directo —le explica  mientras saca de su maletín unas carpetas que va colocando de forma ordenada sobre la mesa—. Somos conocedores de las circunstancias que le han rodeado durante este tiempo y de las consecuencias que ello han tenido para su vida. Voy a decirle algo muy importante, como preámbulo a mi presencia aquí, pero no lo repetiré; es más, si no le interesa, cuando termine no habré dicho absolutamente nada. ¿Lo ha entendido?

Sergio mira a su abogado quien le dice con la cabeza que afirme. Pero no, él no entiende nada de nada; está harto de que todo el mundo le diga lo que tiene que hacer. ¿Qué coño pinta la justicia americana en todo esto? Siente como un escalofrío recorre su espalda. Esto es demasiado. ¿Dónde lo ha metido Nerea? ¿Hasta dónde llega este embrollo? La gélida  mirada del letrado está clavada en él esperando su respuesta.

—Sí, entendido. Pero explíquese más porque ya no sé exactamente lo que entiendo de verdad y lo que no.

—Bien. Los negocios de “Baby Face”, tanto los de coches de lujo, como de antigüedades, arte o joyerías, por nombrar sólo algunos, se han visto seriamente afectados tras su muerte. Hay muchas personas importantes que están viendo como sus actividades comerciales apuntan a una quiebra total. “La Señora”, como ustedes la llaman, tiene que volver a tomar las riendas de la situación antes de que se produzca una hecatombe.

—¿Y qué pinto yo en todo esto? Hasta hace cuatro días desconocía quien era en realidad esa mujer. Además, está claro que la policía no la va a dejar escapar.

—Por eso no tiene que preocuparse, la justicia española no tiene pruebas que involucren a doña Clara en los asuntos de su marido.

—Pero en los de Nerea sí, y ella sabía muy bien lo que estaba haciendo.

—Erróneo, señor Almeida. La viuda de “Baby Face” sólo es una víctima más, al igual que usted, de los proyectos de dos jovencitas por hacerse con una parte del mercado de tráfico de drogas. Si está dispuesto a colaborar, tiene la oportunidad de salir indemne de este asunto. Junto con la señora Silva los sacaremos del país de forma legal, y limpios de cualquier sospecha.

—¿Clara está de acuerdo con todo esto? —pregunta Sergio mirando de hito en hito a ambos letrados—. ¿Qué gano yo con esto? Eso supone dejar mi trabajo y todo lo que tengo aquí. ¿Por qué debo irme a otro país? ¡Yo no he hecho nada!

—Usted está en proceso de ser declarado coautor de los hechos: narcotraficante y sospechoso de la muerte de Mario… ¿Cree que debo seguir exponiendo los delitos en los que se puede ver implicado?

—Pero oiga, ¡que yo no tengo nada que ver con todo lo que está diciendo!

Sergio se levanta de un salto de la silla y se pasa las manos por la cabeza, tratando de ahuyentar todo lo que en ella bulle en esos momentos.

—El juez se va a regir por las pruebas que tenga delante, que serán las que a nosotros nos interesen. Usted decide señor Almeida. ¿Lo toma o lo deja? No tenemos tiempo para divagaciones. Su declaración está ya redactada, sólo tiene que firmarla.

 

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Tras los cristales del psiquiátrico de Zaragoza, atada a una silla, Nerea observa los jardines del centro. Después de atacar a todo el que a ella se acercaba y de autolesionarse, los psiquiatras que la valoraron decidieron que su trastorno mental no daba lugar a dudas. Debería permanecer recluida de por vida, bajo un severo tratamiento farmacológico y aislamiento en sus periodos de crisis.

—Saldré. Saldré y volverás a mí como una perra arrastrándote. Me suplicarás, pero yo te haré sentir todo el dolor que me has causado en tu propia piel. Carolina, pienso en ti cada instante de cada día. Eres a la única persona que he amado y me has traicionado. Pero yo te perdono. Te encontraré y, una vez que comprendas cuanto estoy sufriendo, seremos felices, muy felices, las dos solas, te lo prometo.

Los pensamientos de Nerea se ven interrumpidos por la letanía de un hombre: “Por vuestra culpa, por vuestra culpa soy del Zaragoza. No podía ser del Barcelona, no ¡del Zaragoza!”

 

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El día del juicio, en el banquillo de los acusados sólo hay una persona: Carolina. Es declarada culpable de todos los cargos, junto con su cómplice, Nerea, quien cumplirá la condena en el psiquiátrico. En los bancos del fondo de la sala, Jorge no puede contener las lágrimas; se siente como un traidor, aunque no alcanza a comprender el porqué de  ese sentimiento. El brazo de Jota rodeando sus hombros le reconforta.

 

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—Todavía no termino de creer que todo esto sea real. Yo sólo quería relajarme los lunes por la mañana en el gimnasio.

—Es el destino, Sergio. Nadie somos dueños de él por mucho que hagamos proyectos, por más que tengamos sueños e ilusiones por los que luchar. El destino nos da y nos quita cosas y personas, nos retuerce de dolor y de alegría, juega con nuestras vidas. Somos nosotros quienes creemos que organizamos nuestro futuro, pero es el “sino” quien maneja las velas de nuestros barcos.

La mano de Sergio toma con firmeza la de Clara; una Clara desconocida hasta para ella misma. Sus destinos sobrevuelan un infinito colchón de nubes blancas, sobre las que todo parece suave, dulce y delicado. Pero ellos son conscientes de que las tormentas también se producen sobre esos bellos celajes.

 

 

Estela Alcay


 

 



Epílogo.

 

El otoño estaba siendo muy duro aquel año. El frío se había hecho notar demasiado pronto. Las calles lucían una extensa alfombra hojaldrada que convertía a los barrenderos en inesperados Sísifos. Las ráfagas de viento colaboraban en la interminable tarea de retirar las hojas muertas. La persistente niebla reforzaba aún más la perspectiva de unos días oscuros y breves. El tímido sol del mediodía nada podía hacer ante aquellos enemigos tan fuertemente asociados.

Se acercaba el primer día de noviembre y las floristerías comenzaban a recibir los pedidos de familiares afligidos por el recuerdo de sus seres queridos. En las trastiendas se almacenaban los claveles, las margaritas y los crisantemos, además de las rosas, los gladiolos y las azucenas. El olor de las flores se extendía por las calles impulsado por el viento e iba perdiendo fuerza conforme se alejaba. Un ligero y perfumado aroma se coló por el diminuto resquicio de una ventana. Sólo pudo recorrer un breve camino hasta una mesa de despacho donde se disolvió por completo entre los expedientes que se acumulaban sobre ella.

—¿Da usted su permiso? —la voz del teniente López retumbó en la habitación a pesar de la enorme cantidad de papel que podía absorber el sonido.

—Pase, pase —el inspector jefe Costa levantó la vista–. ¿Alguna novedad en el caso del atraco?

—No, señor. Ha venido Jota con su padre y un tal Luis. ¿Se acuerda del caso del NC? Hubo dos detenciones, varios asesinatos y dos de los implicados desaparecieron sin dejar rastro.

—Sí, lo recuerdo —Lorenzo sintió una mezcla de rabia, pena y felicidad—. Al italiano, el que tenía en el punto de mira, se le ocurrió morir en un accidente de avión que no llegó a esclarecerse; no como el del camello que tuvo tan mala suerte en la huida. Uno de los asesinados fue un niño. Y me reencontré con Marisa… ¿Cuánto hace ya de aquello? ¿Cinco o seis años? ¡Qué deprisa pasa el tiempo! —se levantó de la silla—. ¿Y dice que están en la puerta? ¡Hágalos pasar!

El despacho no ofrecía asientos suficientes y el teniente López fue a buscar una silla a otra estancia. Jota ayudó a su padre a sentarse, mientras Luis esperaba de pie; lucía un anorak en la que resaltaba el logotipo de una conocida empresa de mensajería.

—Buenos días, caballeros —saludó Costa—. ¿A qué viene el honor? ¿Qué se le ofrece, Jota?

—Buenas, inspector jefe —contestó el joven policía—. Ya conoce a mi padre y éste es Luis Sánchez, amigo de uno de los implicados en el caso NC que falleció en un accidente de coche durante los hechos. Ya en su día se investigó su conexión con el Mega Sports Center, el gimnasio donde se concentró la trama —se acomodó en la silla, como para hacer un paréntesis en su disertación—. Por si le interesa, lleva cerrado desde entonces. Hay un par de empresas que están interesadas en volver a abrirlo y las hemos investigado; todo correcto —volvió a incorporarse—. Hemos estado vigilando al sujeto —miró a Luis— desde el cierre del caso por su posible relación con otro que llevamos desde la central y no hay nada en su contra, de momento. Parece ser que siempre ha estado limpio.

«Y ha seguido hacia adelante; no como otros», pensó mirando a su padre que seguía cabizbajo desde que se sentaron.

—Esta mañana —siguió hablando—, se ha presentado en nuestra casa para entregar en mano, como parte de su trabajo, una carta sin remitente cuyo contenido nos ha obligado a reaccionar rápido. Le he pedido que esperase mientras la leíamos y que viniera aquí con nosotros —le tendió un sobre—. Vea usted mismo.

Costa sacó un arrugado papel escrito a ordenador y leyó con atención. El silencio comenzó a abrumar a los presentes que se fueron turnando en miradas furtivas. La de Jota mostraba preocupación, la de Jorge, pesadumbre, y la de Luis resignación.

Lorenzo terminó de leer la misiva y se abalanzó sobre la puerta.

—¡Teniente López! —–el aludido se acercó raudo—. Póngase en contacto inmediatamente con el hospital psiquiátrico para preguntar por Nerea Molina. Yo llamaré a penitenciaría para comprobar el estado de Carolina Campillo.

—No hace falta, jefe —contestó López—. Nos acaban de comunicar el fallecimiento de ambas mujeres; asesinadas. ¿Y sabe lo más curioso? —Lorenzo esperó la noticia casi sin respirar—. Las han matado hoy a las dos a la misma hora: las once y cuarto de la mañana.

—Busque ese dato en el expediente del caso. A ver qué puede significar —Costa se volvió hacia Luis—. ¿A qué hora le pidieron que llevara la carta?

—A las once y cuarto —contestó el joven mientras tragaba saliva.

 

************

 

Los dos coches desfilaban lentamente, sin prisa. La negrura de ambas carrocerías contrastaba con el azul brillante de aquel día; no todo podía ser triste. El sol se reflejaba en los mármoles de todas y cada una de las lápidas, consiguiendo destellos de colores como los de la vidriera de una iglesia. El frío se ocultaba en los rincones oscuros adonde no llegaban los débiles rayos solares del otoño. Los cipreses apuntaban al cielo, anunciando el próximo tránsito de dos nuevas almas.

La escasa comitiva llegó hasta la correspondiente hilera de nichos del cementerio. Acudieron pocas personas para despedir en su viaje final a las dos muchachas; nada que ver con los entierros tumultuosos de los jóvenes que ven truncadas sus vidas cuando apenas están comenzando. Carolina y Nerea se equivocaron al meterse en un mundo inhóspito y cruel y se quedaron solas.

Lorenzo y Marisa, cogidos de la mano, contemplaron el ritual de los albañiles. Aún les quedaba mucho camino por recorrer juntos. Las investigaciones condujeron hasta un punto muerto, sin más pistas que aquella carta dirigida a Jorge Guardiola y en la que, además del anuncio de las dos muertes, se le exigía olvidar todo lo ocurrido y se le perdonaba la vida por ser familia de policía. El papel, el contenido, la tinta… nada se pudo aprovechar para seguir tirando del hilo que se volvió invisible.

Pudieron localizar al resto de implicados en el caso NC: Mirka, la joven polaca, había conseguido un empleo como limpiadora en un edificio de oficinas, y María seguía trabajando como dependienta. Rebeca fue más difícil de encontrar; se casó con un amigo de su padre, millonario, quien le proporcionaba todos sus caprichos; vivían en París. Las tres mujeres acudieron al cementerio aquel día para “cerrar una puerta con llave” tal y como les comentó Luis nada más verlas allí. Los cuatro, permanecieron juntos sin dirigirse ninguna palabra más.

Un poco más atrás, Jota volvió a sujetar por enésima vez a su padre que se mareaba con frecuencia y que seguía sin poder salir del agujero en el que cayó. La visión del ataúd en que el que iba el cuerpo de la joven de la que se había enamorado consiguió que Jorge se estremeciera. Se desesperó al pensar que ya nunca más volvería a sentir aquello y varias lágrimas arrasaron sus ojos.

El teniente López vigilaba el escenario desde la distancia junto con más agentes, formando un perímetro. Se esperaba que el asesino apareciera por allí, más tarde o más temprano. No era la primera vez que arrestaban a alguien en circunstancias similares y aquella ocasión no tenía por qué ser diferente. Pero la ceremonia estaba a punto de terminar y no se veía a nadie acercarse.

Un reflejo en un cristal lejano alertó al teniente que corrió hacia el lugar de donde procedía acompañado por dos policías. Cuando llegaron, descubrieron entre las tumbas una colilla a medio consumir, todavía encendida. Siguiendo órdenes, ambos compañeros siguieron adelante y él se quedó buscando huellas. Miró el reloj para anotar la hora en el informe y comprobó con estupor que eran las once y cuarto de la mañana.

“Volver con la frente marchita. Las nieves del tiempo platearon mi sien”.

 

López escuchó una voz de niño cantar y se volvió para descubrir a un chaval al lado de la lápida donde había encontrado la colilla.

—¿No eres muy joven para conocer esa canción? —se extrañó el policía.

—Me gusta desde siempre —contestó el niño.

—¿Cómo te llamas? —preguntó López; tenía que ganarse su confianza.

—Pablo —fue la breve respuesta.

—¿Y qué haces aquí? —quizás hubiese visto a alguien.

—Cuido de mi amigo —dijo el chaval.

—¿Dónde está tu amigo? —el hombre se volvió con la esperanza de resolver los asesinatos.

Pablo señaló la lápida en la que se encontraba y el policía la observó con detenimiento. Le llegó el olor de un precioso ramo de crisantemos amarillos, dispuestos en un jarrón que se percibía nuevo. El mármol refulgía, indicando que había sido pulido recientemente. Incrustada en él, una foto de un niño sonriente destacaba al lado de un nombre: Mario Renovalles Silva.

 

 

Belén Gonzalvo

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