lunes, 2 de febrero de 2015

TayTodos. Capítulo 3: No he podido hacerte eso.

Hoy nos llega el tercer capítulo de "TayTodos", pero antes vamos a repasar lo ocurrido el pasado lunes.
Nuestro protagonista sigue en la ducha con su sensual compañera y la situación está que arde, cuando de pronto se oye la puerta de los vestuarios y entran dos personas. La primera que reconocen es a la mujer de la limpieza, una cotilla de cuidado y la persona menos indicada por su discreción para semejante situación. Y la segunda es una voz masculina, que pronto reconoce su acompañante... Es Venancio, su marido.
Nuestro protagonista sale de la ducha como si nada intentando tener vigilado a Venancio, y este comienza a darle conversación y a interesarse por las actividades del gimnasio. Cuando por fin consigue deshacerse de él, ya en el gimnasio interesado en una cinta de correr, vuelve al vestuario rápidamente y se topa con la señora de la limpieza que intenta acceder al mismo para hacer su trabajo...
¿Conseguirán nuestros protagonistas librar esta comprometida situación? ¿Qué ocurrirá con la otra pareja de la sauna? No os perdáis el capítulo de hoy.
En cuanto a su creadora, ha sido una maravilla contar con ella para este proyecto. Una persona dinámica donde las haya que rehusa la pereza en todo momento con el claro objetivo de mantenerse activa constantemente y en busca continua de buenas vibraciones. Como me comentaba el otro día: "hay que darle vidilla a las cosas para que no se hagan monótonas". Así, que se ha enganchado a esta iniciativa y puede que la veamos en más proyectos por el blog. Gracias a una gran amiga... Ivana Benedí Gracia. Enlace a su perfil en facebook

Os dejo con el capítulo de hoy (3. No he podido hacerte esto). Espero que os guste. Besetes a tod@s. Nos leemos.




3. No he podido hacerte eso.

De repente sonó el móvil, las voces de Álex Ubago y Amaia Montero interpretando el tema de “Sin miedo a nada” rompían el silencio del pasillo. Nerea, mi novia, estaba al otro lado del teléfono. Aquél era nuestro tema favorito, con el que hace doce años, hacíamos por primera vez el amor, y con el que nos dábamos cuenta que estábamos hechos el uno para el otro. Desde entonces nuestra relación había ido creciendo, nos habíamos convertido en adultos, apoyándonos siempre y compartiéndolo todo.
Nerea lo era todo para mí, eso es lo que siempre había creído hasta entonces. Fue mi gran apoyo cuando falleció mi madre, y tuve que ocuparme de mis dos hermanos adolescentes, porque mi padre se sumió en una profunda depresión que lo mantuvo ausente durante algunos años. Fue una época dura, en la que Nerea siempre estuvo a mi lado, y representó la estrella más grande que iluminaba mi camino día a día.
Gracias a ella también, encontré mi actual trabajo hace cuatro años, como responsable de ventas en “Wedding dreams”, una empresa de eventos que planifica bodas haciendo realidad tus sueños. Cuando estudié la carrera de empresariales, no me imaginé diseñando bodas, y aunque al principio tuve muchas dudas y reticencias, o a veces me estresa demasiado, lo cierto es que hoy en día disfruto con mi trabajo, disfruto escuchando los increíbles sueños que elabora la gente del día más mágico de sus vidas, disfruto dándoles forma, color, vida, realidad…, y disfruto haciendo con ello, felices a los demás.
Por esto y por muchas cosas más, creía que Nerea era la mujer más perfecta del planeta. Es guapa, inteligente, decidida, fuerte, pero a la vez tierna, dulce, sensible, de una gran humanidad. Su pasión por la educación y los niños me hace pensar que será una madre excelente, cuando llegue el momento. A su lado siento que todo es posible, que todo está en su sitio, que todo va bien… Así que hace seis meses me dije a mi mismo que por qué esperar más tiempo, y aprovechando nuestro maravilloso viaje por París, para celebrar su reciente plaza fija, como maestra en un centro público de educación infantil, le pedí, en la cima de la torre Eiffel, que se convirtiera en mi esposa.
Desde entonces nuestra vida se había convertido en una planificación constante. Nos compramos un piso en una zona residencial tranquila, alejada del bullicio de la ciudad, pero bien comunicada con ella. Lo comenzamos a decorar y a amueblar. La verdad es que Nerea tiene un gusto excelente para elegir y combinar los diferentes ambientes que pueden lograrse en un hogar. Yo me dejo llevar por su entusiasmo. Es tan sencillo. Ella planifica hasta el mínimo detalle, pero siempre hay sentido, armonía, equilibrio, belleza… en todo lo que imagina. Así que es muy fácil dejarse llevar. Bueno, también es un tanto cabezota, y cuando se enfada saca un fuerte temperamento que me llega hasta a asustar, así que prefiero seguirle la corriente en todo. Si ella es feliz, yo también lo soy y así duermo más tranquilo.
Lo siguiente después del piso, ha sido planificar nuestra boda. Al trabajar en una empresa de bodas, todo está siendo muy sencillo, y contamos con un treinta y cinco por ciento de descuento, como regalo de los jefes, un generosísimo detalle por su parte.
Así que en toda esta vorágine de preparativos me encontraba inmerso,  creyendo firmemente que era la vida que quería vivir, hasta que hoy, de la forma más impensable e inesperada, una voluptuosa y hermosa  mujer, mucho más mayor que yo, me ha seducido primero en la sauna y después en la ducha del vestuario, trastocando mis sentidos, volatilizando mi sentido del deber, liberando un deseo primario, salvaje, corrupto… que ni siquiera sabía que residía en mí.
Y ahora, sin darme tiempo ni a digerirlo, ni a poner en orden mis desbaratados pensamientos, ni a controlar el ritmo acelerado de mi corazón, tenía que enfrentarme a la realidad, a mi vida perfecta hasta hacía tan sólo una hora. ¿Lo perderé todo? ¿Sabré interpretar bien mi papel de que todo está igual, que nada ha cambiado, hasta que pueda reflexionar sobre lo que ha estado a punto de ocurrir en la ducha? ¡Bufff! ¡Qué vértigo! Descolgué el teléfono…
—Hola cariño, ¿qué tal?
—Hola mi amor, ¿dónde estás?
—En el gimnasio. ¿Por qué? ¿Qué sucede?
—Mi amor, habíamos quedado para comer. Hoy elegimos el menú de nuestra boda. ¿No lo recuerdas?
—¿Hoooyyyy?
—Sergio, ¿qué te ocurre? ¿Lo habías olvidado? ¿Te encuentras bien?
Mi cabeza iba a estallar por el estrés.
—No nada, no te preocupes. Me duele un poco la cabeza. No me ha sentado muy bien mi sesión de ejercicios esta mañana. Hacía algo de frío en el gimnasio y me he debido de resfriar. Estoy un poco mareado.
—¡Vaya por Dios! Bueno, y ¿qué vamos a hacer? ¿Vamos a comer? ¿Te acompaño al médico?
Le iba a contestar cuando me di cuenta que detrás de mí, la señora de la limpieza intentaba entrar en el vestuario, del que todavía no había podido salir mi sensual compañera. Tenía que despistarla como fuera.
—Disculpe señora, acabo de salir del vestuario en su búsqueda. Necesito papel higiénico. No queda en los váteres. Me ha venido un retorcijón horrible. ¿Me lo podría traer usted por favor?
—¿Está seguro de que no queda ningún rollo? Los repongo todos los días al comenzar la jornada, y esta mañana no ha venido mucha gente al gimnasio.
—Completamente seguro, por favor es una urgencia, necesito su ayuda. Si fuera tan amable…
—Está bien, vuelvo en unos minutos. Me espere aquí en la puerta por favor.
—Sí, sí, aquí le espero, no se preocupe. No se acelere, tarde lo que tenga que tardar. De momento controlo el retorcijón —le dije guiñándole un ojo, extendiendo el dedo pulgar de la mano derecha a modo de ok.
La señora de la limpieza me miró un poco extrañada, pero fue en busca del papel higiénico.
¡Bien!, me dije a mí mismo. Dispongo de unos escasos minutos para ayudar a que salga de la ducha, y se vaya al vestuario de las mujeres, antes de que la descubra su marido y se arme una buena. ¿Podré hacerlo esta vez?
—Sergio, ¿qué te ocurre mi amor? Ahora mismo voy a buscarte al gimnasio. ¿Dónde estás? ¿En el vestuario de caballeros? ¿Sergio?
¡Ostras, es verdad! ¡Tengo al teléfono a Nerea! Y dice ¿qué viene a buscarme? ¿Al vestuario de caballeros? ¡No, por favor!
—Cariño, espera. Nerea, mi amor, escúchame. No te pongas nerviosa, que no me pasa nada. Sólo necesito estar un rato en el váter, ducharme, refrescarme la cabeza, me tomo un té caliente y en unos veinte minutos estaré repuesto. Paso a recogerte por casa y nos vamos a comer juntos y elegimos nuestro menú nupcial. Ya verás, estará delicioso. Todo va a salir a pedir de boca.
—Sergio, que si te encuentras mal, suspendemos lo del menú, y vamos otro día. No hace falta que estés siempre complaciéndome. Voy a buscarte al gimnasio, te acompaño al médico y nos quedamos más tranquilos.
—Nerea, por favor, hazme caso, dame veinte minutos. Te prometo que es algo pasajero.
—Sergio, que me he puesto muy nerviosa, y que me voy directa a buscarte al gimnasio. Cuando te vea, si es cierto que no te ocurre nada, me quedaré tranquila.
—Nerea, escúchame… —pero Nerea no me escuchó porque colgó el teléfono, dejándome con las palabras en la boca.
¡¡Bufff!! Viene mi novia, al vestuario de caballeros. Y ella sigue ahí dentro. ¡Tengo que sacarla como sea! ¿Cómo he podido meterme en este lío? ¡No sé en qué estaba pensando! ¡No vuelvo a dejarme seducir por ninguna mujer en mi vida! ¡Qué día más estresante, por favor!
—Aquí tiene el papel higiénico— dijo detrás de mí la señora de la limpieza, a la vez que empujaba su carrito hacia dentro del vestuario—. Tiene que darse prisa en salir, porque tengo que limpiarlo todo para el turno de tarde, que viene mucha gente.
—Señora, por favor, necesito un poco de intimidad para aliviar mi retorcijón. Compréndame. Mire, por haber sido tan amable conmigo, le doy cinco euros, y mientras me espera, se toma algo en la cafetería. Le prometo que cuando regrese, yo habré desaparecido, y usted podrá tranquilamente limpiar todo lo que quiera.
—No es necesario, muchas gracias. No quiero abusar de su generosidad, sólo le he traído un rollo de papel higiénico. No tiene por qué invitarme. Puedo esperarle aquí fuera mientras me leo el “Qué Me Dices” de esta semana —dijo la señora de la limpieza, a la vez que sacaba la revista del bolsillo de su bata de servicio.
—Señora, de verdad, ha sido muy amable conmigo, y necesito recompensarla. Tome mis cinco euros, y se lea esa revista en la cafetería tomándose un pequeño vermut. Por favor, acepte mi invitación.
—Bueno, está bien. No es necesario, pero lo haré. Le pido que no tarde mucho en salir. Si comienza el turno de tarde, y no he limpiado el vestuario a tiempo, me despedirán.
—No se preocupe, en unos minutos estoy fuera. Muchas gracias señora…
—Marisa, me llamo Marisa.
—Vale, muchas gracias señora Marisa. Que le aproveche el vermut.
—Muchas gracias, señor…
—Sergio, me llamo Sergio. Pero no me llame señor, por favor, me hace sentir muy mayor.
—Muchas gracias, Sergio, por la invitación. Hacía mucho tiempo que nadie lo hacía. Que te sea leve el retorcijón.
Y tras decir estas palabras de agradecimiento y ánimo, la señora de la limpieza se dirigió hacia la cafetería, dejando libre el camino.
Por fin, he vuelto a quedarme solo. Dicen que a la tercera va la vencida, espero que sea cierto. No había tiempo que perder. Entré en el vestuario como una exhalación, dirigiéndome a toda mecha hacia la ducha en la que se encontraba la voluptuosa mujer.
—Cielo, tienes que salir inmediatamente. He despejado el camino. Tu marido está haciendo sus ejercicios, la señora de la limpieza está en la cafetería tomándose un vermut, y mi novia está de camino hacia aquí. Tienes que darte prisa antes de que vengan cualquiera de los tres. Es una situación muy arriesgada para los dos.
Ella seguía desnuda en la ducha, con todos sus encantos femeninos al descubierto. Y se acercó a mí para abrazarme y darme un beso en la boca. Se había quedado con la ganas de continuar con la fiesta que habíamos empezado, y que había interrumpido la presencia inesperada de su marido.
Yo me puse muy nervioso. Esta mujer no lo entiende. He estado a punto de serle infiel a mi novia con la que me voy a casar a finales de este mes. En unos minutos se presentará en este vestuario porque le he hecho creer que estoy enfermo. Tanto su marido como la señora de la limpieza pueden regresar en cualquier momento. La situación es altamente delicada, ¿y esta mujer sólo piensa en follar? ¡No me lo puedo creer!
—¿Estás loca? —le grité, a la vez que la empujaba con fuerza hacia atrás intentando separarla de mí.
—Nene, te deseo tanto —suspiró, a la vez que perdía el equilibrio por mi empujón inesperado, y el suelo resbaladizo de la ducha, golpeándose fuertemente en la cabeza con los grifos que salían de la pared.
Al instante, caía inconsciente.

—¡Despierta! ¡Despierta!  No he podido matarte, por favor. No he podido hacerte eso. ¡Maldita sea! ¡No!

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