sábado, 21 de febrero de 2015

Colección Cupido 2015. Ada. Maxi Jarque Blasco.

Hoy os traemos un relato fantástico, fraguado en la cabeza de Maxi Jarque Blasco, un nuevo "zarracatallero" que nos trae un relato precioso localizado en su querida Valencia. Como veis la expansión del blog por todos los rincones de internet es un hecho, y si la semana pasada nos llegaba desde Murcia, hoy es Valencia la que descubriremos en los ojos del protagonista de "Ada", nuestro relato de hoy. Os dejo con él. Espero que os guste.

Besetes a tod@s. Nos leemos.


ADA

Ada lee. Todavía no sé ni su nombre, ni le puedo ver esos dulces dientes desordenados cuando sonríe, ni conozco el lunar de su ombligo, ni el sabor de sus besos. Ahora mismo solo es una chica con un libro en la mano, concentrada en su lectura. Mientras, yo escribo en la mesa de al lado, o hago como que escribo, o pienso en lo que quiero escribir, o, más bien, me entretengo mirándola con disimulo. Intento averiguar qué lee con tanta atención. Y después de varios intentos fallidos, en el que temo que nuestros ojos se encuentren y me descubra, por fin, alcanzo a ver el título: “Lewis Carroll y Franz Kafka. Dos poéticas de la sinrazón”, de Ventura Galiano. Qué curioso, yo estuve en la presentación de ese ensayo. Posiblemente coincidimos los dos en aquel acto, en Wayco, en aquel BiblioCafé de la calle Gobernador Viejo. Pero aquel día no la vi, si la hubiese visto la habría reconocido ahora. No sé, igual no estuvo, es difícil saberlo, asistió mucha gente y yo soy muy despistado. Recuerdo que se agotaron todos los ejemplares y tuve que reservar uno. Y mientras estoy ensimismado rememorando aquel día, de súbito, suena el móvil que tiene sobre la mesa, lo tiene bien cerca, como si estuviese esperando una llamada. Contesta y, sin dejar de hablar, rebusca en su bolso. Entonces saca una cartera y un paquete de cigarrillos. Se levanta, habla con la camarera y paga. Y la veo pasar junto a mí, en dirección a la salida. Su imagen se desvanece tras cruzar la puerta. Esa tarde ya no vuelvo a escribir más.
Tardaré cerca de un mes en volver a verla.
Cada viernes por la tarde viajo a la capital. Mi tren de cercanías para en la Estación del Norte. Y desde allí comienzo mi recorrido a pie por calles con nombres de antiguas colonias (Filipinas, Puerto Rico, Cuba), de ciudades (Buenos Aires, Cádiz, Sevilla), de pueblos (Sueca, Denia), incluso de literatos (Azorín). Vago por cafeterías-librerías de Ruzafa. Siempre con mi libro de hojas en blanco, cuya portada es un sendero que el paso continuado de peregrinos ha pelado de una hierba que sí aparece a ambos lados del camino, y cuyo título reza “Persigue tus sueños”. También llevo un par de bolígrafos bien provistos de tinta (dos por si uno se pone perezoso y le da por holgazanear). En cada hoja escribo una historia, o un capítulo de algo que no sé si tendrá continuidad, o una reflexión, o una idea. Y mientras lo hago, tomo cualquier tipo de infusión o alguna bebida con poca graduación alcohólica, según me dé. Pero, desde que vi a Ada, ya no sé si vago para escribir o quizá solo es una excusa para encontrarla.
He entrado en el Cosecha roja. Acaban de trasladarse, antes la librería estaba en otra calle del barrio. Las tres únicas sillas están ocupadas por el dueño y un par de amigos. Hay un par de estanterías y una mesa llena de tercios vacíos. Y no es difícil adivinar quiénes se han bebido todas esas botellas. Para hacer honor al nombre del local, abriría mi libro por la siguiente hoja en blanco e intentaría escribir un relato negro, con un personaje tan atractivo como el de Nick Corey, pero yo no soy Jim Thompson, ni sé cómo cuidar de 1280 almas. Me tendría que conformar con mi Teniente Mono, un policía a punto de jubilarse, con ese vicio de echarse al coleto una copa de ginebra en ayunas, personándose en el lugar del crimen y descubriendo una ficha de dominó en la boca de un muerto. Pero allí uno no se puede sentar, por mucho que me anime el dueño. Aquello tiene toda la pinta de una obra inacabada, como si el traslado todavía no hubiese finalizado. Es por lo que opto por despedirme, no sin antes comentar que tengo la intención de pasarme por allí para la entrega del premio de Novela Negra que organiza la librería.
La primera ola de frío de este invierno ya ha pasado. Aquí nunca nieva, por mucho que circulen por el whatsapp fotos falsas de la ciudad nevada, si quieres ver nieve tienes que echar un vistazo a los telediarios y esperar a la sección del tiempo, hasta que aparezca en la pantalla esas estampas navideñas de los pueblos del Norte. O escaparse a las estaciones de Javalambre o Valdelinares. Aquí tenemos esta maldita humedad que hace que el frío te cale los huesos. Hoy ni siquiera llueve como ayer. Hace sol y la temperatura ha aumentado. A no ser que venga otra ola de frío, parece que la primavera comenzará pronto a abrirse paso. Y en quince días la ciudad volverá a oler a pólvora.
He salido de la librería y hay mucha gente paseando. El barrio bulle. Me he cruzado con una pareja que llevaba dos galgos vestidos con un abrigo acolchado. Van más elegantes que yo. Vaya, dueños modernos, perros aristócratas. Al entrar en el Ubik Café pienso que debería escribir algún relato de ciencia ficción, por un respeto a Philip K. Dick, pero sería más fácil para mí soñar con ovejas eléctricas que construir una historia fantástica. Sentado ya en la mesa, y tras pedir una cerveza, se me ocurre un argumento: una pareja discute sobre la conveniencia o no de regalarle a su hijo preadolescente un selector de sueños, que es lo que pide éste para su cumpleaños. El matrimonio calibra los pros y los contras. Él dice que ya tiene edad para tener el selector y que seguro que es el único de su clase que no lo tiene, ella replica que es demasiado fácil bajarse de Internet ilegalmente sueños pornográficos… Le doy vueltas a la idea y no reparo en ella. La tengo enfrente y me cuesta reconocerla, pero allí está. Entonces, noto una algarabía de mariposas en mi estómago. Ada lee, siempre lee. Y esta vez no voy a jugar a tratar de adivinar qué libro la tiene tan absorta. Ni voy a arriesgarme a que, inopinadamente, escape dejando en su huida una estela de desolación en mi ánimo como la primera vez. Me levanto como un resorte, me acerco a su mesa y sin preámbulos ni presentaciones le pregunto a bocajarro que qué lee. Ella levanta la vista con curiosidad ante mi ímpetu y me dice que “Alas” de Guadalupe Royán. Entonces le preguntó por el género. Ella me responde que son relatos en principio independientes, pero que unidos forman una historia, y que cuenta la vida desde la infancia de Alicia, la protagonista, su obsesión por todas las cosas que tengan alas y de su deseo por encima de todo de echar a volar. Ya lanzado le digo que si no se llamará Alicia. No, mi nombre es Ada, me responde. Entonces me presento. El mío es Basi, de Basilio y, anticipándome, le explico que no,  que no es por mi padre ni por mi abuelo, ni por un tío que murió en la guerra, solo es que nací el dos de enero. En mi tierra tenían esa costumbre, bautizarte con el nombre del santo del día de tu nacimiento, le explico. Ella me ha dado permiso para sentarme cuando se lo he pedido, y ya en la silla me pregunta que qué es esa libreta que llevo, y le contesto que es para escribir. Y le cuento mi proyecto, lo de ir de bar en bar llenando las páginas en blanco con todo lo que se me ocurre. Ella ríe y me dice que acabaré borracho. Y entonces veo por primera vez sus dientes desordenados, y le revelo que a veces sí y, que cuando repaso al día siguiente lo que he escrito por la tarde, no sé si algunos giros en mis historias han sido influenciados por el efecto del alcohol. Le confieso que no es la primera que la veo. Y que me choca que le guste leer en los bares, ella me contesta que no le gusta el silencio de las bibliotecas, y que no le cuesta concentrarse con gente alrededor, además, dice que yo soy igual, porque, al fin y al cabo, tampoco es normal que escriba en sitios públicos, que los escritores necesitan un espacio tranquilo para crear. Le pregunto si ella escribe también, y me ha dicho que solo lee, que piensa que hay que estar dotada para la escritura. Le replico que lo difícil es vivir de la escritura, que escribir no es tan difícil, que es como un oficio. Sí, pero a mí me aterra la página en blanco, me confiesa. Y me pregunta cómo resuelvo yo esa situación. Le digo que hay trucos para poner a volar la imaginación. Que hay ejercicios para activarla, como por ejemplo coger unas cuantas palabras al azar y con ellas hacer un pequeño relato. Le animo a que me diga cinco o seis palabras para demostrarle mi destreza. Ella acepta, piensa un instante y comienza a enumerar: garba, tozolón, arguellarse, guizque y zarracatalla. Se me ponen los ojos como platos. Le pregunto de dónde es y me contesta que de un pueblo de Zaragoza y se echa a reír. Le digo que soy incapaz de escribir algo si no sé el significado de las palabras. Ella sigue riendo. Entonces, me pica el orgullo y le digo: “Había una vez una zarracatalla que se hartó de guizques y tozolones hasta arguellarse de garba.” Ahora ya no ríe, llora de la risa, y me contagia. Dice que es una frase sin sentido. Y le replico que me da igual, que también el absurdo puede ser literatura. Miro el reloj y son cerca de las siete.
Le he dicho a Ada que si le apetecía ir a la Bartleby, que presentaban un documental de Doctor Divago. Y me ha dicho que sí, que me acompañaba. Y juntos hemos salido del Ubik y nos hemos ido para allá. Ya dentro, nos hemos pedido unos quintos. He saludado a Manolo Bertrán, que es el líder de la banda, y hemos hablado de los próximos conciertos, y de los fastos de sus bodas de plata encima de los escenarios. En junio tocarán en 16 Toneladas, me comenta. Mientras, Ada se entretiene en un estante. Hojea “El paraíso perdido” de Milton y “La tierra baldía” de T.S. Elliot. Han preparado unas sillas para los asistentes. Ada y yo hemos visto un sofá rojo que estaba a la entrada de la librería y no nos lo hemos pensado, y nos hemos sentado bien juntos. Ha empezado la proyección. La película desgrana la trayectoria musical del grupo. Veinticinco años de honestidad y mala suerte. Mendigando a los sellos discográficos para que les editasen sus trabajos. Un buen puñado de canciones, que han contado con el favor de la crítica, pero no de la industria. Y justo cuando han subrayado que muchas de las canciones no nos las podemos imaginar sin el toque de la armónica de Chumi, otro de los componentes de Divago, he besado a Ada. He buscado su boca por sorpresa y no he encontrado resistencia. Y de una máquina de escribir que hay en el escaparate de la entrada al local han salido volando pajaritas de papel. Y se han quedado prendidas de unos hilos como de pescar. Y las tenemos sobre nuestras cabezas, mientras nos besamos y abrazamos en el sofá rojo. Y no paramos hasta que acaba el documental, la gente aplaude y encienden las luces. Y salimos a la calle, y ya no se separan nuestras manos. Y nos acercamos al Slaughterhouse a comer algo, porque nos ha entrado hambre. Y lo encontramos cerrado (igual está de reformas). Acabamos comiendo un par de bocadillos en un pequeño bar. Seguimos hablando. Jugamos con nuestros pies bajo la mesa. De tan a gusto, hemos perdido la noción del tiempo. Sobre el mostrador hay un gran reloj que marca las once menos cinco. Mi último tren tiene la salida a las once.


He perdido mi tren, o lo he dejado perder, no lo sé. Ada me acompaña a la estación. Corremos cogidos de la mano. Llegamos solo para certificar que el andén está vacío. Me ha dicho que me vaya a dormir a su casa, que mañana será otro día, que avise a quien tenga que avisar. Pero a mí no me espera nadie y acepto su ofrecimiento. Y caminamos hacia su casa, por la calle Xátiva hasta la plaza de San Agustín. Y desde allí por la calle de San Vicente y, entrando por Santa Catalina, llegamos hasta la plaza Redonda. Porque Ada dice que no puede irse a dormir cada noche si antes no le da una vuelta a la plaza. Y le damos dos, porque me suelta de la mano y me dice que la pille. Y cuando lo hago, la abrazo y riendo nos vamos hacia La Lonja de la Seda. Ada vive alquilada en una calle estrecha, cerca de la Iglesia de los Santos Juanes, en un piso pequeño de un edificio viejo. Un cuadrado dividido en dos partes. Una de ellas la forman la cocina y un salón. La otra un cuarto de baño y una habitación con una cama separadas por un tabique. No hay puertas. Un muro divide las dos mitades de la vivienda. Desde el balcón se ve una casa derruida con un esqueleto de vigas de hierro y paredes llenas de grafitis. Hay libros por todas las partes: en una estantería, sobre las sillas, por el suelo. Y allí mismo va a parar nuestra ropa, prenda a prenda. Y desnudos nos metemos entre las sábanas, tapándonos con una manta.
Y no sé si en Valencia había unos amantes como nosotros, pero nos amamos con ferocidad, con un amor brusco y salvaje, y rodamos por el suelo entre abrazos y besos, como lo hacían aquellos amantes del poema de Vicent Andrés Estellés. Y caímos rendidos y nos dormimos fundidos en un abrazo.
A la mañana siguiente, Ada duerme. Y yo la despierto con pequeños besos en los párpados, en los lóbulos de las orejas, en el lunar de su ombligo. Se despereza y me abraza. Y hacemos el amor sin urgencias, como si quisiésemos que el tiempo quedase fijado en ese momento, como si todo se detuviese a nuestro alrededor y solo se oyese el roce de nuestros cuerpos, nuestros gemidos. Y al acabar llora, y sus lágrimas no resbalan por su cara, caen a plomo desde sus ojos, y dejan gotas saladas en las sábanas. Entonces, me agarra de la mano, y me guía hasta la ducha. Y allí nos enjabonamos y nos aclaramos bajo el agua.
Ada tira de mí. Me coge de la mano y me arrastra, y siento el dulce tacto de su piel. Serpenteamos por calles estrechas y buscamos la sombra para que el sol no roce el vuelo de su vestido blanco. Recorremos su barrio y vemos aquel bar donde se escribió aquella canción. Algunos pisos tienen abiertas las puertas de los balcones para que corra el aire y para exhibir su decoración vintage, que ahora está de moda. Y yo solo pienso en agarrarla por la cintura. Y nos perdemos por los puestos del Mercado Central, y nos dejamos seducir por el colorido de las frutas y las verduras, por los olores a calabaza asada y alcachofas, y nos dejamos envolver por el murmullo de la gente, los que van a hacer la compra, los que venden. Y miramos la claridad del día reflejada en la cúpula. Salimos otra vez a la calle y Ada enciende un cigarrillo y sonríe. Y fuma mientras paseamos nuestro cansancio, nuestra resaca de amor. Entramos en la Pilareta y pedimos unos vinos y unas clóchinas, y nos hacemos fotos. Reímos. Pero nuestro tiempo ya ha pasado. Y desandamos el camino de anoche, y nuestro transitar se hace pesado y triste. Y cuando llegamos a la estación, la abrazo fuerte para que Ada no recupere la hache, y la beso con fuerza. Y nuestras lenguas bailan en nuestras bocas. Y cuando llega mi tren y tengo que montar, y mis ojos se llenan de rocío, entonces, solo entonces, Ada ya no es Ada, es Hada y vuela lejos, y asomado por la ventanilla la veo desaparecer con su vestido blanco.
EPÍLOGO

Vine a la ciudad muchos días desde aquella mañana que vi por última vez a Ada. La llamé por teléfono pero me informaban de que ese número no existía. Tampoco encontré rastro en las redes sociales. La busqué por todos los locales de Ruzafa. Nadie la conocía, nadie sabía de ella. Fui a otros barrios: a Benimaclet, a la Xerea, a El Carme. Recorrí bares, librerías, pubs, y cualquier tipo de local donde habiten libros. Por supuesto, también me acerqué hasta su casa de la calle Sampedor, toqué el timbre y me dijeron que allí no vivía nadie con ese nombre. Un chico, que se llamaba Pau, me juró que aquel piso hacía mucho que lo tenía alquilado, y que vivía solo. Quise enloquecer. Cualquier intento de encontrarla fue en vano. Hace ya tiempo que no escribo, mi libro se quedó a medias. Más de la mitad de las páginas siguen en blanco. A veces pienso que todo fue un sueño, que nunca conocí a Ada, que no existió, que solo fue un personaje más de uno de mis relatos. En otras ocasiones, la veo sobre la mesa de un café, siempre con un libro en las manos, la oigo reír mientras beso el lunar junto a su ombligo, siento el gusto de sus besos, el olor de su piel. Quizá Ada era como Alicia, la protagonista de “Alas”, el libro que leía cuando nos conocimos, y como ella solamente pensaba en volar.

viernes, 20 de febrero de 2015

Colección Uni2. Freya: 7.Bienvenidos. (Ana Asensio)

CAPITULO 7. Bienvenidos.

–Sí, dime Darío.
–No te preocupes por lo de ayer, no hiciste nada que yo no me dejara hacer.
–No sé a que te refieres, por lo que me han dicho mis amigos tan solo estuvimos bailando un poco, ¿no?
–Sí, bueno… El caso es que me gustas, y creo que es mutuo.  Si te apetece, podríamos quedar algún día los dos solos.
–Darío, me parece que te adelantas a mis pensamientos. No, no me gustas, y sobre lo de quedar los dos solos, no creo que sea posible, no me gusta la gente engreída. Pasa un buen domingo...
La verdad es que Darío le gustaba, le gustaba y mucho, pero,  ¿quién se creía él para decirle si le gustaba o no?

Lunes, día de volver al trabajo y ver a Fede, ya se le había olvidado... Estaba destrozada, cansada y anímicamente frustrada.
Mandó un whastapp a Fede:
“¿Paso a buscarte a casa y vamos juntos al trabajo?”
“Vale”
Freya llegó a la puerta de casa de Fede, pitó, y él salió:
—¿Qué pasa Freya? ¿Cómo estás?
—Estoy mal Fede. ¿Qué pasó el sábado? Me desperté en tu cama y ¡desnuda!
—No pasó nada, estaba dormido y de repente apareciste en mi habitación, diciéndome que querías dormir conmigo, sin más. Estabas borrachísima y no parabas de hablar de tus amigas que venían en navidades y ya te dormiste.
—Lo siento Fede, me largué porque no sabía que había pasado.
—No pasó nada. Tú y yo sólo somos amigos. Y para eso estuve el sábado, para aguantar tu borrachera, “¡mamma mía!” ¡Qué tostón que me diste en casa!
—Aquí no acaba el asunto…
Freya puso al día a Fede sobre el asunto de Erik.
—¡Pero qué me dices! A ver, no creo que esté jugando contigo, aunque es cierto que no conoces a nadie de sus amigos, y que es un poco raro que haya venido de vacaciones y se pase todo el tiempo en el centro de Buenos Aires, mientras sus amigos recorren el país. Eso es extraño, pero aún así, ¿por qué no hablas con él, y que te explique quién era esa chica? Te quedarás mucho más tranquila.
—No quiero pasarlo mal otra vez. Mi exnovio, Darío, me hizo mucho daño y no quiero volver a sufrir, ni que me cuenten historias que no son ciertas, porque mi problema es, que me fío de la gente, y luego de lo que dicen a lo que hacen, puede haber una diferencia abismal.
—No juzgues a todos por igual Freya. Dale una oportunidad, deja que se explique.
Estuvo  todo el día en el zoo pensando y dándole vueltas al asunto y a la conversación con Fede. Era cierto, no porque Darío la tratase mal, todos iban a ser igual que él. Pero ver a Erik con otra en sus brazos… se le revolvía el estómago cada vez que lo recordaba.
—Fede, ¿puedo quedarme en tu casa esta semana?
—Así no vas a solucionar nada, pero por supuesto, mi casa es tu casa.
—Voy a recoger algo de ropa y algunas cosas y vengo para aquí.

Erik la llamó al móvil, pero Freya no contestaba...
«En una semana llegan mis amigas y tengo que preparar algún viaje bonito para llevarlas», pensó.
Se pasó por el 9 Reinas, hacía mucho que no veía a Diego, le puso al día de su situación.
—Valeria y Aria están aquí y quieren conocerte, ¿te parece que las llame y tomamos algo?
—¿Por qué no organizamos algo para este fin de semana? Vienen mis amigas de España y quiero hacerles una fiesta el sábado. En casa de Fede, un compañero de trabajo.
—Me parece estupendo, si necesitás cualquier cosa, llamame.
—Vamos hablando entonces Diego.

El fin de semana se acercaba y el viernes llegaban sus amigas, ¡qué nervios! Era la noche del jueves y no podía dormir, estaba volviendo loco a Federico. Él estaba encantado con la llegada de las amigas a su casa.
Era una vivienda enorme. Decoraron el jardín con globos, espumillón, un photocall y toda la clase de adornos que iban encontrando y una pancarta dándoles la bienvenida. Su familia no iba a ir a verle y a él tampoco le apetecía ir a Italia, así que programaron todas las vacaciones para estar juntos.
Viernes, tres de la tarde, pidieron permiso a Nahuel para salir antes de hora ese día, para poder recoger a sus amigas. Tenían que ir con dos coches porque también venía el novio de Raquel, Diego A, así que habló con Matías para ver si podía acompañarles y no hubo problema. Salieron los dos coches para el aeropuerto. No había ningún retraso, la hora de llegada era la prevista, las 17:15.
De repente vio corriendo a Clara e Iris.
—¡Freya! ¡Qué ganas de verte y de llegar! ¡Qué viaje más largo!
—Chicas, ¡cómo os he echado de menos! ¡Qué ganas de que lleguéis a casa, os relajéis un poco y ponernos al día! Pero… ¿qué hace Darío aquí?
—No sabíamos nada, se ha presentado en el aeropuerto con el mismo vuelo que nosotras, porque dice que era la única manera de poder llegar hasta ti ya que nadie quiere darle ningún dato de donde estás.
—¡Raquel! ¡Diego! ¡Qué ganas de veros! ¿Qué tal va la búsqueda de casa?
—Creemos que ya hemos encontrado la perfecta. La próxima vez que nos veamos, esperemos que sea en la nueva casa.
Freya presentó a todos los amigos a Fede y a Matías. Se pusieron a caminar dejando atrás a Darío con Freya, no les gustaba la idea, pero entonces Diego A. les explicó lo que había pasado.
—Chicas ya sabéis que Darío es mi amigo, no podía hacer otra cosa. Vino a casa y la verdad, me dio pena y se lo dije. Le di todos los datos del vuelo, y bueno, por lo que veo ha tenido suerte y ha podido coger el mismo que nosotros.
—No te preocupes por nosotras, no tienes que darnos ninguna explicación, lo que no quiero es que arruine las vacaciones con nuestra amiga.

—No sé que haces aquí Darío.
—Es la única manera de poder hablar contigo y pedirte perdón y una segunda oportunidad.
—Me tienes que estar tomando el pelo…
—¿Crees que he hecho todos estos kilómetros para tomarte el pelo?
—No, no sé a qué has venido. Supongo que a controlarme y ver que estoy estupendamente feliz sin ti. No te necesito.
Freya llamó a sus amigos.
—¡Esperadme chicos!
Rumbo a casa Freya viajaba en un coche con sus amigas y Fede conduciendo, y en el otro, Matías con los dos chicos.
Alucinaron cuando vieron el casoplón de Federico y lo mucho que habían trabajado para preparar la fiesta de bienvenida. Las mesas con manteles blancos, las sillas con fundas blancas, velas de colores por todo el suelo y los adornos que habían puesto el día anterior. Todos se acomodaron en sus habitaciones antes de preparar la parrillada. Ducha, ropa fresquita y a la terraza. Eran ya las 20:30 y Freya llamó a Diego.
—Diego, ¿dónde estáis?
—Estoy saliendo del 9Reinas, voy a buscar a Valeria y Aria  y salimos para allá. Treinta minutos como máximo, lo prometo.
—Vale, vamos calentando ya las brasas.

Erik dejó una nota en el buzón de Freya justo cuando entraba Diego a buscar a Valeria y Aria para ir a la fiesta.
—Hola, Freya no está aquí, no sé si esa nota será importante.
—Hola. La verdad es que sí. ¿Sabes dónde esta?
—Sí. Está a punto de celebrar una fiesta en casa de un amigo. Vienen sus amigas de España. ¿Tú no serás Erik?
—Sí, soy yo, y no sé nada de ella desde el domingo pasado. No está nunca en casa y no la encuentro nunca a la salida del trabajo. No sé que es lo que le pasa conmigo.
—Creo que puedo ayudarte a hacer entender algo que me contó.
Diego le contó lo que Freya había visto en el portal de la casa de Erik. Este se echó a reír.
—¿Y este tipo por qué se ríe? —pensó Diego.
—¿Me puedes llevar a esa fiesta con vosotros, o al menos decirme dónde es?  Créeme cuando te digo que jamás haría daño a Freya, es lo que más alegrías me da en esta vida.

—Sí, claro, vente con nosotros. Dejame que voy a llamar a dos amigas y marchamos para allá.

lunes, 16 de febrero de 2015

TayTodos: 5. ¡Ambulancia!

Hoy nos llega el quinto capítulo de "TayTodos", pero antes vamos a repasar lo ocurrido el pasado lunes.
Carolina, tras pasar por la ducha y arreglarse un poco, sale a toda prisa de los vestuarios al encuentro de Jorge. Va tan rápida que prácticamente choca contra él en el hall del gimnasio. Tras una breve conversación para romper el hielo, se dirigen a la cafetería de enfrente. Carolina se siente turbada por su contertulio, y la conversación deriva hacia su estado laboral. Descubre que Jorge es arquitecto, y que tiene su estudio en casa, que está trabajando en un proyecto local, que tiene un hijo de veinte años, y que su mujer murió muy joven, un infarto. Que no sale con nadie pero que no renuncia al amor. A la joven se le hace tarde, sus obligaciones con la protectora de animales donde colabora por las tardes la reclaman, así que tiene que irse para casa.
La semana se le hace eterna a Carolina, que desea volver a encontrar el próximo lunes en el gimnasio a Jorge, incluso tiene un tórrido sueño con él. Al fin es lunes y una vez en el gimnasio vuelven a encontrarse, pero Carolina, ante la sorpresa al oír voz, se gira y el agua que se acumula a la salida de la sauna le hace perder el equilibrio y dar con sus huesos en el suelo, a la par que su toalla sigue el mismo camino y la deja completamente desnuda. Jorge, ayuda a la joven a levantarse y cubrirse con la toalla, y disfruta del divertido incidente ante una avergonzada Carolina. La joven cree que nadie ha pasado por allí, pero... ¡como no! la oportuna Marisa, que hacía su ronda de limpieza los encuentra en el suelo y creyendo que van a consumar allí mismo un acto pecaminoso, sale lanzada a contarle el chismorreo a Rebeca, la recepcionista en practicas.

¿Cómo se resolverá esta comprometida situación? ¿Será grave la caída de la misteriosa amante de Sergio? ¿Sabremos algo más de las conversaciones chismosas entre Marisa y Rebeca? No os perdáis el capítulo de hoy.
En cuanto a su creadora, vamos a resaltar la grandeza de este proyecto, que nos ha acercado muchísimo más. Ha sido una gran suerte poder compartir café, tertulia (o como decimos por aquí, charrada, de este y muchísimos temas más), y líneas, además de ser recibido tan estupendamente que el tiempo se nos hizo tan corto que debimos emplazarnos para otra ocasión. Además, en cuanto al capítulo, ha sido muy divertido ir superando todos sus miedos y conseguir tener un capítulo con Carolina como protagonista, ver su visión de la situación y dejarlos en otro controvertido momento. Un placer acoger en este proyecto a Cristina Hernández Izquierdo

Os dejo con el capítulo de hoy (5. ¡Ambulancia!). Espero que os guste. Besetes a tod@s. Nos leemos.


5. ¡¡Ambulancia!!

Sergio sale corriendo del gimnasio con la cara desencajada mientras Rebeca y Marisa lo miran perplejas desde recepción.
—¿Y a este qué le pasa? —dice Rebeca.
—Ni idea… Me ha pedido papel higiénico porque tenía un retorcijón antes. Igual se ha puesto peor y por eso ha salido con esa cara. No sé…
—Bueno, que no venía a contarte eso. ¡No sabes lo que acabo de ver!
—Sorpréndeme— Rebeca seguía con su móvil sin hacerle mucho caso a Marisa.
—Ese hombretón que me encanta, estaba como Dios lo trajo al mundo y una jovencita tenía la cara a la altura de su, de su… bueno ya sabes.
—Sí, sí.
—Joder Rebeca, ¿qué te pasa hoy? ¡No me estás haciendo ni caso cuando este es un cotilleo de los buenos!
—Nada, tú sigue.
—Pues eso, él de pie con las manos abiertas y ella ahí sin más, dale que te pego. ¡Pero que había más gente!
—Ah, ¡qué bien!…
—¿Cómo que, “ah, ¡qué bien!”? ¿Pero te estás enterando de algo? ¡No sé hija qué tienes hoy con el móvil! ¡Uf! Me voy a hacer el baño… Luego vengo a ver si estás más receptiva al nuevo cotilleo.
—¡Ciao Marisa!
Rebeca seguía con su móvil, el whastapp estaba que echaba humo. El ligue de la semana pasada, el de hace quince días, el del mes pasado… Ni ella misma sabía como se aclaraba con tanta conversación. Y todos con un único objetivo: volver a repetir. Pero eso a ella no le interesaba. Con veintiún años, sus únicas aspiraciones eran que “Papi” le comprara el Mini que tanto deseaba, salir jueves, viernes, sábados y si se podía algún domingo también. Follar todo lo que pudiera y sin compromiso. Y mientras, tanto buscar al hombre que la sacara de trabajar en el gimnasio, y en cualquier otro sitio, de por vida.
Entre conversación y conversación con sus ligues, a los cuales siempre les seguía el rollo por si alguna noche tenía que tirar de agenda, hablaba con su grupo de amigas y las ponía al día de todo lo que pasaba.
Las amigas de Rebeca no compartían su filosofía de vida. Todas eran muy reservadas a la hora de hablar de sexo o de acostarse con tíos que no conocían. La mayoría ya tenían novio y con planes de futuro y las que no, su único afán era encontrar al padre de sus hijos con el que perder la virginidad y ser felices para siempre. Todas eran así excepto una, su inseparable amiga María, su compañera de aventuras y desventuras desde que tenían doce años.
Le suena el teléfono.
—¡Hola María! ¿Qué tal?
—Bien nena, ¿y tú? ¿En el gym?
—A ver, qué remedio… ¡Ya sabes, el hombre que me saque de aquí todavía está por llegar!
—¡Qué perra! —entre carcajadas.
—¿Qué tal ayer? Te dejé muy bien acompañada…
—¡Madre mía Rebe, la que lié ayer! No he ido ni a currar esta mañana... ¡No me puedo ni mover!
—¿Pero qué cojones hiciste?
—¡Nada tía! Pues nos quedamos en el bar que nos dejaste, que por cierto, valiente hija de puta, que te fuiste a la francesa —carcajadas de nuevo—. Y se fue calentando el ambiente… Nos fuimos a coger su coche, que lo tenía en el parking, y allí mismo el primero.
—María, ¡me encantas! —entre carcajadas ahora Rebeca.
—Y me llevó a su casa, que por cierto, comparte con tres compañeros más,  y sin parar toda la noche. Te puedes imaginar… Y esta mañana no me podía ni mover, así que he llamado a la tienda y les he dicho que no iba. No tenía el “chichi” para farolillos.
—¡Cualquier día te echan y a ver qué haces! —casi sin poder hablar de la risa.
—¡Pues eso tía! ¡Me gusta este chico!
—¿Otro a la lista?
—No, de verdad. Este es de verdad. Hemos quedado este jueves, bueno para eso te llamaba, porque viene un amigo suyo y le he dicho que tú también vendrías.
—¿¡Qué!? ¡Joder María, siempre me metes en estos líos!
—¡“Porfa” Rebe, hazlo por mí! Además, el amigo es su compañero de piso y lo he conocido esta mañana, y está muy pero que muy bien.
—Bueno nena, te tengo que dejar que hay gente esperando. Ya hablamos de esto luego.
—¡Vale! Un besito.


Mientras tanto Marisa se fue directa al baño de los chicos. Después de que Sergio había salido corriendo del gimnasio imaginó que ya no quedaría nadie. De todas maneras ella siempre pegaba un grito antes de entrar:
—¡Hola! ¿Hay alguien? ¡Soy la de la limpieza y voy a entrar! ¡No quiero encontrarme con nada que no quiera ver!
A veces, si estaba el graciosillo de turno, le decía: «¡Pasa, pasa! ¡Qué sí lo quieres ver!». O cosas por el estilo…
Pero esta vez no contestó nadie.
Entró con su carrito, se puso los cascos y sus canciones de Raphael, y empezó a canturrear y a limpiar todo porque en un par de horas llegaban los primeros del turno de la tarde, y ya no se podría entrar hasta el cierre.
Después de limpiar el baño de caballeros se acercó a la sauna a ver si había alguna novedad… Sólo por pura curiosidad. Marisa era así.
Abrió la puerta y allí no había nadie, ni rastro de Carolina ni del hombretón que la tenía loca.
«Pero… ¿qué harían así? Él con todos sus atributos al aire y ella con la cara muy cerca de… ¡Tan cerca!.. ¡Si él podría ser su padre! Tendría que estar con una señora como yo… ¡Madre mía Marisa, deja de pensar así! ¡Qué tienes a tu Paco esperándote en casa!».
Y con las mismas se fue, cantando “Mi gran noche” a grito pelado, en dirección al vestuario de señoras.
La puerta estaba entreabierta, pero en este no gritaba para entrar, total todas tenían lo mismo que ella. Empezó a limpiar los bancos y las taquillas cuando se percató de que había unas manchas pequeñas y rojas formando una fila, que empezaban en la puerta del vestuario, parecían hormigas, y fue siguiéndolas hasta una de las duchas.
Cuando Marisa abrió la ducha no podía creer lo que allí estaba viendo, se quedó paralizada, sin saber que hacer…
No supo cuánto tiempo pasó contemplando aquel cuerpo inmóvil, hasta que se acercó a él poco a poco, y le tocó la muñeca.
—Señorita, ¿puede oírme? ¿Hola?
Le notó el pulso débil y sin más gritó con todas sus fuerzas:
—¡¡¡¡Ambulanciaaaa!!!! ¡¡¡Qué alguien llame a una ambulanciaaaaaaa!!!



Sergio estaba esperando en la calle. No era normal que Nerea tardará tanto en llegar, se estaba empezando a poner nervioso. Quería salir de allí cuanto antes, pronto alguien encontraría a esa mujer tirada en el vestuario femenino.
Sin entender todavía cómo la había podido llevar de un vestuario a otro sin que nadie le viera, y volver al vestuario de caballeros y limpiar toda la ducha y toda la sangre que había por el suelo. Después de comprobar que seguía respirando y tenía pulso, no vio otra salida. Pensó en Nerea, que llegaría de un momento a otro, y fue la mejor opción de todas las que se le habían pasado por la cabeza.
Miró el móvil. Había pasado más de media hora desde que Nerea lo había llamado y ni rastro de ella. El teléfono lo tenía apagado, pero como es normal en ella, seguro que se había quedado sin batería.


Rebeca, que ya había terminado con la gente que tenía en la recepción, echó un vistazo a su móvil. Whastapp de María:
“Eres la mejor! Ya sabía yo que no me ibas a decir que no! Gracias! Te quiero mil”
«María, siempre liándome. Pero bueno, igual la noche al final promete», pensó Rebeca.
Se puso a recordar las citas que había tenido de ese estilo otras veces. Con María ya había tenido un par de ellas, y los que “supuestamente” le tocaban a ella, no eran lo que esperaba ni mucho menos.
El primero un “friki” de la Historia. Se pasó toda la cena hablándole de batallas, de reyes, de conquistas… Y a ella, como esas cosas no le van, se bebió toda la botella de vino rosado que habían pedido, con lo que terminó la cena y se tuvo que ir a casa de la “melopera” que llevaba. Y el segundo, pobre, era muy feo. Con lo que nada mas terminar de cenar fingió un terrible dolor de cabeza y se marchó.
Aun así, por María lo haría. Al igual que su amiga había hecho mil cosas por ella y sus locuras. Pero si este salía también mal, le iba a caer una buena charla.
De repente Rebeca escuchó a Marisa gritando, salió de la recepción corriendo para ver de dónde procedían los gritos, hasta que conforme se iba acercando al vestuario femenino se acentuaban más.
—¡¡¡Ambulanciaaaaaaaaaaaa!!! —seguía gritando con todas sus fuerzas Marisa.
Rebeca irrumpió en el vestuario como un torbellino, no sin antes chocarse con algún que otro banco de los que había. Llegó hasta donde estaba Marisa y vio a Clara tumbada en el suelo.
—¿Pero qué ha pasado aquí? —dijo Rebeca.
—No lo sé, pero llevo un buen rato gritando y nadie me oía.
—Pero, pero… ¿Está viva?
—Sí Rebeca, pero no te quedes ahí y llama a una ambulancia. ¡Ya!


—Joder Nerea, ¿dónde te habías metido?
—¿Yo? ¿Dónde estabas tú? ¡Qué llevo veinte minutos dando vueltas por el gimnasio sin encontrarte! ¡Porque me he quedado sin batería y no podía llamarte!
—¡Pues he estado aquí todo el rato! —gritó Sergio.
—¡Eh, menos humos! ¡Qué he venido a buscarte porque te encontrabas mal!
—¡Ay sí! Lo siento. Gracias cariño. Es que estoy un poco revuelto.
—La que hay liada dentro del gimnasio, ¿no?
—Eh… ¿El qué? ¿Qué pasa?
—No he entrado al vestuario de las chicas, pero había gente pidiendo a gritos una ambulancia, y un revuelo allí que no veas. ¿Has visto tú algo antes de salir?
—¡Qué va! No sé qué ha podido pasar.
—¿Quieres que entremos a ver?
—No, no, Nerea, que ya vamos tarde a la prueba del menú. Ya me enteraré otro día.
Cuando Sergio y Nerea se dirigían camino del parking a recoger el coche, oyeron unas voces que procedían de la puerta del gimnasio.
—Sergio, esa chica está gritando tu nombre.
—¿Cómo?
—Esa chica que viene corriendo en dirección a nosotros está gritando tu nombre.
—No será a mí. Habrá mas hombres que se llamen Sergio, no sólo yo…

—Sergio, ¡que viene hacia aquí y te está llamando!

sábado, 14 de febrero de 2015

Colección Cupido 2015. Solo el amor. J. M. C. Indiana

Hoy arrancamos esta nueva etapa, en un día tan especial como es San Valentín. A partir de este momento, todos los sábados a las 21 horas, aparecerá en nuestro blog un relato o poema que nos envíe algún amigo para deleite de todos nosotros.
En esta ocasión vamos a comenzar con "Solo el amor", de Indiana. Desde Murcia nos llega esta primera colaboración de este genial autor, con el que esperamos mantener el contacto y seguir disfrutando con sus versos. Os dejo con él. Espero que os guste.
Besetes a tod@s. Nos leemos.


SOLO EL AMOR.

¡La guerra ha terminado!

Sobre los campos yermos, humo y metralla.
Banderas de colores con nombres de dioses
cubren a soldados muertos, sin esperanza.
Mujeres y niños llaman, canto vano a la nada.

Esta guerra, ya se fue.

Regresan las negras naves con olor a heridas...
En sus velas, fuego y sangre, odio
más odio y sed de venganza.
Años perdidos, vidas robadas, sueños rotos.

La guerra, ha acabado.

Y las tierras, en su mismo lugar,
nada ha cambiado, nada...
Una mujer pregunta por su hombre,
todos miran al suelo, callan.

Otra guerra que ha pasado.

Troya ha caído, como cayó Babilonia.
También Berlín y Stalingrado...
Mueren reyes, imperios, héroes y visionarios
y el tiempo, como la vida, va pasando.

Ya la guerra es un triste recuerdo.

Caerá París y Moscú y Hong Kong,
se extenderá la peste sobre valles y tejados,
y los dioses beberán sangre de ideas
y comerán pan de religiones, y carne de ahorcados.

Ya no hay guerras entre hermanos.

Nuevas sistemas, nuevos gobiernos... Fracasos
todo será quemado, en un fuego azul, quemado.
Veremos un sol de color anaranjado
dioses, iglesias, ricos, pobres y soldados, cambiado.

Sin leyes de hombres, solo el amor...
y esta guerra, habrá terminado.

JMC. INDIANA.



viernes, 13 de febrero de 2015

Colección Uni2. Un destino inesperado: 6. Latidos de esperanza.

Sexta entrega de la novela "Un destino inesperado" de Natalia Carcas y David Carrasco. En esta ocasión titulada: "Latidos de esperanza", que nos narra las andanzas de Esteban, nuestro protagonista indigente, ahora al lado de su nueva compañera Julia. Tras recibir un balazo y encontrarse con esa mochila repleta de dinero... ¿qué pasará hoy?



CAPÍTULO 6. Latidos de esperanza.


No podía creer lo que estaba viendo en aquella mochila. Estaba repleta de billetes de todos los colores.
—Julia, dime que esto es un sueño…
—Esto es la pura realidad, y esta mochila va a ser el pasaporte pero rehacer nuestras vidas.
—Todavía no me lo creo Julia.

martes, 10 de febrero de 2015

TayTodos: 4. Carolina.

Hoy nos llega el cuarto capítulo de "TayTodos", pero antes vamos a repasar lo ocurrido el pasado lunes.
Nerea telefonea a Sergio, que se encuentra en apuros en el pasillo del gimnasio. Este, al reconocer el tono habitual de su novia, hace un repaso mental a su dilatada relación sentimental y recuerda cómo es Nerea y por qué está a punto de casarse con ella. Al descolgar esta le pregunta que dónde está ya que hoy habían quedado para la degustación del menú para el banquete de boda. Sergio, intentando ganar tiempo, le cuenta que se encuentra un poco mal  tras realizar sus ejercicios en el gimnasio, pero que en unos minutos estará listo.
Mientras, la señora de la limpieza, que intenta entrar al vestuario, y Sergio tiene que intervenir para impedirlo. Así que le hace creer que no queda papel higiénico, y que lo necesita urgentemente. Una vez que se deshace de ella continúa la discusión con Nerea que se empeña en ir a buscarlo al gimnasio y llevarlo al médico o anular la cita de la degustación.
Cuando todavía no ha terminado la discusión con su novia, que decide pasar por allí de todos modos para recogerlo, vuelve la señora de la limpieza con el papel higiénico y dispuesta a entrar al vestuario para limpiarlo. Sergio tiene que convencerla de nuevo de que se vaya alegando que necesita un poquito de intimidad para ir al baño. Tras una dura negociación consigue que Marisa le de un margen de tiempo.
Una vez despejado el camino, entra a la ducha donde le esperaba su voluptuosa acompañante todavía desnuda, e intenta convencerla de que se marche rápidamente ya que su marido, la mujer de la limpieza o su propia novia pueden aparecer en cualquier momento. Pero todo lo contrario, ella desea continuar con lo que habían empezado momentos antes como si nada hubiese ocurrido. Sergio no entiende la reacción de la mujer, que intenta besarlo para continuar con la fiesta, y en un acto reflejo al intentar quitársela de encima, la empuja con más fuerza de la debida y el agua de la ducha la hace resbalar hasta golpearse con la cabeza en los grifos que salen de la pared. Presa del pánico, Sergio cree haber matado a esa mujer que yace inconsciente en el suelo.

¿Cómo se resolverá esta comprometida situación? ¿Será grave la caída de la misteriosa amante de Sergio? ¿Qué ocurrirá con la otra pareja de la sauna? No os perdáis el capítulo de hoy.
En cuanto a su creadora, ha sido una gran suerte poder contar con ella para este proyecto. Además se ha involucrado muchísimo aportando en la edición de los dos capítulos anteriores. Ha sacado adelante un gran capítulo que nos acerca bastante a la relación de Sergio con Nerea, y a la vida de nuestro protagonista en particular. Una persona que tenemos muy cerquita, con un cerebro brillante y que aceptó participar en este proyecto encantada. Espero que podamos contar con ella para otros nuevos que emprendamos porque puede aportar muchísimo. Creativa y dedicada, estos valores la definen, y es que son los principales para dedicarse a lo que hace: maestra. Gracias por participar y enseñarnos un poquito más de ti... María Pilar García Enlace a su perfil en facebook

Os dejo con el capítulo de hoy (4. Carolina). Espero que os guste. Besetes a tod@s. Nos leemos.


4. Carolina.

¡Por Dios! ¡Nunca dejaría que pasara nada de lo que estoy pensando! Me meto en la ducha rápidamente, vengo de la sauna con mucho sofoco,  tengo que calmar esa sensación. Apenas recuerdo sus rasgos, recordar ese cuerpo me hace revivir una sensación brutal de calor que me recorre todo el cuerpo. Me visto con vaqueros, sudadera de mis tiempos de universidad y mis Mustang. Vuelvo a recogerme el cabello en una coleta, no tengo mucho tiempo. Vestida de lo más casual, estoy hecha un flan. Creo que esto va a ser sólo el principio de muchas más sorpresas.
Me dirijo a la salida de las instalaciones y al girar la última esquina, ¡ahí está! ¡Uf, que planta! En la sauna no daba esa impresión de “tan perfecto”. ¿Cuántos años tendrá? ¿A qué se dedica? Deduzco que por su porte, posiblemente hombre de negocios, presidiendo una gran empresa, o… ¿dedicado a la moda?
Llevo una semana de pena. Por las mañanas, para no pensar mucho en qué situación me encuentro, la de muchos por cierto, salgo a correr y me evado un poco de los malos augurios que me atormentan, y por las tardes directa al centro de acogida de animales donde colaboro. Pero no me aburro, de hecho no me queda tiempo para aburrirme.
Cojo la mochila y corro por el pasillo como si de ello dependiera algo. Esta mañana promete. Me deslizo por el mármol deslumbrante de la entrada, hasta que mi carrera se ve frenada brutalmente. Tengo mi cabeza pegada contra su pecho. Levanto lentamente la vista. Me mira con curiosidad y asombro. Es el tipo de mirada en la que me gustaría perderme un ratito. Aturdida me despego y sólo se me ocurre decir un…
—¡Hola!
Cierto, reconozco que me ha impresionado, más de lo que me gustaría admitir. Sí, definitivamente, dentro de sus “taytantos” es guapo.
—A sí que, ¿eres estudiante?
—Veterinaria ­­—contesto, casi enfadada por la poca evidencia de mi edad. Ya sé que aparento menos, pero hace años que deje la universidad. Ahora voy yo.
—Y usted, ¿a qué se dedica? ¡Oh, perdón! ¿A qué te dedicas? —sale mi parte endemoniadamente burlona.
Mientras le da tiempo a recomponerse, yo me divierto.
—Arquitecto.
Después de las formalidades salimos del hall de mutuo acuerdo y nos dirigimos a la cafetería situada en la acera de enfrente. Una vez sentados en la última mesa situada al lado de la salida de emergencias pedimos al camarero nuestras respectivas cervecitas. Estoy petrificada de admiración, es el tipo de persona que cuando pasa por tu lado la sigues con la mirada, y la giras de inmediato cuando te ves descubierta. Me sonríe. Cuantas hormonas alborotadas. Podría echarme de nuevo a reír recordando el incidente en la sauna si no estuviera tan turbada. Ha debido percatarse de mis pensamientos.
—De nuevo te pido perdón. Por lo tanto, no quiero darte otra oportunidad para que vuelvas a reírte de mí.
Sonrío, me tiene embobada. Y me imagino que me coge por la cintura, me estrecha contra él, que su mano sube y baja por mi espalda, siento su lengua buscar la mía, toda yo en tensión, se aflojan mis piernas y espero el siguiente movimiento. Viene el camarero y todo el hechizo se esfuma, esa voz ha sido como un jarro de agua fría. Estoy roja. Como he llegado de una situación cómica a otra tórrida y desesperante, debe de ser la necesidad.
—Me alegro de que volvamos a tutearnos.
Roto el hielo, iniciamos la conversación preguntándonos sobre nuestro estado laboral. Me cuenta que tiene el despacho en su casa, que está trabajando en un proyecto local, que tiene un hijo de veinte años, y que su mujer murió muy joven, un infarto. Que no sale con nadie pero que no renuncia al amor. Lo dice con tanto aplomo que me lo creo. Se hace tarde, tengo que marcharme. Debo prepararme para el trabajo en la protectora de animales, siento dejarlo pero debo irme. Nos despedimos con dos besos y de nuevo, vuelvo a sentir... Corro y corro sin saber bien por qué, ¿de que quiero huir? Llego a casa y esta claro que la ducha fría es el objetivo y final de mi aturdimiento, estoy confusa. Tengo que empezar a pensar en otras cosas, no tengo control sobre estas emociones  y eso no es bueno.
La semana no pasa tan rápidamente como quisiera, la rutina y los números rojos de mi cuenta no dejan de martillear mi cabeza. A sí que salgo a correr, por lo menos en esos treinta minutos me libero de tensión. No dejo de pensar en el próximo lunes, ¿volverá a ir al gimnasio?

Podría permanecer horas y horas así, sin hablar, mirándole. Nos encontramos en un restaurante, nos hemos citado, todo parece un sueño. Me tiene encandilada, habla y habla y no para de sonreír. De vez en cuando hace una pausa para encontrar en mí alguna respuesta a sus ocurrencias. Es divertido. De repente se inclina hacia mí, me recorre un escalofrío por todo el cuerpo, su mano empieza a recorrerme el muslo, y sube, me empieza a faltar la respiración y pienso, no, no pienso. De nuevo, jarra de agua fría cuando despierto: es lunes y acabo de tener un sueño. Solo ha sido un sueño. Frustración asegurada.
Al cabo de unos minutos de reflexión, tumbada aún en la cama, decido levantarme y vestirme. Me calzo y después de tomarme un zumo salgo de casa, cojo la moto y me dirijo al gimnasio. Hoy haré una clase de global fit, me apetece. Así mejoraré mi condición física y  podré poner en orden mi cabeza.
—¿No esperaba encontrarte hoy aquí? Pensaba que el encuentro anterior fue casual.
Me giro rápidamente al escuchar su voz, la sorpresa y desconcierto me hacen perder un poco el equilibrio. Con una mano me apoyo en la pared y con la otra quiero mantener el equilibrio. El agua que se posa en el suelo a la salida de la sauna me ha jugado una mala pasada. Mis piernas, que pensaba que estaban suficientemente firmes, se empiezan a separar, pierdo el control y resbalo. La toalla que llevo cubriendo mi cuerpo sigue mí mismo movimiento y cae también y deja al descubierto mis encantos. La situación es indescriptible, sentada en el suelo, levanto la vista y me lo encuentro… Arrodillándose me mira a los ojos y disfruta con mi estado de pudor. Vaya bochorno. Cierro los ojos y quiero desaparecer. Afortunadamente creo que no pasa nadie por el pasillo y cubriéndome con la toalla tan rápido como puedo me levanto con la ayuda  de Jorge.
Empieza bien la semana…


Marisa pasa por la sauna para verificar el buen estado de limpieza de las instalaciones y al volver la esquina se encuentra con una imagen bastante divertida: caída en el suelo Carolina y arrodillado Jorge, ¡ese pedazo de tío! Se imagina un poco la situación y presa del pánico, “¡Oh my God!”, creyendo que allí mismo se iba a ejecutar una acción pecaminosa, sale dispuesta a contárselo a Rebeca, la recepcionista en prácticas, que le hace siempre oídos a todos los chismes acontecidos.


*****


—Sergio, Sergio, ¿qué te ocurre?

jueves, 5 de febrero de 2015

Celebrando las 22.000 visitas

Primera celebración del año. Y esperemos que sean muchas más. Esta temporada que acaba de comenzar con TayTodos, la nueva novela colectiva para 2015, tiene muchas esperanzas depositada en ella. Es el año de la confirmación de nuestro proyecto y para ello repetirán algunos de los escritores de Nuestra historia y esperamos agrandar el círculo con amigos de aquí y de allá que cada lunes nos dejarán su granito de arena para reforzar esta iniciativa. Nuestro deseo es seguir creciendo, ya no en visitas al blog, que tal y como se plantean las publicaciones para este año lo lógico es que no aumenten porque se buscará concentrar las entradas para aprovechar al máximo el tiempo y la calidad de las mismas, sino que buscamos crecer en contenidos, en calidad de relatos y en cantidad y calidad de nuestros colaboradores. Queremos aumentar el número de nuestros escritores y atraer a más mentes inquietas a compartir líneas con nosotros.
Es por ello que estamos muy ilusionados con la respuesta que está teniendo la convocatoria de Colección Cupido 2015, con el doble de escritores pre-inscritos que en la edición anterior, y a los que deseamos que las musas los acompañen y tengan la inspiración a flor de piel para sacar unos fantásticos relatos y poemas que nos emocionen. Será a partir del 14 de febrero cuando aparezcan sus textos cada sábado en el blog, no os lo perdáis. Como siempre digo: "¡Si sale como lo he imaginado va a ser tremendo!". Y es que tengo las expectativas muy altas en que estos loquitos nos puedan regalar unos relatos fascinantes. A ver si no me equivoco...
Por otra parte, recordaros a todos los que queráis acercaros a la Casa de Cultura de Gallur, el próximo viernes día 13 de febrero a las 19:30h., que estaremos presentando la primera novela colectiva de nuestro blog: "Nuestra historia", que nos tuvo enganchados todos los lunes durante 2014. Muy ilusionado con esta convocatoria, veremos si a los galluranos les gusta nuestra idea y conseguimos enrolar alguna mente inquieta que nos vendrá fenomenal.
Nasville: Tu fiesta empieza ya.
Y como siempre que celebramos que superamos otras 1.000 visitas os traemos un vídeo de alguna banda amiga. En este caso vuelve nuestro grupo de cabecera, Nasville, con su última creación: "Tu fiesta comienza ya". Espero que os guste. Besetes a tod@s. Nos leemos.


lunes, 2 de febrero de 2015

TayTodos. Capítulo 3: No he podido hacerte eso.

Hoy nos llega el tercer capítulo de "TayTodos", pero antes vamos a repasar lo ocurrido el pasado lunes.
Nuestro protagonista sigue en la ducha con su sensual compañera y la situación está que arde, cuando de pronto se oye la puerta de los vestuarios y entran dos personas. La primera que reconocen es a la mujer de la limpieza, una cotilla de cuidado y la persona menos indicada por su discreción para semejante situación. Y la segunda es una voz masculina, que pronto reconoce su acompañante... Es Venancio, su marido.
Nuestro protagonista sale de la ducha como si nada intentando tener vigilado a Venancio, y este comienza a darle conversación y a interesarse por las actividades del gimnasio. Cuando por fin consigue deshacerse de él, ya en el gimnasio interesado en una cinta de correr, vuelve al vestuario rápidamente y se topa con la señora de la limpieza que intenta acceder al mismo para hacer su trabajo...
¿Conseguirán nuestros protagonistas librar esta comprometida situación? ¿Qué ocurrirá con la otra pareja de la sauna? No os perdáis el capítulo de hoy.
En cuanto a su creadora, ha sido una maravilla contar con ella para este proyecto. Una persona dinámica donde las haya que rehusa la pereza en todo momento con el claro objetivo de mantenerse activa constantemente y en busca continua de buenas vibraciones. Como me comentaba el otro día: "hay que darle vidilla a las cosas para que no se hagan monótonas". Así, que se ha enganchado a esta iniciativa y puede que la veamos en más proyectos por el blog. Gracias a una gran amiga... Ivana Benedí Gracia. Enlace a su perfil en facebook

Os dejo con el capítulo de hoy (3. No he podido hacerte esto). Espero que os guste. Besetes a tod@s. Nos leemos.




3. No he podido hacerte eso.

De repente sonó el móvil, las voces de Álex Ubago y Amaia Montero interpretando el tema de “Sin miedo a nada” rompían el silencio del pasillo. Nerea, mi novia, estaba al otro lado del teléfono. Aquél era nuestro tema favorito, con el que hace doce años, hacíamos por primera vez el amor, y con el que nos dábamos cuenta que estábamos hechos el uno para el otro. Desde entonces nuestra relación había ido creciendo, nos habíamos convertido en adultos, apoyándonos siempre y compartiéndolo todo.
Nerea lo era todo para mí, eso es lo que siempre había creído hasta entonces. Fue mi gran apoyo cuando falleció mi madre, y tuve que ocuparme de mis dos hermanos adolescentes, porque mi padre se sumió en una profunda depresión que lo mantuvo ausente durante algunos años. Fue una época dura, en la que Nerea siempre estuvo a mi lado, y representó la estrella más grande que iluminaba mi camino día a día.
Gracias a ella también, encontré mi actual trabajo hace cuatro años, como responsable de ventas en “Wedding dreams”, una empresa de eventos que planifica bodas haciendo realidad tus sueños. Cuando estudié la carrera de empresariales, no me imaginé diseñando bodas, y aunque al principio tuve muchas dudas y reticencias, o a veces me estresa demasiado, lo cierto es que hoy en día disfruto con mi trabajo, disfruto escuchando los increíbles sueños que elabora la gente del día más mágico de sus vidas, disfruto dándoles forma, color, vida, realidad…, y disfruto haciendo con ello, felices a los demás.
Por esto y por muchas cosas más, creía que Nerea era la mujer más perfecta del planeta. Es guapa, inteligente, decidida, fuerte, pero a la vez tierna, dulce, sensible, de una gran humanidad. Su pasión por la educación y los niños me hace pensar que será una madre excelente, cuando llegue el momento. A su lado siento que todo es posible, que todo está en su sitio, que todo va bien… Así que hace seis meses me dije a mi mismo que por qué esperar más tiempo, y aprovechando nuestro maravilloso viaje por París, para celebrar su reciente plaza fija, como maestra en un centro público de educación infantil, le pedí, en la cima de la torre Eiffel, que se convirtiera en mi esposa.
Desde entonces nuestra vida se había convertido en una planificación constante. Nos compramos un piso en una zona residencial tranquila, alejada del bullicio de la ciudad, pero bien comunicada con ella. Lo comenzamos a decorar y a amueblar. La verdad es que Nerea tiene un gusto excelente para elegir y combinar los diferentes ambientes que pueden lograrse en un hogar. Yo me dejo llevar por su entusiasmo. Es tan sencillo. Ella planifica hasta el mínimo detalle, pero siempre hay sentido, armonía, equilibrio, belleza… en todo lo que imagina. Así que es muy fácil dejarse llevar. Bueno, también es un tanto cabezota, y cuando se enfada saca un fuerte temperamento que me llega hasta a asustar, así que prefiero seguirle la corriente en todo. Si ella es feliz, yo también lo soy y así duermo más tranquilo.
Lo siguiente después del piso, ha sido planificar nuestra boda. Al trabajar en una empresa de bodas, todo está siendo muy sencillo, y contamos con un treinta y cinco por ciento de descuento, como regalo de los jefes, un generosísimo detalle por su parte.
Así que en toda esta vorágine de preparativos me encontraba inmerso,  creyendo firmemente que era la vida que quería vivir, hasta que hoy, de la forma más impensable e inesperada, una voluptuosa y hermosa  mujer, mucho más mayor que yo, me ha seducido primero en la sauna y después en la ducha del vestuario, trastocando mis sentidos, volatilizando mi sentido del deber, liberando un deseo primario, salvaje, corrupto… que ni siquiera sabía que residía en mí.
Y ahora, sin darme tiempo ni a digerirlo, ni a poner en orden mis desbaratados pensamientos, ni a controlar el ritmo acelerado de mi corazón, tenía que enfrentarme a la realidad, a mi vida perfecta hasta hacía tan sólo una hora. ¿Lo perderé todo? ¿Sabré interpretar bien mi papel de que todo está igual, que nada ha cambiado, hasta que pueda reflexionar sobre lo que ha estado a punto de ocurrir en la ducha? ¡Bufff! ¡Qué vértigo! Descolgué el teléfono…
—Hola cariño, ¿qué tal?
—Hola mi amor, ¿dónde estás?
—En el gimnasio. ¿Por qué? ¿Qué sucede?
—Mi amor, habíamos quedado para comer. Hoy elegimos el menú de nuestra boda. ¿No lo recuerdas?
—¿Hoooyyyy?
—Sergio, ¿qué te ocurre? ¿Lo habías olvidado? ¿Te encuentras bien?
Mi cabeza iba a estallar por el estrés.
—No nada, no te preocupes. Me duele un poco la cabeza. No me ha sentado muy bien mi sesión de ejercicios esta mañana. Hacía algo de frío en el gimnasio y me he debido de resfriar. Estoy un poco mareado.
—¡Vaya por Dios! Bueno, y ¿qué vamos a hacer? ¿Vamos a comer? ¿Te acompaño al médico?
Le iba a contestar cuando me di cuenta que detrás de mí, la señora de la limpieza intentaba entrar en el vestuario, del que todavía no había podido salir mi sensual compañera. Tenía que despistarla como fuera.
—Disculpe señora, acabo de salir del vestuario en su búsqueda. Necesito papel higiénico. No queda en los váteres. Me ha venido un retorcijón horrible. ¿Me lo podría traer usted por favor?
—¿Está seguro de que no queda ningún rollo? Los repongo todos los días al comenzar la jornada, y esta mañana no ha venido mucha gente al gimnasio.
—Completamente seguro, por favor es una urgencia, necesito su ayuda. Si fuera tan amable…
—Está bien, vuelvo en unos minutos. Me espere aquí en la puerta por favor.
—Sí, sí, aquí le espero, no se preocupe. No se acelere, tarde lo que tenga que tardar. De momento controlo el retorcijón —le dije guiñándole un ojo, extendiendo el dedo pulgar de la mano derecha a modo de ok.
La señora de la limpieza me miró un poco extrañada, pero fue en busca del papel higiénico.
¡Bien!, me dije a mí mismo. Dispongo de unos escasos minutos para ayudar a que salga de la ducha, y se vaya al vestuario de las mujeres, antes de que la descubra su marido y se arme una buena. ¿Podré hacerlo esta vez?
—Sergio, ¿qué te ocurre mi amor? Ahora mismo voy a buscarte al gimnasio. ¿Dónde estás? ¿En el vestuario de caballeros? ¿Sergio?
¡Ostras, es verdad! ¡Tengo al teléfono a Nerea! Y dice ¿qué viene a buscarme? ¿Al vestuario de caballeros? ¡No, por favor!
—Cariño, espera. Nerea, mi amor, escúchame. No te pongas nerviosa, que no me pasa nada. Sólo necesito estar un rato en el váter, ducharme, refrescarme la cabeza, me tomo un té caliente y en unos veinte minutos estaré repuesto. Paso a recogerte por casa y nos vamos a comer juntos y elegimos nuestro menú nupcial. Ya verás, estará delicioso. Todo va a salir a pedir de boca.
—Sergio, que si te encuentras mal, suspendemos lo del menú, y vamos otro día. No hace falta que estés siempre complaciéndome. Voy a buscarte al gimnasio, te acompaño al médico y nos quedamos más tranquilos.
—Nerea, por favor, hazme caso, dame veinte minutos. Te prometo que es algo pasajero.
—Sergio, que me he puesto muy nerviosa, y que me voy directa a buscarte al gimnasio. Cuando te vea, si es cierto que no te ocurre nada, me quedaré tranquila.
—Nerea, escúchame… —pero Nerea no me escuchó porque colgó el teléfono, dejándome con las palabras en la boca.
¡¡Bufff!! Viene mi novia, al vestuario de caballeros. Y ella sigue ahí dentro. ¡Tengo que sacarla como sea! ¿Cómo he podido meterme en este lío? ¡No sé en qué estaba pensando! ¡No vuelvo a dejarme seducir por ninguna mujer en mi vida! ¡Qué día más estresante, por favor!
—Aquí tiene el papel higiénico— dijo detrás de mí la señora de la limpieza, a la vez que empujaba su carrito hacia dentro del vestuario—. Tiene que darse prisa en salir, porque tengo que limpiarlo todo para el turno de tarde, que viene mucha gente.
—Señora, por favor, necesito un poco de intimidad para aliviar mi retorcijón. Compréndame. Mire, por haber sido tan amable conmigo, le doy cinco euros, y mientras me espera, se toma algo en la cafetería. Le prometo que cuando regrese, yo habré desaparecido, y usted podrá tranquilamente limpiar todo lo que quiera.
—No es necesario, muchas gracias. No quiero abusar de su generosidad, sólo le he traído un rollo de papel higiénico. No tiene por qué invitarme. Puedo esperarle aquí fuera mientras me leo el “Qué Me Dices” de esta semana —dijo la señora de la limpieza, a la vez que sacaba la revista del bolsillo de su bata de servicio.
—Señora, de verdad, ha sido muy amable conmigo, y necesito recompensarla. Tome mis cinco euros, y se lea esa revista en la cafetería tomándose un pequeño vermut. Por favor, acepte mi invitación.
—Bueno, está bien. No es necesario, pero lo haré. Le pido que no tarde mucho en salir. Si comienza el turno de tarde, y no he limpiado el vestuario a tiempo, me despedirán.
—No se preocupe, en unos minutos estoy fuera. Muchas gracias señora…
—Marisa, me llamo Marisa.
—Vale, muchas gracias señora Marisa. Que le aproveche el vermut.
—Muchas gracias, señor…
—Sergio, me llamo Sergio. Pero no me llame señor, por favor, me hace sentir muy mayor.
—Muchas gracias, Sergio, por la invitación. Hacía mucho tiempo que nadie lo hacía. Que te sea leve el retorcijón.
Y tras decir estas palabras de agradecimiento y ánimo, la señora de la limpieza se dirigió hacia la cafetería, dejando libre el camino.
Por fin, he vuelto a quedarme solo. Dicen que a la tercera va la vencida, espero que sea cierto. No había tiempo que perder. Entré en el vestuario como una exhalación, dirigiéndome a toda mecha hacia la ducha en la que se encontraba la voluptuosa mujer.
—Cielo, tienes que salir inmediatamente. He despejado el camino. Tu marido está haciendo sus ejercicios, la señora de la limpieza está en la cafetería tomándose un vermut, y mi novia está de camino hacia aquí. Tienes que darte prisa antes de que vengan cualquiera de los tres. Es una situación muy arriesgada para los dos.
Ella seguía desnuda en la ducha, con todos sus encantos femeninos al descubierto. Y se acercó a mí para abrazarme y darme un beso en la boca. Se había quedado con la ganas de continuar con la fiesta que habíamos empezado, y que había interrumpido la presencia inesperada de su marido.
Yo me puse muy nervioso. Esta mujer no lo entiende. He estado a punto de serle infiel a mi novia con la que me voy a casar a finales de este mes. En unos minutos se presentará en este vestuario porque le he hecho creer que estoy enfermo. Tanto su marido como la señora de la limpieza pueden regresar en cualquier momento. La situación es altamente delicada, ¿y esta mujer sólo piensa en follar? ¡No me lo puedo creer!
—¿Estás loca? —le grité, a la vez que la empujaba con fuerza hacia atrás intentando separarla de mí.
—Nene, te deseo tanto —suspiró, a la vez que perdía el equilibrio por mi empujón inesperado, y el suelo resbaladizo de la ducha, golpeándose fuertemente en la cabeza con los grifos que salían de la pared.
Al instante, caía inconsciente.

—¡Despierta! ¡Despierta!  No he podido matarte, por favor. No he podido hacerte eso. ¡Maldita sea! ¡No!