Colección Cupido 2014
Colección Cupido
2014
Varios autores
Zarracatalla
Editorial
Luceni,
23 de abril de 2014
Autores:
Eduardo Comín Diarte
Merche Comín Diarte
Mª Victoria Andreu Fauquet
Mari Andrés
Masiel Troya Cabrera
Mavi Lezaun Andreu
Manuel Zalaya Navascués
Yohana Borobia Carcas
David Garcés Zalaya
Diseño de portada y
fotografía:
Maral fotografía
Frases de cabecera:
Alba García Carcas
Edición:
Zarracatalla Editorial
Impreso en España.
Prólogo
Este ejemplar es el fruto de un ilusionante trabajo que nace a finales
de diciembre de 2013 cuando en una noche de insomnio un torrente de ideas me
arranca de la cama y me lanzo a crear un blog literario. Las ideas se van
sucediendo una tras otra y lo que en principio era una liberación de disparatadas ideas nocturnas, muy pronto y
rápidamente
se va convirtiendo en una zarracatalla de personas inquietas también que van aportando semana tras semana su
granito de arena a esta locura colectiva.
El blog: Zarracatalla Editorial.
Amigos que quieren colaborar y nos encontramos con la primera
publicación para el
Día de
Reyes. Y a partir de ahí un no parar de situaciones divertidas. Intercambio de emails, chats,
mensajes, conversaciones, y todo tipo de maneras de comunicarte en las que voy
proponiéndoles
participar y cada uno de ellos va venciendo sus miedos y dificultades como
buenamente puede. Pero siempre, al final, resulta un capítulo o texto libre muy interesante.
Para el lector que no conozca el blog y su dinámica, y permanezca ajeno a lo que allí sucede cada semana, hemos de pedirle que tome
estos relatos que aquí se recogen como lo que son. Obras escritas por personas aficionadas
que con mucho esfuerzo e ilusión han sacado adelante una idea que rondaba por su cabeza. A todos se
les pidió que
escribieran un texto con una temática común: el amor. Cada uno de ellos ha aportado su
visión de una
historia que tuviera como trasfondo las relaciones amorosas. Distintas maneras
de ver lo mismo. Todas igual de positivas, todas enriquecedoras, todas suman.
Porque de eso se trata, de sumar. Zarracatalla en aragonés significa amalgama, aglutinamiento… y eso es lo que hacemos. Unir esfuerzos,
ilusiones y personas para sacar este proyecto adelante. Así que al lector no iniciado en el blog le pido de
nuevo que considere estos textos no como una gran obra literaria (que no
pretenden serlo), sino más bien como una gran obra del pueblo. De gente de a pie. Gente
extraordinaria que no sabe que lo es. Y aquí vamos a darles la oportunidad de expresarse
libremente, mostrando todo su potencial al mundo. Algo que hace apenas tres
meses ni se les había pasado por la cabeza. Espero que sepáis valorar su tremendo esfuerzo y que a partir
de esta lectura te unas a nuestra Zarracatalla, disfrutando de nuevos proyectos
que ya están en
marcha como Nuestra historia, Colección Uni2, Conocemos a… con entrevistas a nuestros autores, las
celebraciones cada 1.000 visitas a nuestras páginas, y otros muchos que están por venir.
Para el lector asiduo al blog, simplemente agradecerte que tengas este
libro en tus manos porque significa que aún habiendo leído ya los relatos, has decidido adquirir una
copia para apoyar nuestro proyecto. Luchamos cada semana por hacer crecer el
blog y estamos orgullosos de verlo crecer junto a ti. No sabemos si esta será la primera y última de nuestras ediciones impresas. De lo que
si estamos seguros es de que esto durará lo que vosotros queráis. Sin visitas el blog no tiene sentido. La
edición impresa
como sabéis no es
el fin último del
proyecto. Es más bien un
complemento para los románticos que todavía necesitamos sentir el contacto del papel entre nuestras manos.
Experimentar el sentido de la posesión. Es nuestro tesoro particular. La lectura en
el blog, nuestra lucha diaria.
Como suelo despedirme habitualmente…
Nos leemos. Besetes a tod@s.
David Garcés Zalaya
Administrador del blog Zarracatalla Editorial
Los danzantes bailaban chocando los palos de madera y en
ocasiones chocaban tan fuerte que se rajaban. El rabadán y el mayoral agitaban
el pendón que llevaban las cintas de colores colgadas.
Puerta con puerta
Eduardo Comín Diarte
Puerta con puerta
Ya comienza otro día
en el pueblo. Esperemos que todo siga igual. Que por la fuente caiga
agua fresca y limpia, que el río vaya por el mismo cauce y que cuando me
levante y salga de casa vea a mi perrico esperándome en la puerta del patio
delantero.
Disculpad que no me haya presentado…
Soy María, una señora que ha visto salir el sol tantos
años, que casi no recuerdo cuantos. Vivo, como desde que nací, en un pueblecico
de la provincia de Zaragoza en el que el cierzo te curte el cuero la mayor
parte de los días, mientras que otros el sol te tuesta la cara dándole un color
dorado parecido al trigo cuando empieza a anunciar que viene el tiempo de
segar.
Al principio vivía con mis padres en el monte cerca de
la balsa de
Cuando mi padre se hizo lo bastante viejo como para no
poder vivir tan lejos de la gente, nos compramos una parcelica puerta con
puerta con el tío Nicasio y el tío Bernardo.
Y vaya puntería que tuvo mi santo padre, Dios lo tenga
en su santa gloria, con lo grande que es el pueblo. Es como vivir en medio de los
franceses y los maños en el Sitio de Zaragoza. Ellos son algo más mayores que
yo, pero me tienen entre la espada y la pared, porque me llevo bien con los
dos. No con ellos dos juntos, con cada uno a su tiempo.
En esa época no solo nos llevábamos bien. Éramos como
hermanos. Poca gente del pueblo sabe el
porqué de la disputa. Unos dicen que fue por una herencia de un tío que tenían
en común. Que tío de los de don sin din, cojones en latín… pero en fin. Otros
dicen que fue por unos campos que tenían a ribazo y que si te estás echando más
de la cuenta dentro de mi campo, que si me has quitado la vez de regar y esas cosas. Y otros dicen que fue por una
riña de vinos en la taberna del tío Serafín.
Yo por suerte o desgracia conozco el motivo.
Pero esos recuerdos se me hacen tan dolorosos, que es
en el olvido donde se deben quedar para no seguir haciendo daño.
Para la gente del pueblo la enemistad viene de tan lejos
que ya han perdido la curiosidad. Así que quién será lo suficientemente curioso
y tozudo como para indagar…
Todo parecía señalar que hoy iba a ser otro día más.
Corre agua por la fuente, el río no se ha salido y el perrico está aquí
esperándome.
Pero no sé si durara mucho esta paz…
Nicasio nació en el pueblo pero en cuanto tuvo la edad
de ir al servicio militar lo destinaron a Sabiñánigo y se fue durante mucho
tiempo. Cuando volvió de la mili le salió trabajo en la estación de Canfranc.
Eran los últimos años de la obra e incluso estuvo en la inauguración con el rey
Alfonso XIII. Cuando volvió a la vieja casa de sus padres ya era así de gruñón
como es ahora y creo que lo será así hasta el final de sus días. Volvió con
alguna perrica y se arregló la casa y se compró tierras, y la verdad es que no
le ha ido mal. Pero hay que ver cómo le toca trabajar. Nunca mostró interés por
ninguna mujer y así, como yo, se quedó soltero.
¿No escucháis el alboroto?
¡Plas! (pedrada en la puerta de Nicasio).
—¡¡Nicasio cascarrabias!!
—¡La manga riega y aquí no llega!
—Ya están aquí los zagales otra vez. ¡Como os enganche
os doy una paliza que “paraqué”! ¡No corras no, que te he conocido! ¡Mañana se
lo digo a tu padre, cabezudo!
—Pero qué es tanto ruido…
—¡Qué alcahuetas son las que se asoman al balcón!
Los chavales se fueron como alma que lleva el diablo y
entonces me acerque a casa de Nicasio que estaba quitando las piedras que
tiraron los zagales a su puerta.
—¡Negro me tienen los demonios esos! En mis tiempos mi
padre me hubiera dado con la correa un buen latigazo y se me hubieran quitado
las ganas de tocar las narices a la gente.
—Ja, ja, ja. Es que saben que te sacan de quicio. Por
eso te provocan, otra vez no salgas y se aburrirán. ¡Mira a mí por asomarme
alcahueta que me han cascao! — y rió bien a gusto.
—Mira, ¡para juegos tengo el día! Con el tajo que
tengo en el prao. Y para colmo mira la merdada que se ha echado la yegua
percherona del Bernardo en la puerta de mi casa. Y me la deja ahí el
sinvergüenza. ¿Qué quiere? ¿Qué me la guarde en conserva o qué? —Nicasio no
podía parar quieto, se lo llevaban los demonios—. Y míralo… como mira por el
ventanuco riéndose el sinvergüenza, caradura, malchandro. Mas te valía trabajar
algo que vives a verlas venir. Pero bueno… contigo quería yo hablar.
—Dime Nicasio, ¿qué es lo que quieres?
—¿Qué haces el domingo de las fiestas pues?
—¿A estas alturas me quieres venir a rondar?
—¡Calla modorra! Que vienen mis sobrinas de Zaragoza a
pasar las fiestas y el domingo me echan el agua por el rabal, me va a ser imposible
estar y te quería pedir…
—Que me esté al tanto…
—Bueno, que si se pueden quedar a comer contigo que ya
te pasare un conejo que he cazado esta mañana
y unas patatas que tengo en casa…
—Faltaría más Nicasio, tus chicas son un cielo y no
hace falta que me pases nada que ya preparare algo. Además pasará la ronda por aquí, que luego hay verbena en
la calle. Allí detrás, donde la puerta de Bernardo.
—Échale un ojo al mayor de ese rufián. Si lo ves
alrededor de mi sobrina Elena le echas un grito y ya me entenderé yo con esos.
—Anda tranquilo chico, que yo me hago cargo.
—Nada me jodería
más que sentarme en la misma mesa que ese a festejar noviazgos… ya me
entiendes.
—Que exagerado eres Nicasio.
Nicasio tiene dos sobrinas, una pequeña de seis añicos
y la mayor… La mayor tiene diecinueve, y con esta hay más peligro.
Es una chica muy guapa, y muy lista, que está en un
colegio de monjas de Zaragoza y con el hijo de Bernardo nunca ha tenido nada,
pero el zagal le ha echado cuatro miradicas y ella que es tan resalada y se le
nota que el muchacho le hace gracia pues se las devuelve.
Tengo que andarme con ojo para que mientras este al
cargo de las muchachas no se me vaya de las manos.
Bernardo es todo lo contrario a Nicasio. Él desde siempre
ha vivido aquí y ha trabajado más bien poco porque ya lo hicieron sus parientes
por él. No es que sea un vago, pero sus padres ya venían de buena familia y
tiene muchas tierras, mucho ganado y mucha gente que trabaja para ellos. La
vida ha sido más fácil para él que para la mayoría de gentes del pueblo.
Pero no ha sido oro todo lo que ha relucido en casa de
Bernardo. Él se casó y fue feliz con Paca, su mujer durante mucho tiempo. Tuvo dos chicos, uno nada mas
casarse y otro bastante tardano.
Y el nacimiento
del tardano fue el comienzo del declive de Paca. El parto fue difícil, y aunque
parecía que se recuperaba, se quedó muy débil y un tiempo después falleció.
La guitarra de Bernardo estuvo callada durante mucho
tiempo. Pero unos años después las cuerdas empezaron a zumbar y a emitir el
sonido al que toda la calle estábamos tan acostumbrados.
Pero ahora no todas las canciones y jotas suenan tan
alegres. En ocasiones canta con su voz recia coplillas tan tristes y
melancólicas que yo creo que hasta los pajaricos dejan de piar para acompañar a
Bernardo en su tristeza.
No lo diré nunca delante de ellos pero hasta Nicasio
se asoma a su ventanuco para escuchar a Bernardo cuando las jotas remueven los
sentimientos.
—¡Chicaaaaaaaaa!
Huy, esa es la voz de Bernardo.
—¡Chicoooooo! ¡Qué pasa pues! Con esa voz y ese
pulmón, pregonero podrías haber sido.
—Te visto con tu amiguico de cháchara eh… al final
vais a ser novios y todo. ¿Me dejarás de hablar cuando te cases con el amargao
ese?
—Mira que eres gracioso y pansinsal. ¿Es que no me vas
a dejar hablar con él? ¿Estás celoso?
—Huy si, celosísimo. Por mí como si te lo guardas en
adobo, pa ti todo. Que te iba a contar… ¿Sabes que el domingo hay verbena aquí
en mi puerta, no? Y que viene la rondalla con los danzantes y todo.
—Si, algo había oído.
—Pues como ya sabes que me gusta a mí eso del festejo,
pues voy a hacer una calderada de migas
para que te vengas a merendar con mis zagales y conmigo. Así después nos
echamos unas jotas como en los viejos tiempos.
—Ja, ja, ja. No tan viejos salao. Pero hay un pequeño
problema. Me quedo al cargo de las sobrinas de Nicasio que como se huele la
verbena, y ya sabes que le gusta poco la fiesta, se va a regar a la yunta hasta
que pase el jolgorio. Y claro, no sé si estará bien que me vaya con ellas con
el peligro que tiene tu zagal. Lo vas a tener que atar o nos meterá en un lío.
Que está muy revolucionado y ¡hasta el botijo pinta menos pitorro que el
chaval!
—Ja, ja, ja. Este chico que me ha salido galán. Pero
ni gotíca de gracia me hace que ande con
la chiquilla esa.
—Son cosas de muchachos. Pero no me gustaría que se me
enfadara el otro por venir a tu casa a comer. Mejor montare la mesa en mi
puerta y ya está. Yo te paso rancho para tus mocés y ya probare tus migas. Y
ten templada la guitarra que le vamos a sacar brillo a las cuerdas, que las
tienes muy paradas últimamente.
—Está bien. De todas formas ni la verbena vamos a
pasar tranquilos pensando en los gritos del amargado ese. Cuídate María, me
entro con el pequeño que está limpiando los conejares.
—Ve Bernardo, nos vemos.
Así pasaron los días hasta que la gente empezó a
engalanar las calles y los balcones para las fiestas.
Bernardo estaba poniendo las banderolas con Marcos, el
mayor de sus hijos, subidos a una escalera y el pequeño andaba dando
instrucciones desde abajo. Cuando de lejos se oyeron voces y gritos.
—¡Tío Nicasio! ¡Tío Nicasio!….
Era la sobrina pequeña de Nicasio,
—¡Sofía! ¡Maña que guapa que estás! ¿Qué tal tus
padres?
—Bien tío, muy bien. Mi padre está trabajando y mamá
se queda en Zaragoza que va a casa de la militara a coserle el traje a su
marido que tiene un desfile. Me ha dicho que te diera este paquete y muchos
besos para ver si se te quitaba la cara de vinagre.
—Muy graciosa mi hermana. Siempre igual de simpática.
¿Y Elena?… ¿Dónde para tu hermana?
—Aun va por detrás. Es que he venido corriendo desde
donde nos ha dejado el autocar. Tenía muchas ganas de verte tío. Me lo paso
genial en el pueblo. Además son las fiestas y me encanta venir a las fiestas.
En estas que Elena, hecha toda una mujer, llegó a
nuestra calle con una blusa gris y una falda a juego con la cinturilla ceñida y
un lazo en el pelo. Agarraba la maleta
de la niña con una mano, la suya con la otra, y aun cargaba con unos paqueticos
entre los dedos que le impedían moverse con soltura. Llevaba los carrillos
colorados de cargar las maletas y de enfado con la pequeña por irse de su lado.
Entro tan guapa y tan radiante con esos colores y esas
pequitas heredadas de su madre, la hermana de Nicasio, que el tonteras y galán
de Marcos por mirar donde no debía se esbaro de la escalera y se dio un
castañetazo contra el suelo que para haberse matao.
A Elena aún se le subió más el color y como alma que
lleva el diablo Nicasio la agarro por el hombro dándole un beso todo lo
cortésmente que pudo y la llevo fuera del alcance de la mirada del pobre zagal,
que estaba en el suelo de la fachada de su casa colorado de vergüenza y con un
chichón en la cabeza, mientras Bernardo lo levantaba y el pequeño se reía a
carcajadas.
—Elena cariño, estas hecha una mujercita. ¿Qué tal van
las cosas por la ciudad?
—Bien tío. No nos podemos quejar. ¡Pero mira qué
carrera me he tenido que pegar desde abajo de la plaza hasta aquí detrás de la
chiquilla esta!, que está tan contenta de venir aquí que casi le han
atropellado dos carros, y por más que la llamaba no me hacía ni caso.
—¡Qué niña más traviesa esta Sofía!, y que guapas habéis
venido las dos. ¡Ala!, vamos dentro de casa y vamos a preparar el cuarto de
arriba. Vamos a llamar a María para que venga a casa que se alegrara mucho de
veros, y además se quedara con vosotras el domingo para la verbena que yo tengo
muchos quehaceres ese día y no voy a poder quedarme con vosotras.
—Tío, que nos conocemos. Usted en cuanto escucha que
hay jarana se esconde en los sembrados hasta que pasa la fiesta. Tiene usted
que relacionarse más con la gente o le saldrá moho de estar encerrado en casa y
en el campo siempre solo…
Nicasio le cogió las maletas a su sobrina que mientras
entraba en casa de su tío volvió la carica para cruzar una miradica furtiva con
Marcos que ya se había levantado del suelo y su padre le apretaba el chichón
con una moneda gorda.
—¿Marcos, estás en lo que estás? ¿Es que quieres
montar una zaragata? Nunca te he dicho que hagas ni deshagas nada y siempre has
sido libre de decidir. Espero que no me busques problemas con el vecino.
—Padre yo… es
que es guapa... No quiero crearle problemas padre. Perdone.
—Menudo chichón te ha salido mendrugo —le dice el
pequeño Luisico riéndose a carcajadas.
—Padre, me voy a bajar al pueblo un rato. Llegare a
cenar.
—Haz lo que quieras. Pero ten cuidado.
Marcos es un chico muy formal y trabajador. Además de
educado. Controlaba con su edad los olivares y parte de las faenas de su padre.
Cualquier familia hubiera querido a este chico para casarlo con alguna de sus
hijas casaderas. Y mira que había unas cuantas zagalas detrás de él. Había
heredado de su padre el arte para las coplas y la música, y ya eran famosas
algunas de las rondas y serenatas que ellos habían protagonizado. Ya casi
habían llegado las fiestas y estaban ultimando el repertorio y los bailoteos
que iban a marcarse con los danzantes y los bailadores para la verbena.
—Jaime, adivina a quien he visto hace un momento.
—A quién Marcos.
—A Elena, la de Zaragoza, la sobrina del cascarrabias.
Si la hubieras visto… se me puso la carne de gallina al verla. No hay zagala en
el pueblo más guapa que ella.
—Eres un casanova Marcos. Tienes a Julia y a Rosa
detrás de ti, que besarían el suelo que pisas y te vas a tirar por la forastera
que encima es la sobrina del que peor se lleva con tu padre de todo el pueblo.
Para colmo vive pared con pared con
vosotros. Lo tienes claro cómo te pille Nicasio… mira que te libras de la mili
porque no sé si los castrados tienen obligación de ir.
—¡Qué exagerado que eres Jaime! Yo creo que de esta
verbena no pasa. Cuando pase por su ventana me paro y la rondo. Me va a costar
un palo de mi padre, pero le tiro miradicas y ella me aguanta la mirada y antes
cuando entraba a su casa hasta me ha echado media sonrisa que me ha dejado tonto.
Hasta me he caído de la escalera por mirarla cuando llegaba. Y acuérdate que el
verano pasado ya estuve allanándome el terreno. Además el tío de Elena no
estará que he oído a María que se queda con ella. Y mi tía María no me delatará.
Pero bueno y tú que… ¿a quién vas a rondar? ¿Vas a bailarle a alguien?
—Pues sí, como no. Le rondaré a
—¡Qué peligro ni qué leches!, ala que vienen los
demás. Arráncate con una variación movidica a ver si despertamos esta rondalla
que vienen con cara de cansaos.
Ya solo quedan unas horas para la verbena. Ya están en
mi casa las dos chiquillas que me han ayudado a hacer la cena. Unas tortillas y
un guiso de conejo, que me ha pasado Nicasio antes de irse al campo, con salsa
de almendras. Ahora estamos tranquilamente en el poyo de puerta sentadas cuando
Elena me dice…
—María, me voy a poner el mantón que me regalo mi tío,
esa falda que me hizo mi madre de color rojo vivo y me tienes que ayudar a
hacerme un moño para estar guapa. He oído en la plaza que los mozos van a parar
en las ventanas de las mozas para rondarnos y a mí me gustaría que me rondaran
también.
—Mírala… que presumida. ¿Y quién quieres que te ronde
pues? No… mejor no me lo digas, que se me reguelve el estómago de imaginarlo. Y
ya me hago idea.
—María, no seas así. Ya tengo bastante con mi tío.
Dejarme que haga lo que quiera que ya me hago mayorcita.
—Si hija si… precisamente por eso. Porque ya eres
mayorcita, ya puedes pensar que hará tu tío si haces lo que se te está
ocurriendo.
—Ala María, cúbreme esta vez por favor. Con lo que te
quiero yo a ti…
Me voy a ver metida en un lío pero quién soy yo para
negar a nadie la felicidad. Y más con los cariñicos que me hace esta chica.
—¡Me vas a buscar la ruina caracolera! Haz lo que
quieras y yo me haré la tonta.
—Gracias tía. Pero venga, aplícate con el moño. Coge
las horquillas.
Mientras en casa de Bernardo…
—Papá, he oído que los mozos van a rondar a las mozas
esta tarde. Puedo rondar yo también con tu guitarrico.
—Hay pequeño Luisico, ¿a quién vas a rondar tú…? Si no
levantas dos palmos del suelo.
—Pues no sé, a alguna chica guapa. Porque me gustan
las chicas guapas como a mi hermano, ¿sabes? A mi hermano siempre en la plaza
están acercándose a él y dándole rosquillas y cosas que le hacen. Y él se pone
como un pavo de hueco.
—Cuando estén los rondadores en la puerta nos uniremos
a ellos para echar unas joticas y te dejo el guitarrico. Pero solo si te vas a
lavar esa cara que no sé qué has hecho, que llevas la cara negra como el tizón.
—Vale papá, voy a lavarme.
—Marcos, ¿estás ahí?
—Sí padre, aquí afeitándome.
—Sal una miaja, anda. ¿Qué es eso que me cuenta tu
hermano que vais a hacer en la ronda?
—Nada padre, lo de siempre. Cantar, tocar unas
cancioncillas, poner colorada alguna moza y echar unos tragos. Como siempre.
—Y tú, ¿a qué moza vas a poner colorada esta tarde?
—Pues no se… tengo aun que pensármelo. ¿A qué viene
tanta pregunta?
—No sé qué te tramas pero no me huele nada bien. No
quiero que des que hablar en el pueblo. Dentro de unos días es la misa por tu
madre y no quiero chismes. Que ya sabes cómo se las gastan por aquí.
—Descuide padre. No le faltare.
La gente empezó a subir a la calle donde vivimos. Ya
estaban preparadas las mesas con la comida y la bebida. Había corrillos de
gente alrededor de las mesas y ya se escuchaban de fondo las músicas de las
dulzainas, las guitarras, los laúdes y las bandurrias que subían desde la plaza
tocando y cantando.
En las puertas donde se paraban los mozos a rondar a
las zagalas se oían los alborotos y los chismes de alguna abuela. Pero también
había alegría, jolgorio y chasquear de vasos de vino entre canción y canción.
Ese es el sonido de las fiestas, de la juventud y de la alegría…
El sonido de la vida.
Que aburrida es la vida sin música. Tan pronto te
alegra el día un bolero como acompaña en la despedida a un difunto.
No me imagino unas fiestas sin música.
Los danzantes bailaban chocando los palos de madera y
en ocasiones chocaban tan fuerte que se rajaban. El rabadán y el mayoral
agitaban el pendón que llevaban las cintas de colores colgadas.
Ya se les veía llegar por nuestra calle.
En la esquina, Jaime, el amigo inseparable de Marcos le
cantó a su moza que estaba en el balcón de su casa arreglada como la ocasión se
merecía y le tiro una flor desde abajo que ella cogió al vuelo mientras una
pareja de bailadores empezaban una jotica de baile.
El padre de Encarna saco un pernil y todo el mundo
gritaba y bebía mientras la fiesta seguía.
La ronda arrancó de nuevo y Elena salió a la ventana
al tiempo en que Bernardo y Luisico, más majo él, con el guitarrico de su padre
se enganchaban a tocar con la rondalla. Bernardo se había puesto el pañuelo que
guarda para las ocasiones y el chaleco negro de ante que le bordo su Paca con
sus iniciales en plata y el viejo reloj de su padre en el bolsillo.
Todo el mundo miraba a mi balcón donde esa chiquilla
esperaba su canción, y los ojos de la gente que ya conocían de las intenciones,
esperaban el arranque de Marcos, pero él siguió adelante y se pasó de largo.
Hubo un segundo de silencio incomodo en el que solo Luisico que no se enteraba
de nada seguía tocando su guitarrico.
Marcos miro a los ojos de su padre que estaban
rasgados como a punto de brotar alguna lagrima y susurró:
—Lo hago padre.
Bernardo asintió y lloró dos lágrimas de emoción. Una
por Paca y otra porque se vio reflejado en los ojos de ese rebelde muchacho.
Solo unos pocos
conocíamos el motivo de esas lágrimas.
Y sin previo aviso, volteo sobre sus pies dirección al
balcón de Elena y empezó a cantar una rondadera tan bonita, con la letra
dedicada a ella que seguro llevaba días escribiendo y modificando hasta
encontrar las palabras perfectas.
Elena ya se estaba metiendo en casa cuando oyó a
Marcos arrancarse y el enfado se tornó en alegría. La gente brindo y cuando
termino la jota con su correspondiente despedida cantada por Bernardo, siguieron adelante en su camino
hasta el escenario que estaba en la puerta del corral del propio Bernardo.
—Mañana hablamos —le dijo Bernardo a su hijo mientras
le daba un abrazo.
Las mozas que bajaban de los balcones se unían al
baile. Luisico se acercó a mí para darme un beso y me grito.
—¡Me has visto tía María, he tocado con la rondalla y
no me he equivocado! ¡Voy a ser jotero como mi padre y mi hermano!
—Si Luisico, te he visto. Lo has hecho muy bien. Se te
van a rifar las chavalas como sigas así.
Y se fue corriendo entre la gente con su guitarrico y
un montón de niños y niñas entre las que estaba también Sofía.
Después de comer y beber un rato y echar unas
canciones con Bernardo y con los demás
vecinos decidí irme a casa porque ya estoy mayor y me duelen las piernas y el
alma.
Pero cuando pase por en medio de la gente me acerque
a Elena y Marcos que disfrutaban junto a
sus amigotes de la verbena con la alegría propia de edad. Sin hacerme mucho de
notar les dije.
—Me subo a casa. Tu tío esta al llegar, me llevo a
Sofía y sube enseguida por favor.
—Si tía María. Subo ahora mismo —y me plantó un beso
en la frente.
—Tía, gracias —me dijo Marcos.
—¡Qué gracias ni qué gracias!, ándate a casa con tu
padre y coge a Luis que se está durmiendo en el porche.
Marcos cogió a Luis en brazos y Elena se venía detrás
mía camino a mi puerta. En estas que Marcos se estiró y le dio un beso a Elena.
Fue un beso fugaz y rápido en los labios, pero ella no lo rechazó.
Bernardo vio la escena desde lejos y se quedó
boquiabierto, pero se oyó un gruñido desde lejos que apago el sonido de la
música y cuando me volví a ver de dónde venía ese grito vi a Nicasio con la
alforja al hombro y el azadón que venía como una exhalación hacia Elena y la
cogió del brazo y se la metió en casa.
Se hizo el silencio durante unos segundos en los que
cada miembro de las dos familias se fue a su casa en silencio y yo me quedé
sola en el marco de la puerta de mi casa. Se oían las voces y unos acordes
apagados que anunciaban que la verbena se había acabado.
Se apagaron los faroles de la calle y todo permanecía
en silencio. Me asomé a la ventana y solo había oscuridad.
Me sentía culpable por haber dejado que los chicos
hicieran lo que quisieran, pero Bernardo estaba también ahí y aprobó que su
hijo rondara a Elena.
Y lo peor estaba por venir. Pasado mañana es el
aniversario de la muerte de Paca, y es el único momento del año en que mis dos
amigos, vecinos y mi única familia se unían y podía estar con ellos a la vez.
Y este año los chicos nos habían dado un motivo para
que el silencio propio de ese día se rompa con reproches.
La luz siguió a la oscuridad anunciando que otro día
venia. Me recosté en la cama tapada con
la toquilla y acurrucada y me quede dormida unas horas. Tuve un bonito sueño en
el que me iba con Paca entre los olivos paseando y contándonos nuestras cosas.
El domingo de las fiestas paso sin pena ni gloria. Fui
a misa por la mañana, salí a los correchicos con Sofía y poco más.
No hablé con Nicasio que parecía enfadado conmigo y
tampoco vi a Marcos ni a Elena.
Mañana por la mañana al amanecer, antes de que nadie
del pueblo nos vea, saldremos los tres a poner flores y a limpiar un poco la
tumba de Paca para que esté curiosa la cruz y la lápida. Luego rezaremos una
oración y en silencio cada uno le cuenta las cosas que queremos compartir con
ella.
Me da un poco de miedo este año.
Y sé que me va a tocar mediar entre ellos. Seguro que
me llevo yo algún grito.
No es que no me los merezca pero aun así, me da apuro.
Llegó la noche del domingo y cuando fui a cerrar la
puerta vi a Nicasio en la calle liando un cigarrillo con hebras de tabaco que
sacaba de un sobre de cuero y me dirigí a él.
—Buenas noches Nicasio.
—¿Buenas?
—Para mí malas no pintan. ¿Estás enfadado conmigo?
—No es enfado María, esto se veía venir. Hacía mucho
que todos nos dábamos cuenta. Cada verano y cada fiesta era más evidente.
—¿Mañana vas a venir con Bernardo y conmigo?
—Claro. Nunca voy a faltar María. Solo cuando me
muera. Y Espero que tarde mucho.
—Hasta mañana pues Nicasio.
Me di la vuelta y escuche el chasquido del chisquero
que encendía su cigarrillo liado.
Al ir hacia casa vi a Bernardo que me esperaba en el
quicio de la ventana y me susurro que me acercara.
—Buenas noches María.
—¿Qué tal Bernardo?
—No me puedo dormir. Pienso en todo lo que pasó, en lo
que acaba de pasar y en lo que pasará y no sé si he obrado bien.
—Creo que has hecho lo más justo. El tiempo dirá…
—Mañana… ¿al amanecer como siempre?
—Con el primer rayo de sol Bernardo.
Y así cada uno de nosotros tres se fue a su casa con
la promesa de reunirnos en la puerta en cuanto salga el sol.
Yo casi no pegue ojo, y dudo que ninguno de los otros
dos durmiera más que yo. Me vestí, me aseé y me bebí un vaso de leche. Me cubrí
con el chal y salí a la calle.
Allí estaban los dos canelos. Uno al lado del otro sin
mirarse a la cara con la cabeza baja y con un ramo de flores en la mano. Le di
un beso en la mejilla a cada uno y enfilamos a lo nuestro sin darnos cuenta de
que una cabecita asomaba por la ventana de casa de Bernardo.
—Marcos, Marcos.
—¿Qué quieres Luis? Es muy pronto...
—Algo pasa Marcos. Padre se ha ido con María y con el
vecino. Y llevan flores en la mano. Y menuda cara llevan, parece que van de
funeral.
De pronto le vino la luz a las ideas.
—Nada Luis, duerme que voy a preguntarles, y tápate
que refresca la mañana.
—Vale Marcos, pero no tardes que me da miedo quedarme
solo en casa.
—No te preocupes, que enseguida vuelvo.
Marcos se levantó de un salto y corrió a vestirse y
con la camisa a medio poner salto la valla de la casa de Nicasio y entró
dentro. Busco hasta encontrar la habitación donde dormía Elena y la despertó
tocándole en el hombro mientras ella se despertaba sobresaltada.
—Loco que haces aquí. ¿Cómo te atreves? Mi tío….
—Tu tío no está, y mi padre tampoco. Se han ido
juntos.
—¿Juntos? Estás loco…
—No. Bueno si… por ti. Pero eso no es el caso. Vamos a
ver qué están haciendo. Porque hoy justo, el día en el que mi madre murió, se
juntan los tres y van como si nada. Después del cabreo monumental del
sábado en la verbena.
—Vamos corriendo, pero déjame que me vista. Espérame
abajo.
Cuando salieron de casa los dos se toparon con un
anciano que tenía más años que la torre de la iglesia. Lo habrían visto mil
veces por el pueblo, pero nunca se habían parado a hablar con él. Nunca habían
sabido su nombre, ni donde vivía. Solo que siempre había estado en el pueblo
con su boina calada y su cigarrillo colgando en el labio.
—Zagales. Dejad que vayan solos. Esa pena es de ellos.
Todos la querían por igual. María la quería como se quiere a una hermana y
ellos…
—¿Cómo que ellos buen hombre? ¿Qué me quiere usted
decir? —dijo Marcos acalorado por las palabras del anciano.
—Ya va siendo hora de que alguien os cuente la verdad.
—¿Verdad? ¿Qué verdad? Preguntó Elena con intriga pero
con miedo de que la respuesta de ese hombre revelara algo que no sabía si
quería saber.
—La verdad de por qué dos hombres que fueron como
hermanos rompieron su amistad y se cubrieron de rencor —el anciano comenzó su
misterioso relato—. Todo empezó hace muchos años…. Bernardo y Nicasio vivían en
estas mismas casas que eran propiedad de sus padres antes que de ellos. Y a la
casa de en medio llego María… La buena María. María y Paca eran amigas
inseparables. Todo el día juntas. Mientras
fueron jóvenes los cuatro fueron grandes
amigos, pero Nicasio se enamoró perdidamente de Paca. Llevo su amor en secreto
porque nunca fue un hombre decidido y su carácter fuerte le impedía mostrar sus
sentimientos abiertamente. Solo María sabia de ese amor. Pero cuando por fin se
armó de valor para hablar con Paca, llego una carta al buzón de su casa que le
estropeo los planes. Era una carta del ejército. Nicasio se debía presentar en
los próximos días en el cuartel de Sabiñánigo para hacer el servicio militar. Decidió
esperar a volver de allí puesto que eran muchos meses de ausencia y pensó que
ninguna mujer quería un novio que se iba a ausentar de su lado por tanto
tiempo. Durante los días que estuvo preparando el viaje se volvió más serio y
gruñón y se despidió de sus amigos y de su Paca el mismo día en el que salía
del pueblo. Estuvo mucho tiempo fuera, y cuando por fin regreso al pueblo
licenciado con su petate al hombro, descubrió que Paca y Bernardo… Su mejor
amigo y su bella Paca se habían casado precipitadamente porque los padres de
ella les descubrieron en el granero besándose como dos chiquillos enamorados. Y
claro eso solo se podía arreglar con unas nupcias para evitar problemas
mayores. Aunque de verdad que se querían fue precipitado. Nicasio adoraba a
Paca y se sintió traicionado por su amigo Bernardo. Y los días siguientes al
regreso se tornaron grises entre ellos. María prudente como nadie intento
arreglar las cosas revelándole a Nicasio que una vez que se quedaron los dos
solos el roce se les convirtió en cariño y se enamoraron. Bernardo galán como
lo eres ahora tu, zagal, se declaró a Paca y ella se rindió a los besos de su
jotero. Poco a poco la amistad entre Bernardo y Nicasio se enfrió. Se
reprochaban cosas siempre con el rencor que Nicasio destilaba hacia Bernardo,
hasta que la amistad se tornó en odio. Nicasio tuvo oportunidad de salir del
pueblo y se fue, poniendo tierra de por medio. Bernardo dio por perdida la
batalla de volver a recuperar su amistad
con él y se centró en la vida con su mujer. Que fue plena en amores y dichas
muchos años, hasta que un trágico día…
—Murió mi madre —dijo Marcos mientras que el anciano
asentía.
—Tu madre murió poco después de nacer tu hermano. Y
ese doloroso día Nicasio dio el pésame a tu padre, y él dolorido se volvió de
espaldas rechazando su apretón de manos —el anciano cabeceaba afligido—. Solo
una vez al año se reúnen las tres personas que adoraron a la mujer más buena de
toda la comarca del Ebro. Y no creáis que no le costó a la buena María llorar
pocas lágrimas de sangre y pocos esfuerzos hasta que lo consiguió, pues los dos
son tozudos. Pero solo por este día y en memoria de su ser más querido pactan
esa tregua efímera. Luego tienen que pasar otros trescientos sesenta y cuatro
días para que María y Paca vuelvan a reunirlos.
Los chicos se quedaron boquiabiertos.
Marcos miró a Elena que tenía las mejillas surcadas
por dos gotas brillantes que reflejaban los primeros rayos de sol.
Fue entonces cuando Elena dijo.
—Marcos, vamos con ellos.
Los dos jóvenes se cogieron de la mano y corrieron en
dirección al cementerio que se encontraba a una buena carrera de distancia.
Mientras corrieron Marcos arrancó unas cuantas flores
de las ventanas de las vecinas y Elena con un lazo que llevaba en el moño las
ató formando un bonito ramo.
Cuando cruzaron la puerta de forja del cementerio. Vieron
a los tres de frente a la cruz que marcaba el descanso eterno de Paca y sin
hacer ruido Elena cogió la mano de su tío Nicasio, y Marcos cogió de la cintura
a María y reposo la otra mano en el hombro de su padre.
Nadie dijo ni una sola palabra.
Solo Marcos rompió el silencio incomodo que se creó
para decir:
—Todos le echamos de menos madre. A partir de ahora
todos los años nos uniremos a vosotros y no hay más que hablar.
Y cada uno lanzó sus flores a la lápida salpicando de
colores la fría losa de mármol.
Cuando volvíamos para casa los chicos se adelantaron a
nosotros tres que nos quedamos rezagados por nuestra propia voluntad. Teníamos
que hablar y liberar toda la tensión que acumulábamos a nuestras espaldas y
nuestros corazones.
—Lo siento Nicasio —dijo secamente Bernardo—. Nunca me
podría haber imaginado que querías tanto a Paca. De haberlo sabido no…
—Calla —dijo cortante Nicasio—. Paca fue muy feliz
contigo. Mucho más feliz de lo que la hubiera hecho yo. Y seguramente su
corazón ya dependía del tuyo mucho antes de que me fuera del pueblo. Ni tú ni
yo mostramos lo que sentíamos hacia ella abiertamente y nunca hablamos de eso
entre nosotros.
—Mientras estábamos todos juntos nunca pensé en ella
como la mujer de mi vida, pero cuando te fuiste… Compartí con ella ratos que
antes compartía contigo, confidencias, penas y salto la chispa. Me enamore
perdidamente y no pude evitarlo.
—Ya nada podemos hacer para cambiar los
acontecimientos pasados —dije yo entre susurros—. Pero sí que podemos cambiar
los tiempos venideros. Los jóvenes que van por delante de nosotros se quieren,
puede que tanto o más de lo que los dos quisisteis a Paca. Y creo que se
merecen una oportunidad. ¿No lo creéis así?
Los dos se miraron a los ojos y se dieron un apretón
de manos, que se trasformó en un abrazo tan intenso que hizo que se me saltaran
las lágrimas. Y aun lloramos más cuando me agarraron cada uno de una mano y nos
fundimos en un abrazo los tres… Aunque seguro que Paca nos abrazaba a todos en
esos dulces instantes.
—Nicasio, alguien tendrá que hablar con tu hermana. Y
creo que la conversación será larga, porque el tema le va a parecer de novela
—dijo Bernardo mientras se enjugaba las lágrimas.
—María, creo que necesitare tu ayuda para eso —dijo
Nicasio, que esbozaba una sonrisa extraña. Seria por la falta de costumbre de
reír.
Nos cogimos de la mano los tres y caminamos hasta casa
en silencio.
Los años siguientes fueron muy distintos a los de los
últimos tiempos. Era frecuente ver a esos dos amigos sentados en la puerta de
casa liándose algún cigarro, hablando del día, del campo, bebiendo de la misma
bota. Parecía que esos dos hombres habían rejuvenecido hasta el día en que
Nicasio se fue del pueblo, pero la realidad era que cada vez eran más mayores.
No sé si la gente del pueblo habló de su
reconciliación, tanto nos importaba. Las cosas se tornaron felices y yo me
encontraba tan bien...
Tengo una familia maravillosa con cuatro sobrinos a
los que siento como míos, aunque la sangre diga lo contrario.
Y esos dos viejos… los sigo teniendo puerta con puerta
pleiteando. Pero esta vez por algo muy distinto... por el parecido de Paca, la
hija de Marcos y Elena. Uno dice que se parece a él y el otro que si a la
madre…
El caso es que hoy comienza un nuevo día. Acaba de
salir el sol, por la fuente cae agua fresca y limpia, el río no se ha salido de
su cauce. Aunque este invierno casi hace salir de sus casas a nuestros vecinos
de los pueblos de al lado. El perrico está en la puerta esperándome y hoy es un
día grande. Es el bautizo de Paca. Y nos tendremos que andar con ojo porque
Luis, que ya no es el crío que era, ya le echa miradicas furtivas a Sofía, que
se ha convertido en toda una princesita.
Pero eso… ya es otra historia.
Eduardo Comín Diarte (Luceni)
10 de Junio de 2013 en Salou
…miles de mariposas revoloteaban por mi estómago, y debían
de haber subido hasta mi cerebro, porque allí estaba, mirándola sin seguir la
conversación.
Oía el despertador a lo lejos. Pero quería seguir entre sus
brazos, besándonos y rozándonos sinfín.
Sabor a café
Merche Comín Diarte
Sabor a café
Cuando la vi del brazo de su padre, caminando lentamente hacia al altar, con esa
música de fondo y observada por tanta gente que vestía sus mejores galas, me di
cuenta, que por fin, lo nuestro se acababa.
No pude evitar ir a verla, aunque algo dentro de mí,
quizá el angelillo que dicen que llevamos en nuestro hombro derecho, me decía
que no fuese. Que iba a dolerme tanto verla allí… que no podría sacarme esa
imagen de mis retinas.
Preferí escuchar a mi corazón, a mi esperanza, y poder
verle la cara. Descifrar la situación y ver si sus ojos desprendían felicidad,
y sin más, me marcharía a refugiarme en el rincón más oscuro de nuestra
habitación.
O por el contrario, seguía deseándome…
Vivo en el centro de Zaragoza, en una zona donde igual
te encuentras a plena luz del día un sinfín de tiendas de “mírame y no me
toques”, que a plena noche de un martes cualquiera, a unos cuantos celebrando
que no tienen nada más que una miserable adicción.
Muy cerca de allí está mi cafetería, en la que paso la
mayor parte del tiempo. En la que cada mañana a eso de las once, pasaba ella a
tomarse el café de mediodía.
Café con leche, descafeinado de máquina, con la leche
fría y dos azucarillos. Palabras que, con los días, fueron tomando más
importancia para mí.
La verdad es que yo nunca pensé en fijarme en una
chica como ella. Tenía una melena morena y estaba algo rellenita. Muy guapa de
cara, y muy expresiva. Vestía siempre de negro y blanco, supongo que sería el
uniforme de la tienda donde trabajase.
No teníamos conversación más allá de la de pedir el
café, servirlo, cobrarle y desearnos buenos días con una agradable sonrisa.
Una mañana vino con la mirada triste. Yo diría que
había estado llorando toda la noche. Pidió su café, echó el azúcar y removió
millones de veces, cómo si el azúcar de
esa mañana no quisiese deshacerse. Tenía
la mirada perdida en la nada.
—¿Qué te ocurre hoy? ¿No lees el horóscopo del periódico?
¿Cómo? ¿A mí que me importa que esa chica no lea hoy
el periódico? Y es más, ¿por qué sé que lee el horóscopo cada mañana?
—No —me contestó bastante seria.
—Lo siento. No quería meterme donde no me llaman.
—Oh, no. Perdona. Tengo un mal día. No quería ser
grosera. Quizás lo lea más tarde, gracias.
Dios mío, ¡qué guapa! Me quedé mirando sus ojos verdes
que estaban a punto de rebosar unas lágrimas. Se ruborizó, no sé si por mi
indiscreción o por lo tajante que había sido en su respuesta. Cogió la taza, bebió
el café de un trago, dejo el dinero sobre la barra, y se marchó.
Al día siguiente, cuando pasaban ya de las once y
media, me di cuenta que todavía no había venido. Pensé que igual le había sentado
mal mi inoportuno comentario y habría ido a cualquier otro bar de la zona.
Mientras pensaba esto, me pidieron un par de cafés y me dispuse a prepararlos.
Cuando estaba de espaldas, poniendo las cucharillas en los platos, oí su voz, y
me giré para comprobar si era ella. Esbocé una sonrisa y he de reconocerlo, me
alegré de verla allí.
—¡Hola! ¿Lo de siempre? —¿cómo? ¿Lo de siempre? ¿Desde
cuando sabía yo qué era lo de siempre?
—Sí, gracias.
Me empezaron a temblar las manos, cosa rara en mí, he
hice el café como siempre.
No podía evitarlo… Quería saber más, me apetecía
acercarme a ella y hablar un rato. De lo que fuese, del tiempo, de trabajo, de
cafés, de su maravillosa sonrisa… de lo que fuese.
—Aquí tienes, tu café.
Con una sonrisa, cogió el plato y lo acercó más hacia
ella.
—¡Ah! Y hoy invita la casa –para eso era mía la
cafetería, para invitar a aquella persona que despertase en mí esas ganas de
verla cada día.
—Gracias, pero no es necesario.
Desde detrás de la barra, cogí aire, extendí mi mano y
dije:
—Soy María, encantada –sí, María, así me llamo.
—Yo Elena. Igualmente.
—¿Trabajas por aquí?
—Sí claro, de ahí el uniforme.
—Qué tonta, por supuesto –miles de mariposas
revoloteaban por mi estómago, y debían de haber subido hasta mi cerebro, porque
allí estaba, mirándola sin seguir la conversación.
Removió el azúcar, dio dos tragos, leyó el periódico,
y…
—Bueno, gracias por la invitación. Y hasta mañana.
Seguía allí parada, sólo me salió un tímido adiós.
Cuando desperté al día siguiente, me tiré de la cama,
me duche, y en lugar de hacerme la coleta me pasé las planchas, me puse un poco
de maquillaje, y me eché mi mejor perfume. Sólo tenía ganas de que amaneciese,
y llegase la hora de verla.
Esa mañana, como siempre, en su tiempo de descanso
paso a verme. Bueno, quiero decir, paso a desayunar. Y ya, esta vez sí, pude
establecer una conversación un poco más normal. Aunque mis mariposas seguían
campando a sus anchas.
—Deberías invitarla a salir o al cine de una vez, ¿No
crees?
—¡Cállate Fran! —Fran es mi empleado, mi amigo. El
único que de momento se ha dado cuenta que vengo a trabajar de diferente
manera.
—Sólo te digo que no sabes nada de ella. Apostaría que
no sabes ni donde trabaja.
Es cierto, no lo sé. Me quité el mandil, cogí mi
chaqueta y salí a buen ritmo de la cafetería. Giré a la izquierda, que es por
donde ella siempre iba, y empecé a mirar escaparates, aunque no me fijaba en
ellos, sino a ver si detrás de todas esas cosas expuestas encontraba a Elena.
Allí estaba, atendiendo a una señora de mediana edad,
que iba acompañada de una joven. No lo pensé mucho, entre en la tienda y esperé
mi turno.
Mientras esperaba miré a ambos lados, y empecé a
pensar que es lo que iba a comprar, o que es lo que le iba a decir.
Había muchas cosas, muchos objetos de regalo. Plumas,
marcos de foto, figuritas, postales…
—Hola María, ¿Qué te trae por aquí?
Balbuceando, cogí el primer objeto que me alcanzó la
mano y le dije:
—Venía a comprar uno de estos –mientras miraba que es
lo que había elegido y vi que era una espantosa figura.
—¿Sólo una?
—Sí, es para regalar.
—Normalmente estos regalos son detalles para eventos:
bautizos, bodas, comuniones, y no se suelen vender sueltos, van en cajas de
varias unidades.
—Si, eso…. Quiero… Quiero varias unidades. Una caja
para ser más exacta —me titubeaba la voz, no sabía ni para qué era, ni que iba
a hacer con ellas… pero las quería.
—Eh, esto… María —me rozó tímidamente la mano—
¿Quieres pasarte esta tarde a la hora del cierre? Te invito a tomar algo, y te
puedo ayudar a buscar otro regalo.
No sé si sabía que estaba pasando. O sí. Sí que lo
sabía. Bueno, no estoy segura.
Mi estómago decidió empezar a dar vueltas. Estaba
paralizada mirándole la mano, a la altura de su pierna y pensando si había sido
una casualidad. Levante la cabeza, y mirándola casi de reojo contesté.
—Sí, me ayudas. Me paso esta tarde, perfecto.
Caminé hacia atrás hasta que topé con una estantería
llena de cosas. Afortunadamente, no tiré nada. Abrí la puerta, salí y volví a
buscar sus ojos verdes. Aunque enseguida volvió al catálogo y a atender a la
señora.
De camino a la cafetería, me faltó volar. Habíamos
quedado, y había sido ella la que me lo había pedido a mí. —Ya verás cuando se
lo cuente a Fran —pensé.
Antes de las ocho de la tarde ya estaba allí, con mi
pelo recién lavado, unos vaqueros ajustados, y unas botas con algo de tacón. Me
puse una blusa que realzase más mi cuerpo y un abrigo con cinturón, para que
marcase bien mi cintura. Y la esperé en la puerta. Miré a través del escaparate
y la vi allí, a sus cosas sin que ella supiese que la estaba observando. Se me
hicieron eternos los minutos.
Un minuto antes de la hora, ella levanto la mirada, y
me miró. Me echo una sonrisa y se metió en la trastienda. Al momento se
apagaron las luces. Mientras salía rebuscando en el bolso las llaves para
cerrar la puerta, me dijo:
—Hola, ¡qué puntual!
—Hola. Si, tenía muchas ganas de verte.
No aguataba más. Tenía que decirle que no había dejado
de pensar en el roce de su mano, en su invitación, en ella…
—¿Te parece bien que vayamos al paseo? Allí hay muchos
bares, y estamos un poco más alejadas de aquí.
¿Cómo no me iba a parecer bien? Me parecía estupendo.
Estuvimos hablando de un montón de cosas, pero todas
de carácter muy general. De películas, de libros, del mal tiempo que estaba
haciendo. Pero he de reconocer que ninguna nos acordamos de hablar del regalo
que yo tenía que comprar.
Se hacía tarde, nos levantamos de la mesa y salimos
del bar. Lejos de despedirnos, comenzamos a caminar y continuamos hablando y
riéndonos. No quería que pasase el tiempo. De pronto le dije que tenía el coche
ahí cerca, y era muy tarde. Ella se quedó parada, se le borró la sonrisa de la
cara y me dijo que no, que cogía el autobús. Cuando insistí más, me dijo que tenía
que contarme una cosa. Y solamente con el cambio de su expresión, noté que algo
no iba bien.
Eran las seis y media de la mañana, no tenía ganas de
levantarme de la cama, pero tenía que ir a trabajar. Me levanté, recogí mi pelo
en una coleta, me lavé la cara y salí de casa.
Abrí la cafetería, encendí todas las luces, y comencé
a rellenar las cámaras. Se abrió la puerta y antes de que pudiera ver mi cara,
con un tono triunfador, comenzó la ronda de preguntas.
—Fran, no estoy de humor. Termina de bajar las sillas
y trae más paquetes de café, el molinillo está casi vacío –pensé que con eso
sería suficiente para evitar que mi amigo mantuviese su boca cerrada.
—Venga María, que nos conocemos, ¿Qué tal anoche?
—Mal, muy mal. Te lo resumiré para que lo entiendas y
dejemos la conversación. Está a punto de casarse con él. Su novio de toda la
vida. El hijo de los mejores amigos de los padres. Así que no hay nada que
hacer.
Fran, que si hubiera podido hubiera metido la cabeza
en el molinillo, no volvió a preguntarme nada.
Eran las once de la mañana, estaba a punto de llegar.
Me puse el abrigo, y deje a mi amigo al frente de todo. Quería dar una vuelta y
que el maravilloso cierzo me despejase las ideas.
A las doce volví a mi puesto de trabajo, y a los pocos
minutos entre café y caña, me dijo en voz muy baja que no había venido. Seguí
así toda la semana.
Pasaron casi dos meses, cuando de pronto una mañana,
volví a oír su voz entre todas las conversaciones del bar.
Me giré, nos miramos y me dijo:
—Un café con leche, descafeinado de máquina, con la
leche fría y dos azucarillos, por favor.
Mi mundo se vino abajo, y le pedí a mi amigo que le
sirviese el café.
Observé que tenía los mismos ojos que el primer día
que me fije en ella, tan llenos de lágrimas, como de tristeza. Me metí a la
cocina, y comencé a llorar.
—Sólo la conozco de unas horas Fran, pero fueron las
mejores horas de mi vida.
Mi amigo me abrazó, me seco las lágrimas, y me dio una
nota. Salió mientras yo leía la nota.
“Me gustaría volver a verte.”
Salí de la cocina, y la vi marcharse. Cuando iba a
salir de la barra, Fran me cogió del brazo y me dijo que le había dejado su
teléfono. Y que sólo si salía a buscarla en ese mismo momento, me lo diese.
Me apresuré a mandarle un mensaje. No tenía nada que
perder. Quedamos esa misma tarde, a las ocho, cuando ella salía de trabajar.
Nos volvimos a mirar entre las figuritas y los carteles de ofertas del
escaparate, y nuestras miradas lo decían todo.
Cerró la puerta, me dio dos besos, y comenzamos a caminar
hasta el mismo bar de aquella noche.
—No he podido olvidar aquella noche, María. He dejado
pasar el tiempo, pero no he logrado olvidarte.
Madre mía… en ese momento, no sabía qué hacer, ni que
pensar. ¿Qué quería decir eso? Para mí eran buenas noticias, pero ella no lo
decía con buena cara.
—He dejado a Jorge. No podía seguir con él teniendo
estas dudas, y menos a seis meses de la boda.
—¿Por mí?
—¡Qué pregunta, María! Claro que por ti. Nos hemos
dado un tiempo.
¿Qué decirle cuando me está diciendo la mujer más
guapa del planeta que ha dejado a su novio plantado a seis meses de la boda por
mí?
—Me gustas —¿Qué? ¿Quién ha hablado por mí, ahora? Yo
sólo lo estaba pensando.
—Vámonos de aquí.
Salí del bar, sin saber a dónde íbamos. ¿Dónde me
llevaba? Sin mediar palabra, y a paso muy ligero, la seguía. Anduvimos un par
de calles, y llegamos a un portal. Entramos y subimos a la segunda planta,
abrió una de las puertas del rellano, entramos a casa, y dio dos vueltas de
llave. Seguía sin decirme nada. Me miró un buen rato, yo abrí los ojos con cara
de no saber que estaba pasando, y en ese momento, me agarro la cara y me besó.
Me quede inmóvil, y sin saber reaccionar, cuando se apartó, se llevó las manos
a la boca y más allá de arrepentirse, repitió.
Mientras me quitaba el abrigo sin separarme de sus
labios, íbamos yendo hacia el salón. Allí dejé mi bolso y las llaves del coche
que llevaba en la mano. Cuando me giré ya no estaba, pero vi al fondo del
pasillo la luz tenue de una mesita de noche. Fui hacia ella, y efectivamente,
llegué hasta su habitación, donde pasé la mejor noche de mi vida.
A la mañana siguiente me despertó un olor a tostadas
recién hechas y el ruido del exprimidor. Abracé la almohada y olisqueé su
perfume. Suspiré mientras saboreaba la felicidad.
Me levanté, y allí estaba, con una bata de hace mil
años, toda despeinada y haciéndome el desayuno. La abracé.
Nos sentamos en la mesa y seguimos riéndonos mientras
cogíamos fuerzas. Estaba todo buenísimo. Era perfecto.
Nos arreglamos, nos besamos, nos pusimos los abrigos y
salimos de su piso. Fuimos andando hasta la puerta de su trabajo, donde me dio
un beso en la mejilla y me dijo que luego se pasaba. ¿Se pasaba? ¿Por dónde? ¡Mierda!
Por la cafetería, ¡Fran!
Eché a correr, mientras sacaba el móvil de mi bolso.
Un montón de llamadas pérdidas y mensajes. Cuando llegue allí, estaba el bar
“manga por hombro” mientras seguía preparando tapas y demás él solo.
—Lo siento, lo siento, lo siento…
—¡Calla y ayúdame! Pero luego me cuentas –y se echó a
reír.
Recogí todo lo deprisa que pude, y serví a los
clientes que llevaban un rato esperando. Pobre Fran.
Cuando nos juntábamos en la barra, me intentaba sacar
información rápida. Pero no solté prenda hasta que no tuvimos un rato para
contarle lo maravillosa que había sido la noche.
Ya era casi la hora, estaba a punto de venir, y estaba
hasta nerviosa de volver a verla. Su pelo, su forma de remover el café… no
podía pensar en otra cosa.
Abrió la puerta del bar, y desde la otra punta, le
pregunte.
—¿Lo de siempre? —sí, esta vez sí. Ahora sí que sabía
que era lo de siempre.
—Sí, gracias.
Le lleve el desayuno, pero también el periódico abierto
por la página del horóscopo.
Dejó el dinero en la barra, y se marchó.
Nos enviamos decenas de mensajes a lo largo del día. Y
volvimos a quedar esa tarde. Esta vez, vino ella a buscarme, y nos quedamos
allí. Le dije a mi amigo que podía irse antes, que ya cerraba yo. Y aceptó
encantado.
Recogí, cerré el bar, pero nosotras nos quedamos
dentro. Apagamos las luces, y volvimos a besarnos en la oscuridad.
Así fueron pasando los días. De escondite en
escondite. Mi casa, era ya casi su casa. Tenía cosas suyas por todos sitios. De
hecho, un mes más tarde, ya la llamábamos nuestra habitación. Todo me recordaba
a Elena.
Era jueves, y estrenaban en el cine una película que
tenía muchas ganas de ver. Le propuse ir juntas pero no contestó al mensaje.
Pasé por la tienda y vi que no había nadie. Entré a
verla un rato. Cuando sonaron las campanitas de la puerta, anunciando que
entraba alguien, se oyó su voz diciendo:
—Voyyyyy
Cuando se retiró la cortina de la trastienda y salió,
le vi los ojos y la cara hinchados de haber llorado un buen rato.
—¿Qué te pasa cari?
—Tenemos que hablar, María.
—Claro, dime. ¿Qué te pasa?
—No, aquí no. Mejor cuando salga de trabajar paso por
el bar.
No sé qué podría pasarle, era todo maravilloso, nos
entendíamos, nos queríamos…
Luego lo entendí.
Cuando cerré el bar, mientras me ayudaba a recoger
todo, me contó lo que ocurría. Había vuelto a verle.
Se me escapó de las manos la escoba, noté como mi
corazón se paralizaba, mis ojos se convertían en un mar de lágrimas y
necesitaba estar sola. Me apoyé en una de las mesas, y le pedí que se marchase.
Para ella esto sólo había sido un juego, pero para mí había sido diferente.
Estaba paralizada viendo cómo se ponía la chaqueta y se
colgaba el bolso. Sacó su melena que se había quedado dentro del abrigo y abrió
la puerta de cristal. Se giró y secándose las lágrimas me dijo:
—María, te quiero. Pero no debo tirar tantos años y
las ilusiones de nuestras familias, por algo que nunca van a aceptar de mí.
Cerró la puerta y se marchó.
Jorge era una persona que no tenía problemas de
dinero, un hijo de papá. Tenía unas cuantas empresas y viajaba mucho. Además
era un chico atractivo, casi rubio, ojos claros, un cuerpo perfecto y un coche
para cada ocasión. Lo tenía todo, menos a ella.
Mientras nosotras nos amábamos, mientras yo pensaba
que lo nuestro había cogido el rumbo de una relación, él estaba de viaje de
negocios de un país para otro, sin llegar a creerse que Elena le había dejado.
Al día siguiente, casi a la hora del cierre, cuando
reaccioné a lo que había pasado, decidí pasarme a verla. Necesitaba algún tipo
de explicación.
Cuando entré en la tienda y las campanillas de la
puerta sonaron, levantó la cabeza y se
quedó mirándome. Se incorporó de la silla y vino hacia mí. Me abrazó.
—María, necesitaba verte. Pero no sabía que decirte cuando
descolgases el teléfono.
Yo estaba muda, sin saber que decirle. Agarré su
cintura y la apreté correspondiendo a su abrazo. Se apresuró en cerrar la
puerta de la tienda. Me cogió de la mano, y nos metimos en la trastienda. Me
volvió a besar. En su mirada notaba el deseo, pero también sus dudas.
—Necesito que me digas lo que pasa. No sabía nada de
ti desde anoche —le dije cogiéndole la cara—. ¿Has vuelto con él?
Los segundos se hicieron eternos, y después de una
pausa, sus brazos se desprendieron de mis hombros, me dio la espalda y me
contestó.
—No es fácil explicarlo, María. Te deseo. Me gusta
estar contigo. Esta mañana cuando ha sonado el despertador, he visto que no estabas.
Pero le he visto a él.
Dios mío, han dormido juntos.
—¿Has vuelto con él? —repetí.
—No es que haya vuelto con él. Es que nunca le dije
que lo nuestro se acababa.
—Me mentiste —mi corazón se arrugó. Dejó de latir.
—Él se iba unas semanas de viaje y quería estar segura
antes de decírselo.
—¡Pero no se lo vas a decir! Hoy habéis dormido
juntos. Me mentiste.
Salí de la trastienda, abrí la puerta y antes de
marcharme me agarró por el brazo y me forzó a volverme.
—Dame tiempo María. No sé cómo enfrentarme ni a él, ni
a mi familia. Esto es nuevo para mí.
—Déjalo Elena —le dije con la voz entrecortada—. No
hay tiempo. Te casas en tres meses y te has enamorado de una mujer. Jamás
tendrás tiempo suficiente para aceptarlo y decírselo.
—Quiero seguir viéndote.
—Elena, de verdad. Déjalo. No voy a seguir con esta
farsa. Sólo he sido un juego para ti, una novedad. Tú tienes tu vida, y yo la
mía.
Se oyó el claxon de un coche, me giré y vi a Jorge que
había venido a recogerla. De un golpe seco quité mi brazo de su mano, y comencé
a andar sin mirar atrás. Cada paso que daba me alejaba más de Elena.
Antes de llegar al bar, oí como alguien venía
corriendo hacia mí. No me importó quién era. Hasta que escuché mi nombre, en
una voz que no había escuchado nunca. Era Jorge.
—¡María! ¡María!
No tuve tiempo de reaccionar. Era él.
—¡Hola María! Soy Jorge, el novio de Elena, la chica
de la tienda —estúpido, ¿te crees que no sé quién es Elena?—. No quería
molestarte, sólo quería conocerte. Elena no hace más que hablarme de ti. Y
sentía curiosidad por saber quién eras.
¿De qué va esto?
—Pues ya me conoces. Encantada.
Comencé a andar, cuando volví a escuchar a mis
espaldas a Jorge.
—Gracias por quedarte estos días con ella.
De lejos vi cómo se acercaba Elena hacia nosotros.
—¡Vamos Jorge! —dijo ella mientras llegaba.
Yo, con las manos en los bolsillos y parada frente a
él observando la situación, sin saber que pasaba y cómo reaccionar.
—Bueno, lo dicho María, encantado de conocerte. Y
gracias otra vez por estar estos días con ella. Eres una buena amiga.
¿Amiga?
Ella se agarró de su brazo y fueron hacia el coche. Me
quedé mirando cómo se alejaban.
A la mañana siguiente, casi a las once, volví a
acordarme de ella. No paraba de mirar el trozo de barra dónde se sentaba cada
día a desayunar. La amaba.
—¡María! —me gritó Fran casi en el oído. Lo miré
mientras empecé a notar que la mano me quemaba.
—¿En qué estás pensando? Hace rato que la leche que
hay en la jarra se ha calentado —había rebosado y me había puesto perdida.
—¿En qué voy a pensar, Fran? Es casi la hora.
—No puedes estar así. Vete a casa, descansa y vuelve
esta tarde. Te vendrá bien dormir un poco.
No le pude decir que no. No quería estar allí y verla
entrar. Pero tampoco quería perderme el único rato al día que la veía.
Al llegar a casa, me puse el pijama y me metí en
nuestra habitación. Desde allí comencé a mirar su lado de la cama, a oler su
perfume en la bufanda que se había dejado. Me derrumbé.
Me costó más dormirme que el rato que estuve durmiendo.
Me levanté, me duche y me recogí el pelo en una coleta. Me puse el abrigo y
baje a la calle.
Eran las siete de la tarde, y solíamos cerrar sobre
las diez. Así que sólo volvía para ayudar a mi amigo a cerrar y recoger todo.
Cuando llegué sólo había una pareja en una mesa. Estaba todo tranquilo y
limpio. Mi amigo esperaba que se hiciera la hora para cerrar e irse a casa.
—Tienes mejor cara. ¿Has descansado?
—Sí, algo. Tú, por el contrario tienes un cara… —dije
sonriendo.
—Venga María, que no es para tanto. Sólo la conoces de
un tiempo y tú eres muy fuerte. Seguro que encuentras a otra —me dijo Fran
mientras me ofrecía un chupito.
Detrás de ese trago llegaron dos más. Y más tarde,
cuando cerramos la cafetería, siguieron otros cuantos. A ratos reíamos, a ratos
lloraba y mi amigo me consolaba. Se nos hizo muy tarde.
Fran, que no vivía en el centro, y tenía que coger el
coche para ir a casa, iba igual de perjudicado que yo. Y le ofrecí quedarse en
casa. Él, soltero de nacimiento aceptó encantado.
—¡Tendrás que dormir en el sofá! No hay más que una
cama y es la mía —le dije mientras intentaba atinar en la cerradura.
Mientras él estaba en el baño, preparé dos jarras bien
llenas de hielo, y saqué una botella de ron. Encendí la televisión y dejé el
canal de la teletienda, tampoco había mucha opción a esas horas.
Bebimos un par de tazas cada uno, cuando empecé a
verlo más atractivo de la cuenta. Era hora de irnos a dormir. Saqué una manta
del armario para que no pasase frío. Cuando volví ya estaba dormido. Menos mal.
Me fui a mi habitación, y sin quitarme ni la ropa me
eche encima de las sábanas donde Elena y yo habíamos pasado esas placenteras
noches. ¡Cuánto la quería! Y como la echaba de menos.
Oía el despertador a lo lejos. Pero quería seguir
entre sus brazos, besándonos y rozándonos sinfín. De repente la voz de Fran
dándome los buenos días me hizo darme cuenta que sólo estaba soñando.
Pasaron los días, las semanas. Y yo seguía pensando en
ella. Cada mañana, cuando se acercaban las once y pasaban las once y media, y
seguía sin venir, la notaba un poco más lejos. ¿La estaba olvidando?
En ese mismo instante, cuando el reloj llegaba casi a
las doce. Noté un escalofrío. Cerré mis ojos y pedí al cielo, que cuando me
diese la vuelta no fuera ella. Ya casi no me dolía cuando alguien me pedía dos
azucarillos o la leche fría.
—Hola… —titubeé mientras la miraba.
—¡Hola! ¿Me pones lo de siempre?
Estaba a unos días de su boda. Tres exactamente. Y
había venido a verme. ¿Por qué?
—Te preguntarás por qué vengo después de tanto tiempo
—levanté mis cejas y se entendió perfectamente que la respuesta era
afirmativa—. Me apetecía un café y volver a verte.
—Muy bien. ¿Descafeinado, verdad?
—Sí, como siempre.
Preparé el café mientras me enfadaba, eché la leche
fría mientras se me pasaba el enfado, y se lo puse en la barra mientras se despertaba en mí lo poco que
había dejado de sentir.
—Gracias —me dijo mientras dejaba dos euros en la
barra.
—No hace falta. Invita la casa —llevé hacia su mano la
moneda y rocé tímidamente sus dedos.
—María, ¿volveré a verte?
No contesté. Me di la vuelta y me metí a la cocina, no
quería que me viese llorar. Cuando salí, ya no estaba. Miré a Fran y moviendo
la cabeza de un lado para otro me dijo que no. Se había ido y esta vez no había
dejado ninguna nota.
Era hoy. Eran las malditas once y media de la mañana.
¿Por qué me había vestido e iba camino de esa iglesia?
Cuando la vi del brazo de su padre, caminando
lentamente hacia al altar, con esa música de fondo y observada por tanta gente
que vestía sus mejores galas, me di cuenta, que por fin, lo nuestro se acababa.
Cuando pasó por mi lado, su mirada se cruzó con la mía.
Fueron eternas las cosas que nos dijimos. Me levanté, salí de la iglesia y eché
a correr hacia el bar de enfrente.
Pedí un ron con hielo. Y me senté en la esquina de la
barra del bar mirando los hielos. Cogí el vaso, le di un par de vueltas y bebí
un poco. A mi lado se sentó alguien. No me importó lo más mínimo. Dejé el vaso
y seguí mirando cómo se mezclaba el ron. Cuando de repente la persona que tenía
a mi lado levantó la mano al camarero y pidió:
—Un café con leche, descafeinado de máquina, con la leche
fría y dos azucarillos.
Levanté mi cabeza, la miré y allí, delante de la
clientela del bar, nos dimos el beso más dulce de la historia.
Merche Comín Diarte
Luceni, a 14 de febrero de 2014
Su
tiempo era lo único que realmente le pertenecía y quería vivirlo a su manera.
Desde que era pequeña lo había sentido así: “mi tiempo es mío, es lo único que
tengo”.
Cada
día amanece, y después de la noche mas oscura llega el día mas claro.
Una parada en el camino
Mª Victoria Andreu Fauquet
Una parada en el camino
Empezaba a refrescar en el parque.
Aquella tarde, a pesar de que había tenido un mal día
decidió salir a correr un rato, los excesos cometidos durante las pasadas
fiestas habían dejado su huella, y quería recuperar su peso antes de que llegase
el mes siguiente. Se aproximaba la gran fiesta que tanto había esperado y no
quería que nada fallase, todo tenía que ser perfecto, habían sido muchos años
de duro trabajo y muchas horas robadas al sueño, para conseguir llegar a formar
parte del equipo de dirección del periódico El Matinal, donde empezó a trabajar
hacía ya cinco años, cuando terminó la carrera y decidió dejar su ciudad para
probar suerte fuera de su entorno. Quería empezar de cero y demostrarse que era
capaz de arreglárselas sola.
Pilar fue contratada como estudiante en prácticas al
terminar sus estudios de Periodismo, y a pesar de que las cosas andaban mal por
la condenada crisis, ella había conseguido hacerse un hueco y convertirse en
imprescindible.
Siempre se había exigido mucho, así que desde el
principio decidió que nada, ni nadie, le apartarían de la meta que se había
marcado.
Quería vivir su vida de forma independiente, su tiempo
era lo único que realmente le pertenecía y quería vivirlo a su manera. Desde
que era pequeña lo había sentido así, “mi tiempo es mío, es lo único que tengo”
(cuantas veces se lo había dicho a su madre cuando esta le decía: “no pierdas
el tiempo hija mía”).
Comenzó a correr despacio, tenía los tobillos
entumecidos y no quería forzar mucho, iría a medio gas hasta que hubiese
calentado lo suficiente, se ajusto el gorro y los auriculares; empezó a sonar
la música y de forma automática ella empezó a avanzar por los senderos mientras
de forma distraída organizaba en su cabeza la jornada del día siguiente.
No vio el socavón hasta que sintió un dolor que le
pareció infinito y cayó de bruces al suelo, entonces se dio cuenta de que había
un agujero que había quedado casi tapado por las hojas que se acumulaban en los
bordes del camino. ¿Cómo pudo no verlo? Ella siempre se fijaba en todo y estaba
atenta hasta de los más pequeños detalles. No podía ponerse en pié, el dolor y
la inflamación iban en aumento, de repente se sintió vulnerable.
En dirección contraria venía una chica que también
practicaba footing y al verla en el suelo se acercó a socorrerla.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó.
—Pues…, parece que no me he dado cuenta de que había
un socavón en el sendero y he metido el pié.
—¿Te duele? —preguntó la desconocida.
—Muchísimo —respondió Pilar—. Tengo un intenso dolor y
además no puedo ponerme en pié y se me está inflamando el tobillo.
La desconocida echó un vistazo al tobillo y mientras
le quitaba la zapatilla deportiva le dijo:
—Esto no pinta bien. ¿Cómo te llamas?, yo soy Eva. Vivo
cerca de aquí y tengo el coche aparcado a la salida del parque, no te muevas
que voy a acercarlo y te llevo al Hospital.
De un salto se puso en pié y echo a correr tan rápido
que antes de que se diese cuenta Pilar, Eva había desparecido de su vista.
Habían pasado unos pocos minutos cuando vio acercarse hacia ella un pequeño
vehículo, era un Smart que pasaba sin problemas por aquel sendero por el que
Pilar jamás había visto pasar ningún coche. Entonces el vehículo se paró a su
lado, Eva bajó y ayudó a Pilar a entrar en él. Era muy pequeño, pero muy cómodo,
pensó Pilar. No sabía que decir, el dolor del tobillo era tan intenso y todo
había pasado tan deprisa que se había quedado bloqueada. Entonces reaccionó y
al final articulo palabra:
—Muchas gracias Eva, ¡me has salvado la vida!
—Ja, ja, ja, ja… que exagerada eres. No será para
tanto, pero todavía no se como te llamas.
—Perdona, soy Pilar, Pilar Mendiola. Bajo con
frecuencia al parque a practicar footing desde hace cinco años por el mismo
sendero, y no entiendo como me ha podido pasar esto.
—¿Y a qué te dedicas Pilar Mendiola? Aparte de a
romperte el tobillo en tus ratos libres, perdona, es broma.
—No te preocupes, no sé como he podido ser tan
descuidada… Pues… soy periodista, trabajo en el Matinal. ¿Y tu?, ¿a que te
dedicas?, además de a salvar a patosas como yo.
—Pues has tenido suerte, yo soy camarera, pero mi
novio es médico y está de guardia hoy en el hospital, así que cuando lleguemos
nos estará esperando en la puerta, porque le he llamado mientras iba a buscar
el coche. ¿Has llamado tú a alguien?
—Pues no, tengo la mala costumbre de no coger el móvil
cuando salgo a correr. De todas maneras vivo sola y mi familia no vive aquí,
además estoy acostumbrada a valerme por mi misma y a solucionarme los problemas
solita.
—¡Pues en este caso no creo que hubieses podido dar un
solo paso si no es con ayuda!
—Tienes razón Eva, no se que hubiese hecho sin tu
ayuda.
Eva volaba con aquel pequeño coche, tocaba el claxon
continuamente para hacerse hueco entre los vehículos con los que se cruzaban y
apenas habían pasado diez minutos cuando llegaron al hospital. En la puerta
había un caballero de pelo cano y con una bata blanca fumándose un cigarro: “no
puede ser que ese anciano sea el novio de esta chica tan joven”, pensó Pilar,
que le echaba a Eva unos veinticinco años, año arriba o abajo, y aquel hombre
se diría que pasaba ampliamente la cincuentena.
—Mira Pilar, ahí está mi novio, se llama Julián. Es
ese que acaba de tirar el cigarro al suelo. No te lo creerás, pero cuando me ve
hace siempre lo mismo, se piensa que no me doy cuenta. Se comporta como un
niño, y como habrás observado podría ser mi padre.
—Pues tienes razón, parece mayor… —Pilar sentía que
Eva le había leído el pensamiento, y noto como un calor invadía sus mejillas.
—No te preocupes Pilar, todo el mundo piensa lo mismo
cuando lo conoce, pero te aseguro que la diferencia de edad no es un problema para que pueda existir
una relación fantástica. Yo soy el más claro ejemplo, y no te lo digo porque
sea mi caso, siempre lo había pensado, incluso antes de enamorarme de Julián.
—No, si yo no…, vamos que me parece muy respetable. ¡En
fin que no me gusta sacar conclusiones precipitadas!
—¡Hola amor! —dijo Eva—. Ayuda a Pilar a sentarse en
la silla de ruedas que yo voy a aparcar y ahora subo.
—Hola Eva, como se llama tu amiga —preguntó Julián,
mientras echaba un vistazo al tobillo de Pilar e intentaba moverlo y girarlo
con sumo cuidado.
—¡Ay! Soy Pilar, me he torcido el tobillo en el parque
y en ese momento pasaba Eva y me ha socorrido. ¡Ha sido mi ángel de la guarda!
—Así es Eva, un ángel de la guarda. Has tenido suerte
Pilar, con todo.
Todavía estaba Pilar acomodándose en la silla de
ruedas cuando Eva había desaparecido de su vista y la había dejado con aquél
desconocido. Pero que día llevaba…, en definitiva Eva también era una
desconocida, solo veinte minutos antes ni siquiera conocía a ninguno de los
dos, y ahora tenía la sensación de que Eva fuese su amiga de toda la vida.
Mientras Julián empujaba la silla por aquellos
pasillos llenos de gente no paraba de hablar. Pilar tenía una rara sensación,
el tobillo parecía que le iba a estallar y no podía concentrarse en todo lo que
Julián iba diciendo.
—Así que eres amiga de Eva, ¿tu también vas a correr
todos los días? Ella es incansable, tiene una energía desbordada, no puede
parar un momento. Llevamos tres años juntos y cada día conozco un nuevo amigo
suyo.
—No, que va —dijo Pilar—. Acabo de conocerla, cuando
me he caído ha venido a socorrerme y antes de que me diese cuenta ya casi
habíamos llegado al hospital.
—Así es Eva…, un amor. ¿Te duele mucho el tobillo?,
¿puedes apoyarlo?
—Si, me duele cada vez más. Cuando me he caído en el
parque no he podido ponerme en pié, ahora no puedo apoyarlo. La verdad es que
entre Eva y tú me habéis llevado en palmitas.
—Tiene toda la pinta de ser un esguince, que en medio
de todo es lo menos malo. Si hubiese sido una luxación el dolor sería mucho más
intenso y tendría otro aspecto, pero enseguida saldremos de dudas.
En aquel momento llegaron a una pequeña sala que
estaba a rebosar de todo tipo de cosas, una enfermera se les acerco y saludo a
Julián afectuosamente:
—Hola Julián, ¿que tenemos aquí?
—Parece un esguince, quiero que la lleves a rayos y
que le hagan una radiografía del tobillo derecho, para descartar una lesión mayor,
pero parece un esguince… Anda llévatela y luego me la traes a mi consulta
—sonrió amablemente a la enfermera y se dirigió en tono tranquilizador hacia la
paciente—. Pilar te dejo en manos de Nuria, es la mejor enfermera del servicio
de traumatología, enseguida nos vemos.
Pilar estaba alucinando, iba pasando de mano en mano,
de desconocido en desconocido y se dejaba hacer sin decir nada. Cuando
avanzaban por el pasillo vio que Eva se acercaba hacia ellas.
—Hola Nuria, cuanto tiempo sin verte. Te encuentro
fantástica, ¡la maternidad te prueba! Ya veo que has conocido a Pilar.
—Hola Eva, yo también me alegro de verte. Me llevo a
tu amiga a rayos. Julián está en su consulta, si quieres ir hacia allí en un
momento os devuelvo a Pilar.
—¡Nos vemos Pilar! —me dijo Eva mientras se alejaba de
ellas.
Todo transcurrió deprisa, nunca antes había estado en
un hospital, gracias a Dios gozaba de muy buena salud, solo había ido en
algunas ocasiones de visita y no le gustaba mucho el olor que destilaban los
pasillos de los hospitales.
De nuevo se encontró con Eva y Julián. Nuria le dio
las radiografías a Julián y se despidió muy afectuosamente de los tres.
—Bueno chicos, a mandar. Ya sabéis donde encontrarme,
lo dicho Eva, me alegro de verte tenemos que quedar algún día y tu Pilar, que
te mejores —dijo mientras cerraba la puerta de la consulta a sus espaldas.
Julián saco las radiografías del sobre y empezó a escudriñarlas
con gran atención.
—Bueno Pilar, esto es lo menos que podía pasarte,
estás de suerte. No tienes ninguna fractura, ni luxación, es un esguince limpio
y en poco tiempo ni te acordarás de él. Te lo voy a vendar con una férula para procurar inmovilizarlo en
lo posible y me tienes que prometer que harás reposo. También te voy a
prescribir un antiinflamatorio, cuando llegues a tu casa te quitas el vendaje y
te aplicas hielo, eso te irá muy bien para bajar la inflamación. Te ha salido
un pequeño hematoma que es absolutamente normal. La torcedura te ha tenido que
doler, ¿verdad?
—Ya lo creo…
—No te preocupes, en un mes como nueva.
—¡Un mes! —exclamó Pilar. En ese momento se acordó de
su fiesta importante del periódico, y de los zapatos de tacón que ya se había
comprado a juego con su traje. Se acordó de todo el tiempo que llevaba
preparando ese día (que tenía que ser perfecto), y de repente explotó, empezó a
llorar y a gimotear como si toda la tensión acumulada por todos los
acontecimientos que habían ocurrido aquella tarde de forma precipitada buscasen
una vía de escape. Eva y Julián se miraron sin entender a que venia aquella
explosión emocional.
—Perdonarme chicos —dijo Pilar cuando consiguió
calmarse—. Han sido muchas cosas las que me han pasado esta tarde. Estoy muy
agradecida por vuestra ayuda, la verdad es que os habéis portado genial
conmigo, no se que hubiera hecho en el parque si no llega a venir Eva a
socorrerme… El caso es que dentro de un mes tengo un acontecimiento profesional
que llevo mucho tiempo preparando y cuando Julián ha dicho que en un mes estaré
bien me he acordado de que ese día quería estar perfecta y estrenar mis zapatos
de tacón, no se si podrá ser…Nunca antes he utilizado tacones, pero ese día
quería ponerme unos especiales, es una bobada, pero para mi tiene sentido.
—Pero Pilar, si no puedes ponerte tus tacones podrás
acudir con calzado plano. Lo que te aseguro es que para entonces ya tendrás
curado el esguince y que la inflamación habrá cedido, y por supuesto el dolor
habrá desaparecido.
—Por cierto Pilar —dijo Eva como si se descolgase de
una nube—, antes me has dicho que no tenias teléfono. Toma el mío y llama a
quien quieras…
—No, gracias Eva. Aquí no tengo familia, ya llamaré
desde casa cuando llegue. Cogeré un taxi en la puerta del hospital, no quiero
causaros más molestias.
—Cómo que un taxi, yo te llevaré a donde tú me digas y
te ayudaré a instalarte en tu casa. Faltaría más…
—Pero me sabe mal que…
—Calla, calla mujer. N hay más que discutir.
Eva salio de la consulta mientras le decía a Julián:
—Que la baje un celador a la puerta de urgencias que
en tres minutos estoy yo allí.
Dicho y hecho. En pocos minutos Pilar se vio de nuevo
en el asiento del Smart de Eva.
—A donde vamos Pilar, ¿dónde vives?
—En la calle que hay frente a la entrada principal del
parque, en el número diez. Vivo en un bajo.
—¡Pero que casualidad! —exclamó Eva—. Yo también vivo
en esa calle, por eso que suelo verte con frecuencia por esa zona, y por el
parque también te había visto en varias ocasiones.
Pilar se quedó paralizada, ¿como podía ser que la
conociese? Ella nunca había reparado en Eva, y sin embargo Eva parecía conocer
gran parte de sus movimientos.
—La verdad es que en alguna ocasión he pensado en
saludarte a fuerza de verte con tanta frecuencia, pero parece que estás siempre
en otro mundo, siempre concentrada en tu mundo interior, ¿no?
—Pues quizá tengas razón Eva. Aprovecho mis ratos de
ocio para organizarme el trabajo del día siguiente, las reuniones, viajes, y
demás. Creo que debería desconectar de vez en cuando. Esta tarde puedo
asegurarte que la desconexión ha sido total, no se ni que hora es.
—Son las nueve menos cuarto.
—¡Santo cielo! Tenía que haber llamado al jefe de
redacción hace media hora para concretar una noticia que tiene que salir mañana
en primera plana. ¡Creerá que me ha pasado algo!
—¡Pues creerá bien Pilar! Te ha pasado algo que te ha
hecho detenerte, yo creo que ha sido algo positivo, las cosas nunca pasan si no
hay una razón para ello, puedes estar segura —Eva siguió hablando—. Yo vivo en
el número veintitrés, en un pequeño apartamento del ático. Ese es mi cielo
particular, desde la terraza tengo una vista maravillosa de toda la ciudad. Se
ve el mar y la montaña, y la luz entra a raudales, necesito la luz para vivir,
soy como las plantas. Si te digo la verdad no entiendo que ve la gente por la
noche, las cosas más bonitas de la vida ocurren a plena luz del día, me encanta
el día, la luz, el sol, me encanta verlo todo a plena luz.
—Que apasionada eres Eva, la verdad es que me alegro de haberte conocido, aunque el
motivo haya sido tan malo…
—Mira, ya hemos llegado Pilar. Espera que me subiré un
poco a la acera y te ayudaré a bajar.
Eva ayudó a Pilar a bajar del coche y la acompañó
hasta su casa. Allí se ocupó de dejarla bien instalada y se despidió.
—Hasta mañana Pilar, procuraré venir a primera hora. Intenta
descansar y haz las llamadas justas y si quieres un consejo mañana deberías
tomarte el día libre.
Habría pasado aproximadamente una hora cuando Pilar
terminó de hacer todo lo que tenía en mente. Llamó a su casa y habló con su
padre, su madre había salido a hacer una visita.
—Querrá hablar contigo cuando llegue a casa, Pilar —le
dijo su padre.
—Papá, dile que no me llame. Me voy a acostar ahora,
estoy agotada, pero me encuentro bien. Yo la llamaré mañana a primera hora, te
lo juro.
También había hablado con Paco, el jefe de redacción.
—No te preocupes por nada Pilar, faltaría más, ya era
hora de que parases un rato.
Se acostó y se quedó profundamente dormida mientras
daba vueltas en su cabeza a todo lo que le había ocurrido aquella tarde: Eva,
Julián, Nuria… Iban entrando y saliendo de sus pensamientos.
Sonó el despertador como cada mañana, Pilar de forma
automática quiso ponerse en pie y de repente un dolor en el tobillo derecho la
dejó paralizada. Entonces se acordó de todo lo que había ocurrido la tarde
anterior. Parecía que podía apoyar el pié, y con mucho cuidado se fue hacia la
cocina a preparase un café. Mientras se acercaba a la cocina fue marcando el
teléfono de su madre, quería dejarla tranquila, que no se preocupase más de lo
necesario.
—Hola mamá, ¿te he despertado?
—¡Que me vas a despertar! Llevo toda la noche
esperando tu llamada, me tenias muy preocupada. ¿Cómo estas amor mío?
—Bien mamá, no ha sido nada. Pero anoche necesitaba
descansar, y la verdad es que lo he conseguido. Si no llega a sonar el
despertador todavía seguiría durmiendo, eso no me pasaba desde que era niña.
Siempre me despierto media hora antes de que suene. Anoche me dijo Paco que ni
se me ocurriese acercarme hoy por el periódico, que me tomase el día libre, que
el se encargaría de ponerse en contacto conmigo si lo consideraba necesario y
que si de todas formas me empeñaba en trabajar podía hacerlo desde casa
perfectamente.
—Ay, que majo es Paco, y que bien se porta contigo. Lástima
que sea gay, porque a mi me encantaría de yerno. Se preocupa tanto por ti…
—Que pesada eres mamá, siempre queriendo emparejarme,
con lo a gusto que vivo sola… Bueno te dejo, ya te volveré a llamar por la tarde,
que está sonando el timbre. Te quiero mucho, cuídate.
—¿Quién será ahora? —pensó Pilar mientras se acercaba
hacia la puerta—. No espero a nadie a estas horas.
—¡Buenos días! —Pilar reconoció la voz de Eva al otro
lado de la puerta.
—¿Pero donde vas tan pronto Eva? —dijo Pilar mientras
abría la puerta.
—Pues a comprobar que te encuentras bien, que me
tienes preocupada. Mira, he venido con mi hermano. Me lo he encontrado cuando
venía a verte. Él también viene a correr al parque, y he pensado que quizá
podías invitarnos a un café. Mira Daniel, esta es Pilar, la amiga de la que te
venía hablando por el camino.
—Hola Pilar, ya me ha contado Eva lo que te pasó ayer.
Encantado de conocerte, ¿te duele mucho el tobillo?
Daniel se acerco a Pilar y le estampó dos besos en sus
mejillas. Pilar estaba sorprendida de la familiaridad con que Eva se
comportaba, sentía que había un lazo entre ellas, pero más se sorprendió cuando
se fijó bien en su hermano. Desde luego no podía negarse que eran hermanos
porque el parecido era enorme. Notó que se sentía atraída por Daniel desde que
lo vio entrar por la puerta de su casa. Estaba turbada, nunca le había pasado
nada parecido. Solo había tenido un breve romance con un chico que conoció el
primer año de universidad, duró unos pocos meses pero le dejo un mal recuerdo y
siempre había intentado olvidarlo.
—Pues gracias por tomarte tantas molestias por mi Eva,
he dormido muy bien. De hecho, si no hubiese sido por el despertador todavía
seguiría durmiendo. Hacia años que no me ocurría esto, ahora se lo decía a mi
madre. Cuando habéis llamado al timbre estaba hablando con ella precisamente —Pilar
sentía que no podía dejar de hablar, la presencia de Daniel le había turbado y
eso la ponía muy nerviosa. Estaba acostumbrada a controlar las situaciones,
pero esto se le estaba yendo de las manos.
—Ahora vuelvo, sentaros un momento que enseguida
preparo el café —dijo Pilar.
—¡Que me voy a sentar! —protestó Eva—. Siéntate tú,
que ya preparo yo el café. Tú tienes que hacer reposo, recuerda lo que te dijo
ayer el galeno, además juraste hacerle caso, yo estaba allí, ¿recuerdas?
Eva salio del saloncito y se fue a la cocina, el piso
era pequeño, no tenía pérdida. Además Eva se desenvolvía como pez en el agua en
cualquier situación, había quedado demostrado.
Pilar se quedo a solas con Daniel en el salón, sintió
que se le hacía un nudo en la garganta. No sabía de que hablar, al fin y al
cabo acababa de conocerlo.
Daniel en cambio parecía sentirse como en su casa, le
dijo a Pilar que se sentase en el sillón que él le acercaría una silla para que
pudiese tener el tobillo en alto.
—¿Así que también corres por el parque?, ¿a qué hora
acostumbras a salir? Yo vengo siempre a las ocho, hasta las diez no empiezo a
trabajar, ¿sabes?
Hablaba como si se conociesen de toda la vida.
—Trabajo en una inmobiliaria, y ahora con la crisis
las ventas han caído en picado, a pesar de que los precios han caído de la misma
manera, pero es lo que hay. En mi oficina estábamos diez agentes inmobiliarios,
más el jefe, la secretaria y la mujer del jefe (que lo único que hacia era dar
mal y controlar a una de las agentes inmobiliarias porque su marido estaba
embobado con ella, y mira que la chica no le hacía ni caso…), pues ahora estoy
yo solo con el jefe y nos pasamos las horas muertas mirándonos a la cara. Hay
pocos compradores y los que vienen no hacen más que regatear unos precios que
están tirados. Son gente con dinero que lo único que les interesa es especular.
Antes me encantaba mi trabajo, pero ahora las cosas han cambiado… De todas
formas estoy contento, por lo menos no lo he perdido como les ha pasado a
muchos de mis amigos, que han tenido que emigrar. Tengo seis amigos en
Bruselas, tres en Alemania, dos en Francia y otros dos en Inglaterra. Ahora nos
llamamos “la cuadrilla internacional”, hasta nos hemos hecho un grupo en Facebook.
Pero no hago más que hablar de mi, y tu ¿qué haces Pilar? Mi hermana me dijo
que trabajas en “El Matinal”, me encanta ese periódico, no te lo digo por
hacerte la pelota, lo compro todos los días. Me gusta por su independencia,
cosa que es difícil encontrar hoy en día, donde reina el servilismo a sus
anchas.
—Pues si, trabajo en “El Matinal” desde hace cinco
años. Me encanta mi trabajo, tengo jornada partida, así que hasta las siete no
llego a casa. Tenemos un equipo de trabajo majísimo, la verdad es que son mi
familia en la ciudad. Aunque mi familia vive fuera nunca me he sentido sola.
—¡A ver Daniel! Hazme sitio en la mesa que vengo con
una bandeja cargada hasta los topes —la voz de Eva que se acercaba interrumpió
la conversación entre Daniel y Pilar—. Ya veo que habéis hecho buenas migas,
así me gusta.
La verdad es que Pilar se encontraba cada vez más a
gusto en compañía de los dos hermanos,
se sentía muy cómoda charlando con ellos. Eva repartió las tazas de café y unas
pastas que había encontrado en la cocina, mientras iba colocando las tazas en
la mesa, le acerco un zumo a Pilar.
—Toma Pilar, te he hecho un zumo con unas frutas que
tenías en la cocina, esto te sentará genial. También te he traído hielo en una
bolsa para ponerte sobre el tobillo, esto ayudará a bajar la inflamación. En
una semana estarás genial, ya verás. Al final podrás colocarte tus tacones —Eva
hizo un guiño de complicidad a Pilar cuando terminó de hablar.
—Gracias Eva —dijo Pilar.
—Pues aquí nos estábamos conociendo Pilar y yo cuando
has llegado Eva, ya le he dicho que soy asiduo de “El Matinal”.
—Eso puedo corroborarlo yo Pilar —dijo Eva—. ¡Si no se
lo lee todos los días se pone impertinente de lo más!
Pilar contemplaba la escena, que fácil había resultado
todo y que relajada se sentía. El dolor había disminuido de manera notable y
daba por bien empleado el accidente de la tarde anterior, así había tenido
ocasión de hacer un paréntesis en su vida y sobre todo había tenido
ocasión de conocer a Eva, por la que
sentía una profunda admiración y agradecimiento, y a la que ya consideraba como
una gran amiga.
Cuando terminaron el café los dos hermanos se fueron.
—Cuídate mucho, esta tarde cuando termine de trabajar
vendré a verte —dijo Eva mientras recogía las tazas y platos y los llevaba a la
cocina—. Procura moverte lo menos posible, y si tienes que hacerlo te colocas
esta tobillera con la férula que te puso ayer Julián —Eva entrego a Pilar una
tobillera que saco de su pequeño bolso de mano.
—A mi también me gustaría volver a visitarte —dijo
Daniel—. Aunque hoy me resultará imposible, pero si no te molesta podría pasar
mañana cuando termine de correr y antes de ir a trabajar, me ha encantado
conocerte.
Pilar noto cierta complicidad en Daniel, que le hizo
sospechar que la atracción entre ellos había sido mutua, ¿o quizá no? En fin,
no quería hacerse ilusiones pero la alegría de volver a ver a Daniel se
traslucía por la inmensa sonrisa que le dedicó cuando este se acerco a sus
mejillas para volver a estamparle dos besos.
—¡Hasta mañana preciosa! —dijo Daniel mientras le
guiñaba un ojo.
—Hasta mañana Daniel, ¡y gracias por todo! —te estaré
esperando ansiosa, pensó Pilar mientras los hermanos salían de su casa.
Pilar pasó el resto del día haciendo reposo y
conectándose a través de Internet con el periódico para realizar su trabajo,
tenía en marcha un trabajo de investigación sobre la discriminación de la mujer
en el mundo laboral y aprovechó el día para buscar información y estudiar la
que ya tenía. No se encontraba con ánimos para cocinar, así que pidió comida
preparada a un restaurante chino que tenía cerca de casa y al que recurría cuando
tenía un día de los que ella denominaba
“hartazgo del chef”. El día se le pasó volando y estaba ya oscureciendo cuando
de repente sonó el timbre de su puerta, se levantó con mucho cuidado pues su
tobillo se resentía cuando apoyaba el pie en el suelo.
—¡Qué sorpresa! —dijo cuando al abrir descubrió que
Eva no venía sola.
—Ya ves —dijo Eva—. Te he traído el médico a casa para
que te eche un vistazo al tobillo —dijo mientras desaparecía en dirección a la
cocina.
—Hola Pilar —dijo Julián—. ¿Qué tal has pasado el día?
—Bastante bien Julián, pero estoy deseando que me des
el alta…
—Déjame echar un vistazo —dijo Julián mientras Pilar
se sentaba y se quitaba el calcetín que cubría su pie derecho—. Esto está
bastante bien, la evolución es buena, como mañana es viernes, yo te
recomendaría que no fueses a trabajar hasta el lunes. Entonces seguro que
puedes apoyar el pie sin problemas, te irá bien hacer reposo estos días, hazme
caso.
—Gracias Julián, eres muy amable.
—De eso nada, he venido porque Eva ha comprado unas
pizzas, que estará metiendo en el horno, y hoy me apetecía una cena italiana,
ja, ja, ja,…
—¡Pero esta Eva es un caso! —dijo Pilar en voz alta
con la intención de que la oyese desde la cocina.
—¡Calla Pilar! —se oyó protestar a Eva desde la cocina—.
No lo he hecho por ti, sino por mí. Así no mancho mi cocina, ja, ja, ja…
En un momento la cena estaba preparada, Eva había
cocinado una pizzas en el horno y había preparado también una ensalada con lo
que encontró en el frigorífico de Pilar. Julián había traído una botella de un
buen vino tinto, y aunque Pilar no era experta en vinos supo reconocer la
calidad del caldo. Los tres amigos estuvieron charlando durante horas, el
tiempo transcurría sin que ellos se diesen cuenta. La sobremesa estaba siendo
de lo más placentera, entonces Julián miro el reloj y exclamó:
—¡Pero si son las once! Os dejo chicas, que mañana el
despertador no perdona, además tengo un buen rato hasta llegar a mi casa.
—¿Donde vives? —preguntó Pilar.
—En la zona alta de la ciudad. A estas horas me
costará una media hora llegar, cuando encuentro embotellamientos puedo tardar
una hora o más en llegar a casa. Bueno chicas os dejo, y tu Eva no te quedes
mucho rato que Pilar debería acostarse pronto.
—No te preocupes, me iré antes de que tú llegues a tu
casa. Buenas noches amor —dijo Eva— mientras rozaba sus labios en un amoroso
beso.
Se notaba que la relación entre aquellas dos personas
tan distintas fluía de forma natural, a pesar de la diferencia de edad. Cuando
Pilar los veía juntos se le olvidaba que Julián podría ser el padre de su
recién estrenada amiga.
Julián se fue y allí quedaron Pilar y Eva, siguieron
hablando un buen rato, conociéndose y contándose sus vidas la una a la otra. Las
dos tenían ganas de hablar y ambas sentían la necesidad de contarse sus vidas
mutuamente.
De repente Eva se puso seria.
—Quiero contarte el inicio de mi relación con Julián. Todo
fue a raíz de la muerte de mis padres, ellos tuvieron un accidente de automóvil
hace tres años. Mi padre murió en el acto y mi madre quedó mal herida, fue
trasladada al hospital y estuvo allí quince días, que a mi me parecieron quince
años. Julián se tomó mucho interés en todo ese tiempo, pero a pesar de sus
desvelos, mi madre no pudo superar las graves heridas sufridas y falleció. Daniel
y yo quedamos destrozados, durante esos días Julián nos ayudó en todo lo que te
puedas imaginar, supongo que el hecho de que mis padres fuesen más o menos de
su edad le hizo volcarse con nosotros.
—Julián acababa de salir de un matrimonio que no debió
haberse celebrado nunca —continuó Eva—. Se casó justo al terminar la carrera
con una chica de su entorno, los dos procedían de familias acomodadas de la
clase alta de la ciudad y habían compartido muchos ratos de infancia y
adolescencia. Los padres de ambos eran socios y las madres amigas de toda la
vida, pero lo cierto es que Julián no estaba enamorado de su mujer y que su
mujer lo utilizó para seguir viviendo cómodamente y tener una posición social
de la que no quería prescindir, era incapaz de hacer nada positivo, le gustaba viajar,
salir, ir de juerga,… Pero lo que más le gustaba era hacerle daño. Se acostó
con todos los médicos del hospital y con todos los “amigos” de Julián. ¡Está
tarada! Me produce repugnancia hablar de esa mujer. Mientras tanto Julián
trabajaba y miraba hacia otro lado. Era incapaz de afrontar la situación, hasta
que no pudo más. Se la encontró un día totalmente borracha o drogada, nunca lo
he sabido con certeza porque a Julián no le gusta hablar del tema, y desnuda en
el jardín de su casa con el hijo de su mejor amigo, un crío al que solo utilizó
para torturar a Julián. No se como puede haber gente tan mala en este mundo, te
lo juro Pilar, no puedo entenderlo —Eva prosiguió con su relato—. El caso es
que nos encontramos los dos totalmente destrozados y el amor surgió de forma
natural y espontánea, tenemos una relación maravillosa, cada uno seguimos
viviendo en nuestro mundo, pero procuramos compartir juntos todo el tiempo que
podemos. Los dos nos sentimos cómodos así y de momento no necesitamos más, soy
de la opinión de que a la vida hay que pedirle lo justo. Desde que murieron mis
padres muchas cosas cambiaron para mí, empecé a valorar las cosas auténticas de
la vida y dejar pasar la falsedad sin que me afecte.
—Lo siento Eva —Pilar se había quedado estupefacta
escuchando su historia—. Has debido de sufrir mucho… —no sabía que podía decir
después de haber escuchado a su amiga. Era cierta la manida frase de que la
realidad supera ampliamente a la ficción.
—Si, sufrí mucho y echo de menos a mis padres cada
día. Pero no tuve otro remedio que continuar con mi vida. Sabes Pilar, cada día
amanece, y después de la noche más oscura llega el día más claro —hizo un
inciso tras su reflexión—. Bueno tengo que dejarte, que Julián estará a punto
de llegar a casa y lo primero que hará será llamarme para comprobar que he
cumplido mi palabra. Por cierto Pilar, dame tu numero de móvil, me resultará
mas cómodo llamarte que no estar invadiendo tu intimidad cada día, ja, ja, ja,…
¡Y a ti también! —dijo Eva mientras le guiñaba el ojo.
Las dos amigas intercambiaron sus números de teléfono
y Eva se encaminó hacia la puerta,
cuando iba a abrirla le dijo:
—Por cierto Pilar, has dejado a mi hermano encandilado.
No sé que embrujo habrás utilizado, pero te aseguro que nunca lo había visto
así.
Pilar ya no escucho el portazo que dio Eva cuando
salió, estaba pensativa dando vueltas en su cabeza a todo lo que Eva le había
contado en la última media hora, pero sobre todo no podía quitarse de la cabeza
las últimas palabras de Eva con relación a Daniel.
En aquel momento fue consciente de cuanto había
cambiado su vida en tan solo veinticuatro horas. Llevaba cinco años en la
ciudad y aunque su relación con todos los compañeros de la redacción era
fantástica, y particularmente con Paco había entablado una profunda amistad, lo
cierto es que su vida transcurría exclusivamente alrededor de su trabajo.
Presentía que su vida estaba dando un giro inesperado.
Cuando sonó el despertador Pilar llevaba ya media hora
despierta, y aunque parecía que la rutina quería instalarse de nuevo, ella
sabía que nada volvería a ser igual. Se levantó de la cama y noto que su
tobillo le seguía doliendo, se colocó la tobillera con la férula y se fue hacia
la cocina procurando no apoyar el pie. Quería tener el café preparado para que,
cuando llegase Daniel, pudiese dedicarle toda su atención. Estaba deseando
verlo entrar de nuevo por la puerta de su casa.
Miró el calendario, era viernes, hoy tampoco iría al
periódico, ya había quedado así con Paco que le había enviado un WhatsApp la
noche anterior diciéndole que como pronto hasta el lunes no quería verla por la
redacción, y que el sábado por la mañana quería ir a visitarla, pues le había
resultado imposible ir antes.
Pilar encendió la radio y se quedó mirando el
calendario que colgaba en su cocina, viernes 14 de Febrero San Valentín, leyó. Y
en ese momento en la radio se oía al locutor:
—¡Feliz día de los enamorados!
¡Qué tontería! Ella nunca había creído en esas
festividades.
Sonó el timbre y Pilar tuvo la sensación de que su
corazón se aceleraba, fue hacia la puerta y su sorpresa fue mayúscula, allí
estaba Daniel con un precioso ramo de flores.
—Buenos días guapísima, lo prometido es deuda, aquí
estoy, me moría de ganas de volverte a ver, toma —dijo mientras le entregaba el
ramo—. Espero que no seas alérgica a las flores…, y ¡feliz día de los
enamorados!
—Nunca he sido partidaria de celebrar este día
—Será porque nunca te has enamorado, aunque es difícil
de creer…
—No, no es por eso. En realidad siempre me ha dado la
sensación de que las grandes superficies lo utilizaban como un reclamo
comercial.
—¿Y qué más da? —respondió Daniel—. Cada uno puede
encontrarle el sentido que quiera o usarlo como quiera, eso no tiene por qué
influirte, y no es necesario regalar nada para celebrarlo. Yo siempre lo he
celebrado, estoy enamorado de la vida y ese es suficiente motivo, ¿no crees?
—Me estas convenciendo Daniel, anda siéntate que voy a
buscar el café a la cocina.
—Déjalo, siéntate tu y voy a buscarlo yo.
En ese momento los dos se dirigieron a la puerta y
ocurrió lo inevitable, sus cuerpos se encontraron y Pilar perdió el equilibrio.
Daniel ágilmente la recogió evitando que cayera y sus ojos quedaron atrapados. La
profunda mirada de Daniel era limpia y Pilar se vio reflejada en sus ojos, un
escalofrió recorrió su cuerpo y en ese momento sus labios se encontraron en un
apasionado beso. Definitivamente su vida había cambiado para siempre.
Pilar, al cabo de un mes, acudió a su fiesta con
calzado plano. Estaba radiante, todo salió perfecto, mucho más de lo que ella
hubiera imaginado. Le acompañaban Eva, Julián y Daniel.
Mª Victoria Andréu Fauquet,
Luceni 14 de Febrero de 2014
Mi meta diaria va a ser tu felicidad, que a
veces la escucho, otras la veo, y nunca quiero echarla de menos.
Amor
en la distancia no muy lejana
Mari
Andrés
Amor en la distancia no muy lejana
Con el alma y un reloj
guardo en mi cuerpo tu recuerdo.
Con ellos escribo con amor
y me rodeo de deseo.
Aunque estemos lejos, recuerda,
que el mismo sol nos levanta
y la misma luna nos acuesta.
A veces al borde de la locura,
las estrellas escriben tu nombre
o moldean tu hermosa figura.
Pronto disfrutaremos del lujo de amar.
De estar uno al lado del otro porque sí.
Mi meta diaria va a ser tu felicidad,
que a veces la escucho, otras la veo,
y nunca quiero echarla de menos.
Mari Andrés
Zaragoza, 28 de febrero de 2014
Llega un momento en el camino de la vida que ya no puedes
más, que tirarías todo por la borda sin importarte nada. En ese momento, en el
que te acercas cada vez más a esa luz oscura y fría al final del túnel, sólo en
ese momento, te das cuenta que siempre vale la pena seguir adelante. Porque esa
luz sólo refleja la noche. Has estado tan ocupado persiguiendo esa luz por el
túnel, que no entenderás hasta el final que después de la noche viene el día,
repleto de personas y cosas por las que hay que seguir adelante.
Corazón oxidado
Masiel Troya Cabrera
Corazón oxidado
Llega un momento en el camino de la vida que ya no
puedes más, que tirarías todo por la borda sin importarte nada. En ese momento,
en el que te acercas cada vez más a esa luz oscura y fría al final del túnel,
sólo en ese momento, te das cuenta que siempre vale la pena seguir adelante.
Porque esa luz sólo refleja la noche. Has estado tan ocupado persiguiendo esa
luz por el túnel, que no entenderás hasta el final que después de la noche
viene el día, repleto de personas y cosas por las que hay que seguir adelante.
¿Sabes qué? Todo el mundo tiene un motivo por el que
seguir. Un amor, una meta, una lucha. No todos lo encuentran tan fácil, no, la
vida no es fácil. Qué aburrido sería.
Hubo una vez una persona que encontró su motivo un
martes cualquiera.
Salía de trabajar y hacía calor, el cuerpo le pesaba
hoy más que nunca. Abrió la puerta para salir y en la calle se sentía el fluir
de la gente más acelerado, los bares estaban más iluminados, la multitud más
arreglada de lo normal: chicas exhibiendo su falda de nueva temporada, chicos
recién afeitados, con sus peinados de ligar y oliendo a One million. Claro, hoy
es viernes. ¿Debería sentirse como toda esa gente? Nunca se había sentido igual
que el resto, ni siquiera un viernes por la noche. La misma rutina de siempre,
pensó. Me levanto, me visto, desayuno, salgo a trabajar y vuelvo a casa donde
me espera Toby, con esos ojitos verdes llenos de amor, el único amor sincero,
decía a sus amistades. Una cena decente, y una película de la lista de
pendientes.
El día comienza con esos primeros rayos de luz, que
iluminan por completo casas, parques, aceras, cristales de las cafeterías y la
cara de aquellos que salen a trabajar o a hacer deporte. Qué maravillosa era
aquella época del año en la que amanece temprano y oscurece tarde.
Luego estaba el dueño de Toby. ¿Cuánto tiempo había
pasado desde que se quedó dormido? Comienza a recordar en qué parte de la
película se quedó… era imposible saberlo. Le dolía el cuello e hizo una nota
mental: cambiar ese maldito sofá. De hecho, debería cambiar todo el piso. Todas
las paredes de aquel sitio llamado hogar eran blancas, había decidido ahorrar.
Con su habitación había hecho lo mismo: una cama grande, sencilla; el armario
lo había comprado prefabricado y no tenía muchos adornos. Tenía un gusto
minimalista. Después estaba la camita de Toby, llena de colores y dibujitos de
gatos durmiendo y jugando, exactamente lo que hacía aquel gato. Tenía dos
baños, uno con todo lo necesario, incluyendo una bañera, y otro sólo con baño y
lavabo para las visitas, había acordado. No había hecho ningún cambio en esos
lugares. La cocina era normal, aunque había puesto una vitro y una mesita
familiar. Era irónico ya que el único que vivía allí con él era su gato.
Su salón era la envidia de todos sus amigos. Estaba
conectado con la cocina con una gran barra, parecida a la del bar. La terraza
estaba llena de flores que le traía su madre cada sábado y era lo
suficientemente grande para, de vez en cuando, hacer reuniones con sus amigos
que siempre acababan borrachos rompiendo algún macetero. Luego tenía sus
tesoros: esa maravillosa tele de plasma de cincuenta y cuatro pulgadas, HD,
home-cinema y su portátil rojo. Pasaba todo el tiempo que podía utilizando esas
maravillas.
Se dirigió lentamente, recobrando el equilibrio, hacia
la cocina pensando en lo que iba a desayunar. Quizás leche con cereales, fruta
y un zumo de naranja. En cuanto abrió la nevera observó que apenas tenía para
medio vaso de leche, la mantequilla se había terminado y no había zumo. En ese
momento cayó en la cuenta de que era sábado. Mierda. Hoy vendría su madre a
comer y vería que no tenía de nada. Se pondrá como una histérica. Rápidamente
se bebió lo que había de leche, se puso un chándal y bajó corriendo al Simply
de abajo. Con todas esas ofertas compró todo lo necesario para aparentar
delante de su madre que su alimentación era correcta, y que no le hacía falta
nada. Preparó la comida, su madre llegó y le regaló una nueva maceta con
flores, esta vez moradas, y se marchó encantada habiendo visto a su hijo, su
piso impecable y su nevera llena, ah y ese gato que cada día estaba menos
juguetón.
Sus amigos como cada sábado quedaron en salir por ahí,
y el como siempre, salió con ellos. Ese último año había sido aburrido. Salía
de fiesta por costumbre, se emborrachaba y si había suerte echaba un polvo con
alguna chica. Llegaba el domingo y todo se derrumbaba aún más. Se ponía a
reflexionar acerca de todo lo que había hecho en su vida. Tenía unos amigos
maravillosos, ligaba de vez en cuando, y tenía piso propio gracias a la ayuda
de su madre. Había estudiado y ahora tenía un puesto fijo. Lo había hecho todo
correctamente, como se debe, decía su madre. Lo que ganaba lo gastaba en lo
necesario y lo demás lo metía en su cuenta de ahorros. ¿Para qué? Ni siquiera
lo sabía. Aun teniéndolo todo se sentía vacío, le faltaba algo que no sabía
cómo rellenarlo. Hacía varios años ayudando a una compañera se ofreció a cuidar
a uno de sus gatos, un gato atigrado con unos grandes ojos verdes. En ese
momento, ese pequeño ser había rellenado gran parte de su vacío, y hasta ahora
lo seguía haciendo.
Lunes. Suena el despertador, comienza un nuevo día y
Toby ronronea a su alrededor moviendo la cola y rozando su cabeza contra la suya.
Cómo le relajaba acariciarle. Ya en su trabajo notó que había habido cambios.
Una chica nueva en prácticas dedujo por su torpeza y nerviosismo.
Su vida siguió pasando, y con cada día que pasaba se
daba más cuenta que nada tenía sentido. No sabía cómo remediarlo, se veía cada
vez más hundido en el barro.
Una mañana se levantó, esta vez el silencio reinaba en
la habitación, se preguntó dónde estaría Toby. Y allí lo vio a los pies de la
cama con una expresión relajada durmiendo plácidamente. Lo que él no sabía era
que esta vez el sueño duraría para siempre. Había sido un buen compañero y
había pasado sus últimos momentos junto a su dueño. Los siguientes días la casa
estuvo sin vida, sin el. Reinaba una soledad que ni las borracheras podían
rellenar.
Un día, decidió poner fin a aquella vida lúgubre que
le estaba matando lentamente. Debo cambiar de rumbo, se dijo. Mientras andaba
por la calle Alfonso I se fijó que sólo había tiendas de novia, parejas
disfrutando del alboroto y belleza de aquella calle. Oh! Y esa maravillosa
tienda de jamón. Si, esa era la parada. Se compró una flauta y mientras iba a
pagar se fijó que una chica le estaba observando desde el otro extremo de la
tienda. ¿Por qué le resultaba familiar esa cara?
—¡Hola! Soy la chica nueva de tu trabajo.
Dios mío, ¿había sido tan guapa siempre? Se quedó con
cara de haber perdido el norte. Segundos después reaccionó.
—Eh… si hola, ¿que tal? —¿En serio había dicho eso?
¡Qué soso soy!
En realidad, había perdido la práctica. Sólo ligaba
cuando iba borracho.
—¿Te apetece algo? Yo me compraría toda la tienda.
—Sí, justo me iba a coger otra flauta de esas —dijo
ella señalando lo que él tenía en la mano.
—Genial, otra por favor. ¿Te apetece dar una vuelta? —¿Había
dicho eso? ¿Cómo se me ocurre decirle eso? Si ni siquiera nos conoc…
— Claro, estaría genial.
Ya en la calle, hubo unos segundos de silencio
incómodo, y él se preguntó si no había sido mala idea proponerle dar una vuelta
por Zaragoza.
—Me llamo Laura —dijo sonriendo.
—Yo Gabriel —Dios mío, realmente es maravillosa y
tiene la sonrisa más dulce que haya visto. Y sus ojos… Era como hundirte en el
abismo cada vez que los mirabas. Ese color caramelo con pequeñas motitas verdes
alrededor de las pupilas.
Aquella tarde anduvieron por el Pilar, bebieron unas
cuantas Ámbar bien fresquitas entre risas e historias que se contaban el uno al
otro y volvieron a casa. Gabi abrió la puerta de casa y fue directo al baño,
vaya, sí que había bebido cerveza. Cuando fue a lavarse las manos se miró en el
espejo: “¿en serio había llevado toda la tarde esta sonrisa tonta?” Pensó en
ella toda la noche y sentía un cosquilleo en el estómago que no lo había
sentido antes. ¿Era hambre? ¿Por beber cerveza? Pasó el domingo poniendo
películas de zombis pero no las veía porque a cada momento se preguntaba qué
estaría haciendo Laura, y si habría pensado en él.
Lunes. Sonó el despertador y hoy tenía ganas de ir a
trabajar. ¿Estaba enfermo? ¿Qué narices le estaba pasando? Quería llegar cuanto
antes a la oficina y verla a través del cristal trabajando. Era extraño porque
nunca se había fijado de otra manera en ella. Se saludaron y el día pasó como
de costumbre: aburrido y caluroso. Cuando faltaba menos de media hora para irse
se encontró con una nota en el escritorio.
``Llámame. J´´
¿Cuándo lo había puesto? ¿Lo decía en serio?
Aquella misma tarde decidió llamarla e invitarla a
cenar. Sorprendentemente aceptó. Preparó lo que mejor sabía hacer: pollo al
horno con patatas. Limpió el salón, la cocina y por fin le dio uso a su mesita
familiar. Sí, quería que todo fuese perfecto. Mientras ponía velas en la
terraza se preguntó si aquello era una cena romántica o sólo una cena de
amigos. Sea lo que fuere, ya no le daba tiempo a quitarlas, había sonado el
timbre. Cuando abrió la puerta se encontró con una chica de bonitos rizos color
chocolate que llevaba puesta su mejor sonrisa. Vestía unos vaqueros ajustados
con unos botines negros, y… oh sí, esos ojitos caramelo brillando de felicidad.
La cena, la compañía y la bebida fueron espectaculares. Esa noche se unieron
fuertes vínculos entre aquellos dos desconocidos, se enamoraron. Pasaron la
noche más apasionada que hayan tenido en toda su vida, estaban locos el uno por
el otro.
Sus vidas pasaron como cualquier pareja de enamorados,
se veían a menudo, se reían de chistes que sólo entendían ellos, se embriagaban
los viernes, en resumen, disfrutaron lo último que quedaba del verano. Sin
embargo, un día ella dejó de llamar. ¿Ya no quería estar conmigo? Se dijo. No,
tiene que haber pasado algo malo, no puede dejar todo de repente.
Aquella misma tarde fue a casa de Laura y se encontró
con una persona distinta, con los ojos rojos de haber estado todo el día
llorando, despeinada y con bata.
—¿Cariño qué ha pasado? ¿Estás bien?
—No, pasa por favor. Tengo que decirte algo muy
importante y no sé cómo vas a reaccionar. Por favor, no me dejes.
Gabi estaba ahí, sin habla. ¿Qué puede pasar ahora?
Nada malo puede estropear eso que tienen ellos. Imposible.
—Estoy embarazada.
Dios mío. Se quedó pasmado, rígido y mudo. Ella le
miraba con ojos de súplica. A él se le pasaban mil cosas por la cabeza. Su
única reacción fue darle el beso más maravilloso de la historia. En aquel
momento, ambos se dieron cuenta que se tendrían para siempre.
Pasados unos meses, ella mostraba orgullosa su tripita
de mamá, él mostraba orgulloso a su hermosa mujer. En medio de una noche fría
de invierno Laura se despertó con fuertes dolores y él lo supo de inmediato.
Era la hora, iban a ser papás. Ocho dolorosas horas después, tras muchas
contracciones que cada vez iban y venían más rápido, tras una epidural y dolorosos
apretones de manos, llegó.
Cuando vio su carita de ángel, tan minúscula y frágil,
a Gabriel se le completó todo ese doloroso vacío que un día estuvo a punto de
acabar con él. En ese momento empezó a cobrar sentido todo. Ella llegaría a una
casa llena de amor sincero, tenía todos esos ahorros que los invertiría en su
pequeño ángel. A partir de ahora sólo tendría días colmados de alegrías. A
partir de ahora no sólo sería él, también sería ella. Su preciosa María.
Ella llegó un martes catorce de febrero. Día del amor
y la amistad. Un día que Gabriel celebraría que tiene el amor y la amistad de
las dos personas más importantes en su vida: Laura y María.
Masiel Troya Cabrera
Ibarra
(Ecuador), 7 de marzo de 2014
Si
vuelve a salir mal, sabes que me vas a tener detrás empujándote para que te
pongas de pié, pero deja de ponerte la misma excusa y date el gustazo.
Ella
me dice que me vaya bien el trabajo y vuelve a sonreír, ¿puedes dejar de hacer
eso, que me enamoras?
Migas
a
Mavi
Lezaun Andreu
Migas a la aragonesa
CENA para dos con piano de fondo. ¿Quién da por hecho
que va a salir bien? Si además, ¡el tío desafina! ¿Soy el único que se ha dado
cuenta? La laminera ésta seguro que no se ha enterado, engullendo sus olivas
esféricas tan a gusto que se le ve… En cambio, los sorbetes (todo currados)
están muertos del asco ¡ojo! Menuda delicatessen echada a perder, que son de
mandarina con lazos de zanahoria, vamos ¡más escoscados que yo! Mi pajarita
negra no puede competir con estos platos del Ferrán… en fin amigo, vamos a
entrar, con una pregunta fácil:
—¿Ya han decidido los primeros?
—Tomaré el Pot au feu de canard —lo que viene siendo
verduritas con carne, mini punto señora.
En fin, sigamos para bingo.
—¿Y el caballero qué desea?
—Esta noche me gustaría probar el Hachis parmentier,
¿qué vino nos puede recomendar? —¿Para una lasaña desintegrada como la que se
acaba de pedir?
—Tenemos un Rioja que marina perfectamente con ambas
selecciones.
Ellos asienten, con lo que quieren decir “váyase
camarero”.
¡Ay, ababoles! Por lo que os van a sablar esta noche
que mal habéis pedido… La mejor selección ha sido el Rioja, que por supuesto
siempre casa con todo. Yo lo recomiendo porque mi enología es bastante básica,
y hay que ir a lo seguro.
Lo malo de trabajar en este tipo de restaurante, es
que descubres a seres humanos que dejaron de serlo hace tiempo. Hay un
protocolo que hay que seguir, eso lo acepto, pero ¿y los modales, por qué no se
siguen? Un “por favor”, un “gracias”… Aquí encuentras personas que no sé en qué
momento se ganaron la potestad para ser superiores a otros, que te piden la
comida casi con asco… ¡ah bueno! A mi estos me hacen mucha gracia ¿vas a cenar
algo que pides con ganas de vomitar? ¡Qué gente más curiosa! Cariñosamente los
llamo de la “Aristogracia”.
—¡Nando! —grito yo a pleno pulmón nada más llegar a
cocina—. Que quieren un “potau” y el hachís de Marruecos.
—Que te jodan Hugo —cómo le pica que abrevie sus
creaciones a cosas banales y simplonas, básicamente lo que viene siendo mi
sentido del humor. Si no fuera por el amor que le tiene a su cocina sé, que más
de un día, me tiraría algún cazo con buena gana… Por eso sólo le puedo decir
estas cosas aquí y en casa, que eso también lo tiene recogidico y limpio el
amigo. Y más ahora, que tenemos a su novio el gabacho de okupa. Que no por mucho
que están buscando algo para irse juntos y dejarme sólo otra vez. Sí, después
de un año de okupa, sí claro, seguro que sí.
ABRIR la puerta y encontrarte dos maletas más en el
salón de tu piso del casco, tan buscado con alegría e ilusión desde Idealista:
céntrico, espacioso, interior, ideal para dos amigos que empiezan a trabajar,
luminoso, todo un chollo, incluso añadiendo la información que siempre omiten
en Internet y que bien conoces por experiencia: olor a urinario de festival,
ginebras y demás mezclas en tu portal mañana sí, mañana también. Pues eso, en
nuestra guarida de la ciudad, entre nuestra mesa Lack y sofá también Ikea, de
cuyo nombre… no puedo pronunciar, ahí están las dos Samsonites. Al cerrar la
puerta he despertado al bueno de Jean, que aparece de la nada:
—¡Hola amigo!
—¿Qué pasa Juan?
—¡Ah, no no! ¡Jean! E’ como los vaqueros Levis.
Me encanta ese acento entre andaluz y francés. Su año
de erasmus sevillano lo dejó marcado. Bueno, ¡y tanto!, han pasado ¿seis…
siete? Pfff, un porrón de años y aquí siguen juntos. Cómo pasa el tiempo, ellos
empezaron a salir poco después que en nuestra cuadrilla empezase la maratón de
las bodas: dos, tres por año respectivamente durante unos cuatro años. Años muy
felices, de muchas fiestas, muchísimas fotos que desearía haberlas hecho con
cámaras de carrete para haberlas velado todas y no tener pruebas de nada, los
recuerdos nublados de aquellas despedidas de solteros están mucho mejor. Por
supuesto que a cada una hay que añadirle proporcionalmente una cantidad curiosa
de dinero. ¿Lo mejor de todo? resulta que ahora dos de cada cuatro están en
crisis y el resto divorciados o a punto. Pero no mis compañeros, en ellos sigue
habiendo un toque infantil que tiene el amor y que a veces sólo parece que la
gente mayor sabe mantener.
Total, que en lo que yo me remonto en el tiempo, a él
le ha dado tiempo de ir a la cocina y volver con dos copas y una de sus
botellas reservadas para ocasiones importantes:
—Jean Pierre Jean Pierre, ¿qué me vas a vender?
—¿Qué dices? Yo no vendo, ¡yo invito!
Cómo se le ve venir… pero vamos a dejarle feliz, hasta
la tercera, entonces ya hablará él solito.
—Eh mira, Fer y yo nos mudamos pronto.
—Sip… cómo siempre.
—Sí sí, ya lo tenemos. El mes que viene es cuando nos
mudamos al otro piso. ¡Está por Goya!
No sé cuantas botellas van. Pero la noticia, la que
llevo esperando hace tiempo, me acaba de sacudir un tortazo a mano abierta. De
repente se me pasan los fotogramas de aquel primer año yo sólo en el piso:
mucho exceso, todo blanco, nunca con dinero, siempre con deudas… muy mal año.
Por suerte para mí, parece que mi querido Jean Pierre Gaultier me conoce y
tiene un as guardado:
—He pensado, que para ayudar con el alquiler mi amiga
Chloe se puede venir aquí contigo. Quiere aprender el español por un año, eh yo
sé, te vendrá bien compañía aquí en la casa…
Justo después de aceptar su idea terminamos hablando
de que este sábado hay clásico. Él, como buen seguidor del Betis y del Madrid,
y yo que soy todo lo contrario, tenemos buena conversación para rato.
¿Te crees que me he quedado dormido pensando en la tal
Chloe? Me la imagino con el pelo tipo hilo de pescar todo rubio platino, con
ojos claros y delgadez enfermiza, de esa que ronda la anorexia. Ególatra y
creída… como buena persona proveniente de
—BUENOS DÍAS.
Abro un ojo, estoy tirado en el sofá con la misma
ropa, eso sí, se ve que Jean me tiró una manta por encima con mucho amor. Y
cual es mi sorpresa al encontrarme a una chica afroamericana delante de mí:
piel tizón, ojos enormes y negros, pelo cardado casi afro y carbón. ¿Esta es
Chloe?
—Yo soy Chloe, amiga de Jean —pues sí que lo es.
Me sigue explicando su primera noche en Zaragoza.
—Como yo no quise ser molesta ayer, me quedé en le
hotel en centro, muy bien precio… —se nota entusiasmo y un español mejor que mi
francés. El idioma, ¡cabrones!
La chiquilla está que no para quieta. Va hablando a la
vez que mira la casa, las estanterías, los libros… nuestra sección de
porcelanas del chino a 1€… ja, ja, ja, eso mola: lo empezamos en un mañaneo.
Resulta que nuestro bar de almuerzos se había convertido en un bazar, teníamos
que hacer gasto, así que pillamos las dos figuras más majas y baratas, y desde
ese día se nos fue de las manos. Luego resultó que nos habíamos equivocado de
calle, el bar seguía donde siempre.
A estas que me voy a la cocina. Necesito un
reconstituyente plato precalentado que siempre me da la vida: MIGAS. Tan
sencillas y necesarias para mi dieta íbera… Agujerazos con un tenedor a la tapa
y un par de minutos al micro. Sólo les faltan mis dos guarniciones preferidas:
tomate Orlando y longaniza del pueblo. Si me oyera Nando decir esto me cortaba
el cuello, un día se me ocurrió llamar guarnición al fuet y literalmente me
tiró la barra a la cabeza. Es un poco basto mi amigo.
Volviendo a mi desayuno: sé que a la hora de venderlas
son simples trozos de pan, pero está claro que yo soy una persona bastante
plana.
Cuándo vuelvo Chloe se ha quedado revisando las
portadas de nuestra colección de CDs: Marea, Extremo, Platero, Chenoa… Joder,
quedaría mejor decir que es del Nando pero no, lo pillé porque me iba a casar
con ella. Que gran vergüenza primer OT, ¡peor que las hombreras de los 80!
Vamos a ser un caballero:
—¿Quieres?
Chloe se gira a cámara lenta (o eso me parece a mí).
En las manos tiene cogido como si de un bebé se tratase: Senderos de Traición.
Yo me he quedado petrificado, pues le tengo un amor bastante insano a ese
maravilloso arsenal de acordes y palabras perfectamente fusionadas al unísono.
Claro, cuando digo esto la gente asume que estoy loco. Es amor, ¿vale? Lo de
Chenoa fue una gran broma comparado con esto ¡VALE!
—¡Los Héroes! Yo no conozco ninguna de este disco pero
sí Avalancha:
—Es tuyo.
—¿Qué? —me dice ella.
¿QUÉ? Pienso yo. ¿Acabo de darle mi anillo de la
tierra media a Chloe, mi valioso tesoro desde los ocho; rompí literalmente mi
hucha para sacar las dos mil quinientas pesetas que costaba; se me va la olla?
Además, yo sólo tenía ahorradas quinientas, el resto las puso mi padrino porque
sabía que era una buena inversión. Gracias a él gané este amor a la buena
música.
—No… digo, que lo escuches, que cómo si fuera tuyo,
siéntete cómo en casa… Es una expresión española, ¡ya te irás haciendo!
—¡Gracias! —me contesta con una sonrisa.
De repente Chloe acaba de ganarse toda mi atención. De
la manera más absurda que se me podría ocurrir.
—¿Qué es eso?
—Migas, antes te dije que si querías…
—Y qué lleva, qué son “migas” —ella entre comilla la
palabra migas haciendo orejas de conejo con los dedos índice y corazón en cada
mano.
—Es pan duro. Mojado con agua… y lo despedazas —me
siento un gilipollas porque a cada pausa que hago le intento gesticular lo que
quiero decir.
—¡Están muy buenas! —le digo en un intento de parecer
listo. Completamente fallido. Haber Hugo tú puedes, algo inteligente para
decir…
—¿Sabes que Héroes son de Zaragoza? —a ella le
sorprende la noticia. ¡Eso es minipunto y punto para el equipo de los chicos!
Así que empezamos hablando de música. De repente
pasamos a las películas, que claro, los títulos en francés y español son
completamente diferentes, así que empezamos a reír con las traducciones de
Google, y gracias a Wikipedia, sacamos los nombres de todas nuestras favoritas.
Parecemos dos en una primera cita. Bastante curioso sentimiento para mí. Mi
última, y única novia, fue Abril. Me gustaba por lo original, pero lo dejamos
por la bipolaridad. Aunque nunca lo admita en público, también la quería por
eso. Duramos cinco años. Era una relación perfecta. A distancia. Nos conocimos
en el Interrail, nunca pensamos que quedaríamos en España pero sí. A veces soy
un romántico, y fui yo el que se plantó en su piso a no sé cuanto rato de
Coincidimos en ranking con Pulp Fiction, Siete
Psicópatas y El Rey León. ¿Cómo puede ser posible, dos personas que han crecido
en lugares tan diferentes (ella en la ciudad del amor y yo en un pueblo de la
ribera) tengamos tanto en común? De repente se me pasa por la cabeza que si es
el Nando, que igual se está vengando por todas las que le voy soltando… Que sí
que sé que suena absurdo, y a excusa barata, pero así es la historia. Total,
que antes de seguir emocionándome decido poner tierra de por medio.
—Tengo que ir a currar.
Ella me dice que me vaya bien el trabajo y vuelve a
sonreír, ¿puedes dejar de hacer eso, que me enamoras?
SON las cuatro de la tarde. Hasta las siete no tengo
porqué ir al restaurante… pero tenía que escapar. Las historias tan fáciles no
pueden ser buenas, como los conductores de autobús… no me las creo yo,
desconfío mucho. ¿Quién te promete a ti, que ese señor no ha tenido la peor
noche de su vida, y ahora dependes de él para llegar a la otra punta de España?
Con sus puertos de montaña, sus curvas… vamos, que no, que por eso yo viajes de
tres o viajes de seis horas, una Dormidina fuertecica y que pase lo que Bunbury
quiera.
Estoy en Don Jaime y mi curro está en Independencia.
Vamos, a quince minutos con mucha calma. Así que empiezo a callejear. Subo
hacia
Así que sigo por la plaza, me asomo al puente de
piedra para ver el Ebro, me vuelvo para llegar a la calle Alfonso… que gusto de
lugar. Tren para ir a donde quieras. Autobús también, pero como ya sabemos que
Después de tres horas de peregrino, y cinco Ambar
llego al curro. Al entrar por la puerta veo a Nando leyendo el Heraldo. Levanta
la vista para decirme:
—¿Pero qué haces? —no sé por qué pero yo deduzco que
se refiere a Chloe.
—¡No lo sé! Así tan fugaz todo no está bien…
Nando me responde con esa cara larga que pone cuando
sabe que me estoy rallando por algo. Solo con esa cara ya se puede saber que me
va a sacar toda la información que quiera. Incluso lo de Kennedy.
Así que después de una catarsis de frases sin sentido,
le acabo explicando la chispa causante de todo:
—Pues eso, y Chloe de repente ha cogido Senderos de…
—Traición. No digas más ¡Bueno, la que ha liado ésta
chiquilla! Y dices que es negrita.
—¡Afroamericana!...
—Que sí Huguito. Pues creo que la conocí en el viaje a
Estocolmo. Me suena lo que dices, una chica con un carácter muy guay.
—¿Eso qué quiere decir?
—Pues chico ya sabes. Muy decidida. Con mucho estilo.
También muy sexy, yo no sé para que has venido ¡si hoy libras! —¡coño! Ahora
entiendo por qué me ha preguntado que qué hacía… Superándome en cosas absurdas.
—Mira Hugo, en un mes vas a estar tú sin mí en ese
piso ¡ya es hora que seas un hombre! Y actúes como tal. Si vuelve a salir mal,
sabes que me vas a tener detrás empujándote para que te pongas de pie, pero
deja de ponerte la misma excusa y date el gustazo. Así que a casa ya.
Cuando el tío me suelta estos discursos soy incapaz de
responder. Así que derecha izquierda, derecha izquierda, que me voy a por el
primer flechazo que he tenido jamás.
Así que me vuelvo a hacer el camino de vuelta a casa.
Voy bastante desorientado y no sé cómo ni por qué estoy cogiendo el camino más
largo: el de la calle Alfonso. De modo que antes de llegar paso por enfrente
del Fnac y toma sorpresa que en el escaparate hay movidas de El Principito. En
esa primera cita que hemos tenido hace escasamente cinco horas hablamos de
libros y con este, llegamos a la conclusión de que ninguno de los dos sería
capaz de mantener a esa rosa. ¿Sabes cuando un amigo te pide que cuides de sus
plantas? Pues resulta que a ambos nos lo habían pedido. Y ambos usamos la
estrategia del ibuprofeno: una cápsula al macetero y la flor vuelve a revivir.
Aquí no ha pasado nada: ¿exceso o falta de agua? Ibuprofeno.
No sé como pero una bombilla aparece en mi cabeza, me
paso Alfonso para hacer un par de compras antes de volver a casa y escribirle
un par de mensajes a Jean.
YA ESTOY EN CASA. Ella no está. Voy directo a la
cocina y empiezo con el zafarrancho. Uno de los mensajes que le mandé a Jean
fue que cogiese a Chloe y la sacase de casa hasta nueva orden. No sé qué le
habrá dicho, pero ha funcionado así que seamos positivos.
Preparé una tabla de montaditos de morcilla con
manzana y unos huevos rotos con jamón. Compré dos paquetes más de mis migas de
confianza, y ese fue mi plan para aquella cena.
No velas. No vino. Compré botellines de Ambar y puse
la mesa como el camarero profesional que estoy hecho.
Cuando ella llegó le expliqué que quería disculparme
por haber huido hacía un rato. Ella se volvió a reír. Conociéndola desde hacía
menos de un día, esa sonrisilla me iba ganando cada vez más y más.
Empezamos la cena. Abrimos botellines. Volvimos a
relajarnos. Yo me dejé ir llevando por el momento. Cada vez estábamos más cerca
el uno del otro, y eso que en un sofá FRIHETEN es fácil perderse.
—Chloe, tengo un regalo.
—Ja, ja, ¿qué?
—Porque vamos a ser compañeros de piso. Y es una nueva
aventura para ambos. Así que he pensado que ambos tenemos que empezar a
aprender a cuidar plantas —y ahí que saqué el macetero rojo con las rosas rojas
que pillé en la floristería de confianza. Confianza la que tenía mi madre en el
sitio de Hortensia, yo jamás había comprado nada allí, pero la señora en
seguida me reconoció: “Tú, eres el de
En cuanto dejé el macetero apoyado en la mesa le dio
un ataque de risa a la morena que me contagió.
Después de explicarle todo lo que me habían dicho en
la tienda nos volvimos a sentar, pegados el uno al otro y no sé cómo pero pasó.
Fuimos a mi cuarto y como buen caballero no diré nada
sin la presencia de mi abogado delante.
Fue una noche genial, con una mañana sincera. Sin
palabras, porque hay veces que sobran, entendimos que no es posible que una
persona que acaba de llegar a una ciudad, en un país nuevo se pueda quedar
enganchada del primer anzuelo que ve. Es algo muy egoísta.
¿Qué las cosas pasan por algo? Ahora puedo decir que
claramente sí.
En tan solo un día me enamoré de esta mujer, y en un
año el destino hizo que nos pasaran ciento y un millón de cosas que han hecho
que ahora estemos juntos.
Por eso, mi querida Chloe, te escribo esta carta para
decirte: ¿quieres casarte conmigo?
Mavie Lezaun Andreu (Luceni)
En Brighton (Inglaterra), 14 de marzo de 2014
Enamorado de un recuerdo. De un lugar. Una quimera. O una
persona concreta
Manuel Zalaya Navascués
La primavera,
la sangre altera.
Pregunta a tu corazón
si eso es la primavera.
El seguro te dirá
que prefiere otra manera.
Es estar enamorado
de una forma diversa.
Enamorado de un recuerdo.
De un lugar.
Una quimera.
O una persona concreta.
Solo él, será capaz
de ver como le llega
a tu corazón la primavera.
Manuel Zalaya Navascues
Gallur, 28 de marzo de
2014
Nunca
me ha importado mucho lo que la gente pensará, ya tenia suficiente con mis
propios pensamientos. Tenia muchos momentos de arrepentimiento y todos los días
pensaba en mi situación, sobre todo cuando me acostaba al lado de ella en la
cama.
No
puedo más
Yohana Borobia Carcas
No puedo más
Ese día tenía la maleta preparada y se marcharía de
otra forma diferente a la de la última vez…
La vida de Germán estaba llena de altibajos. Había
épocas en las que deseaba comerse el mundo a bocados. Otras en las que el
estrés del trabajo y su vida familiar lo dejaban sin aliento a lo largo del
día. También tenía intervalos frenéticos y lo peor y no por eso menos
numerosos, los días apáticos. Sí, esos días en los que no tienes ganas de hacer
nada de nada, te abandonas, dejas que pasen las horas y poco más…. Esos días
que vas evitando, intentado llenar el día de actividades y que inevitablemente
llegan, en los que tú has decidido hacer otra cosa pero tus planes se ven
truncados.
El problema de estos días es que, al no hacer nada, el
aburrimiento y el subconsciente te hacen pensar.
A Germán le dio por recordar. Recordar su infancia y
su juventud. Pensó que había tenido suerte. Suerte de poder pasar muchos
periodos vacacionales en el pueblo de sus abuelos, sobre todo los veranos.
La vida social en el pueblo es más sencilla. Es más
fácil hacer amigos y en el caso de que te resulte complicado hacerlos, entonces
es donde entra el papel de la abuela, ya que es tu abuela la que se encarga de
buscarlos por ti.
—Germán, hijo…. prepárate para esta tarde que viene a
buscarte el Víctor ¿sabes quién te digo? ¡Si hombre!, ¡el nieto del tío
posadero!, ¡el que vive cerca de la plaza!...
—Que si yaya, que sí…. Pero, ¿a dónde voy a ir con él,
si tiene un año menos que yo? ¡Jo yaya, si nunca he hablado con él! —pero allí
estaba su abuela Gloria para encargarse de que ese verano lo tuviese lo más
ocupado posible. Aunque luego al conocer a los muchachos y muchachas del pueblo
no te cayeran muy bien, pues no importaba, tu abuela te imponía con quien debías salir. A veces
esto daba buenos resultados y otras no, pero era una forma de romper el hielo y
facilitarte el camino y a partir de ahí tú eres el que vas haciendo la elección.
Al recordar su infancia, Germán, inconscientemente se
percató de que estaba sonriendo. Una sonrisa fina y discreta que realiza el
músculo de tus labios involuntariamente. Una sonrisa que a veces te molesta
tener, porque piensas: no es el momento de sonreír. Pues en ese momento
deberías de estar triste o enfadado por algún motivo, pero al mismo tiempo, esa
sonrisa te hace sentirte bien, tranquilo y momentáneamente feliz, por lo que
volvió a sumergirse en sus pensamientos e intentó de nuevo recordar:
—Víctor ¡¡¡¡NOOOO!!!! No entres ahí que la vamos a
liar. Como nos pillen, nos vamos a meter en un gran lío —y así recordaba todas
las trastadas y travesuras que entre otras cosas había aprendido a hacer en el
pueblo.
Su adolescencia no fue menos excitante. Los típicos
besos con las chicas, con sus escapaditas a lugares solitarios, fumar a
escondidas, el atracón de bebida para coger una borrachera lo antes posible
(aunque en su caso nunca o casi nunca llegó a perder la consciencia). En esos
días se encontraba atrapado en un confuso mundo de cambio entre la niñez y la
adolescencia, del cual se veía más capacitado para salir o desenvolverse con
unos litros de alcohol en el cuerpo ayudando a que desapareciera su timidez.
Las vivencias y experiencias que tenía en el pueblo le
hacían sentirse más adulto frente a sus compañeros del instituto en la capital,
donde pasaba la mayoría del año, sobre todo en invierno. Aunque nunca alardeo
de ello ni le hizo ser el gallito del corral pues siempre había sido una
persona más bien dominable, manejable y bondadosa en todos los sentidos, nunca
rebelde ni desobediente y siempre necesitado de protección pero siempre
reservando en su interior algo de personalidad.
Mientras cursaba e intentaba terminar sus estudios
universitarios disfruto a tope de su adolescencia, tanto en el pueblo como en
la capital y cuando ya estuvo agotado de todo esto, encontró una mujer con la
que sentar la cabeza.
Ella tenía las ideas muy claras, aunque fuese más
joven que él y le gustó desde el primer momento porque le pareció una persona
inteligente y compartían muchos gustos y aficiones, entre ellas la lectura y el
cine.
Entonces, comenzó a analizar su vida en pareja, su
vida sentimental y empezó a pensar en voz alta:
—Aunque teníamos muchas cosas en común, fui yo el que
adapte mi vida y mis hábitos a los de ella. Yo salía con sus amigos, cosa que
le molestaba que yo hiciese con los míos. No le gustaba ir al pueblo, decía que
se sentía observada y criticada, veíamos a mis padres con poca frecuencia…
Vamos, abandoné a mi gente casi por completo.
Sofía tenía muchos cambios de humor, sobre todo cuando
no estabas pendiente de ella. Aunque ella físicamente era muy independiente,
pues por su trabajo tenía bastante vida social fuera de la pareja, no lo era
psicológicamente y debía de estar atento para mantenerla contenta en casi todos
los momentos para que no se derrumbara, teniendo mil detalles con ella…
llevándola a cenar o a celebrar cualquier cosa constantemente...
Pues un día de esos, concretamente un San Valentín,
fuimos a celebrarlo cenando en un restaurante, dejando los regalos mutuos para intercambiarlos
en los postres.
Abrí mi regalo, pensé, no sé un bolígrafo, una pluma
estilográfica, tenía toda la pinta, pero no… ¡era un test de embarazo! ¡Por
supuesto positivo!
—¡Estoy embarazada Germán! —me dijo. Y la verdad es
que en seguida me hice a la idea, pues entraba dentro de nuestros planes,
aunque no tan pronto, pero ya vivíamos juntos hacía un par de años. Así que me
hice el entusiasmado para que ella no decayera y ponerla contenta.
Después de un embarazo y parto normal, al tiempo,
volvió a hacer balance de su vida y pensó:
—La llegada de mi hija es lo mejor que me ha pasado en
la vida hasta el momento —pensó—. Ha colmado mi vida, la ha llenado de alegría
haciéndome sonreír cada día.
Germán, normalmente dedicaba mucho tiempo al cuidado
de su hija, ya que Sofía trabajaba a jornada partida y él a turnos, por lo que
era más fácil que él se hiciese cargo de ella. La llevaba al colegio, la
recogía, la llevaba al parque y pasaba la mayoría del tiempo con ella, cuando
su turno de trabajo se lo permitía, lo que les hizo tener mucha dependencia el
uno del otro.
Pero tal felicidad no era compartida, pues a Sofía no
parecía que esto le hiciera feliz y empezó a tener comportamientos y actitudes
raras.
—¿Me quieres Germán? —esta pregunta se la hacía
constantemente—. ¿Ya no te gusto?
—Claro que te quiero Sofía, ¡no digas tonterías! —y
realmente así era.
Así era, aun con su extraño comportamiento. Él todavía
la quería, pero la convivencia era cada vez más insoportable y la paciencia
tiene un límite.
Para colmar la situación a ella la despidieron del
trabajo, lo que agravó su ansiedad y sentía la necesidad de ocupar el tiempo de
alguna forma.
Sofía se acostaba muchas veces a deshoras e incluso a
veces tomaba pastillas para dormir, pues sus cambios de estado de ánimo le
habían hecho ir a visitar incluso al psicólogo, el cual se las había recetado
para que puntualmente se las tomase en grandes estados de ansiedad.
Una tarde, después de bañar a Raquel y acostarla,
Germán entró en su habitación y se encontró el bote de las pastillas en el
suelo y a Sofía inconsciente. Inmediatamente llamó a una vecina para que se
hiciese cargo de la niña, cogió el coche
y llevó a Sofía a urgencias del hospital.
Afortunadamente con un lavado de estómago todo tuvo
solución. El problema es que esto se convirtió en una costumbre y lo hizo
varias veces. Tal comportamiento a Germán le creaba una gran ansiedad y miedo:
¿cómo iba a dejar a Raquel con su madre?
Sin embargo, Sofía tenía momentos que parecía ser
feliz. Cuando le dedicaba más tiempo a Raquel y se veía ocupada y útil, se volvía más cariñosa y dedicaba bastante
tiempo a jugar con ella. Lo mismo ocurría cuando iban a visitar a sus padres,
cuando viajaban por vacaciones o cuando nos reuníamos con sus amigos en alguna
celebración. Entonces ella estaba tranquila y serena, habladora y optimista,
nadie notaba que pasaba por una depresión. En esos momentos de satisfacción
donde Germán engañado por su euforia, veía una familia feliz, le hizo suponer
que todo podría cambiar, que era cuestión de mucha paciencia, tiempo y su
correspondiente medicación, bien tomada, claro. Pero esto no fue fácil, pues la
cosa no cambio.
Con el tiempo la niña se daba cuenta de los cambios de
estado anímico de su madre. Notaba su ausencia y sobre todo notaba las fuertes
discusiones que tenían. Discusiones en las cuales, como vulgarmente se dice,
Germán “no entraba al trapo”. Primero por respeto a su estado, pues consideraba
que estaba enferma y segundo por su carácter, ya que no era su forma de actuar.
Esta apatía o pasotismo hacia sus gritos era lo que la sacaban de quicio.
—¿Hubiese preferido que me enfrentase a ella? ¿Hubiese
preferido que los dos gritásemos como locos? —volvía a preguntarse—. Pues no
sé, probablemente, pero puedo asegurar que yo, nunca perdí los papeles.
A eso de las siete de la tarde, un día tuvieron una de
estas discusiones. Bueno, tuvieron es mucho decir. Germán recordaba cual fue su
comportamiento:
—La verdad que yo no le hice mucho caso, pues ya
estaba tan acostumbrado… Esto es como aquel día que amanece con mucha niebla y
piensas, ¡bueno ya se irá y podré salir! y cuando ves que día tras día la
niebla no se va, ni puedes hacer nada para que desaparezca o quitarla tú mismo,
te armas de valor y decides salir y continuar tu vida aunque hoy haya todavía
más niebla que ayer. Pues esto es lo que a mí me pasaba, me había acostumbrado
a esa niebla, a esas discusiones en las cuales nunca llegábamos a ningún punto
de vista en común y con las cuales no conseguíamos ni siquiera poder sentarnos
y hablar como gente civilizada. Y así, una y otra vez.
Entonces, Germán recordó al milímetro lo que pasó
aquel día.
—¡Ella empezó a gritar como una histérica!
—Germán, estoy harta de esta vida. Yo no puedo seguir
así, yo no me esperaba esto. Trata de entender mi punto de vista, esto es
importante para mí, por favor escúchame…
—Mi reacción en primer lugar fue la de subir el
volumen al televisor, mi actitud no sé si fue correcta o no, pero la hizo
enfurecer todavía más y como seguía con
sus reproches, apagué el televisor, me levante y me fui callado hacia la
habitación. Ella me siguió:
—Me siento menospreciada por ti, mírate… ni caso me
haces…. bla bla bla….
—Llegó un momento que ni siquiera la escuchaba, hasta
que noté que había subido el tono todavía más y me pareció escuchar una
amenaza.
—Pues acabaré por denunciarte porque me siento
maltratada, porque ya estoy harta de que me ignores y lo haré cuando menos te
lo esperes….
Y tú, acabas
pensando, bueno ya se le pasará. Pero esta vez no fue el caso.
¡Imaginaros la cara que se le quedo cuando a las ocho
y media de la tarde aproximadamente llamaron a la puerta de su casa!
—¿Germán Artigas, por favor?
—Sí, soy yo ¿qué pasa? —¡Era la policía y venían a
arrestarme!
Lo esposaron y se lo llevaron al calabozo, sin
preguntar nada más, sin leerle sus derechos, sin presunción de inocencia. Ya
era culpable, ahora le tocaba demostrar si era inocente o no.
En cuanto tuvo ocasión, antes de ser encerrado,
consiguió localizar a su abogado, al cual puso al día de su situación lo más
rápido posible, evitando los rodeos y yendo al meollo del asunto. Parece que
esto lo tranquilizo algo:
—No te preocupes Germán, mañana tendrás un juicio
rápido e intentaremos hablar con ella para que recapacite y nos explique el
porqué de esta acusación —le dijo el abogado.
Antes de entrar al calabozo, un agente le dio una
bolsa:
—¡Quítese usted cualquier objeto que pueda ocasionarle
lesiones, incluido el cinturón y los cordones de los zapatos!
—No me lo podía creer, ¡no soy un criminal!... ¡No voy
a autolesionarme!... ¡Por favor que alguien me despierte de esta gran
pesadilla! —volvía a recordar amargamente.
Otro policía le facilito una manta y una esterilla
para dormir…
—¡Dormir! ¿Cómo iba a poder dormir?
Aislado en la celda se puso lo más cómodo posible y le
tocó pasar la peor noche de su vida. Estuvo intentando averiguar durante toda
la noche ¿qué había hecho? ¿Se merecía esto? ¿A lo mejor había hecho algo que
no recordara? ¿A lo mejor se comportó de alguna forma y no se dio cuenta?
Al día siguiente tuvo el llamado “juicio rápido” en el
cual, de primeras, el juez dictó orden de alejamiento por supuestos malos
tratos y prohibición de cualquier comunicación entre ellos.
—No me resultaba nada trágico el no ver a Sofía pero…
¡No ver a mi hija! Me dieron donde más me dolía pues de momento no tenía
derecho al régimen de visitas hasta un nuevo juicio. No sabía dónde ir, a quién
acudir y antes de hacer las cosas precipitadamente, aunque en primer lugar
pensé en mis padres, para no asustarlos y poder
explicarles lo ocurrido con más calma, decidí llamar a un amigo. Esa
noche la pasé en su casa y al día siguiente fui a hablar con mis padres. Me
tocó oír de labios de mi madre el típico comentario de: “te lo dije”.
—¡Hay dios mío! ¡Ya lo sabía yo que no era trigo
limpio! ¿Qué va a pasar ahora con la niña? ¡Ni se te ocurra volver con ella que
te conozco! ¡Que tú eres muy bueno pero lo que te ha hecho es una gran putada!
Es imposible que te haya querido alguna vez…. —y sigue y sigue.
—Pues tocó tragar, ¿qué iba a hacer por el momento?
Pero lo bueno que saqué de esto es que en ningún momento, ni mis amigos ni mi
familia dudaron de mi inocencia. Estaba desconcertado, desorientado, confuso.
Mi vida era de lo más normal y ¡una puta llamada había cambiado mi vida! ¿Es
tan fácil destrozar a la gente? Por lo visto sí.
Pasados dos días le dieron la orden para poder entrar
en casa para recoger sus pertenencias. Pero, ¡no coger el autobús llamar al
timbre y entrar, no! Lo tendría que hacer escoltado por un par de policías.
—Los guardias me informaron por el camino que Sofía
estaría allí y que por ley no podría llevarme nada que ella no me permitiera
coger.
Lo que más me sorprendió fue su actitud, allí estaba,
en la puerta de la habitación, llorando como una magdalena y susurraba:
—¡Lo siento, de veras lo siento!
—Con lo pacífico que yo era, en ese momento me hervía
la sangre… Estaba mal humorado, pero no le dirigí la palabra. Cargué un par de
mochilas y una bolsa con la ropa y las cosas personales que pude y volví a casa
de mis padres.
Germán tuvo que quedar varias veces con su abogado, el
cual, lo primero que le aconsejó es que en la siguiente cita judicial alegara
la enajenación mental de Sofía, su gran depresión, utilizando los partes
médicos de las veces que había tenido que llevarla a urgencias por sobredosis
de pastillas. Por supuesto, él guardaba dichos informes.
Al pasar una semana Germán se moría sin ver a su hija.
No podía estar tanto tiempo sin ella, sin saber cómo estaba, pero no podía
hacer nada hasta que el juez los reuniera de nuevo y sacarán algo en claro.
Pero no hizo falta, pues una tarde recibió una llamada
de teléfono:
—Hola Germán, soy Sofía. ¡Déjame hablar antes de nada!
¡No me cuelgues!
—¿Qué quieres? Sabes que no te puedes comunicar
conmigo.
—¡Que me perdones! ¡No quería hacerlo! ¡Sabes que no
estoy bien!
—Ya, pero eso no es excusa, esto no puede seguir así.
—¡Lo siento de verás! ¡Cómo se me pudo pasar por la
cabeza! ¡Fue una reacción impulsiva! ¡Ya he quitado la denuncia! ¡Por favor,
vuelve con nosotras!
Pensé:
—¿Ehhhhh? ¿Qué me está contando? —Pero me mantuve
callado al otro lado del teléfono.
—Raquel te echa mucho de menos, pregunta todos los
días por su papá. Le he dicho que pronto volverás.
De nuevo había tocado mi punto débil.
— Bueno ¿y qué propones? —le dije—. ¡No puedo romper
la orden de alejamiento!
—Pero ¿ya he quitado la denuncia? Por favor, ven… ¡te
necesitamos!
—Mira Sofía, tengo que pensarlo mucho, en este momento
estoy muy dolido. Te volveré a llamar en cuanto acomode mis ideas.
En un segundo, la vida de Germán volvió a complicarse,
era el momento de tomar una gran decisión. Por su cabeza pasaron todos los
consejos que le habían dado. Mayoritariamente los de no volver con ella en caso
de que se lo rogara, pero el consejo que más mella había hecho en su cabeza
era, cuando abandonó los juzgados, lo que le dijo uno de los policías al
devolverle sus pertenencias en la famosa bolsa.
—Si me permites, un consejo te voy a dar. No llevo
mucho tiempo en esta sección trabajando, pero por la poca experiencia que tengo
te diré que si alguna vez vuelves con tú mujer, ten seguro que volveré a tu
casa a buscarte.
—Me dejó de piedra. ¿Era esto tan común? ¿Se podía
poner tan fácilmente una denuncia falsa sin consecuencias? ¿Tantos hombres
volvían al hogar tras ser denunciados?
Así que estuvo dos o tres días pensando intensamente.
Pensando en lo que opinarían los demás, en los pros y los contras y se dio
cuenta, que el dolor y el rencor que sentía hacía Sofía hace tres días, cada
vez era menor, porque había una cosa con la que la gente no contaba: ¡él
necesitaba ver a su hija! Necesitaba verla y llamó de nuevo a su abogado para
decirle que ella había retirado la denuncia. El abogado le informó de que
aunque la hubiese retirado todavía estaba activa la orden de alejamiento, así
que le aconsejó que no quebrantara la
ley. Al contrario del resto de la gente, familiares y amigos, el le aconsejó
que volviese con ella si no quería perder la custodia de su hija, así que “hizo
de tripas corazón” y llamó a Sofía.
—Hice caso omiso a la indicación del abogado y quedé
con Sofía. Verdaderamente nuestros primeros encuentros fueron apacibles y
hablamos mucho, tranquila y serenamente. Ella juraba y perjuraba que me quería,
que la perdonara, que nunca iba a volver a hacerlo. Así que, fingí que la
perdonaba y volví a mi casa. Allí estaba todo lo que yo necesitaba, todas mis
cosas, todas mis pertenencias y además lo más querido, Raquel. No tenía otro
lugar que pudiese considerar mi hogar.
–Lo poco que conviví con ella fue una convivencia
normal. Sofía tomaba su medicación según prescripción médica y parecía otra
persona. Nunca me ha importado mucho lo que la gente pensará, ya tenía
suficiente con mis propios pensamientos. Tenía muchos momentos de
arrepentimiento y todos los días pensaba en mi situación, sobre todo cuando me
acostaba al lado de ella en la cama. A veces, tenía miedo y me decía a mí
mismo: no puedo hacer nada, “me tiene
cogido por los huevos”.
—¿Realmente era feliz? En algunos momentos sí, pero
podía serlo mucho más.
–Ahora ya estaba dentro y desde aquí era más fácil ir
tejiendo mis nuevos planes. Intenté volver a mis antiguas amistades y cuando
ella se iba a pasar el fin de semana con sus padres, volvía de vez en cuando al
pueblo de mis abuelos. La gente del pueblo es fantástica, ya pueden pasar los
años sin tener contacto con ellos que siempre te consideran su amigo, ¡nunca me
dieron de lado!
—Por eso, hoy es el día de salir definitivamente de
esta casa. De esta casa que ya no siento como mía ni mi hogar.
En el pueblo Germán conoció a Begoña, su actual
pareja. Nada que ver con Sofía, ni el mismo carácter, ni los cambios tan
bruscos de humor, vamos otro cantar. Una persona que le hizo darse cuenta de lo
que es el amor.
—En la relación que tenía con Sofía yo no estaba
enamorado, estaba acomodado. Mi único amor era mi hija.
Su abogado consiguió que ni siquiera llegaran a
cursarle un expediente de antecedentes penales ya que la denuncia fue retirada
rápidamente y debido a que su expediente estaba limpio y a la alegación de los
problemas mentales de Sofía, a lo largo de unos años, de unos años muy duros de
convivencia, consiguió la custodia compartida de su hija.
—Con el tiempo Sofía incumplió su régimen de visitas y
tras una nueva revisión de la custodia el juez me concedió la custodia integra
de Raquel acreditando que yo era el principal cuidador y el progenitor idóneo
para ejercer la custodia. Ahora vivimos en el pueblo, en casa de los abuelos
que ya fallecieron y aunque todavía no convivo con Begoña (ni prisas tengo),
soy plenamente feliz y sonrió al pensar que mi hija probablemente viva la
infancia y la adolescencia que yo tuve.
–Después de ser denunciado falsamente por violencia de
género o violencia machista o como quieran suavizarlo, siempre he pensado que
es muy fácil usar la palabra “maltrato” la cual trae tras de sí muchas
consecuencias. Pero ¿existe alguna consecuencia para la persona que pone la
denuncia falsa? Pues creo que no, salvo que la ley haya cambiado actualmente.
Tampoco me intereso mucho por estos casos, ni guardo rencor hacia Sofía, de la
cual hace mucho tiempo que no se nada. Seguro que está viviendo su propio
cuento de hadas en su mágico mundo.
Yohana Borobia Carcas
Zaragoza, 6 de abril de 2014
Primavera aragonesa, camino tus valles, ríos y montañas.
Coloréate de arcoíris y da tu belleza
a este público que pide tu llegada.
Primavera en el Pirineo Aragonés
Mari Andrés
Primavera en el Pirineo Aragonés
Deshielo exuberante
deja ver la
fuerza del agua bravía
que con caricias
pasa los obstáculos
pero siempre
halla salida.
Edelweiss flor
de invierno
qué ganas de
verte
la esperanza no
la pierdo
mientras las
mariposas sigan el vuelo
Primavera
cantora,
pido ver tu abrir
de amapolas,
que los seres te
traten con amor
y así despertar
con tu resplandor.
Primavera
aragonesa
camino tus
valles, ríos y montañas.
Coloréate de
arcoíris y da tu belleza
a este público
que pide tu llegada.
Mari Andrés
Zaragoza,
11 de abril de 2014
Y en
ese momento me cogió del cuello del jersey con todas sus fuerzas que no eran
pocas y se inclinó hasta casi rozar sus labios en mi oreja….todo mi cuerpo se erizó.
¿Qué me estaba pasando? ¿Iba a besarme?
Renunciar
a su amistad por las apariencias. Era cruel, pero así era yo. Pusilánime.
Encontrarás
los besos
David Garcés Zalaya
Encontrarás los besos
—Encontrarás los besos, hijo. No te preocupes —me
decía mi madre mientras me consolaba. Yo lloraba desesperadamente. Como nunca
lo había hecho. No sabía que el amor era tan doloroso. Era una nueva sensación
y no me estaba gustando nada—. Lo que pasa es que esos besos no eran para ti.
Nada más. Ya encontrarás los tuyos. Seguro hijo, ya lo verás.
Mi madre me abrazaba con todo su amor y yo me estremecía
en su seno. No hay sensación más placentera en el mundo que esa.
—Has despertado al amor, hijo. Y eso a veces duele.
—¿Por qué? ¿No dicen los mayores que es maravilloso? —
grité indignado.
—Es como cuando pegas un estirón —prosiguió mi mama
sin inmutarse—, que te hace más grande pero te duelen las piernas unos días.
Luego se pasa y te encuentras mucho más alto y guapo que antes.
—¡No! ¡No es lo mismo! —yo no lo entendía, claro está.
—Seguro que hay otras muchas chicas deseando conocerte
—aquella mujer era todo paciencia y amor.
—¡Yo no quiero a otra! ¡Yo la quiero a ella! ¡Quiero a
Julia!
Unos días antes nos encontrábamos en clase de mates y
Doña Remedios nos puso un problema súper complicado. Yo no tarde mucho en
resolverlo, era de los alumnos más aventajados de mi clase. Cosa que no era
difícil viendo el panorama que tenía aquella arpía de docente. Como cuando me
sabía la lección o resolvía algún problema no podía parar quieto, empecé a
decir:
—Lo tengo.
Dos segundos después repetí.
—Profe, lo tengo.
Aquella mujer parecía no escucharme.
—Doña Reme… ya está.
Por Dios, ni mirarme siquiera.
—Señorita… me lo sé.
¿Se habría quedado sorda? Entonces empleé mi mejor
truco. Levante la mano. El resto de compañeros me miraban con recelo, mientras
intentaban no quedar en ridículo tardando demasiado. Pero claro, no podían
concentrarse conmigo dando el coñazo. Yo lo sabía, y me encantaba.
El brazo se me estaba durmiendo. Tuve que apoyar mi
mano derecha erguida al cielo con el dedo índice apuntando al techo para pedir
audiencia a la bruja sorda, en mi mano izquierda, que formaba un perfecto
ángulo recto con mi codo descansando sobre la mesa. Con eso tenía que bastar,
¿no?
Decidí entonces emplear toda la artillería y sentarme
de rodillas en mi silla para hacer mas énfasis con mi cuerpo totalmente
estirado. Entonces dije tranquilamente…
—Vamos mujer…
Entonces ella me miró. Levantó la vista de los
ejercicios que estaba corrigiendo. Se le notaba en los ojos que llevaba tiempo
reprimiendo el impulso de mandarme al pasillo y dijo.
—Ánchel, al radiador.
—¿Por qué? Yo me lo sé…
—No se hable más. Levántate, vete a la esquina y
permanece en silencio hasta que finalice la clase.
A mi no me gustaba discutir, eso era cierto. No estaba
de acuerdo con el castigo pero sabía que empeoraría la situación si le hacía
algún reproche. Así que obedecí y me fui para la esquina de la clase. Allí
teníamos una mesa al lado del radiador de cara a la pared y religiosamente la
visitaba de cinco a siete veces a la semana. Principalmente por hablar en
clase, y otras como hoy, por pesado y pedante.
Cinco minutos después Doña Remedios nos indicó que ya
era la hora de recoger. Yo como quería aprovechar la tarde seguía copiando
línea tras línea mi habitual castigo: cien veces la frase “Guardaré silencio en
clase”. Noté que alguien me llamaba en el brazo y me giré. Era ella. Julia.
—Ánchel, ¿qué te da el problema?
Lo dijo con esa voz tan dulce, como queriendo decir
algo más. O eso entendí yo.
—¿No lo sabes?
—No —que seca y tajante.
—Vamos Julia. Tú eres de las listas. Seguro que lo
sabes.
—Te digo que no —y en ese momento me cogió del cuello
del jersey con todas sus fuerzas que no eran pocas y se inclinó hasta casi
rozar sus labios en mi oreja. Todo mi cuerpo se erizó. ¿Qué me estaba pasando?
¿Iba a besarme? Seguro...
Tenía mas fuerza de la que yo creía y me hizo caer
sentado sobre la mesa.
—Dímelo ya.
Fue entre un susurro y la mayor de las amenazas que yo
había oído. No era lo que precisamente me esperaba. Permanecí en silencio y la
dulce Julia me encajó un pellizco en el antebrazo que me sacó un moratón que
lucí orgulloso durante tres semanas. Ella era todo orgullo y no podía consentir
quedar detrás de un granjero como yo. Con su vestidito rosa, su media melenita
rubia como la paja y esa maravillosa sonrisa que me estaba volviendo loco.
¡Que dolor por Dios!
Solo atiné a decir…
—Trece… Sale trece.
Entonces ella aflojó el pizco de mi antebrazo, me
sonrió y le dijo a su amiga Caridad— Ves, solo hay que apretarles un poquito.
Las dos salieron de clase riendo junto al resto de
compañeros, excepto Matías y Ana Carmen. Ambos vinieron a interesarse por mi
salud. Yo les dije que estaba bien aunque dos lagrimones de dolor surcaron mis
mejillas.
—¿Vamos a la era a jugar a futbol? —me preguntó
Matías.
—No Mati, tengo que acabar el castigo y luego ayudar a
mi padre con el ganado. Estará a punto de llegar con el rebaño de pastar y
quiero estar allí cuando lo haga.
—Pues vale —esa era la frase favorita del bueno de
Matías. Para bien o para mal todo se zanjaba con un “pues vale”.
Salimos los tres rezagados y a lo que llegamos al
patio para salir del recinto Matías salió corriendo porque su madre lo estaba
esperando. Ana Carmen y yo seguimos paseando por los caserones que enlazaban el
recorrido desde el colegio hasta mi casa. Una vez en la puerta, Ana Carmen me
preguntó.
—¿Quieres que te ayude con los deberes?
—No, prácticamente no tengo. Ya los he terminado.
—Y con el castigo… —aquella chica no se rendía.
—No, no. Lo acabaré esta noche. Bueno… tengo que
entrar. Como te he dicho va a llegar mi padre.
—Hasta mañana pues… —lo dijo con resignación. Pero
rápidamente me soltó un beso en la mejilla y salió corriendo como un rayo.
Yo me quedé allí pasmado en la puerta de mi casa
viendo como se alejaba corriendo, con la mochila a cuestas malamente ajustada
dando tremendos botes sobre su espalda cuando ella daba las zancadas y sin
entender nada. La chica que me gusta, que claramente estábamos hechos el uno
para el otro, me pellizca, y mi amiga me suelta un beso y sale corriendo.
La vi perderse en el horizonte, a lo largo del camino,
pues su finca estaba a medio kilómetro del pueblo, justo en el momento que se
cruzaba con mi padre que venía con el ganado de pastar. Mi madre se asomó a la
ventana y me gritó.
—¡Ánchel! ¡Viene tu padre! ¡Ábrele los corrales!
Yo seguía ensimismado en mis cosas y tuvo que volver a
repetírmelo. Esta vez capte el mensaje y me apresuré a tener todo listo. Tiré
la mochila al suelo y entré a la granja. Al girarme me pareció ver a unos niños
que se escondían tras los muros del vallado del caserón anterior al mío. Me
detuve un momento para observar mejor, pero no. Debían ser imaginaciones mías.
Así que salí corriendo. Abrí los dos portones de madera que franqueaban la
granja. Cruce como alma que lleva el diablo todo el patio interior que había
hasta llegar a los establos y llegué a los corrales de las ovejas. Allí abrí
las puertas que con hierros y tubos había hecho mi padre y me dispuse a llenar
los abrevaderos para que cuando llegaran los animales tuviesen agua para aliviar
la caminata. Siempre regresaban con sed, y eso que mi padre les permitía
refrescarse en las acequias y en un estanque cercano que solían frecuentar.
El primero en llegar fue Pulgas, mi perro. Aturullado
como siempre, cuando estaba a escasos metros de entrar en la granja aceleró el
paso y se desentendió de las ovejas y cabras para venir a verme como un poseso.
El ya intuía que yo estaba como de costumbre preparando todo para la llegada de
mi padre y del rebaño. Yo lo recibí con mil caricias y él no paraba de dar
vueltas alrededor mío moviendo compulsivamente su rabo peludo.
Seguidamente llego mi padre con el resto de animales.
Corrí a abrazarle y Pulgas detrás de mí. Juntos recogimos el ganado, repusimos
forraje al macho y revisamos los comederos de las vacas, di de comer a las
gallinas mientras mi padre limpiaba las pocilgas de las cerdas y prácticamente
ya había anochecido. Nos gustaba nuestro trabajo. Lo hacíamos en silencio,
disfrutando de los animales, del sonido de los pájaros, del silencio de aquel prado,
del atardecer, y sobre todo de nuestra compañía. No teníamos que decirnos nada,
simplemente estábamos a gusto así.
Mi padre me miró desde su posición e hizo un gesto
interrogatorio con la cabeza, levantándola hacia arriba, para preguntarme como
iba. Yo ya tenía a las gallinas apañadas y él había acabado con los tocinos. Le
respondí asintiendo repetidamente con la cabeza y él me respondió haciendo otro
gesto ladeando la cabeza e indicando hacia la casa. Eso quería decir que ya
habíamos acabado la faena por hoy. Ambos caminamos hacia el hogar satisfechos,
y cuando estuve a su altura me zarandeó la cabeza con su enorme mano y me
preguntó.
—¿Tienes deberes, Ánchel?
—Si padre. Unos pocos, y luego debo terminar el
castigo.
—¿Qué ha ocurrido?
—Lo de siempre padre. Que doña Reme no me deja
contestarle a sus problemas, me pongo nervioso porque me lo sé, insisto y… soy
tan pesado que al final termina castigándome por molestar a mis compañeros.
En realidad no iba a decirle que saqué a la profe de
sus casillas con mi oportuno comentario. Eso si que seguro que le iba a
molestar. Que fuera más listo que el resto e impertinente eso lo aceptaba, le
halagaba, e incluso que fuera un poco insoportable a veces, pues no le
molestaba en exceso. Pero de ahí a que incomodara a la maestra había un trecho
que mi padre no iba a consentir. Ante todo educación y respeto a los mayores. Y
sobre todo a un profesor. Una figura casi sagrada en aquellos años y tan
denostada últimamente por la sociedad y mancillada por el gobierno de turno.
Entramos en silencio al caserón por el garaje y mi
madre nos recibió con besos y abrazos. Mi padre se desnudó allí mismo y yo hice
lo propio. Habíamos habilitado recientemente un baño completo en esa estancia
para poder dejar la ropa sucia del trabajo diario y asearnos sin tener que
pasar por toda la casa llenos de porquería. Mi madre estaba tremendamente
contenta con aquella obra. Le ahorraba tener que ir tras nosotros escoba y
fregona en mano para limpiar todo lo que nuestras botas repletas de suciedad de
toda la jornada iban regalándole al terrazo. Cuando terminó mi padre me bañé yo
y me puse mi “chándal de las tardes”. Yo llamaba así a aquella prenda deportiva
que lucía rodilleras, coderas y varios escudos para tapar todos los descosidos
que le hacía cada vez que me enganchaba con algo o me revolcaba por el suelo.
Mi madre ya no tenía mas tela para tapar con parches, prácticamente parecía un
piloto de Fórmula 1 con tanto apaño encima pero la economía no estaba para más
ropa y mucho menos para marcas caras. Por aquel entonces todavía no existían tiendas deportivas con
ropa barata. Si tenías que comprar algo tenias que acercarte a la ciudad y
dejarte unos cuantos duros. Así que aprovechábamos esos tejidos hasta límites
insospechados. Éramos generación EGB., con eso estaba todo dicho.
Una vez uniformado para pasar la tarde lo mejor
posible me dispuse a merendar. Mamá había preparado un bocata de chorizo de
Pamplona con aquel pan del señor Emiliano, panadero de conocido prestigio en la
zona que aventajaba en salero y talento a todos sus colegas en cincuenta
kilómetros a la redonda. Lo había untado con tomate de nuestro huerto y
rellenado con sendas lonchas de aquel manjar de chorizo picado. Eran las seis y
media de la tarde, empezaba “La bola de cristal” y no podía estar mejor en esos
momentos en ningún otro sitio del mundo.
Después de merendar terminé mis deberes y castigo y ¡a
jugar! Podía pasar horas con aquella granja, sus animalitos en miniatura y
aquel granjero que yo había bautizado como Ánchel y aquella granjerita diminuta
de cabellos dorados que yo, pobre iluso, llamaba Julia.
Y esa básicamente era mi rutina. Otras tardes mi padre
me liberaba del trabajo en la granja para aprovechar los rayos de sol y salir
con Matías a pescar, coger cangrejos o ranas, jugar a la pelota en la era o
montar en bici. Sabía que era un niño de diez años y necesitaba mi tiempo de
recreo. Pero yo, si había faena en casa, siempre me quedaba con él.
A la mañana siguiente me disponía a ir al colegio como
de costumbre. Me gustaba madrugar y ya había dado vuelta por la granja para
comprobar que todo estaba en orden. Solía hacerlo todas las mañanas, aunque no
era necesario porque mi padre ya lo había hecho antes, pero yo lo hacía
igualmente y me sentía muy importante al tener esa responsabilidad que todavía
el cabeza de familia no había delegado en mí. Una vez acabé mí recorrido por
los establos y desayuné convenientemente mi vaso de leche con galletas, cargué
la mochila sobre los hombros y abandoné la casa despidiéndome a gritos de mi
mama y de los perros que me acompañaban saltando alrededor mío hasta los
límites de la finca. Cerré la puerta con cuidado y allí estaba Ana Carmen.
Parecía que estaba esperándome ahí sentada, sobre los fríos bloques de piedras
sobre los que descansaba el vallado perimetral de mi casa.
—¡Hola Ánchel, buenos días! —Ella me dedicó su mejor
sonrisa con aquellos dientes amontonados en su diminuta boca.
—Hola Ana Carmen. ¿Estabas esperándome? —le pregunté.
Aunque ya sabía que sí y sabía cual iba a ser su respuesta.
—Nooooo, que va. Acabo de llegar ahora mismito —mentirosa.
—¿Vamos a buscar a Mati? —la verdad es que la idea de
estar a solas con ella después del beso de ayer no me atraía mucho. Nada en
absoluto, vamos.
—Como quieras.
¿Que le pasaba a esta chica que no paraba de sonreír?
Estaba finalizando el mes de octubre, las mañanas y las tardes acortaban su
duración considerablemente y en nuestra zona comenzaba a hacer una temperatura
bastante fresca a esas horas. Mi madre me había plantado aquel abrigo con capucha
que a mi me parecía mas propio para ir a catequesis que otra cosa pero no podía
contradecirla. Ana Carmen me colocó perfectamente el gorro del abrigo con suma
delicadeza y cuando finalizó me ajustó la cremallera hasta la garganta. Se
quedó paralizada frente a mí con las palmas de sus manos sobre mi pecho. ¿Qué
hace esta tía? Ella cerró los ojos lentamente y empezó a entreabrir los labios
y a acercarlos a los míos. ¿Qué va a besarme esta loca? Y yo, ¿qué se supone
que debo hacer? En ese momento decidí sobrevivir a la razón y no dejarme llevar
por sus impulsos. Lentamente dí un paso hacia atrás y ella, todavía con los
ojos cerrados, ligeramente tropezó al no encontrar mis labios. Yo, muy sagaz
para casi todo excepto para el amor, interpreté que se estaba abalanzando sobre
mí y reaccioné rápidamente haciendo un medio giro lateral sobre uno de mis
pies, lo que dejo todo el espacio vacío para que la pobre chica perdiera
totalmente el equilibrio y fuera a dar de bruces en el suelo.
Hubo un par de segundos de silencio. Para mí
parecieron años. Ella permanecía en silencio tendida en el suelo bocabajo con
los brazos semiextendidos. ¿Qué se supone que debo hacer? Simplemente pregunte.
—¿Estás bien?
Ella comenzó a levantarse lentamente y con gesto
serio. Se colocó sus gafas panorámicas y muy dignamente se estiró el vestido,
se sacudió el polvo y se atusó esos pelos de alambre que nunca dibujarían una
perfecta melena porque no era la clase chica que permanece con su peinado
inmaculado desde que se levanta hasta que se acuesta, era muy inquieta y no
paraba ni un segundo. Frunció el ceño, se dio media vuelta y se largó.
Yo cogí su mochila y salí tras ella. No entendía nada
de lo que estaba pasando pero no me gustaba verla disgustada. Al fin y al cabo
era mi amiga.
—¡Oye! ¿Pero estás bien? —insistí.
Se giró como una culebra al verse amenazada. Yo que
venía a paso ligero tras ella casi me dí de bruces con ella. Tuve que frenar en
seco y quede a escasos milímetros de su cara.
—¿Oye? ¿Oye? ¿Eso es todo lo que tienes que decir? —me
gritaba.
—Pues sí —¿qué le iba a decir yo? ¿Qué esperaba?
—¿Por qué te has apartado, idiota?
—Porque ibas a besarme —era obvio, ¿no? Pues al
parecer no.
Ella rompió a llorar.
—¿Pero te duele algo? —me preocupé.
—No.
Me arrancó su mochila de las manos, se la cargó a la
espalda y prosiguió su camino. Yo la seguía tres o cuatro pasos por detrás sin
atreverme a decir nada. En realidad no sabía que decir. Era complicado. Mucho
más que los problemas de Doña Reme. Iban a tener razón los amigos de mi padre cuando
le acompañaba a la partida de dominó a la cantina y me decían: “Pequeño, ¡qué
complicadas son las mujeres!”
—Entonces, ¿por qué lloras?
—¡También esto tengo que explicártelo! —se indignó.
—Pues no estaría mal… Así por lo menos me enteraría de
algo.
En esos instantes llegamos al recinto escolar. Allí
los niños íbamos colocándonos en fila en la puerta de acceso para entrar
ordenadamente a las aulas. Nosotros seguíamos enfrascados en plena discusión.
Ocupamos nuestro lugar en la fila como autómatas. El mundo podía haberse
detenido en ese instante y no darnos ni cuenta. De hecho eso había ocurrido.
Todos los compañeros observaban atentamente nuestra pelea sin percatarnos.
Hasta que una voz inoportuna nos devolvió cruelmente a la realidad.
—¡Anacardo y Ánchel son novios!
Sonó a cantinela infantil. De esas que todos los niños
repiten señalando con el dedo. Y efectivamente, acto seguido eso fue lo que
ocurrió. Todos aquellos malditos nos apuntaban con su índice y repetían al
unísono:
—¡Anacardo y Ánchel son novios!
Las risas y los chascarrillos se repetían sin cesar.
Nosotros los mirábamos boquiabiertos sin saber que decir. Todos nos señalaban y
reían, y repetían sin cesar…
—¡Anacardo y Ánchel son novios!
Yo iba a reventar. ¡Serán bastardos!
—¡No somos novios! —grité.
Ana Carmen se arrancó de nuevo con el llanto. Esta vez
en silencio. Con leves gimoteos que me rompieron el alma.
—Si que lo sois —de entre la multitud sobresalió la
voz del líder de aquellos inútiles. Era Fernando Pérez, un bruto de mucho
cuidado que por menos de nada te arrancaba la cabeza de un sopapo.
—¡Ana Carmen es mi amiga! —me defendí. Esto se estaba
convirtiendo en un plató de programa barato del corazón con tertulianos
enzarzados.
—¿Y por qué te besó Anacardo ayer cuando se despidió
de ti? —al parecer mis sospechas de que alguien nos estaba observando eran
ciertas.
—Buena pregunta —girándome hacia Ana Carmen. Y todas
las miradas se centraron en ella.
En ese momento Doña Reme abrió las puertas del
edificio y en silencio como siempre subimos uno tras otro los peldaños que nos
conducían a una jornada escolar presumiblemente muy dura. Menudo día nos
esperaba.
La mañana trascurrió con normalidad, cada uno a sus
cosas. Matemáticas y Sociales pasaron rápido entre problemas y lecturas. Y
llegó el momento de salir al patio. Los niños extrañamente nos dejaron en paz y
todos salieron lanzados al tiempo de recreo con sus trozos de pan con chocolate
o mortadela. Algún afortunado o pudiente llevaba orgulloso esa nueva delicia
que acabábamos de descubrir: el Bollycao. Eso duraba hasta que te topabas con
Fernando Pérez y se lo zampaba dedicándote en el intento uno de sus mejores
sopapos. Esto era así. Y ese bestia era así.
Yo bajaba pensativo hacia el patio tras Ana Carmen,
intentando medir bien mis palabras. Quería saber como estaba y a la vez dejarle
claro que para nada éramos novios, no fuera a ser que con la locura colectiva
se hubiera hecho ilusiones. Ella iba a abrir la puerta para salir al patio y yo
le cogí la mano para detenerla y obtener toda su atención. La puerta se abrió
lentamente y salimos al recreo cogiditos de la mano, por accidente por
supuesto, para jolgorio y disfrute del resto de compañeros que estaban
esperando nuestra salida arremolinados en la salida. Ellos dedicaron la clase
de mates y parte de sociales en quedar para atormentarnos durante el recreo
mediante mensajes escritos en papelitos enviados mesa por mesa sin que nosotros
ni Doña Reme nos percatáramos. Así que allí estábamos, de la mano,
sorprendidos, ante esa zarracatalla de locos bajitos que nos gritaban las
típicas arengas que se dedican a los novios en las bodas: “¡vivan los novios!”
y el famosísimo “¡que se besen!”
Para colmo tiraban papelitos que habían arrancado de
sus libretas a modo de confetis y después volvió la dichosa cantinela:
—¡Anacardo y Ánchel son novios!
Los próximos días pasaron lentos, sobretodo en el
colegio. Ana Carmen y yo apenas hablamos. Ella decidió mantener las distancias
y yo no hice nada para remediarlo. Otra muestra más de mi cobardía. Prefería
evitarla para no tener que dar explicaciones al resto de borregos de la
escuela. Renunciar a su amistad por las apariencias. Era cruel, pero así era
yo. Pusilánime.
Por lo demás en la granja había trabajo más que
suficiente para tener la mente ocupada y el fin de semana lo dediqué a ayudar a
mamá a preparar los cardos. Ella era la que se encargaba del huerto, siempre
con la ayuda de mi padre, pero a aquella mujer le gustaba tanto la labor en el
campo que se la dejábamos para ella. Disfrutaba tratando con sumo cariño frutas
y verduras, hortalizas y legumbres. ¡Menudo huerto le había preparado papá!
Hace un par de años compró un campo yermo de un vecino del pueblo, más
preocupado por el vino y las faldas que por las labores de la tierra. El caso
es que como estaba pegado a la granja, hicieron un gran esfuerzo y tapiaron
todo el perímetro para evitar los hurtos, y las gamberradas de críos
despiadados que se divertían destrozando los hortales. Todos sabían quienes
eran pero nadie ponía remedio. Y así pasaban los días, campando a sus anchas
con Fernando Pérez como miembro destacado.
Dedicamos una mañana para taparlos con mucho cuidado.
Tenían que estar listos para Navidad y su maldita tradición de cenar cardo.
Habiendo langostinos, ensaladilla rusa o cualquier parte de la anatomía del
cerdo, por ejemplo, ¿quién quería cenar cardo en una noche tan especial? Y así
pasamos la mañana del sábado, cubriendo sus tallos con papel de periódico para
que las pencas se blanquearan y resultaran más tiernas y apetecibles. Las
protegimos del sol y así las dejaríamos durante aproximadamente un mes. Mi
padre mientras tanto se apresuraba con las faenas de la granja para estar libre
toda la tarde. ¡Hoy nos íbamos al cine! ¡Iríamos a la ciudad! Estrenaban
Lo del cine es genial, pero lo de la ciudad no tanto.
Mi padre siempre se enfada porque no puede aparcar y luego está la gente. Que
arisca y desagradable. Te cruzas con ellos y nadie te saluda como aquí en el
pueblo. Son unos desustanciados. Mamá dice que es normal porque no nos conocen,
pero a mí eso no me convence. Vale que a mí no me conozcan porque soy de otro
sitio, pero entre ellos que son vecinos de la misma ciudad y seguro que se
conocerán, tampoco se saludan. Maleducados.
En el viaje de vuelta para casa entre juegos con mis
granjeros, que por supuesto me lo había llevado, y contar árboles (algo
divertido y que se me daba muy bien) estuve maquinando un plan que me ayudara a
conseguir lo que yo quería: a Julia.
A la mañana siguiente mi madre insistió en que fuera a
misa y a catequesis. Yo no quería ir ni por asomo, pero obedecí. Después de
comer y la tan discutida siesta (nadie se ha percatado de que los niños de diez
años no necesitamos dormir siesta), me dispuse a componer los versos mas
bonitos y maravillosos que mi mente pudo imaginar. Me llevó toda la tarde
porque los repase hasta catorce veces intentando mejorarlos. Al final llegue a
la conclusión de que no se podían mejorar más. Estaban perfectos. Me tumbe en
la cama y empecé a imaginar como sería mañana, en clase de mates pasándole el
papel con aquellos maravillosos versos que describían su belleza y mi amor
secreto por ella. Los leería a escondidas y se sonrojaría alagada, me miraría
de reojo y nada mas acabar la clase sin esperar siquiera a bajar al patio me
daría el beso mas apasionado y maravilloso que pudiera imaginar. Era
perfectamente perfecto.
El día amaneció como todos, con el gallo alborotando
al alba. Yo me vestí enseguida, desayuné y para el cole. Rápido, sin esperar a
nadie. Ni a Ana Carmen ni a Matías. Sólo con mi mochila, mis pensamientos y mi
poema. Sin siquiera dar vuelta por la granja. ¡Qué me estaba pasando!
Llegue el primero. No me atreví a cruzar una sola
mirada con Julia en toda la mañana. Ella vino con Caridad y enseguida estuvo
rodeada por los moscones de sexto y Fernando Pérez. Ese bruto, maleducado,
insolente, asqueroso, insoportable y bigotudo. Subimos en silencio y pasó la
eterna primera hora. Luego mates, mi momento. En plena división con decimales,
con toda la atención centrada en el poema que tenía en la última hoja, me
dispuse a acercarme lo más posible al pupitre de Julia. No llegaba desde mi
posición ni estirándome todo lo que mi cuerpo era posible. Tendría que
levantarme si quería hacérselo llegar sin tener que utilizar intermediarios
chismosos que pudieran interceptar el mensaje. Así que sigilosamente pasé por
la mesa de Matías y llegue hasta la de mi secreta amada. Mati me miraba
sorprendido. No era propio de mí levantarme en medio de una clase. Le hice un
gesto con el dedo para que se mantuviera en silencio, pero me despiste y tire
con la otra mano el estuche de una compañera. Una cajita metálica para guardar
los lápices, pinturas y bolígrafos. Se estrelló contra el suelo haciendo un estruendo
monumental. La niña chilló asustada por el ruido y Doña Reme levantó la vista y
allí me encontró, en medio del aula inmóvil y con el papel en mi mano.
—Ánchel, al radiador —sin preguntarme siquiera que
estaba haciendo.
No rechisté lo más mínimo. Agaché la cabeza y me fui
para la esquina.
—¡Espera, espera! —me inquirió la bruja—. Recoge lo
que has tirado.
Sin protestar deje el papel sobre una mesa y me
dispuse a recoger aquel estropicio, cuando de repente la voz nasal de Caridad
comenzó a recitar en voz alta:
—Eres tan bonita, como
¡Mierda! ¡Esa arpía estaba leyendo voz en grito mi
poesía secreta! Me levanté como un rayo y le arranque el papel de sus manos.
Ella forcejeó y no se cómo acertó a leer el último verso:
—Te quiero Julia.
Y al darse cuenta de la trascendencia de lo que estaba
leyendo lo repitió chillando.
—¡Pone te quiero Julia!
La profesora que observaba divertida la situación se
acercó y me hizo entregarle aquel dichoso papel. Lo leyó en silencio y me
señaló la mesa de la esquina. Me animó a irme con sarcasmo y cierto retintín
mientras pronunciaba:
—A la esquina, Romeo.
Cabizbajo y avergonzado me senté allí sin levantar la
cabeza de mi cuaderno en lo que quedaba de mañana.
Todos conocían ya mi secreto, no tenía sentido
esconderlo más. Ni siquiera negarlo hasta la saciedad daría resultado, más bien
resultaría patético. Así que como los quehaceres diarios en el colegio eran
bastante aburridos por su simpleza, decidí tomarme un receso para reflexionar
sobre todo lo ocurrido: Ana Carmen quiso besarme, Fernando Pérez lo vio y yo
negué a mi amiga. Buen palmares. Ahora he de centrarme en Julia, porque todavía
no sé si seré correspondido. Lo que es seguro es que se ha enterado. Ella, y
toda la clase, incluida Doña Reme. ¿Y si yo también le gusto? Aún hay
esperanza…
—Bueno chicos, resolvamos el problema —Doña Remedios
estaba dando por finalizado el tiempo para hacer las tareas y solíamos corregir
el primero en clase a modo de ejemplo. La mayoría de las veces salía algún
compañero pero a la definitiva acababa resolviéndolos yo, o Julia claro, ella
también es muy lista. Todo esto estaba ocurriendo ajeno a mí, pues tenía toda
mi atención puesta en resolver la duda que me atormentaba: ¿y si yo también le
gusto?
De repente un alboroto, risas, chismorreos y dedos
señalándome. Y la voz de Doña Reme chillándome desde el encerado.
—¡Ánchel! ¡Por el amor de Dios! ¡Quieres atender! ¡Ven
aquí de una vez y resuelve el problema!
Yo estaba absorto en un mundo maravilloso en el que la
duda se había resuelto y cómo no, la situación me era favorable. Que bonito.
¡Pero que breve! Esa bruja me había sacado a empujones de mi rincón onírico.
Arpía. Y por lo visto llevaba un buen rato llamándome. Y como las musarañas
habían decidido embelesarme, olvidaron por completo indicarme cual era el
problema a resolver. Esta fue la primera vez en más de diez años de vida, que
no son pocos, que no supe aclarar la incógnita. Y no fue en mi rincón del
radiador, ni en mi casa con mi chándal parcheado, no. Tuvo que ser enfrente de
todos mis compañeros: sucios, chismosos, envidiosos y cortitos. Eso es lo que
eran, sobre todo cortitos. Y así me sentía yo ahora. Ignorante. Pero ante todo
aturdido. Incapaz de entender lo que Doña Remedios de estaba preguntando. Otros
compañeros resuelven hábilmente esta situación, lanzan respuestas al azar
intentado que suene la flauta y la diosa Fortuna se alíe con ellos. Yo no iba a
hacer eso, intenté concentrarme pero necesitaba saber que era lo que me estaba
preguntando. Me había perdido el principio del problema y así era imposible
resolverlo. El ruido de fondo fue “in crescendo”. No me permitía centrarme. La
bruja me apremiaba y no había forma. Risitas por lo “bajini”. Nervios. Cada vez
más. Muchos nervios. La arpía me da un ultimátum. Entonces la situación era
inaguantable. Como mi vejiga, que decidió ceder a la presión y relajarse en el
momento más inoportuno. Una mezcla de sensaciones recorrieron mi cuerpo:
primero el calorcito por la entrepierna que se deslizaba hacia la rodilla para
después buscar el tobillo. Acto seguido la liberación me trajo un microsegundo
de alivio para inmediatamente sumirme en la mayor vergüenza que había
experimentado jamás. Y eso que llevaba unos días cubriéndome de gloria, pero
esto lo superó con creces. Mi bragueta era la “zona cero”. Todas las miradas
del mundo se dirigieron allí. También los dedos índices de los piojosos.
Doña Remedios en ese momento se apiadó de mí. Al fin y
al cabo era su alumno preferido, nunca iba a reconocerlo pero yo tenía
posibilidades y estos retrasados no. Se agachó ligeramente para susurrarme casi
al oído.
—Deja todo aquí y no te preocupes. Puedes irte a tu
casa. Vete, corre.
Y salí como alma que lleva el diablo hacia mi granja.
El lugar más maravilloso que existe en el mundo. A por besos y abrazos de mami,
que eso lo cura todo.
Seguidamente la profesora ordenó a Matías que llevara
todas mis cosas a mi casa, pero yo para entonces ya no estaba allí. Mandó los
deberes y mi correspondiente castigo: “Estaré atento en clase”, doscientas
veces. Cien por el primer castigo del radiador y otras tantas por el segundo
del problema. Ni en estas iba a darme un respiro la puñetera. Aún así estaré
eternamente agradecido a aquella mujer por permitirme huir de aquella situación
sin tener que soportar lo que vendría después…
El cachondeo al terminar la clase fue general. Que si
Ánchel quería a Julia, que si lo habían pillado con el mensajito, que si estaba
despistado en el rincón junto al radiador, que si no había sabido responder un
problema (como si esos ineptos resolvieran al menos la mitad de los que les
proponen), y sobre todo que se había orinado en los pantalones con diez añazos
para once. Matías recogió mis cosas y obedeció a la maestra como el buenazo que
era. Pero antes se interesó por Ana Carmen, sabía que no lo estaría pasando
bien.
—Ana Carmen, ¿me acompañas a casa de Ánchel para
llevarle sus cosas?
—Ni lo sueñes. Está bastante claro que no me quiere.
Pues no me tendrá, ni ahora ni nunca. Acuérdate muy bien de lo que te digo y
díselo con estas palabras —dolida en su interior tenía ya la madurez necesaria
para saber que lo que estaba diciendo era cierto. Es en otra de las cosas que
nos aventajan las mujeres: maduran antes, por lo tanto solamente nos queda ir
por detrás. Siempre por detrás de ellas.
—Pues vale —y con eso estaba todo dicho para Matías.
Era así, simple pero sincero.
El bueno de Mati salió del colegio tranquilamente y en
esta ocasión Ana Carmen decidió no esperarle y seguir ella sola su camino hasta
su casa. El pobre chico no tenía la culpa de todo lo sucedido. Al contrario, se
interesaba por ambos, era un amor. Pero simplemente ella no estaba para nada ni
para nadie. Matías no se lo tuvo en cuenta, incluso le alivió en cierto modo no
tener que acompañarla sin saber qué decir, qué hacer. Muchos hombres no estamos
preparados para esas circunstancias, y Mati no era una excepción. Así que cogió
las dos pesadas mochilas (la suya a la espalda y la otra en su mano derecha y
las carpetas de Dibujo con los últimos trabajos de ambos, que casualidad que
tuviera que llevárselos hoy también) y salió como pudo hacia mi casa. Entonces
no existían las modernas mochilas actuales con rueditas, cargábamos todo a
nuestras espaldas. Ni una centena de padres nos llevaban hasta la puerta del
colegio colapsando medio pueblo con sus Crossover recién sacados del
concesionario para fardar de lo buenos padres que somos (y de que carro me he
comprado ya de paso). Íbamos caminando, andando, corriendo, saltando, jugando…
pero a pie. Así están nuestras espaldas con los pasos de los años, encorvadas.
No, no es del cierzo. Es de la puta EGB. Somos generación EGB, repito, y nos
pasaban estas cosas.
Matías se detuvo primero en su casa para dejar sus
cosas, estirar su espalda y sacudir violentamente sus brazos pues de tanto peso
sus manos se habían dormido. Hasta allí tuvo que detenerse un par de veces para
descansar, el pobre. Una vez dejó sus cosas en su casa, se cargó mi mochila a
la espalda, cogió el bocata de salchichón que le había preparado su madre y se
dirigió a verme. Nada mas comenzar su camino se encontró con Caridad.
—¡Hola Matías! —que amabilidad, que raro.
—Hola Caridad. ¿Qué haces tú por aquí?
—Nada. Es que hemos quedado unos cuantos junto al río.
¿Vas a ver a Ánchel?
—Sí. Voy a llevarle sus cosas.
—Pues dile si os apetece venir.
—¿A los dos?
—Si bobo. Claro que a los dos.
—Pues vale.
Caridad desapareció en dirección al río y Matías llegó
en mucho menos de lo habitual a mi casa. Saludó a mi madre que le indicó que
estaba en mi habitación bastante afligido y subió raudo.
Tras dos toques de cortesía entró en mi cuarto.
—Hola Ánchel, ¿cómo estás?
—Bueno. La verdad es que la situac…
—Te he traído tus cosas —me interrumpió.
—Te decía que ha sido un día agot…
—Las chicas nos han invitado a ir con ellas al río.
—¿Eso quién te lo ha di…
—Caridad —no dejaba de interrumpirme. Con lo que me
molesta eso.
—¿Estará Jul…
—Supongo.
—¿Vamos?
—Ya tardas.
Y para allá que salimos disparados. Una nueva
esperanza se vislumbraba en el horizonte y no estábamos dispuestos a dejarla
escapar. No perderíamos ni un segundo. Salimos de casa, camino al granero a por
mi Torrot. A toda velocidad camino abajo por la pronunciada pendiente del
antiguo Molino pedaleando sin aliento y con Mati montado en el manillar.
Cantando y vociferando canciones que improvisábamos sobre la marcha hasta que
de repente el perro del barbero apareció…
Vaya golpetazo que nos llevamos. Yo salí despedido de
la bici y ese fue el día en que Matías perdió su pala izquierda. Unos años
después cuando fue “mayor” se la enfundaron y no se notó, pero de momento
estaba precioso, seseando al hablar e imposibilitándole silbar durante esos
años. Aturdidos, con escorchones en brazos y piernas y la ropa hecha jirones
nos detuvimos un segundo. Yo sentado en el suelo cogiéndome el brazo izquierdo
contra el estómago y Mati tumbado bocabajo tapándose la cara con ambas manos.
Me acerqué hacia su posición a interesarme por él.
—Mati, ¿estás bien? —él se giró y se destapó la cara.
Dos lagrimones surcaban sus mejillas pero sin llanto alguno. Se tomó su tiempo
y contestó.
—Zi.
—Deberíamos ir al pueblo a curarnos.
—Nada de ezo —contestó mientras se incorporaba—. Noz
vamoz a ver a las chicaz al río.
Y para allí que nos fuimos.
Llegamos con un poco de retraso. La mayoría jugaba a
marro, algunos estaban pescando y los inoportunos de sexto estaban sentados
bajo un árbol aprendiendo a fumar. Que contrariedad, la mayoría tardarían
muchísimos años en aprender a dejarlo después.
Caridad estaba con ellos y al vernos se acercó a
nuestra posición para recibirnos.
—¿Qué os ha pasado, chicos? ¿Vaya pinta traéis?
—Se nos ha cruzado el perro del barbero y nos ha
tirado de la bici.
—Pero, ¿estáis bien?
—Zi, zi. Tranquila —ni que decir tiene que este era
Matías.
Nos sentamos un poco aparte de esos bestias y
rápidamente le pregunté a Caridad.
—¿Cómo es que nos habéis invitado a venir? Nunca lo
hacéis.
—Es que veras, tenemos un plan.
—¿Tenemoz?
—Si, Julia y yo. Os cuento. Este sábado habrá verbena
y queremos que nuestros padres nos dejen quedarnos para bailar y divertirnos como
los mayores. Ahora todo el mundo creerá que Julia y tú sois novios después de
tu gloriosa declaración de esta mañana en el colegio. Y este y yo podríamos
serlo también, al fin y al cabo siempre vais juntos como Julia y yo. Nadie
sospechará, es lógico.
—Ezte ze llama Matiaz —inquirió molesto.
—Bien. Pues eso. Solo tenéis que haceros pasar por
nuestros novios y pedirles permiso a nuestros padres. Les decís que vais a
acompañarnos y que nos dejen ir.
Eso sonaba bien. Pero sonaba a trampa y mentira de las
gordas.
—Entoncez, ¿vamos a ser novioz?
—Pero que dices bobo. No te hagas ilusiones. Queremos
que nos dejen salir para ir a bailar con los de sexto, que son mas mayores y
guapos que vosotros dos y a ellos si que los dejan salir por la noche —será
caradura la mosquita muerta esta.
—Pues que lo hagan ellos. Que vayan a casa de tu padre
y le pidan permiso si es lo que quieres.
—Mi padre, y el de Julia tampoco, nunca aceptarían
eso. No tienen muy buena reputación que digamos estos chicos entre el
vecindario —y es que eran conocidos por sus múltiples fechorías. Menudos
salvajes.
—Pero si ya no ze pide para zalir a loz padrez. Ezo
eztá muy anticuado.
—Es para hacer ver que vamos todos los compañeros,
zoquete.
Yo seguía pensativo hasta que rompí mi silencio, me
puse de pié y le dije:
—¿Dónde está Julia?
—Ahí detrás —señalando unos arbustos y tamarices que
escondían un recoveco perfecto para intimar.
—¡Pues que me lo pida ella! —y salí furioso hacia ese
lugar.
Caridad se levantó cuando comprobó mi enfado y salió
presta tras de mí. Mati reaccionó un par de segundos mas tarde y nos siguió.
—¡Yo no soy el escudo de nadie!
—Espera desgraciado —me gritaba con su voz nasal unos
pasos detrás.
—¿Pero donde vaiz? —el pobre no se enteraba de nada.
Llegue hasta allí y me introduje entre los arbustos
sin pensarlo hasta que tropecé con algo y caí encima. Estaba sobre Julia y
Fernando Pérez que estaban tumbados morreándose en aquel sitio infame. Caridad
que me seguía de cerca no tuvo tiempo de detenerse y cayó sobre nosotros y acto
seguido Mati cerró la montonera humana que se había formado en aquel diminuto y
frondoso espacio del río.
—¿Pero qué hacéis apestosos? —gritó Fernando Pérez.
—Deja a mi novia en paz —lo primero que me salió.
Acto seguido me dio un puñetazo de los suyos que me
lanzo casi un metro para atrás. Caí de culo y de camino tiré al bueno de
Matías. Vaya día llevaba el pobre. Julia se levanto muy digna limpiando sus
labios con su mano derecha y dijo:
—Tras tu celebre declaración de esta mañana Fer se ha
enterado. Se ha puesto celosete y me ha pedido para salir. Ahora somos novios —y
cerró el comentario con otro morreo a aquél bestia.
—¡Largo de aquí si no queréis que os abra la cabeza! —nos
gritó el salvaje.
Me dolía el puñetazo, lo que Caridad nos había pedido,
la caída con la bici, y lo que Julia acababa de contarme. Pero verlos besarse
de aquella manera era casi tan angustioso o más que lo de orinarte en clase.
Yo no atendía a razones, salí corriendo para mi casa
con Matías pedaleando. Gimoteando en el manillar de la bici. Mi amigo pasó de
largo de su casa y me llevó hasta la mía, encerró
—Lo zuperaraz compañero —y se fue cabizbajo para su
casa. Que grande era aquel chaval.
—Gracias Mati…
Entré corriendo en casa en busca de consuelo. Amor de
madre. Lo necesitaba.
—Encontrarás los besos, hijo. No te preocupes —me
decía mi madre mientras me consolaba. Yo lloraba desesperadamente. Como nunca
lo había hecho. No sabía que el amor era tan doloroso. Era una nueva sensación
y no me estaba gustando nada.- Lo que pasa es que esos besos no eran para ti.
Nada más. Ya encontrarás los tuyos. Seguro hijo, ya lo verás.
Mi madre me abrazaba con todo su amor y yo me
estremecía en su seno. No hay sensación más placentera en el mundo que esa.
—Has despertado al amor, hijo. Y eso a veces duele.
—¿Por qué? ¿No dicen los mayores que es maravilloso?
—grité indignado.
—Es como cuando pegas un estirón —prosiguió mi mamá
sin inmutarse —que te hace más grande pero te duelen las piernas unos días.
Luego se pasa y te encuentras mucho más alto y guapo que antes.
—¡No! ¡No es lo mismo! —yo no lo entendía, claro está.
—Seguro que hay otras muchas chicas deseando conocerte
—aquella mujer era todo paciencia y amor.
—¡Yo no quiero a otra! ¡Yo la quiero a ella! ¡Quiero a
Julia!
Después hubo muchas otras chicas. El río estaba lleno
de peces. Pero en aquel momento yo estaba en una pecera con un único pez. Mi
micromundo se reducía a Julia. Fue divertido y doloroso amarlas a todas. Muchas
más veces mi mamá me dijo:
—Encontrarás los besos.
Pero esa es otra historia…
David Garcés Zalaya.
Luceni, 18 de abril de 2014.
Agradecimientos
A los autores de este libro por
participar desinteresadamente en este proyecto. Ayudándolo a crecer y darle
forma.
A nuestra fantástica diseñadora
gráfica y fotógrafa Maral Fotografía por su excelente trabajo de portada.
A la persona que ha seleccionado
las frases de cabecera por su aporte y por ser como es.
Al grupo Nasville por
acompañarnos en una velada mágica. “Mucha mierda” compañeros, sois grandes y
lograréis vuestra meta.
A D´Votos, por cedernos el local
para la presentación de este libro y facilitarnos el trabajo.
A Radio Albada por las cuñas
publicitarias.
A todos los que semana tras
semana nos hacéis crecer visitando nuestro blog, participando y siguiéndonos en
las redes sociales.
A todos los que habéis sufrido
nuestras rarezas cuando nos sentamos a escribir (que no son pocas).
Y en definitiva a ti, que tienes
este libro entre tus manos y haces posible que podamos cumplir nuestro sueño.
Nos leemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario