Nuestra historia.
Aquí tienes completa y de forma gratuita la primera novela colectiva publicada en Zarracatalla. Crear esta historia y hacerlo de forma coral fue el origen primigenio que nos impulsó a llevar a cabo este blog. De aquí arrancó todo...
Nuestra historia
Varios autores
Zarracatalla
Editorial
Luceni,
3 de enero de 2015
Autores:
David Garcés Zalaya
Rebeca Fernández Gaspar
Ruth Martínez Gómez
Eduardo Navarro Gálvez
María Elena Arenas Giménez
Andrea Sánchez Izuel
Diego Serrano Satué
Cristina Urdaniz Ferrer
Laura Sánchez Alepuz
Eduardo Comín Diarte
Cristina Martínez Chicapar
Mari Trini Aznar Yoldi
Merche Comín Diarte
Francisco Ángel Ferrer
Arancha Ruiz Cañero
Yohana Borobia Carcas
Alba García Carcas
Beatriz Navarro Gálvez
Carlos López Carcas
Manuel Zalaya Navascués
Mari Andrés del Río
Vanessa Giménez Borobia
Masiel Troya Cabrera
Lorena García Aznar
Alberto Bello Ruiz
Sara Garcés Carcas
Patricia Aznar Serrano
Elisa Cebollada Bailón
Bárbara López Díez
Lara Garijo Labanda
Irene Royo Gracia
Natalia Carcas Gracia
Eduardo Casanova Tutor
David Carrasco Molina
Ana Asensio Hernando
Rosa Oliver Navarro
Alfredo Lezaun Andréu
Maite Navarro Medina
Maribel Mena Tobar
Adolfo Navascués Gil
Diseño de portada y edición:
Maral Fotografía
Prólogo:
Eduardo Comín Diarte
Ilustraciones:
Iván Gonzalo Pellejero
Epílogo:
Adolfo Navascués Gil
Edición:
Zarracatalla Editorial
Introducción:
Acerca de Nuestra Historia.
Como ya sabréis la mayoría de vosotros, este libro arranca a partir del blog que aglutina todos
los esfuerzos creativos y propone todos los retos literarios para conseguir los
fines que se propone y para los que fue creado: escribir, compartir, atreverse
y divertirse en el intento. Nada más y nada menos que eso. Una tremenda aventura
que congrega visitantes diariamente hasta hacernos superar las 20.000 visitas
en el primer año. Esta
locura creativa y zarracatalla de gente maravillosa y sentimientos arrojados al
exterior sin tapujos ni reparos es nuestro blog: Zarracatalla Editorial.
De ahí arranca
la idea primigenia: contar una historia en la que cada capítulo lo escriba una persona diferente. Sin estructura
previa, sin guión establecido, sin directrices impuestas, sin censura, sin
limitaciones. Esa es la filosofía de Nuestra historia y de ahí nace el bautizarla de esta manera: porque es
nuestra. De todos y cada uno que ha participado en ella. Aún más, de cualquiera que por un momento le sedujo la
idea o la trama y mínimamente invirtió un instante de su tiempo en leer lo que otro como él escribió un día. Gente normal, de a pie. Sin pretensiones ni
falsos objetivos, únicamente los que he comentado con anterioridad. El que lo alcanza
disfruta de su éxito a su manera. Y espero que con la edición de este libro cada uno de ellos vea
recompensado el esfuerzo invertido cada vez que la vista le lleve por
casualidad u obligada por el subconsciente a tropezarse con este montón de papeles encuadernados contenedores de la
ilusión que
encierra todo un año.
Cada uno de los escritores recibió el capítulo anterior y unas normas básicas de funcionamiento: duración aproximada y personalidad básica de los personajes conforme iban tomando
forma. A partir de ahí una semana de tiempo para redactar el capítulo y devolverlo a la central para ser enviado
de nuevo a otro participante.
Ya no me queda más que dar las gracias a todos los participantes por su dedicación y superación. Al final ha sido posible… A todos los lectores que participáis cada semana en hacer crecer este proyecto y
que esperabais ansiosos esta publicación y a todas las personas que se acercan por el
blog.
Nuevos proyectos llegarán, otros continuarán y otros se modificarán de aquí en adelante. Lo único importante es que podamos compartirlos
juntos. Y quién sabe… quizás seas tú el próximo escritor.
Como suelo despedirme habitualmente…
Besetes a tod@s. Nos leemos.
David Garcés Zalaya
Administrador del blog Zarracatalla Editorial
Prólogo
Sean
bienvenidos amigos lectores. Estoy tan ilusionado por poder ser yo el que abra
este libro que verdaderamente no sé cómo empezar.
Pero
no voy a pensar mucho. Las palabras que tienen que salir, no hay que meditarlas
ni adornarlas mucho. Sólo tienen que
avanzar los dedos por el teclado y sus movimientos crearán palabras, estas
palabras unidas crean frases y las frases historias. Y la que quiero contar no
está en la cabeza si no en el corazón.
Desde
hace un tiempo la vida en Luceni ha sido un poquito distinta. Cada uno seguía
con su vida habitual pero el proyecto Zarracatalla nos atrapó como atrapa la
tela de una araña. Todos esperábamos ansiosos la entrada del blog para leer el
capítulo semanal de la historia. En la plaza hablábamos del capítulo,
barajábamos los posibles autores y en facebook poníamos a caldo a algún
personaje odiado por casi todos desde el capítulo dos.
Cada
uno desde su casa, su móvil o su tableta devorábamos párrafo a párrafo la
historia y pensábamos: ¿Cuando me tocara a mí escribir? ¿Estaré a la altura de
los anteriores escritores? Y ese pique sano ha sido lo que ha hecho que la
historia haya crecido de esta manera.
Ha
sido divertido descubrir que el anterior escritor era alguien tan distinto a
ti, y que otra persona con la que tan apenas tienes relación del pueblo, o ni
siquiera la conoces procedente de un recóndito lugar del planeta como ha habido
casos, ha sabido captar tu mensaje para seguir con el hilo de esta manera. Ha
sido genial.
Y
además el alma y creador del proyecto ha sido un enlace estupendo entre todos
nosotros, haciéndonos sentir como verdaderos creadores de un best seller. No me
puedo imaginar a otra persona como maestro de ceremonias semanal. No creo que
nadie hubiera podido encaminar un proyecto tan extraño como lo has conseguido
tú, por eso gracias de todo corazón a David en primer lugar, por crear
Zarracatalla Editorial, y como no a todos y cada uno de los escritores amateurs
que cada semana habéis dedicado un ratito a que esta idea haya alcanzado
semejante calibre.
Para
mí, esta aventura ha sido como un cuento. Y así es como voy a comenzar.
Contándoles un cuento que tiene muchos personajes. Y donde cada semana el protagonista principal
has sido tú. Sí, sí… tú. Y ahí, es donde reside la magia de este cuento.
Apaga
la tele, desconecta tu smartphone y relájate….
Érase
una vez, no hace tanto tiempo, en un país muy grande, había un pueblecito que
tampoco estaba muy lejos de aquí. En él había una fabrica muy, muy grande. En
esa fábrica se elaboraban historias y sueños. Algunas eran tristes, pero la
mayoría eran dulces como el algodón de azúcar. Y por su chimenea salía un humo
blanco y dulce. Que hacía que el pueblo
oliera como una tienda de chucherías.
La
vida allí estaba repleta de fantasía, todo transcurría con alegría. Las
historias que salían de la fábrica llenaban de bonitos sueños los reposos
nocturnos de todos sus habitantes.
Un
hechicero rabioso y aburrido, con ayuda de su magia y un poco de mala leche,
lanzó un conjuro contra esa fábrica de sueños. Y durante algún tiempo la gente
dejo de soñar. Las hadas que trabajaban en esa fábrica se dispersaron por todo
el país. Algunas de ellas escondieron las piezas de una llave mágica por todo
el pueblo, y tras una reunión secreta pactaron dejar el secreto de las piezas
escrito en un lugar clave.
La
gente aprendió a vivir en una confortable rutina. Intentaban pensar poco en las
cosas malas y disfrutar al máximo de los momentos felices. Pero el aroma, ya no
era tan dulce como antes, y las noches oscuras y sin sueños.
En
este pueblecito todo transcurría con calma, hasta el día en el que el joven
pregonero encontró un cofre mientras trabajaba…
Ese
cofre estaba enterrado junto a un árbol de gruesas raíces. El árbol estaba
enfermo y
Este
grueso árbol había visto pasar muchos siglos y lamentablemente ya solo serviría
para calentar las estufas de leña. El suelo de mármol se había agrietado con
las raíces y ahí el pregonero encontró algo que cambiaría el destino del
pueblo. Se agachó, escarbó con sus manos y sacó la pequeña cajita de color
dorado. En ella un pequeño pergamino amarillento había enrollado, pero estaba
escrito en la vieja lengua de las hadas.
Por
suerte, el joven pregonero era un chico formado en letras, y pudo leerlo de
inmediato. Lo que había escrito maravilló al mozo. Parecía un mapa que marcaba
unas cuantas equis en el terreno del pueblo. Y además un párrafo que hizo que
temblaran sus rodillas:
“Gracias por encontrarme espíritu
inquieto, de ti depende el futuro de nuestra historia. No va a ser fácil. Y necesitarás a muchos
otros como tú. Pasarás noches delante de un pergamino y harás que tu hogar se
llene de humo dulce. Busca y sigue tu camino amigo.”
Intrigado,
quiso localizar rápidamente los lugares marcados en el mapa y se dio cuenta de
que todas las casas a las que le conducía el mapa tenían grabadas a fuego un
hada en el portón de madera. Sin pensarlo golpeó la puerta de la morada más
grande y una anciana salió a recibirle tras la pesada puerta. Debía de tener
casi un siglo de vida pero en sus ojos se veía un brillo que lo maravilló,
tenía la mirada de una jovencita.
—Buenos
días anciana, ¡qué bonita hada tiene en la puerta!
La
anciana lo miró y rió. Le agradeció sus palabras por el adorno de la puerta y
le dio un libro. Estaba totalmente en blanco, y en la tapa de grueso cuero
contenía una pequeña pieza metálica con grabados antiguos.
—Busca
a tus amigos jovenzuelo, reúnelos y sueña.
El
joven buscó a otros que eran como él y fueron buscando el resto de casas del
mapa. En la siguiente una anciana les dio un tintero y otra pieza de metal. En
la siguiente una pluma de ganso magnifica. En otra un pequeño bote de tinta muy
extraña y así hasta encontrar todas las casas. En todas una anciana les recibía
y regalaba bártulos de escritura pero en la última les dieron una vela.
El
pregonero y sus amigos se sentaron en una piedra muy grande cerca de la vieja
fábrica, que tenía las puertas cerradas con un gigantesco candado rodeado de
cadenas oxidadas y zarzales. Nerviosos y sorprendidos empezaron a hacer
conjeturas sobre lo ocurrido. Todas las piezas metálicas eran del mismo color y
después de manipularlas un rato descubrieron el primer misterio. Todas las
piezas encajaban unas con otras y sin darse cuenta todas las piezas unidas
formaron una llave.
Empezaba
a oscurecer y a uno de los muchachos le dio por encender la vela. De su llama
broto un destello que iluminó el libro que les ofreció la primera anciana. Al
abrirlo, de las paginas que estaban en blanco comenzaron a brotar frases y
corriendo comenzaron a leer. Todos quedaron atrapados por la maravillosa
historia, pero de repente el texto se detuvo en unos puntos suspensivos…
Todos
se molestaron y decidieron irse a sus casas. El joven pregonero esa noche no
durmió. Quedó embelesado por la historia del pergamino y las palabras de la
anciana turbaban su noche. Se levantó de un salto y encendió la vela. Esta vez
se iluminó la pluma y el tintero. Vertió unas gotas de tinta y decidió ponerse
a escribir. Enseguida la pluma escribía más y más palabras, y todas ellas
encajaban con la historia que la vela descubrió en las primeras páginas.
Escribió toda la noche, pero la vela al amanecer se apagó. Y ya ni una sola
palabra salió de esa pluma. Se acostó y al fin, pudo dormir.
Al
despertarse ni el libro ni la pluma estaban allí. Pero en la mesa de madera
había una pequeña hada marcada a fuego. El libro buscaba un nuevo escritor…
Uno
de sus amigos descubrió que entre los pucheros y las sartenes de su cocina se
encontraba el citado libro, la pluma y la vela. Y lo guardó en su dormitorio.
Esa noche él tampoco pudo dormir. Encendió la vela y de nuevo las palabras
brotaron de la pluma hasta el amanecer.
Así
ocurrió con todos los espíritus inquietos del pueblo. Cada uno dejo parte de sí
mismo en esas páginas, dando forma a una historia tan bonita que parecía sacada
de los antiguos relatos medievales. Tenía un joven apuesto, una bella dama y un
montón de personajes que crearon un montón de aventuras. Al terminar la
historia la vela se consumió, el tintero se seco y las noches fueron como eran
antes.
Nadie
se dio cuenta de que la llave brillaba de una manera especial, y que el candado
y las cadenas oxidadas de la antigua fábrica ya no estaban cubiertas de zarzas.
El joven pregonero al pasar por allí observó la situación y sagazmente descifró
el misterio, al fin y al cabo era un “despistado observador”.
Reunió
a todos en la piedra donde aquel día se sentaron a leer la historia. La llave
encajó perfectamente en el candado y las puertas se abrieron ante sus ojos. El
libro de gruesas tapas de cuero permanecía allí tirado. Lo cogieron y entraron
a la fábrica, llegaron hasta la chimenea y comprobaron que aún quedaban brasas.
De
repente un hada llegó hasta donde se encontraban y el fuego se avivó hasta
iluminar la sala. El hada tenía una cara familiar... ¡Era la anciana que le
regaló el libro!
Cuando
comenzó a hablar parecía que en lugar de palabras notas musicales salían de su
boca:
—Gracias
jóvenes por avivar el fuego. Para romper el hechizo sólo necesitábamos que el
pueblo volviera a soñar como lo hacía antes. Y vosotros lo habéis conseguido.
Ahora la tinta de nuestra historia servirá para encender de nuevo el engranaje
de sueños de esta fábrica.
El
libro ardió. La sala se lleno de humo blanco y dulce, y de la chimenea salió
tanto humo que enseguida perfumo el pueblo entero.
Sorprendentemente
del viejo árbol de la plaza broto una rama verde, las raíces volvieron a su
sitio y nunca jamás en el pueblo nadie dejo de vivir una Zarracatalla de
historias, sueños y aventuras tan
bonitas como la misma vida.
Aún
ahora, todavía esa historia escrita entre todos los habitantes del pueblo se
cuenta a los niños cuando se van a dormir, y creo que así será mientras el
viejo árbol tenga una hoja verde y las hadas estén escondidas dentro de cada
tintero en vuestras casas.
Y
colorín colorado, este cuento… acaba de comenzar.
Eduardo Comín Diarte
I. ¿Te has follado a Olga?
—¿Te has follado a
Olga?
Un silencio prolongado
me permitió continuar durmiendo.
—Te la has follado,
¿verdad? —Ana deambulaba desesperada por la habitación—. ¡Te la has follado,
cabrón!
No sabía muy bien lo que estaba pasando pero
parecía ser grave. Tenía tal resaca que no podía ni abrir los ojos. La cabeza
me iba a estallar y Ana no paraba de gritar.
—¡Eres gilipollas!
¡Hijo de puta! —Yo no podía abrir mis ojos y los suyos estaban tan abiertos que
se le iban a salir de las órbitas—. ¿Cómo puedes hacerme esto después de todo
lo que hemos pasado juntos?
No era la mejor manera
de comenzar el año. Quería poder decirle algo pero no sabía el qué. Como soy un
gañán, perezoso, vago y muy oportuno en mis comentarios, no se me ocurrió nada
mas apropiado:
—¡Feliz Año Nuevo,
cariño!
—Lárgate de mi casa
—esta vez no me gritó, lo dijo como si se sintiese derrotada, abatida. Incapaz
de luchar más por nuestra historia. Ella ya no podía hacerlo y sentía que yo no
quería—. No quiero volver a verte nunca más.
Cerró la puerta de la
habitación lentamente. En el salón se oyeron unos casi imperceptibles ruidos y
finalmente me llegó el tintineo de las llaves al recogerlas del vacía bolsillos
colocado en el recibidor de la entrada. Seguidamente oí cerrarse la puerta
principal del apartamento y allí me quedé. En pelotas sobre la cama, pensando
en qué estaba pasando.
Tres horas más tarde
volví a abrir los ojos. Estaba helado. Un poco mareado y mi estómago se había
convertido en un ascensor. Una de esas arcadas me arrancó de la cama. Corrí a
vomitar al baño. Tiritaba y la cabeza me iba a explotar. A duras penas me metí
en la ducha. Después me lave los dientes. Maldito whisky. Todo me sabía a
whisky. Respiraba whisky.
Lo siguiente fue ir
hasta la cocina y buscar desesperado un ibuprofeno y Almax. Vale, ahora es
cuestión de esperar a que haga efecto. Enseguida estaré listo. Listo ¿para qué?
Ana se había marchado. Ni rastro de ella en el apartamento. ¡Vamos gañan, busca
tu móvil y llámala! Salgo al salón. Tropiezo con mi butacón de ver las pelis.
Encuentro el teléfono sobre la mesita. La llamo. Un tono, dos tonos, tres
tonos, quince tonos. ¡Nada!
Piensa, piensa,
pringado.
Un whatsapp. Me la
camelo y caerá rota en mis brazos de nuevo. Eres un genio, ¡campeón! Compruebo
si tengo alguna llamada, sms, mensaje de voz, Twitter, Facebook, Google+, nada.
Anda… un whatsapp. ¡Es de Olga! Leo:
“Joder Pedro, eres un fiera. Me dejaste
desecha anoche. Me escuece hasta el kiwi. Cuando quieras repetimos. Mándame el
video de anoche que sigo cachondísima.” (rematado por
tres emoticonos de besos).
¡Para flipar! Seguro
que Ana lo ha visto. Claro que lo ha visto. Me marcaba como mensaje leído. Lo
ha tenido que ver. Seguro. Y esta tía que decía de un vídeo…. Busco en galería.
Efectivamente, ahí está. Lo abro.
No podía dar crédito a
lo que estaba viendo. Es la habitación de mi piso. Mi habitación. Estoy
grabando a Olga desnudándose. Yo ya estoy en pelotas y con una erección de
caballo. Me tumbo en la cama. Ella viene lentamente de rodillas hacia mí y
comienza a lamer todo mi cuerpo. ¡Diósssss! Después dejo el móvil en una
posición fija y durante casi media hora estamos dándole al tema de todas las
posturas posibles. ¿Cuándo ha pasado esto?
Si Ana lo ha visto se
acabó. Pero que tonterías pienso. Se ha acabado seguro. Lo ha visto.
Cuando me recupero del
shock de mi momento de estrella del porno vuelvo a la habitación. Abro la
ventana y la noche del día de Año Nuevo esta cayendo sobre la ciudad. El frío
se cuela en la alcoba. Lo agradezco. Me espabila. Hago la cama. Me visto y
recojo mis cosas desperdigadas por la mesita de noche: reloj, cadena, pulsera,
anillo y cartera. En ese momento me doy cuenta de que todas ellas me las había
regalado Ana. Siempre me regala cosas, muchas cosas. Prácticamente me viste
ella. Yo soy un desastre para combinar. Nunca he tenido que hacerlo. Pasé de
que me vistiera mi madre a que lo hiciera ella. Llevamos juntos desde el
instituto. Y esta noche….
Una vez que ya estaba
listo volví a llamarla. Pero con idéntico resultado. Ella me había dicho que me
fuera de su casa. Yo no quería hacerlo, quería esperarla. Aunque realmente me
daba un miedo atroz pensar en qué decir si ella volvía y yo todavía estaba
allí. Habían pasado tres horas desde que Ana se marchó. Era tiempo más que
suficiente para haberme largado. Así que cogí mi chaqueta de cuero, me calcé mis
botines negros y salí del apartamento.
De camino a mi piso
fui repasando mentalmente todos los momentos del día anterior. Quedamos a media
tarde con Olga, Ramón, Rafa y Patricia. Todos ellos solteros, aunque con varias
relaciones esporádicas de poca duración entre ellos. Estaban muy bien así. Eran
mejores como amigos que como pareja. Y todos ellos compañeros de trabajo de Ana
en el hospital. Olga sin duda era su mejor amiga, compañera de sección
(traumatóloga) y se conocían desde el colegio. Ramón y Rafa eran celadores y
los conocían del trabajo por el gran don de gentes de ambos. No pasaba nada en
el hospital que ellos no supieran. Todo el mundo allí los conocía y los
apreciaba. Patricia fue la última en incorporarse al grupo. Trabajaba en la
limpieza y la conocimos de la mano de Ramón. Estuvieron saliendo tres meses. Lo
dejaron, pero ella siempre será de nuestro grupo porque es una chica genial.
Solemos juntarnos muchas tardes en un bar del barrio. No me imagino la próxima
cita.
Hice un alto en el
camino y entré a un bar para tomarme un café. La resaca mejoraba por momentos,
pero necesitaba cafeína. Recordaba haber quedado con el grupo sobre las cinco
de la tarde. Todos muy guapos para la ocasión. Cenábamos en un gran cotillón
organizado por uno de los más prestigiosos restaurantes de la ciudad. Antes
tomamos unas cervezas, y algún que otro vino con unas tapas, en los bares del
centro. Luego llegamos al complejo hostelero donde se celebraba el evento. Eso
lo recuerdo muy bien. Risas en la cena. Brindis. Ramón insinuó que para cuando
un brindis de boda… Después las campanadas, con Rafa colgado de mi cuello. No
tolera el alcohol, el pobre. Muchos besos después de las campanadas. Gran
velada de bailes. Los seis lo dimos todo. Y también en la barra libre. Y después….
Realmente no conseguía
recordar lo ocurrido. Pero el vídeo era bastante contundente. Decidí llamar a
Rafa para ver que me contaba.
—Rafa, ¿qué haces,
tío?
—¡Hombre Pedro! —su
voz sonaba a ultratumba—. ¿Cómo estás colega? —tos—. Yo… —toses, muchas toses—.
¡Fatal! Patricia me metió en un taxi y me envió a casa, por lo visto. No sé ni
como llegué a casa. ¡Dios que noche! ¡Tenemos que repetirlo! —toses.
—Sí, sí. Fue memorable
—¡como para repetirla! Estaba claro que no sabía nada—. Bueno, te dejo. Cuídate
hombre.
Colgué el teléfono. La
conversación había sido totalmente infructuosa. Pagué el café, me coloqué el
gorrito y salí a la calle. Pensé en Ana. ¿Dónde estaría? Y le mande un mensaje:
“Ya me he marchado. Vuelve a tu apartamento
cuando quieras. Te quiero.”
Ya eran las ocho de la
tarde del día de Año Nuevo mas extraño de mi vida. Seguí caminando. Estaba a
escasos veinte minutos a paso ligero de mi piso. Hoy me costaría algo más.
Pensé entonces en Patricia. Era la persona más sensata del grupo sin lugar a
dudas. Marco su número.
—Hola bonita, ¿cómo
estás? —no sabía muy bien como preguntar—. ¡Feliz Año Nuevo!
—Hola Peter —siempre
me llamaba así—. ¿Cómo va tu resaca? ¿Menuda nochecita?
—Buenooo, he estado
mejor —dime algo, dime algo—. ¿Y tú?
—Bastante bien. Una
vez que metí en el taxi a Rafa y Ana y Ramón se fueron para el hospital, me fui
para casa. Allí os quedasteis Olga y tú. ¿Qué tal acabasteis la noche?
—Bueno, bien. Ya
sabes, lo normal —ni idea de lo que me está contando—. Pero… —alargando la
frase para ganar más tiempo como boxeador que se agarra a su rival— ¿Ana y
Ramón tenían guardia hoy?
—¡Qué va…! Fueron a
curarle las heridas al bravucón de Ramón.
—Se cayó por los
suelos a causa del alcohol, ¿no? —vamos, cuéntame algo más.
—Joder Peter. ¿Tú
estuviste anoche con nosotros? —estaba claro que sí aunque desearía haberme
quedado en casa viendo un clásico de Hitchcock—. Unos impresentables estaban
metiéndose con Olga, que por cierto, iba cachondísima, y Ramón fue a
defenderla. Se lió muy gorda. Nos sacaron los de seguridad y la pelea continuó
en la calle. Le pusieron buena cara al pobre. Ana lo llevo al hospital para
curarle las heridas y cursar la denuncia correspondiente en comisaría.
—Y yo, mientras,
¿dónde estaba? —no daba crédito.
—Ibas tan crujido que
de un empujón te estamparon contra una de las mesas del hall del restaurante.
Olga se quedó contigo y prometió llevarte a casa.
—Ahhhh —pues si que
fue movidita la noche. Ahora lo recuerdo.
—No te acuerdas,
verdad Peter.
—Ni zorra idea —me
sinceré.
Cuando nos despedimos
y se terminó la conversación telefónica, llegué al portal de mi bloque. Subí
las escaleras de la entradilla y llegué al principal. Abrí lentamente la
puerta, como si tuviera miedo por lo que me pudiera encontrar. La primera
sensación fue un fuerte olor a tabaco, apestaba a tabaco. Alguien había estado
fumando allí. Del grupo solo fumaba Olga. Encendí la luz y llegué al salón.
Encontré unos cuantos atuendos típicos de Nochevieja esparcidos por el sofá. En
la mesita del salón había dos botellas, una de tequila y la otra de bourbon.
Junto a ellas dos vasitos de chupito volcados y restos de colillas en un
cenicero. Había acabado aquí. Avancé hasta mi habitación. La cama estaba
desecha.
Recogí el piso, lo
ventilé y decidí llamar al bueno de Ramón.
—¿Cómo estás, chaval?
—Bueno, un poco
dolorido.
—Si es que siempre has
sido un “milhombres” —bromeé— ¿Necesitas algo?
—No, nada. Tranquilo
amigo.
—¿Puedo pasar a verte?
—necesitaba estar con alguien.
—No es un buen
momento, mañana trabajo de turno de mañana y me levanto pronto —aprecié un
ligero tono de duda en su voz.
—¿Ocurre algo Ramón?
—claramente era una escusa muy pobre para mí.
—Ana está aquí, tío
—ahora su voz se torno triste.
—¡Pásamela!, ¿cómo
está?
—No quiere hablar
contigo, dale su tiempo Pedro.
—OK OK. De acuerdo.
Bueno, dale un beso de mi parte. Y tú cuídate ese careto.
Ana estaba allí.
Estuve un rato tirado en el sofá. Recopilando toda la información. Ya había
hablado con casi todos ellos. Solo me faltaba una persona. Ella tenía la clave
de todo lo ocurrido. Olga. La gran amiga de Ana. Mi gran amiga. Ellas se
conocían desde el colegio y yo las conocía a ambas desde el instituto. Siempre
juntas. Siempre juntos. Tienen 30 años. Yo uno más. Es una mujer preciosa, con
unos ojos enormes, grandes pestañas y los labios carnosos más fascinantes que
he conocido. Es la típica mujer que impresiona a los tíos. Yo nunca me había
sentido impresionado por ella. Atraído si, es una mujer fascinante, pero la
conozco desde hace tanto tiempo que es mas fuerte el cariño con el que la veo
que su potente atractivo físico. Solo me faltaba ella. Tenía que llamarla. Pero
en este momento me faltaba coraje. Así que respiré hondo, cogí uno de los vasos
de chupito y me encaje dos bourbons seguidos. Atravesaron mi garganta y esófago
como una lengua de fuego. Noté como llegaban hasta mi estómago. Solté un
quejido al aire por la potencia del alcohol y tomé el móvil.
Llamo a Olga.
David Garcés Zalaya
II. ¿Cómo he podido?
Un tono, dos tonos,
tres tonos…
—¿Qué pasa semental? —me
quedo sin habla—. Pedro, Pedro ¿estás ahí?
—Hola Olga —dije
después de un gran silencio.
—Pensé que ya no me
ibas a llamar —¿pero qué dice esta tía?
—Olga iré directo al
grano, te llamo con respecto a lo de anoche…
Sin dejar acabar la
frase una Olga emocionada dijo:
—¡Oh, sí! Tú tampoco
puedes dejar de pensar en ello ¿eh? —no entendía que me quería decir con eso.
—No mira te seré
sincero, no recuerdo nada y he estado intentando hacer memoria e incluso
llamando al resto del grupo pero nada, imposible. ¿Me puedes explicar qué pasó?
—Pues nada que los dos
no quisiéramos.
—Hasta ahí lo puedo
imaginar, pero…
—Escucha Pedro, los
dos sabemos que esto tarde o temprano iba a pasar —me aceleraba por momentos,
¿qué iba a pasar? Yo quiero a Ana y esto no ha podido suceder, Olga es tan solo
una buena amiga —. Pero tranquilo, si tú quieres será nuestro secreto.
—¿Secreto? —grité— ¡¡Ana
ya lo sabe!! —esta tía me está sacando de mis casillas.
—¿Qué?¿Cómo? —dijo
ella sorprendida.
—Me ha echado de su casa,
ha debido de ver el whatsapp que me
enviaste y el video. ¡Dios, Olga! ¿Pero en qué estabas pensando?
—¿Pensando yo?
¡Pensando tú guapo! Te recuerdo que tú eres el que tienes novia.
— Pero es tu mejor
amiga, ¡por el amor de Dios!
Tras otro silencio
bastante incómodo Olga continúa:
—¿Cómo ha visto Ana el
mensaje y el video?
—No lo sé, yo me
desperté porque ella me estaba gritando.
—¿Ana fue a tu casa?
—No, yo estaba en la
suya.
—Pero si yo te dejé
dormido como un tronco en tu casa.
—Ya te digo que no
recuerdo nada, ¡joder! —¿en qué idioma le tengo que decir que no me acuerdo de
nada?
—Pedro, ¿de verdad me
dices que no recuerdas nada? —su voz sonaba a decepción, cosa que me dejó aún
más desconcertado si cabe.
—De verdad Olga, he
llamado a todos y sólo recuerdo estar bailando y lo siguiente que Ana me
despertaba gritando. ¡No recuerdo nada!
Mi paciencia estaba
empezando a agotarse y para colmo Olga comienza a gritar.
-¡¡Pues no me pidas a
mí que te cuente qué, cómo y cuándo pasó, ya has visto el video, saca tus propias
conclusiones!!
Y así sin más me colgó
el teléfono, sin resolverme nada de lo que había pasado y quedándome con cara
de tonto sin saber qué hacer.
Al cabo de unos
minutos, quizás media hora, me tumbé en el sofá y acabé lo que quedaba de
bourbon y tequila hasta que el agotamiento físico y mental pudo conmigo y caí
en un profundo sueño. Sueños raros, pesadillas, en las que estaba sólo dentro
de un túnel y veía al final de él a Ana pero no conseguía llegar a ella, había
una mano que me atrapaba y cuando conseguía verle la cara era Olga.
A la mañana siguiente
desperté otra vez con resaca. ¡¡Uf!! Vaya día me espera…
Miré el móvil: ningún
whatsapp, ni mensaje, ni llamadas. Sólo llamadas perdidas de mi madre que
imaginaba que estaría preocupada, ni siquiera recordaba haberle felicitado el
año.
Mis padres pasaron
Seguía confundido, sin
saber qué hacer. No sabía si llamar a Ana sería buena idea. ¡¡Joder gañán la
has cagado pero bien!!
Echo un vistazo a la
casa. Un desastre absoluto, pero con la resaca que tenía no me apetecía hacer
nada. Me tomé un ibuprofeno y dormí un rato más.
Me desperté y eran más
de las tres de la tarde con hambre, y mi nevera parecía hacer eco. La mejor
opción pedir algo. Un rato después, a parte del desorden que ya había, tenía la
mesa llena de tuppers del chino.
Volví a mirar el móvil
y nada… ¿Sabrían todos ya lo que había pasado? Decidí llamar a mi madre,
seguiría preocupada:
—¿Mamá?
—Hola mi niño —para mi
madre seguiré siendo su niño tenga treinta, cuarenta o cincuenta años—. Nos
tenías preocupados te he llamado varias veces, ¿cómo estás?
—Bien mamá, bien. ¿Y
tú?¿Y papá?
—Nosotros muy bien. Llegamos
de la casa rural hace un ratito. La verdad es que nos lo hemos pasado
estupendamente —mis padres tienen un grupo de amigos de toda la vida con los
que suelen salir muy a menudo de cena, a comer, de cañas… Se lo montan bastante
bien, dicen que están viviendo su segunda juventud. ¡Hacen bien!— ¿Y tú cómo lo
pasaste?
—Yo bien… —no sé ni
qué contarle.
—¿Y Anita? ¿Cómo está?
¿Está ahí contigo? Pásamela para que le pueda felicitar el año —mis padres
quieren muchísimo a Ana si se te enteraran de lo que ha pasado probablemente al
que dejarían de hablar e incluso desheredarían sería a mí.
—Ehhh… no. Ana está
trabajando, le tocaba hoy guardia —tengo que conseguir hablar con Ana antes de
decir nada a mi familia.
—¡Madre mía lo que
trabaja esta chica! Bueno, pues dale un besito de nuestra parte cuando la veas.
—Si mamá, en cuanto la
vea —ojalá la pudiera ver y darle uno y mil besos.
—¿Te pasa algo hijo?
Te noto algo raro —mi madre es como una pitonisa, puede notar que me pasa algo
hasta por teléfono.
—Nada mamá,
simplemente que la noche fue larga y ya sabes, me hago mayor…
—¡Anda, anda! No te
quejes tanto. Pues nada mi niño, te dejo que tengo todo manga por hombro y
recuerda que el día cinco os espero a Ana y a ti para cenar aquí en casa y
darnos los regalos de Reyes —¡Quién se acordaba ya de eso! Ana se ocupó de
comprar todos los regalos como siempre. Yo sólo compraba el suyo y muchas veces
tenía que venir conmigo a elegirlo, soy un desastre para estas cosas.
—Sí mamá, allí
estaremos —no me gusta mentir a mi madre pero en esta ocasión no me quedaba más
remedio.
—¡Un besito Pedro!
—Otro para ti mamá.
Sigo pensando si
llamar a Ana o directamente ir a su casa. Marco una vez, dos veces, tres veces,
cuatro, cinco… ¡Y así hasta trece veces! Desisto. Le dejo un whatsapp:
“Ana por favor necesito que hablemos, te
quiero mucho.”
Ana es mi mundo, Ana
es mi todo. Desde que empezamos a salir
en el instituto hemos sido inseparables, siempre juntos, siempre unidos.
Ella ha sido mi mayor apoyo desde que hace un año me despidieron de la empresa
donde llevaba trabajando más de ocho años.
Nunca fui un buen
estudiante pero conseguí sacarme un grado superior de informática y desde que
lo terminé estuve trabajando en la misma empresa hasta que por la crisis me
despidieron junto a cuatro compañeros más. Lo pasé bastante mal ya que me gusta mucho mi trabajo, y estar todo el día
en casa no me viene nada bien. Ana me dio todo su apoyo y me dijo que saldría
de esta porque ella iba a estar conmigo como siempre lo ha hecho. Desde
entonces busco trabajo de lo que sea, he perdido las esperanzas por el momento
de seguir trabajando en lo mío.
Ana y yo nos habíamos
planteado un cambio de vida. Ella no tendría problema en trabajar como médico y
aquí seguiría teniendo su plaza y yo podría encontrar algo de lo que fuese y
mejorar mi inglés. La semana antes de Nochebuena estuvimos mirando distintas
zonas de Inglaterra a las que podríamos ir y los hospitales que había por esas
zonas. Estábamos bastante ilusionados de poder empezar un proyecto en común en
un sitio distinto ella y yo solos, desde cero, buscándonos la vida y la manera
de seguir adelante pero juntos sabíamos que podríamos conseguirlo.
¿Y ahora qué? ¿Cómo he
podido hacerle esto a Ana? ¿Qué va a pasar ahora? En mi mente sólo está recuperarla,
¿pero cómo?
Dispuesto a hablar con
ella, me vestí, me miré al espejo… madre mía gañán que careto llevas. Armándome
de valor y con la mente clara y despejada cogí mi pequeño Opel Corsa y me
dirigí hacia casa de Ana.
De pronto mi móvil
sonó, lo llevaba en el bolsillo, logré sacarlo y al ver el nombre en la pantalla
el corazón se me paró… Oí pitidos, el semáforo… ¡Oh no!
Rebeca Fernández Gaspar
III. Por mi culpa.
—Un, dos, tres,
cuatro... Un, dos, tres, cuatro... —los servicios de emergencias intentan
reanimar a una mujer de unos sesenta años que conducía el coche contra el que
he chocado.
El semáforo estaba
rojo, pero era Ana quien llamaba y… he perdido la noción del tiempo y del
espacio. Oigo sirenas. Muchas sirenas. Suenan lejanas. Tengo un terrible dolor
de cabeza. Imagino que causado por el fuerte impacto del airbag. Hay un montón
de cristales a mí alrededor y mucho humo... me cuesta respirar. Oigo que
alguien grita, pero me siento cansado, muy cansado...
—¡Chico! ¡Chico!
¡Despierta! ¡No te duermas! ¡Escúchame! —un miembro del cuerpo de bomberos
intenta despertar a Pedro, pero no lo consigue.
—¡Debemos sacar a este
chico de aquí lo antes posible, pero tiene las piernas atrapadas! —uno de los
médicos.
—Tendremos que
intentar sacarlo por el techo —le responde el jefe de bomberos.
—Ha perdido el
conocimiento y mucha sangre —médicos y enfermeras de la ambulancia examinan a
Pedro—. ¡Deberemos hacerlo deprisa!
En esos momentos parte
hacia el hospital la otra ambulancia. Se lleva a la mujer que conducía el otro
coche. Está grave.
Tras hora y media
retirando hierros y cristales consiguen sacar a Pedro del vehículo. Lo meten en
la ambulancia y se dirigen al hospital. Por el camino intentan despertarle sin
éxito.
—¡Rápido, oxígeno! Ya
queda poco —dice una de las enfermeras—,
ya estamos llegando. ¡Aguanta chaval!
Mientras, en el
hospital, Ana sostiene su móvil en la mano. Le ha llamado tres veces y nada.
—El teléfono al que
llama está apagado o fuera de cobertura en estos momentos —le responde una
vocecilla en el auricular.
—¡Grrr! ¡Me saca de
mis casillas! ¡Será posible! ¡Cómo ha podido hacerme esto, y encima no cogerme
el teléfono!
Un aviso por el
megáfono hace volver en sí a Ana, que se encontraba inmersa en sus pensamientos
y en todo lo que había pasado en las últimas horas. —Pues nada, ¡a trabajar!
—“Doctora Retuerto,
doctora Retuerto. Acuda al servicio de urgencias, por favor. Repito, Doctora
Retuerto, acuda al servicio de urgencias, por favor”.
—¡Sitio, por favor!
¡Dejen los pasillos libres! —Ramón se afana en despejar la zona ante la
inminente llegada de la ambulancia—. ¡Rafa, reúne a todo el equipo en
quirófanos!
—Accidente de tráfico.
Varón. De unos 30 años. Sin identificar. Con traumatismo cráneo-encefálico y
posible pérdida de sensibilidad en las extremidades inferiores —el equipo
médico de la ambulancia adelanta el parte a Ramón, que los recibe a la entrada—.
Que alguien avise al doctor Andrés y a la doctora Retuerto.
—Ya les han avisado —acompaña
al equipo junto a la camilla, cuando de repente se da cuenta de quién es el
paciente—. ¡Oooohhhh Dios mío! ¡Pero si es Pedro!
—¿Le conoces?
—Sí... Es el novio... Bueno
sí, el novio de Ana. La doctora Ana Retuerto —a la par que entran al quirófano.
Allí les aguarda todo el equipo a excepción de Ana.
—Roberto, busca a Ana.
Tiene que estar al caer. Debes impedir que entre. ¡Es Pedro!
—¡Y que le digo! —Roberto
es el mas joven del equipo de quirófanos y con el que más confianza tienen
ambos.
—¡No sé, invéntate
algo!
—Pero... ¿Qué ha
pasado?
—Un accidente de
tráfico, por lo visto se saltó el semáforo. ¡Joder Roberto, no hay tiempo!
¡¡Que no entre!! —Ramón se estaba empezando a desesperar.
—¿Pero? —Roberto
obedeció al ver como se descomponía el rostro de su interlocutor ante tanta
pregunta-. Bueno, voy a ver si viene Ana...
Ya en el pasillo,
Roberto ve venir a Ana. No sabe que decirle. ¿Cómo le va a explicar que no
puede entrar al quirófano?
—Ana...
—Buenos días Rober.
—No puedes pasar... —bloqueando
la entrada.
—¿Qué pasa Rober?
Tienes mala cara. ¿Por qué no puedo pasar? Me han llamado por megafonía para
que acuda, hay una urgencia.
—Lo sé, lo sé. Pero no
puedo dejarte pasar —Roberto no encontraba una excusa mínimamente creíble.
—Lo siento Rober, pero
si no me das más explicaciones voy a tener que pasar. ¡Es mi trabajo!
—Umm... yo..., no sé
como decirte esto...
—Venga hombre, que me
estás asustando.
—Esta bien... —de
repente cogió fuerzas y lo soltó—. Es Pedro.
—¿Cómo que es Pedro?
Tres segundo de
silencio interminables. Roberto al final concluyó.
—El del accidente. La
urgencia por la que te han llamado. Es Pedro, está grave.
A unos metros de allí,
en el Rock & Blues, el bar de la esquina donde se reúnen a tomar unas
cervezas después del trabajo, se encuentran Olga y Patricia tomando un café y
hablando del mal rollo que va a haber ahora en el grupo.
—¿Cómo se te ocurre
liarte con Pedro?
—¡Oye, guapa! ¡Dos no
se lían si uno no quiere! Que no se te olvide que tanta culpa tiene él como yo.
Bueno que digo.... ¡Más culpa tiene él, que es el que tiene novia!
—Pues sí. No le vamos
a quitar méritos... ¡Pero es que su novia es tu amiga, tía!
—¡Mira quien fue a
hablar! ¿Y lo tuyo con Ramón, eh?
—No me compares. Que
no teníamos pareja ninguno de los dos.
—Bueno... tú no. Pero
él estaba con aquella chica morena del laboratorio. Que si no recuerdo mal
estuvo a punto de suicidarse cuando Ramón le dijo que la dejaba porque estaba
saliendo con otra.... ¡tú!
—¡Venga ya! ¡Esa tía
es una teatrera! ¡No fue para tanto! —Patricia estaba empezando a calentarse
por las acusaciones de su amiga. No soportaba que estuviera escabullendo el
bulto de esas maneras —¡Joder, Olga! No me cargues con el muerto a mí. Que esto
no es lo mismo y lo sabes.
—Perdona Patri, sólo
es que...
La conversación se
interrumpe por el sonido del “busca” de Olga.
—Pero, ¿hoy no tenías
fiesta?
—Sí, pero siempre lo
llevo encima por si acaso.
—Bueno... ¿Te vas al
hospital?
—Sí, es una urgencia.
No sé que habrá pasado. Le tocaba turno a Ana en trauma...
—Adiós. Mañana nos
vemos. ¡Corre, vete, que ya pago yo los cafés! —su tono era mucho mas
conciliador. Así era Patricia. Podía enfadarse contigo y a los dos segundos se
apaciguaba. Nunca te guardaba rencor. Era una gran persona a la que todos
recurrían en sus peores momentos por su dulce temperamento.
—Gracias Patri por el café
y tu paciencia. Te llamo mañana.
Olga le tiró un besito
al aire a modo de despedida y salió volando del establecimiento. Ella remató
con tranquilidad su capuchino y se dirigió con parsimonia hacía la barra para
abonar los cafés. En ese momento sonó su teléfono. Casi se le cae el monedero
al ver que era Ramón.
—Hasta me he
ruborizado y todo, ¡que vergüenza! Qué hago… ¿Lo cojo…? Pues no. ¡Qué se joda! ¡Qué
la última vez que quedamos me dio plantón! Y su escusa... ¡Qué se había
dormido! Sí, ya… ¡Y una mierda! —Lo cierto es que no era mentira. Se había
dormido, pero en casa de una de las
enfermeras de la segunda planta—. Y a mí, no debería importarme, lo nuestro fue
algo breve...
Se interrumpen sus
pensamientos por el sonido del móvil de nuevo. Otra vez Ramón.
—Que no lo voy a
coger. ¡He dicho que no! Lo cierto es que me gusta. Me gusta como me mira... ¡Pero
no cómo mira a otras! ¡Seré imbécil! ¡Claro que le gusto... le gustan todas! Y
además lo dejamos claro desde un primer momento. Yo sabía como era él, que le
gusta la fiesta. Le gusta salir, y salir con todas. Pero le creí cuando me dijo
que yo era especial. Que ambos mantendríamos una relación abierta, pero que yo
era especial. Sólo que yo, en realidad, no quería una relación abierta.
Vuelve a sonar el móvil.
Esta vez es un whatsapp de Ramón:
“Ya sé que no me quieres coger el teléfono,
pero quería que supieras que Pedro está ingresado en el hospital. Ha tenido un
accidente con el coche. Lo han traído hace un momento. He preguntado por ti,
pero me han dicho que hoy no trabajabas. Está muy grave, creo que deberías
venir. Un Beso.”
Patricia de dirige al
hospital a toda velocidad, pensando también en todas las cosas que habían
sucedido en los últimos días. Todo lo de Nochevieja, lo de Pedro con Olga, Ana…
y ahora esto.
Accede por el servicio
de urgencias buscando a Ramón:
—¿Pero que es lo que
ha pasado?
—Aún no se saben los
detalles, pero por lo que se ve Pedro se saltó el semáforo y se llevó a otro
coche por delante.
—¿Y cómo está?
—Ha entrado en
quirófano hace ya un buen rato. Aún no saben los daños que tiene, pero no pinta
bien. Cuando llegó ya estaba inconsciente, y no saben en que estado se encuentran sus piernas,
quedaron aplastadas por debajo del volante...
—¿Y Ana?
—No lo sé… He mandado
a Rafa para que se quedara con ella. No le hemos permitido que entrara en el
quirófano.
—¡¡Oohhh!! ¡Por eso
han llamado a Olga! Estábamos tomando un café y le ha sonado el busca.
—¡Uf, qué marrón!
—Voy a ver como está
Ana, gracias por avisarme —Patricia le dio un dulce beso en la mejilla a Ramón,
le sonrió y salió a buscar a su amiga.
Por el pasillo se
encuentra con Olga que se dispone a entrar en quirófano. Esta se le queda
mirando extrañada.
—Hola Patri, ¿qué
haces aquí?
—¿No lo sabes?
—¿Qué pasa?
Un silencio que podría
cortar el aire. Patricia prosigue.
—Es Pedro. Ha tenido
un accidente. Por eso te han llamado a ti para operar, no quieren que entre Ana
—el rostro de Olga se descompuso—. Es él quien está en quirófano. Me voy a ver
si encuentro a Rafa, que está con Ana. Quizás no te lo tendría que haber dicho,
pero creo que era mejor que lo supieses antes de entrar. Estaré por aquí… —Patricia
le dio un abrazo a Olga y tomó sus mejillas con sus manos—. Vamos Olga, tienes
que ayudar a nuestro amigo. ¡Se fuerte!
Ella asintió con la
cabeza sin articular palabra. Patricia le correspondió asintiendo. Olga cogió
sus manos, las beso, agacho la cabeza y en silencio entró al quirófano. No
podía creer lo que estaba pasando, era como una pesadilla de la que no puedes
despertar.
En las inmediaciones
Rafa acompañaba a Ana, que estaba dando vueltas de un lado a otro del pasillo
sin poder parar, y no dejaba de preguntarse por qué nadie le contaba nada de lo
que había pasado. Patricia apareció por la puerta de quirófanos y Ana corre a
abrazarse con ella. Entonces rompió a llorar. Hasta el momento había resistido,
pero al ver a Patricia no pudo contenerse más.
—¿Pero que es lo que
ha pasado? ¿Por qué nadie me cuenta nada? ¿Cómo está? ¿Te han dicho algo?
—Solo sabemos que ha
sido un accidente de tráfico. Por lo visto se saltó un semáforo en rojo. Aún no
saben por qué, pero uno de los bomberos dijo que cuando lo sacaron del coche,
tenía el móvil en la mano…
Entonces vieron
palidecer a Ana, que tuvo que sentarse en uno de los asientos para no caerse, y
sólo dijo:
—Por mi culpa...
Y arrancó a llorar.
Ruth Martínez Gómez
IV. Descansa Pedro
Los pasillos del
hospital cada vez eran más largos y a la vez más claustrofóbicos. Ana no dejaba
de pensar en que si no hubiera marcado el número de Pedro para decirle que
pasara a recoger sus cosas cuando ella no estuviera en casa, esto no habría
sucedido.
—Ana, deberíamos
llamar a sus padres —dijo Rafa mientras le pasaba la mano por el pelo.
—Rafa... —es lo único
que pudo decir Ana mientras miraba a Rafa con
la cara desencajada y las lágrimas inundando sus mejillas.
—Lo haré yo —Si
alguien sabia decir las cosas ese era Rafa. Siempre estaba ahí, su manera de
hablar pausada y cercana hacían que los problemas fueran más livianos. Ramón,
unos meses atrás no hacía más que contarle que Patricia no era más que una
"follamiga" pero que se había convertido en "demasiado"
amiga para dejarla como a tantas otras,
así sabía perfectamente que Rafa le quitaría las piedras del camino a la hora
de dejar a la última en llegar al grupo.
Mientras, Ana comenzó
a tranquilizarse quizás producto del paso de las horas o quizás por el valium
que le había traído Rafa. Los recuerdos le empezaron a llenar la cabeza y se
vio a ella misma mandándolo a la mierda, odiándolo, besándolo, queriéndolo y
observándole en los pasillos del instituto. — ¡Joder que imbécil! Le deseaba
todo lo peor esta mañana y ahora todo se puede acabar —la idea de que Pedro no
saliese con vida le atormentaba y pensar en que hace unos minutos no quería
verlo nunca más se le clavaba en el corazón como un puñal.
—Patri, no me lo
perdonare en la vida. ¿Por qué lo llamé...?
—Cielo no pienses así,
sabes que Pedro es un tío especial, saldrá de esta.
—Chicas esto va para
largo —dijo Ramón, después de acercarse a la zona de quirófanos—. Las cosas
están muy complicadas, es posible que después de la operación se quede en coma
inducido, incluso que muera.
—¿Y las piernas? —sollozó
Patricia con el poco aire que le quedaba por el sofoco.
—Eso es lo que menos
importa ahora... —sentenció Ramón acercándose a Ana y agarrándole la mano y
limpiándole las lagrimas.
El quirófano era una
zarracatalla de batas verdes, pitidos y bisturís. En medio, Olga luchaba por
separar su lado profesional de su lado sentimental.
—¡Vamos Pedro, vamos!
—a la vez que analizaba las posibilidades de qué hacer o probar para que sus
piernas comenzaran a responder, pensaba en la noche de Nochevieja y en que por
nada del mundo imaginaba que la siguiente vez que viera a Pedro en una cama
fuera de esa manera. Por más que quisiera, no podía sacarse de la cabeza que la
noche que pasó con Pedro fue increíble—. Joder, sería una pena que todo esto
quedase insensible de cintura para abajo, y justo ahora... —Olga se sorprendió
pensando en los atributos de Pedro en medio de la operación—. Joder Olga,
céntrate. ¿Dónde está tu juramento hipocrático y tu profesionalidad? —se dijo a
ella misma.
—¡Doctora Tena
despierte! Y si no está capacitada salga del quirófano y que venga alguien que
este centrado.
—Perdón doctor. Ya
estoy al cien por cien.
Al fin, tras largas
horas de espera, Olga encaró el pasillo y fue a la sala de espera donde estaban
todos. Tras hablar con los padres de Pedro, se acercó a los demás:
—Chicos, Pedro...
—cogió fuerzas durante un incómodo segundo y continuó—. Pedro está en coma, ya
sabéis que estos días serán cruciales, está muy grave pero si en cuarenta y
ocho horas no ha fallecido las probabilidades de que salga del coma aumentarán.
Parece que la medula no está afectada así que creemos que con mucho esfuerzo y
trabajo, si Pedro sobrevive podría volver a andar.
— Deberíamos descansar
—dijo Rafa.
Ana se acercó a los
padres de "su novio" y los convenció de que no podían hacer nada
allí, que tenían que marcharse a casa e intentar dormir un poco. Así que les
acompañó a la salida del hospital a tomar un taxi. Patricia y Rafa se marcharon
juntos y Olga ya se retiró a cambiarse y rellenar el papeleo de la operación.
Pese a la tensión del momento, Olga se dio cuenta de que Ana en ningún momento
la miró a la cara mientras contaba los detalles de la intervención. Era fácil
ver que no quería hablarle ya que en otra situación le habría preguntado mil
cosas y la habría corregido en todo lo que hubiera creído necesario. Ana era
así, una persona muy responsable y a la que a veces las formas de hacer todo a
impulsos de Olga le sacaba de sus casillas.
—Ana, te llevo a casa
—dijo Ramón mientras sacaba las llaves de su imponente deportivo.
—Gracias Ramón, no me
veo capaz de coger la moto ahora mismo.
Ya en el coche, apenas
cruzaron palabras, no había mucho que decir.
—Mañana te llamo, si
quieres me paso por aquí y vamos al hospital a ver cómo va todo, intenta
descansar.
Ana bajó del coche, y
como si algo que no fueran sus piernas la empujaran, fue andando hasta su casa.
Al abrir la puerta, sorpresa, varias cajas de laboratorios médicos le esperaban
nada más entrar. «Dios, sus cosas». Unas horas antes, las había metido en las
cajas con toda la rabia que una persona engañada puede sentir hacia el hombre
que había amado durante casi toda su vida. Una tras otra, sacaba las cosas de
las cajas y recordaba lo especial que era Pedro: sus camisetas de fútbol, su
amada camiseta con el 23 de Michael Jordan, sus discos, sus cartas, sus llaves
del apartamento con el llavero de Homer, al cual Ana odiaba. Pedro siempre le decía que dejaría de ser
joven el día que cambiara ese llavero por llevar colgada una tarjeta de
descuentos del súper. Así entre recuerdos e incertidumbre Ana se fue a la cama,
y mientras ponía religiosamente la alarma del móvil, un whatsapp. Olga:
“Ana siempre hemos estado juntas, y ahora
deberíamos estarlo más que nunca, tenemos que hablar”.
«¡Tan juntas, que
hemos compartido hasta el novio, venga ya!» pensó mientras dejaba el móvil en
la mesilla sin ninguna intención de contestar a Olga.
A la mañana siguiente
los padres de Pedro, más tranquilos, llamaron a Ana para preguntarle si sabía
el número pin del móvil de Pedro para mantenerlo encendido y poder atender
llamadas de ex compañeros, amigos y demás conocidos que no supieran la trágica
noticia. Ana les dijo que era su año de nacimiento, y que enseguida les vería.
«¿Qué hago? Debería
contarles lo que había pasado, pero me tienen como a una hija, quizás sea mejor
dejar pasar el tiempo y no darles otro disgusto. Aprenderé a llevarlo».
Ana caminó hasta el hospital para ver si
Pedro presentaba alguna mejoría. En teoría tendría que ir a trabajar pero el
día anterior el jefe directo de Ana le dijo que no se preocupase, que se tomase
el tiempo que necesitara. Al llegar allí se encontró con Patricia que terminaba
su turno de trabajo y le invitó a tomar un café en el Rock & Blues.
—Tía, ayer me llamo
Olga y no le contesté, no sé cómo afrontar esto, estoy hecha un lío. No sé si
soy novia de Pedro, si soy amiga de Olga, ni siquiera sé quién soy yo ahora
mismo.
—Es normal que ahora
te plantees millones de posibilidades, todos lo estamos haciendo. Pero no
deberías pagarlo con Olga. Siempre habéis sido amigas, además recuerda que esa
noche todos habíamos bebido para el resto del año ya. Y qué coño, todos tenemos
errores y secretos.
—Sé que tienes razón y
que Olga nunca se ha parado a pensar ni una de las decisiones de su vida, pero
es que esto es diferente.
—Hola chicas, he
imaginado que alguien estaría por aquí —dijo Rafa mientras se quitaba la cazadora—.
¿Alguien ha visto a Ramón?
—No, ayer me dijo que
si quería me traería al hospital, pero ya no he vuelto a saber nada más de él —dijo
Ana. Ramón nunca daba muchas explicaciones de lo que hacía o dejaba de hacer
así que era habitual que pasaran días sin saber nada de suyo.
—¿Qué os parece si
esta noche cenamos juntos?
—No me apetece mucho
Rafa, creo que intentaré dormir algo más que esta noche, sé que lo haces porque
no me sienta sola, pero creo que no voy a estar bien esté donde esté.
—Vale, pero ya sabes
que estamos aquí para lo que necesites.
Mientras, Olga
caminaba hacia el hospital para cumplir su obligación laboral, pensando en que
por uno de sus calentones estaba perdiendo a dos de sus mejores amigos y estaba
fraccionando el grupo que tantos buenos momentos le había dado. «Si ni siquiera
ahora me habla, no lo volverá a hacer en la vida. Joder ¿porqué solo pienso
cuando ya está todo hecho?» Si algo tenía claro Olga era que necesitaba a sus
amigas, ellas le ponían el punto de cordura que muchas veces a ella le faltaba.
«Tengo que hacer lo que sea». Siguiendo con su paseo de reflexión ya se
encontraba en las calles cercanas al hospital, y de pronto vio a lo lejos a Ana
andando entre la gente. «¿Qué hago? La saludo y le pregunto por Pedro, eso es».
Mientras en la otra dirección Ana: «Mierda, Olga viene andando hacia aquí,
espero que no me diga nada».
—Ana... —pero ella
pasó a su lado sin desviar la mirada ni un ápice, sólo pensaba en llegar a casa
y que estos dos días pasaran rápido. Al caer la noche, Ana empezó a sentirse
sola y decidió llamar a Ramón que en los últimos días se había portado muy bien
con ella, así que cogió el teléfono y lo llamó.
—Ramón necesito hablar
con alguien.
—¡Aquí estoy para lo
que quieras niña! ¿Has cenado? ¿Qué te parece si compro algo de comida china,
paso por tu casa y charlamos?
—Vale te espero.
A la media hora Ramón
llamaba ya al portero automático de Ana. Nada más entrar al apartamento vio que
las cosas de Pedro estaban revueltas por todo el salón y que había algunas mas
en unas cajas a medio llenar.
—Ya sabes, las cosas
de Pedro...
—Ya veo. Deberías
retirarlas y no estar todo el día viendo sus cosas. Te ayudaría.
Los amigos comenzaron
a cenar y a reír como siempre hacían. El
vino y la calefacción en el crudo invierno hicieron que el ambiente fuera bueno
y que los dos estuvieran cómodos y olvidaran un poco todos los problemas de las
últimas horas. Las historias y anécdotas se iban sucediendo a la par que los
chupitos de orujo y los gin-tonic. La tele ponía la música de fondo pero Ramón
y Ana no se daban ni cuenta de lo que esta les ofrecía ya que cada palabra que
decían o escuchaban se encontraban mucho mejor.
—¡Dios! —Ana despegó
sus ojos como pudo hasta tres veces y se dio cuenta de que lo que veía era
cierto, Ramón estaba dormido en su cama. Levantó el edredón para ver algo que
le pudiera explicar de lo que ahí viera y efectivamente, ella llevaba una
camiseta y ropa interior, pero Ramón no. Totalmente desnudo roncaba como si un
helicóptero sobrevolara la habitación. «No puede ser —pensó Ana—, otra vez no»,
ya que no era la primera vez que eso sucedía. Unos años atrás, en un cumpleaños
de Ramón, todos salieron a tomar unas copas. Patricia todavía no había llegado
al grupo. Rafa como siempre que bebía algún trago de más, o perdía los papeles
o se dormía por los pubs, lo que suele ser un "colgao". Así que
aquella noche Pedro decidió llevárselo a casa. De ese modo, Ana y Ramón se
quedaron solos, y entre el alcohol, la labia de él y el sentimiento de
atracción-odio que desde siempre había sentido Ana hacia Ramón, los dos
acabaron en casa de Ramón dando rienda suelta a su pasión. Se prometieron que
nadie jamás debía saber aquello, pero lo cierto es que Ramón nunca lo había
olvidado, y lo había deseado desde hacía mucho tiempo.
"You and I we
gonna live forever..."
—¡Joder! —Ana saltó
sorprendida de la cama. De su móvil salían los acordes de "Live
Forever" de Oasis, y eso sólo sucedía cuando Pedro era el que le llamaba.
La adrenalina recorrió hasta el último rincón del cuerpo de Ana mientras Ramón
abría los ojos para volver a encender las luces del mundo—. ¿Sí? ¿Diga? —respondió
Ana con la voz entrecortada.
—Ana soy Olga, imaginé
que no contestarías si llamaba con mi móvil…
— ¿Qué coño dices?
—Nada solo llamaba
para decirte que deberías venir al hospital, Pedro.... Hola... ¿¿¿Me oyes???
bip bip bip.
—Joder, era Olga. Solo
le ha dado tiempo de decir que vaya al hospital. Me voy rápido, ya hablaremos
de esto...
—¿Cómo?
—Adiós.
Cogió un taxi, y al
llegar al hospital se encontró a Olga en la puerta más nerviosa de lo normal y
con los ojos llorosos. Sin decirle nada, atenazada por los nervios, le hizo un
gesto con la cabeza para que le siguiera. Sin mediar palabra recorrieron los
pasillos y al entrar en la habitación de Pedro...
—¿Qué es esto? ¿Dónde
estoy? —de repente un soplo de aire fresco entró en mi cuerpo. No respiro bien.
Todo está borroso. Solo veo una luz, siluetas y formas. ¿Qué me está pasando?
—Ana, Pedro responde,
está saliendo del coma, quería que vinieras lo antes posible.
—Gracias Olga, muchas
gracias —sollozó Ana mientras agarró fuerte la mano de Olga.
Pedro empezó a
respirar fuerte, y a sufrir una especie de taquicardia, al momento abrió los
ojos y contempló todo como un bebé observa un mundo nuevo.
— ¿Qué me ha pasado?
—Acabas de volver a
nacer, Pedro descansa...
Eduardo Navarro Gálvez
V.- Estoy de vuelta
Ana y Olga, a pesar de
desear con toda su alma estar cerca del paciente, salieron de la habitación y dejaron
que el médico y su equipo hicieran su trabajo. Sabían perfectamente cómo
comportarse en esos casos. La puerta de
Las dos amigas se
encontraban solas, en silencio. Fue el silencio más largo y tenso que jamás
habían experimentado. ¡Llevaban toda la vida juntas! Y ahí estaban… como si
fuesen unas completas desconocidas.
Olga rompió el hielo:
—Ana, yo…
—No Olga. No digas
nada —dijo Ana sin levantar la cabeza— Los últimos acontecimientos me han hecho
pensar mucho y cuestionarme muchas cosas. Incluso nuestra amistad. No sólo fue
culpa tuya pero… ¿cómo pudiste? Sabes lo que siento por Pedro, ¡tú siempre has
formado parte de nuestras vidas! De
todas formas… —Ana, por primera vez en varios días, miró a Olga a los ojos— Ahora
mismo, a pesar de la rabia y la impotencia que siento por lo ocurrido, sólo
puedo estarte agradecida. No me quiero ni imaginar lo duro que debió ser para
ti estar en quirófano mientras Pedro se debatía entre la vida y la muerte. No
podía haber nadie mejor a su lado en ese momento. Gracias Olga.
Olga tenía los ojos
llenos de lágrimas. Miró fijamente a su amiga y las dos se fundieron en un
abrazo.
Justo en ese momento
llegó Ramón. Sin verlo, sabían que
estaba allí. Su fragancia siempre le acompañaba. Jamás cambiaba de
colonia. Al verlas en esa situación se temió lo peor. No tuvo fuerza para
seguir caminando.
—Chicas… ¿qué ocurre?
¿Qué está pasando?
—Pedro ha despertado
—dijo Ana–. Ahora están los médicos con él y luego debe descansar.
Poco a poco fueron
llegando todos al hospital. Los primeros en llegar fueron los padres de Pedro.
Su madre se aferró a Ana y no la soltaba mientras le decía:
—¡Ay mi niña! ¡Mi Ana!
¡Pedro no se ha ido!
Ana no sabía muy bien
cómo reaccionar. La cabeza le daba mil vueltas. Allí estaba Pedro, al otro lado
de la puerta, luchando por vivir, ¡luchando por ella! Y al fondo de la sala,
hablando con Rafa estaba Ramón. Tan apenas habían cruzado un par de miradas en
toda la mañana. Por supuesto, ni una palabra. Finalmente fue Patricia la que
decidió que ya era hora de comer y que después tal vez les dejasen ver a Pedro
un momento. Todos tenían unas ganas enormes de abrazarle.
La comida fue menos
tensa de lo esperado. Todos estaban aliviados. El estrés vivido en las últimas
horas poco a poco se iba disipando. Incluso Rafa se atrevió a bromear para que
el ambiente fuera más distendido y lo consiguió. Por fin los amigos sonreían.
Bueno, sonreían todos menos uno. Ramón estuvo toda la comida especialmente
pensativo y lo que era más raro todavía: callado. Esto, claro está, no pasó
desapercibido. Olga comenzó a chincharle, pero ni por esas. Ramón seguía serio.
Se excusó diciendo que estos días habían sido muy tensos también para él. Que a
pesar de intentar mantener el tipo, se encontraba muy afectado por todo lo
ocurrido y que era ahora cuando lo manifestaba. A todos les pareció una
respuesta de lo más lógica. Aunque tal vez Ana tuviera sus dudas de que eso
fuese completamente cierto.
Salieron del restaurante,
un lugar al lado del Rock & Blues, donde la comida casera era la seña de
identidad y fueron de nuevo al hospital. Patricia y Rafa los habían dejado un
rato antes porque tenían turno de tarde. Quedaron en pasarse a preguntar por
Pedro en cuanto tuvieran un rato libre. Ana caminaba lentamente.
–Chicos, id por delante. Necesito que me dé un
poco el aire. Ahora subo.
Ramón la miró
interrogante, pero ella le devolvió una mirada tranquilizadora.
¡Ana no podía más! ¡Le
iba a estallar la cabeza! No hacía nada más que pensar en la noche pasada con
Ramón. ¡No recordaba prácticamente nada! Esto la atormentaba más y más. Ahora
se ponía en la piel de Pedro. Con lo que a ella le dolió la infidelidad de
Pedro y Olga. ¡Cómo podía haber hecho lo mismo! Y Pedro… ¡había estado a punto
de morir! Ana sólo tenía ganas de despertar y de que todo hubiese sido un mal
sueño.
Con un andar
taciturno, casi sin darse cuenta, llegó al hospital.
Pedro mientras tanto,
seguía inmóvil en su cama, algo más cómodo, con menos tubos y pitidos a su
alrededor pero sin dejar de pensar desde que había despertado: «Uf…me duele la
cabeza… ¿y esto del brazo? Ah, vale, es el gotero. Estoy agotado… ¿y mi móvil?
¡Ana me estaba llamando y no he podido contestar!... Me duele todo el cuerpo…
¿Y el otro coche? Todo está difuso, pero creo que me golpeé con otro coche.
Ana… Ana… mi Ana… si Ana no está conmigo, de poco me sirve estar vivo. ¿Qué demonios estoy pensando? Ana es mi
mundo, cierto, pero la vida me brinda otra oportunidad. Ana… mi vida…»
Ramón se quedó en las
proximidades de la entrada al hospital acompañando a Olga mientras se terminaba
el cigarrillo antes de entrar. Los padres de Pedro ya habían subido a verle.
Era justo que fueran los primeros en estar con él. Sus amigos lo harían
después.
En el instante en que
Olga y Ramón se disponían a entrar al hall, llegó Ana con la mirada infinita.
Ramón le tocó el brazo:
—Ana, ¿podemos hablar
un momento?
A Olga no le extrañó
que los dos amigos se quedaran charlando. Después de todo, por qué le iba a extrañar.
Era demasiado intenso lo vivido por todos desde que empezó el año. Lo más
normal es que Ramón tuviera que desahogarse con alguien. Todos lo hacían con la
dulce Patricia, pero Ramón prefería hacerlo con otro del grupo.
—Ana, lo de esta
noche… —dijo Ramón.
—¡Lo de esta noche no
tendría que haber sucedido! ¡Me siento la persona más ruin del mundo! ¿Cómo he
podido estar recriminándole a Pedro su comportamiento? Incluso he hecho que se
encuentre en esta situación. ¡Casi ha muerto por mi culpa! Y voy yo y pago con
la misma moneda. Ahora mismo no puedo hablar de lo de esta noche Ramón.
—¡Ana! Espera por
favor, no subas todavía. No puedes culparte por lo ocurrido. Llamaste tú, pero
podíamos haber llamado cualquiera. Pedro no debió mirar el teléfono mientras conducía.
No te martirices por ello. ¡Tú no tienes la culpa! Respecto a lo de ayer… solamente
déjame decirte que hacía tiempo que lo deseaba. Desde la otra vez que estuvimos
juntos no he conseguido sacarte de mi cabeza. Miro a todas, me entretengo con
todas, pero mi pensamiento siempre vuelve a ti. Simplemente quería que lo
supieras. Subamos a ver a Pedro.
Se abrió el ascensor y
allí estaban todos. Los padres de Pedro ya tenían otro semblante más sereno.
Habían podido estar unos minutos con su hijo y parecía que a pesar de quedar un
largo y duro camino por delante, todo marchaba bien.
—¡Ya estáis aquí! Ana,
hemos pensado que debes ser la siguiente en entrar. Además, Pedro sólo pregunta
por ti —dijo su suegra.
Ana abrió lentamente
la puerta. Le temblaban las rodillas como cuando lo veía por los pasillos del
instituto y sólo se dedicaban un tímido saludo. ¡Cuánto habían vivido juntos
desde entonces! Se acercó a la cama, le tomó la mano y lo besó en la mejilla.
—¡Ana!
—Ssshhh… tranquilo
Pedro. No te alteres. Ya estoy aquí. Debes estar lo más relajado posible.
—Tengo tantas cosas
que decirte Ana…
Ana pensaba que ella
sí que tenía que contar, pero ¿cómo?, ¿cuándo?
—Calma. Ahora
descansa. Ya tendremos tiempo de hablar.
—¿Quién más ha venido?
¿Está Ramón? ¿Por qué no ha entrado esta mañana con Olga y contigo?
—¿Esta mañana? No
Pedro, Ramón ha llegado después de haberte visto por la mañana.
—¿En serio? Juraría
que había estado. He notado el olor de esa colonia tan peculiar que lleva
cuando habéis entrado vosotras.
Ana palideció. Recordó
entonces que si Pedro tenía un sentido desarrollado, ese era el olfato. Era
ella. Era Ana la que olía a Ramón.
Elena Arenas Giménez
VI.- El cuerpo del delito
Ana, fruto de un combinado
mental explosivo, a base de ingredientes pesados de digerir, tales que, el
lamento del pasado que le arrastra a un miedo al futuro, se bloquea en ese
instante y no ve otra salida que la puerta de la habitación de Pedro. Situación
que no pasa desapercibida para Pedro, quién, al ver a Ana desconectada de la
situación se arranca a llamarla, como si tuviera ésta que aterrizar de un breve
viaje a las nubes.
—¡Ana! ¡Cielo!
¡Hooooooooola! ¿Estás ahí?
Ana seguía perpleja, con la
mirada perdida hacia el frente, sin otro punto de atención que la puerta de la
habitación. Pedro vuelve a alzar la voz pero esta vez unos tonos por encima de
su tono habitual.
—¡Anaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!
¿Qué piensas? ¿Estás bien? No entiendo nada cielo… Estábamos conversando y me
estabas ayudando a recordar quiénes
me habían venido a visitar y creo que lo último que me estabas intentando
explicar es que al parecer mi don olfativo ha despertado del accidente un tanto
despistado porque no he reconocido el perfume de Ramón y “¡zas!” te has quedado
callada cariño. Sé que lo has pasado muy mal y puede que estés colapsada por
todo lo ocurrido pero hemos de plantearnos esto como un borrón y cuenta nueva.
Ana al margen de la
reflexión ingenua de Pedro sólo aterriza de su breve viaje a las nubes y de los
reproches mentales que atormentan sus pensamientos, para ladear su cara
levemente y apretar la mano de Pedro para decirle:
—Pedro me tengo que ir,
descansa.
Pedro ajeno a la verdadera
situación que aturde a los pensamientos de Ana, no le da mayor importancia: «Sí,
claro que si Pedrito, eres un machote. Y claro que con Ana todo volverá a ser
lo que era. Y que lo que acaba de ocurrir es algo normal estando todo tan reciente. No hay más que dejar pasar el
tiempo para que las aguas vuelvan a su cauce». Sin embargo, ese pensamiento es
tan objetivo como él mismo cree o más bien es una idea subjetiva, proveniente
de un varón práctico, un tanto inmaduro y confiado en que el perdón de Ana sólo
será cuestión de un tiempecito de “pico y pala” trabajando la reconquista…
Ana camina por los pasillos
del hospital rezando para no encontrarse con Ramón, con la mirada puesta al
frente sin otro pensamiento que el de abrir su taquilla, coger su bolso y
largarse a su casa. Soñaba con tumbarse en el sofá, taparse con una manta,
fumarse un cigarro (solo fuma en estados de puro nerviosismo) y llamar a su
madre por teléfono.
Durante el camino no dejaban
de invadirle recuerdos, anécdotas y en definitiva momentos buenos, malos y
regulares de su relación con Pedro, la infidelidad de él y de paso la suya, e
intentaba poner en orden sus ideas para poder contarle todo lo acontecido a su
madre (más bien amiga y consejera de Ana).
Por fin llega a su portal y
mete la mano sin mirar en el bolso, algo característico en mujeres que llevan
maletas por bolsos, para coger sus llaves de casa. Ana sigue rebuscando por
todos los bolsillos de su “maxi” bolso y… las llaves no están. «¡Arggg, pero
qué narices he hecho yo con mis llaves! Esto es lo que me faltaba para acabar
el día. Pues claro que no, que solo me pasa porque no estoy en lo que debo de estar»,
marmoteaba Ana quién se respondía a sí misma.
Ana permanece inmóvil en su
portal intentando recapitular todos los movimientos desde que recogió sus cosas
de la taquilla hasta que llegó a casa, y es que, pese a que no pasa por un buen
momento, es una mujer bastante metódica y organizada. «A ver Ana piensa,
piensa, piensa, ¡joder! Que tú no pierdes las llaves tan fácilmente. He abierto
mi taquilla y sí, ahí estaba mi bolso, me lo he colgado al hombro y no lo he
abierto ni una sola vez hasta este preciso momento. Y no, las llaves no están…
Pues nada, no va a quedarme otra alternativa que por suerte llamar a mi vecina
de enfrente y pedirle el juego de llaves que le di cuando me mudé a este
apartamento, y es que si algo soy es previsora». Ana seguía recapitulando los
hechos mientras pulsaba el timbre de la señora María, una mujer viuda que vivía
sola en compañía de sus macetas, sus periquitos y sus hijos y nietos durante
las comidas domingueras.
“Din-don, din-don”
—¿Quién es? —pronunció a
través del portero automático Doña María, con un acento maño bien arraigado, y
es que nació en un “pueblico” de
—Señora María, soy Ana, “la
vecina”. Ábrame por favor, no llevo llaves.
—“Hijica”, empuja la puerta
que te abro.
—Señora María, siento mucho
molestarla a estas horas, pero no me ha quedado otra opción que llamarla.
—Cariño no tienes que
disculparte, los jóvenes de hoy en día lleváis una vida muy estresante y estas
cosas es normal que pasen. Anda pasa que tengo unas sopas de ajo y una merluza
en salsa muy rica que te templarán el cuerpo y de paso me haces compañía un ratico
corazón —
—No de verdad, se lo
agradezco en el alma, pero necesito descansar, no tengo ganas ni de cenar. Voy
a meterme en la cama y mañana será otro día —Ana ya ni se acordaba de la
llamada que tenía pendiente a su madre, con la pérdida de las llaves al parecer
ya no le quedaban fuerzas ni de llamar por teléfono.
—Ana, “hijica”, algo tienes
que cenar y como sé que si te dejo marchar a tu casa no lo vas a hacer, te pido
por favor que no me hagas el feo. Anda pasa hazme el favor…
—Bueno me ha convencido,
muchísimas gracias Señora María, es usted una persona muy buena. Tengo que
decirle que a pesar de pasar poco tiempo en el vecindario por mi trabajo, mis
guardias, mis urgencias… en fin, mi vida en conjunto, sé que tengo una vecina
inmejorable y que es, como si tuviera viviendo enfrente a la abuela que no
tengo.
—Bueno hija, una ya ha
vivido todo lo que tenía que vivir y ahora solo me queda ayudar en lo que puedo
a los que me rodean, que vivís desenfrenados y una no tiene otro que hacer que
el de ayudar. Bastante tenéis los jóvenes con la que está cayendo… Yo no querría
volver a nacer en estos tiempos.
Ana siempre esbozaba una
sonrisa, cuando oía hablar a doña María y es que todo lo que su viejita vecina
decía estaba envuelto de una gran sabiduría, sabiduría llamada “experiencia de
la vida”.
—¿Está rico?
—¡Umm! No me ve que no
articulo ni palabra, está buenísimo. ¡Ay María! No hay nada mejor que la comida
de puchero a manos de una cocinera bien curtida como usted.
—Ya sabes que tienes tu
plato en esta casa cuando tú quieras, y yo agradecida de que me hagas un rato
compañía, de verdad que sí —la anciana sonrió complacida.
—Anita hija mía, vida
solamente hay una, o por lo menos solo conocemos una. Así que ponle una sonrisa
a los problemas porque al único problema al que no se le puede poner sonrisa es
a la muerte. Todo tiene solución y si no la hay, pues se cambia de rumbo y se
mira hacia adelante. Aprovecha la vida, que es muy bonita y no te estanques en
lo malo. Rodéate de lo bueno y de los buenos.
Ana escuchaba con gran
atención a María, sabía que tenía razón en lo que le decía. Y sabía de sobras
que
—Tiene toda la razón, pero
Señora María, me resulta tan difícil llevarlo a la práctica. Sé que usted no me
dice estas palabras porque sí. Se que usted ha notado que no me encuentro muy
bien, que digamos. Ahora mismo tengo la cabeza saturada y no me encuentro en
condiciones de explicarle, aunque sé que de usted iba a recibir los mejores
consejos. Necesito meditar, necesito tiempo. Sí tiempo, esa es la palabra.
Tiempo que me haga ver las cosas desde un punto de vista más objetivo, sin
rencor y sin remordimientos. Le prometo que le contaré Señora María, pero es
eso, necesito tiempo.
—Hija, no tienes que
prometerme nada. Tú ya sabes dónde estoy y que tienes a esta viejecita siempre
que la necesites.
—¡Ay Señora María! Se lo
agradezco tanto… Muchas gracias por esta comida y este rato, ha logrado sacarme
una sonrisa. Ahora sí que sí, me paso a mi casa a darme una duchita, ponerme el
pijama y descansar, lo necesito con todas mis fuerzas.
—Sí cielo, toma tus llaves.
Ahora me quedo tranquila de que hayas metido sustancia al cuerpo —y con un beso
en la frente
Ana, por fin, estaba en casa
después de un día más que ajetreado, o por lo menos lleno de emociones. Ana
dejó el bolso y su abrigo como de costumbre en el perchero del recibidor y
mientras avanzaba por el pasillo aprovechaba para quitarse la ropa y arrojarla
al suelo. Ya en el baño, dejó correr el agua sobre la bañera y aprovechó para
desprenderse de la braguita y el sujetador, espolvorear unas sales minerales
sobre la bañera, encender unas velas aromáticas y crear la situación perfecta
para relajarse, sumergida en el agua y disfrutando de unas caladas a un
pitillo. Ana lo estaba consiguiendo, estaba llegando al éxtasis, un orgasmo de
relax, mente en blanco, desnuda, agua borboteando y piel envuelta en espuma.
Ana con los ojos cerrados
ajena a cualquier ruido que no fuese el burbujeo del agua, no se percataba de
que alguien había entrado sigilosamente en su apartamento. Alguien que la
estaba observando. Alguien que la conocía muy bien. Alguien que le había
quitado las llaves de su taquilla y que iba sin otra intención que la de
mantener la conversación que tenían pendiente desde aquella tórrida noche… Sin
embargo, él estaba olvidándose del motivo por el que estaba en casa de Ana por
segundos, y su temperatura al contemplar aquella escena estaba haciéndole
imaginar… y volver a pecar. Ana para él era el cuerpo del delito.
Ana de repente nota un
ligero calor, calor que desprende alguien que respira rozando el lóbulo de su
oreja produciéndole un cosquilleo que recorrió todo su cuerpo.
Ana abrió los ojos como si
de un sueño se tratase y ahí estaba... Era él... Ramón.
Andrea Sánchez Izuel
VII. Vaya panorama.
¡De repente el corazón de
Ana parecía una montaña rusa! Él estaba
allí... y no sabía cómo reaccionar... desnuda, indefensa, sin ganas de afrontar
aquella situación.
Aquello parecía su peor
pesadilla. Su cabeza era un torbellino que no sabía cómo responder ante lo que
se le venía encima. Estaba agotada física y emocionalmente, lo último que
deseaba era aclarar la situación de la noche anterior. Le pasaba por la cabeza
la imagen de Pedro, la imagen de Olga, el accidente... era una zarracatalla de
pensamientos. Súbitamente la imagen de Ramón retenida en sus pupilas la hizo
salir de aquella pesadilla y afrontar la dura realidad.
—Ana, yo no puedo seguir ni
un día más sin aclarar la situación. Tú sabes que te quiero y siempre te he
querido, no puedo ocultar mis sentimientos. Es verdad que el momento y el
accidente de Pedro no ayudan a esta situación, pero yo la deseo... Yo te deseo
a ti...
—¡No sigas! —gritó Ana—. No
tengo fuerzas para nada en este momento. Ahora entiendo todo... mis llaves, tú
las habías cogido. No estás en tus cabales. ¡Ahora no es momento! ¡Ahora no es
la situación! Pedro ha estado a un paso de morir, ¡y todo o por mi culpa!
—¡Ssshhh! No sigas pensando eso ni por un momento más.
Ha sido el destino. El accidente, lo nuestro...
—No hay nada... Lo nuestro
no puede ser —Ana rompió a llorar como una niña desconsolada.
Ramón no sabía qué hacer, y
tras unos segundos de silencio decidió marcharse. Ana no podía dejar de llorar,
aquel apetecible baño relajante se había convertido en un martirio. Decidió
acostarse y dejarse llevar por el tiempo.
Al día siguiente no quería
aparecer por el hospital ni tampoco conectar con nadie que tuviese nada que ver
con Ramón, así que decidió llamar a Sandra, la hermana de Pedro. Sandra era una
niña, tenía veinticinco años pero siempre tenía una sonrisa despreocupada para
cualquier situación. Era muy extrovertida y quizás le haría ordenar sus
pensamientos. En resumen, Ana pensaba que sería una buena terapia tener una
charla con ella y poderse desahogar con alguien ajeno al ambiente del hospital.
Llamó a Sandra y quedó con
ella en una cafetería del centro donde podrían hablar tranquilamente. Sandra
acababa de llegar desde Barcelona donde está realizando su interminable carrera
de veterinaria, y había pasado
Al encontrarse se abrazaron
efusivamente ya que no se veían desde antes del accidente de Pedro. Sandra le
preguntó por lo ocurrido y se interesó por el estado de Pedro, y quedaron de
acuerdo en pasarse por el hospital a visitarlo en cuanto se pusieran al día.
Mientras tanto en el
hospital, Ramón no podía dejar de pensar en la noche anterior. ¡La había
cagado! Pero ahora ya era tarde… ya no podía volver atrás. Concluyo en sus
cavilaciones que en cuanto viera a Ana hablaría con ella.
Patricia y Rafa, estaban
tomando el café de su pausa. Y comentaban la buena evolución de Pedro tras el
accidente.
—Ya le han quitado a Pedro
la mayoría de las máquinas y están intentando que inicie la recuperación mañana
mismo. Es un milagro que después de ese accidente se vaya a recuperar tan
pronto, creo que mañana o pasado le pasaremos a planta para que pueda empezar
con todo el proceso de ejercicios y pruebas —aseguró Rafa. Patricia, acabada la
pausa, tuvo que volver a sus tareas de limpieza y marchó.
—Pues como ya te habrán
contado tus padres, la colisión se produjo con otro vehículo que venía en
sentido contrario y los bomberos tuvieron que sacar a Pedro del coche porque
quedó atrapado. Al principio temíamos por la movilidad de sus piernas, pero la
suerte y el buen hacer de Olga han conseguido que ahora mismo podamos ser muy
optimistas. Además tu hermano es muy fuerte y cabezota, ya sabes que cuando se
propone algo lo consigue —Ana ponía al día a su cuñada. Sandra miró a Ana con
esa mirada cómplice que solo las amigas consiguen entender.
—Pero bueno, cuéntame de que
querías hablar Ana, estoy para ayudarte en lo que necesites y tú lo sabes.
—Sí Sandra, esto, yo…
—No me lo digas, ¡mi hermano
volvió a emborracharse y discutisteis!
—Sí bueno, no es exactamente
así. Tu hermano se emborrachó como de costumbre pero ese no es el problema. El
problema es… —Ana rompió a llorar, y sollozando entre mormoteos explicó a
Sandra todo lo ocurrido el día de Año Nuevo. Le contó lo del video, el mensaje
de whatsapp, la situación tan humillante en su casa cuando despertó a Pedro, la
llamada telefónica, etc.
Sandra no podía dar crédito
a lo que estaba oyendo.
—¡Pero cómo te ha podido
engañar ese gañán! ¡Cómo ha podido acostarse con tu mejor amiga! ¡Aggggghh! ¡Solo
de pensarlo se me revuelven las tripas, será cabrón el muy cerdo! ¿Y tú que le
dijiste?
Ana no podía parar de
sollozar. Sabía que le quedaba por contar la peor parte de la historia. Sabía
que había cometido una estupidez al acostarse con Ramón, pero en el fondo
estaba orgullosa por haber devuelto la moneda a ese “semental”… ¡Será puta!
Encima lo llama semental. Como si no tuviera bastante con habérselo tirado. Las
blasfemias y ganas de capolar a Pedro recorrían la cabeza de Ana como un
torbellino. Estaba fuera de sí y no podía dejar de llorar, a la par que sin
darse cuenta estaba descargando toda la tensión y la rabia acumulada esos
días anteriores.
—¿Pero que piensas hacer
ahora Ana?, tendrás que decírselo a mis padres. Esto no puede ir a más…
—Ana volvió a sollozar como
una niña —ese es el problema… Aún hay más… Yo también he sido una estúpida y me
he dejado llevar, las copas, el ambiente, mi soledad, la noche se convirtió en
una nube oscura y maliciosa y también me tiré a Ramón.
Sandra no podía entender
nada. Todos aquellos sucesos, de repente, recién llegada de Barcelona. Aún no
había visto a su hermano y Ana estaba mormoteando cosas que no entendía sin
poder dejar de llorar. Ella intentaba entender cuáles eran las ideas que
cruzaban por aquella cabeza tan desordenada, quería ordenar toda aquella maraña
para comprender lo que Ana le intentaba explicar.
—Vamos a ver Ana, tienes que
calmarte. Así no vamos a ningún lado, no entiendo nada de lo que dices.
Sandra se levantó a coger
unos kleenex del bolso y apretó la cabeza de Ana contra su torso. Intentaba
sofocar aquella explosión de ideas que no entendía de ningún modo. Le extendió
un pañuelo y esperó a que Ana se calmase.
—Yo no quería, fue una cosa
espontánea. Ramón vino a mi casa, después de la operación y de todo aquel caos
el día del accidente. Él solo quería hacerme compañía, cenamos, tomamos una
copa, otra… El ambiente era agradable. Estábamos recordando viejos tiempos y
olvidando un poco todas las horas anteriores. Sólo recuerdo que al despertar
Ramón estaba en mi cama. Yo no podía creerlo, ¿cómo había podido pagarle a
Pedro de la misma forma? ¿Cómo había podido después de aquel terrible accidente?
—un poco más calmada, Ana intentaba explicar a Sandra todo aquel zarapuezo que
se había montado en su ausencia. Pero Sandra lejos de entender estaba cada vez
más segura de que aquella Nochevieja no había sido una Nochevieja normal. Algo
había desatado todo aquel disparate de acontecimientos. Ella estaba segura de
que Ana no quería a Pedro como antes. Era normal, su hermano estaba hecho un
botarate de mucho cuidado, era el desorden personificado y no era muy atento
con Ana últimamente. Pero tampoco culpaba del todo a su hermano, como es normal
la sangre tira mucho... Ella quería averiguar cuál había sido el desencadenante
de todo aquello.
—Vamos a ver Ana, ¿y a Pedro
se lo has contado?
—¡Cómo se lo voy a contar en
su estado! Además, ayer notó que yo olía al perfume de Ramón. Eso me dejó
petrificada cuando entre a verle a
—¿Y qué piensas hacer?
Porque la que habéis liado es pequeña… más que el año nuevo parece que haya
llegado la primavera. ¡Estáis todos más salidos que el pitorro de un botijo! —Sandra
con su sorna habitual, pero intentando quitarle hierro al asunto era
especialista en volver las situaciones a favor de lo que pretendía. Y ahora
mismo lo único que pretendía era ayudar a aquella persona a la que ella quería
desde siempre. Su relación era y había sido siempre muy cordial, y ella sabía
que podía contar con Ana para lo que hiciese falta. Su dinamismo le ayudaba a
moverse como pez en el agua en situaciones adversas y por eso tomó una
decisión.
—Vamos a ver Ana, ¿tú
quieres a Pedro?
—¡Pues claro! Ya lo sabes.
—Vale, ¿y a Ramón?
—¡Qué cosas dices Sandra!
Ramón es mi amigo, pero nunca lo he visto como otra cosa. Sí, es atractivo y
divertido, pero eso no quiere decir que pueda pensar más allá. Además ya sabes
que yo soy muy tradicional, no me imagino la situación de tener que cambiar
toda mi vida de un plumazo.
—Pues entonces está muy
claro, hablas con Ramón y se lo explicas. Le dices que tú quieres a Pedro y que
lo que ocurrió fue un desliz. Que para nada se haga ilusiones de nada más.
—Sí, pero anoche estuvo en
mi casa.
—¿Ya estamos otra vez?
—Sí Sandra, es más
complicado de lo que parece. El me cogió las llaves de mi bolso, y cuando estaba
en la bañera entró sin hacer ruido y se acercó hasta mí. Me dijo que me quería
y que siempre me había querido. Es verdad que Ramón siempre ha sido muy
simpático conmigo, pero yo no pensaba que el estuviese colado por mí. El es muy
apuesto y ligón, pero sin saber cómo despierto en él un instinto animal.
—Pues bueno, eso tiene
solución. Si quieres yo hablo con Ramón y se lo explico todo.
—No Sandra, no quiero
mezclarte en esto ni hacerte pasar por esas situaciones. Soy yo la que me he
metido en este lío y seré yo quien lo solucione.
Pedro estaba con sus padres
en la visita de la mañana y cuando estos salieron entraron Sandra y Ana. Las
dos cómplices hicieron ver que no pasaba nada. Ana ya mucho más tranquila,
intentó aclarar los hechos acaecidos en el accidente. Pero Pedro estaba un poco
cansado y no tenía ganas de hablar de aquello en ese momento. Se le veía
inocentemente feliz al lado de sus dos seres más queridos. Sandra le dio un
pequeño refrotón con la palma de la mano en la cabeza.
—¡Ay Pedrito, Pedrito… las
que lías en tus ratos libres!
—Pues sí Sandra, ya ves que
faena he hecho. Por todo lo alto, como los buenos toreros —Sandra y Pedro
rieron a carcajadas y a Pedro le entró esa tos que entra cuando te acabas de
estampar contra otro coche y llevas todo el cuerpo magullado.
Pedro miró a su hermana
feliz, y de repente se acordó de todo lo de aquella mañana. No pudo evitar
fruncir el ceño y mostrar un semblante preocupado. Sandra se dio cuenta al
instante y no pudo evitar mediar en aquel ambiente contaminado.
—Pedro, Ana me lo ha contado
todo. Eres un cabrón, pero ahora no es el momento de tratar ciertos temas,
¿verdad Ana?
—¡Ejem…! No… Tienes razón
Sandra, es mejor que te recuperes y ya quedará tiempo de hablar de esto cuando
estés mejor.
Pedro, con una mirada
cómplice lanzo a su hermana un GRACIAS que iluminó toda la sala de cuidados
intensivos.
En el exterior, el ambiente
era distendido entre los presentes. Estaban los padres de Pedro. Antonio
escuchaba y disfrutaba del buen ambiente que había entre los amigos de su hijo.
Era capaz de estar en un sitio sin que apenas se notase su presencia, pero era
el primero en estar ahí cuando se le necesitaba. Irene en cambio era más como
su hijo. Torpe en algunas cosas y algo cotilla, pero buena persona. Ambos estaban
orgullosos de sus dos hijos y también de poder contar con aquel grupo de
chavales que quizás o seguramente habrían salvado la vida de Pedro. Al salir
Ana y Sandra, el ambiente se torno en expectación para escuchar lo que Pedro
les había dicho, y la impresión que les había causado. Comentaron los detalles
y Antonio ofreció a todos los presentes un refrigerio en el bar más próximo.
Ana entraba a trabajar a las
tres de la tarde, aunque su responsable directo le había dicho que se tomara el
tiempo necesario hasta estar en plenas facultades. Pero ella necesitaba
trabajar, deseaba desconectar de aquel tumulto de pensamientos que la
atormentaban. Rafa hizo mucho más llevadero el turno y se encargó de no dejar a
Ana desocupada en ningún momento, cosa que Ana agradeció porque las horas
pasaron volando.
Era por la mañana cuando Ana
subió a la habitación de Pedro a saludar a sus suegros, Antonio e Irene, y a
ver como se encontraba Pedro. Mucho mejor después de haberle realizado todas
las pruebas el día anterior para ver el estado de su columna y sus contusiones.
Ana explicó con paciencia a Irene que la lesión de Pedro era menos grave de lo
pensado en un primer momento, y que su hijo podría volver a caminar sin grandes
problemas. Necesitaba un poco de rehabilitación tras curar las dos vértebras
que se había dañado, pero nada que no estuviese al alcance de la ciencia. Una
vez que Ana hubo explicado todo, Antonio muy disimuladamente, ofreció a Ana la
posibilidad de quedarse un rato a solas con Pedro mientras ellos bajaban a la
cafetería a tomar un café, y cariñosamente le ofreció a Irene la puerta para
acompañarle. Irene un poco reacia en un primer momento, entendió que allí no
había nada que hacer y que Ana y Pedro querrían estar a solas.
Ana fue la que empezó la
conversación, que ya traía preparada. Tras cocinarla lentamente en su cabeza
los últimos dos días, desde su encuentro con Sandra, que además de ayudarla a
desahogarse y ordenar sus ideas, le dio ese empujón que necesitamos las
personas para plantarnos ante una situación con decisión.
—Pedro, sé que lo tuyo con
Olga fue una equivocación, pero tenemos que rehacer nuestra relación. Yo no
puedo estar con esta incertidumbre día sí y día también. Necesito que hablemos
de lo nuestro tranquilamente y poder renovar las ganas con las que empezamos
esta relación. Recuerdo los primeros días, el instituto, mis ganas por estar
contigo a todas horas. Eso es lo que yo
quiero para nosotros.
Pedro no podía ni mirar a
Ana, pero al tiempo sentía una felicidad infinita de que Ana le pusiese las
cosas tan fáciles. No esperaba lo que Ana tenía que decirle a continuación. Ana
intentó explicar los mínimos detalles de su historia con Ramón, y además hizo
ver a Pedro que había sido una tontería por su parte y que no volvería a
ocurrir, pero Pedro con su torpeza habitual no encajó muy bien el golpe
recibido. Más bien pareció como que había vuelto al mismo coche para tener el
mismo accidente en ese preciso instante.
Ana intentó por todos los
medios que Pedro entrase en razones, pero su cabezonería no dejaba pensar a su
parte racional. Era un cernícalo en toda regla, y en ese momento estaba
expresándolo por todo lo alto. Ana empezó a molestarse porque no entendiera la
situación, y porque no la perdonara como ella había hecho con él. Pero a su vez
empezó a asaltarla una duda. ¿Qué hubiera ocurrido si Pedro no hubiera tenido
el accidente? ¿Habría sido ella capaz de perdonarlo a él? Decidió que era mejor
dejar pasar un tiempo y esperar a que Pedro lo asumiese. Y se despidió de Pedro
con un seco…
—Espero que puedas entender
que todos nos equivocamos, pero si queremos luchar por lo nuestro debemos
hacerlo juntos.
Ana no podía dejar de pensar
en la cabezonería de Pedro. Por eso no dejaba de llorar, no sabía cómo hacerlo
entrar en razón, no tenía claro que este accediera a lo que habían hablado.
Por su parte Pedro estaba
enfadado con Ana y no dejaba de darle vueltas a la cara de Ramón, si lo hubiese
tenido cerca lo habría zarandeado.
Olga entraba de guardia esa tarde,
así que decidió pasarse por la habitación de Pedro para hacerle una visita y
ver como estaba. Cuando llegó al hospital fue hasta el vestuario y allí estaba
Ana, llorando como nunca había visto llorar a nadie.
—¿Qué te pasa Ana? ¿Por qué
estas llorando, ha pasado algo con Pedro? ¿Se encuentra bien ? —Olga
pensaba que Pedro había empeorado, o peor, que algo se hubiese complicado y…
Ana empezó a hablar.
—Pedro y yo hemos tenido una
discusión —dijo entre sollozos. A Olga
le dio un bote el corazón, y fue de felicidad. Había pensado lo peor, y esta
noticia le abrió una ventana de aire fresco.
—¿Pero por qué habéis
discutido?
—Yo no quiero hablar esto
contigo, tú eres la culpable de que Pedro esté en esta situación. Tú eres la
culpable de que nosotros tengamos que discutir… —Ana estaba fuera de sí, no
sabía ni lo que había dicho. Estaba
confusa y enfadada, no tenía nada claro.
Olga decidió dejar aquella
sala y no seguir discutiendo con Ana. No estaba con ánimo de empezar su turno
de trabajo acalorada debido a aquella discusión. No entendía por qué Ana la
culpaba sólo a ella de aquella situación. Pedro también había tenido algo que
ver… ¿Acaso él no había contribuido a su romance? Y era la segunda vez que
hablaba con Ana del tema y no había acercamiento de ningún tipo, cada vez la
entendía menos. Comprendía que Ana llevaba unos días de infarto, los diferentes
sucesos que se habían desencadenado habían sido un tornado en la vida de Ana.
Pero eso no le daba una carta blanca para jugar con sus sentimientos. Ella se
podía haber equivocado, pero no toda la culpa había sido suya.
De repente Olga esbozó una
sonrisa, se estaba acordando de Pedro la noche de autos. La había hecho
sentirse una completa mujer, y le había dado momentos de placer como nadie
antes lo había hecho. Olga se ruborizó al notar una humedad en sus muslos que
le hizo flojear las piernas y detenerse un momento a respirar profundamente.
Abrió la puerta de su
habitación y allí estaba Pedro, acostado sobre su cama, con la sabana por
encima de la cintura y su torso desnudo. Olga volvió a notar esa flojera en las
piernas, esos recuerdos volvieron a su mente. La persiana de la habitación estaba
a media altura, y una luz tenue entraba por ella. Olga se acababa de cruzar con
los padres de Pedro que se marchaban a comer. De repente una perversa idea recorrió
su cabeza. Intentó borrarla de su cabeza. «Estás loca, eso no puede ser. Estás
en tu puesto de trabajo». Pero las hormonas hacían muy bien su trabajo, y el
recuerdo de la grosería de Ana acabó de aclarar la situación. Olga se acercó a
Pedro, su cara era un encanto, Pedro no era muy apuesto pero tenía unos rasgos
cuando estaba enfadado que a Olga la hacía sentir intrigada, era una cara que a
ella le parecía divertida y encantadora.
—Hola Pedro, ¿qué tal estás
hoy?
Pedro se alegró de ver a
Olga, era una diosa, esos labios carnosos, ese físico imponente la hacían una
mujer muy atractiva.
Vaya panorama…
Diego Serrano Satué
VIII. ¡Se ha liado parda!
Vaya panorama… Estaba
lloviendo y pintaba un día tan oscuro como aquella habitación. Entre esas
cuatro grises paredes se respiraba un ambiente sexualmente tenso, acarreado por
todo lo ocurrido anteriormente.
—Hundido, estoy hundido a la
vez que cabreado —contestó Pedro.
—¿Ana? —preguntó Olga en un
tono intrigado.
—Sí, veras… es que Ana… —dijo
Pedro entre suspiros.
—Déjalo Pedro, no quiero
saber nada, este momento es nuestro —añadió Olga a la vez que zarandeaba su
cabeza de lado a lado.
Después de una mirada muy
intensa por ambas partes durante varios segundos, Olga se agachó lentamente
buscando rozar sus labios junto a los de su amigo Pedro, el cual la estaba
observando atentamente sin inmutarse en ningún sentido. El ambiente era
ardiente y ambos tenían la mente en las respectivas discusiones con Ana. Se
estaban dejando llevar por la rabia de lo acontecido y por la tensión sexual
que se respiraba entre aquellas paredes.
Pedro no dejaba de pensar en
Ana: «¿Cómo se le ha ocurrido?, me parece increíble… Claro, que yo también me
he coronado, para que voy a mentir. Menudo panorama… Me siento confuso. ¿y Olga?
¿Qué hago, la beso?....
Olga, por su parte pensaba
en el torso desnudo de Pedro, mientras lo miraba con deseo: «¿Cómo me ha podido
echar las culpas a mi de todo? ¡“Uiba”, cómo me pone Pedrito! Con ese torso,
esos labios carnosos…» Olga se estaba dejando llevar durante estos segundos por
su lado mas salvaje en lugar de por su amistad con Ana y con Pedro. La verdad
es que eso era lo que menos le importaba allí y en ese momento.
Después de estos instantes
de diversos pensamientos, llegó el momento, ambos abrieron sus bocas para
terminar de juntarlas pero de repente… ¡Sandra entró en aquella oscura
habitación!
—Pedro, ¿estás loco? Eres un
gañan y un… y un… —a Sandra no le salían las palabra y no será por que no
pasaran cosas por su cabeza en ese instante.
—Sandra, verás… Esto… no es
lo que parece —dijo Olga confusa mientras tapaba su boca con la mano.
—¿Qué no es lo que
parece?... ¿Te piensas que soy tonta? —gritaba Sandra muy enfadada.
—Sandra, tranquila —exclamó
Pedro—. Nos hemos dejado llevar por todo lo que ha ocurrido con Ana, ambos
hemos discutido con ella y estábamos molestos. Sí, nos íbamos a besar, pero fue
cosa del enfado nada más —le explicaba Pedro con voz calmada mientras dirigía
la mirada hacia Olga.
—Bueno… A ver, un momento. Sólo
he visto que os ibais a besar, yo no... —intentaba calmar Sandra los ánimos.
Justo en el momento que Olga
y Pedro subían la mirada avergonzadamente hacia su hermana, Ramón entraba por
la habitación escuchando perfectamente lo que Sandra acababa de decir.
—Hol… ¿Qué? Me parece increíble
por parte de los dos. ¡Pero cómo sois así! —dijo Ramón con tono de enfado.
—Bueno… y Ramón que se acaba
de enterar —dijo Sandra liberando tensiones y dando una vuelta sobre si misma
apoyada en un solo pie—. Ya lo siento…
Antonio e Irene subieron de
tomar café y se apresuraban a entrar en la habitación para esperar a que los
médicos subieran a evaluar el estado de Pedro para llevarlo a planta. Pedro
estaba tan nervioso que no se enteró de que sus padres estaban entrando y
siguió con la confusa conversación.
—A ver… sí, nos íbamos a
besar dejándonos llevar por lo acontecido con Ana. Pero no ha pasado nada, ni
nos hemos rozado.
—¿Qué la has besado? —preguntó
Irene mirando muy decepcionada a su hijo.
Olga empezó a notar como le ardían la cara y
las manos, decidió agachar la cabeza para que nadie viera que se estaba
enrojeciendo. Si hubiera habido un agujero que llevara bajo tierra no hubiese
dudado ni un segundo en meterse dentro, pero desafortunadamente para ella no lo
hubo.
Pedro miraba a su madre con
la misma cara que le miraba y los mismos ojos que le ponía cuando de joven
hacía algún chandrio y no quería que le regañase, vamos, con “ojos de cordero
degollao”. Ramón se llevó las manos a la cabeza y suspiró, después, puso la
mano sobre su hombro y le lanzo una mirada tranquilizadora de las que Ramón
sabía lanzar y muy bien. Ante todo era su amigo y aunque se hubiera liado con
su novia y él se hubiera liado con Olga, tenía un papelón encima muy gordo con
sus padres y le debía apoyar como hacen los buenos amigos.
Sandra se mordía el labio
ante la enrevesada situación. Sobre todo al ver el papelón que tenía encima su
hermano y pensó: «menudas lías hermanito, menuda se acaba de liar en esta
habitación».
Irene comenzó a llorar y
Antonio, un hombre muy prudente, la cogió del brazo cariñosamente y se la llevó
fuera de aquella tenue habitación, sin decir ni una sola palabra a nadie.
El panorama que se había
formado allí era muy negro. Todo el mundo se había enterado de la historia
entre Olga y Pedro y eso, la verdad que no ayudaba a mejorar las cosas entre el
grupo y las empeoraba entre la familia.
Los otros cuatro se quedaron
en la habitación. Durante unos minutos hubo un silencio muy incómodo por parte
de todos, silencio que rompió Ramón.
—Pedro, mañana vendré a ver
como estás y a hablar contigo —dijo Ramón acercándose hacia la puerta para
salir de allí.
—De que Ramón, ¿de lo que
hiciste con mi novia? —se encaró Pedro hacia su amigo.
Ramón sin decir nada más le
tocó el hombro a Sandra y salió por la puerta sin dar crédito alguno a lo que
estaba oyendo en ese momento. «No me puedo creer que sepa lo mío con Ana, esto
no se como va a acabar —pensaba—. Está claro que tendrá que pasar tiempo para
que todo vuelva a ser como antes, si algún día lo vuelven a ser».
Dentro de esas cuatro
paredes en las que se encontraban Pedro, Olga y Sandra, esta rompió el silencio
en el que se hallaban.
—Olga, nos vemos a las siete
en el Rock & Blues para hablar de esto, avisa a Ramón, y que Ana no se
entere. Debemos aclarar esta situación —se acercó a su hermano, le dio un beso
en la mejilla y dijo—. ¡La has liado parda hermanito! Déjame aclarar las cosas
entre los cuatro a ver si sacamos algo en claro. Tú descansa y no te ralles.
—Gracias, Sandra —dijo su
hermano a la vez que le daba un beso y la miraba emocionado.
Sandra siempre estaba
dispuesta a ayudar a los demás y más si se trataba de su hermano y de Ana.
Después de todo lo ocurrido,
Pedro fue mandado a planta por su buena evolución para que empezar enseguida
con los ejercicios de recuperación. Una vez en planta, Olga y los demás médicos
lo dejaron descansar. Olga, antes de salir miró a Pedro, le hizo una mueca y se
fue.
Pedro se había quedado solo,
sus padres se habían ido a la cafetería después de lo que escucharon y no
habían vuelto a verle, lo que le preocupaba demasiado. Estaba muy pensativo por
los acontecimientos que había vivido con Ana, Ramón, Olga, Sandra y sus padres
y ante semejante marrón comenzó a llorar desconsolada y amargamente y con la
mirada perdida hacia la ventana.
Entretanto Olga había
acabado el turno y se dirigió al vestuario a cambiarse. Miró el móvil y se
encontró un whatsapp de Sandra en el que le ponía que por favor avisara a todo
el grupo menos a Ana, que era mejor dejarla fuera de momento y que ella se
encargaba de sus padres para que no dijeran nada. Ella sin duda alguna mandó un
whatsapp a cada miembro de la pandilla para que acudieran a la cita y que Ana
no se enterase. Después, recogió sus cosas y se dirigió hacía el Rock &
Blues.
Eran las seis de la tarde, Ana
se dirigió al hospital, aunque su turno comenzaba a las siete, para ver a Pedro
e intentar hacerlo entrar en razón y hacer las paces para poder acabar con esa
pesadilla que le estaba martirizando. Una vez en la puerta, tomó aire, suspiró,
puso su mirada hacia el techo y entró en la nueva habitación de Pedro.
—Hola Pedro, ¿cómo estas? Ya
veo que te han subido a planta, me dejaron los compañeros una nota en la
taquilla diciéndome tu nuevo número de habitación.
—Hola Ana —dijo Pedro entre
un mar de lágrimas.
—¿Qué te pasa? Veras Pedro,
yo… siento lo que pasó con Ramón, fue cosa del rencor y la verdad… no sé como…
—No Ana, no es eso… Es que
te tengo que contar que Olga y yo… —contaba Pedro algo confuso, pero no le
salían ni las palabras.
—¿Qué ha pasado? ¿Por qué
dices en la misma frase Olga y yo? Me estas asustando y cabreando Pedro… Cuéntamelo
de una vez —insistió Ana mientras apretaba las manos contra sus muslos.
—Verás Ana… Olga y yo
estábamos a punto de besarnos cuando Sandra entró por la puerta. Cuando estábamos
explicándole que nos dejamos llevar por la situación, entró tu amigo Ramón y
mis padres y ahora todos piensan lo que no es —le contaba Pedro con voz de
arrepentimiento y excusándose.
—¿Lo que no es, Pedro? ¡Te
ibas a besar con ella otra vez ! —respondió Ana histérica, justo antes de
salir por la puerta de la nueva habitación y dar un portazo que hizo retumbar
toda la planta mientras se secaba las lágrimas en las que su cara se veía
envuelta.
Pedro siguió llorando aunque
esta vez mucho más amargo que antes y Ana se dirigió a la cafetería dónde sus
suegros se encontraban tomando un café y charlando sobre lo que vieron en
aquella maldita habitación. Cuando llegó, sus suegros la vieron enseguida y no
dudaron en llamarla y abrazarla para consolarla. Ana era muy querida por ellos,
era como una hija más.
—Anita, tranquila, todo se
arreglará. Pedro se ha equivocado pero se le nota en la mirada que te quiere
mucho —dijo Irene cogiendo la mano de Ana.
—Sí Irene, pero es que… Eso
no es todo. Ramón y yo… también nos hemos liado. No se como ha ocurrido, pero
ocurrió.
—¿Tú también querida? ¡Pero
que clase de culebrón es este! Perdona Ana —añadió Antonio ante un impulso de
rabia.
Los tres siguieron hablando
calmadamente sobre lo que había ocurrido desde el día de Nochevieja hasta ese
momento. Aunque los suegros no daban crédito a todo lo que estaban escuchando a
través de la boca de Ana.
Una vez terminada la
conversación, que transcurrió de manera calmada porque los tres eran personas
civilizadas, Ana se dirigió a comenzar su turno de guardia y sus suegros se
dirigieron hacia la habitación de su hijo.
Una vez en la puerta de la 413, entraron y allí se encontraron a Pedro,
llorando como Ana lo había dejado.
A escasos metros del
hospital, todos iban llegando al sitio acordado. La primera en entrar fue
Sandra. Se pidió un vaso de fría cerveza y se sentó en una mesa apartada a
esperar al resto. Seguidamente entró Rafa que tapó los ojos de Sandra con sus
manos. Esta las cogió, se dio la vuelta y…
—¡Uibaaaa un hombre! ¡Y que
hombre!… —pensó en voz alta.
—¡Sigues tan divertida como
siempre, eh! —contestó Rafa en tono divertido a la vez que se sonrojaba.
—Je, je, je, perdona Rafa… ¿Cómo estas? —dijo Sandra coqueteando a la vez que le daba dos besos.
—¡Bien! Todo bien… ¿Y Pedro?
¿Cómo está? Hoy no me he pasado, luego lo llamaré y mañana iré a verlo —contestó
sonriendo.
—Pedro, bueno… estaba bien
de lo suyo. Lo han subido a planta, me ha mandado un whatsapp Ana para
decírmelo.
—Eso es una buena noticia,
Sandra. Verás qué pronto lo tenemos por aquí dando mal —chisteó Rafa.
Sandra y él siguieron
hablando y mientras coqueteaban y lo pasaban bien tomando unas cervezas Sandra
le contó la razón por la que habían quedado. Rafa no daba crédito a lo que
estaba oyendo.
Sandra recibió un whatsapp
de Olga en el que le decía que iba con Ramón y Patricia en el coche y que
llegarían un poco tarde debido a un atasco que había muy cerca del centro de la
ciudad. Eran las siete en punto de la tarde y en la radio del bar sonaba la
canción preferida de Sandra, ella comenzó a cantarla y Rafa le acompañaba
porque también era una de sus preferidas. Pasaron a hablar de otros temas que
no fueran Pedro y Ana y vieron que tenían muchas cosas en común. Cuando acabó
la canción que estaba sonando, Sandra se levantó para ir al baño.
Cuando salió del baño, se
aproximó a lavarse al lavabo y allí estaba él…
Cristina Urdaniz Ferrer
IX. Un mar de dudas.
A Sandra algo le hace
detenerse por completo. Conforme sale del baño, va subiendo la mirada. Se
encuentra con unas zapatillas deportivas de moda, vaqueros pitillo de color
claro, y una sudadera con capucha, de color rojo. Ojos verde esmeralda y pelo
oscuro, bien peinado con su particular «crestita». Era él, mirándola fijamente.
Su corazón empieza a latir más y más rápido. Como puede, suelta unas palabras…
—¿Se puede saber que haces
aquí ? —sonriendo tímidamente.
Rafa, con su mirada
penetrante se va acercando a Sandra. Le coge de la cintura suavemente mientras
se acerca a su cuello y le susurra al oído…
—¿Tú qué crees?
Un cosquilleo empieza a
bajar desde el cuello, recorriendo su espalda hasta acabar allí, donde la
espalda pierde su nombre. No puede evitarlo y empiezan a besarse sin recordar
donde están ni por qué. Mientras se besan apasionadamente van tropezando con las
puertas de los baños, hasta que entran en uno y de un culetazo Sandra cierra la
puerta. Las manos de Rafa empiezan a subir por los muslos de Sandra, el llevar
falda le pone las cosas más fáciles. El calor empieza a hacer mella en ellos.
Besos. Mordiscos en el cuello. Más besos. Empiezan los jadeos.
Son las siete y media de la
tarde, la puerta del bar se abre. Aparecen Olga, Ramón y Patricia. No hay mucha
gente en el bar, por lo que rápidamente se dan cuenta de que Sandra, que se
supone que tendría que estar allí, no está. Piden tres cervezas para hacer más
amena la espera. Aún así Olga decide llamar a Sandra para ver dónde se ha
metido.
De repente, se escucha una
canción. Era la melodía que llevaba Sandra en su móvil.
Al mismo tiempo, Olga
escucha tonos sin respuesta. Vuelve a llamar, y la canción vuelve a sonar. Los
tres giran la cabeza hacia una mesa apartada, es de ahí de dónde viene el
sonido. Patricia se percata de que hay un bolso.
—Ese bolso…. Ese bolso…. ¡Ese
bolso es de Sandra!
—¿Y dónde se ha metido esta
tía? —pregunta Ramón.
—Voy a ver si está en el
baño —responde Olga.
Olga se levanta de la mesa,
se sube un poco el vaquero con esos movimientos de caderas que hacen las chicas
cuando se suben el pantalón, y se estira la camiseta. Se dirige al baño. Abre
la puerta pero no ve a nadie, aunque sí escucha algo. Riéndose cierra la puerta
rápidamente y se apresura a la mesa donde están sus amigos para contárselo.
—No sé quién habrá ahí
dentro, pero vaya… ¡Bien se lo están pasando!
Expectantes esperan descubrir
quién saldrá por la puerta del baño.
Entre tanto, Antonio e Irene
continúan en la habitación con Pedro. Irene se derrumba cuando ve a su hijo
llorar, ya que pocas veces lo ha visto.
—Hijo mío —cogiéndole la
mano—, está bien que te desahogues, pero tienes que madurar, plantearte en
serio tu vida, tu futuro. Hace ya un mes del accidente y te queda mucha
recuperación por delante. Pero, tu recuperación física es posible. Sin embargo,
la recuperación de tu corazón me preocupa más. Para recuperarse por completo,
debes ser fuerte, capaz de perdonar y de pedir perdón. Porque también tú…
—Ana nos lo ha contado todo
—añadió su padre.
—Ya. Pero… ¿Cómo puede ser
tan falsa? —con gesto enfadado—. Ella también se lió con Ramón y también lo
ocultó.
—Cariño, te vuelvo a repetir
que Ana nos lo ha contado todo, absolutamente todo. No sólo lo tuyo, sino
también se ha sincerado ella, y eso dice mucho de su parte. ¿O conoces a alguna
persona que les cuente a sus suegros que le ha sido infiel a su pareja? Tenéis
que hablar las cosas, y poner las cartas sobre la mesa. Una relación en la que
ha habido tanto amor no se puede tirar a la basura así como así —a Pedro le
tranquilizaban mucho los consejos de su madre, la cara le iba cambiando.
Entre tanto, su padre
observaba pensativo: «En mis tiempos esto no pasaba…»
Pedro cabizbajo:
— Mamá, he perdido a la
mujer de mi vida.
—No cariño, no digas eso. Os
queréis, y eso se nota, pero las cosas las habéis hecho muy mal. Tienes que
hablar con ella y aclarar todo. Sois lo suficientemente adultos para saber cómo
se hacen las cosas. Y enfadaros y mirar para otro lado sabes que no es la
solución —Irene le da un beso en la frente mientras este suspira y cierra los
ojos.
—Gracias mamá, no sé qué
haría sin vosotros. Sois lo único que me queda.
—Anda, anda, Pedro. No digas
tonterías —responde su padre.
—Cariño —dice Irene con
fuerza a Antonio mientras se gira hacia él—, vete a buscar a Anita y dile que
venga, que estos van a hablar aquí y ahora como que me llamo Irene.
Antonio, haciendo caso a su mujer
sale al pasillo, mira a un lado, mira al otro, nada. Ana no está por allí.
—Irene, aquí no está.
—Pues ve a buscarla.
Con cara de circunstancias
Antonio mira a Irene, a ellos no les hacía falta hablar para entenderse.
Antonio sabía, por la mirada de su mujer, que sin rechistar, tenía que dar
vueltas por el hospital hasta dar con Ana. Así que eso hizo, salió de la
habitación y empezó a “pasear”. Al cuarto de hora la vio. Ana asustada, le
pregunta:
—¿Qué hace aquí, Antonio?
¿Ha pasado algo?
—No, tranquila Ana. Siento
haberte asustado. Pues nada hija mía, que Irene está empeñada en que subas a hablar
con Pedro.
—Pero ahora no puedo, estoy
trabajando.
—Ya hija mía, si yo lo
entiendo. Si yo al fin y al cabo soy un “mandao”. Pero anda, hazme caso.
Ana se estaba quedando a
cuadros porque Antonio no era hombre de muchas palabras.
—Cuando tengas un rato libre
te agradecería que subieses a hablar con Pedro. Tenéis que hablar, mirando
hacia otro lado no se solucionan las cosas. Y hay veces en la vida que hay que
saber perdonar y pasar página. Con lo que os queréis no podéis dejar que esto
acabe con vuestra relación.
—Está bien Antonio, le haré
caso, cuando tenga una pausa iré a hablar con él.
Antonio sonriente se fue
otra vez de “paseo” hasta la habitación de Pedro. Mientras Ana miraba cómo se
iba alejando, entre tanto pensando en todo lo que le había dicho.
«Tiene razón —pensó Ana—,
tenemos que hablar como dos personas adultas, esto no puede acabar así».
Entre tanto, se habían hecho
las ocho menos cuarto y en el Rock & Blues, Patricia, Ramón y Olga seguían
esperando a que la puerta del baño se abriese. Ramón decide acercarse a la
barra a por otras tres cervezas, cuando de repente se abre la ansiada puerta.
Es Sandra. Sale sonriente y aun arreglándose un poco el pelo. Se queda muerta
cuando ve en la mesa a los tres esperando y mirándola fijamente. Todos se echan
a reír. Se abre la puerta otra vez. Sale Rafa. La risa se corta de golpe.
Sandra no sabe qué decir, ya que había sido ella la que los había citado allí
para hablar de lo ocurrido con su hermano. Coge su bolso y la cerveza que
estaba en la otra mesa apartada, y se sienta con ellos. Rafa también toma
asiento. Un silencio sepulcral hace que Patricia rompa el hielo.
—Bueno, ¿qué? ¿Qué pasa
Sandra?
—Cómo sabéis, mi hermano la
ha vuelto a cagar —mirando a Olga—. ¿Verdad Olga?
—Mira, habló la santa…
—Olga, no he venido aquí
para discutir contigo. Pero ya que lo dices, no tengo ningún compromiso y él —mirando
a Rafa— tampoco. Pero bueno, ese no es el tema. El tema es que por un lío entre
el gañan de mi hermano y tú se está yendo vuestra amistad a la mierda. Tenéis
que ser lo suficientemente conscientes de lo que está pasando. Por otra parte,
¿alguien ha pensado cómo quedará Pedro? ¿Qué posibilidades de recuperación tendrá?
¿Le quedarán secuelas irreparables? Seguro que, pase lo que pase, necesitará a
sus amigos. Y es en estas circunstancias donde se demuestra la verdadera
amistad.
Ramón, que estaba callado,
interviene para decir lo cabrón que ha sido Pedro.
—Ana se merece a alguien
mejor que tu hermano, es mi amigo, pero… —él sólo pensaba cuánto quería a Ana,
no podía verla sufrir, y más por el tío que le estaba robando a la chica que
quería. Estaba celoso perdido.
Olga, harta de esta
situación superada ya intervino enfadada.
—Bueno, yo paso. Paso de
Pedro, paso de vuestras “riñas” y paso de todo. Estoy harta. Yo disfruté de mi
momento, tuve mi parte de culpa, pero os recuerdo que era él quién tenía pareja
y no yo. Y yo no he tenido nada que ver con el accidente, así que… ¡Qué os den
a todos!
Olga cogió sus cosas con un
semblante serio y enfadado y se fue.
Patricia, que era muy noble,
y no le gustaba ver a las personas discutir y pretendía mantener íntegro al
grupo, salió detrás de ella para intentar que se quedara con un rato más.
Aunque no tuvo éxito.
La hora de la cena se
acercaba. Por los pasillos del hospital empezaba a oler a comida, se escuchaba
el ruido de los carros de comida y al personal auxiliar del hospital entrar a
las habitaciones con las bandejas.
Pero, en la 413 esta vez, la
cena la servía alguien especial. Se abre la puerta y Pedro ve a Ana con la bandeja.
Avergonzado y cabizbajo la saluda tímidamente. Los padres de Pedro, sonrientes
abandonan la habitación.
—¿Qué tal estás Pedro? ¿Te
encuentras mejor?
Pedro, asombrado por la
presencia de Ana, cambió su semblante inmediatamente. Con gesto preocupado le
dijo:
—¿Se te ha pasado el enfado?
—Pedro, esto no podemos
dejar que termine así — contestó Ana mirándole a los ojos—. Los dos hemos
cometido errores, pero si queremos podemos seguir hacia delante, pasando página
y olvidando lo ocurrido, porque es la única manera que vamos a tener para
perdonarnos. Si estamos continuamente echándonos en cara nuestros errores esta
relación se va a la mierda. Yo he pensado mucho las cosas, y te quiero mucho, y
por supuesto no quiero que esto acabe. Durante estos días sin ti me he dado
cuenta de que mi vida no es igual, me falta algo. Pero para eso tenemos que
luchar los dos juntos, sincerarnos y enterrar esto para siempre.
Una lágrima se deslizó por
la mejilla de Pedro. No lo podía creer. ¡Qué gran mujer tenía delante! Ana
silenciosa se sentó en un borde de la cama y sin mediar palabra se fundieron en
un cariñoso abrazo, y los dos se echaron a llorar como niños. Pedro no sabía
qué decir.
De repente el “busca” de Ana
interrumpe el bonito encuentro.
—Tranquilo, cena y luego
vengo a verte otra vez.
Cuando se levanta de la cama
siente un mareo, casi pierde el equilibrio. Se lleva la mano a la cabeza y se
queda quieta durante un instante. Pedro asustado:
—Ana, ¿qué te pasa? ¿Estás
bien?
—Sí, tranquilo. Sólo ha sido
un pequeño mareo. No te preocupes. Estoy bien.
Ana abandona la habitación
preocupada y piensa: «llevo cuatro días teniendo mareos repentinos, esto no es
normal. No, no, no… por favor, no. Mierda, mierda, mierdaaaa, llevo trece días
de retraso, con todo este jaleo no lo había ni pensado. Ana ¿qué coño te pasa?».
Son casi las ocho de la
tarde. Sin perder un minuto, sale corriendo del hospital, cruza la acera y en
la farmacia que hay enfrente compra un “Predictor”. Vuelve al hospital y, sin
pensárselo dos veces entra en el baño. Mira el prospecto, echa una ojeada a las
instrucciones. Una rayita: negativo; dos rayitas: positivo.
Pasados cinco minutos, con
el susto en el cuerpo y temblando, mira el Predictor.
—Por favor Ana… —cruzando
los dedos—. Una rayita… que no salga otra por favor, que no salga otra por
favor…
Laura Sánchez Alepuz
X. ¿Dónde coño hay un calendario?
Mientras esos minutos
interminables en los que el “Predictor” hacia su trabajo, el busca de Ana
volvió a sonar. Al mirar la pantallita se iluminaba un mensaje que decía:
“El médico forense quiere
hablar contigo. Marronazo de los gordos.”
El mareo de hace un ratito
se intensificó y hasta le dieron nauseas. Dejó el aparatito guardado en el
bolsillo junto al “Predictor” y se dirigió a paso ligero hasta la oficina del
médico forense.
Allí estaba Arantxa, la
secretaria, que le dijo:
—Anita guapa, hay problemas
en el caso de Pedro. La familia de la abuelita con la que tuvo el accidente,
esta removiendo el fango. Creo que vamos a tener problemas.
Otra nausea le vino desde lo
más hondo de sus entrañas y a punto estuvo de caerse rendida.
—Lo que faltaba Arantxa. Gracias
por la información.
Al entrar en ese despacho y
ver la cara de Miguel, el médico forense, se le vino el mundo encima. Se ató
los machos y comenzó a hablar:
—Hola Miguel, ¿qué me tienes
que contar? Vamos escupe sin rodeos.
—Ana, Ana, Ana. Tenemos un
problemón de los gordos. La señora con la que Pedro chocó en el accidente tiene
un hijo quisquilloso. Ya sabes que a la señora tuvieron que reanimarla en plena
calle. Pero tras el susto inicial no le paso nada grave y milagrosamente ha
tenido una recuperación más rápida que la de Pedro, unos moratones, dolores de
cabeza y poco más. Pero, asesorada por un abogado y dado que algún testigo y en
el informe de los bomberos, aseguraban que Pedro llevaba el móvil en la mano
mientras conducía, y que además se salto un semáforo en rojo, estamos en medio
de un buen jaleo. Ahora, la señora dice que tiene secuelas en el cuello y que
tiene pesadillas recordando el accidente. Solo es una artimaña para sacar una
buena tajada al seguro pero… Pedro se va a ver en un lío bastante peliagudo.
—¡Que me estas contando!
—Vais a tener que contratar
a un abogado. Los partes médicos de los afectados ya están en manos de la
policía y de
—No me lo puedo creer
Miguel. La recuperación de Pedro va para largo. Puede que le quede alguna
dolencia para toda la vida. Y esto no va a ayudar en nada a su recuperación.
—Lo sé Ana. Si no te ves
capaz de dar la noticia, iré yo mismo a hablar con ellos.
—Te lo agradezco Miguel,
pero seré yo quien se lo diga. Espero encontrar las palabras adecuadas.
Ana salió de la oficina
cabizbaja y con el estomago dando más vueltas que una peonza. Antes de ir a ver
a Pedro necesitaba poner en orden su cabeza. Así que se dirigió a la sala de
descanso donde se proponía a hacerse una tila triple.
En la sala a esas horas de
la noche no había nadie. Solo una limpiadora que vaciaba las papeleras cercanas
a la máquina de chuches. Ana sacó el busca del bolsillo, lo dejo bruscamente en
la mesa y entonces se dio cuenta de que algo más había en su interior. Sacó el “Predictor”
del bolsillo y una lágrima le surco la cara hasta aterrizar en la comisura de
la boca donde pudo distinguir el sabor salado de su propio llanto.
La limpiadora se sobresalto
cuando Ana grito:
—¿Donde coño hay un
calendario?
Encima de una de las mesas,
junto a la cafetera, había uno de sobremesa. La señora de la limpieza se lo
acercó. Y cuando vio las lágrimas, sacó un pañuelo del bolsillo. Se lo dio y le
dio una palmadita cariñosa en la espalda.
Nunca había prestado atención
a esa señora, puede que ni siquiera la hubiera saludado nunca. Pero al notar el
tacto de su mano en la espalda en ese gesto cariñoso se sereno. Secó las lágrimas
y se puso a contar días y a marcarlos con un rotulador a un ritmo frenético.
Patricia entraba al Rock &
Blues sin Olga. En la mesa, Ramón seguía en sus trece. No hablaba él, sino sus
celos. No podía creer que aún después de que Pedro engañara a Ana, ella
siguiera enamorada así. Y además le rechazara de esa forma cuando entró en su
casa. Aunque supo callar esos detalles para no desenmascararse.
Sandra que hasta ese momento
se estaba mordiendo la lengua exploto y le grito:
—¡Calla Ramón! Mi hermano
cometió un error. Y te aseguro que está pagando las consecuencias. Pero quién
te crees que eres tú para hablar así. Tú también tienes mucho que callar.
Rafa y Patricia se quedaron
alucinados. Y Ramón abrió una boca como el túnel de Canfranc. No se esperaba
que Sandra le atacara con ese tema.
—¿Tengo que marcarte en un
calendario las ocasiones en las que traicionaste la amistad de mi hermano y te
aprovechaste de la situación? Entre Ana y Pedro ha habido más tropiezos que el
sonado con Olga. ¿Verdad Ramón?
—¡Niñata, creo que estás
hablando demasiado! No tengo que aguantar tus reproches. Quiero a Ana con toda
mi alma. Y no voy a renunciar a ella.
Ramón salió corriendo del
Rock & Blues, sin parar de murmurar algo que nadie le entendió.
Ahora el coctel amoroso
estaba destapado, todo el grupo sabía de los líos de la pareja y sus aventuras.
La clientela empezó a cuchichear y rumorear por esas dos espantadas y esos
gritos. Patricia lentamente se puso su chaquetita, cogió su bolso y se despidió
de Rafa y de Sandra. Aunque sabía que Ramón no estaba por la labor de comenzar
una relación seria con ella aun tenía un resquicio de brasa del fuego de la
pasión de la que disfrutó durante una época efímera junto a él. Pero esta vez
no se vio con fuerzas para salir detrás de él corriendo.
—Chicos, os dejo solos. Creo
que esta reunión no ha acabado como esperabas Sandra. Nos vemos. Y disfrutad de
la noche.
Sandra enfurecida todavía
por la discusión con Ramón se despidió de la buena de Patricia con un beso,
mientras Rafa sentenciaba de un trago lo que le quedaba de cerveza pensativo.
La mente de Ana estaba en
blanco. Era tal la presión de los acontecimientos que por un instante la nada
la devolvió a la realidad. Debía de volver a la habitación de Pedro, en eso
habían quedado.
Todo estaba a oscuras, las
horas de las visitas hacía rato que habían
pasado y al pasar por la cafetería vio a Antonio e Irene que se iban a
casa ya que Pedro estaba dormido y Ana tenía una conversación pendiente en la
que nadie debía meterse.
—Anita hija, nos vamos a
casa. Tenemos que dormir una noche en una cama. Antonio tiene que trabajar
mañana y yo… llevo los riñones rotos de esas sillas de la habitación.
—No te preocupes Irene que
me quedo yo con él. A ver si no se ha dormido todavía.
—Hasta mañana cielo.
—Descansad. Mañana nos
vemos.
Siguió caminando hasta
llegar a la puerta de la habitación de Pedro. Un silencio sepulcral es lo que
se encontró. Sólo el sonido de la respiración de Pedro rompía ese silencio. Ana
se quito la bata y se acerco a él. Se inclinó hacia la cama y sus labios
rozaron la piel de los labios de Pedro, y en ese instante y aun con los ojos
cerrados Pedro dijo…
—Te quiero Ana. Siento…
—¡Shh! Calla Pedro.
Él reconoció su perfume, y
saboreo aquel dulce sabor de los labios de la mujer de su vida como nunca antes
los había saboreado. Y pensó que ningunos
labios en el mundo producían esa sensación en él como los que ahora
mismo tenía junto a los suyos.
Los cabellos de Ana caían sobre el cuello y la
cama y su roce le excitó de una manera espectacular. Ella le dio un pequeño
mordisco en la punta de la lengua y una gotita de sangre caliente broto de ese
mordisco. Había tanto amor y a la vez tanta rabia contenida por los dos por
todos los acontecimientos del último mes que dejaron fluir sus sentimientos en
esa camilla de hospital incomoda, con las sabanas ásperas de los hospitales y
llena de barras anticaídas.
El mando del respaldo de la
cama cayó contra una de esas barras haciendo un ruido que los sobresaltó. Se
miraron y en sus caras apareció una sonrisa. Brotó espontánea, como brota en la
cara de dos chiquillos enamorados que se besan por primera vez.
—Pedro, estas recién
operado. No deberíamos.
—Ana, te he echado tanto de
menos…
La agarró de los hombros y
la subió a horcajadas en la cama. Ana notó que el accidente no había mermado la
potencia de su pareja y se dejo llevar. Todo discurrió en un silencio total. Sólo
unas respiraciones agitadas y el tintineo de los botones de la blusa
desabrochada contra las barras de la cama se oían en la oscuridad.
Los movimientos de Ana eran
armoniosos y delicados como si bailara sobre una frágil lámina de cristal que
se podía romper en cualquier instante. Pedro en cada vaivén sentía un pequeño
dolor en la zona que Olga había saturado sólo unos cuantos días atrás. Pero era
un dolor que estaba dispuesto a sufrir, preferiría que el mundo se terminara en
ese instante antes de renunciar al roce de la piel de Ana.
Ana besaba sin parar a Pedro
en los labios, y sólo cuando quería que Pedro no notara las furtivas lagrimas
que brotaban de sus ojos, clavaba la cara en la almohada junto al rostro de su
amado.
Estaban demasiado
concentrados en su particular coreografía para darse cuenta de que comenzaban a
oírse unos pasos sigilosos hacia la puerta de su habitación. Claramente eran de
mujer, porque los tacones resonaban por el pasillo con su característico
sonido.
El sonido de los tacones se
freno de golpe en la puerta. Justo en el instante en que a Ana se le escapo un
pequeño gemido. Escuchó el pomo de la puerta girar y emitir un discreto
chirrido. Un pequeño calendario con anillas en espiral cayó del bolsillo de la
bata apoyada en el taburete. Y las miradas de ellas dos se cruzaron cuando la
puerta comenzó a abrirse…
Eduardo Comín Diarte
XI. Suma y
sigue.
Las miradas de Olga y Ana se
cruzaron fugazmente. Olga no terminó de entrar en la habitación y al ver
semejante panorama se dio media vuelta y se fue sin decir nada. Cuando Ana
consiguió reaccionar le dijo a Pedro que tenía que marcharse. Pedro aceptó, y
por extraño que parezca se había percatado de la visita de Olga. Todavía a
horcajadas sobre Pedro, se levantó cuidadosamente, se vistió, le dio un beso y
le susurró entre feliz, preocupada y avergonzada por la situación, que mañana
vendría a verlo.
Salió de la habitación y se
fue a la sala de descanso a tomarse una tila y relajarse un poco antes de
marcharse. Su turno había terminado hacia un rato. Cuando llegó a casa decidió
darse un baño antes de acostarse. Mientras lo preparaba se aseguró de que la
puerta estaba bien cerrada, cogió un trozo de papel y anotó: “Importante: mañana
cambiar la cerradura”. No quería tener más sorpresas. Sospechaba que Ramón
pudiera haber hecho una copia. Junto a la nota dejó las llaves y se sumergió en
el relajante baño.
A la mañana siguiente, al
despertar, Ana cogió el teléfono y le mandó un whatsapp a Sandra. Quería
contarle las novedades sobre el accidente de su hermano. Tumbada en la cama se
puso a teclear. Cuando finalizó se levanto y presa de su inquieta cabeza que la
atormentaba con los últimos acontecimientos se dispuso a limpiar todo el piso.
Era lo que hacía cuando estaba nerviosa y una de las cosas que sacaba de quicio
al holgazán de Pedro, para el cual nunca era buen momento para realizar las
tareas del hogar. Pero ahora él no estaba y se preguntaba si volverían a
convivir algún día. Cuando termino cogió
las llaves y al salir de casa se encontró con Mario, su vecino de arriba que
acababa de llegar de Londres.
—¡Hola Mario! ¿Qué tal te ha
ido? —se alegraba sinceramente de verlo. Era un buen chaval y un excelente
vecino.
—¡Hola Ana! La verdad es que
muy bien. Mejor de lo que esperaba. Vosotros por aquí, ¿qué tal?
—Me alegro de que te haya
ido bien. Bueno, la verdad es que no muy bien, Pedro esta en el hospital —el
gesto de Ana se tornó triste.
—¿Cómo? ¿Está bien? ¿Qué ha
pasado? —se sorprendió el recién llegado.
—Ahora ya está mejor, fuera
de peligro. Tuvo un accidente con el coche. Es largo de contar, quedamos en
otro momento y te cuento que voy con prisa —realmente así era.
—OK Ana. No te preocupes, si
necesitas algo ya sabes dónde estoy —y le regaló su mejor sonrisa.
—Gracias Mario. Si quieres
pasarte por el hospital, Pedro se alegrará de verte —respondió Ana agradecida.
—Gracias Ana, cuando tenga
un rato iré a verlo —ambos se despidieron y se fueron a sus quehaceres.
Ana bajó al portal y ahí
estaba Sandra esperándola para acompañarla al cerrajero. Una vez terminaron se
sentaron en una terraza y pidieron unos cafés, mientras Ana le iba contando.
—No me lo puedo creer. ¿Cómo
es posible?
—Ya ves Sandra, Pedro
jugándose la vida y la señora sin tener nada grave. ¡La que está liando!
Lo que nos faltaba, como teníamos poco... Suma y sigue con los problemas.
—Ana, me estas asustando.
¿Qué más pasa?
—Es pronto para contarlo,
porque todavía no es seguro. ¿Te acuerdas que llevo unos días con mareos y mal
estar?
—Ana... ¿Me estas contando
que estás embarazada?
—Sí Sandra. Ayer me hice la
prueba y dio positivo —el rostro de Ana esperaba una respuesta y al mismo
tiempo reflejaba un gran alivio al haber podido contar el gran secreto que la
atormentaba.
Sandra con una gran sonrisa
en la cara, se empezaba hacer ilusiones.
—¿Quién más lo sabe?
—Nadie más Sandra. Como te
he dicho no es seguro todavía. Tengo que pedir cita al ginecólogo y que me lo
confirme.
—¡Vamos ahora mismo! —era
pura energía—. ¡Yo te acompaño! Ahora que lo sé... ¡No nos podemos
quedar aquí! Coge tus cosas, entro a pagar y nos vamos.
Ana no tuvo tiempo de
pedirle a Sandra que se calmara, ya estaba dentro. Cuando salió, ambas
marcharon dando un tranquilo paseo. De camino, Sandra frunció el ceño.
—Ana, una pregunta. ¿Es de
mi hermano o de Ramón?
—No te preocupes
Sandra, es de tu hermano.
—¿Segura? —necesitaba
confirmación.
—Sí, sí. Al salir positivo
cogí un calendario y marque los días. No hay duda, es de Pedro-.
—¿Voy a ser tía? —por lo
bajinis— ¡Voy a ser tía! —afirmando— ¡¡Voy a ser tíaaaa !! —gritando y
saltando.
—Sandra, sé que te hace
mucha ilusión, pero te tengo que pedir que no se lo cuentes a nadie hasta que
no sea seguro. Por otro lado, cuando lleguemos al hospital me gustaría hablar
con tus padres y con Pedro sobre el accidente.
—No te preocupes, cuando
lleguemos mis padres ya estarán y podremos hablar tranquilamente en la habitación.
—Gracias Sandra. De verdad.
Por todo lo que estás haciendo y cómo has afrontado la situación. Gracias.
Al ver la cara que estaba
poniendo, Sandra le dio un abrazo y le dijo que todo iba a ir bien. Que iba a
estar ahí para todo lo que necesitase. Ana le respondió con una sonrisa y
dándole las gracias de nuevo reemprendieron el camino hacia el hospital.
Antonio e Irene terminaron
de hablar con el médico y fueron a la habitación de Pedro.
—¡Buenos días mi niño! ¿Qué
tal te has despertado?
—Muy bien mama, mejor que
estos días atrás —le contestó con una gran sonrisa, en la cual su madre se fijó.
—¡Cuánto me alegro de verte
sonreír! Hacía mucho que no lo hacías. Te traigo una buena noticia para que
sigas sonriendo.
—¿Qué pasa mamá? ¿Has
hablado con el médico?
—Eso es. He hablado con el
médico y me ha dicho que te estás recuperando favorablemente y que dentro de
poco podrás empezar la rehabilitación.
En esos momentos, Sandra y
Ana entraban por la puerta. Al ver la sonrisa que tenían todos, Sandra preguntó:
—¿Qué pasa?
—Sandra querida, que ganas
tenía de que llegases. He hablado con el médico y me ha dicho que Pedro se
recupera favorablemente y que pronto empezará la rehabilitación.
—¿En serio mamá?
—Sí hija, por fin las cosas
empiezan a ir bien —y una sonrisa iluminó su cara.
Sandra y Ana se miraron
fijamente y con una mirada cómplice decidieron callar, no querían estropear el
momento.
En el otro lado del
hospital, Olga y Patricia aprovechaban en su tiempo de descanso para hablar
sobre su reacción en el Rock & Blues.
—Olga, ahora que estamos las
dos tranquilas. ¿Me puedes explicar tú reacción en el bar del otro día?
—Claro que sí Patricia. No
actué correctamente, pero la cosa se va a complicar un poco más. No sé como voy
afrontar esta situación. Tengo que hablar con Pedro y Ana tranquilamente.
—Olga, ¿Qué pasa?
—Digamos que…
Cristina Martínez Chicapar
XII. Secreto a voces.
Olga no encuentra las
palabras para explicarle a Patricia lo que le ocurre. Patricia intenta ayudar a
su amiga, pidiéndole que se serene y ordene sus pensamientos.
Olga le cuenta que ha ido a
la habitación de Pedro y el panorama que se ha encontrado al abrir la puerta.
Sin olvidar mencionarle que ha visto un calendario al lado de la bata de Ana
con los días tachados y que sospecha que Ana está embarazada. Es en ese momento
en el que Olga no puede resistir más y rompe a llorar.
—¿Qué pasa Olga? Me estás
asustando —dice Patricia a su amiga.
—Es sólo que, yo pensé que,
después de todo el lío que se ha formado con este cuarteto amoroso, la relación
de Ana y Pedro estaría rota y que yo podría tener una oportunidad con él —susurra
Olga entre gimoteos—. Más aún después de lo que pasó el otro día después de que
ambos discutiésemos con Ana, y de saber que Pedro esta furioso por el desliz de
Ana y Ramón.
—¿Seguro qué es sólo eso lo
que te pasa? —Patricia intuye que hay algo más que Olga no quiere contar, o no
puede.
Mientras en la habitación de
Pedro, la alegría por la mejoría de este hace que Ana y Sandra olviden por un
instante la noticia que deben dar.
Ana decide no decir nada
todavía, pues ni tiene fuerzas en este momento, ni sabe como decirlo, ya que
sabe que la mala noticia afectará anímicamente a Pedro y esto puede influir en
su recuperación física.
—¡Esto es genial! —dice
Pedro sonriente—. Seguro que antes de Semana Santa estoy dando los primeros
pasos.
—¿De qué te ríes, a caso hay
algo gracioso en este asunto que se nos escapa a todos? —responde Sandra.
—No hermanita, sólo que me
ha hecho gracia que, ahora, a mis 31 años, tenga que aprender a dar mis
primeros pasos otra vez. Como si fuese un bebé.
Ana y Sandra cruzan un
instante la mirada, pues las dos saben que eso ocurrirá también dentro de poco
tiempo. Y que será Pedro el que deba enseñar a su hijo a dar esos primeros
pasos.
Ana se va, pues tiene que
empezar su turno, y les dice que pasará a ver a Pedro antes de irse a casa. En
la habitación de Pedro se respira un ambiente de esperanza. Al salir de la
habitación se encuentra con Rafa, que va a ver a su amigo.
—Ana, ¿cómo se encuentra
Pedro?
—Mejor, más animado. El
médico ha dicho que pronto podrá empezar la rehabilitación.
—Ya sabía yo que no todo
iban a ser malas noticias.
—Sí… Me voy a trabajar Rafa.
Por cierto, Sandra está dentro —Ana se fue y le guiñó un ojo a su amigo, pues
su cuñada le había contado lo sucedido en el bar.
—Entonces voy para dentro.
Luego nos vemos Ana.
Al empezar el turno Ana y
Ramón se cruzan por el pasillo.
—Ana tenemos que hablar.
—No es el momento, ya
hablaremos.
En la habitación de Pedro,
la visita de Rafa es bien recibida por todos. Le dice que ya sabe las buenas
noticias y que se alegra por él.
Sandra se excusa diciendo
que se va a tomar un café y Rafa aprovecha para ir con ella diciendo que tiene
que volver al trabajo. Los dos salen camino de la cafetería, y al llegar allí
Sandra le cuenta a Rafa que Pedro puede tener problemas, ya que la familia de
la señora del accidente está removiendo las cosas. También le dice que todavía
ni Ana ni ella han dicho nada, entre otras cosas porque no saben como decirlo,
le pide que él tampoco comente nada con nadie.
El fin del turno de Olga
coincide con el de Ramón. Ambos amigos se juntan a la salida del hospital.
Ninguno de los dos tiene buena cara.
—¿Qué pasa Olga? No tienes
buena cara, ¿estás bien?
—Te podría mentir, pero la
verdad es que no, no estoy bien. ¿Y tú? Tampoco es que tengas muy buena cara.
—No, es verdad. He intentado
hablar con Ana antes, pero me ha dicho que no era el momento, pero la verdad es
que creo que no quiere hablar conmigo en ningún momento.
Olga le propone ir al Rock &
Blues a tomar algo. Una vez allí, le cuenta lo que vio en la habitación de
Pedro y sus sospechas sobre el embarazo de Ana. Hablan un rato y se va cada uno
a su casa.
Al acabar su turno, Ana pasa
a ver a Pedro, que ya está solo. Sus padres y su hermana se han ido a casa a
descansar. Se queda un rato en la habitación, pero empieza a sentir mareos.
—Ana, ¿estás bien? ¿Te pasa
algo?
—No tranquilo, estoy bien.
Solo es cansancio, últimamente no descanso bien.
—Vete a casa y descansa
cariño, yo estoy bien.
—Sí, creo que me voy a casa
ya, mañana vengo a verte antes de entrar a trabajar.
—Muy bien, mañana nos vemos.
—Hasta mañana Pedro —le da
un beso de despedida y se dirige a la puerta para marcharse, cuando se acuerda
de algo—. Por cierto, ¿sabes a quién he visto? A Mario, ya ha vuelto de
Londres. Me ha dicho que cuando pueda se pasa a verte.
—¿Sí? A ver si es verdad y
se pasa. Seguro que tiene mil historias que contar y hace que se me pase el
rato más rápido.
—Hasta mañana, descansa
Pedro.
—Hasta mañana cariño.
Ana se dirige a su casa y
cuando llega a su piso se encuentra a Ramón esperándola en la puerta. Ana se
queda bloqueada porque no esperaba que se diera esta situación tan pronto.
—Ana, tenemos que hablar. Si
no quieres hablar en el hospital, hablaremos aquí o donde tu quieras, pero
tenemos que hablar. Yo no puedo más con esta situación.
—Mira Ramón, no me encuentro
bien. Estoy cansada y no tengo ganas de discutir ahora.
—¿Seguro que no te
encuentras bien? Yo creo que es otra cosa lo que te pasa. Olga me ha contado
algo muy interesante cuando hemos salido del trabajo.
—¿Olga? ¿Qué te ha contado
ella? Si no sabe nada de lo que pasa.
—Para no saber nada, me ha
dicho con bastante seguridad que cree que estas embarazada.
—¡¿Qué?! —grita Ana—. ¡Cómo
se atreve a decir esas cosas!
—Me ha contado lo que vio en
la habitación de Pedro.
—¿Y por eso ya dice que
estoy embarazada? —Ana cada vez estaba más nerviosa y más enfadada.
—También vio el calendario
con los días tachados, y dice que conociéndote eso solo puede significar una
cosa. Ella te conoce muy bien, y ha atado cabos.
Ana está en shock, no sabe
que decir ante eso, se pone pálida por momentos.
—Sólo quiero que me digas si
es verdad, si es mío… ¿Ana? ¿Ana, estás bien?
—Por favor vete, no quiero
hablar contigo.
—No me voy sin una
respuesta.
Ana intenta pasar para abrir
la puerta y entrar en casa, pero Ramón cortándole el paso le coge del brazo.
—¡Suéltame y déjame entrar
en casa! —grita Ana.
Pero no le obedece. Mario
está subiendo a su casa, y al oír el grito de Ana se acerca rápidamente para
ver lo que ocurre. Como Ramón no quiere montar ningún espectáculo suelta su
presa, levanta sus manos en posición de «tranquilo chaval que aquí no ha pasado
nada» y lentamente abandona el rellano aguantando en todo momento la desafiante
mirada a Mario. Este coge las llaves de la mano de Ana que sigue paralizada, le
abre la puerta y entra con ella a casa. Se dirige a la cocina y le prepara una
tila para intentar que se relaje.
Cuando se recupera, Ana da
las gracias a Mario y le dice que no se preocupe, que no pasa nada. Le explica
que Ramón es un amigo del hospital y que no se debe preocupar. Pero estas
explicaciones no convencen del todo a su vecino. La situación ha sido muy tensa
como para que no ocurra nada, aunque decide no entrometerse más en los asuntos
de Ana y dejarla tranquila con sus secretos, por el momento.
Para cambiar de tema, Mario
pregunta por Pedro, y Ana le cuenta que evoluciona bien y que pronto empezará
la rehabilitación. También le dice que cuando le ha comentado a Pedro que le ha
visto se ha alegrado y que le gustaría que fuese a verlo y a contarle sus
experiencias por Londres.
—Mañana cuando te vayas al
hospital voy contigo y así voy a ver a Pedro, ¿te parece? —pregunta Mario.
—Claro, me parece muy bien,
se alegrará de verte.
Como Mario ya ve más
tranquila a Ana se va a su casa y la deja descansar.
Al día siguiente, tal como
habían quedado se van juntos al hospital. Cuando llegan en la puerta está Olga,
que también acaba de llegar. Lo que hace recordar a Ana la desagradable
conversación de ayer con Ramón en la puerta de su apartamento, y su enfado con
Olga vuelve con más furia si cabe. Mario la saluda efusivamente desconocedor de
los acontecimientos que se han ido produciendo sucesivamente tras la última
noche del año pasado. Pero la tensión se puede cortar con un cuchillo entre
ambas. Algo que no pasa desapercibido para el sagaz vecino. Ana le dice a Mario
la habitación de Pedro y le invita a que se adelante, que enseguida sube ella.
Él entiende que debe dejarlas a solas.
Ana y Olga se quedan solas
en la puerta del hospital…
Mari Trini Aznar Yoldi
—¿Qué coño haces, Olga? ¿No crees que ya has hecho demasiado? Déjame en
paz, y métete en tus asuntos, que no son pocos tampoco.
Olga se sintió acorralada. No esperaba que después de tanto tiempo sin
hablar, fuese allí delante de la puerta del hospital donde iban a resolver sus
asuntos.
—Mira Ana, no es sitio ni horas para que tengamos esta conversación.
—¿Conversación? ¿Contigo? Sólo quiero marcarte los límites de mi vida. Y
recordarte que tú ya los has sobrepasado, ¡y de qué manera! Ni tú debías de
sacar conclusiones de una situación en la que no debías de haber visto ni Ramón
debería de haberse creído tus suposiciones. Así, que sí. Vamos a dejarlo. Pero
te aviso Olga, ¡sal de nuestras vidas!
Ana, dejándole con la palabra en la boca, dio media vuelta y con paso firme
entró por la puerta del hospital y siguió hasta los ascensores. Entró y le dio
al botón mientras respiraba hondo por el trago que acaba de pasar. Cuando ya
las puertas metálicas del ascensor se cerraban, una carpeta golpeó en el sensor,
y se abrieron de golpe.
—¡Otra vez tú! —gritó Ana.
—Sí, yo. No creas que puedes decirme eso y que todo termine. ¡Tú también
tienes que escucharme!
—No, ya hemos hablado todo lo que tú y yo teníamos que hablar.
—De eso nada. Quiero saber, necesito saber. Te conozco hace años, y sé que
estas embarazada.
Mientras las puertas volvían a cerrarse, Ana, atemorizada por si su secreto
podía ser desvelado antes de hora, empujó a su compañera de trabajo contra los
botones del ascensor. Clavó sus ojos a menos de un palmo de los de Olga, y con
un tono muy subido contestó.
—Si fuese el caso, sabría de quien es. De mi pareja. Estoy segura. Así que
te repito. ¡Sal de nuestras vidas!
Volvió a dejarle con la palabra en la boca y echó a andar hacia la
habitación de Pedro. A los pocos pasos, se giró y vio que no había nadie
detrás. Por fin le había dado esquinazo. En ese momento el busca de Ana sonó.
Pensó leerlo en cuanto llegase a la habitación, llevaba demasiadas cosas en las
manos.
Iba muy nerviosa, así que dio media vuelta, y cruzó hasta los baños.
Necesitaba hablar con Sandra. Allí, una arcada cogió fuerza, y con el móvil en
la mano, experimentó el primer síntoma claro del embarazo.
Sandra enseguida le contestó. Le dijo que había hecho muy bien al dejarle
las cosas claras a Olga, pero que no se tenía que alterar. Estaba de camino al
hospital, en unos minutos hablarían tranquilamente.
Ana, ya con la bata y el busca en el bolsillo, pasó a ver a Pedro.
—Buenos días, Peter —con una maravillosa sonrisa.
—Buenos días cariño. ¡Cómo echaba de menos escucharte cada mañana! ¿Has
descansado?
—Hola otra vez, Mario. Sí, he descansado.
—Tienes mala cara. ¿Ha pasado algo?
Ana miró a Mario, que estaba con cara de preocupación, y después mirando a
su pareja, le dijo.
—No, nada. Acabo de coincidir con Olga, y eso todavía no lo he superado.
Mario, con cara de sorprendido, pues no sabía nada de lo que estaba
pasando, preguntó a ambos sin obtener respuesta de ninguno. Sólo unas miradas
que le dejaron claro que había algo que no sabía, y que había ocurrido durante
su estancia en Londres.
En estas entraron en la habitación Irene y Sandra y explicaron que Antonio
seguía dando vueltas con el coche intentando aparcar. Mario se presentó a las
dos mujeres que habían entrado a la habitación, y puso algo más de ímpetu al
saludar a Sandra.
—Mario, es mi hermana —le dijo Pedro cabeceando—. Y ella, mi madre.
—Solamente pretendía ser educado… —dijo él entre risas y sin quitarle ojo a
Sandra.
—Ana, hija, ¿has desayunado? Te veo mala cara.
—Sí, Irene, no te preocupes —cogió la mano de Pedro—. Me voy a ver a mis
pacientes, aunque dejo a mi preferido en buenas manos. Sandra, en cuanto de la
primera ronda, si te apetece, echamos un café y te cuento novedades.
—Claro. Avísame y bajo a verte —dijo Sandra echándole un beso.
Ramón, enfadado pero en el fondo ilusionado, arrastraba una silla de ruedas en la que iba
una señora de edad avanzada que no dejaba de hablar. Llevaba en sus rodillas un
montón de papeles y los sobres típicos de las radiografías. Iban camino de
rayos, y Ramón solo pensaba que Ana estaba de turno, igual tenía otra
oportunidad de abordarla y volver a preguntarle. Colocó a la señora de la silla
de ruedas en una esquina de la sala de espera, cogió los papeles y los sobres,
y entró por la puerta que comunica con las salas de rayos.
Allí estaba Ana, con una coleta y unos cuantos mechones que caían sobre su
dulce cara. Estaba leyendo unos informes sin darse cuenta de quien se acercaba a ella.
Sonó de nuevo el busca, pero en ese momento, al levantar la cabeza de los
papeles, vio que Ramón se acercaba. Sin darle tiempo para reaccionar, fue ella
la que se encaró con él y le dijo.
—Tenemos que hablar. Cuando salgamos, te espero en el Rock & Blues. Esto
tiene que terminar Ramón.
Él que no esperaba que fuese ella quien tomase la iniciativa de quedar para
hablar y despejar dudas se quedó paralizado y balbuceando le dijo que se verían
allí.
Sandra, Mario, Pedro y su madre, seguían de cháchara en la habitación
cuando oyeron que alguien tocaba la puerta pidiendo permiso para entrar. Eran
el director del hospital, el médico forense y un señor de traje con un maletín.
Dirigiéndose a Pedro, el director le dijo:
—Buenos días —alargando su brazo hacia Irene y ofreciéndole un apretón de
manos, repitió—. Buenos días.
Las caras de la madre y la hermana de Pedro, eran un poema. Ellas se
miraron y en ese momento recordaron a la exagerada señora de hijo quisquilloso.
Mario, viendo la tensión que se había creado en la habitación, se levantó de la
silla, se excusó y salió al pasillo.
—Pedro, te presento al señor Eduardo Gómez, abogado de la señora que iba en
el coche contra el que chocaste. Estoy llamando a Ana, pero no contesta al
busca.
A Pedro, que era la primera noticia que tenía sobre el tema, se le
desencajó la cara. Irene se echó las manos a la cabeza, y Sandra salió de la
habitación en busca de Ana y Antonio.
El señor de traje, que con una parsimonia increíble había entrado sin
saludar, echó el maletín encima de la mesita, lo abrió y saco unos papeles.
—Aquí le dejo un acuerdo económico que hemos redactado la familia de mi
cliente y yo, para dar por olvidado el incidente. Espero que lo acepten, o en
caso contrario, que hayan contratado ya a un abogado. Aunque su seguro se pueda
hacer cargo, le recomiendo que acepten el acuerdo para no hacer esto muy largo
y demasiado traumático para mi cliente. Ahí va también mi teléfono y mi correo
electrónico. Esperamos prontas noticias.
El abogado, sin dejar que nadie de la habitación articulase palabra, salió
de la habitación, mientras el director les decía que volvería en un rato a
verles.
Mientras tanto, a Sandra no le podían ir los dedos más rápido.
Escribía a Ana, para que fuese
inmediatamente a la habitación. Pero antes de que se conectase y lo leyera,
ya habían salido. Mario, viendo que
Sandra suspiró mientras les dejaba paso, abrazó a Sandra que se derrumbó en sus
brazos.
Ana seguía en rayos y Antonio seguía sin aparecer. Así que entró de nuevo a
la habitación y preguntó por lo que le habían dicho. Allí estaba Pedro,
abriendo el dossier que le habían entregado. En un largo silencio y entre
lágrimas, comenzó a leer.
Olga, dado el éxito obtenido con Ana, y en su empeño por romper la relación
de la pareja, pensó que era ella la que tenía que hablar con Pedro y malmeter
entre ellos para que desde el principio tuviese sus dudas con su futura
paternidad. Se dirigió a la planta donde se encontraba ingresado, e iba
decidida a desmontar todas las ilusiones de su amigo.
Sandra recorría la planta de Traumatología buscando a su cuñada para que
subiera a la habitación, tras preguntar por ella en el puesto de control. Ana,
después de que la avisasen sus compañeras, se acordó que el busca le había
sonado en varias ocasiones. Mientras a paso acelerado iba en busca de Sandra
leyó los tres mensajes en los que la avisaban de que un abogado estaba en el
hospital preguntando por Pedro, y que acudiese inmediatamente.
Iban como el gato y el ratón, una por cada pasillo sin coincidir. Así que
Ana echó a correr a la habitación de su novio.
Cuando entró, se encontró a Pedro llorando, Irene consolándole, y a Mario
mirando por la ventana con una mano apoyada en la pared. Cogió la carpeta, y
empezó a leer. En ese momento, tocan en la puerta de nuevo, y esta se abre sin
esperar contestación. Era Antonio, que se había entretenido comprando el
periódico deportivo, y un par de revistas de coches.
—Mira que te traigo —comenta Antonio sin conocer la situación. Al percatarse
deja caer todo al suelo y se apresura a preguntarle a Ana, que estaba sentada a
los pies de la cama.
Olga, ya en el pasillo, y cerca de la habitación, sin saber que Pedro
estaba muy bien acompañado, terminaba de urdir su plan. Cuando Sandra se topó
de frente con ella, y enfurecida le dio
un empujón mientras le gritaba:
—¡Todo esto es por tu culpa, zorra!
Sandra se fue con su familia y Olga, desbordada, rompió a llorar en busca
de un rincón donde hacerlo.
Llegó el mediodía y con él llegó la calma. Todos habían digerido el mal
trago, y Antonio e Irene, se habían ido en busca de un abogado. Mario, se
ofreció a acompañar a Sandra a casa, y Ana ya había hecho sus informes, así que
tenía un rato para quedarse con Pedro tranquilamente. ¿Serán muchas noticias en
un mismo día? Tenía que decírselo, y cuanto antes.
Pusieron la tele un rato, porque el silencio dañaba sus oídos. Los dos
miraban la pantalla de la televisión, cogidos de la mano y sin ver lo que
estaban mirando. Ana no sabía cómo empezar, pensó que cuando se lo dijese,
tenían que estar unidos, sin historias ni rencores amorosos de por medio. No se
lo pensó más, tenían que hablar. Se levantó, cogió aire, y acercándose mucho a
Pedro, le preguntó:
—¿Está todo olvidado?
—Por mi parte sí, “pequeña”. Me he
dado cuenta de que eres la mujer de mi vida. Y que ninguna otra puede hacerme
sentir lo que siento cada vez que te tengo cerca. Los dos, y yo el primero,
descuidamos nuestra relación, y aunque siempre nos acordemos de lo mal que lo
hemos hecho, siempre recordaremos que lo hemos superado juntos.
Se abrazaron, y se dieron un dulce beso. Una lágrima recorrió la mejilla de
ambos. Era el momento. Subieron un poco más el volumen de la tele y Ana puso el
sillón de la habitación en la puerta, para que no pudieran abrirla sin tiempo
de reacción. Pedro, no tenía ni idea de lo que iba a cambiar su vida,
simplemente pensaba que iban a sellar esa reconciliación con otra tórrida
escena de hospital.
—Pedro, tengo que contarte algo, pero no quiero que te asustes.
—¿Qué pasa? ¿Aún hay algo que tengas que contarme?
—Sí —dijo ella con una bonita sonrisa, la cual dejaba leer entre líneas que
no era nada malo.
—¡Desembucha princesa!
Ana, sacó de su bolsillo una cajita negra y alargada, adornada con un lazo
blanco que había estado preparando entre pacientes y radiografías. Antes de
dársela, le avisó:
—Lo siento Pedro, pero lo nuestro nunca volverá a ser como antes.
Pedro, muy desconcertado, no sabía si era un regalo de despedida, o un
regalo porque sí. Pero ese aviso le acababa de despistar, y mucho. Lentamente,
y a la vez que los dos se miraban fijamente, deshacía el lazo para poder abrir
la caja. La cara de Pedro cuando quitó la tapa, fue de desconocimiento
absoluto. No sabía por dónde le pegaba el aire.
—¡Ana!
—Es tuyo, no hay duda —adelantó Ana.
Volvió a mirar la caja con los ojos abiertos como platos. Sacó el
“Predictor” y la abrazó. Muy emocionado volvió a mirar ese aparato que llevaba
en la mano, y acto seguido volvió a abrazarla.
—Te he avisado, lo nuestro nunca volverá a ser lo de antes. Será mucho
mejor.
Mientras se besaban y asimilaban lo que les estaba ocurriendo, en el otro
bolsillo de la bata de Ana, vibró en móvil. «Será Sandra —pensó Ana—, que ya ha
llegado a casa». Nada más lejos de la realidad. Era Ramón. ¡El pesado de Ramón!
“Bajo al Rock & Blues.
Allí te espero.”
—¡Mierda! Me tengo que ir cariño. Aún va coleando algún tema por aquí en el
hospital, pero no tienes de que preocuparte. Yo me las arreglo —dijo Ana.
Se despidieron muy cariñosamente, y Ana prometió volver en un rato.
Mientras retiraba el sillón de la puerta y volvía a colocarlo en su sitio, hizo
prometer a Pedro que esperarían un tiempo para contarlo a los demás.
Ana ya estaba bajando la rampa del hospital y se dirigía al bar donde Ramón
estaba esperándola. Abrió la puerta, se acercó a la barra y saludó a los
camareros. Buscó a la causa principal de sus problemas, y lo encontró. Allí, en
la mesa de siempre.
—Ponme un café con leche, por favor —le dijo al camarero—. Pero hoy ponme
doble azucarillo, que lo necesito.
Fue hacia la mesa de Ramón, cuando se percató de que no estaba solo. Estaba
acompañado por Olga.
—Yo puedo, yo puedo… —dijo en voz baja, auto convenciéndose. Se sentó en la
mesa, y antes de que le diese tiempo a dejar sus cosas en la silla de al lado,
Ramón le dijo…
Merche Comín Diarte
XIV. Viking Line.
Ramón le dijo:
—Lo sé todo Ana. No trates
de engañarme ni una vez más porque es inútil. Lo sé todo y no voy a quedarme de
brazos cruzados.
—Tú no sabes nada Ramón —Ana
saltó como gato panza arriba frente a su amigo. ¡Dos polvos no te convierten en
mi dueño! No hacen que vayas a ser capaz de controlarme. Si de verdad me
quieres tanto como dices, deberías de saberlo y deberías de respetar mis
decisiones. Quiero a Pedro y quiero estar con él. Siento si eso te duele porque
sabes que eres muy importante para mí pero no te quiero de la forma que tú
esperas que lo haga.
—Sé lo de tu embarazo —Ramón
se presentaba más sereno que de costumbre, rudo, áspero, con una sangre fría
digna de una película de los años cincuenta. Esta actitud confundía a Ana, más
acostumbrada a un Ramón impetuoso, para lo bueno y para lo malo—. Sé que ese
niño es mío y no voy a consentir que crezca pensando que un gañán como Pedro es
su padre.
Ana trató de contener la ira
que sentía en ese momento y que brotaba de lo más hondo de su corazón,
limitándose a decir:
—Pedro es el padre del niño.
—Podrás decir lo que
quieras, llegaré donde sea necesario para demostrar que yo soy el padre
legítimo. Olga me ha contado y...
—Como bien sabes, Olga y yo
dejamos de compartir secretos hace algún tiempo, ¿verdad Olga? —una nueva Ana,
decidida y segura de sí misma miraba de forma inquisidora a su amiga, que había
acudido a una cita a la que no había sido invitada.
Olga se limitó a asentir,
añadiendo en voz casi inaudible:
—Ahora en vez de hablar de
novios, preferimos compartirlos.
No había terminado de
hablar, cuando el café de Ana cayó por todo su cuerpo. Ana, enfervorizada,
abandonó el local dejando atrás a sus dos amigos.
El enfado se hacía cada vez
más grande, mientras caminaba a toda velocidad hacia la parada de autobús. No
entendía cómo dos de sus mejores amigos habían podido llegar a tratarla de
forma tan ruin.
Poco a poco, el enfado se
fue transformando en tristeza, y ésta en desasosiego. Se sentía sola, se sentía
vacía…
El autobús se acercaba,
hacía frío. Ana fue la única persona que subió en la parada y sólo encontró dos
personas más. A esas horas, la línea que conectaba el hospital con su barrio no
solía llevar muchos pasajeros. A pesar de lo que pudiera parecer, Ana
disfrutaba mucho de este trayecto. En realidad era su único momento de
relajación y soledad en todo el día. Suponía un breve paréntesis entre el ir y
venir del hospital y su vida prácticamente de pareja con Pedro. Cada uno mantenía
su apartamento, pero en realidad, su vida diaria era la misma que la de una
pareja cualquiera que compartía piso. Siempre se sentaba en el mismo lugar,
encendía su iPod a todo volumen y cerraba los ojos para transportarse
imaginariamente acompañando la canción que sonara en cada momento.
Pero hoy no había música en
la que encontrar paz. Ana rompió a llorar, el día había sido una verdadera
montaña rusa de emociones y simplemente explotó. Podía aceptar que Ramón no
respetara su decisión y que el amor que decía sentir por ella le cegara pero
Olga…. ¿Olga? Era su mejor amiga, era la persona que mejor la conocía, era su
mitad. Habían compartido tanto juntas, sabían tanto una de la otra.
Entre lágrimas, su mente
retrocedió unos años, ocho en concreto. Fue el único año en el que Ana y Olga
estuvieron separadas. Era el último año de carrera y ambas consiguieron una
beca Erasmus. Sin embargo, no pudieron ir juntas a la misma ciudad. Olga pasó
un año en Estocolmo mientras que Ana optó por Lille, en Francia, siempre se
había sentido muy atraída por la cultura de ese país. A pesar de la distancia,
todas las noches tenían conversaciones a través del Messenger. De hecho Ana
pasaba más tiempo hablando con Olga que con Pedro.
Una vez superado el largo y
frío invierno, Ana aprovechó la semana de vacaciones de mitad de cuatrimestre
para tomar un vuelo destino Estocolmo. A pesar de su miedo a volar y su
obsesión por el orden y la seguridad, los ínfimos precios de una aerolínea
low-cost la llevaron al aeropuerto de Skavsta y de ahí un autobús a la capital
Sueca donde le esperaba su mejor amiga. Tenían planeado hasta el último minuto
de los siete días en los que iban a estar juntas, ponerse al día, bailar,
excursiones...
Nada más bajar del autobús,
Ana intuyó que algo no iba bien. La impulsiva, alegre y efusiva Olga no corrió
como solía a abrazarla, no saltó ni gritó ni hizo la típica broma de ir a
recibirla con un cartel identificativo. Olga estaba triste, demacrada. Caminó
hacia Ana, buscando el refugio de su amiga. ¿Qué le ocurriría?
Ana soltó su maleta y se
limitó a rodear con los brazos a Olga que había roto a llorar.
—Estoy embarazada —susurró
Olga en los oídos de su amiga.
—¿Qué? —Ana estaba demasiado
sorprendida como para creer entender lo que creía haber oído.
—Estoy embarazada Ana.
—Pero, ¿por qué no me habías
dicho nada? Hubiera venido mucho antes. ¿Estás bien? ¿Cómo te encuentras? ¿Qué
ha pasado? ¿Cómo ha sido? ¿Quién es el padre? ¿Lo saben tus padres? Ana no
dejaba de hacer preguntas que no eran otra cosa sino un modo de aflorar todo el
nerviosismo y confusión que llevaba dentro.
—Ven, vamos a tomar un café.
Hablaremos entonces. Tengo que darte todos los detalles. ¿Qué tal Pedro? La
verdad es que cuando me dijiste que no venía me alegré. Prefiero tratar estas
cosas sólo contigo.
—Ya sabes, a Pedro no lo
sacas de España ni con agua caliente. No te puedes imaginar la cantidad de
tópicos que tuve que escuchar mientras me explicaba su excusa para no venir. Yo
creo que a Lille ha venido para controlar, como los Erasmus llevan esa fama de
fiesta y desenfreno…
Dado que no hacía demasiado
frío, decidieron ir caminando desde la estación hasta el barrio de Gamla Stan
donde habían reservado una habitación en un albergue para las dos. Olga
compartía piso pero había insistido mucho en alquilar algo sólo para las dos.
Ana entendía ahora por qué.
Durante el paseo, las dos
amigas trataron de ponerse al día de temas mundanos, evitando siempre el tema
principal que las dos se morían por abordar. Un ligero viento acariciaba sus
mejillas al cruzar el puente de Vasabron. Ambas amigas iban abrazadas, sin
soltar una el brazo de la otra.
Ya en la plaza del museo
Nobel, se sentaron en una de las terrazas y pidieron un café y un pedazo de
tarta para compartir. Era un bar pequeño, con una bandera gay en una de las
esquinas del toldo. A esa hora estaba repleto de estudiantes.
Ana agarró su taza con las
dos manos, se recostó en su asiento y se dirigió a su amiga:
—¿Qué ha pasado Olga?
Ana y Olga eran almas
gemelas, pero mientras que ella sólo había salido con Pedro, Olga nunca había
tenido una relación de más de dos meses. Eso entendiendo como relación,
enrollarse con la misma persona más de dos días seguidos.
Olga suspiró, bebió un sorbo
de su café y apartó a un lado el plato con la porción de tarta de chocolate.
—¿Te acuerdas que hace unas
semanas estuvimos con el grupo en Helsinki?
—¡Cómo no iba a acordarme!
Recuerdo que me contaste con pelos y señales tu viaje en el ferry, las
carreras para intentar comprar cerveza barata en el supermercado del barco y
las peleas con el resto de gente antes de cerrar. Vamos que hacía días que no
te pegabas una noche de juerga así.
—Pobres señoras, la verdad
es que es increíble ver a esas señoras con el carro de la compra lleno de cajas
de cerveza saliendo del barco.
—Pues que sepas que he
mirado cómo comprar billetes para el Viking Line ¿así se llama no?
—Sí, ese es el nombre
oficial, el familiar es “love-boat”.
Las dos amigas rieron
mientras se aferraban a las tazas de café.
—Olga…
—Dime.
—Cuéntamelo.
Y Olga, por fin comenzó su
historia:
El barco sale de Estocolmo a
final de la tarde y llega a Helsinki a primera hora de la mañana. Dado que en
Suecia la compra de bebidas alcohólicas está muy regulada, por no mencionar su
precio desorbitado, estos viajes en ferry son una buena vía de obtener acceso a
bebida más barata y por tanto a una noche de fiesta en toda la regla.
Olga no era una persona que
dejara indiferente al sexo opuesto, tenía una personalidad arrolladora, unida a
un físico increíble que además sabía explotar eligiendo muy bien cómo vestirse
en cada ocasión. Y ahí, en medio de un barco repleto de estudiantes en pleno
botellón, Olga comenzó a besar a un irlandés que decía llamarse Ian, o algo
parecido. Los besos llevaron a la pareja a una fila de butacas de proa. Olga
rodeaba con sus brazos al chico mientras él, con la torpeza que provocan cuatro
tequilas de más trataba de desabrochar el vaquero de la sexy española que tenía
tumbada ante él. No hubo tiempo, ni cordura suficiente para pensar en usar un
preservativo. No hubo tiempo para conversación que no fueran besos, caricias y
miradas de desafío del uno para el otro.
Cuando el sonido de la
megafonía informaba en cinco idiomas distintos que el ferry había por fin
llegado a su destino Olga abrió ligeramente los ojos, y consiguió divisar la
terminal de ferries del puerto de Helsinki. Ni rastro de… ¿cómo se llamaba el
pelirrojo con el que había estado bebiendo chupitos la noche de antes? ¿Jan?
¿Juan?
Se levantó y se dejó llevar
hasta la consigna del barco. En estos viajes no necesitas más equipaje que el
bolso y sobre todo, dinero y preservativos.
—¿Preservativos? ¡Ups!
Esperemos no llevarnos un disgusto —sonreía Olga.
El disgusto vino un mes
después en forma de retraso, molestias, sabor amargo en toda la comida y una
visita al médico de la universidad.
—¿Y qué vas a hacer? —una
intrigada Ana preguntó expectante.
Sabía la respuesta. Habían
hablado antes sobre qué harían si esta situación se daba. En ese momento a Ana
le vino a la mente una conversación hasta altas horas de la mañana tras salir
de ver en los cines Renoir “4 meses, 3 semanas, 2 días”. Una de esas películas
que no te deja indiferente, de las que tanto les gustaban a ambas.
Y por fin su parada, Ana
bajó del autobús aún con la zozobra del recuerdo y dirigió sus pasos hacia su
portal. A esas horas no se molestaba en subir a la acera, caminaba directamente
sobre la calzada. Se quitó los cascos, los metió en el bolso y aprovechó para
sacar las llaves de casa. Observó su sombra en la calzada, ¿por qué parecía tener
cuatro brazos? ¿Por qué huele tanto a perfume? ¿Por qué…?
Un pañuelo impregnado de
cloroformo cubrió su cara mientras unos brazos familiares recogían el peso de
su cuerpo desvaneciéndose.
Francisco Ángel Ferrer Gil
XV. Cuerpos atados.
Pedro se quedó dormido. Al
poco rato los dolores le despertaron, como cada noche. Se había terminado el
gotero del calmante y tocó el timbre para avisar a enfermería. Casi al instante
entró en la habitación Chema con su desparpajo habitual, encendiendo todas las
luces a su paso y con un tono bastante elevado de voz.
—Buenas noches rey… ¿qué
necesita mi paciente preferido?
Pedro esbozó una sonrisa. Le
divertía ver como caminaba, moviendo con arte sus grandes zuecos. Le hacía
gracia también, su forma afeminada de hablar y mover las manos. Sin duda era el
mejor enfermero. Siempre con una sonrisa, muy profesional y pendiente de cada
detalle, aportaba la nota de color en la
monotonía del hospital.
—Buenas noches Chema. Tengo
sed, desearía tomar un gin tonic —el enfermero puso cara de pícaro y desplegó
toda su teatralidad para continuar con
la broma.
—Aquí está tu genio para
concederte todo deseo… Y cómo lo quieres… ¿te pongo pepino solo o doble de
pepino?
—Ja, ja, ja, desde luego no
tienes compasión de un pobre enfermo, siempre estas alerta —Pedro sintió de
nuevo el intenso dolor con el esfuerzo de la carcajada—. Creo que todavía no
estoy preparado. Tengo mucho dolor, ponme un calmante por favor… pero ese sí
que sea doble.
—¡Qué lástima Pedrito! Pero
no te apures, se esperar. Ahora mismo traigo el gotero y verás que bien
descansas —Chema salió y volvió en un abrir y cerrar de ojos, cambió el gotero,
acomodó la almohada de Pedro, le hizo tomar un zumo de melocotón fresquito y
con un guiño le deseo dulces sueños. Tras la breve distracción con el
enfermero, Pedro volvió a su realidad. Aquel potro de tortura que tenía por
cama, le estaba dejando el cuerpo hecho una zarandaja. Intentaba buscar una
postura en la que estar más a gusto, pero se encontraba todavía muy dolorido.
Además la oscuridad en aquella solitaria habitación empezaba a afectar a su
estado de ánimo. Se sentía atado a su cuerpo, atrapado entre esas cuatro
paredes. El tiempo parecía que no pasaba. Es más, cada momento se convertía en
una eternidad. Qué ganas tenía de volver
a casa y sobre todo, que ganas tenía de estar con Ana. Recordó entonces que Ana
había prometido volver después. Cogió el teléfono para consultar la hora y se
sorprendió de lo tarde que era, nuevamente había perdido la noción del tiempo. Le
pareció raro que Ana no hubiera vuelto, ya que lo había prometido y ella
siempre cumplía con sus promesas. Pedro se sentía desorientado. «Menuda forma
de comenzar el año. No puedo creer lo
que puede cambiar todo en tan poco tiempo. Ana… ¿dónde estás? Después de los
días que ha pasado… necesita descansar. Seguramente se le ha hecho tarde y no
habrá querido despertarme. Son demasiadas emociones… demasiada tensión ¡pobre
Ana! Hoy no tenía muy buena cara, creo
que no se encuentra bien… mejor que descanse sí… Le mandaré un mensaje del
tipo: te echo de menos, descansa bien. Te quiero». La cabeza de Pedro continúo
siendo invadida por una zarracatalla de pensamientos, hasta que poco a poco el
gotero fue haciendo su efecto y se quedó dormido de nuevo.
Eran casi las siete de la
mañana cuando el cuerpo de Ana comenzó a moverse. Consiguió entreabrir los
ojos, todo estaba oscuro, borroso. Sintió la respiración y el calor de unos
labios que se acercaban a los suyos dándole un dulce beso, mientras en la
lejanía escuchó decir:
—Descansa tranquila mi niña,
yo cuidaré de ti.
Acto seguido su nariz
experimentó el fuerte olor del cloroformo y cayó en un profundo sueño.
Por la mañana temprano, los
padres de Pedro acudieron al hospital acompañados de un abogado. Al entrar en
la habitación encontraron a Pedro conversando con Olga. Irene enseguida se dio
cuenta del estado de tensión en el que su hijo se encontraba y un descontrolado
instinto de protección se apoderó de ella.
—Buenos días mi niño, ¿cómo
te encuentras? Disculpa cariño, he de comentarle algo a Olga —Irene agarró por
el brazo a Olga y se dirigieron hacia la puerta. Una vez fuera, Irene clavó sus
ojos en los de Olga y de forma tan amenazadora como rotunda comenzó la
advertencia—. Escucha Olga, más vale que no aparezcas por aquí. Pedro ha de
recuperarse y a la vista está que tu presencia no le hace ningún bien. Y
tampoco eres bien recibida por parte de Ana. Así que haznos un favor a todos y
sal de nuestras vidas.
Olga no podía creer lo que
estaba escuchando, ni reconocía a esa mujer de ojos ensangrentados que tenía
enfrente. Le dolieron sus palabras en lo más profundo, era ella quien había
salvado a Pedro y de eso ya nadie se acordaba. Sólo ella recibía los reproches
por parte de todos. Se sentía duramente acusada y despreciada. Aquello, lejos
de lo que todos pretendían, no hacía más que alimentar su enfado y su
determinación por seguir con su plan hasta el último detalle. Ahora iba a ser
ella quien empezara a dejarles a todos con la palabra en la boca. Así que sin
mediar palabra soltó su brazo bruscamente de la mano de Irene y regalándole la
más cínica de sus sonrisas se alejó tranquilamente.
Irene regresó a la
habitación disimulando su malestar. Allí Pedro, Antonio y el abogado discutían
sobre las posibles alternativas ante un juicio. Pedro cada vez se sentía más
confuso y preocupado, no era capaz de pensar con claridad. La conversación con
Olga le había dejado atormentado y ahora todo este rollo con el abogado. Para
colmo seguía sin tener noticias de Ana, hubiera preferido que ella estuviera
allí. Pero el mensaje de anoche seguía
marcando como no leído y llamada tras llamada saltaba el buzón de voz. Hizo un
esfuerzo por seguir la conversación, tenía ganas de terminar con todo aquello.
Escuchó las recomendaciones del abogado y con la ayuda de sus padres fueron
perfilando la posible solución para aquella pesadilla.
Al rato Rafa y Sandra
entraron en la habitación. Pedro se alegró mucho de ver a su hermana, el aire
fresco que desprendía siempre le aliviaba. Hicieron las presentaciones oportunas
y cuando iban a explicar lo hablado con el abogado, una nueva visita llegó a la
habitación. Patricia había arrastrado a Ramón, casi literalmente, hasta la
habitación de Pedro. La buena de Patricia pensaba poder mediar entre ellos. Se
negaba a asumir, que el grupo cada día estaba más distanciado. Además en el
fondo de su ser, anhelaba poder ganar algún punto con Ramón si conseguía que
Pedro y él solucionaran sus problemas.
—¡Lo que faltaba! El hombre
pone, Dios dispone, llega el diablo y todo descompone —dijo Pedro con amargura
viendo a Ramón aparecer por la puerta.
—Te lo advertí Patricia, ni
manjar recalentado ni enemigo reconciliado —susurró Ramón a su amiga con los
dientes apretados. Se miraban todos entre sí, unos con cara de sorpresa, otros
con cara de preocupación, alguno con enfado y otros pensando rápidamente algo
con lo que poder romper aquella tensión que tan al instante se había apoderado
del espacio. El primero en hablar fue el abogado. Lógicamente allí ya sobraba.
Acordó con sus clientes volver en un par de días y recomendó que sopesaran bien
todo lo hablado. Mientras, él intentaría ganar más tiempo con la parte
contraria. Despidiéndose de todos, los dejó allí en un silencio aún más incómodo.
—Bueno ya que estáis todos
aquí, ¿alguien ha visto a Ana? No sé nada de ella desde anoche. Me dijo que iba
a volver y no lo hizo. Le mando mensajes, la llamo pero no hay forma de
localizarla. Supongo que estará descansando, pero estoy un poco intranquilo —disparó
Pedro para no dar oportunidad a otro tipo de conversaciones y porque realmente,
era lo único que le interesaba en aquellos momentos.
—Yo no la he visto desde
anoche. Quedamos a hablar ella, Olga y yo… pero salió pitando… Fui detrás de
ella pero no me dio tiempo a alcanzarla. La vi coger el autobús y… no sé nada más —Ramón tenía una expresión
extraña en la cara.
—Sí, me lo ha contado Olga.
Ha estado por aquí esta mañana —dijo Pedro mientras dirigía a Ramón una mirada
inquisidora. A pesar de eso, el rostro de Ramón se relajó un poco.
—No te preocupes Pedro,
seguro que está bien y está descansando. Si quieres me acerco por su casa y nos
aseguramos que todo va bien —dijo Sandra intentado apaciguar los ánimos de su
hermano.
—Te acompaño Sandra, será
una buena forma de aprovechar mi día libre —se ofreció rápidamente Rafa, loco
por desaparecer cuanto antes de escena.
—Sí Sandra, es buena idea.
Gracias hermanita. Dile por favor que me llame. Y si alguno de vosotros la
veis, decirle lo mismo —Pedro estaba pensativo y cada vez más desanimado. Pidió
a todos que le dejaran un rato a solas con la excusa de descansar. Todos se
marcharon al instante aliviados por poder salir de aquella situación.
En torno al mediodía, Ana
comenzó a despertar. Poco a poco fue tomando consciencia de su cuerpo. Estaba
aturdida, como mareada. Al cabo de un rato consiguió entreabrir los ojos
sintiendo un fuerte pinchazo en la cabeza. El resto de su cuerpo no se
encontraba mejor, se sentía dolorida y a duras penas conseguía moverse. Lo que
sí consiguió percibir con claridad era el perfume que invadía todo el espacio.
Como en un sueño se vio en la puerta de su casa, vio los cuatro brazos de su
sombra acompañados de un fuerte olor a perfume que le resultaba familiar. Y
entonces recordó que a partir de ahí, no tenía más recuerdos. Era el mismo
perfume, el perfume de Ramón. Se sintió
confusa y a la vez atrapada por el miedo. Reconoció la habitación dónde se
encontraba. Ella había estado allí unos años atrás. Era la habitación de Ramón.
Se dio cuenta que tenía las manos atadas y los pies sujetos a la cama. ¿Qué significaba todo eso? ¿Cómo había
llegado hasta allí? Su miedo iba creciendo con cada pregunta dejándola
paralizada. ¿Es posible que se haya atrevido? ¿Pero qué piensa hacer? ¿Se ha
vuelto loco? Escuchó el ruido de unos pasos que se acercaban a la puerta. Al
instante Ramón entraba con una bandeja en las manos.
—Hola mi niña, buenos días.
¿Qué tal te encuentras? —Ana no podía ni pensar, continuaba paralizada—. Déjame
que te suelte los pies, ahora que estoy aquí no hay problema de que te vayas —Ramón
colocó la bandeja en la mesita de noche
y se dispuso a desatar los pies de Ana. La miraba con atención sopesando
la expresión de su rostro e intentando adivinar que recorría su cabeza. Quitó la cuerda y despacio comenzó
a darle un masaje en los tobillos. Sin retirar sus ojos de los de ella, se dio
cuenta que estaba muy asustada—. Tranquila Ana, no voy a hacerte daño, sabes
que sería incapaz. Ahora sólo quiero que tomes el desayuno y recuperes fuerzas.
Ya tendremos tiempo para hablar. Voy a soltarte las manos también para que
puedas comer, te ayudaré a incorporarte
un poco —ella seguía sin poder articular palabra pero escucharle le había
serenado lo justo para que su cabeza comenzara a funcionar. Ramón tomó sus
manos despacio, sin dejar de mirarle a los ojos intentando transmitirle
tranquilidad pero alerta en todo momento. En cuanto Ana vio sus manos libres,
intentó darle una bofetada a Ramón que éste paró sujetándole con fuerza las
muñecas—. ¡Shhhh!, así no llegamos a ninguna parte querida. Ya te he dicho que
no voy a hacerte daño pero no me obligues a atarte de nuevo. ¿Dónde crees que
puedes ir? No llegarías ni a la puerta Ana. Sólo quiero que desayunes, dejaré
la puerta abierta por si necesitas algo —cuando Ramón salió de la habitación,
Ana rompió a llorar. Estaba muy asustada y sólo deseaba no estar allí. Se
encontraba fatigada y sin fuerzas, atada a su cuerpo. Se quedó un rato más allí
tumbada, inmóvil, llorando hasta que consiguió serenarse. Fuera de la
habitación Ramón iba y venía por todo el piso, disimulando hacer cosas pero sin
quitar ojo a los movimientos que se producían dentro. Se sintió aliviado cuando
al cabo de mucho rato, Ana empezó a moverse. Y más aliviado todavía, cuando
otro tanto después observó que estaba tomándose el zumo. Se acercó a la puerta
para sopesar más de cerca el estado de Ana. ¿Qué tenía aquella mujer? Se sentía
fascinado por ella. Su pelo alborotado y la expresión de su cara tras haber
dormido tanto tiempo, le hacían aún más atractiva. Le hacía recordar la última
vez que la vio en ese mismo lugar, en esa cama, aquella noche que le marcó de
una manera especial. El dulce recuerdo hizo que su corazón se acelerara, su
rostro se relajó dibujando una sonrisa y se acercó a la cama. Quizá aún no era
momento, quizá debería esperar a que ella estuviera más tranquila, pero un
fuerte deseo se apoderó de su razón y no pudo esperar más. Ana lo vio acercarse
y su cuerpo se tensó de nuevo. Se sentó a su lado y la rodeo con sus brazos. Su
corazón se aceleraba cada vez mas por la pasión, y el de ella se aceleraba
nuevamente por el miedo. Ramón se separó un poco para poder besarla pero lo que
vio en los ojos de Ana le hizo cambiar de idea. Tras una profunda respiración,
comenzó a hablarle con voz suave y seductora.
—Ana, no quería haber
llegado hasta este punto. Pero no me has dejado más alternativa. He intentado
tener paciencia, esperar el momento adecuado un día tras otro, respetar tu
momento, pero ha sido imposible. No me has dado oportunidad de hablar contigo,
y las pocas veces que hemos quedado ni siquiera me has escuchado o me has
dejado con la palabra en la boca. Y no puedo más Ana, voy a volverme loco.
Estoy confuso, estoy perdido, necesito saber y que me digas sinceramente lo que
sientes por mí.
Mientras le escuchaba, Ana
iba pasando del estado de miedo al estado de perplejidad.
—¿Y piensas que de esta
forma puedes aclarar algo? ¿Secuestrándome y reteniéndome aquí? Eres tú quien
no escucha, ya te lo dije el otro día. Puedes atar mi cuerpo pero no mis
sentimientos, estoy enamorada de Pedro y quiero estar con él. Y eso es lo único
que he de hablar contigo y la única realidad —ahora el estado de Ana iba
pasando de la perplejidad al enfado. Su cuerpo se tensó un poco más y su
estómago daba botes como en una montaña rusa.
—¿La única realidad? ¿Estás
totalmente segura de eso? ¿Cuál es tu realidad? Porque yo veo otra cosa. ¿Dónde
quedó tu amor aquel año que celebramos mi cumpleaños juntos en esta misma cama?
Esa vez fue tan especial para ti como lo fue para mí, admítelo.
—Aquello no fue más que un
polvo, así lo entendimos los dos y por eso acordamos que nunca nadie se
enteraría —Ana cada vez se sentía peor. Todavía no se le había pasado el dolor
de cabeza que estaba a punto de estallar, el corazón le latía muy deprisa y
comenzó a sentir dolores en el vientre—. Tú siempre te has tirado a toda clase
de palo con falda a poco que meneara su culo delante de ti, sin importarte en
absoluto sus sentimientos y dejándolas después tiradas en cualquier rincón. Por
qué habría de ser distinto lo tuyo conmigo, ¿de qué me hablas? Eres incapaz de
llevar una relación estable después del tercer polvo.
—Sí Ana, pero tú eres
especial, contigo es distinto. Sé que tienes miedo porque nunca he tenido una
relación estable y por eso no quieres admitir que estas enamorada de mí.
Después de aquella primera vez contigo, ya sabes que he estado con muchas
mujeres pero siempre volvías a mi cabeza. Ya nadie me seduce Ana, ya no deseo a
ninguna mujer como te deseo a ti —el rostro de Ana palidecía por momentos
mientras Ramón seguía hablando—. Ana sé que estás enamorada de mí pero te da
miedo admitirlo. Sino explícame por qué siempre acudes a mí. Acudiste a mí, en
cuanto te enteraste de la infidelidad de Pedro. Yo fui la primera persona a
quién se lo contaste —Ana cada vez estaba más enfadada y a cada afirmación de
Ramón la tensión crecía en su cuerpo. Ramón continuaba sin piedad con su ataque—.
Y acudiste a mí de nuevo cuando Pedro
estaba en el hospital e hicimos el amor mientras él todavía se debatía entre la
vida y la muerte.
—¿Cómo te atreves a decirme
algo así? No tienes derecho a tratarme así. Por qué me haces esto Ram… —Ana no
pudo continuar hablando, sintió un fuerte pinchazo en su vientre a la vez que
una bocanada subía con fuerza desde su estómago. Sólo le dio tiempo a ponerse
de rodillas en el suelo a un lado de la cama. A la vez que vomitaba sintió una
extraña humedad entre sus piernas que con un acto reflejo tapó con su mano.
Cuando Ramón acudió a su
lado, Ana levantó la vista hacia él y con los ojos llenos de horror le mostró
su mano ensangrentada…
Arancha Ruiz Cañero
XVI. Destino diagnosticado.
Siguiendo las indicaciones
que recibieron de Pedro en el hospital, Sandra y Rafa se dirigen a casa de Ana.
Durante el trayecto hasta su casa, intentan localizarla en varias ocasiones sin
obtener resultado alguno. Hasta entonces no estaban preocupados, pero al ver
que Ana no respondía a sus llamadas, comenzaron a ponerse nerviosos y a hacer
suposiciones.
Al llegar al bloque de Ana y
después de insistir con llamadas continuas al portero automático, Sandra
siempre tan positiva, pensó en varias posibilidades del por qué Ana no
contestaba.
—Si no contesta es porque no
escucha el sonido del timbre. ¿Tal vez esté escuchando su MP3 a todo volumen? o
¿quizás esté en la ducha? ¡Ya lo tengo! ¡Está usando el secador de pelo!
Y Rafa dándole vueltas al
asunto de cómo
poder entrar y llamar directamente al timbre de la puerta del piso. Se acordó
de los vecinos de Ana.
—Bueno, podemos avisar a
Mario o a
—Pues no tengo ni idea.
Mario vive una planta más arriba que Ana, ¿cierto? Pues probemos uno al azar
que esté en esa planta. Si Ana vive en el “4ºA” probamos en el “5ºA“, 5ºB” y si
no en el “
—Buena idea, probemos.
Llamaron al “5ºA” y
enseguida reconocieron la voz de Mario.
—¡Hola Mario! Soy Sandra la
cuñada de Ana, ¿me recuerdas? Nos conocimos hace poco en el hospital.
—¡Si claro! La hermana de
Pedro, ¡que grato escucharte de nuevo! ¿Ocurre algo? ¿En qué puedo ayudarte?
—Pues mira, resulta que
desde ayer no localizamos a Ana y mi hermano está bastante preocupado, sobre
todo porque le dijo que por la noche se pasaría por su habitación y ni lo hizo,
ni sabemos nada de ella. Él me ha pedido que pase por casa para ver qué ocurre,
pero ni siquiera contesta al telefonillo.
—¡Pues sí que es raro! Además,
yo ayer no la vi en todo el día. Ni tampoco la oí llegar por la noche. ¡Pero
sube, no que quedes abajo! Si realmente está en casa nos va a oír seguro,
aunque tengamos que aporrear la puerta fuertemente.
—OK, gracias. Me acompaña
Rafa, ¡subimos los dos!
Ramón se quedó pálido al ver
a Ana con las manos ensangrentadas, mirándole a los ojos y suplicándole ayuda.
«¡Dios mío! ¿Qué hago ahora? —pensó—. Esto se me está yendo de las manos».
Cargó a Ana en sus brazos y
apresuradamente cogió el ascensor y bajó hasta el garaje. Con la ayuda de su
rodilla y como pudo, desplazó hacia delante el asiento del conductor para poder
acceder a la parte trasera y cuidadosamente
tumbó a Ana en los asientos traseros de su deportivo. Arrancó el coche y
se dirigió a toda velocidad hacia el hospital.
Durante todo el trayecto
Ramón no paró de hablar para intentar calmar a Ana. ¿O más bien para calmar sus
culpas?
—Lo siento Ana, no pensaba
que esto iba a suceder, debes de estar tranquila, llegamos en seguida al
hospital, yo sólo quería hablar contigo y aclarar las cosas
Ana permanecía detrás
tumbada, sin poder articular palabra ni dejar de agarrarse el vientre con las
dos manos.
Ramón, gracias a su trabajo
de varios años como celador en el hospital, conocía perfectamente a qué lugar
de este debía llevar a Ana para que la atendieran lo antes posible. Así que sin
dudarlo subió la rampa de urgencias, volvió a cargarla y pidió ayuda
inmediatamente.
El hospital materno-infantil
se encuentra en el edificio adosado al hospital principal, lugar donde ambos
trabajan. Esto le permite a Ramón no ser visto por ningún conocido, pero aun
así, para tomar precauciones, en cuanto estuvo seguro de que Ana estaba bien
atendida, volvió a su deportivo y desapareció rápidamente. De vuelta a ninguna
parte y con lágrimas en los ojos empezó a pensar en lo que había hecho, el por
qué y en qué debía hacer para reparar el error. «Nada, no puedo hacer nada.
¿Cómo voy a quedarme allí esperando?». Y buscando otra alternativa decidió
avisar a alguien: «¿A Pedro? —pensó—. ¡Ni de coña!» Y sopesando las
posibilidades decidió llamar a Patricia, de la que siempre echaba mano para
estos casos.
—¡Hola Ramón! Me pillas
comenzando el turno de trabajo por lo que no puedo entretenerme ni hablar
mucho, dime ¿qué ocurre?
—Patri, no puedo explicarte
mucho ahora, pero Ana está en urgencias de maternidad. Ha tenido una pérdida,
no sé si será grave, espero que no. Te llamo para que avises a su gente.
—¿Qué? ¡Oh Dios! Entonces
por lo visto, la sospecha de Olga era cierta, ¡está embarazada! ¿Y cómo está?
¿Qué le han dicho? ¿La han ingresado? ¿En qué planta?....
—Patri, ¡tranquila! No sé
mucho más, la he dejado en buenas manos pero por motivos que ahora no vienen al
caso no he podido quedarme con ella. Es una larga historia que ya te contaré.
Tú, ¡por favor!, da el aviso al resto. Gracias Patri, nos vemos, adiós —y colgó
sin más explicaciones.
—¡Ana, estás ahí!...
¡Ana!... Yo creo que no está, esto es raro. Igual salió temprano… o igual no
durmió aquí…. ¿Tiene algún otro sitio donde quedarse? —preguntó Mario.
—De los lugares donde ella
puede quedarse, ninguna persona sabe nada —y sin darle tiempo de volver a
repasar la lista de lugares donde Ana podría haber pasado la noche, el móvil de
Sandra sonó—. ¡Es Patricia! No lo había pensado, seguro que Ana está con ella.
¡Hola Patricia! ¿Qué tal?
—Pues no muy bien, la
verdad. Llamo para decirte que Ana está en el hospital…. Tranquila no es nada
grave, probablemente una pequeña pérdida sin importancia, supongo que sabes que
está embarazada, ¿no? Es que no sé a quién llamar primero ¿Pedro está al
corriente? ¿Y tus padres? Bueno, que sepas que estoy aquí en el hospital, que
no me han dejado verla pero que está en observación. En cuanto tenga nuevas
noticias me pongo en contacto contigo. ¡Ven en cuanto puedas!
—Doctora, dígame la verdad.
¿He perdido al bebé? —preguntó Ana sollozando.
—Según la primera ecografía
vaginal que te han realizado en urgencias, no, pero hay riesgo de aborto —le
explicó la doctora—. De momento no debes ponerte más nerviosa y deberías estar
varios días en reposo, pero como hemos comprobado que no tienes hecha ni siquiera
la primera analítica del embarazo, vamos a aprovechar para hacerte varias
pruebas, para lo cual vamos a subirte a planta. Primero debemos de saber la
fecha de tu última regla.
—Bueno a ver… No suelo ser
muy regular, pero estoy segura de que pasé con ella el puente de
—De acuerdo. Pues con estos
datos vamos a comenzar. De momento haremos otra ecografía para comprobar cómo se encuentra el feto
y viendo las medidas de esté podremos calcular aproximadamente de cuánto tiempo
estas embarazada. Mañana a primera hora tomaremos la primera muestra de sangre.
Ahora descansa todo lo que puedas.
—¿Sandra? Han subido a Ana a
planta. De momento parece que no ha perdido al bebé, aunque no está fuera de
peligro. Habitación 618, en la sección de embarazos de alto riesgo. Está
bastante tranquila. Mañana le comenzarán a hacer pruebas. ¿Dónde andas? —preguntó
Patricia.
—Pues Rafa acaba de dejarme
en la puerta del hospital y estoy entrando. Subo ahora mismo.
En un par de minutos su
cuñada se encontraba en la citada habitación junto a ella.
—Ana, ¿cómo te encuentras?
¿Qué ha pasado? ¿Por qué te ha traído Ramón? ¿Qué hacías con él? Te hemos
llamado muchas veces y no te hemos localizado en casa. Estábamos muy
preocupados —soltó Sandra casi sin respirar.
—Tranquila Sandra, ahora
parece que todo está bien —y comenzó a contarle lo ocurrido a su cuñada—. No
quiero que esta conversación salga de aquí. Llama a tu hermano y dile que al
final estaba en casa, que no me enteré de las llamadas porque estaba tan
cansada que dormí profundamente y más de la cuenta y que el móvil lo tenía en
silencio. También le dices que lo llamo luego, que ahora estoy en la ducha y
que tú te vas a quedar un rato conmigo. Y ves pensando en alguna otra excusa
para poder alargar la mentira y justificar que no iré a visitarlo. En cuanto
suba Mario y Rafa los pones al corriente de que Pedro no debe enterarse de
momento de que estoy en el hospital hasta que no tenga más información. Y a tus
padres cero patatero, ¡que ni siquiera saben que estoy embarazada! —y a la vez
que hablaba iba pensando si dejaba algún cabo suelto—. Y de lo de Ramón, lo
dicho, ni una palabra.
Sandra inmediatamente llamó
por teléfono e informó de todo a Pedro, tal y como Ana le había indicado.
Parece ser que Pedro de momento se quedó convencido con su mentira y tras esto,
bastante ocupado comunicándolo al resto de la familia, para que se quedaran más
relajados y tranquilos.
—¡Cuídala mucho Sandra! No
sé si sabes que está embarazada, supongo que te lo habrá contado —le indicó
Pedro antes de colgar.
A la mañana siguiente
comenzaron con todas las pruebas, trasladando de aquí para allá a Ana pero
siempre con mucho cuidado. Y en un par de días subieron a planta para
comunicarle los resultados.
—A ver Ana, hemos tenido que
realizarte de nuevo una ecografía vaginal porque con la ecografía abdominal no
veíamos el feto. Una vez conseguido ver el feto a través de esta ecografía,
hemos comprobado que el bebé está bastante bien, aunque el latido de su corazón
todavía no es regular. Hemos de informarte de que, si no hemos podido detectar
el feto desde una ecografía normal es debido a que el embarazo no ha llegado a la
octava semana, por lo que hemos deducido que no estas embarazada de tantas
semanas como tú piensas. Estás embarazada de seis semanas aproximadamente,
probablemente echaste mal las cuentas.
Ana notó un dolor en el
vientre, pero en este momento no era la molestia del bebé, sino su estómago
encogido por la noticia y se entrecruzó una mirada con Sandra que estaba tan
sorprendida como ella.
—¡Pero eso no es todo! —continuó
la doctora—. Debemos repetir los análisis de sangre. Nos ha extrañado mucho
haber detectado cloroformo en tú sangre. Qué sepas que esto no ha afectado al
bebé porque no ingeriste o inhalaste una dosis inadecuada, pero deberás de
darnos alguna explicación. Aunque ahora no, más tarde cuando haya terminado tu
periodo de reposo, ya que esto no es lo más importante que tenemos que decirte —Ana
callada y sobrecogida no podía quitarle la mirada a la doctora, como si de esta
forma pudiera descifrar con antelación lo que le iba a decir. Pero en este caso
ni la mejor adivina podría haber hecho tal predicción. La doctora continuó
informando—. Debido a la intrusión de tal sustancia, con toda seguridad
deberemos de repetirte los análisis ya que el cloroformo en sangre puede
alterar los resultados de estos, y en este caso he de decirte qué ojalá estos
resultados sean erróneos, ya que nos diagnostican que eres portadora del virus
VIH.
Yohana Borobia Carcas
XVII. Mientras, en la otra habitación…
Ana no daba crédito a lo que
sus oídos estaban escuchando. «Portadora del VIH —se susurro así misma— ¿Pero
cómo puede ser eso? ¿Por qué yo?» En ese preciso instante rompió a llorar.
Sandra estaba tan impactada como ella, no podía creerlo. Todo lo que estaba
pasando parecía una pesadilla. Si la pasada Nochevieja hubiese sido como todas
las demás, las cosas hubiesen sido más fáciles… También lloraba.
—Ana, tranquila —le decía a
la vez que la abrazaba—. Todo esto no tiene por qué acabar en lo que estas
imaginando, la doctora ha dicho que los análisis pueden ser erróneos. Tenemos
que tranquilizarnos. Ana por favor, deja de llorar, estás embarazada y por
suerte el bebe no ha sufrido daños importantes.
Ana no paraba, Sandra no
paraba. Aquella habitación era un mar de lágrimas…
Mientras, en la habitación
de Pedro, se respiraba un ambiente totalmente diferente. A Pedro le acompañaba
su madre. Una Irene calmada y relajada, leyendo una revista, disfrutando de “su
niño” como siempre lo llamaba, sin abogados de por medio, sin problemas… Había
mucha tranquilidad esa mañana, aunque pronto dejaría de haberla. Se abrió la
puerta.
—Buenos días Pedro. ¿Cómo te
encuentras hoy?
—Hola doctor. Bien, bueno,
ya sabe usted —sonrió—. Cada día me encuentro mucho mejor. Tengo algunos
dolores, pero los calmantes me tranquilizan muchísimo. ¿Tiene noticias nuevas?
—Pues si Pedro. Hoy tengo
noticias, y son muy buenas.
De repente Irene pego un
bote de la silla y se plantó en medio del doctor y Pedro.
—¡Mama! ¡Que no me dejas ver
al doctor! —Irene no paraba de moverse.
—Calla un poco Pedro. Lo
siento doctor, siga por favor.
—Tranquilícese Irene.
Póngase aquí con él y así me verán los dos —dijo con una sonrisa.
La situación era muy
divertida: los dos callados y con los ojos como platos. Irene le agarraba la
mano a Pedro, le apretaba con mucha fuerza y Pedro con la boca entreabierta
como si quisiese dar él las buenas noticias.
—Bueno Pedro, todos los
controles y pruebas que te hemos estado haciendo han dado resultados muy
positivos. Aunque no podemos concretar fechas todavía, dentro de poco empezarás
la rehabilitación, y eso significa que pronto…
—¡¡¡¿De verdad?!!! ¡Qué
buena noticia! —exaltó Pedro.
—Esta tarde o mañana vendrán
unas enfermeras para explicarte la dinámica de la rehabilitación y situarte un
poco con las fechas, ¿de acuerdo?
—Sí doctor, muchas gracias.
—Bueno, pues ya está todo.
Pronto nos veremos, adiós —se despidió el doctor.
Las caras de Irene y Pedro
no podían expresar más alegría, por fin se veía el final del túnel. Por fin
después de muchos largos días podían ver la luz, por fin…
Irene cogió el móvil de
inmediato para dar la noticia a su marido, casi no le funcionaban los dedos en
el teclado del teléfono. Los nervios estaban a flor de piel esa mañana. Pedro
estaba como en una nube, tranquilo, relajado, quería llamar a Ana para darle la
buena noticia: «¡Que contenta se va a poner Ana!». Todo marchaba por fin.
—Ah, mamá, cuando hables con
papá dile que no diga nada por favor. Quiero decírselo yo a Ana y a Sandra.
—Vale, lo que tú quieras.
No habían pasado ni diez
minutos y Pedro ya estaba pensando un plan para hoy. La noticia le había
entrado al cuerpo como una ráfaga de adrenalina. Por muy perezoso y un poco
desastre que pareciese, Pedro era un chico al que no le falta intención a la
hora de maquinar cualquier tipo de plan. Un plan como el que quería organizar
para esa misma noche. Quería hablar con Ana, verla, besarla, sentirla,
abrazarla, quería que hoy fuese especial. «¡Por fin buenas noticias!» Se
repetía una y otra vez sin parar. Pedro busco el móvil para llamarla. Un tono,
dos tonos…
Mientras, en la otra
habitación…
—Sandra, es tu hermano.
Querrá saber de mí y hablar conmigo. ¿Qué hago? ¿Se lo cojo? No, mejor,
¡cógeselo tú!
—Pero Ana, son las once de
la mañana. Se supone que estás en tu casa descansado. ¿Cómo lo voy a coger yo?
Ana, tranquilízate coge aire y contesta.
El ambiente estaba mucho más
calmado. Había pasado un buen rato desde que la noticia de la doctora las había
dejado sin respiración, pero aun así, los nervios de Ana podían salir a la luz
y Pedro podría sospechar que algo pasaba. No quería que notase nada, no
todavía... Todo se complicaba por momentos para ella. Cogió aire hasta los
pulmones y…
—Hola guapo. ¿Qué tal estas?
—¡Ana, que ganas tenia de
escucharte! Se me ha hecho eterno no saber de ti en un día. ¿Cómo están mis dos
ángeles? —a Ana se le ilumino la cara. Le encantó escuchar eso, y por fin
sonrió. Sandra que la estaba mirando expectante, se tranquilizo al ver después
de todas las emociones de estas últimas horas, una sonrisa en su cara—. Ana,
¿cuándo vendrás? Bueno, mejor te digo cuando vienes, ¿puedes venir sobre las
ocho?
—Emmmm, a las ocho. Pues, no
sé Pedro, es que… ¡Puff! Tengo mucho lío en casa, y también había quedado con
tu hermana para que me ayudase. No sé si voy a poder…
—Ana, a las ocho pásate por
aquí, tengo muchas ganas de verte. Se que estas un poco cansada, ¡pero te
prometo que merecerá la pena! ¿Vendrás verdad? ¿Verdad? ¿Verdad? ¿Verdad?
¡¡Valeeee!! ¡Te quiero! —y colgó.
Pedro estaba tan contento
que no le importaba la reacción. Él sabía que Ana estaba bien, eso le habían
dicho, así que estaba convencido de que no habría excusas para esa noche. Ana
se quedo pasmada al ver como su novio le había colgado sin casi mediar palabra.
—Sandra, tu hermano me ha
dicho que vaya esta noche a la habitación, que me tiene que dar buenas
noticias, y no me ha dejado decirle nada. Estaba raro, como nervioso. ¿Va todo
bien?
Sandra todavía no sabía
nada, así que decidió acercarse a la habitación de Pedro para averiguar que
estaba pasando allí. Al llegar, se encontró con toda su familia: Pedro, Antonio
e Irene. Nada más entrar le dieron la tan esperada noticia.
—¡Eso es geniaaaaal! ¡No me
lo esperaba! ¡Qué contenta me acabas de dejar! —Sandra se puso a gritar de
alegría. Las buenas noticias siempre son bien recibidas y más en esos días de
nerviosismo, mentiras y discusiones entre amigos. Para ella la noticia fue como
una bocanada de aire puro que te entra hasta el estomago y notas como cada
centímetro de tu cuerpo se relaja y se olvida de todos los problemas que te
rodean. Ahora entendía todo, Pedro le quería contar a Ana que todo iba
fenomenal y que pronto empezaría la rehabilitación, pero… ¿porque no se lo dijo
directamente por teléfono? Mientras
todos estos pensamientos le pasaban por la cabeza, su madre la interrumpió.
—Sandra, ahora que estas tu
aquí, aprovechamos papá y yo para bajar a comer algo, ¿vale? ¿Tú quieres algo?
Te veo mal color, ¿estás bien?
—Sí, sí, mamá. Tranquila, yo
me quedo con Pedro.
—Vale, pues en un ratín subimos,
te quedas con él. Adiós...
Antes de que Sandra volviese
con sus pensamientos de por qué Pedro no le había dicho nada todavía a Ana, él
la interrumpió…
—Sandra, hermanita me tienes
que hacer un favor.
—Claro Pedro, dime cual.
—Esta noche le he dicho a
Ana que venga aquí sobre las ocho. Quiero tener una mini cita romántica con ella, ya tengo todo pensado. Le voy a
decir a las cocineras que me preparen algo fácil para los dos. Pondré una vela,
o dos, o tres… no sé, bueno, eso lo tengo que pensar todavía, alguna flor y
como toque final… ¿Tú podrías ir a por unos vaqueros y una camisa para ponérmelos
y estar guapo? Me canso de este pijama verde feo.
—Pero Pedro, como vas a
hacer todo eso… ¿solo para darle la noticia? Igual Ana a esas horas está
cansada y quiere cenar tranquilamente en su casa… ¿no crees que es mejor
llamarla y contárselo?
—No, prefiero verla y
decírselo para ver la cara que pone. Además tengo muchas ganas de verla y
abrazarla.
Pedro ya se estaba
imaginando toda la cita: a Ana feliz y los dos riendo…
—Pero Pedro…
—¡Sandra, no me seas rancia,
qué es una sorpresa para Ana!
Sandra lo entendía. En
realidad la idea le encantaba, pero las circunstancias no eran las idóneas.
Sabía que Ana no iba a ir a esa cita, por lo que tenía que intentar hacerle
cambiar de opinión a Pedro, pero… ¿cómo lo hacia? Estaba tan ilusionado que,
precisamente hoy, no quería enfadarlo. Lo veía feliz, como hacía muchos días. El Pedro de
siempre, bueno, en realidad un Pedro mucho mejor, con una sonrisa que le
iluminaba toda la cara. No quería darle
malas noticias, así que no tuvo otra opción que seguir como si nada ocurriese.
—Bueno Pedro, algo te
traeré. Pero no te hagas muchas ilusiones. Si te llama Ana para decirte que no
puede porque está cansada, tendrás que cenar solo, y habrás movilizado a medio
hospital para nada…
—Bueno, eso no pasará
Sandra. Hazme caso que hoy va a ser un gran día, pero una última cosa antes de
irte, necesito que me traigas unos vaqueros, y una camisa. La roja, la de
cuadros, esa de manga larga —esa camisa era la preferida de Pedro. Era de las
más viejas de su armario, pero era su camisa de la suerte. Siempre se la ponía
para celebrar algo especial con Ana: aniversarios, San Valentines, etc. Fue un
regalo de Ana por su veinticinco cumpleaños. Era especial, y qué mejor momento para
volvérsela a poner que en una ocasión como la de esa noche: cena romántica a la
luz de las velas con la mujer de su vida. Lo tenía claro, esa cena tenía que
celebrarse, lo necesitaban los dos, un descanso al margen de todo lo que estaba
sucediendo esos días con abogados, Ramón, el embarazo, los amigos, Olga…
—Está bien Pedro, te la
traeré luego.
—Gracias Sandra. ¡Eres la
mejor!
Los dos hermanos se pusieron
a charlar de otros temas, dejando que el tiempo pasara, hablando de lo que
harían nada mas salir del hospital: de viajes, de niños, de cunas y de que
tenían que empezar a preparar cosas para el nuevo miembro de la familia. Así
pasaron las horas hasta que regresaron sus padres y Sandra se marchó de nuevo a
ver a Ana.
—Sandra, antes de que te
vayas, no le digas ni una palabra, eh. Promételo.
—Vale Pedro, lo que quieras,
luego te veo…
Alba García Carcas
XVIII. Mientras, en la otra habitación… (II)
Ya era media tarde. Sandra
se fue con otra cara, con alegría. Pero entre pasillo y pasillo de camino a la
habitación de Ana, los pensamientos regresaban a su cabeza.
—Hola, ¿cómo estas?
—Bien Sandra, no me han
dicho nada nuevo, pero estoy más tranquila. ¿Tú sabes algo de Pedro?
A Sandra no se le daba mal
mentir, de hecho, llevaba mucho tiempo guardando secretos, pero había llegado
todo a un límite tan extremo que estaba rodeada de mentiras, y ésta decidió
contarla…
—Ana, le he prometido a
Pedro que no te lo contaría, pero quería verte a las ocho para darte una
sorpresa. Te ha preparado una cena romántica para decirte que todo va bien, le
han dado buenas noticias y va a empezar la rehabilitación muy pronto.
—Pero Sandra, eso son muy
buenas noticias, ¿por qué me lo dices con esa cara? Parece que te de pena.
—No es eso, yo estoy muy
contenta, por fin alguna alegría… Pero mi hermano está tan ilusionado con que
vas a ir, que no sé cómo le vamos a volver a engañar. Me ha pedido que le lleve
hasta la camisa esa vieja que le regalaste, qué por cierto, no sé por qué no la
tira ya.
A Ana le salió una sonrisa…
—Sandra, esa camisa le
encanta, se la regale hace unos años y le tiene un cariño especial.
—Que sí Ana, yo se la voy a
traer pero… ¡Tú no vas a poder ir! ¿Qué
vamos a hacer con esto? Mi hermano pronto empezará a notar que algo raro pasa y
no podemos estar mintiéndole mucho tiempo más —Sandra se agobiaba por momentos.
—Lo sé Sandra. No sé, algo
nos inventaremos en el último momento. No nos queda otra. Tú, mientras se hacen
las ocho, vete a casa a por la camisa para que se quede tranquilo, no quiero
que se preocupe.
Las horas de la tarde
pasaban para todo el mundo excepto para Sandra. No podía parar de pensar en Ana
y en Pedro, la camisa, la cena, las flores, velas: «¿velas? —repetía—. Es que
mi hermano esta ilusionadísimo, ¡si no lo he visto tan romántico nunca». Al
llegar a casa cogió la camisa y los pantalones y regreso al hospital.
—Pedro, ¿se puede?
—Sí, sí, pasa claro.
—Toma, ya te traigo las
cosas. ¿Era esto verdad?
—Perfecto Sandra. ¡Madre mía
que hermana más lista! ¿A quién te parecerás? —rieron los dos. La felicidad de
Pedro era contagiosa.
—Pedro, ¿has vuelto a hablar
con Ana a ver si puede venir seguro?
—Estas un poco pesada con
que no va a venir. No he hablado con ella, he estado de un lado para otro
hablando con enfermeras y cocineras para que me trajesen cositas para la
habitación, ¿Y sabes qué? Las enfermeras que me ha dicho el doctor han pasado
ya a verme. Me han explicado que empiezo en una semana, y me han sentado en una
silla de ruedas. Me ha costado poder sentarme porque todavía sigo un poco
dolorido, pero me he dado una vuelta por el pasillo y me ha sentado de maravilla.
¡Se me han ido todos los dolores! Me han enseñado como usarla y han dicho que
cuando me apetezca cogerla, que les avise. Así poco a poco iré cogiendo un poco
de fuerza en los brazos.
—¡Qué bien Pedro, me alegro!
Bueno, yo te dejo todo aquí, te ayudo a vestirte si quieres, aunque
sinceramente, creo que cambiándote solo la camisa estarías bien. ¿No hacen
falta los pantalones, no?
—Bueno vale, ayúdame con la
camisa y ya te dejo tranquila. Ahora van a subirme la cena, que van a dar las
ocho, y una enfermera me ha conseguido flores y velas. Diles a los papás que
están fuera, que se bajen tranquilos a cenar. O mejor, que se vayan cuando
quieran que estoy bien.
—Vale, ahora se lo digo. Yo
también bajaré a picar algo y si puedo me los llevo para casa ya.
Sandra aprovechó el momento
para regresar con Ana. Las dos pensaban sin parar la escusa perfecta, era
difícil, no sabían que inventarse para que nada levantase sospechas... Los
minutos pasaban y pronto llegarían las ocho.
A la habitación de Pedro ya
llegaba la enfermera con la cena.
—Pedro, buenas noches, te
traigo la cena. Lo que me pediste, algo sencillo, espero que os guste.
—Gracias Matilde, seguro que
esta todo riquísimo. Por cierto, ¿sabes donde esta Azucena? Es que me ha dicho
que me traería unas flores y unas velas pero no ha venido.
—Pues no tengo ni idea
Pedro, hace rato que no la veo.
—¿Me puedes hacer un favor
entonces? ¿Me puedes acercar una silla de ruedas? Me daré una vuelta por los
pasillos a ver si la veo mientras se hacen las ocho, quedan unos minutos
todavía, y sé que el toque de las flores y las velas le encantarán a Ana.
La enfermera lo incorporó y
con mucha ayuda y cuidado lo sentó en la silla.
—Si quieres te ayudo, voy
contigo y así no tienes que hacer esfuerzos.
—Gracias Matilde, vamos
entonces.
Los dos salieron de la
habitación, Pedro ya preparado con su camisa
roja de cuadros y los pantalones de pijama verdes, y detrás Matilde con
su característica sonrisa. Buscaron por toda la planta pero sin suerte alguna,
Azucena no aparecía. Pedro se estaba
empezando a poner nervioso porque su plan no marchaba como quería. Continuaron
unos minutos más, preguntaron a todo el personal del hospital, pero nadie sabía
nada.
—Matilde, las velas pueden
esperar, pero las flores las necesito sí o sí. Vamos a la tienda de la entrada,
seguro que hay flores o bombones para darle a Ana. Vamos rápido por favor, que
van a dar las ocho y cuando llegue no voy a estar en la habitación.
Acelerados por los pasillos
en busca de flores, por fin llegaron a la entrada del hospital, giraron la
última esquina y de repente… Pedro frenó en seco la silla con sus manos. Se
quedo impactado, mirando boquiabierto. El corazón se le aceleraba por momentos,
no lo podía creer. «¿Por qué estaba allí? ¿Y porque llevaba flores en la mano?
¿Ramón? ¿Por quién está preguntando en recepción? Deja las flores allí ¿Por
qué? ¿Y ahora se va? ¿Para quién son esas flores?» Pensaba sin parar a una
velocidad de vértigo. Pedro iba analizando todos los movimientos. En ese mismo
momento todo el vello se le puso de punta. Sin dejar pasar un segundo más…
—Matilde, por favor, ves a
recepción y pregunta para quién son las flores —Matilde vio la cara de Pedro,
desencajada, le notaba como se le aceleraba el corazón, la respiración, oía el
aliento entrar y salir por su boca. Se asusto un poco, así que no se lo pensó y
se acerco a preguntar.
—Buenas tardes María,
necesito que me hagas un pequeño favor. ¿Podrías decirme quién era el chico que
ha dejado las flores aquí y para quién son?
—Matilde, sabes que no
debería…
—María, te lo pido como
compañera tuya desde hace mas de doce años.
—Bueno, está bien. Aunque
tampoco te puedo decir mucho realmente. Solo me ha dicho que las suban a la
habitación 618.
—Gracias María, si quieres
las puedo subir yo…
—Bueno, está bien, así no
voy a la salida de mi turno. Uno por otro.
Matilde cogió el ramo de
flores y regresó.
—Pedro, no pone nada y
tampoco me ha dicho quien era el chico. Sólo que son para la habitación 618. Es
el hospital materno, me he ofrecido para llevarlas, así que compras lo que
quieras, te dejo en tu habitación y me voy a entregarlas.
Pedro no podía tener peor
color, el pecho le subía y bajaba, la respiración se le seguía acelerando
todavía más, su estomago era una montaña rusa, su cabeza un remolino de
pensamientos que se le cruzaban y todos apuntaban a lo mismo. Casi tartamudeando
y sin fuerza, contestó:
—No Matilde, te acompaño
hasta esa habitación y así paseo, necesito un paseo.
Matilde lo veía nervioso
pero no pensó mas allá que lo único que le pasaba es que estaba ansioso por su
cita.
Los dos comenzaron el camino
y cruzaron hasta el hospital materno. Pedro solo tenía la mirada fija en el
frente, casi no pestañeaba, la respiración se le iba acelerando todavía más, el
latir del corazón se podía escuchar en los pasillos. Los pensamientos le
llevaban a lo mismo… maternidad, Ana, flores, Ramón…. Iban llegando… habitación
615, habitación 616, habitación 617, habitación 618...
—Es aquí Pedro, espérame un
segundo.
Pedro no contestó, seguía
inmóvil detrás de la puerta. Matilde llamó y entró. Pedro seguía en el pasillo.
Esperó unos segundos, cogió aire y puso las manos sobre las varillas de metal.
Avanzó unos centímetros, dejó resbalar la mano sobre el pomo y abrió la puerta…
Alba García Carcas
XIX. Flores para un adiós.
—Ana… ¿Ana? —tartamudeó con
los ojos muy abiertos.
—¡Pedro! ¿Qué haces aquí?
—gritó Ana desde su cama.
—La pregunta es… ¿Qué haces
tú aquí? ¿Y por qué te manda flores Ramón? ¿Qué está pasando? ¡No me engañes
más, por favor!
Matilde, viendo que sobraba
en la habitación, le dijo a Pedro que le esperaba fuera y que en dos minutos
entraba a por él.
Pedro hizo girar las ruedas
de la silla y avanzó hasta la cama. Estaba decepcionado, y a la vez triste por
ver a Ana allí.
—¡Qué guapo estás, Pedro!
—le dijo cogiéndole de la mano—. No te asustes. Estamos bien —dijo Ana poniendo
la mano de su novio sobre su tripa—. Y respondiendo a tu pregunta, no sé de
quién son las flores, no vienen con tarjeta.
—Son de Ramón, he visto cómo las dejaba en
recepción y decía que las subieran a la 618 —a Pedro se le arrasaron los ojos—.
No me mientas. Dime la verdad, por favor… ¿Ese bebé es nuestro?
—¡Pues claro, tonto! Claro
que es nuestro. Pero hay muchas situaciones que no te he contado, para no
preocuparte. Es hora de decírtelas para que entiendas todo, y no vuelvas a
dudar.
Pedro, con la mano todavía
en la tripa de Ana, la miró a los ojos y se acomodó en su silla dispuesto a
escuchar.
Un corto toque en la puerta
de la habitación avisó que Matilde entraba dispuesto a devolverlo a la fría
realidad del hospital.
—Pedro, corazón. Estoy en
pleno pase de cenas, nos tenemos que marchar. No tengo más tiempo —dijo Matilde
con cara de pena.
—Volveré yo solo. No te
preocupes. Avisa que he venido a ver a Ana, y que vuelvo enseguida. Necesito
hablar con mi novia unos minutos. Será un momento. Prometido.
Matilde, no muy convencida
de que fuese a volver a su habitación, le dijo que en un rato volvería a por
él. Los dejó solos.
—Ana, cuéntamelo todo, por
favor —suplicó Pedro.
—No te hemos dicho nada antes
para no preocuparte, pero estamos bien, y sólo nos quedan los resultados de los
análisis. De verdad, cariño, no te preocupes por esto más.
—¿Entonces, de que tengo que
preocuparme? ¿Qué es eso que no me has contado y querías decirme? —volvió a
suplicarle a su novia.
—A ver, no sé cómo empezar…
—Ana empezó a acomodarse en la cama, y mientras intentaba ganar tiempo para
darle las explicaciones a Pedro, sonó su móvil.
“Ana, te quiero demasiado para seguir haciéndote daño. Me voy. Si sigo
teniéndote cerca no voy a poder controlarme. Prometo irme lejos. Aunque si
algún día me perdonas, y entiendes por qué hice todo esto, te seguiré
esperando. Perdóname. Adiós”
Era Ramón. ¿Se despedía de
ella con un mensaje y unas flores? «Quizás sabía que había llegado demasiado
lejos, y que iba a denunciarle —pensó Ana—. ¿Le cuento la verdad a Pedro? O ya
no es tan necesario. ¿Y si es otra mentira? No. Todo esto ha terminado. Se ha
ido… seguro». Tomó aire, miró a Pedro, y se dio cuenta que no era necesario más
dolor.
—Pedro, ya sabes que Ramón y
yo…
—Sí Ana. Lo sé. Tu misma me
lo contaste.
—Pues eso. Yo pensé que
había sido esa noche, y que ninguno de los dos sentíamos nada. Había sido un
polvo, y punto —se sinceró Ana.
—¿Y es que hay sentimientos?
—reprochó Pedro.
—Por mi parte ninguno. Pero
Ramón lleva una temporada muy pesado. Pero no te preocupes. Ya no hay de que
temer. Ramón se ha ido. No lo vamos a ver más. Esto es un punto y final en esta
historia. Y tú y yo comenzaremos nuestra propia historia de verdad —volvió a
coger la mano de Pedro y la apretó mientras a Ana le caía una lágrima.
—¿Qué se ha ido? ¡Lo acabo
de ver! Estaba abajo hace cinco minutos —dijo Pedro sin terminar de creerse lo
que le había contado.
—No sé dónde, ni cuándo.
Pero se ha ido. Créeme. A partir de ahora, sólo estamos tú y yo.
Pedro sí que creyó esas
palabras. Las sintió en lo más hondo de su corazón. Bajo los pies al suelo,
apoyó sus manos en la silla y una fuerza incontrolable le ayudo a tomar impulso
y levantase. Cayó en la cama de Ana, pero no le importó lo más mínimo. Se
abrazaron y sonrieron poniendo fin a sus dudas.
—Te quiero, mi vida —dijo
Pedro—. Te quiero a no poder más —y mirándose a menos de un palmo, se besaron,
olvidando todo lo demás.
Pasaron los minutos y
seguían abrazados, tumbados el uno al lado del otro. Mirándose, y haciendo
planes. Discutían incluso por el nombre del bebe, si era niña tenía que
llamarse Pilar, decía Pedro.
Volvió a abrirse la puerta
después de otro ligero toque. Había vuelto Matilde.
—¡Pedro! ¿Qué haces ahí?
Pero, ¿cómo lo has conseguido? —le decía a Pedro una alucinada Matilde—. “¡Aiba
de ahí!”, que al final me la lías. He conseguido que no se diera cuenta nadie
de tu planta, y ahora te encuentro aquí de estas maneras.
Los tres reían como tres
chiquillos haciendo una travesura. Mati, que así la llamaban, ayudó a Pedro a
volver a la silla, para apresuradamente regresar a su habitación. Mientras daba
la vuelta a la silla para salir, le dijo a Pedro:
—Además te quedas sin cenar,
que he tenido que recoger tu bandeja antes de volver.
Empujando a Pedro para salir
de allí medio forcejeando como un carcelero arrastrando a un presidiario a su
celda, justo cuando pasaban por el marco de la puerta Pedro se agarró a él,
haciendo frenar la silla, y antes de que Matilde se estampara contra ella le
pidió un último favor.
—Anda Matiiii, ¡haznos una
foto! ¡Por favor! ¡Qué me he puesto la camisa de la suerte!
—¡Pero una bien rápida! Qué
al final, me la liáis… —le contestó la pobre Matilde, hartica ya de tantos
favores.
Todos se reían, pero se
hicieron esa foto. La primera foto de familia.
—Envíamela ahora mismo, Ana.
En cuanto llegue a la habitación pienso colgarla en el facebook, para que todos
nos vean y dar por fin la gran noticia.
Se despidieron con otro beso
volador, y empezó la gran carrera por los pasillos de camino a los ascensores.
Cuando Pedro definitivamente
se había acomodado en su cama, cogió su móvil y lo conectó a la corriente. Esta
noche pensaba estar hablando con su novia largo y tendido. Tenía un símbolo de
whatsapp en la parte superior derecha, muestra de haber recibido un mensaje.
Seguro que ya le había mandado la foto.
Cuando abrió los mensajes
tenía un montón de conversaciones por leer. Una de ellas, de Ramón. Se quedó un
rato parado. Sin saber muy bien si abrirla o no. Pero la abrió.
“Cuídala muy bien. Es una mujer estupenda. El tipo de mujer que yo jamás
podré tener a mi lado. Me voy, Pedro. Ya me he despedido de todos. Y no podía
dejar de decírtelo a ti. A pesar de todo, siempre hemos sido amigos. Un abrazo”
Con los ojos como platos,
Pedro confirmó que era cierto lo que Ana le había contado. Así que sin más
vueltas de rosca Pedro le contestó:
“Adiós”
Salió de la conversación, y
comenzó a leer las siguientes. Ahí estaba la de Ana, con la foto. Hablaron
hasta casi las dos de la madrugada, como dos adolescentes. Hasta que Ana dejo
de contestar ya que se había quedado dormida.
A la mañana siguiente, bien
temprano, pasaron por la habitación 618 con los resultados de los análisis. Fue
la doctora, acompañada por un enfermero, y una chica de prácticas.
—Buenos días Ana, ¿qué tal
la noche? Ya sabemos que fue un poco movidita, media plantilla nos ha contado
que estuviste bien acompañada —bromearon entre todos.
—Bien, bien. Mejor de lo que
esperaba. Aunque nerviosa por los resultados de hoy —le contesto Ana.
—Pues, no te preocupes.
Porque excepto porque sigue saliendo algún índice de cloroformo, que por cierto
aún no nos has explicado, todo lo demás está perfecto. Cómo pensábamos, el bebe
y tú, estáis estupendos.
Ana rompió a llorar. Todas
esas emociones que estaban viviendo últimamente se estaban encauzando, y poco a
poco, todo volvía a la normalidad. Emocionada todavía, cogió su móvil para
decírselo a Pedro. Pero la doctora se acercó, y con cara mucho más seria, le
dijo.
—Ana, esta todo correcto,
pero de verdad, tienes que contarnos por qué sale en el análisis lo del
cloroformo. No podemos pasarlo por alto. Venga, confía en nosotros. Cuéntanos.
Ana soltó el móvil. No podía
pensar. Comenzó a titubear, y dijo…
Merche Comín Diarte
XX. London Calling.
—Yo… la verdad es que
aún no puedo creer lo que ha pasado. Lo mejor será que todo se quede tal y como
está, nadie tiene por qué enterarse —susurró Ana entre sollozos y en un tono
tan bajito que apenas se le escuchaba. Tras su reconciliación con Pedro lo que
menos le apetecía era volver a liar la madeja y preocupar a su gente.
Teresa, la jefa de
tocología, miraba a su colega con ternura y cierta incredulidad. Ambas se
conocían desde los tiempos de
—Todo ha sido una
estupidez y además las pruebas médicas han salido perfectas, así que no le
demos más importancia… —Ana tenía la necesidad de desahogarse y contar lo
vivido en las últimas horas, pero de forma inexplicable era mayor la necesidad
de proteger a Ramón. Su colega era muy insistente y no se conformaría con una
callada por respuesta, como amiga y como profesional indagaría hasta llegar a
la verdad.
Teresa dirigió una
mirada cómplice al enfermero y a la alumna de prácticas, los dos salieron de la
habitación y dejaron solas a las doctoras. Sabía que Ana no se sinceraría con
espectadores.
—Anita cariño, tienes
que contar lo que ha pasado... Espero que no hayas hecho ninguna tontería
—Teresa se había sentado en la cama junto a Ana y su voz sonaba realmente seria
y preocupada. Recogió su ondulado pelo color ceniza en una coleta, a la vez que
sus enormes y luminosos ojos verdes observaban a Ana.
—Teresa tienes que
prometerme que nadie va a enterarse de lo que te voy a contar… —Ana iba a
volver a mentir por Ramón, acabada de decidirlo—. Mira, estaba muy cansada y
aturdida. Estas últimas semanas han sido muy duras, tenía que hacer algo para
poder relajarme y dormir. Fui al antiguo almacén que se encuentra en el
edificio de Consultas Externas y cogí prestada una pequeña botella de cristal
opaco con cloroformo. Este tipo de anestésico ya no se utiliza en el hospital,
pensé que nadie lo echaría de menos y que inhalar un poquito no me haría ningún
daño —explicó Ana con seguridad y poniendo carita de niña buena arrepentida.
—¡Ana estás loca! Tú
sabes mejor que nadie las consecuencias tóxicas que esas sustancias tienen en
el organismo. No puedo creer lo que me estás contando. Podría haber afectado a
tu corazón y desencadenar una parada cardiorespiratoria. ¡Dios mío! Sabes de
sobra que en el hospital hay cámaras de seguridad… —Teresa estaba enfurecida
con su amiga y agitaba sus manos y
brazos a la vez que negaba con la cabeza.
Patricia irrumpió en
la habitación de forma brusca y nerviosa, estaba terminando de abrocharse los
botones del uniforme de trabajo y de uno de sus bolsillos sobresalía un pequeño
sobre. Al ver a Teresa en la habitación junto a su amiga se quedo inmóvil y su
gesto se tornó preocupado.
—Lo siento doctora,
pensaba que no había nadie en la habitación. Me imagino que todo irá bien,
¿verdad? —tras estas palabras, Patricia se dirigió a Ana.
—Cielo, venía a
decirte lo guapos que estáis Pedro y tú en la foto —comentó mientras guiñaba un
ojo—. Voy con un poco de prisa, empieza mi turno y Matilde me mata si no llego
a tiempo para hacer el relevo. Ya sabes que si necesitas cualquier cosica
estaré por aquí tooooooda la mañana.
Patricia se despedía
de las dos mientras andaba hacia atrás y buscaba con su mano izquierda de forma
torpe el pomo de la puerta. A la vez que atravesaba el umbral de la puerta saco
de su bolsillo el móvil para mirar la hora y al hacerlo un sobre se escapó
hasta caer al suelo.
La puerta se cerró de
un portazo y la corriente de aire deslizó el sobre hasta debajo de la cama de
Ana, metiéndose en una de las zapatillas de pequeñas y sonrientes Hello Kitty
que Sandra había regalado a su cuñada en la cena de Nochebuena.
La noche anterior tras
entregar las flores en recepción, Ramón se había encontrado con Patricia de
forma fortuita. Se acercó a ella y la saludó con un sentido y largo abrazo, la
miró fijamente y no hizo falta palabras para que ella supiera que era una
despedida. De forma muy sutil deslizó un pequeño sobre en el bolsillo de su
camisola y le susurro al oído:
—Guapa, tienes que
entregar este sobre por mí, es muy importante. Gracias por todo, eres un sol.
En la habitación
El busca de Teresa
realizó tres breves pitidos, señal de que reclamaban su presencia. Se levantó y
cogió su carpeta llena de informes y anotaciones realizadas en las consultas a
sus pacientes.
—Doctora Medrano estoy
muy disgustada y decepcionada, en quince minutos tengo una reunión con el
equipo de dirección del centro. Desde ya te informo de que no voy a dejar pasar
toda esta historia, ya sabes que sustraer medicamentos para uso externo tiene
sanción y mucho más si estos están prohibidos para el uso terapéutico —reprochó
a Ana mientras salía de la habitación sin esperar respuesta.
Ana estaba metida en
un buen lío, su reputación profesional y su ética personal estaban en tela de
juicio. Se incorporó de la cama para levantarse, necesitaba abrir la ventana y
respirar aire fresco para aclarar sus ideas. Al ir a ponerse las zapatillas en
una de ellas noto que algo dificultaba esa tarea, se agachó lentamente y
descubrió un pequeño sobre cuya destinataria era Olga.
Un fuerte sofoco subió
por su rostro poniendo sus mejillas del color de un pimiento y la preocupación
de sus ojos se torno ira… Los celos se apoderaron de ella y en su cabeza se
preguntó si Pedro no estaría jugando a dos bandas. Volver a imaginar a Pedro y
Olga juntos le revolvía el estómago. No estaba dispuesta a ser segundo plato de
nadie y para ella ese sobre solo podía haberlo perdido Pedro y era prueba
suficiente de que entre ellos seguía habiendo algo.
Sin pensarlo dos veces
rompió el sobre en mil pedazos y los lanzo por la ventana. Seguidamente cogió
el móvil y envío un whatsapp a Pedro.
“No doy terceras oportunidades. Olvídate de
nosotros.”
Ana lloró en silencio
a la vez que una inmensa amargura se apoderaba de ella. Y si no volvía a ver a
Ramón, y si su viaje no tenía retorno… ¿Por qué no podía dejar de pensar en él?
Ramón estaba
atormentado e inmensamente arrepentido, esta vez había sobrepasado los límites,
Ana nunca le perdonaría haber puesto en riesgo su vida y la del bebé. Él sabía
lo que significaba perder a alguien importante y lo especial que es el vínculo
entre una madre y sus hijos. La madre de Ramón falleció tras una larga y cruel
enfermedad cuando él solo tenía seis años. Desde ese terrible viernes todas las
noches Ramón espera su dulce beso en la frente y su: “Buenas noches ratoncito”.
Esa noche, mientras
Pedro y Ana pasaban la noche juntos, Ramón estuvo a punto de cometer la peor de
las locuras. Bebió sentado en una de las mesas del Rock & Blues mientras en
su bolsillo esperaba la cantidad suficiente de anestésico como para matar a un
elefante. Rafa se unió a su noche tóxica y tomaron una cerveza tras otra
durante toda la noche. Se sinceró con Rafa y le contó el motivo de sus
repentinas y temporales desapariciones. Entre confidencias y cervezas decidió
que iba a pasar al “Plan B”.
Ramón salió a toda
prisa y cogió un taxi en la puerta del hospital, en la radio sonaba London Calling de The Clash, una canción
muy apropiada pensó, mientras su corazón sonreía por dentro. Tenía sentimientos
encontrados, se alejaba de la que pensaba que era la mujer de su vida y a la
que definitivamente había perdido, pero iba a emprender un camino que tenía
pendiente desde hacía tiempo.
—Jefe, a
—¿No trae maleta?
—preguntó el taxista.
—No… donde voy tengo
todo lo necesario —murmuró con un brillo especial en su mirada.
La fría y húmeda
ventanilla aplastaba su frente mientras los edificios se sucedían como un
carrete de película. Superficial, mujeriego, sin principios, imágenes
personales que oscurecían su verdadera identidad y de las cuales necesitaba
desprenderse. Su inseguridad, sus miedos y esa continúa huída de la soledad le
hacía buscar la compañía y la seguridad que le proporcionaban las mujeres.
Mujeres que casi nunca le parecían lo bastante buenas, solo quería una mujer
dulce y divertida como lo era su madre. Nunca había tenido suerte, y ahora que
creía haber encontrado el amor y a la mujer perfecta en Ana todo saltaba por
los aires.
Varias gotas
comenzaron a golpear la cabeza de Ramón a la vez que sacaba de su monedero el
dinero para pagar la carrera. Miró al cielo y observó cómo se entrelazaban una
maraña de nubes del color del carbón. Una tormenta eléctrica amenazaba sobre el
aeropuerto mientras cientos de viajeros con maletas cargadas de sueños,
desengaños, encuentros y desencuentros se movían con torpeza y rapidez.
Ramón, el hombre de mundo,
odiaba volar. Le ponía nervioso montarse es esos enormes pájaros con alas
metálicas. Una y otra vez se preguntaba e intentaba dar explicación a cómo podían mantenerse en
el aire… inexplicables enigmas de la vida cotidiana: volar, escuchar la radio y
las ondas sonoras, mandar un fax y la personita que desde dentro trascribe el
mensaje…
Buscó en su pequeña
mochila el billete impreso en un folio con el logo del hospital en el reverso y
doblado en cuatro partes no simétricas. Su decisión no había sido muy meditada,
le había pillado por sorpresa. Se había descubierto a él mismo dando a la tecla
de confirmación de compra del billete con salida a las 11:40 horas. Se acercó a
la pantalla de información de salidas y
comprobó el número de vuelo, la hora de salida y su destino… Londres.
Una vez en el avión
destripó su móvil y sacó la tarjeta, acto seguido entró al baño y la arrojó a
la papelera. Daba un importante paso y rompía con todo lo anterior, se alejaba
de su vida creada sobre mentiras y relaciones superficiales que no le llenaban.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y de su cartera sacó una foto. La foto tenía
impresa una fecha medio borrada por el paso del tiempo y la imagen mostraba
Portobello Road, una colorida calle de Nothing Hill y las escaleras de una casa
rosa chicle con una puerta azul añil delante de la cual un joven y feliz Ramón
sujetaba en sus brazos a un avispado y rubio bebe, su…
Beatriz Navarro Gálvez
XXI. ¿Mary?... Soy Ramón.
...bebé. Apenas podía
dibujar su carita en la memoria. Pero recordaba con todo detalle las uñas de
sus pequeños dedos de los pies o los pliegues de sus muñecas. ¿Cómo estaría
ahora? ¿Sería capaz de reconocerlo? No, imposible. Habían pasado casi siete
años. Siete años sin saber nada de él ni de su madre. ¿Debería intentarlo?
Estas y otras
cuestiones bullían en su interior aceleradamente. Su cabeza estaba a punto de
estallar. Otra vez. Otra vez la historia se le había ido de las manos. Otra vez
sus brotes violentos, sus acciones sin pensar en las consecuencias, habían hecho
que tomara una decisión de forma improvisada. ¿Hacía bien en volver a Londres?
¿Encontraría allí la paz que ansiaba y se negaba a sí mismo?
No, quizás se volviera
a equivocar. Pero ya no podía dar marcha atrás. La situación con Ana lo había
llevado a un callejón sin salida. No podía continuar allí. No podía seguir
haciéndole daño, no debía hacérselo a sí mismo. ¿Por qué Londres? Cuando
desplegó ante sí la pantalla de vuelos en el ordenador no tuvo dudas. Pinchó
sobre Londres para ver cuándo salía el vuelo más próximo. ¿Qué iba a hacer
allí? No tenía ni idea, ni siquiera había tenido tiempo para cambiar algunos
euros por la moneda nacional. Con la tarjeta podría tirar, pero la falta de
libras era una prueba más de lo precipitado de su decisión.
Hacía casi siete años
que no pisaba la cosmopolita capital del Reino Unido. ¿Habría cambiado mucho?
Seguro que sí, el mundo entero lo había hecho. Y Mary, ¿habría cambiado de
casa, de trabajo, de país...? No tenía ni idea. Había sido un cobarde. ¿Un
cobarde? No, quizás la suya había sido una decisión valiente.
Tras cinco años de
relación con Mary, Ramón no tenía control sobre sí mismo. ¿Por qué necesitaba
hacerle daño para sentirse bien? ¿Por qué al llegar a casa sentía ese profundo
instinto que le invitaba a golpearla? Al principio, solo fueron golpes
verbales. Insultos, descalificaciones... Pero poco a poco su agresividad le
llevó a levantarle la mano. Solo llegó a eso. Pero el siguiente paso era
golpearla. Y sabía que si lo hacía no tendría vuelta atrás. Su ira lo enloquecía,
perdía la consciencia del bien y el mal y se entregaba al desenfreno de la
cólera. Estaba descontrolado, tenía que controlarse o aquello no acabaría bien.
Mary no se lo merecía.
Era tierna, dulce, simpática. Un poco simple, sí. Pero no se merecía un
comportamiento tan vil. Ramón era consciente de ello. Había consultado a varios
médicos. Se había sincerado con un par de ellos. Ambos coincidieron.
"Arrastra usted un trauma juvenil sin solucionar. Tiene que hacerle
frente, mientras no lo haga, su violencia volverá. No es dueño de la situación,
se le apodera".
Pero Mary no tenía la
culpa. Ramón se lo repetía cada mañana. Cada noche, después de los gritos, los
insultos y las lágrimas. Por eso, cuando nació Jack lo tuvo claro. No podía
arrastrarlos a los dos. No sabía cuanto tiempo más podría aguantar sin tener
que zurrarle.
Es cierto que durante
el embarazo de Mary la cosa había mejorado. Desde que Ramón supo que iba a ser
padre, algo cambió en su interior. Estaba feliz. Por primera vez desde hacía
mucho tiempo era completamente feliz. Sin embargo, llegaron las náuseas, las
malas ganas, los olores insoportables... Mary estaba cambiando, ya no vivía
para Ramón; ya no buscaba sus caricias, apenas le permitía tocarla. Él
intentaba entenderla, pero a veces no la soportaba. «Como siga así, le doy una
buena tunda para que sepa quién manda aquí», pensó más de alguna vez. Pero no.
No quería ponerle una mano encima. No, no podía pegar a la madre de su futuro
bebé. Por eso, comenzó a faltar por las noches. Prefería vagar por ahí, de pub
en pub hasta que echaban el cierre y se adentró en el Londres que no se exhibe
a los turistas.
Hasta que una mañana,
un 27 de enero de hace siete años, una llamada dio un vuelco a la situación:
Mary estaba de parto. Lo necesita con ella. Jack llegó a este mundo de
madrugada, Mary olvidó enseguida los dolores, el quirófano, al cirujano... Su
hijo había nacido sano y salvo. Ahora ella debía velar porque todo siguiese
así. Debía protegerlo de su padre. Ella lo conocía bien. Sabía de sus brotes de
ira, de sus arranques. Sabía que llegaría el momento, más tarde o más temprano,
en que Ramón volvería a saltar la frontera de lo aceptable. No estaba dispuesta
a recibir ni un solo golpe. Y mucho menos no permitiría que su hijo fuera parte
de aquella tortura.
Pero no le hizo falta
tomar ninguna decisión. Ramón, a los dos días de llegar a casa con el niño,
desapareció. Mary pensó que habría ido a celebrarlo, sabe Dios dónde y con
quién. No pensó en que los había abandonado la primera noche de ausencia. Ni la
segunda. Ni siquiera la tercera. Pero Ramón no aparecía. No se despidió de
ellos. No les dio un último abrazo... Tan solo supo que había regresado a
España cuando recibió una fría carta. "Lo siento. No sé si puedo, no sé si
quiero, no sé si debo ejercer de padre". Escueto, breve, conciso. Mary
lloró durante días. ¿Había aguantado tanto para enfrentarse ahora sola a la
vida con un bebé a su cargo? No le quedaba más remedio. Con el tiempo, no
demasiado, reconoció que, seguramente, era lo único que podían hacer: separarse
para dejar de hacerse daño. No intentó localizarlo. No volvió a saber de él.
Tardó más de cinco
años en reorganizar su vida. En encontrar a alguien capaz de quererla, de darle
lo que ella necesitaba. Para Jack no fue difícil acostumbrarse a James. Lo
había visto venir a casa a menudo. Desde su mundo infantil no se sorprendió
cuando James empezó a sentarse en la mesa a la hora del desayuno. Era un niño
de sueño profundo. Su madre lo había acostumbrado a dormir al menos diez horas.
Rara vez Jack se despertaba entre medio. No sabía que James no acaba de llegar,
sino que hacía tiempo que dormía en casa. Pero le gustaba encontrarlo por las
mañanas, siempre dispuesto a hacerles cosquillas y siempre haciendo reír a
mamá.
Ramón desconocía todo
de ellos. Desde que volvió a España no había vuelto a contactar con Mary ni su
hijo. En su fuero interno, sabía que era lo mejor. Lo contrario era ponerlos en
peligro.
Recuperó su cuadrilla
de amigos. No le fue difícil. El Rock & Blues siempre había sido su
guarida. Desde el instituto. Es cierto que faltaba desde hacía años y que en
aquel tiempo había cortado cualquier contacto con ellos, pero los conocía bien.
Tardó unos meses en
decidirse. Seguro que Ana, Olga, Pedro, Rafa... todos seguían yendo por el Rock
& Blues. Serían tan fácil dejarse caer por allí. O tan difícil. Volver
llevaba implícito dar explicaciones: ¿qué había hecho?, ¿dónde había estado?,
¿por qué había regresado? No estaba preparado para responder las preguntas que
creía obligadas. Y no estaba preparado para volver a ver a Ana.
Durante su estancia en
Londres llegó a olvidarse de ella. O, al menos, llegó a convencerse de que no
le hacía falta recordarla. Pero no era cierto. Su recuerdo latente lo
perseguía.
Cuando aquella noche
abrió la puerta del Rock & Blues no tenía clara más que una cosa: deseaba
con todas sus fuerzas que Ana estuviera allí. Si así era se había prometido
contarle que la amaba como a nadie en el mundo desde la primera vez que la vio.
Que había hecho cosas infames por su culpa: ella era la causante de su
amargura, de su ansiedad. Su ausencia era la causa de aquella ira que lo
invadía a menudo. Sí. Si Ana estaba allí, se sinceraría con ella.
Y allí estaba.
Radiante, con una media melena y unos vaqueros ajustados. Y... un tío
rodeándole la cintura. Era Pedro. ¡No! Cómo podía tener tan mala suerte.
Pedro y Ramón habían
sido amigos. Buenos amigos. No tenía ni idea de que salía con Ana. Quizás no
salían. Quizás se habían bebido unas copas y sólo estaban disfrutando
mutuamente de su compañía. Sí. Tenía que ser así. No había decidido dejarlo
todo para esto.
—¡Ramóooooon!
Olga lo reconoció al
instante. Estaba mirando hacia la máquina de tabaco (otra vez en su lucha
interior por dejar el vicio), al lado de la entrada, cuando la puerta del bar
se abrió. No pudo contener su sorpresa. Su alegría fue sincera. Ramón se dio
cuenta de ello y eso le dio fuerzas para acercarse al grupo. Lo recibieron como
si hubieran dejado de verlo ayer mismo. Nada de lo que esperaba. Ni
interrogatorios, ni suspicacias. Quizás, al fin y al cabo, había hecho bien en
volver a casa. Aunque fuera para descubrir que Ana y Pedro llevaban juntos
mucho tiempo y deseaban seguir así.
Pero de aquello hacía
mucho tiempo. Había vuelto a cometer graves errores. Había vuelto a dejar que
su ira se apoderara de él. Había hecho daño a sus amigos. Había dañado a Ana.
Su amiga. Su amor. No podía enfrentarse a eso.
En Londres llovía. No
es una leyenda urbana. Siempre llueve. Mejor, así nadie repararía en sus
lágrimas. Había reservado una habitación desde el móvil. Menos mal que se le
ocurrió antes de deshacerse de la tarjeta. Caminó hasta el Generator Hostel
London. Recordaba que había oído hablar de aquel sitio a algunos compañeros.
Limpio, céntrico y asequible. Al llegar a recepción buscó una guía de
teléfonos. ¿Todavía existían? Sí. Y tenía que probar suerte. No debía dejarlo
para más tarde. Si lo hacía, se podía arrepentir de su decisión de llamar a
Mary. Pasó las páginas de la guía con avidez. No podía creerlo. Mary seguía viviendo
en el mismo sitio. O, al menos, su teléfono seguía apareciendo en la guía. Bien
es vedad que era del año pasado:20 14 13 56 78
¡Ringggg!
—Hello! —la voz de
Mary sonó clara al otro lado del aparato.
—¿Mary? —tartamudeó—.
Soy...
Carlos López Carcas
XXII. El reencuentro.
—Soy Ramón… —volvió a
decir.
Al otro lado del hilo
telefónico se hizo el silencio. Ramón tragó saliva intentando no desfallecer,
las piernas le temblaban como a un adolescente. Después de siete años de
ausencia no creía que fuese a tener muchas oportunidades.
Entretanto en la
habitación 618 Ana seguía enfadada y muy cabreada. No pensaba en otra cosa que
en la nueva traición de Pedro. A pesar de ello casi se arrepentía de haberle
mandado el whatsapp, pero ya no podía más. Aun así su cabeza seguía
recordándole a Ramón. ¿Por qué su mente se empeñaba en recordarle a
ese hombre que tanto daño le había causado?, no es posible.
Cuando ya estaba casi
a punto de meterse en la cama sonaron unos golpecitos en la puerta.
—Adelante —dijo.
Al abrirse la puerta
recibió una agradable sorpresa, era Mario, su vecino y amigo, quien con una
sonrisa en los labios la saludo con dos besos.
—Hola Ana. ¿Cómo va
todo? Espero que sean buenas noticias las que tengas que darme.
—Así es —respondió
ella—, son buenas. Pero déjame decirte que me alegra tu visita, aunque no
esperaba menos de ti, siempre tan atento.
—Bueno, no tienes nada
que agradecer. Pero dime tus noticias, ¿todo va bien?
—Solo ha sido un
pequeño susto y dentro de muy poco me darán el alta.
Mario sonrió y de
nuevo le dio dos besos.
—No sabes la alegría
que me das. Sabes que siempre estoy, aunque a veces no me veas, pero ahí me
tienes para lo que necesites.
—Gracias —respondió
ella, y siguieron charrando un buen rato de cosas más bien frívolas ya que ninguno
deseaba iniciar una conversación transcendente.
En Londres en esos
momentos Ramón seguía esperando una contestación que no acababa de llegar a
través del teléfono, y de repente con voz entrecortada y temblorosa, Mary
respondió.
—¿Ramón eres tú?
—Sí —dijo él.
—Después de tanto
tiempo eres la persona a quien menos esperaba escuchar.
—Lo sé.
—¿Y qué es lo que
quieres?
—Estoy en Londres…
—¿Eh?
—Así es. Estoy alojado
en el Generator Hostel London y me gustaría hablar contigo.
—No creo que sea buena
idea —dijo ella—. Pocas cosas tenemos de que hablar después de siete años.
—Lo suponía. Pero
necesito verte, a ti y a mi hijo.
—¿Tu hijo? ¡Hasta
ahora no has tenido hijo! No sé por qué tendrías que quererlo ver ahora.
—Por favor Mary, tengo
muchas cosas de las que hablar y más de las que arrepentirme. No me niegues
esta oportunidad.
—Mira Ramón, yo he
rehecho mi vida y no creo que sea conveniente remover el pasado.
—Por favor… —volvió a
suplicar.
Y tras un largo
silencio al cabo de unos segundos se oyó a Mary decir.
—Está bien. Vamos a
quedar en un lugar público.
—¿Qué pasa, que no te
fías de mí?
—Así es —respondió—.
Será mañana a las cuatro de la tarde en Hyde Park, junto al lago Serpentine, ya
sabes.
—Está bien —confirmo
él—. Gracias, nos vemos mañana.
Ramón algo más
tranquilo entro en un bar y pidió un gin tonic. Eso le relajaría y podría
descansar mejor después de un día un tanto ajetreado.
Mientras esto sucedía
en Londres, en la habitación de Pedro había sonado el “toc toc” indicando un
whatsapp entrante. Este cogió el teléfono y pensó en Ana. Sonrió y creyó que
sería un saludo de buenas noches. Ingenuamente abrió el mensaje y los ojos se
le pusieron como platos al ver su contenido. Lo que menos podía esperar eran
esas frases de Ana diciéndole que ya no aguantaba más y que habían terminado.
Respondió
inmediatamente. Ya estaba acostado y necesitaba ayuda para salir de la
habitación, así que esperó respuesta. Pasaron unos minutos y no la recibió.
Volvió a insistir con uno, dos, tres mensajes pero seguía sin hallar respuesta.
«No puede ser —pensó—. ¿Cómo puede hacerme esto? Mañana tengo que hablar con
ella como sea.» Así pasó un largo rato pensando hasta que sin darse cuenta el
sueño le fue venciendo y se durmió, quizá en parte por los calmantes que le
habían suministrado.
Mientras en la
habitación 618 Ana miraba con intranquilidad los mensajes de Pedro: «no pienso
contestar», se decía para sus adentros, una vez que su vecino Mario ya se había
marchado.
—No quiero saber más
de ti —dijo, con un regusto muy amargo. Se acostó y siguió dándole vueltas a lo
mismo durante un buen rato. Finalmente, y poco a poco, el sueño la venció y se
fue quedando dormida.
Amanecía ya en Londres
un día sin niebla. Por las ventanas del hotel comenzaban a filtrarse las
primeras luces del alba. Ramón seguía durmiendo ya que la noche anterior la
cosa se le había ido de las manos, debido en parte a la intranquilidad que
sentía por su entrevista con Mary del día siguiente, así como también por la
incertidumbre de pensar en cómo estaría su hijo. De manera que no fue solo un
gin tonic lo que se tomó, sino varios, y eran las tres de la mañana cuando
regreso al hotel.
De pronto se despertó,
y en un primer momento no acertó a adivinar donde se encontraba. Se desperezó y
al fin recordó que estaba en Londres. Miró su reloj y dio un brinco al ver que
eran las doce del mediodía. Tenía el tiempo justo para afeitarse y darse una
ducha para estar listo. Comió en el hotel pues no tenía tiempo de buscar un
restaurante y para terminar tomó un buen café bien cargado para despejarse.
Salió a la calle, un soplo de aire fresco le dio en la cara. Lo agradeció pero
sintió frío, se subió el cuello de la cazadora y comenzó a caminar. Tenía
tiempo suficiente para acercarse a Hyden Park para su cita con Mary. Siguió caminando
y casi sin darse cuenta alcanzó el lago Serpentine. ¡Qué recuerdos! Se acercó y
se sentó en un banco. Mejor dicho, en “su banco”, como ellos lo llamaban.
Esperó un poco y enseguida la vio aparecer. No había cambiado mucho después de
siete años, pensó. Pero venía sola… ¿Qué pasaba? ¿Por qué no traía a su hijo?
Se incorporó y fue
hacia ella, Mary retrocedió un poco al ver que se acercaba y solamente le dijo…
—Hola Ramón…
Manuel Zalaya Navascués
XXIII. Cuanto tiempo .
—Hello!
—¿Mary? Soy Ramón.
—Después de tanto
tiempo... ¿Qué es lo qué quieres? —dijo Mary directamente y sin rodeos.
Ramón se quedó sin
habla durante unos segundos. Creía que era necesario pensar bien lo que iba a
decir.
—¿Cómo estáis? Me
gustaría que me dejaras ver a Jack para que sepa que existo y poder pasar
tiempo con él. No os daré ningún problema, os lo prometo.
—Estoy alucinada por
tu llamada, no esperaba que te diera por llamar a estas alturas de la vida para
saber de tu hijo —se tomó unos segundos y concluyó—. Es complicado, Ramón.
—Pues créetelo, tanto
como que ya estoy en Londres. Estoy viviendo por el momento en un hotel.
—Ese hombre tan
agresivo y vividor, ¿se ha quedado en el pasado? Tienes que demostrarnos que
has cambiado un poco. No quiero que Jack tenga cerca un ejemplo así.
Ramón mintió y negó
que siguiese bebiendo y comportándose de esas maneras. Afirmó rotundamente que
la situación había cambiado después de siete años. Mary aceptó entonces que se
pudieran ver los miércoles por la tarde pero con condiciones, ya que lo que más
le importaba era la felicidad de su hijo.
—Tendrás que verlo en
compañía mía o de James, nunca a solas y además no le vamos a decir que eres su
padre. Por favor no vayas contándoselo porque si nos vuelves a dejar en la
estacada tu hijo es el que más lo sufrirá. Hazlo por una vez por él, no por ti.
Y, sobre todo, dándote esta oportunidad, no la desaproveches, no habrá otra más
—le dijo muy seria.
Parecía que Mary por
sus palabras estaba especialmente nerviosa ante tal suceso. Se tranquilizó y
estuvieron hablando cordialmente toda la tarde. Ramón se disculpó de todo lo
hecho y de lo no hecho. Y los dos se fueron a sus respectivos alojamientos.
Ramón estaba tan contento, tenía ganas de jugar con él, de dedicarle todo ese
tiempo que no le dedicó, de decirle cuanto le echaba de menos. Aunque sabía que
esto último tardaría más en suceder.
Mientras Ana no paraba
de darle vueltas y vueltas al pequeño sobre que había roto sin leer y que era
para Olga. ¿Qué le querría decir Pedro a Olga?, Y si no fue Pedro, ¿quién fue
entonces? No paraba de angustiarse más y más. Eso sí, tenía claro por el tacto
que era una carta, y porque cuando lo rompió pudo ver que era solo papel. Tenía
que hacer algo para resolver sus dudas. La clave era saber quién llevó el sobre
hasta allí. Empezó a repasar mentalmente todas las personas que habían ido
desfilando por la habitación antes de la aparición de la dichosa carta: Sandra,
Pedro, Matilde, Teresa, Patricia… No pudo resistirse más y decidió que la mejor
forma de saber la verdad era lanzarse a la piscina y comenzar a llamar a los
implicados para sonsacarles. Pero no iba a hacerlo al azar, no. Había que
meditar la decisión, no quería que demasiada gente conociera este detalle si no
era estrictamente necesario. Su cerebro era un hervidero y rápidamente le vino un candidato a la
cabeza: Patricia. Intuición femenina, tenía que ser ella. Todos en el grupo
recurren a ella para todo, así que quién quisiera entregar el sobre se lo tuvo
que dar a ella porque es muy buena guardando secretos y siempre ha sido así.
Cogió el móvil y la llamó sin dudarlo.
—Dígame.
—Patricia soy Ana.
Necesito ser directa y resolver una duda.
—Dime, ¿es lo del
cloroformo?
—No, no. Sé que es un
poco raro, pero creo que el sobre que tenías en tu bolsillo acabó en mis manos
por confusión y lo rompí —dijo Ana sabiendo que para encontrar la respuesta no
podía decir toda la verdad.
—¿Qué? —respondió
Patricia confusa.
—La cuestión es que lo
rompí sin leerlo y sé que es para Olga.
—Sí, entonces es el
mío.
—¿Quién lo escribió?
—No puedo decírtelo
porque quien lo escribió me dijo que lo guardara en secreto.
—Por favor, si decides
contármelo te lo agradeceré, cuando sea, como si son las cinco de la mañana,
llámame.
—Lo siento Ana. No
puedo hacer más por ti.
—Ana se quedó
pensativa ante esta negativa. Era algo importante porque si no para qué tanto
secretismo. Esperó la llamada de Patricia pero esta no tuvo lugar.
Ramón al día siguiente
se levantó con tal energía que dejó de lado los gin tonic de la mañana y se fue
a pasear por los alrededores del hotel. Con tan buena suerte que se encontró
con un viejo amigo.
—¡Hombre Juanjo!
—¡Ramón! ¡Cuánto
tiempo tío!
Juanjo y Ramón habían
compartido muchas historias de pub en pub y de gin tonic en gin tonic. Se
conocieron en un concierto de rock en Madrid. Desde entonces quedaban al menos
una vez al mes para irse de juerga. Cuando lo hacían dejaban a sus mujeres
contándoles cualquier milonga y se iban los dos por ahí a disfrutar de la vida,
como ellos lo llamaban: “¡nos vamos de jolgorio!”. Ese día estuvieron hasta
altas horas de la noche como cuando se juntaban. Necesitaban recordar viejos
tiempos.
—Te acuerdas Ramón lo
que nos pasó con la moto. Sin gasolina, en medio de la carretera, no se veía
nada…
—Sí, como para
olvidarlo. Me quedé tirado en la cama tres días seguidos sin poder levantarme.
—A mí, mi mujer me
tiró de la oreja y casi me la arranca, como a un chiquillo. ¡Ay, cómo cambia la
vida! Ahora estoy divorciado y apenas veo a mis hijos.
—¡Qué tiempos! Pues yo
he venido a ver al mío, después de siete años. Ya ves… y me han dado una
segunda oportunidad. Espero no defraudarle.
—Pues ánimo, amigo.
Además Ramón le cuenta
que tiene pensado quedarse una temporada en Londres, para ver a su hijo más a
menudo. Juanjo es dueño de una gran empresa de transportes que trabaja en
Londres, París y Madrid. Y le propone que si necesita instalarse que no se
preocupe, que necesitan un chofer de furgoneta dentro de unos días y que cuando
quiera el puesto es suyo. Ramón le pide una semana de espera para incorporarse
para ver como suceden las cosas. Raro en él, pero parecía darse cuenta de la
responsabilidad de ser padre.
Llegó el miércoles y
Ramón estaba intranquilo, le embriagaba una emoción diferente y eso se notaba.
Por fin iba a ver a su hijo Jack. Empezó a pensar planes, estrategias para
caerle bien. Era de las pocas veces que estaba tan inseguro. Por la tarde allí
le esperaban Mary y Jack. Mary le explicó a Jack que Ramón era un amigo de
España. El niño ya era mayor y notó que algo pasaba, que algo especial había
entre él y Ramón. Aunque estaba extrañado, chocó la mano de Ramón con una
sonrisa. En el parque se lo pasaron fenomenal. Se hicieron fotos, jugaron con
la pelota y rieron sin parar. Tanto fue así que Jack le dio a Ramón un abrazo
al final de la tarde. Casi se le saltan las lágrimas a Ramón de la emoción.
—Es muy divertido,
mama, ¿Quedaremos más con tu amigo Ramón? —dijo Jack entusiasmado.
—Claro que sí. Todos
los miércoles que podamos. Contestó Mary.
Antes de despedirse
Ramón le pidió a Mary que le dijera la verdad al niño. Pero ella lo tenía
decidido, era mejor esperar.
—Para Jack su padre es
James desde siempre, también hay que respetar a James que ha cuidado tanto de
Jack durante estos años. Ramón no ha sido tan fácil todo como parece, somos una
familia feliz. No puedes venir y ocupar un puesto que nunca ejerciste —dijo
Mary muy firme.
Mary había encontrado
con James un apoyo fundamental en su vida y un apoyo como padre importante para
Jack, por lo que no se lo iba a poner tan fácil a Ramón como él quisiera. Ramón
estaba tan exaltado que tampoco se daba cuenta de sus ideas insensatas.
Pedro envió un último
whatsapp más a Ana. Ana se resistió hasta que sintió la necesidad de
preguntarle todo lo que supiera del sobre que llevaba Patricia.
“Ana”
“Dime”
“¿Qué te pasa? ¿Por qué me pusiste ese
mensaje?”
“Estoy muy cansada de todo esto, cuando no es
Ramón es Olga. ¿Por qué le has mandado una carta a Olga? ¿Para qué quieres
hablar con ella sin que yo me entere?”
“Eso no es cierto”
“Entonces,
¿por qué ha llegado a mis manos una carta para Olga?”
“No es mía, lo juro. Ana por favor, no
empecemos otra vez. Olga solo es amiga. Tú eres la mujer de mi vida. De todas
maneras no entiendo lo de la carta. Puede haber sido cualquier persona. Olga
tiene muchas amistades.”
“Pero no tantas que conozcan a Patricia. ¿O no
te acuerdas? Se la presentamos nosotros en el Rock & Blues. ¿No me estarás
ocultando algo? Porque Patricia ha guardado el secreto muy bien, y para ello
tendrá que ser de alguien de confianza, digo yo.”
“Ana ya vale.”
Ana deja de estar en
línea…
Mari Andrés del Río
XXIV. Dime que no es un sueño…
Ana dejó su móvil en
la mesita de noche, no quería liarla más. No sabía realmente lo que estaba
pasando, ella misma se hacía muchas preguntas: ¿Será verdad que no es suya?
¿Por qué ese secreto que tiene Patricia? No entendía nada, cuando las cosas
iban yendo un poco mejor siempre había algo que las entorpecía. Cuando de
repente golpearon la puerta.
—Hola Ana ¿se puede?
—Sí pase, pase.
—Venía para decirte
que todas las pruebas que te hemos ido haciendo estos días han salido fenomenal
y que mañana después de comer te podrás ir ya a tu casa, pero eso si Ana tienes
que guardar muchísimo reposo.
—Muchas gracias
Teresa, por lo menos una alegría me das en el día de hoy y tranquila, haré todo
el reposo necesario para seguir adelante con este bebe que llevo dentro de mí
—dijo Ana mientras se le arrasaban los ojos y a la vez que tocaba su tripa.
—Aún te tengo que
decirte otra cosa: pasado mañana sobre las doce del mediodía te haremos una
ecografía de control y a ver si por fin podemos saber el sexo de ese bebe. Será
en la planta cuarta.
—Vale correcto, allí
estaré.
Cuando salió la
doctora de la habitación, Ana rompió a llorar desconsoladamente, no sabía si
era de alegría o era porque estaba confundida. Esa carta le iba a volver loca y
lo que tampoco quería era perder la relación que tenía con Pedro porque era a
la persona que más quería, su novio y además el futuro papa de su bebe.
Se pegó bastante rato
llorando cuando de repente su móvil sonó, era un whatsapp de Patricia en el que
ponía:
“Hola Ana, ya no aguanto más. Sé que esto
podría afectar a tu estado, aún estas débil. Simplemente quiero decirte que
esta tarde me pasaré por el hospital para aclararte todas esas dudas que tienes.”
“Te lo agradezco mucho. Aquí te espero.”
A las horas Patricia
acudió a la habitación de Ana y le comenzó a contar lo poco que ella sabía.
—Mira Ana, antes de
que Ramón se marchase me llamó y me dijo que entregara este sobre. Tú me
conoces bien y sabes que esto que voy a hacer no es propio de mí, pero quería
dártelo en mano a ti antes de entregárselo a Olga. Pero en ese momento Teresa
estaba aquí y no pude hacerlo, me puse tan nerviosa que se me debió de caer del
bolsillo de la bata de trabajo —dijo Patricia con nerviosismo, casi no le salía
ni la voz.
—¡Pero qué me estas
contado, te la dio Ramón! —tras unos segundos sin habla preguntó—. ¿Y por qué
como destinatario aparecía Olga?
—Hasta aquí te puedo
contar. Yo no sé nada más y ya es tarde, me tengo que marchar.
—Muchas gracias
Patricia.
—Adiós Ana, me
gustaría que no se lo contaras a mucha gente. No me gustaría meterme en
problemas y menos con Ramón, que ya sabes perfectamente como es.
—Tranquila Patricia,
soy una tumba.
¡Uiba! Que liada, no
podía creer Ana lo que le había contado Patricia, cuantísimo daño le estaba
haciendo Ramón.
Ana pensó que a la
mañana siguiente temprano, después de que a Pedro le dieran la rehabilitación
iba a subir para disculparse, explicarle lo sucedido y contarle todas las novedades
que le había dicho la ginecóloga.
Mientras Pedro seguía
en la habitación muy rayado, no paraba de darle vueltas al asunto. Tampoco
sabía lo que estaba pasando y le daba mucho miedo perder a Ana y al bebe. Fue
tarde pero consiguió dormirse, ya que a la mañana siguiente tenía un día duro
con la fisioterapeuta.
A la mañana siguiente
sobre las diez y media de la mañana Ana subió a la habitación. Estaba muy
nerviosa, no sabía cómo empezar la conversación.
Pedro en ese momento
se quedó un poco traspuesto. Estaba muy cansado ya que la fisioterapeuta le
había metido mucha caña haciéndole diversos ejercicios para su recuperación esa
mañana.
Ana entró en la
habitación muy sigilosa, pero al oír la puerta cerrarse Pedro se despertó
sobresaltado.
—¿Qué ocurre Ana? ¿Qué
haces aquí? ¿Cómo te han dejado subir? —preguntó Pedro algo asustado.
—No, no ocurre nada.
Vengo para disculparme por el whatsapp que te envié, me confundí. Yo vi una
carta en el suelo y como tú habías estado allí ese día, pensé que se te había
caído a ti.
—Pero no entiendo el
por qué de esa tercera oportunidad que pusiste. ¿Leíste algo de esa carta?
¿Sabes de quién era?
—Realmente no tengo ni
idea de quién era, ni siquiera ponía nada en el sobre y ni la leí. La rompí en
mil pedacitos y la tire por la ventana. Lo siento Pedro, fue un impulso de
celos, te quiero demasiado —dijo Ana colándole a Pedro una de las suyas.
Pedro no se quedaba
muy conforme con lo que le decía Ana, pero le podía el amor que tenia hacia
ella. La miró a los ojos y le dijo.
—Te perdono. Pero
espero que no se vuelva a repetir, he pasado unos días…
—Muchas gracias Pedro.
Ana se acercó a la cama y le dio un beso de esos tan
tiernos que hacía días que no le regalaba. Seguidamente lo miró fijamente y le
dijo.
—Ahora tengo otra
noticia que darte.
—Ana, me estas
asustando —dijo Pedro muy preocupado.
—Calma Pedro, no
ocurre nada. Traigo buenas noticias —contestó Ana sacando una sonrisa que no le
cabía en la cara—. Venía para decirte también que esta tarde después de comer
me dan el alta. Me han dicho que tengo que estar un poquito de reposo, que lo
que llevo es un hematoma interno, pero todo va muy bien. También me ha dicho
que mañana a las doce del mediodía me hacen la ecografía de las veinte semanas
para ver el sexo de nuestro bebe y me gustaría que estuvieses allí conmigo —le
dijo Ana muy ilusionada.
—Por supuesto cielo
—afirmó Pedro sin pensárselo dos veces —pero me vienes a buscar aquí. Hablaré
mañana temprano con las enfermeras para que me dejen una silla de ruedas
preparada y me den su consentimiento, pero no creo que me pongan ningún
inconveniente.
—Ahora me tengo que
ir, tengo que comer y prepararme las cosas para marcharme a casa, pero juro que
mañana temprano estaré aquí —dijo Ana.
Se despidieron con un
tierno beso y antes de salir por la puerta Ana se giró y le dijo a Pedro:
—Te quiero cielo.
—Y yo a ti cosita
—contestó Pedro.
Pedro se quedó la mar
de contento, por fin las cosas estaban yendo medianamente bien. Mañana le iban
a decir si esa cosita que llevaba Ana en su tripita iba ser niño o niña. Aunque
la verdad que a él le daba bastante igual, simplemente quería que todo fuese
genial, ya que últimamente parecía que les había mirado un tuerto.
Ana tenía todo
preparado para irse, tenía hasta el taxi esperando en la puerta del hospital
pero antes de marchar fue al control para despedirse y agradecerles a todo el
equipo de médicos, enfermeras y auxiliares el trato recibido.
Al llegar a casa abrió
la puerta y ya se respiraba tranquilidad, todo lo que había pasado esa semana
parecía una pesadilla. Se tumbó en su sofá de piel blanca, que tenía en su
amplio y bonito salón, apago su móvil
para que nadie la molestara y se echó una larga siesta. Necesitaba descansar y
desconectar de tantas explicaciones dadas esos días.
Ya eran casi las seis
de tarde cuando despertó de la siesta. Fue a la cocina y se tomó un buen vaso
de café con leche con dos magdalenas, esto del embarazo le estaba dando por
comer como una cerda. Cogió el móvil y lo encendió, tecleo el número de Pedro y
se pegó horas hablando con él. Cuando colgó el timbre de la puerta sonó.
—¿Quién es? —pregunto
Ana.
—Soy yo hija mía,
Ana abrió la puerta y
le hizo pasar.
—Pase pase —le dijo.
—No, no quiero
molestar, pero cariño me tenías muy preocupada. ¿Qué te ha pasado? Hace muchos
días que no se te ve el pelo —le pregunto
—Si yo le contara...
es una historia muy larga, pero le haré un pequeño resumen. Estoy embarazada de
veinte semanas más o menos y he tenido una pequeña perdida y me han ingresado
para controlármelo, pero ya estoy mejor. Tengo que guardar un poco de reposo y
ya está —le contó Ana muy resumidamente.
—Pues ya sabes Anita,
me tienes aquí para lo que necesites. Si quieres que por las mañanas venga a
echarte una mano a limpiar… Y ni hablar, de las comidas y las cenas tranquila
“hijica” que te las pasare yo todos los días que lo necesites.
—Muchas gracias Señora
María, en este momento se lo agradezco mucho, pero no creo que haga falta de
verdad —le contestó Ana muy agradecida.
—Ya sabes Ana, para lo
que necesites. Yo como si fuese tu abuela —le dijo antes de irse.
—Adiós y muchas
gracias otra vez.
—Adiós hija mía, a
pasar buena noche y ante todo descansa —se despidió la anciana.
Ana se preparó un
bocadillo de jamón serrano con tomate, que era de las pocas cosas que le
quedaba en la nevera, ya que el día que le sucedió lo del “secuestro” tenía
previsto ir a comprar. Seguidamente se acostó y se puso el despertador para no
perderse la importante cita de mañana. Estaba agotada y enseguida se quedó
dormida.
Mientras Pedro seguía
emocionado, por primera vez iba a ver a su bebe en vivo y en directo. Tras muchas vueltas en esa cama
tan incómoda, se quedó dormido.
Eran las nueve de la
mañana. Por la ventana de esa habitación entraba un sol que aplanaba, se oía el
cantar de los pajaritos, hoy iba a ser un día muy grande para los dos. Se
despertó y enseguida llamo a las auxiliares.
—Buenos días Pedro
¿Qué sucede?
—Hola, buenos días
Matilde. Necesito una silla de ruedas y que me deis permiso para salir de la
planta. A Ana le hacen hoy al mediodía una ecografía y me ha pedido que la
acompañe —le comentó Pedro.
—¡Siempre me la lías
eh! Pero eso está hecho y ahora mismo te la traigo —le contestó Matilde con voz
de chismosa.
—Muchas gracias Mati,
vales un valer —le respondió Pedro con un guiño incluido.
Enseguida se presentó
Ana en la habitación, traía una bolsa llena de churros y dos vasos de chocolate
caliente.
—¡Buenos días rey!
¿Qué tal noche has pasado? He traído algo para desayunar los dos juntos y algo
de chocolate. Dicen que así se mueven más los bebes en las ecografías.
—¡Buenos días! Me
costó dormirme, pero al final encontré el sueño. Muchas gracias por este pedazo
de desayuno. ¿Y tú has descansado?
—Sí, hacía días que no
dormía tantísimas horas —afirmó Ana mientras se sentaba en una orilla de la
cama para desayunar.
Después de aquel
espectacular desayuno, se hizo un poco el silencio, cuando Pedro miró a Ana y
preguntó:
—¿Ya has pensado algún
nombre para nuestro bebe?
—La verdad es que no
me he parado a pensarlo, pero si fuese chica Laura no me disgusta, y si fuese
chico el nombre de Martín me gusta mucho. ¿Y tú, has pensado alguno? —preguntó
Ana.
—Yo ayer mientras me
dormía pensé alguno que otro: Julia, Noa, Alma… Esos si fuese un chica y si fuese
un chico: Álvaro, David, Darío… Pero esos que has dicho tú están muy bien.
Ya eran casi las doce
y Ana llamo a un celador para que levantara a Pedro y los llevara a la sala de
ecografías. Allí esperaron un rato en aquella salita de espera tan vieja, le
llamaron un tiempo después.
Entraron a la sala y
la verdad que los dos estaban muy nerviosos. Era una experiencia nueva y con
todo lo que les había pasado se esperaban lo peor.
—¡Hola Ana! ¿Qué tal
lo llevas después del susto? —le dijo la ginecóloga.
—La verdad que voy
muchísimo mejor, en reposo y sin hacer grandes esfuerzos pero todo muy bien
—dijo Ana, con la voz muy temblorosa.
—Tranquila Ana, no
estés nerviosa todo saldrá bien. Túmbate en esta camilla y súbete un poco la
camiseta —le dijo Teresa animándola un poco.
Mientras preparaba
todo, Pedro y Ana se miraban con cara de preocupación. Deseaban oír que todo
estaba yendo bien.
—Ana, te veo muy
tensa, relájate —le dijo mientras untaba el ecógrafo con ese gel tan frío y se
lo ponía en la tripa.
Empezó la exploración
y a explicarles un poco, aunque no fueron muy extensas las explicaciones ya que
Ana debido a su preparación entendía perfectamente lo que estaba viendo.
—Ana, como tu bien
sabes y ves va todo muy bien, pero hay algo que no me cuadra, oigo como dos
latidos.
Ana se quedó
congelada, miró a la ginecóloga y le dijo con voz temblorosa:
—Dime que esto no es
un sueño…
Vanessa Giménez Borobia
XXV. Soy papá.
—Dime que esto no es
un sueño…
—No, por suerte no es
un sueño, ¡felicidades papás!
Teresa observó cómo
había cambiado el semblante de los dos. Ana sintió un ardor en el pecho,
seguidamente… ¡Ah! ¿Eso había sido una patadita? Pedro se dio cuenta de que
estaba llorando cuando sintió el sabor salado en su boca. Había ocurrido todo
tan deprisa, tantas traiciones, malentendidos y tenían tantas preguntas por
resolver… En ese momento todo aquello desapareció, dando paso a aquella
sensación tan ansiada, tan buscada… Felicidad.
Habían pasado ya
cuatro meses desde que tomó la decisión de marcharse. Cada noche se preguntaba
si había dejado España por cobarde, también pensaba en Ana y en lo que habría
ocurrido si las cosas hubiesen sido de otra manera. Su amigo Juanjo le había
dado trabajo y le había dado tiempo de conocer a su hijo Jack, un niño
maravilloso, alegre, con su pelo rubio cenizo y sus grandes ojos grises… Por
suerte, se parecía a su madre. Pero se estaba hartando, se había ganado la
amistad de su hijo y quería verlo más veces a la semana, poder ir a visitarlo a
casa. Se lo había dicho muchas veces a Mary pero ella insistía que eso no era
correcto. Cuando discutían de aquel tema y Mary le respondía con una negativa
volvían esas ganas de pegarle, de insultarle, y cuando eso ocurría se marchaba
sin decir palabra. No, esta vez no podía ser un cobarde.
Olga estaba en casa
cuando recibió un Whatsapp de Patricia:
“Tenemos que hablar.”
“¿Qué ocurre Patri?”
“En cuanto termine mi turno voy a tu casa, es
urgente.”
No obtuvo respuesta y
no le quedó más remedio que esperar. Se sintió un poco nerviosa, empezó a dar
vueltas por casa, le sudaban las manos y miles de pensamientos rondaban por la
cabeza. ¿Lo sabrá? ¿Se lo habrá contado Ramón? No, eso es un secreto de los
dos. Decidió fumar hasta que Patricia llegase.
Tras varios minutos de
felicitaciones y emociones Teresa siguió con la ecografía, esta vez Ana y Pedro
estaban cogidos de la mano esperando saber más noticias.
—En teoría, estando de
20 semanas se podría ver el sexo del bebé, digo de los bebés… —se corrigió
Teresa con aire divertido—. Sin embargo
estos pequeños no se dejan ver todavía, habrá que esperar un poco más, por lo
demás todo es correcto y están sanos. Os llamaré para la siguiente eco.
—Gracias Teresa, vaya
sí que nos has liado la mañana con esta noticia… No esperábamos tener un bebé y
ahora… ¡vamos a tener dos! —dijo Ana con felicidad.
—Cariño, se lo
tendremos que decir a mis padres y ya sabes cómo se pondrá mi madre, a mi
hermana, a Mario, también habrá que decírselo a nuestros amig… —en ese instante
Pedro volvió a la realidad, y se dio cuenta de que con la única con la que se
hablaban era Patricia. A Ana se le cambió la cara, endureció las facciones de
su cara recordando todo, se despidieron de Teresa y salieron de aquella vieja
habitación en silencio y con paso firme.
Estaba disfrutando de
la última calada de su cigarrillo cuando sonó el timbre, dejó la colilla en el
cenicero y se levantó a abrir la puerta.
—Hola Patricia, pasa,
pasa.
—Hola Olga —su
expresión denotaba preocupación, angustia. Pasó al salón y se dejó caer en uno
de los sillones.
—¿Cómo ha ido el día?
Pareces exhausta.
—El día ha sido movido
Olga, pero no he venido a hablar de mi trabajo, he venido a decirte que he
cometido un error.
—Pero hombre no me
tengas así, suéltalo ya, ¡qué has hecho!
—Verás… Antes de irse
Ramón me dejó una carta para ti. No es propio de mí pero pensé que sería mejor
que lo leyese antes Ana y…
—¡¿Que Ramón se ha
ido?! ¡¿A dónde?! —reclamó Olga ante su sorpresa. Habían hecho planes y ahora
estaba sola en esto.
—No lo sé Olga, sólo
sé que me dejó una carta y me dijo que te la diera pero…
—¡Y la ha leído Ana!
¡Pero cómo se te ocurre hacer eso! —Olga se sorprendió gritando a Patricia y
empezó a pensar la que se le venía encima, todo se había fastidiado. Más.
—Lo que pasa es que al
dársela se me cayó en la habitación de Ana y ella pensó que la había escrito
Pedro, entonces la rompió... —se explicó nerviosa, mientras jugaba con sus
dedos. El semblante de Olga cambió y parecía estar más tranquila.
Aclararon las cosas y
se despidió rápidamente de Patricia. Sabía exactamente a dónde había ido Ramón,
después de todo, Olga también sabía guardar secretos.
Después de un largo
día de trabajo, se echó en la cama a ver la tele. Ramón había alquilado una
coqueta casa en Aubrey Walk, como no tenía muchos gastos, se lo podía permitir.
Mary había accedido a que Ramón pudiera llamar a casa y hablar con Jack. Un
poco más descansado decidió llamarlo antes de que fuera a dormir.
—Hello? —una dulce e
inocente voz respondió.
—Hola hombrecillo,
como ha ido el día.
—¡Hola Ramón! ¡Mañana es
miércoles! —a Jack se le iluminaron los ojos en cuanto supo quién era. ¡Qué
amigo tan genial tenía mamá!
— Lo sé pequeño, te he
comprado un regalo.
—¡¿Qué es?! Dímelo —se
moría de ganas por saberlo.
—Es una sorpresa,
tranquilo, mañana lo sabrás.
—¿Una pista? Porfaaaa…
—Hasta mañana pequeño,
dulces sueños.
Una vez hubo colgado,
Ramón cogió el albornoz para ir a la ducha, pero una llamada telefónica lo
interrumpió. ¿Qué querrá Mary ahora?
—Hola Mary…
—No soy Mary, soy Olga
—respondió con indiferencia.
—¿Cómo coño has
encontrado mi número?
—Buscando. ¿Por qué
narices has tenido que irte? Teníamos planes, tú tenías que secuestrar a Ana y
conquistarla, así yo podría volver con Pedro. Eres un imbécil, lo has arruinado
todo.
—Olga, se me fue de
las manos. Ana empezó a sangrar y tuve que…
—¡Ana casi lee la
carta que me dejaste!
—¿Qué? Pero si se la
dejé a Patricia.
—Se le cayó de la bata
en la habitación donde estaba Ana, menos mal que ésta la rompió y la tiró…
—Confiaba en que
Patricia te la diera directamente a ti.
—Ana ha mentido —dijo
Olga en tono lúgubre.
—¿Cómo que ha mentido?
¿Sobre qué?
—Encontraron una
pequeña cantidad de cloroformo en su sangre y Teresa le pidió una explicación.
Ana dijo que lo había robado del hospital y está metida en un buen lío por violar
las reglas.
—Esto no puede estar
pasando… —a Ramón le invadió el sentimiento de culpa por todo el cuerpo: «Ana
está cubriéndome, eso significa que sigue sintiendo algo por mí», pensó.
—Por cierto, ¿qué
ponía en la carta, Ramón?
Ramón escuchó que Olga
seguía hablando pero colgó el teléfono.
En cuanto Ana abandonó
el hospital salió de su cúpula de felicidad, había dejado a Pedro en
rehabilitación y le había prometido que se pasaría mañana a verlo. —Te quiero
cariño —le había dicho Pedro.
Una vez en casa, la
sensación de cansancio le recorrió por todo el cuerpo, los pies estaban
hinchados y puso dos almohadas en el sofá para tener las piernas en alto.
Comenzó a pensar en cómo sería su vida a partir del nacimiento de los bebés:
tendrían que vivir juntos, preparar muchos biberones, comprar mucha ropa,
pañales, el carrito de bebé doble… Un ruido le sacó de sus cavilaciones.
—¿Diga?
—¿Con la señorita Ana
Retuerto?
—Sí, con la misma.
—Le llamamos para
comunicarle que tiene una citación en el juzgado la próxima semana debido a la
falta que tuvo en el hospital, por robar material médico. Deberá ir con un
abogado, buenas tardes.
«Mierda, el cloroformo
—había encubierto al gilipollas de Ramón y ahora iba a pagar ella las
consecuencias—. Joder, joder, joder qué hago…» Cogió el móvil, lo tuvo claro, y
marcó ese número.
—¿Si?
—Necesito tu ayuda…
Desapareció su
cordura. Pasaron por su mente muchos pensamientos oscuros. Tenía que volver,
pero antes tenía que hacer lo que llevaba un tiempo esperando. Sí, mañana lo
haría.
Mary se levantó como
cada mañana a hacerle el desayuno a los dos hombres de su vida: James y Jack.
Era feliz, desde luego que lo era. No podía tener la familia más perfecta. Una
vez se despidió de James con un delicado beso en los labios, se fue a la cocina
a limpiar hasta que Jack estuviera listo para ir a la escuela.
—Mummy, estoy listo,
iré a por mi mochila.
Mary esperó, ya eran
las siete. ¿Dónde habrá dejado este niño la mochila? Seguro que se ha
entretenido con algún juguete. Siguió esperando mientras terminaba de darle
brillo a la encimera.
—Cariño ya son las
siete y cuarto, date prisa.
Al ver que no respondía
fue corriendo al despacho, ¿se habría caído?
—Mi amor, vamos a
llegar tard…
Se le cortó la voz, se
le heló la sangre y se quedó paralizada al ver aquella escena. Ramón lo estaba
metiendo en el coche y en cuanto la vio arrancó rápidamente. Tan sólo tuvo
fuerza para gritar.
—¡¡JAAACK!!
Ramón había estado
esperando al niño sigilosamente detrás de la ventana y observó cómo se dirigía
al despacho. Fue entonces cuando lo animó a que saliera por la ventana para
verlo. Una vez estaban en el coche cerró todas las puertas y Jack se puso
nervioso. Con el rabillo del ojo pudo observar que Mary lo había visto y
arrancó rápidamente. Lo único que le dijo a Jack fue:
—No tengas miedo
cariño, soy papá.
Masiel Troya Cabrera
XXVI. Estamos contigo.
El pequeño Jack estaba
sentado en el asiento trasero del coche sin saber muy bien que estaba pasando.
Su infantil cerebro no era capaz de procesar todo la información que acababa de
recibir.
—¿Dónde vamos Ramón? ¿No
viene mamá?
—Te he dicho que soy PAPÁ,
no vuelvas a llamarme por mi nombre, ¡SOY PAPÁ! —le espetó. Miró al niño y vio
en sus ojos la misma mirada de miedo y asombro que puso Mary la primera vez que
le levantó la mano—. No te preocupes pequeño, todo irá bien —le dijo, ahora sí
con un tono de voz más dulce y conciliador.
Juanjo le ayudaría a salir
del país, no podía fallarle, esta vez no, se lo había prometido...
En España Olga seguía
pensando en la carta que nunca llegó a recibir. ¿Qué demonios pondría en esa
maldita carta? pensó. Mientras su rabia iba creciendo, le había colgado el
teléfono sin darle una explicación. Nada le molestaba más: la había dejado con
la palabra en la boca, en la estacada y sin terminar el plan que habían urdido.
Después de haber recibido
esa maldita llamada, Ana lo tuvo claro. Mario era la única persona en este
momento que podía ayudarla como mínimo a ordenar sus pensamientos. Podía
confiar en él. Si no hubiese sido por su magistral aparición quien sabe de lo
que hubiese sido capaz Ramón en ese momento.
—Mario soy Ana, necesito tu
ayuda.
Mario bajó a su casa antes
de que esta tuviese tiempo de colgar siquiera el teléfono. Se levantó a abrir
la puerta.
—Hola Mario pasa, estoy
metida en un lío y de los buenos.....
Pasaron al salón y allí le
puso al corriente de todo: del secuestro, el robo de material médico, el por
qué no había querido contarle nada a Pedro y como ella había cargado con todas
las culpas sin involucrar al verdadero culpable de todo.
—Está bien —dijo Mario
después de tomarse unos segundos para reflexionar—. Es evidente que necesitas
un abogado. Pero si es cierto que el almacén tiene cámaras de seguridad, es muy
poco probable que te grabasen a ti, puesto que tú no estuviste allí ese día...
¿o sí? En cualquier caso Ramón también aparecerá en las grabaciones. No te
preocupes, iré a ver a un amigo que me debe un favor. Es abogado y de los
buenos, saldrás de esta pequeña.
—Gracias Mario.
Ana se tranquilizó al oír a
Mario, en este momento unas palabras de apoyo eran su mejor terapia. Era cuando
mas necesitaba un amigo y los había perdido a todos, ya nada volvería a ser
como antes, nada, nunca...
Tenía que contarle a Pedro
la nueva situación pero eso implicaba tener que contarle toda la terrorífica
historia y no sabía como hacerlo, ni como empezar, ni por qué no se lo había
contado desde el principio. Pedro también tenía su propia guerra abierta en los
tribunales, ¡maldita señora quejica!
Ramón seguía conduciendo por
las calles de Londres. Tenía que llegar al almacén de Juanjo cuanto antes. Para
entonces Mary ya habría llamado a la
policía y se habría puesto en marcha todo el dispositivo par recuperar al niño.
Pero él no lo permitiría, es su hijo y tenía derecho. A estas alturas lo estaría
buscando ya hasta
Unas horas antes había
llamado a su amigo por teléfono, una llamada corta, concisa y para Juanjo un
poco perturbadora.
—Juanjo soy yo, Ramón.
Necesito que me ayudes, por los viejos tiempos. No preguntes, tú no sabes nada.
No voy a permitir que me ocurra como a ti.
Pedro había vuelto de
rehabilitación mas animado que nunca, la fisio estaba muy contenta con su
recuperación que estaba siendo más rápida de lo esperado. El tesón y la fuerza
de voluntad de Pedro había sido alimentada con la nueva noticia y sus ganas de
recuperarse eran mas fuertes que nunca.
—Voy a ser padre, voy a ser
padre y de dos niños al mismo tiempo. No paraba de repetirse continuamente,
casi como si fuera un mantra. Un mantra que le otorgaba súper poderes. Pese a
todo lo ocurrido nunca había sido más feliz.
En la habitación estaban su
hermana y Rafa esperándolo. Se habían vuelto inseparables y no era fácil verlos
individualmente durante mucho tiempo. El caos vivido estaba trayendo mas cosas
buenas, el karma no es tan cabrón después de todo. Su abogado también estaba
allí, Sandra tenía la cara seria, mucho más seria de lo normal.
—¿Qué ocurre pequeña?
Rafa tenía la mano apoyada
en el hombro de su hermana: «Hacen buena pareja», pensó Pedro.
El abogado rompió ese
silencio tenso que se estaba formando.
—Buenos días Pedro, me temo
que no traigo buenas noticias hoy. El abogado de la señora del otro vehículo se
ha reunido con el juez que instruye el caso y, además de la consiguiente
indemnización, pide para ti pena de cárcel por intento de homicidio
involuntario.
—¿Cómo?
La cara de Pedro era un
poema, no podía creer que le estuviese pasando esto a él.
—Apelaremos a tu estado de
salud pero tampoco te aseguro que así consigamos nada. No voy a mentirte Pedro,
la cosa está complicada… Pero lucharemos, de eso puedes estar seguro.
Sandra no pudo evitar dejar
correr una solitaria lágrima por su mejilla, se pasó rápido la mano para
hacerla desaparecer. Tenía que ser fuerte, su hermano mayor la necesitaba.
¿Como iban a contarle todo
esto a Ana? Pobre, ella también tenía que enfrentarse a su propio tribunal.
—En un par de días se
celebrará el juicio, así que me marcho a preparar la documentación necesaria
con tu médico para tu salida del hospital. Es importante que vengas Pedro.
Se despidió con un ligero
movimiento de cabeza y salió de la habitación con la prisa de un hombre
ocupado.
Pedro tenía la mirada
perdida en la pared, intentaba procesar toda la información, intentaba ser
fuerte, intentaba mantener la cabeza fría. Rafa se acercó hasta él.
—No te vengas bajo Pedro,
eres un tipo duro y nosotros estamos contigo, a las buenas y a las malas. Ya
verás como todo ira bien.
«Ana, Ana, Ana, Ana....».
Era todo en lo que podía pensar y rompió a llorar como un niño.
Lorena García Aznar
XXVII. Siguiendo al instinto.
Tras una frenética
huida Ramón consigue llegar al almacén de su jefe y amigo. Su única obsesión
era abandonar la isla lo antes posible para librar a la policía que seguramente
ya estarían buscándoles y empezar una nueva vida con su hijo en España.
Comenzar de nuevo, otra vez…
—¿Qué ocurre Ramón? Tu
llamada me ha preocupado…
—Tranquilo “jefe”
—remarcando esto último—. No pasa nada. Necesito salir por un tiempo de este
maldito país. El reencuentro con Mary y conocer a mi hijo después de tanto
tiempo me ha afectado bastante. Necesito un tiempo… He decidido volver unos
días a España, visitar a familiares y despejar mi cabeza un poco. Pero para eso
necesito dos favores…
—Lo que sea amigo
—contestó un preocupado Juanjo—. ¿Qué necesitas, Ramón?
—Lo primero que me des
unos días de permiso, claro.
—Hecho.
—Y después que me
prepares todo lo necesario para embarcar con mi coche. Tu sabes como funciona
todo ese rollo, lo has hecho miles de veces con las furgonetas para repartos a
Europa.
—No te preocupes. Hago
las gestiones y te aviso cuando lo tenga preparado. En un par de días estarás
de nuevo en España.
Ramón torno gris su
rostro e inquirió…
—Me quiero ir ya
mismo. No puedo más. Mira a ver que puedes hacer, por favor.
—Vamos a la oficina y
veamos que posibilidades hay, pero será complicado.
Ambos se dirigieron al
despacho de Juanjo y este comenzó a hacer todas las gestiones rápidamente. Le
tenía un cariño especial a Ramón, y dejó de lado su trabajo en ese momento para
ayudar a su amigo. Enseguida levantó la cara de la pantalla le informó de la
situación.
—Nada de ferries,
imposible. Ni a España ni a Francia en unos días. Está todo completo. Puedo
conseguirte si quieres un billete de avión y enviarte el coche en unos días…
—No, no… prefiero ir
con mi coche. Mira a ver en tren.
Tras unas
comprobaciones telemáticas Juanjo asintió con la cabeza.
—Estas de suerte
amigo. El tren sale en tres horas, si sales ya llegarás a tiempo a Folkestone,
tienes casi dos horas hasta allí. El Shuttle te dejará en Calais. ¿Quieres
algún enlace a París?
—No, prefiero dejarlo
en Calais y conducir hasta España. Hacer kilómetros en este carro me despejará
y me tendrá ocupado. Por eso no quiero ir de “turista”. Necesito estar ocupado
y lejos a la vez… No se si me entiendes Juanjo.
—Sí, perfectamente
—aunque la explicación de su amigo había sido bastante ambigua no quería
contradecirle ni pedirle más explicaciones—. Vete ya si no quieres perder el
tren —Juanjo recogió de la impresora unos documentos y se los entregó a Ramón—.
Toma, el billete. Mantente en contacto conmigo eh, que me dejas un poco
preocupado.
—Tranquilo hombre,
estaré bien, pero ahora necesito unos días para aclararme. En unos días estoy
de nuevo dándole a la furgoneta —Ramón le tendió la mano a Juanjo a modo de
despedida y este en un acto impulsivo lo trajo para si con fuerza y se
estrecharon en un intenso abrazo. Ambos sabían que la despedida era definitiva
pero ninguno se atrevió a dar o pedir más explicaciones—. ¡Sin mariconadas, eh!
—dijo Ramón apartando un poco a Juanjo, y dándole unas palmaditas en la cara
con ambas manos salió de la oficina a toda prisa.
Cuando hubo abandonado
el almacén donde trabajaba y se encontró a una prudencial distancia, detuvo su
vehículo en un recóndito lugar y abrió el maletero. Allí estaba agazapado Jack
al que la luz externa hizo contraer sus pupilas y se llevó las manos al rostro.
—Muy bien campeón. ¡Lo
has hecho genial! Ahora nos vamos de excursión. ¡Verás a dónde te va a llevar
papi!
—Hugo, ¿como estás?
—Mario comenzaba sus gestiones para intentar ayudar a Ana—. Necesito hablar
contigo.
—Solo hablar… que
pena. Todavía me empalmo cada vez que recuerdo como terminó la última vez que
quedamos para hablar.
—No te hagas
ilusiones, no van por ahí los tiros. Necesito tus servicios profesionales esta
vez. Tengo una amiga que está en apuros y tenemos que ayudarla.
—¿Te la estás tirando?
—No. Te he dicho que
es una amiga.
—Maldito bisexual, ¿y
yo que soy para ti?
Mario no entró en ese
juego, sabía perfectamente que con Hugo no se podía discutir, siempre salía
perdiendo.
—En fin… quedamos esta
tarde y te explico.
El interfono sonó
repetidamente en cortos e insistentes tonos. Era Olga. Cuando abrió la puerta
de su piso ella entró en la estancia con el habitual halo que la envuelve e
invade el recinto donde se encuentra. Traía unos vaqueros muy ajustados y un
top negro abrochado con corchetes dejando liberados los dos primeros y los dos
últimos, mostrando así su ombligo e insinuando un terrible escote. Las botas
negras de cuero con flecos combinaban perfectamente con el top y su bandolera
de piel negra. Su instinto femenino la había llevado hasta allí en busca de
algo… no sabía el qué pero tenía claro que Mario era el hombre clave para
acercarle a Ana y Pedro. Mario la miraba en silencio. Ella actuaba como si se
encontrara sola en el salón, curioseaba inocentemente las estanterías y se
entretenía con un magacín que llamó su atención de entre varios que poblaban la
mesa de centro. Mario perplejo se espatarró en el sofá a la espera de algún
tipo de respuesta de su sorprendente visita. Ella percibió su movimiento y
lentamente se acercó a él, muy despacio se fue inclinando hasta terminar
gateando sensualmente hasta llegar al sofá y muy provocativamente trepar sobre
el cuerpo de Mario hasta llegar a sus labios. Mario estaba atónito a la par que
convencido de lo que iba a pasar cuando vio quién era su inesperada visita.
Ella insistió con su lengua alrededor de los labios de Mario y él se dejó
hacer…
Pedro había llegado
hasta los juzgados acompañado de Sandra y Rafa. Su recuperación era tan buena
que esa misma mañana le habían preparado el alta para la mañana siguiente.
Mañana volvía a casa y Ana le había pedido que se instalara en su apartamento,
querían darse una oportunidad y estar juntos en los últimos meses de gestación
de los bebés. Pedro encantado había aceptado, le ilusionaba la idea de
compartir ese momento, cuidarse mutuamente y estar juntos, cerquita el uno del
otro. Ahora con la jugada maestra de Olga ella también los tendría muy cerca,
su instinto femenino no le había defraudado…
Pero hoy toda la
atención de Pedro se centraba en el juicio. Caminaba bastante bien con las
muletas, aunque hubiera preferido asistir con la silla de ruedas, su compañera
de escapadas en los últimos meses, pero su abogado le recomendó que cuanto más
pudiera valerse por si mismo mejor para quitarle importancia a la gravedad del
accidente. Estaba citado a las once de la mañana por su abogado que le pondría
al día de todos los pasos y acontecimientos que se iban a suceder. Después,
sobre el mediodía comenzaría la vista.
Ana se sentía
realmente incómoda esa mañana, había vomitado ya más de media docena de veces y
el ardor de estómago la estaba matando. A duras penas llegó hasta la cocina en
busca de su ansiada sal de frutas para aliviar los síntomas. Una cucharadita y
estaría preparada para acudir a la cita y acompañar a Pedro en tan duro trance.
Abrió el armario donde solía guardarla y se encontró con el bote vacío. Otra
arcada, aquello no paraba. Y ese ardor la estaba consumiendo. Para colmo patada
sincronizada de los gemelos, el dolor era intenso y tuvo que sentarse en el
suelo de la cocina hasta que remitió lo suficiente como para poder tomar una decisión
coherente: bajar a la farmacia le suponía un enorme esfuerzo, así que optó por
subir a casa de Mario que seguro que guardaba algo de sal de frutas ya que la
utilizaba a menudo para paliar los efectos devastadores del alcohol en su
estómago tras las continuas noches de juerga. Se cubrió con una fina bata de
estar por casa y tal cual iba con su pijama de Betty Boop se dispuso a subir
para ver al chico que nunca le fallaba y al que sentía como su hermano pequeño.
A duras penas subió
los escalones que separaban una planta de la otra cuando a medio camino oyó una
voz femenina familiar procedente del piso de Mario. ¡Era Olga! Rápidamente
retrocedió hasta aguardar en el descansillo haciendo oreja…
—¡Ciao bello! Esta
noche regresaré y te daré algo nuevo y salvaje que te hará estremecerte durante
horas. Repón fuerzas tigre que las vas a necesitar.
—Adiós preciosa —se
escuchó a Mario. Y la puerta se cerró lentamente.
Ana no sabía que
hacer, dudó un instante si regresar a su piso antes de que Olga bajara o subir
de todos modos. Si bajaba Olga la iba a alcanzar puesto que en su estado era
todo menos rápida, así que para arriba como si acabara de llegar hasta ese
punto. Olga enseguida alcanzó el rellano y desde su elevada posición observó
como Ana subía haciendo ver que no había oído nada.
—Hola Anita, ¿qué mal
te veo, no? ¿Te encuentras bien? —con un elevado tono de sarcasmo.
—Estoy estupenda. ¿Qué
haces tú aquí?
—He despertado en la
cama de tu vecinito. ¿Lo has probado alguna vez? ¡Es fuego puro!
—¡Ni se te ocurra
hacerle daño a Mario también! ¿No has tenido suficiente con jodernos la vida a
Pedro y a mí? ¡No quiero volver a verte por aquí!
—Pues ve
acostumbrándote a verme por la zona porque a este lo tengo muy pillado… Como a
tu Pedrito, ¿recuerdas? Ningún hombre se me resiste, tengo esto —y
contoneándose dibujó con ambas manos un camino desde sus pechos hasta su parte
más íntima a la par que se mordía la parte izquierda del labio inferior. Cuando
sus manos se juntaron en tan erógena zona le guiñó un ojo y le lanzó un beso.
Bajó las escaleras sin perderle la mirada y una vez que superó su posición
descendió con un ritmo de quinceañera despreocupada que acabó de sacarla de sus
casillas.
—¡Zorra! —susurró…
En dos días estarían
en España, reinventándose por enésima vez y con la ilusión de tener una vida
plena con su hijo. Eso se repetía mientras conducía atravesando Francia. De
momento sin peligro aparente, circulando por carreteras secundarias y parando
en pueblecitos pequeños donde fuera más difícil que esos garrulos franchutes
estuvieran alerta de un varón de mediana edad de pelo moreno y perilla
secuestrando a su propio hijo. Simplemente parecían un padre y su hijo
regresando a España después de unas buenas vacaciones en la ciudad de la luz.
Eso repetía una y otra vez hasta el punto de creerlo a pies juntillas.
Pero para que ese plan
fuera perfecto necesitaba una figura femenina que empatizara con Jack y le
hiciera olvidar lo antes posible a su madre por la que el chaval preguntaba a
menudo. Entonces la llamó. El tono de espera sonaba incesante una y otra vez.
Estaba claro que en estos momentos no podía atenderle así que reorganizó sus
ideas, volvió a marcar y esperó a que saltara el buzón de voz.
—Hola cariño, sé que
últimamente no he sido mi mejor versión pero la distancia me ha hecho ver quién
es la mujer de mi vida. Te echo de menos y necesito verte. Si oyes este mensaje
y todavía sientes algo por mí ve a la casita en el campo de tus padres donde
pasamos aquel fin de semana tan especial y espérame que mañana por la tarde
estaré allí contigo de nuevo. Te quiero Patricia…
David Garcés Zalaya
XXVIII. El
juicio de Pedro
Sandra y Rafa se
despidieron de Pedro en la puerta del juzgado de primera instancia justo en el
momento en que se encontró con su abogado. Irían después a la vista donde se
sentarían entre el público.
—Hola Pedro —le dijo
su abogado—. Hoy es el día.
Pedro estaba algo
nervioso. El abogado se lo había proporcionado su seguro de coche. Era un buen
abogado que le había dicho que esto era pan comido, que estas cosas pasaban
todos los días y que si no tenía antecedentes sería imposible que pudiera
ingresar en prisión. Pero Pedro no había sido totalmente sincero con su
abogado, no le había contado que estaba hablando por el móvil en el momento del
accidente. Tenía un miedo irracional a que la compañía no le cubriera las
indemnizaciones por este hecho en el caso de resultar culpable.
Entraron en el
edificio tras pasar por el arco de seguridad. Era un viejo edificio de techos
altos. Subieron en el ascensor al segundo piso. Siguieron por un pasillo hasta
llegar a un pequeño despacho.
—Esta oficina la
usamos como sala de reuniones antes de los juicios —le dijo su abogado.
—La señora de la otra
parte no tenía intención de denunciar, pero su hijo lo ha hecho. Quiere sacar
tajada —dijo Pedro.
—No será fácil de
defender. Deberás de declararte culpable y llegar a un acuerdo. No tenemos
testigos ni pruebas que avalen otra versión. Donde debemos de presentar batalla
es en el parte de lesiones que nos presenten para la indemnización y la pena
que puedan pedir para ti. Recuerda que no puedes hablar por ti mismo si no se
te dirige a ti el juez o uno de los letrados. Yo soy tu voz en el juzgado.
Vamos para la sala de vistas, ya se acerca la hora.
Salieron del despacho
y se dirigieron de nuevo al ascensor. Subieron al sexto piso y volvieron a
adentrarse en los pasillos. No era un edificio especialmente solemne, se notaba
que era un lugar de trabajo. Pudo ver alguna puerta de algún despacho abierta
en la que se amontonaban cientos de expedientes. A Pedro le recordó a su vieja
facultad.
¡Dios mío, cómo no se
podía haber acordado antes! Pensando en sus tiempos en la universidad recordó
que tuvo un problema con la justicia. Se había visto involucrado en unos
altercados durante una manifestación y había acabado en comisaría. La cosa
acabó en nada, pero le hacía contar con antecedentes penales. Se le heló la
sangre en las venas. Su abogado tenía muy claro que era imposible que pudiera
acabar en prisión, pero esto lo cambiaba todo. No podía acabar de ninguna de
las maneras en la cárcel, menos ahora que iba a ser padre y se estaban
arreglando las cosas con Ana. No podía imaginar a los gemelos teniendo que ir a
verlo a prisión.
Ángel —que así se
llamaba su abogado, susurró Pedro—. Acabo de recordar algo muy importante.
—Dime Pedro.
—Tengo antecedentes
por unos altercados cuando era universitario.
—Esto lo cambia todo,
Pedro. Es demasiado tarde para pensar en una estrategia. Intentaré aplazar la
vista.
Conforme se acercaban
a la sala de vistas se le hacía un nudo en el estómago. Lo que hasta ahora sólo
había sido un trámite burocrático, para que su compañía pagara más o menos
dinero, había tomado un carácter dramático para él. Su pequeño secreto podía
resultar determinante: podía acabar con sus huesos en la cárcel además de
quizás tener que hacerse cargo de unas cifras desorbitadas de dinero.
Llegaron a la puerta
de la sala.
Esperando en la puerta
pudo ver a la conductora del otro coche junto con un señor con un maletín,
debía de ser su abogado. Con ellos estaban dos hombres más.
La señora se acercó a
Pedro.
—Que tal te encuentras
hijo —le dijo.
Pudo ver que la señora
no estaba cómoda en aquella situación y que no le quería hacer ningún mal. Vio
la bondad en sus ojos.
Antes de que pudiera si
quiera responder uno de los hombres la cogió del brazo y la apartó de Pedro.
Mientras miró a Pedro
con aire despectivo dijo:
—No hables con él
mamá.
Así como en la mujer
había podido ver bondad, en su hijo sólo vio codicia y maldad. Sin duda había
manipulado a su madre para intentar sacar todo el dinero posible.
Al minuto salió una
secretaria de la sala.
—Ya pueden entrar
—dijo.
Era una sala pequeña.
Tenía un pequeño estrado con tres mesas, una en el centro y otras dos a los
lados. También le recordaba a un aula. En la mesa central estaban el juez y el
secretario judicial. Llevaban puestas las togas con los puños y cuello blancos,
como de encaje. Los abogados se las habían puesto también antes de entrar, pero
las de éstos no tenían el cuello ni los puños blancos, eran solo negras. Ver a
aquellos dos señores tan solemnes terminó de poner nervioso a Pedro. Al lado de
ellos estaba la secretaría que escribiría el acta del juicio. En la sala había
unas cuantas decenas de sillas para el público.
Ángel y Pedro se sentaron
en la mesa de la derecha del juez. En la mesa de enfrente estaban el abogado y
el hijo de la señora como parte acusatoria. La señora estaba sentada abajo
entre el público. A su lado estaba el otro hombre. Pedro vio que Sandra y Rafa
estaban tomando asiento. No había nadie más en la sala.
Ángel se dirigió al
tribunal y pidió que se aplazara la vista pero no fue capaz de encontrar
razones de peso para que el juez lo hiciera. Se le denegó la posibilidad.
—Tendré que
improvisar… —le susurró a Pedro.
El juez se dirigió a
Pedro:
—El acusado exponga su
versión de los hechos.
Pedro se puso en pie,
estaba empezando a sudar a pesar de que la temperatura en la sala era
agradable. Relató lo sucedido aquel día, omitiendo deliberadamente todo lo
relativo a la llamada por el teléfono móvil. Dijo que la distracción fatal se
produjo porque iba absorto en sus pensamientos. Había cometido perjurio, un
delito más pensó. Ya se veía en Soto del Real con su traje a rayas.
Cuando hubo terminado,
el juez se dirigió a la señora en calidad de testigo, y le pidió lo mismo.
Tampoco nombró nada
del teléfono móvil. Pedro respiró por un momento.
El abogado de la
acusación tomo la palabra:
—Señor Pedro López,
creo que está muy claro que usted se saltó un semáforo en rojo como usted mismo
ha admitido en su exposición de los hechos y colisionó con la madre de mi
cliente. Está claro que la infracción fue cometida por usted.
Pedro y Ángel no
tuvieron nada que objetar.
—Esta infracción
provocó un accidente en el que la madre de mi cliente sufrió graves heridas de
las que necesitó, además, un periodo de
rehabilitación. Presento al tribunal el parte de lesiones de la mujer —le
entregó una copia a Ángel—. Pido una indemnización de 200.000 euros por daños
físicos y morales. Por otro lado, se pide que los hechos sean considerados como
homicidio por imprudencia en grado de tentativa. Llamo a declarar a mi testigo,
señor Antonio Martínez.
—Señor Martínez,
póngase en pie —ordenó el juez.
El abogado de la
acusación prosiguió:
—¿Es cierto que usted
se encontraba esperando para cruzar el semáforo y que este señor, ahí sentado,
se saltó el semáforo en rojo?
—Sí lo es —respondió.
—¿Vio algo extraño en
la forma de conducir del acusado? ¿Quizá alguna infracción grave al código de
circulación?
—Sí, estaba hablando
por el móvil.
No tengo nada más que
añadir, dijo el abogado y tomo asiento.
Sandra y Rafa se
sobresaltaron. Ángel se indignó.
Ángel se levantó y
tomo la palabra. Alegó que el accidente se había producido debido a una
infracción y que eso era todo. No podía ser tomado como intento de homicidio
por imprudencia. Se le denegó esta posibilidad.
—Eso lo decidirá este
tribunal —concluyó el juez.
Sobre la indemnización
pidió revisar las pruebas periciales por otro perito. El juez le aceptó esto
último.
Ángel terminó.
El juez tomó la
palabra:
—El juicio queda visto
para sentencia. Recibirán la sentencia por carta certificada. Frente a esta
sentencia cabrá recurso ante la audiencia provincial.
Ángel y Pedro se
levantaron.
—¿Cómo me has podido
ocultar lo del teléfono móvil? Tengo que conocer todo lo ocurrido con pelos y
señales, ¡no puedes mentirme! Además el tribunal te puede acusar de perjurio,
¿sabes? —dijo Ángel—. Alegaré que con los nervios del momento se te olvidó. No
será fácil, ¡me lo has complicado mucho, diantre!
Una vez se hubo
calmado continuó:
—No creo que el juez
te quiera meter en la cárcel. Con la nueva ley de circulación podría hacerlo,
pero le debes a la fortaleza de esa señora que es poco probable que ocurra. Si
el resultado hubiera acabado en muerte casi seguro que acabarías en prisión.
Tendrás pérdida de puntos, pero eso tiene una importancia menor.
Pedro se sintió
aliviado, pero el tiempo de incertidumbre hasta la espera de la sentencia se le
haría eterno. Además había que sumar que Ángel debía de presentar las nuevas
pruebas periciales para rebajar la indemnización, así como su alegación para
evitar la acusación por perjurio. La compañía si se haría cargo de la
indemnización a pesar de que estuviera hablando por el móvil, pero este hecho
podía cambiar la visión del tribunal sobre mandarlo o no a prisión.
Salieron de la sala.
Sandra y Rafa estaban esperando. Ella le dio un abrazo y un beso.
—No ha ido demasiado
mal —intentó animarlo.
—Sí, supongo
—respondió.
Alberto Bello Ruiz
XXIX. Todo
se complica.
Era sábado, y Olga no
tenía que ir al hospital, por lo que quedó con Mario para comer en su casa.
Deciden quedar a la
una, pero Olga siempre ha sido muy puntual, demasiado puntual, tan puntual que
todavía falta más de media hora y ella ya está en los alrededores de la casa de
Mario. Para no molestar y hacer un poco de tiempo, pasea por las calles
paralelas, cuando de pronto se encuentra a Sandra, Rafa y Pedro, los cuales
volvían del juicio que se había realizado hacía unas horas, y del cual, Olga no
tenía constancia.
A ninguno de los tres
les apetecía pararse a hablar con Olga, pero se habían encontrado en una
pequeña y estrecha calle, y por educación pararon.
—Hombre, el trío la la
lá. Qué, ¿a dar un paseo? ¿Dónde os habéis dejado a Ana? —dijo Olga con aires
sarcásticos y mirando a Pedro con cara de deseo.
—Buenos días a ti
también, Olga. No vamos a dar ningún paseo, venimos del juicio de Pedro
—contestó Rafa mientras Pedro le daba un disimulado pellizco en el brazo.
Rafa siempre había
sido un poco bocazas, y una vez más, había metido la pata. Pedro no quería
contarle lo del juicio a Olga, ya que quería hacer un borrón en lo que había
pasado y evitar que se metiera en su vida personal de nuevo.
—¿Juicio? ¿Qué juicio?
Pensaba que lo de la denuncia se había arreglado —contestó Olga sorprendida y
algo asustada— ¿Por qué no me habíais dicho nada?
Al final todo se ha
complicado —añadió Sandra al ver que no quedaba otra más que contárselo—. El
hijo quisquilloso de la señora ha seguido con todo este jaleo y, en resumen,
Pedro lo tiene muy jodido.
Pedro le lanza una
mirada asesina a Sandra (que estaba muy cabreada con su hermano por haberle
ocultado información importante al abogado) como queriéndole decir: ‘‘cállate
ya’’, de la cual Sandra hace caso omiso y sigue dándole explicaciones a Olga de
lo sucedido.
—Resulta, que con los
antecedentes penales de mi querido hermanito, y con el detalle de que iba
hablando por teléfono cuando ocurrió el accidente, lo cual ocultó a su abogado
dificultándole su labor, Pedro podría acabar en la cárcel, y no durante poco
tiempo que digamos —prosiguió Sandra sin cortarse un pelo.
—¿Qué dices? —dijo
Olga sobresaltada— ¿Por qué has hecho eso, cariño? ¿Es que quieres que la
cárcel nos separe para siempre?
Pedro, con los ojos
como platos y una expresión más bien vomitiva, no daba crédito a lo que sus
oídos estaban escuchando y añadió:
—Mira Olga, punto uno:
no me llames cariño. Punto dos: si no te he contado nada es porque no quiero
que tengas nada que ver en mi vida. Olvídame.
—Bueno, sé que en
realidad tu enfado no tiene nada que ver conmigo, sino que estás molesto con la
situación, así que te perdono todas esas palabras feas que me acabas de decir
por esa boquita tan linda —contestó Olga con tono dulce y sensual— Ahora tengo
que irme, llego tarde a mi cita, ¡chao!
Olga se marcha
contenta y antes de doblar la esquina les lanza un beso a sus ‘‘amigos’’.
Mientras tanto,
Patricia llega a casa agotada después de su rutinaria mañana de ejercicio
físico. Con lo primero que se encuentra al entrar es con el fogoso saludo de su
perrito Federico, un precioso mestizo de tamaño pequeño y de color arena el
cual adoptó hace un año y medio en una protectora canina de la ciudad. Patricia le tiene un cariño especial a
Federico, ya que su compañía le ayudó a superar el momento más complicado de su
vida, el fallecimiento de su tía, quién fue un pilar fundamental en su vida y
una segunda madre para ella.
Después de unos
cuantos lametazos de Federico, Patricia se descalza y deja las zapatillas en el
alfeizar de la ventana para que se aireen un poco. Seguidamente se tumba en el
sofá, alarga el brazo hacia la mesilla que tiene al lado y presiona el botón
del contestador para escuchar los nuevos mensajes del buzón de voz.
—Tiene un mensaje
nuevo. Recibido a las 17.37 h de ayer. Para escucharlo pulse 1.
Patricia sigue las
instrucciones del contestador esperando el típico mensaje de publicidad, cuando
de repente comienza a escuchar una voz familiar, la de Ramón.
—Hola cariño, sé que
últimamente no he sido mi mejor versión pero la distancia me ha hecho ver quién
es la mujer de mi vida. Te echo de menos y necesito verte. Si oyes este mensaje
y todavía sientes algo por mí ve a la casita en el campo de tus padres donde
pasamos aquel fin de semana tan especial y espérame que mañana por la tarde
estaré allí contigo de nuevo. Te quiero Patricia.
Esta se levanta
sobresaltada y vuelve a poner el mensaje ya que no da crédito a lo que está
escuchando. Su corazón comienza a latir más y más rápido y una sensación de mariposas
revoloteando en el estómago se apodera de ella. Patricia no lo había olvidado.
Pedro por fin llega a
casa después del juicio y la incómoda situación por la que acababa de pasar
hacía unos minutos con Olga. Allí le estaba esperando Ana, que en cuanto oyó el
sonido de las llaves abriendo la puerta se apresuró para recibirlo.
—Hola Peter. ¿Qué tal
ha ido? ¿Ha salido todo bien? —le pregunta, casi sin dejarle cruzar la puerta—
¡Dame una alegría y dime que sí!, aunque con esa mala cara que traes… ¿Ocurre
algo?
—Hola Ana, la verdad
es que todo ha ido peor de lo que imaginaba —le contesta Pedro cabizbajo—.
Resulta que se me olvidó decirle a Ángel que estaba hablando por teléfono
cuando choqué con aquella señora y eso junto a mis antecedentes, hacen que tenga
pie y medio en prisión.
—No me lo puedo creer,
¿cómo has dejado pasar por alto algo tan importante? —contesta Ana anonadada.
—No quiero discutir
por esto, ya no hay nada que hacer. Bastante culpable me siento ya.
—Tienes razón, perdona
cariño, tenemos que estar juntos en esto. No te preocupes que seguro que al
final la suerte nos sonríe.
Ana le da un fuerte
abrazo para intentar transmitirle todo el apoyo que necesita en ese duro
momento. Después, coge su mano y la pone en su vientre, lo que le hace a Pedro
olvidar todo en ese instante y le saca la primera sonrisa del día.
Mientras Pedro va al
dormitorio para cambiarse de ropa y ponerse cómodo, le dice a Ana:
—Por cierto, cuando
volvía del juicio, para colmo nos hemos cruzado con Olga, y los bocazas de Rafa
y mi hermana le han contado con pelos y señales todo lo del juicio.
—Que pareja de
insensatos, conociendo a Olga seguro que nos lo intenta poner todo más difícil,
pero tranquilo que no va a poder con nosotros —añade Ana quitándole miga al
asunto.
Cuando Pedro sale de
la habitación con la ropa de estar por casa puesta, se relaja junto a Ana en el
sofá, quien se queda dormida plácidamente apoyada en su pecho.
Después del encuentro
con Pedro, Rafa y Sandra, Olga llega al portal de Mario justo en el momento en
el que
—¡Señora María!
¡Cuánto tiempo! —exclama Olga al ver a la anciana.
—¡Hombre Olguica! ¿Qué
tal maña? Hace mucho que no vienes por aquí ¿eh? Ven anda, dame un par de
besicos.
—Sí, la verdad es que
he estado bastante liada últimamente… —responde Olga evitando dar demasiadas
explicaciones.
—Pues que alegría me
da verte. ¿Quieres pasarte a tomar café después de comer? Y te preparo esas
magdalenas que tanto os gustaban a Ana y a ti.
—Claro que sí, me
encantaría Señora María, para recordar viejos tiempos y ponernos al día que
seguro que ha habido muchos cotilleos en este bloque —le dice Olga bromeando.
—Uy hija, no lo sabes
tú bien, y eso que una va perdiendo facultades. Bueno, luego nos vemos.
Una vez que se
despiden, Olga sube hasta el piso de Mario y antes de tocar el timbre se
prepara. Suelta su coleta para lucir su morena melena, desabrocha los dos
primeros botones de su fruncida camisa blanca dejando ver parte de su
provocativo sujetador y se sube unos centímetros su corta y ajustada falda de
tubo negra.
Cuando por fin está
lista, da unos golpecitos en la puerta y Mario le abre rapidísimamente para
recibirla.
—Hola…guapetón —dice
Olga apoyada en el marco de la puerta y jugueteando con su pelo—. ¿Me dejas
entrar?
XXX.
Todo se complica (II).
—Hola nena —dice Mario
con tono nervioso—. Sí, sí, claro, pasa, esta es tu casa.
Olga entra y camina
como si de un pase de modelos se tratase, y Mario va detrás como un perrito
faldero.
Mario había preparado
una comida especial, dorada al horno con patatas y cebolla pochada, uno de los
platos preferidos de Olga. Se sientan alrededor de la mesa y comienzan a
disfrutar de ese plato tan delicioso mientras conversan alegremente. Al
terminar la comida, Mario le propone a Olga que le acompañe a recoger un
paquete que le había enviado un amigo de Londres, pero ésta niega su propuesta
y le explica que ha quedado con
—Me encantaría poder
acompañarte cari, pero esta mañana me he encontrado con
Evidentemente las
intenciones de Olga no eran las que le había hecho creer a Mario. Ella quería
hablar con
—De acuerdo, lo
comprendo. Cuando termines vuelve aquí, te dejo unas llaves, ya sabes que esta
es tu casa —le contesta Mario guiñándole un ojo.
Mario le da un
apasionado beso, coge sus cosas y se marcha. No habían pasado ni cinco minutos
y Olga ya estaba yendo a casa de la vecina, no tenía tiempo que perder.
“Din don, din don”. Olga toca el timbre de la casa de la mujer.
—Sí, sí, me parece muy
interesante todo esto que me está contando —le dice Olga interrumpiendo lo que
—Pues la verdad es que
están muy contentos en esta nueva etapa de su vida. La llegada de los gemelos
nos va a llenar de alegría —contesta la anciana con cara de felicidad. Seguidamente,
se queda pensativa y añade—. ¡Ay! Ahora que me los recuerdas, Ana me dejó un
juego de sus llaves y pasado mañana me voy a Benidorm con el Imserso —dice María
señalando las llaves que están colgadas detrás de la puerta principal—. Tengo
que ir a devolvérselas, menos mal que me lo has recordado hijica. ¡Qué cabeza
tengo!
Es entonces cuando a
Olga se le ilumina la bombilla y se le ocurre una brillante idea para su plan:
le robaría las llaves a
Patricia, ilusionada,
no se lo piensa dos veces. Hace rápidamente su maleta, coge las cosas de Fede y
se montan en el coche camino a Pau, en los Pirineos franceses, donde está la
casita de sus padres y así encontrarse con Ramón.
Ya en la carretera,
Patricia decide llamarle (utilizando el manos libres) para decirle que ya está
de camino y que llegará en aproximadamente dos horas y media.
Una vez en Pau,
Patricia toma dirección hacia la casita de campo y ve a lo lejos a Ramón
sentado en un banco esperándola frente a la casa. Pero no está solo, hay un
niño junto a él, cosa que Patricia no entiende ya que no le había comentado
nada.
Patricia coge a Fede y
bajan del coche, cuando Ramón se le acerca apresuradamente para darle un
apasionado beso y decirle que es la mujer de su vida. Pero ella sigue
sorprendida al ver a ese niño, por lo que le pide explicaciones.
—Hola Ramón, yo
también tenía muchas ganas de verte —le dice Patricia un poco tensa—, pero…
¿por qué no me habías dicho que traías compañía? ¿Quién es ese niño?
Es una larga historia,
pero no te preocupes, esta todo solucionado —le contesta Ramón cogiéndole la
mano delicadamente—. Este es Jack, mi hijo. Su madre me lo arrebató y ahora
está pagando por ello. Ahora los tres podremos ser felices juntos sin que nadie
se interponga.
—¿Cómo? ¿Qué tienes un
hijo? ¿Por qué no me lo habías contado? —responde Patricia sorprendida.
—Mira, te explicaré
todo más tranquilamente en otro momento, pero ahora tienes que ayudarme.
Tenemos que irnos de aquí a un lugar donde nadie nos conozca ni nos busque.
—¿Pero qué es lo que
pasa? ¿Me has hecho venir hasta aquí para ahora tener que marcharnos? No
entiendo nada Ramón… —contesta Patricia soltándose de su mano.
—Deja de hacer
preguntas estúpidas, ¡no hay tiempo! La policía me busca por llevarme lo que me
corresponde, mi hijo —responde Ramón poniéndose cada vez más nervioso y
agresivo.
—Ramón, me estás
asustando, no puedo ayudarte en eso, es algo muy serio. Pensaba que querías que
viniera para estar los dos juntos a solas, pero ya veo que tu intención es
otra. Vamos a llamar a la policía para solucionar esto de una manera civilizada
—le dice Patricia con el teléfono en la mano—. Seguro que la madre del niño
está muy preocupada.
—Tu no vas a llamar a
nadie, zorra —le grita quitándole el teléfono bruscamente—. Tú verás lo que
quieres hacer, pero igual alguien sale perjudicado por tu culpa…
En ese instante, Ramón
saca una pistola de la parte trasera del pantalón y apunta a Fede, que está
justo a su lado.
Mientras tanto en casa
de
—¿Ya te vas Olguica?
¿No quieres que te enseñe las fotos de cuando me fui a Toledo?
—Se lo agradezco, me
encantaría, pero el tiempo se me ha pasado tan rápido que no me he dado cuenta
de la hora que es y tengo que marcharme a hacer un recado —le contesta Olga sin
darle opción a responder—. Muchas gracias por todo, ¡chao!
Olga sale rápidamente
de ese pequeño apartamento y se dirige hacia una de las calles paralelas del
bloque. Desde ahí le manda un whatsapp a Mario para darle una excusa de las
suyas de por qué no se ha quedado esperándole en su casa:
“Hola cari. No te asustes si llegas a casa y
no me ves :p. Me he tenido que ir porque mi hermana me ha llamado urgentemente.
Te he dejado las llaves debajo del felpudo. Besines, nos vemos pronto”.
Una vez todo “aclarado”
con Mario, decide pitar en el telefonillo automático de Pedro para comprobar si
están o no en casa y así poder hacer lo que tiene pensado.
Por suerte para ella,
no están en casa, así que sin más rodeos se mete al ascensor y sube al piso de
Pedro. Una vez en su puerta, mira disimuladamente hacia todos los lados para
asegurarse de que nadie la ve, y entra.
Es un pequeño piso que
aunque no es demasiado grande, los múltiples espejos que decoran las paredes
hacen que parezca más amplio. Tiene el salón junto con la cocina, separado de
una barra americana, un baño enfrente y un dormitorio.
Nada más entrar a Olga
le recorre una sensación de rabia e impotencia al ver, en el tocador de hall,
una foto de la pareja. Como es tan impulsiva, coge la foto y la tira al suelo,
haciendo que se rompa el cristal en trocitos.
Lo siguiente que hace
es entrar en el dormitorio y tumbarse sensualmente en la deshecha cama con la
intención de dejar su característico olor en las sábanas. En ese instante
comienza a recordar aquella maravillosa Nochevieja que pasó con Pedro y se le
ocurren mas ideas que pueden terminar con la relación entre Ana y él.
Se levanta de la cama
y se quita el tanga, el cual deja colgado de la lamparita de noche que está en
la mesilla, y seguidamente se desabrocha el sujetador y lo coloca sobre la
cama.
Ya se disponía a salir
de la habitación cuando algo del armario abierto le llama la atención, ahí
estaba la camisa de cuadros rojos preferida de Pedro. Se acerca a ella, la
coge, se la acerca a la cara y comienza a olerla con ímpetu y deseo. Saca el
pintalabios rojo que siempre lleva en el bolso, se pinta delicadamente sus
carnosos labios, comienza a besar el cuello de la camisa impregnándolo de
carmín y la deja sobre el sillón que está al lado del armario.
Finalmente sale del
cuarto y se dispone a buscar cualquier información que le sirva para conocer
mejor la situación del juicio de Pedro, ya que le preocupa que acabe en
prisión. Encuentra sobre la mesa del salón los papeles relacionados con el
juicio. Comienza a hurgar entre ellos y se topa con un papel escrito a mano
donde aparecen los números de teléfono de la señora con la que tuvo el
accidente y el de su hijo.
Olga sabe
perfectamente que con su cuerpo para el pecado y sus dotes de seducción puede
convencer a cualquier hombre de lo que quiera, y no le resultaría difícil hacer
que el hijo quisquilloso de la mujer retirara la denuncia a Pedro ligándoselo.
Así que cogió su teléfono móvil y marcó el número del chico para guardarlo en
su agenda, cuando de repente vio que ya lo tenía guardado. El nombre que
aparecía era el de Ian…
Sara Garcés Carcas y Patricia Aznar Serrano
XXXI. Zarracatalla de sentimientos.
Ian Andrews, aquel
pelirrojo irlandés borracho que le hizo el amor apasionadamente en el “Love
boat” y que después desapareció. Esto trajo consecuencias… en forma de embarazo
no deseado.
Ian era un chico de
estatura media, ojos color aceituna y pelo desenfadado aunque sutilmente
arreglado. A simple vista era un chico muy guapo, pero conforme lo ibas conociendo
(su forma de expresarse, su mirada, sus gestos) hacía que cualquier persona
cayera rendida a sus pies. Tanto, que a la mismísima Olga, logró encandilar.
Tras el frenético encuentro en el “Viking Line” tuvieron una complicada
relación…
—¿Qué hago? —pensó
Olga.
Cientos de mariposas
recorrían su estómago. ¿Seguir con su plan o por el contrario le apetecía ver a
Ian pero no con ese fin? Infinitas dudas rondaban por su loca cabeza. Tenía que
pensar algo rápido… ¡Ya! ¡No tenía tiempo!
De repente un sonido
de llaves y unos pasos muy familiares se estaban acercando al piso…
—¡Mierda! ¡No! ¡Están
aquí!
Olga lanzó los papeles
y corriendo se escondió debajo de la cama.
—¿Que tal te lo has
pasado cariño?
—Muy bien, necesitaba
pasar una tarde así de tranquilita contigo cariño. Eres el mejor Peter. Voy a
tumbarme un rato, que éstos niños me agotan.
Cuando Ana se disponía
a entrar en su habitación, llaman a la puerta.
—Ya voy yo cariño
—dice Ana.
Es
—Hombre Señora María,
que agradable sorpresa. Pase.
—Gracias Anita. Sólo
quería comentaros una cosa: ¿qué os parece si os invito a un cafecito y
charlamos tranquilamente en mi casa? ¡He hecho esta mañana unas magdalenas
buenísimas! De esas que tanto te gustan, hijica.
—Muchas gracias, pero
hemos cenado por ahí, y yo la verdad es que no tengo nada de apetito. Estoy
agotada y necesito descansar, es usted muy amable.
—Un cafecito entra muy
bien a cualquier hora. Venga que os espero, he dejado la mesa puesta y la
puerta entreabierta.
Ana y Pedro aceptan
ante la insistencia de la anciana vecina. No sabían decirle que no a la
adorable abuelita.
—Hijicos, ya sabéis
que no me gusta meterme en cosas ajenas, pero ésta mañana he visto a Olga por
aquí y la he invitado a un cafecito. La verdad que me he alegrado de verla, ya
sabes Ana que os quiero mucho a las dos, aunque tenga más debilidad por ti. El
caso es que la he notado algo rara, apenas me escuchaba y sólo se interesaba
por vosotros. ¿Pasa algo chicos?
Ana y Pedro no daban
crédito a lo que estaban escuchando…
—Nada María, nada…
—contestó Pedro mientras sujetaba la mano de Ana.
Atónitos se quedaron
mirándose unos segundos hasta que Pedro abrazó a Ana y la besó en la frente.
—Tranquila cielo,
nunca nos van a separar.
Siguieron conversando
con María hasta las tantas…
Olga aprovechó para
salir sigilosamente del apartamento de Ana y sin recoger los papeles ni nada se
marchó apresuradamente. Llevaba el móvil en la mano y como si de una margarita
se tratase iba diciéndose:
-¿Lo llamo? No lo
llamo… ¿Lo llamo? No lo llamo…
Olga era una mujer muy
decidida, así que optó por llamarlo.
MENÚ, AGENDA,
CONTACTOS… IAN ANDREWS.
Sólo de imaginarse su
voz sentía como una bocanada de nervios y la piel se le erizaba.
Piiiiiiiiiiiii(1 tono)
Piiiiiiiiiiiii(2
tonos)
Piiiiiiiiiiiii(3
tonos)
Buzón de voz….
«¿Se acordará de mí?
—pensó—. Ya me llamará cuándo vea la llamada».
Hacía ocho años que no
se veían, y Olga había cambiado mucho. Como todos los cambios que afectaban a
su imagen, siempre a mejor. Estaba siempre a la última y se mantenía
fantástica, era el pecado en persona y le encantaba. Recogió el móvil en el
bolso mientras caminaba hacia su casa.
Eran las once de la
noche cuando Ana miró su reloj y le hizo a Pedro un gesto para irse.
—Estamos muy a gusto
conversando con usted, pero es demasiado tarde y hoy ha sido un día muy
ajetreado.
—Vale Anita, no os
preocupéis. Ahora que me doy cuenta… ¡No habéis probado mis magdalenas! ¡Ay
esta juventud que no come nada! Llevaros el resto para desayunar mañana, que
seguro que no tienes nada en la despensa...
—Gracias María, es
usted un encanto —le sonrió Ana.
—Hasta mañana hijicos,
que descanséis.
—Igualmente y gracias
por todo.
Se fundieron los tres
en un cálido y acogedor abrazo y la pareja le dio un tierno beso a
Al entrar en el piso,
Ana seguía con el tema Olga. ¡Cómo para olvidarlo!
—¿Qué es lo que
quiere? ¿Por qué es así? —Ana lo repetía una y otra vez.
—Déjalo ya cielo.
Ahora piensa que va a ir todo bien, que por fin estamos juntos otra vez y que
pronto seremos cuatro —le dijo Pedro para tratar de calmarla.
—Gracias cariño. No sé
que haría sin ti. Eres el pilar más importante de mi vida.
Se fundieron en un
romántico beso. Pedro, para rematar la jornada se le ocurrió una idea:
—¿Te apetece que antes
de dormir veamos una peli? Rafa me grabó el otro día unas cuantas, entre ellas
tu favorita: “El Diario de Noa”.
—Me encantaría guapo, pero
estoy tan agotada que sólo tengo ganas de tumbarme y dormir.
—Está bien cariño, yo
me quedo un ratito viendo la tele.
—Hasta mañana cariño
—dijo Ana mientras se dirigía a sus aposentos.
Cuándo Ana llegó a su
habitación y encendió la luz no podía creer lo que estaba viendo: papeles por
el suelo, un sujetador encima de la cama, un tanga en la lámpara de la mesita
y… la camisa que le regaló a Pedro manchada de carmín.
¿Que estaba pasando?
¿Por qué? ¿Otra vez? No podía creerlo.
—Pedro, ven por favor,
tenemos que hablar —le dijo con la voz entrecortada.
—¿Qué te ocurre
pequeña? —le preguntó Pedro con los ojos como platos cuando llegó a su altura y
contempló semejante panorama.
—Vete pensando en lo
que me vas a contestar, porque yo ya no puedo más Pedro.
—Estoy tan asombrado
como tú. De verdad que no sé qué esta pasando Ana. Tienes que creerme, por
favor.
Ana lloraba desconsoladamente.
¿No podía pasar un día en el que estuviera tranquila y feliz? Le pidió a Pedro
que por favor se marchara a casa de sus padres, necesitaba estar unos días sola
y pensar en lo ocurrido.
—Ana cariño, por
favor, te juro que yo no sé nada. Me tienes que creer, por favor. Eres la mujer
la de mi vida, ya lo pagué muy caro la otra vez. ¿Piensas que soy tan tonto de
volverlo a hacer otra vez? Ana, por favor —Pedro le suplicó entre lágrimas a
Ana una y otra vez que lo creyera.
—Pedro, no me lo pongas
más difícil por favor. Vamos a darnos un tiempo, esto me acaba de dejar
desconcertada.
Pedro se marchó
cabizbajo a casa de sus padres, necesitaba hablar con su hermana y que ésta le
aconsejara.
Mientras, aturdido
todavía, por el camino pensó:
«Esto ha tenido que
ser cosa de Olga, ¡seguro! —sacó su móvil del bolsillo y marcó su número—.
¡Mierda ocupado! Ya probaré mañana, esto tengo que arreglarlo cuanto antes».
Olga se disponía a
acostarse cuándo se dio cuenta de que su móvil no dejaba de parpadear, la estaban
llamando. ¿Quién podía ser a las doce de la noche?
Miró en móvil y
automáticamente se le dibujó una sonrisa.
—Hola Ian. ¡Cuánto
tiempo!
—Sabía que tarde o
temprano me llamarías, Olguita.
—Quedaron muchas cosas
pendientes entre nosotros hace ocho años, ¿no crees? ¿Te parece que nos veamos
mañana a eso de las ocho en el Rock & Blues y nos ponemos al día?
—Perfecto, allí
estaré. Ponte guapa.
No se lo podía creer.
¡Qué zarracatalla de sentimientos! Incertidumbre, morbo, nervios, alegría…
Eran las seis de la
tarde del día siguiente y Olga comenzó con su sesión de chapa y pintura. Era
una mujer muy atractiva y sabía sacarse partido. Se enfundó en unos leggins de
color negro que marcaban su perfecta silueta, una camisa vaquera super ceñida,
tacones de infarto y sus labios los había pintado de un rojo pasión que
parecían aun más sensuales y carnosos.
Llego al Rock &
Blues a eso de las ocho menos diez. ¡Qué le estaba pasando! Llegaba a la cita
con diez minutos de adelanto, cuando su modus operandi era hacer esperar a sus
citas “porque sí”.
Allí estaba él,
leyendo un periódico desinteresadamente mientras la esperaba.
Olga se fue acercando
hasta su mesa, y éste al oír los tacones que se aproximaban levantó la miraba
hacia el frente.
—¿Olga?
—Hola bombón, cuánto tiempo…
Elisa Cebollada Bailón
XXXII. Ian.
Desde esa noche, desde
esa llamada a las doce de la noche, Olga no había podido dejar de pensar en
Ian. «Dios mío… cuánto tiempo ha pasado, cuántas cosas…»
Durante todo el tiempo
transcurrido, ocho largos años, había intentado imaginar cómo sería aquel
reencuentro y si existiría alguna vez en su vida. De hecho, por alguna extraña
razón nunca había sido capaz de borrar aquel número de teléfono. Su cabeza no
paraba de dar vueltas y sentía un nudo constante en la boca del estómago que le
producía cierta ansiedad. Estaba nerviosa, no podía negarlo.
—Dios mío, Olga,
¿quieres tranquilizarte? Respira, ¡por favor respira! —no paraba de gritar una
voz en su cabeza.
No paraba de hablar en
voz alta consigo misma, intentando controlar los nervios y recorría el pasillo
de arriba abajo, una y otra vez, de forma constante e incansable. No podía
controlarse. Estaba en plena ebullición.
—¿Quieres
tranquilizarte de una vez, por favor? Sólo has quedado con él para hablar.
¡Serénate!
No se lo podía creer,
estaba fuera de sí, ésa no era ella, la chica fuerte y segura de sí misma que
proyectaba como imagen hacia los demás. Se sentó en la cama, respiró hondo y
dejó que su cabeza volara a Estocolmo.
Recordó aquella noche
loca en la que todo pasó de forma fugaz y tras la que Ian desapareció de su
vida. También el día en el que había descubierto su “sorpresa” y los días que
pasó con Ana, su amiga del alma, con la que consiguió desahogarse y con la que
había conseguido medio poner sus ideas en orden. Nunca podría olvidar esos días
con Ana, pero cómo cambian las cosas, ahora ya casi ni se hablaban y habían
perdido la confianza la una en la otra…
No quería esperar más,
no podía esperar más. Era joven y estudiante y su familia nunca iba a entender
su desliz pues venía de una familia más bien tradicional. Había tomado la
decisión, aunque algo le provocaba dudas y le echaba para atrás. Sin embargo no tenía escapatoria, los días
pasaban y cada vez iba a ser más complicado.
Decidió entonces no
contar nada a nadie, ni a su familia, ni mucho menos a sus compañeras de piso o
a Ian, al que conocía sólo de una noche de borrachera y no había vuelto a ver.
Se puso en contacto
con una clínica de interrupción de embarazos y decidió no esperar más. Al cabo
de dos días salía de la clínica con el “asunto arreglado”.
Olga volvió a la
rutina de la vida diaria. Eso le daba fuerzas para continuar y le evitaba
tiempos muertos para pensar en aquello que había hecho. No tenía ni sentía
remordimientos. Se había autoconvencido de que aquello era lo correcto. Era
ante todo una chica práctica y decidida, y un bebé en ese momento iba a
desbordar su vida, su futuro y no estaba dispuesta a hipotecarse desde ya.
Quería vivir su vida paso a paso y un bebé en estos momentos no iba a hacer mas
que interrumpir sus planes. Al fin y al cabo había sido un desliz de una noche
sin más y la vida continuaba.
Su falta de
remordimientos le hizo dudar si era buena persona, si tenía sentimientos, pero
ganó su lado pragmático y no volvió a pensar más en ello. Pese a todo tenía la
conciencia tranquila.
Sin embargo el azar es
impredecible y quiso que a los pocos días, al volver de las clases de la
universidad y girar una esquina camino de casa, Olga se cruzara con un chico
que le resultaba familiar, demasiado familiar, pero no lograba identificar de
qué lo conocía.
«¿Quién era? ¿De qué
conocía a ese chico?” —de repente lo supo— “¡Ian! ¡Era Ian!»
Comenzaron a hablar y
entablaron una amistad, la amistad creció a pasos agigantados y se convirtió en
algo más y Olga, la chica que era capaz de conquistar a cualquier hombre del
planeta con su imponente físico, se enamoró locamente de Ian… ¿Quién lo iba a
decir? Pues sí, Olga estaba coladita por aquel chico pelirrojo del barco.
Estaba feliz. Había
roto su caparazón de chica superficial y rompecorazones. Ian había sabido mirar
su interior y hacer de ella una mejor persona. Olga se volcó en la relación. En
experimentar por primera vez el amor de una pareja estable y feliz. Eran tal
para cual y estaban hechos el uno para el otro. Compartían el mismo sentido del
humor, hablaban de millones de cosas y estaban deseando pasar tiempo juntos. Se
sentían tremendamente atraídos el uno por el otro y el sexo entre ambos era
bestial. Se necesitaban continuamente y no había día que no se viesen, se
besasen, se abrazasen… Estaban felices juntos. Olga se acostumbró a esa
estabilidad que Ian le daba y deseaba que aquello durase mucho.
Pero nada es eterno y
de repente un día… sin saber por qué, Ian comenzó a estar distante, cada vez
más distante. Olvidaba mandar los mensajes a los que había acostumbrado a Olga:
“Buenas noches princesa…”
“Buenos días preciosa…”
Olga comenzó a ponerse
nerviosa. Es ese sexto sentido que tienen las mujeres cuando algo va mal. Y
llegó el día que Olga tanto temía. Ian desapareció.
“Necesito pensar qué es lo que siento por ti”
Esas fueron sus
palabras. Olga supo que no lo volvería a ver más, que no continuaría esa
conversación pendiente y que recordaría siempre esas palabras.
Se fue. Se fue sin dar
más explicaciones, sin decir nada más, sin echar la vista atrás y en ese mismo
instante empezó el calvario de Olga. Sólo tenía ganas de llorar, su sonrisa
había desaparecido y en su lugar sólo existía un rictus de tristeza. La luz de
sus ojos se apagó y aparecieron unas profundas ojeras que enmarcaban su mirada.
El tiempo pasaba demasiado despacio y los minutos se hacían horas. No se
reconocía en el espejo. ¿Dónde estaba la chica sonriente, fuerte, capaz de
comerse el mundo con su desparpajo habitual? ¿Por qué no era capaz de sacar
fuerzas y hacer como si nada hubiese pasado tal y como estaba acostumbrada en
sus otras relaciones? Dejó de ir a clase, de salir, de quedar con los amigos, y
sólo lloraba ante la incomprensión del momento. Ésa no era ella.
«No se puede obligar a
nadie a que te quiera», pensaba.
Pero no podía dejar de
preguntarse qué había pasado. Lloraba, lloraba desesperadamente por no poder
dejar de llorar. Le costó superarlo y cuando logró reponerse del batacazo
estaba tremendamente enfadada consigo misma por permitirse quedarse en ese
estado de letargo.
«¡Hijo de puta! —se repetía continuamente—. ¡Serás capullo!»
A partir de entonces
se prometió que nunca nadie le volvería a hacer daño y se hizo fuerte. Los
chicos serían para ella un juego, un capricho, pero no se permitiría volver a
llorar por un hombre. Fue en ese momento cuando comprendió que había hecho lo
correcto con el embarazo. Sí, era lo correcto.
El curso escolar
terminó y Olga volvió a España. Se reencontró con su pandilla y aparcó todos los
sentimientos vividos en Estocolmo. No había podido olvidar a Ian, pero tampoco
había podido recordarlo hasta entonces. Pese a todo seguía siendo demasiado
doloroso. Era la única vez en la que Olga había sido completamente feliz.
Y ahora míralo,
sentado en la mesa del bar Rock &
Blues. No había cambiado nada, estaba tal y como lo recordaba.
—¿Olga?
—Hola bombón, cuánto
tiempo…
Tenía demasiados
sentimientos, el corazón le latía tan fuerte que le dolía el pecho.
«¡Contrólate, Olga!
—era su voz interior la que hablaba—. ¿Pero por dónde empezar?»
Se le agolpaban las
preguntas y las sensaciones. ¿Cómo debía actuar? Muy a su pesar, Ian sigue
resultando extremadamente atractivo y pese a que es consciente del daño que le
hizo, no puede evitar sentir cosquilleo en el estómago.
«¿Qué coño me está
pasando?», piensa para sus adentros a la vez que siente que se ruboriza.
En su casa Pedro
estaba que trinaba.
«¡Puta Olga! ¡Será
zorra! Esto ha llegado ya demasiado lejos. No voy a permitirle que rompa
aquello que he conseguido con Ana. No va a ser ella la que rompa mi familia.
Esto tiene que terminar ya de una vez. Tengo que poner fin a esta historia de
una vez por todas.»
Presa del enfado
decide volver a llamarla.
Olga nota que su
teléfono vibra y lo mira. «¡Mierda, Pedro! ¿Y ahora qué? Pedro… Ian…»
Bárbara López Díez
XXXIII.
¿Cómo ha podido?
¿Y ahora qué?
Por un instante Olga
estaba totalmente confusa, la situación se le apoderaba, algo inhabitual en
ella, pues siempre sabía qué hacer en cada momento, conseguía una respuesta
rápida para cualquier dificultad que se interpusiera en su camino. Segura y
decidida. Pero con la llamada de Pedro no sabía qué hacer, no le apetecía
hablar con él. Optó por no cogerlo dejando sonar esa odiosa melodía “Basic
tone” que siempre se le olvida cambiar hasta que Pedro desistiera de llamarla.
No entendía como podía tener sentimientos hacía dos hombres a la vez. ¿Por qué
Ian tenía que ser el hijo de aquella mujer? ¿Por qué él? Con lo fáciles que
hubieran sido las cosas si el hijo de esa mujer fuese alguien desconocido.
Seducción y atracción de mujer hacia el hombre, sin mezclar sentimientos. Así
de sencillo. Pues no, tenía que ser él, Ian. ¿Y qué hacía en España?
Ian Andrews, hijo de
Brian Andrews y Carmen López. Brian era un rico empresario irlandés. Su empresa
gestionaba todo el transporte de mercancías en Irlanda, y esta había sido
heredada de padres a hijos durante tres generaciones. La familia de Brian,
además de poderosa y de las más ricas del país, era católica, muy tradicional,
como la gran mayoría de los habitantes de Irlanda. La idea del matrimonio tenía
que seguir su curso: chico conoce a chica y no pueden tener relaciones sexuales
hasta el matrimonio, pues sería vivir en pecado y una gran traición a la
familia.
Carmen López en
cambio, era una española que provenía de una familia humilde sin mucho dinero
para comer y menos para estudiar. Cansada de esta situación y queriendo hacer
su sueño realidad, a los diecisiete años con sus ahorros decidió emprender la
aventura de viajar a Irlanda. Siempre lo había deseado. No sabía por qué, pero
quería ir allí. Esos ahorros sólo le llegaban para comprar el billete de ida a
Irlanda, así que nada más llegar allí se tendría que buscar la vida para poder
sobrevivir.
Brian y Carmen se
conocieron en el mismo aeropuerto. Él se quedó embobado nada más verla. Se
enamoraron y fruto de ese amor, ella se quedó embarazada de Ian. Debido a la
tradicional familia Andrews, los padres de Brian no iban a aceptar esa
relación, y menos a su hijo bastardo. Así que por no complicarle la vida a
Brian, Carmen decidió apartarse y criar a ese hijo sola, pero fuera de Irlanda.
Echaba en falta España y a su familia, pues se sentía sola. No se lo pensó dos
veces y volvió a su ciudad natal.
Brian no pudo ver
crecer a su hijo, pero siempre se preocupó por él y todos los meses le enviaba
dinero para su educación. Ian consiguió ir a la universidad, y debido a la
posición económica de su padre pudo irse de Erasmus a Estocolmo. Allí es donde
conoció a Olga.
Eran la siete de la
tarde cuando Mario llegaba al Rock & Blues y encuentra a Hugo sentado en la
mesa al lado del gran ventanal que caracteriza al bar. Observa que Hugo ya
había pedido una jarra de cerveza, se acerca a la barra y pide otra para él.
—Vaya lío tengo que
contarte —dijo Mario bastante preocupado.
—¡Desembucha guapo!
—le contestó Hugo bastante impaciente.
Pasó una hora desde
que Mario comenzó a contarle todo el problema en el que estaba metida su amiga Ana y ambos
seguían inmersos en la conversación.
—Es un caso que
podemos ganar, no le tiene porque afectar a Ana. Podemos utilizar las
grabaciones de seguridad para probar que Ana no cogió el cloroformo, sino
Ramón. Y que todo lo que afirmó entonces fue un momento de confusión.
Esas palabras de Hugo
calmaron a Mario.
—¡Buff! Según todo lo
que está pasando Ana, no gana para disgustos. No estaría de más que todo este
tema del cloroformo se arreglara cuanto antes.
Mientras conversaban
iban terminando esas jarras de cerveza enormes y no dudaron en pedir otra
ronda, pues tanto hablar no les calmaba la sed.
—¿Pero hay alguna
denuncia del hospital hacia Ana? —Hugo le preguntó a Mario.
—Sí, el otro día le
llamaron del juzgado para citarla para la próxima semana. La amiga de Ana,
Teresa, le dijo que iba a investigar sobre el asunto.
—Bueno, creo que antes
de que la denuncia siga su curso, podemos hablar con esa tal Teresa y
demostrarle con las grabaciones que Ana es inocente. Tenemos tiempo, ya sabes
lo lenta que es la justicia en este país. Dile a Ana que te dé el número de teléfono
de Teresa —Hugo bastante convencido de lo que decía, estaba seguro de que esta
idea le iba a funcionar.
Sin dudarlo ni un
segundo, llamaron a Ana y consiguieron contactar con Teresa, la cual accedió a
ver esas grabaciones junto con Hugo y Mario. No fue fácil conseguirlas, pero
sabía que no podía seguir adelante con la denuncia a Ana, pues era su amiga. No
se sentía capaz y por eso estaba dilatando tan difícil decisión.
Durante los días
siguientes estuvieron viendo horas y horas de vídeo hasta que por fin lo
encontraron.
—Ahí está, tal y como
decía Ana, Ramón robó el cloroformo —Teresa se quedó tranquila viendo las
imágenes ya que lo tenía mucho más sencillo. Retiraría la denuncia y la
interpondría contra el verdadero culpable: Ramón. Estaba preocupada, pues las
imágenes daban credibilidad a su amiga, y era bastante probable que Ramón la
secuestrara, pobre Ana.
Ramón en poco tiempo,
estaba siendo buscado por
Ana, sabiendo todo el
lío que se había montado por defender a Ramón, tenía que poner al día al resto
de amigos por lo que decide invitarles a su casa y contarles todo
detenidamente. Todos los problemas con Olga y el juicio de Pedro pasan a un segundo
plano. Les llama uno a uno, excepto a Olga evidentemente. De todos recibe
respuesta excepto de Patricia, lo que le sorprende. Aun así la cena sigue en
pie.
Ana no sabía que
preparar para cenar, no tenía la cabeza para pensar en recetas innovadoras, así
que acudió a lo fácil: compró unas pizzas que sabía que a todos les gustaría y
algo de beber. Una vez todos sentados en el sofá, Ana comenzó a contarles toda
la historia. Se quedaron boquiabiertos, ya que no esperaban que Ramón hubiera
podido llegar tan lejos. Comprobó su móvil de nuevo y observó que no había
recibido ninguna llamada de Patricia.
—Por cierto, he
llamado varias veces a Patricia y no me lo coge, ¿sabéis algo de ella? ¿Se ha
ido a algún sitio? Hace días que no la
veo. Sandra y Rafa se miran mutuamente.
—¿Estás pensando lo
mismo que yo? —le dice Sandra a Rafa.
Todos sabían que
Patricia y Ramón habían estado juntos meses atrás. Él no quería nada con ella,
fue una más en su vida amorosa, pero ella sentía algo más por él que una simple
amistad y sabían que si Ramón le reclamaba ayuda ella acudiría donde él
quisiera.
—¿Pero tú crees que
Patricia está ayudando a Ramón para solucionar alguno de sus chanchullos?
—exclamó Ana indignada defendiendo a su amiga—. Conozco muy bien a Patricia y
creo que es bastante sensata y no se va a involucrar en ninguna locura.
—Según lo que has
contado de Ramón, lo veo capaz de todo y ha podido embaucar a Patri —dijo Rafa
convencido.
Mientras tanto en Pau,
a Patricia no le quedaba otra escapatoria. Tenía que hacer todo lo que quisiera
Ramón, pues tenía una pistola y si había amenazado a su perro Fede, también
podía amenazarla a ella.
Patricia a pesar de
estar incómoda en esa casita, no podía dejar de cuidar a Jack. No lo conocía de
nada, pero era un niño inocente que echaba de menos a su madre y no entendía
por qué Ramón, con el que estuvo jugando todos los miércoles, de repente lo
separó de su madre.
En un descuido
Patricia miró su móvil y vio una larga lista de llamadas de Ana. Estaba claro
que sospechaba algo… No dudo en enviarle un corto whatsapp ahora que Ramón no
la vigilaba.
“Estoy en mi casa de Pau, Ramón me tiene
retenida junto con su hijo Jack. Llamad a la policía. Rápido.”
Un doble tic del
whatsapp suena en el móvil de Ana, y ésta lo lee:
—¡Es Patricia! ¡¡La tiene
retenida Ramón en Pau con su hijo Jack!! ¡Llamad a la policía!
—¿Jack? —interrumpió
Sandra sorprendida—. Pero, ¿Ramón tiene hijos?
El pánico se hizo
protagonista de aquel salón. Nadie entendía nada. Rafa es el que llama a la
policía, pues es el único que puede contener los nervios y hablar sin que se le
trabe la lengua. Marca el 091.
Una vez hecha la
llamada, la policía tiene que contactar con la policía francesa, pues no puede
hacer nada al ser territorio francés. Pero Ramón no era desconocido en el historial
de
Se desplegaron muchas
unidades de la policía en la frontera de España y Francia para interceptarlo por
si trataba de volver a España.
Mary, la madre de
Jack, enseguida fue informada de que habían localizado a su hijo tras muchos
días de búsqueda. No lo podía creer, por fin podría abrazar a su hijo. No debía
haber permitido que el padre de su hijo entrara en sus vidas. No volvería a
cometer ese error. Lo único que quería es que todo volviera a la normalidad,
volver a la rutina con Jack y James en Londres. Era su único deseo.
Ramón estaba
merodeando por los alrededores de la casa, a la vez que vigilaba a Jack y
Patricia, cuando se oyen unas sirenas a lo lejos: «No puede ser…» A medida que pasan los segundos se oían cada vez
más cerca.
—¡Mierda! ¡Esa zorra
ha llamado a la policía! —gritó Ramón mientras entraba en la casa y buscaba
desesperado a la mujer que le había delatado. Su cuerpo se llenó de furia. Iba
directo, con el puño preparado, no se podía contener. Ahí estaba, sentada en el
sofá… ¡Zas! Patricia recibió un primer puñetazo es su delicado pómulo. No
paraba de recibir golpes y patadas por todo el cuerpo. Se quedó casi
inconsciente, no sentía la cara, ninguna parte del cuerpo. No podía hacer nada,
le pilló desprevenida. Se sentía impotente pues su cabeza se quería defender de
su agresor pero su cuerpo no le respondía. Notaba que le costaba respirar, su
pulso se iba debilitando hasta que dejó de latir.
—¡Policía! —se oye una
voz grave tras un megáfono—. ¡Entréguese Ramón, no tiene escapatoria!...
Lara Garijo Labanda
XXXIV.
Amandine.
Abrí los ojos y me
desperté confusa.
Oía lluvia fuera,
parecía una tormenta fuerte con mucho viento. El sonido me resultaba conocido,
como si ya hubiera vivido alguna de esas tormentas tiempo atrás. Eran muy
típicas allí en Pau. Al momento reconocí el lugar donde me encontraba, tiempo
atrás había estado visitando a un amigo de mis padres que estaba hospitalizado,
a pesar de tener alguna laguna de qué hacia allí. Intenté incorporarme pero los
goteros me lo impidieron. La puerta de la habitación se abrió y mamá corrió a
abrazarme.
Mientras,
En casa de Ana y Pedro
todavía seguían sin dar crédito a lo ocurrido, sin nadie que les informara de
novedades no podían parar de hablar del mensaje de Patricia, olvidando
realmente el motivo por el que habían quedado a cenar. Así que Pedro y Ana
decidieron ponerles al día de sus vidas hasta que tuvieran más noticias desde
Francia. Ana ya había contado toda la historia de Ramón y los chicos aún
seguían sin dar crédito permaneciendo boquiabiertos. Pedro tomó el mando de la
conversación ahora contando lo ocurrido en el juicio con la ayuda de Sandra y
Rafa. Y entre tanta historia mala, la pareja también tenía una noticia buena
que darles, que hasta Sandra desconocía.
—Chicos, con todos
estos líos que tenemos ahora se nos ha pasado por alto deciros algo. No solo
vamos a ser tres en la familia, ¡estoy embarazada de gemelos! —era Ana la
encargada de comunicarles esta buena noticia.
Todos se pusieron como
locos y corrieron a darles la enhorabuena a la pareja. Tomaron café y alguna
que otra copilla.
Ya se hacía tarde y
Ana estaba agotada (no nos podemos hacer a la idea de lo que debe de ser tener
a dos retoños dando mal en el vientre…). Todos se marcharon y después de
bastante insistir Pedro consiguió que Ana le dejara quedarse a hablar de lo
ocurrido con Olga.
Al bajar del avión, ni
siquiera esperé a recoger la maleta, corrí hasta encontrar a mamá, estaba
seguro de que Amandine la recogería por mí. Amandine era la chica que me había
acompañado hasta Londres, lo poco que había podido conocerla me pareció
encantadora, a pesar de toda la información que intentó que le contara sobre lo
ocurrido en casa de Patricia, pero yo solo quería ver a mi madre y contárselo a
ella.
Así que nada más
llegar allí y abrazar a mamá nos trasladaron a una sala apartada del aeropuerto
de Londres en la que me dejaron un ratito a solas con ella. La habitación era
rectangular, bastante grande, había una mesa central que ocupaba todo lo largo
de la sala, tenía un color blanco roto que desprendía tranquilidad, aunque
igual era que por fin estaba con mamá y realmente era eso lo que me producía la
tranquilidad. En un rinconcito de la sala había un sofá de cuero muy cómodo
junto a una mesa pequeña con un montón de comida, fue toda una alegría ya que
desde antes de lo ocurrido con mi padre no había llevado nada a la boca más que
un mísero zumo de naranja en el avión. Empecé por el queso curado, me priva el
queso fuerte, también comí algo de jamón serrano que estaba buenísimo, en
efecto “me puse las botas”. Mamá no paraba de mirarme con orgullo mientras se
le escapaba alguna lagrimilla cada vez que pensaba que me podría haber perdido
o que me podría haber ocurrido algo malo. No se lo hubiera perdonado jamás.
—Todo saldrá bien
hijo, ahora van a venir unos miembros de la policía para que les cuentes todo
lo ocurrido allí desde el momento que Ramón se te llevo de casa —me dijo mamá
mientras me agarraba fuerte de la mano.
—Pero mamá, yo no
quiero que le hagan nada malo a Ramón, el sólo quería estar conmigo.
—Cariño, es necesario
y tienes que hacerlo, Ramón no quería estar contigo. Si sólo hubiera sido eso
yo le hubiera dejado, pero lo que él quería era separarnos, y yo eso jamás se
lo voy a permitir a nadie.
La puerta se abrió y
aparecieron un señor muy alto vestido de traje y corbata y Amandine que se
mostró contenta al verme ya con Mary. Ella parecía también ya más relajada,
tenía pinta de haberse podido dar una ducha y cambiarse de ropa. Tenía otro
color.
—Hola Jack, soy Tom,
encantado. Soy miembro del cuerpo de la policía inglesa, seré el encargado de
llevar tu caso. Para eso te tienes que portar bien y contarme todo lo ocurrido
desde que Ramón te secuestró hasta lo ocurrido en Pau. Sentémonos en la mesa,
así podremos tomar nota de todo para que no se nos escape nada.
Mamá me acompaño hasta
la mesa y se sentó a mi derecha sin separarse de mí y para apoyarme, enfrente
nuestro se sentaron Tom y Amandine.
—¿Qué es lo que te
dijo para convencerte de que te montaras en el coche cuando te secuestró en tu
casa? —leyó Tom de un ordenador portátil que traía con él.
—No recuerdo mucho. Me
sentó en el asiento trasero de su coche y sin dar tiempo a más arranco. Yo no
paraba de preguntar por mi madre, y él me mandaba callar. Me decía que todo
iría bien.
—¿A dónde fuisteis
después de que se te llevara?
—Estuvimos parados un
buen rato en un sitio, no se donde estábamos ya que me oculté en el maletero,
supongo que sería para esconderme de algo o de alguien. De allí cogimos un tren
hasta Francia y fuimos atravesándolo pasando siempre por pueblecitos pequeñitos
para que nadie sospechara. Aunque yo empecé a confiar en él ya que era lo único
que podía hacer y parecíamos un padre y un hijo sin nada que ocultar. Después
de muchas horas de viaje llegamos a un pueblecito llamado Pau, allí nos estaba
esperando una mujer. Empecé a cogerle cariño, cuando ella se dio cuenta de lo
que estaba pasando y de quién era yo, buscó por todos los medios encontrar la
escapatoria para que ambos saliéramos de allí vivos. Estaba súper asustado y
nervioso, se me pasó por la cabeza mi madre y si la volvería a ver —Jack
comenzó a llorar al recordar todo lo ocurrido.
Mary abrazó a Jack
para intentar tranquilizarlo. Amandine se levanto y le sirvió un vaso de agua
del botellero que había junto a la puerta. Bebió sorbo a sorbo hasta que se lo
acabo. Tom le dijo si prefería dejarlo para dentro de un rato, pero Mary decidió
que lo mejor era acabar cuanto antes e irse a casa con Jack.
—Está bien —dijo Tom—.
¿En ese momento llego la policía? —continuó con la entrevista.
—Sí, al esconderme y
oír a Patricia como lloraba comencé a oír las sirenas de la policía y a Ramón
como gritaba y corría hasta dentro de la casa en busca de Patricia sin parar de
insultarla. Cuando por fin dio con ella empezó a golpearla fuertemente. Yo sólo
oía gritos. Me escondí como pude debajo de una cama, al cabo de unos minutos
deje de oír los chillidos. Una voz muy fuerte se oyó a lo lejos por él bosque.
Ramón se detuvo unos segundos, imagino que sería mientras pensaba que hacer, si
entregarse o escapar. Comenzó a correr saliendo de casa dando un fuerte
portazo. La policía se monto en los coches y lo persiguió hasta que en el
pueblo más próximo, Gelos, consiguieron cogerlo. En cuanto Ramón se fue dos
agentes de policía entraron en la casa y se quedaron con nosotros. Llamaron a
un helicóptero, ya que Patricia apenas respiraba. En escasos diez minutos el
helicóptero con todos los medios desplegados para reanimar a Patricia estaba
allí. Se la llevaron rápidamente y ya desconozco lo ocurrido a partir de aquí
—terminó Jack.
—Para vuestra
tranquilidad, Ramón está en España en la cárcel a la espera de juicio para
entrar a prisión. Patricia ha despertado y se encuentra favorablemente
recuperándose, posiblemente sea trasladada a España para continuar la
recuperación —Tom los pone al corriente, a pesar de que no todo son buenas
noticias—. Le ha quedado alguna secuela, sufrió algún fuerte golpe en la cabeza
y no recuerda nada de lo ocurrido, además…
Irene Royo Gracia
XXXV. Juego de tronas.
Además… Patricia
estaba esperando un bebé y un desafortunado golpe que le propició Ramón había
causado problemas en el embarazo. De momento no había perdido al bebé pero la
situación era muy complicada, aunque los médicos estaban haciendo todo lo
posible para que tanto Patricia como el bebé salieran adelante.
Tom y Amandine
acompañaron a Mary y a Jack hasta una puerta en el aeropuerto donde les
esperaba un coche de la policía que les llevaría hasta su casa, donde
intentarían recobrar la normalidad de sus vidas pese a la amarga situación que
ambos habían vivido.
Antes de que Mary
subiera al coche, les dijo a los agentes que le gustaría que la mantuviesen
informada acerca de la evolución de Patricia. Sin dudarlo, ambos agentes
asintieron y le dijeron que no se preocupara que ellos mismos se encargarían de
hacerle llegar cualquier noticia acerca del estado de salud de Patricia y de su
bebé. Al fin y al cabo, Mary sentía que había recuperado a Jack gracias a
Patricia y que cuando esta se encontrara mejor, debía agradecerle lo que había
hecho por ella y por su hijo.
Al mismo tiempo, en
España, no daban crédito de cómo Ramón había podido sobrepasar tantos límites.
Primero el secuestro de Ana, luego el de Jack y por último la brutal paliza a
Patricia.
Tres meses después…
Ramón permanecía en
prisión. Dos semanas después del fatídico suceso de Pau, fue llamado a juicio.
No tuvo mucho que hacer en su defensa. Del secuestro de Ana había claras
pruebas que le delataban robando el cloroformo en el hospital y además Ana se
armó de valor y declaró en su contra. Fue duro tomar la decisión porque no
quería volver a verle la cara y hasta ahora había ocultado todo lo ocurrido
para, de algún extraño modo, defenderlo. Pero finalmente Ana pensó que era
justo que pagara por el daño que había hecho. Del secuestro de Jack había dos
testigos: Patricia y el mismísimo Jack.
También le acusaron de
agresión. Patricia declaró, pero también los médicos que la atendieron tras la
brutal paliza y los policías que la encontraron tendida en el suelo.
La sentencia del juez
propició el ingreso en prisión de Ramón durante 15 años y 3 meses.
Patricia se recuperó
estupendamente de todas sus lesiones y el bebé milagrosamente no sufrió ningún
tipo de daño por lo que el embarazo continuó adelante. De vez en cuando todavía
sueña con el secuestro pero una patadita de su bebé le hace despertar de esas
horribles pesadillas.
Mary y Jack habían
vuelto a recobrar su vida anterior al suceso vivido. Todavía lo siguen
recordando pero ahora que Ramón ya está en prisión, Mary se siente mucho más
segura. Tom y Amandine la mantuvieron informada sobre el estado de salud de
Patricia y de su bebé durante toda la recuperación. Hace mes y medio Mary y
Jack decidieron viajar a España para visitarla.
Sandra y Rafa
continúan afianzando su relación y han decidido alquilar un apartamento en el
centro, cerca de Pedro y Ana ya que Sandra
quiere estar muy cerca suya, pero en especial… ¡de sus futuros sobrinos!
Ana ya se encontraba
mucho mejor de su embarazo. Las nauseas y vómitos típicos ya hacía tiempo que
habían desistido y en estos momentos estaba disfrutando de su embarazo. Cada
vez se sentía más pesada pero también sentía a sus dos hijos y eso la hacía
sentirse la mujer más feliz del mundo.
La relación con Pedro
por fin se había encauzado de tal manera que no solo Ana estaba disfrutando del
embarazo, sino que Pedro sentía que estaba viviendo la etapa más feliz de su vida. Junto a Ana y a sus dos retoños.
El juicio de Pedro
todavía está visto para sentencia.
Durante estos tres
meses, las vidas de todos ellos habían cambiado mucho. La última vez que todos
ellos se encontraron en el Rock&Blues, todas las noticias que se dieron
fueron buenas. El piso de Sandra y Rafa, la recuperación de Patricia y de su
bebé… y Ana y Pedro les contaron que en la última ecografía que le habían hecho
a Ana por fin habían visto el sexo de los bebé y eran… ¡dos chicas!
Esta última noticia
dio muchísimo que hablar durante aquel encuentro… Los nombres de las niñas fue
el tema más debatido. Hasta que Ana y Pedro les contaron que ya tenían decidido
cómo se iban a llamar: Candela y Lucía eran los nombres elegidos. Todos
aplaudieron de la emoción y a la tía Sandra se le saltaron hasta las lágrimas.
Pasaron una buena
velada todos juntos y decidieron que aunque sus vidas fueran a cambiar, las
reuniones en el Rock & Blues tenían que ser semanales. Después de la
reunión y con una mochila llena de buenas noticias cada uno marchó hacia su
casa. Al llegar Ana ya no podía más.
—Estas niñas me agotan
—le dijo a Pedro—, voy a descansar un ratito.
Y mientras Ana
descansaba, Pedro empezó a leer un libro que su madre y en vistas a su futura
paternidad le había regalado. Lo primero que miró fue el título: “Juego de
tronas: manual para la paternidad”.
—Madre mía —pensó
Pedro—. ¿Por qué se le habrá ocurrido a mi madre regalarme un libro con este
título?
Comenzó a leer. El
libro hablaba de la lactancia, de los cólicos y de todas las cosas de los bebés
que un padre primerizo no sabe. A Pedro cada vez le gustaba más lo que estaba
leyendo y tenía ganas de que Ana se levantara para contarle y explicarle todo
lo que había aprendido.
Y así pasó una semana
entre preparativos y compras para la llegada de las niñas. Pedro seguía
asombrado de la cantidad de cosas que podían llegar a necesitar dos cositas tan
pequeñas.
El jueves por la tarde Pedro y Ana se
encontraban en el sofá de su apartamento. Ana con continuas molestias por las
patadas que le daban las pequeñas. Por fin a Ana le habían dado la baja en el
trabajo. Cada vez se encontraba más y más pesada y el volumen de su tripa ya le
impedía realizar bien su trabajo.
Ahora Pedro, tenía que
mimar y cuidar mucho a Ana y así estaba cumpliendo las órdenes del ginecólogo.
Estaba preparando algo para cenar y se disponían a ver una película cuando de
repente sonó el teléfono:
¡¡¡¡Ring ring!!!!
—Pedro, corre cariño
que a lo que me levante del sofá ya han colgado.
¡¡¡¡Ring Ring!!!!
—¡Pedroooooooooo!
Este al oír el grito
de Ana salió corriendo de la cocina. Estaba inmerso en su mundo cocinando
mientras escuchaba una canción de Fito a toda pastilla: “Se me ponen si me
besas….rojitas las orejas….paparabara paparabara…”
—Lo siento cariño…
Estaba…
—Ya —le replicó Ana—.
Estabas cantando a toda voz.
Ambos rieron. Pedro
descolgó el teléfono:
—¿Sí?
—Hola —respondió una
voz femenina.
—Hola —contestó Pedro
esperando algún detalle más de la persona que estaba al otro lado del teléfono…
Natalia Carcas Gracia
XXXVI. Los gemelos golpean dos veces.
—¿No me conoces?
—respondió la voz femenina desde el otro lado del teléfono.
—Pues si no me das más
pistas la verdad es que no sé quién eres.
—Soy Patricia, pero si
tienes cerca a Ana no digas mi nombre, no quiero que se entere de que soy yo.
Pasaron varios
segundos sin decir palabra por ambas partes, sólo se escuchaba la canción de
Fito de fondo. Ana, desde el sofá, le extrañó tanto silencio.
—¿Pedro, quién es?
—pregunto Ana.
—Es mi hermana Sandra,
quiere que le de la
receta de la tarta
de queso que hacemos tú y yo.
—Podemos quedar para
hablar, tengo algo muy importante que decirte pero por teléfono no me parece
apropiado —dijo Patricia.
Pedro, se metió en su
habitación con el inalámbrico y bajó la voz.
—Vale, ¿dónde
podríamos vernos?
—¿Qué te parece en la
cafetería del centro comercial que hay al lado del hospital, mañana a las
cuatro?
—Muy bien, tengo que
hacer unas compras y ya aprovechamos para hablar.
—OK, hasta mañana.
Dijo Patricia.
—Hasta mañana.
Pedro colgó el
teléfono y se dirigió hacia el salón pensando rápidamente en la historia que le
iba a contar a Ana.
—Mi hermana, que le
quiere dar una sorpresa a Rafa y le va hacer una tarta de queso.
Ana no pareció
sospechar nada y así se quedó la conversación, Pedro se fue a la cocina a
seguir con la cena.
Mientras tanto en
estos tres meses, Olga estaba teniendo una relación a dos bandas, por un lado
Mario, que el pobre no se imaginaba lo que le estaba haciendo Olga y por otro
Ian, al cual le había vuelto a seducir con sus armas de mujer. Estas cosas se
suelen descubrir tarde o temprano pero viniendo de Olga lo llevaba muy bien, ya
que con Ian solamente estaba los fines de semana pues trabajaba fuera y no
estaba el resto de la semana, así se quedaba el camino libre para estar con
Mario sin que este sospechase nada.
Un sábado noche,
cenando con Ian en un restaurante italiano, Olga intento sonsacar a este
información sobre el accidente que había tenido Pedro con su madre y el por qué
de llevarlo a juicio para sacar lo máximo posible a Pedro.
—No comprendo por qué
tu madre llego al extremo de ir a juicio contra ese chaval. ¿Tanto odio le creó
el accidente? —preguntó Olga.
—En realidad mi madre
no quería, pero el abogado que tenemos es muy
recto y le gusta llevar los casos hasta el final, de ahí que nos llevo a
juicio. Pero en realidad mi madre no quería —insistió.
Olga enseguida pensó
que hablando con el abogado igual conseguían algo positivo con respecto al
juicio y no dudó en preguntar a Ian por él.
—¿Y qué abogado es ese
que le gusta tanto ir hasta el final?
—Se llama Benito
Gracia y pertenece al bufete de abogados de la compañía de seguros ADESLAS. Es
muy bueno.
—Y no lo dudo…
—respondió Olga, que se quedó con el nombre y la compañía para poder localizarle
y hablar con él.
Al día siguiente Pedro
se busco una buena escusa para ir a comprar al centro comercial solo. Una vez
allí se dirigió a la cafetería de dicho centro, allí estaba ya Patricia tomando
un café y mirando miles de whatsapp que tenía en el móvil sin leer. Se le veía
bien y ya tenía bastante tripilla del embarazo, que tanto peligro corrió tras
el secuestro de Ramón.
—Hola Patricia. ¿Qué
tal estas? —preguntó Pedro acercándose a la mesa.
Patricia enseguida se
levantó y se dieron dos besos.
—Pues muy bien Pedro,
gracias por preguntar.
—¿Cómo llevas la
recuperación de todo lo sucedido? ¿Y el embarazo, que tal lo llevas?
—Pues la verdad es que
tras el susto lo llevo muy bien, me he recuperado completamente de los golpes y
la memoria la he ido recuperando poco a poco hasta no tener ninguna secuela. ¿Y
Ana que tal lo lleva? Porque yo con una va que te va, pero ella con dos…
¿estará gordísima no?
—Sí, bueno lo normal
—contestó Pedro—. Aunque no te pienses que tiene mucha mucha tripa, tiene lo normal.
Los dos rieron y
comenzaron a hablar del asunto.
—Bueno Patricia, ¿qué
es eso tan importante que me tienes que contar y no quieres que se entera Ana?
—Eso va relacionado
con mi recuperación de la memoria. Cuando fueron pasando los días después del
secuestro, recordé conversaciones que tuve con Ramón en la casa de campo de
Pau.
Cuando Pedro escucho
el nombre de Ramón, un escalofrío recorrió su cuerpo, ya se intuía que nada
bueno le podía contar.
—Bueno, pues cada día
iba recordando más y más y he llegado a recordar una conversación que iba
relacionada con el embarazo de Ana. No te asustes pero te lo tengo que decir,
tal y como me lo comento él.
—A ver qué es lo que
te dijo el insensato ese —replicó Pedro.
—Me comentó que tenía
un hermano gemelo, que vivía en Estocolmo. No lo conocía nadie por aquí del
grupo de amigos, nadie nunca le había visto antes, los separaron desde muy
pequeños y desde entonces están viviendo separados, pero no han perdido el
contacto en ningún momento. Siempre han estado uno pendiente del otro, aunque
sea en la distancia.
—¿Si bueno, y qué
tiene esto que ver con el embarazo de Ana? —preguntó Pedro, intuyendo ya por
donde iban los tiros.
—Pues esto claro que
tiene que ver con el embarazo de Ana. Ya sabes que al principio no estaba muy
claro quién era el padre, por el tema de aquel desliz de Ana con Ramón, si eras
tú o era Ramón.
—Venga Patricia, no me
vengas con esas ahora, quedó perfectamente claro que era yo el padre y
solamente yo —aunque Pedro por dentro tenía sus pequeñas dudas pero no quería
sacarlas al exterior, se las quedaba en sus adentros para que nadie sospechase
nada.
—Sí Pedro, eso nadie
lo duda —comentó Patricia—. Nadie excepto Ramón. Ya sabes que esto de los genes
de los gemelos es hereditario, si eres gemelo tienes muchas más probabilidades
de tener gemelos que uno que no lo es.
—¡Pero qué tontería es
esa! —replicó Pedro ya con cierto aire de enfado y desconcierto en su voz. La
verdad es que se estaba poniendo muy nervioso con todo lo que le estaba
contando Patricia.
—Bueno Pedro no te
enfades, yo sólo te comento la conversación que tuvimos Ramón y yo en la casa
de Pau, y quería decírtelo para que lo supieras.
—Lo entiendo Patricia,
no es tu culpa pero es que todo este asunto me está sacando de mis casillas y
no puedo más. Entre el juicio, el problema de Ramón, las gemelas…. Todo esto me
está superando.
—Lo comprendo Pedro
pero quería que lo supieses para que no te pille en fuera de juego. Otra de las
cosas que me comentó era que si a él alguna vez le pasase algo, no dudaría en
venir a buscarlo, costase lo que costase y que estaría dispuesto a hacer lo que
hiciera falta para ayudarle.
—Sí bueno, ¿pero a
Ramón no le ha pasado nada, no? — inquirió Pedro.
—No, no le ha pasado
nada, pero te recuerdo que está en la cárcel y eso igual es motivo para que su
hermano regrese. Te lo digo para que estés muy alerta, por lo que pueda pasar o
venir.
—Bueno, no creo yo que
por eso vaya a venir.
—Pedro, yo no estaría
tan segura de eso. Ya me comentó que eran de carácter muy parecido, muy impulsivos
los dos, que si se les metía una cosa en la cabeza la hacían. Mira Ramón a lo
que llegó, secuestro a Ana, se fue a Inglaterra, secuestro a su hijo y casi me
mata, y lo que no sabremos.
—Bueno Patricia,
muchas gracias por ponerme en antecedentes, sobre todo en este tema. Estaremos
atentos por lo que pueda pasar.
—Pero sobre todo un
favor te voy a pedir, no le digas a Ana que hemos tenido esta conversación, si
no estoy segura que perdería su amistad para toda la vida.
—Por eso no tengas
duda Patricia, este café no lo hemos tomado en la vida. Ana no se enterara de
nada de todo esto, te lo prometo.
Una vez terminada la
conversación y el café que ambos habían pedido, se despidieron dándose dos
besos y cada uno se fue a sus asuntos.
Pedro entró en casa intentado
por todos los medios que Ana no notase nada.
—Pedro… ¿Eres tú?
—preguntó Ana desde el sofá en el cual descansaba plácidamente con una almohada
en los pies.
Éste tomo aire y
contestó.
—Sí cariño soy yo,
mira lo que he comprado en el centro comercial para cenar: navajas, almejas,
mejillones y gambas langostineras. Te voy a hacer la cena que tanto te gusta de
picoteo.
—Gracias cariño.
¿Sabes que me ha llamado tu hermana Sandra?
—¿Sí? Y que quería.
¿No querría otra vez la receta? Pedro pasó unos instantes de angustia por si
ambas habían hablado del tema de la llamada de ayer.
—No cariño, solamente
hemos hablado de quedar mañana por la mañana para ir de compras.
Pedro respiró
tranquilo, casi sudando.
—Muy bien cariño, así
os aireáis un poco las dos.
A la mañana siguiente
Pedro y Ana se levantaron a la vez y desayunaron juntos. Ana se vistió y se
despidió de Pedro para ir al encuentro de su cuñada.
Ana llego a la puerta
de la calle, la abrió, salió a la calle y se quedó helada. No podía ser, en la
acera de enfrente estaba…
Eduardo Casanova Tutor
XXXVII. Plan de fuga.
El corazón de Ana se
paralizó por momentos. No podía creer lo que estaban viendo sus ojos. Era la
última persona a la que se quería encontrar, ya casi ni se acordaba de Olga y
de todo lo mal que se lo había hecho pasar. Ana se detuvo en seco. Olga también
se percato de que Ana estaba al otro lado de la acera y también se detuvo en
seco. Cruzaron sus miradas.
Olga estaba
disfrutando de aquella situación al ver a Ana con aquella mirada de odio hacia
ella. Sin embargo Olga miraba a Ana con una sonrisa de lado a lado que aún la
ponía más nerviosa pero sin duda alguna sentía el mismo odio hacia Ana.
«Anita se fuerte,
Anita se fuerte y pasa de ella que no merece la pena complicarte la vida. Y más
estando embarazada». Pensaba Ana hacia sus adentros.
—Hola Anita, que guapa
y gorda te veo, el embarazo te sienta genial.
—Mira Olga, no sé como
tienes la cara de dirigirme la palabra. Te deseo lo peor en tu vida y te lo
digo bien claro: no se te ocurra meterte en nuestras vidas nunca más.
—¡Ay Anita que cosas
tienes! Yo ya he pasado de página… Por cierto, tengo un novio de hace poquito
tiempo.
Ana siguió andando
antes de que Olga terminase la frase.
—Se llama Mario y creo
que es tu vecino. ¿Lo conoces?
Olga se reía mientras
Ana seguía su camino al encuentro de Patricia.
—Que sepas que te vas
a tener que acostumbrar a ver esta carita más a menudo. ¡El destino es así y no
se puede hacer nada contra él por más que quieras, Anita! —gritó Olga a diez
metros de distancia.
Thomas, el hermano
gemelo de Ramón llevaba unos meses muy nervioso en Estocolmo. No había podido
viajar a España al tener que hacerse cargo de unos negocios muy importantes.
Tenía siete fundiciones a pleno rendimiento y él era el dueño. Tenía a su cargo
a tres mil trabajadores.
Desde que era un
adolescente siempre había trabajado en las fundiciones de su padrastro pero por
causas desconocidas lo encontraron muerto en su casa. Y todo aquel imperio fue
pasado a Thomas como el único heredero de los bienes del difunto.
Tenía el carácter como
su hermano Ramón o incluso peor, y sólo tenía en mente a su hermanito. Llevaba
unos meses intentando cerrar unos temas empresariales que le habían impedido
viajar a España. Había llegado ese ansiado día. Ya tenía todo atado para poder
viajar y ayudar a su hermano.
Las ocho de la mañana.
Las sirenas de la prisión empiezan a sonar y empiezan a hacer el recuento
matutino de presos como cada día. Ramón está en el modulo 7 que es uno de los
más conflictivos. Desde que entró en prisión sólo había tenido peleas por su
carácter y por su rabia contenida hasta acabar en dicho modulo. Se disponía a
ir a la ducha como cada mañana y se encontró con Matías, el funcionario de
prisiones...
—¡Ey Ramón pórtate
bien, eh!
—¿Cómo me voy a portar
bien con la de gentuza que hay aquí? Y sólo me buscan la boca…
—Te doy un consejo:
pasa de todo el mundo aquí dentro o acabaran contigo.
—¡No me des sermones!
–le dijo Ramón con cara de loco enfurecido.
Ramón se había ganado
la confianza de Matías. Algo vio en él. Su intención sólo era aprovecharse de
la inocencia de aquel funcionario de prisiones. Ya llevaba un tiempo hablando
todos los días con él y ganándose su confianza.
Desde el primer día
que entró en prisión sólo tenía algo metido en la cabeza: fugarse de aquel
infierno para poder vengarse de todas las personas que le habían arruinado la
vida.
Matías acompañaba a
Ramón hasta las duchas de la prisión. Cuando Ramón le preguntó:
—¡Ey Mati! —así le
llamaba en plan cariñoso.
—Dime Ramón.
—¿Te acuerdas que
llevamos meses planeando mi fuga no?
—Sí, sí, lo que pasa es
que tengo que ir con mucho cuidado, que últimamente mis jefes nos han visto
mucho hablando.
—¡No me seas inútil y
no la cagues! —le dijo Ramón otra vez con cara de loco.
—¡Joder Ramón,
entiéndeme! Me juego la vida ayudándote y tengo que ir con mucho cuidado. En
cuanto salgas de aquí yo cogeré y desapareceré para siempre de este país. Ah,
se me olvidaba, el vigilante que está en la cocina y el de la puerta que
registra los coches que entran y salen ya nos han dado el visto bueno. Con
200.000€ por barba podremos rehacer nuestras vidas.
—¡De puta madre Mati!
Son buenas noticias. Ahora solo falta que venga mi hermano a España para poder
salir de aquí.
El plan que tenían
entre manos tenía que ser un miércoles cualquiera que era cuando estarían los
vigilantes comprados. Ramón, ese día de la semana, tenía una tarea en prisión
de castigo por su comportamiento. Tenía que fregar todo el ala norte de la
prisión de cabo a rabo. Allí se encuentra también la cocina y el comedor pero
están cerrados con llave. Ahí entraría el trabajo de Mati que le abriría la
puerta del comedor que le conduciría a la cocina. Tendría que estar justamente
unos minutos antes de las siete de la mañana dentro de la cocina que es cuando
viene el repartidor de pan que accede por la puerta de atrás. El guardia que
vigila el acceso desde fuera del comedor le abriría a Ramón el maletero de
¡¡¡Meeeeeeeeeeeeeeccccc!!!
Suena el telefonillo
de casa de Mario.
—¿Sí?
—Mario, soy Olga
ábreme.
—Sí, sube.
Olga subió las
escaleras hasta llegar a casa de Mario. Llevaba unos tacones de palmo, un
vestidito corto que le marcaba el tanga verde, y se había hecho un recogido en
esa gran melena negra. Nada más entrar por el apartamento de Mario sin alentar
palabra le quitó el pijama, lo dejo como Dios lo trajo al mundo y lo tiró al
sofá.
—Te voy a echar el
mejor polvo de tu vida.
—Claro que sí mi
chica, soy todo tuyo —dijo Mario con un tono de voz bajo…
Olga se puso en el
sofá encima de Mario, estaba muy excitada. Estaban los dos fundidos. Olga se
quitó el tanga por debajo del vestido y empezó a cabalgar sobre de Mario. Los
gemidos de Olga empezaban a subir de tono cada vez más y más, y de repente...
“Din Don Din Don”
—¡Joder! ¿Quién
cojones llama a la puerta ahora? Tendré que ir a ver quién es —pensó Mario
mientras disfrutaba de semejante velada.
—No abras, no abras…
—le repetía Olga a Mario en el oído mientras estaba en plena faena.
—Tengo que ir a ver
quién es. Igual es algo importante.
—Anda, que voy yo en
un momento —dijo Olga.
Olga se dirigió hacia
la puerta, se bajo el vestido y abrió. No se podía creer quién era. Se quedo
paralizada por segundos. El corazón le latía aún más rápido que cuando se
estaba tirando a Mario.
—¡Qué grata sorpresa
Pedro! —dijo Olga con cara de felicidad.
Pedro había ido a casa
de su vecino a ver si le apetecía dar una vuelta y charlar un poco de todo ya
que llevaban un tiempo un poco distanciados.
—¡No me jodas! —dijo
Pedro con la cara desencajada.
—¿No te alegras de
verme?
—¡Estas muy enferma de
la cabeza!
Olga se subió el
vestido lentamente...
—¿Te quieres unir a la
fiesta y recordar viejos tiempos?
Pedro estaba pasándolo
mal porque no sabía al con seguridad si él era el padre de las gemelos y ahora
el panorama de Olga en casa de su vecino con el vestido subido e insinuándose.
Era una bomba a punto de estallar y ¡boom!…
Cogió de los pelos a
Olga, la metió en el apartamento de Mario, la zarandeaba de lado a lado y le
propino un puñetazo que la tiró larga al suelo.
—¡Pero Pedro! —chilló
Mario—. ¡Te has vuelto loco, mal nacido!
—¡Mira Mario, Olga nos
está haciendo la vida imposible, es una persona mala y a ti te está utilizando
para estar cerca de mí! La conozco bien y no va a parar hasta conseguir lo que
quiere. Esta loca por mí. Ya sé que es difícil de asumir todo esto que te estoy
contando, pero es la verdad.
—Voy a llamar a la
policía —dijo Mario.
—¡Mira, por favor,
hazme caso! ¿Qué gano yo con esto? Si llamas a la policía me meterían en la
cárcel después de todo lo que me ha pasado últimamente. Por favor, habla con
Ana. Ella te explicará todo. Nos conoces bien y nunca te mentiríamos.
—¡Vete de mi
apartamento, quiero pensar en todo esto!
—Sí, me voy a mi casa.
Piensa en todo lo que te he dicho, más tarde vendrá Ana y si quieres hablar con
nosotros en casa estaremos.
Mario se quedo
colapsado intentando asumir todo lo que le había dicho Pedro. Empezó a rebuscar
en el bolso de Olga a ver si encontraba algún tipo de información que le
hiciera abrir los ojos. Lo vació sobre de la mesa del salón. Había un monedero,
tampones, carmín, clínex, chicles, llaves, móvil y una tarjeta de un bufete de
abogados que le extraño un poco. Cogió el móvil y lo abrió. Tenía un whatsapp
sin leer de un tal Ian.
“Tengo muchas ganas de que llegue el fin de
semana para estar contigo. Te echo mucho de menos. Besos.”
Ramón se dirigía en la
prisión a hacer el uso de su llamada que tenía cada quince días.
Un tono, dos tonos,
tres tonos...
—¿Dígame?
—Thomas, soy Ramón.
—¡Ey hermano! Ya estoy
en España, llegue anoche. Ya sabes que nunca te fallaría.
—¿Tienes ya arreglado
lo del dinero?
—Sí, he abierto las
tres cuentas en Suiza como acordamos.
—Pues si todo va bien
pasado mañana estoy fuera. Iré en el maletero de la monovolumen del repartidor
de pan. Sobre las siete y veinte para en la única panadería que está en el
pueblo más cercano a la prisión. Espérame allí y cuando veas que se baja el
repartidor fuerza el maletero y sácame de allí.
—Eso esta hecho. Allí
estaré esperándote impaciente.
Mientras tanto Mario
estaba flipando con el whatsapp que acababa de leer. Cogió el teléfono y marco…
—¿Sí? ¿Dígame?
David Carrasco Molina
XXXVIII. La sentencia dicta.
—Ana, soy Mario.
—Mario, tenemos que
hablar contigo respecto a Olga, ha cambia…
—Ana, quiero que me
contéis todo —dijo Mario sin dejarle terminar la frase.
—Ven a cenar a casa
esta noche sobre las nueve —contestó nerviosa a la vez que contenta. ¿Sería
capaz Mario de creerles? Era todo tan surrealista… Olga tenía una capacidad de
convicción sobre la gente y además unas armas de seducción, que bien se
encargaba ella de explotarlas al máximo para conseguir aquello que se
propusiera.
—Está bien, luego os
veo pareja, tengo muchas ganas de que me pongáis al día.
«No importa si las
hijas son de Ramón, ella me quiere, estamos enamorados, serán mis niñas y jamás
sabrán de la existencia de ese desgraciado». Pedro no paraba de darle vueltas a
lo que Patricia le había contado, ¿sabría Ana de la existencia de Thomas? ¿Y si
era así, porqué no se lo había contado si ella estaba segura de que las niñas
eran suyas?
“Yo también tengo muchas ganitas de ti, nos
vemos el viernes en mi casa”
A Olga no le
importaban los sentimientos de nadie, pero intentaría convencer a Mario de que
ese whatsapp fue un mal entendido, sólo lo hacia por estar cerca de Pedro y
fastidiar a Ana. «¿Por qué vuelve con él y a mi no me dirige la palabra? Ojalá
las niñas sean de Ramón y Pedro sea un infeliz a su lado».
—Pasa Mario, he hecho
tu cena favorita, lasaña de atún.
—Eres un sol, Anita.
Mario no daba crédito
a las barbaridades que estaba haciendo Olga por estar cerca de Pedro y recordó
algo…
—Pero yo vi a Olga
saliendo de vuestro piso el día que comió con la señora María, me dijo que no
entrara que os ibais a echar la siesta, que estabais cansados.
—¿Quéeeeee? ¿La viste
saliendo de nuestra casa? ¿Pero como ha entrado esa bicho? ¡Hay que cambiar la cerradura! ¡Esta chica
está cada vez peor! Ahora entiendo lo de la ropa por toda la casa tirada... Lo
siento Pedro… Lo que más me fastidia es
que los papeles del juicio de Pedro estaban desordenados, seguro que los leyó.
¡A saber que se le está pasando ahora por la cabeza con tal de hacernos más
daño!
—Mario, aléjate de
ella, por tu bien —dijo Pedro, que hasta ahora había permanecido callado.
—No cabe duda de que
esta chica no está muy cuerda y no quiero que os haga daño a ninguno de los
dos. Pedro perdona por lo que pasó en casa, pero…
—Perdóname tú, no debí
de entrar así, pero llevo mucho tiempo cargando con culpas que no deberían de
ser mías. Deberíamos haber hablado antes sobre esta situación, pero entre el
embarazo, hospitales y el juicio… No es que dispongamos de mucho tiempo libre…
—Bueno y… ¿qué tenéis
pensado hacer con esta chica? Porque no va a parar hasta que os destruya.
Se escuchó la cerradura de la puerta:
—Tienes visita, además
de loco, tienes suerte con las mujeres… ¡Qué hijo de puta!
No era difícil saber
de quien se trataba teniendo en cuenta ese comentario…
—¡Qué agradable
sorpresa!
—¿Qué tal Ramón?
—Bien Olga, esperando
salir pronto de aquí. Creo que no va a ser tan largo como esperaba.
—¿Puedo hacer algo por
ti?
—No, todo va bien,
tranquila.
Hubo unos segundos
incómodos de silencio y Ramón dijo:
—Tuve que soltarla
Olga, estaba sangrando, me desesperé. Yo realmente la quiero y no quiero que le
pase nada malo. Ese niño es mío, estoy seguro.
—No es un niño, tiene
gemelas. Te comprendo Ramón, está siendo todo muy complicado y más ahora que
estás dentro y tengo que pensar en muchas cosas yo sola…
—¿Gemelas? Qué gran
noticia me das Olga. Tranquila, dame un poco de tiempo y podré ayudarte como te
mereces, compensaré el fallo que tuve.
—Tengo que irme,
espero poder venir más a menudo a visitarte.
—Gracias Olga, pronto
nos veremos guapa.
Olga iba pensando en
Ian, tenía que hacer algo para que retirara la denuncia a Pedro, su amado. ¿Le
decía que lo conocía? Estaba en una situación extraña. «¿Qué es lo que siento
realmente por Ian? ¿Es despecho porque me dejó y ahora quiero utilizarlo y
dejarlo cuando quiera? ¿O realmente siento algo más?». Empezó a llorar
desconsoladamente, ¿qué había pasado en estos últimos meses? Todo había
cambiado tanto, sus amigos y Pedro… Todas las culpas eran para ella y Pedro se salía
de rositas, no entendía nada… Buscó un cigarro, cuando estaba nerviosa
necesitaba fumar. No era asidua a ello, pero siempre llevaba un paquete en el
bolso.
—¿Mechero? ¿Dónde hay
un puto mechero? ¡Ahí! —tuvo que estirarse y agacharse ligeramente para poder
alcanzarlo y antes de incorporarse escuchó una bocina. Se incorporó
rápidamente, pegó un volantazo y nada pudo hacer, el coche de Olga acabó
empotrado debajo del camión. Enseguida
se escucharon las sirenas, llegó un helicóptero, la policía y muchos coches
permanecían parados en la carretera. Nada se pudo hacer por la vida de Olga.
Falleció en el acto.
Puesto que las visitas eran grabadas y escuchadas por los funcionarios de
prisión, decidieron cambiar al día siguiente a Ramón de módulo.
—¿Dónde me lleváis
cabrones? —decía gritando desde el furgón.
—¡Cállate ya,
enseguida vas a verlo!
Ramón estaba muy
cabreado, tenía todo preparado para la fuga
dentro de una semana y ahora, ¿qué estaba pasando?
—No deberíamos decirte
esto, pero... tenemos todas las conversaciones con tu hermano grabadas, el
móvil que te entregó nuestro compañero estaba pinchado. Así que, bienvenido a
tu nuevo hogar, tu hogar por mucho tiempo.
Ramón se quedó sin
habla, su ira y su rabia habían desaparecido. Se sentía agotado mentalmente,
sólo quería llorar. No recordaba cuando fue la última vez que lloró.
Probablemente cuando era niño, su padre siempre había sido un hombre muy duro
con él y con su hermano. Le vinieron a la mente recuerdos de su niñez, cuando
hacían trastadas, llegaban a casa y su padre les esperaba con el cinturón en la
mano porque llegaban tres minutos tarde de la hora establecida. A ellos ya no
les importaban las zurras con el cinturón, era algo que casi casi tenían a
diario, como el dejarles sin comer durante un día entero por dejar la ropa sin
recoger o la cama sin hacer. Esos pensamientos se cortaron en el momento que se
escucharon las voces por el altavoz, era la hora de comer. Tenía que reponerse
o los otros presos se lo comerían si lo veían así.
—¡Chico nuevo en casa!
¿Qué os parece? —dijo un preso gritando para que Ramón lo escuchase.
¡¡¡Rrrrrrrrrringgg!!!
—Pedro, ¿estás preparado?
—Nunca se está
preparado para saber si tienes que ir a la cárcel o quedarte en la ruina.
Llegó el día, hoy se
dictaba sentencia en el juzgado. Todos con los nervios a flor de piel, Ana, la
hermana de Pedro, sus padres, Mario… Todos deseosos de que fuera una multa y no
la entrada a prisión. Quedaban dos horas para entrar a los juzgados y saber que
pasaba con esta situación tan horrible que estaban viviendo. Salieron todos
desde el piso de la pareja. Entraron en silencio a la sala número 4. Pedro no
escuchó nada hasta que el juez dijo:
—Y la sentencia es…
Ana Asensio Hernando
XXXIX. Adiós…
La sala no era muy
grande, las paredes pintadas de un blanco impoluto con varios retratos de
autoridades que colgaban en el frente. Todos los asistentes sentados en bancos
de madera, como si de una parroquia se tratase. El juez imponía respeto en su
sillón de piel negro, apoyado sobre una mesa de madera maciza de cerezo. Esos
segundos de silencio parecieron horas.
Ana empezó a sentir un
fuerte escalofrío a la vez que un dolor intenso en la parte baja de la espalda
que recorría todo su contorno hasta llegar al bajo vientre. Sin querer, un
gemido sonó en la silenciosa sala. Por mucho que quiso disimularlo, fue sin
éxito ya que no pasó inadvertido para nadie. No sabía sí eran los nervios del
momento, ya que nunca se había encontrado en una situación similar, el hombre
de su vida estaba a punto de ir a la cárcel.
Algo dentro de su
cuerpo estaba cambiando. Poco a poco el dolor fue aumentando, ya se reflejaba
más directamente en su útero. Respiraba con fuerza, como sí al llenarse de aire
fuera a esfumarse esa molestia. Toda la sala se giró hacia ella. El juez vio
como Ana se retorcía de dolor, mientras Pedro le cogía de la mano.
—¿Señorita se
encuentra bien? —preguntó amablemente el juez, a pesar de su aspecto serio. Los
ocho meses y medio de embarazo eran más que notables.
Ana se disponía a
contestarle cuando una sensación de humedad invadió su entrepierna. No era muy
abundante, pero lo suficiente como para darse cuenta de que el momento cumbre
estaba llegando. A pesar de su experiencia en el sector de la medicina, todo
esto era nuevo para ella, de la misma manera que cualquier madre se enfrenta a
un parto por primera vez.
«¿Porqué me está
pasando todo esto ahora? ¡Es el momento decisivo para Pedro!, qué oportuna
soy…» Se decía para sus adentros.
Dadas las
circunstancias, el juez decidió posponer la sentencia diez días. Pedro no era
ningún criminal peligroso que no pudiera estar en libertad diez días más. Fue
benévolo con él y decidió dejarle el tiempo suficiente para conocer a sus
“futuras hijas”.
A Irene y Antonio les
cambió la cara, no sabían si reír o llorar. Diez largos días más de
incertidumbre, pero al fin y al cabo, diez días más al lado de su hijo, por lo
que pudiera pasar. Lo importante ahora mismo era Ana y sus gemelas, faltaba
poco para ver la carita de esas niñas.
Sandra fue rápidamente
a buscar el coche para acercarlo hasta la puerta del juzgado y llevar a Ana y
Pedro hasta el hospital.
—Ana, cariño, ya vamos
al hospital. Tranquila, voy a poder estar a tu lado —le repetía Pedro con una
sonrisa en la cara.
Pedro se había
liberado de toda la tensión del juzgado. Dentro de unos días no sabría donde
estaría pero lo que ahora tenía claro es que no se iba a separar de esa mujer y
de sus hijas, aunque cada vez más aparecía la imagen de Ramón al pensar en el
nacimiento.
«Aggg… ¿Por qué no
puedo borrar esto de mi cabeza? Da igual, son mis hijas y ya está —se repetía
una y otra vez—. Pero no está… ¡Maldita sea! ¡Tengo que averiguar esto como
sea! Voy a explotar…»
El teléfono de Ana sonó a escasos metros de
llegar al hospital, era Mario. Pedro contestó, ya que ella no estaba en
condiciones de cogerlo, aunque los dolores se estaban suavizando un poco y no
eran tan intensos como en la sala del juzgado.
—Hola Mario, ¿qué tal?
Soy Pedro.
—Hola Pedro. Por
favor, tengo que deciros algo, no sé cómo hacerlo… —Mario lloriqueaba a la vez
que hablaba, Pedro no sabía que estaba pasando.
—Dime Mario, voy con
Ana y Sandra, te están escuchando también. Joder… Mario, ¿qué pasa? ¡Suéltalo
ya!
—Pedro… eh…, es Olga…
¡Ha sido terrible! Al parecer salía de la cárcel de visitar a Ramón y justo en
esa rotonda se ha empotrado con un camión. ¡Se ha matado, Pedro… se ha matado!
Nada se ha podido hacer.
—¡Pero qué dices!
Madre mía… ¡No puedo creerlo!
Pedro quitó el altavoz
del móvil, evitando que Ana oyera todos los detalles, no quería hacerla sufrir
más en ese momento.
—Mario perdona,
estamos a punto de entrar al hospital con Ana. En cuanto pueda te vuelvo a
llamar.
Ana y Sandra no daban
crédito a lo que estaban escuchando.
—¿Es cierto lo que
estamos oyendo?
—Sí, contra un camión.
La trasladan al velatorio que hay al lado del hospital y el entierro es mañana
a las seis de la tarde.
Ana apenas sentía
contracciones ya, estaba claro que había sido una falsa alarma. Una lágrima
caía de su rostro. En estos últimos tiempos todo se había vuelto loco y hacía
que odiara a Olga con todas sus fuerzas, había tocado lo que más quería y eso
no se lo perdonaría nunca. Pero no podía evitar pensar en todo lo que había
vivido junto a ella, sólo le venían a la mente imágenes de ellas dos, riendo,
divirtiéndose, imágenes de sus años de instituto que fueron los más bonitos de
su juventud. El corazón de Ana iba por un lado mientras su cabeza por otro.
Quería pensar que así todo habría terminado, pero le martirizaba el pensar que
nunca más iba a tener la oportunidad de arreglar las cosas y vivir esos
momentos mágicos de entendimiento y amistad con ella.
Se encontraban en los
pasillos del hospital en la planta de ginecología cuando Charo, su comadrona,
la invitó a pasar para hacerle una ecografía.
—Vamos Ana, adelante.
¿Qué te ha pasado?
—Nada Charo, ha sido
una falsa alarma. He manchado un poco pero ya no tengo dolor.
—Haremos una ecografía
para ver que todo está bien y podrás irte a casa. Respecto a lo que me dices
que has manchado, has expulsado el tapón mucoso y eso quiere decir que el
proceso de parto ha comenzado, pero tranquila… puede ser cuestión de tres horas
o de tres días. Todo está bien, Ana. Una de ellas está encajada en el canal de
parto. Sí vuelven esas contracciones me avisas y vienes de nuevo. Puedes estar
tranquila.
— Gracias, Charo, nos
vemos —dijo Pedro.
El tanatorio quedaba a
unos cinco minutos andando desde allí. Pedro y Ana se miraron y decidieron que
tenían que hacerlo. Tenían que ir a despedir a Olga, era la última vez que la
verían y todo esto habría acabado. Ellos seguirían juntos, sin tener que
esquivar las tretas que le gustaba jugar a Olga, temida por todas las novias
por tener ese poder de seducción con sus respectivos. Todo hombre era capaz de
caer a sus pies y eso a Ana nunca le afectó, sabía cómo era su amiga, pero todo
cambió el día que tocó al suyo.
Allí estaba Mario, la
última presa de Olga, junto a toda la familia de ella desconsolada. Al fondo
para sorpresa de Pedro y Ana… se encontraba Ian.
—Ana, no puede ser,
este es… es el hijo de la mujer del accidente… ¡Pero qué coño hace aquí!
—susurro Pedro en el oído de Ana con cara de asombro total a la vez que de
pocos amigos.
—Es verdad, ¿pero cómo
conoce él a Olga?
Ian era la última llamada que aparecía en el
teléfono de Olga, la policía se puso en contacto con él para indagar y saber a
quién darle la noticia.
Mario e Ian
permanecían ajenos del juego a dos bandas que ésta llevaba y toda la trama que
tenía montada con el único fin de conseguir a Pedro.
Ian no pudo con la curiosidad y fue él quien
preguntó a la pareja sí conocían a Olga. Se acababan de ver en el juzgado. Ian
iba impecable. Su perfume inundaba toda la sala del velatorio. Era atractivo en
cualquier situación. Los vaqueros negros le quedaban perfectos y la camisa gris
que llevaba marcaba todos y cada uno de sus músculos de la espalda. Ana no pudo
evitar dar un repaso a todo su estilismo, que aunque sencillo, sabía lucirlo
como nadie.
Ana le explicó que eran amigas desde hace
mucho tiempo, aunque últimamente no andaban muy bien las cosas entre ellas.
También sintió ganas de explicarle con todo tipo de detalle todo lo sucedido el
día del accidente para que toda la historia de Pedro y el juzgado tuviera un
final feliz, pero se limitó a decirle que Pedro y ella habían tenido una fuerte
discusión ese día por culpa de Olga. Ian vio en Ana sinceridad, pero eso no iba
a cambiar las cosas, podían haber matado a su madre y no se lo iba a perdonar
al culpable ya se llamara Pedro o cualquier otro. Estaba decidido a continuar
con esto.
En ese momento entró…
Rosi Oliver Navarro
XL. Wellcome.
En ese momento entró
Laura, una amiga común de Ana y Olga de su época de instituto que hacía tiempo
que no veían. De vez en cuando se enviaban algún email, pero poco más, aunque
siempre habían sido muy amigas las tres. Amigas, sobre todo de juergas
nocturnas y como se decían cariñosamente ellas eran “El comité de emergencia”.
Siempre que algo le sucedía a una, rápidamente las otras dos se reunían con
esta para pasar la tarde entera de charla y cervezas. Con una simple tarde, los
problemas parecían evadirse. Esas charlas terapéuticas que tanto les gustaban a
las tres y hacían que no corriera el reloj para ellas.
Laura había estudiado turismo y llevaba dos
años de azafata de vuelo, el tiempo que hacía que no se veían. Trabajaba para
una gran compañía aérea haciendo la ruta Madrid —
—¡Lauraaaa! No me lo
puedo creer, ¡has venido! ¡Qué sorpresa! —exclamó Ana con los ojos llenos de
lágrimas desde el primer segundo que la vio entrar.
—Ana, como ha podido…
¡Es Olga… nuestra amiga Olga! ¡Aún no me hago a la idea!
Las dos se fundieron
en un largo y emotivo abrazo entre lágrimas. Nadie quiso interrumpir ese
momento.
—En cuanto me llamaron
mis padres para decírmelo, vine a toda prisa. Una tía de Olga se los encontró
por la calle y les dio la noticia.
Laura era una chica
muy agradable. Por su trabajo le había tocado tratar con mucha gente y sabía
desenvolverse muy bien a pesar de tener un punto de timidez, que le hacía muy
interesante. Amiga de sus amigos, aunque pasaran los años, siempre estaba
igual. Especialmente sensible. Realmente guapa, de ojos oscuros, casi negros,
su tono de piel dorado, que mantenía perfecto todo el año por sus estancias en
Cuba. Una melena larga rizada de
color marrón oscuro, precioso. Su cuerpo
armonioso y bonito, de voluptuosas curvas, más propio de la escuela flamenca de
Rubens que de la época de moda actual, del que sabía sacar un gran partido. Los
vaqueros azules desgastados y una blusa vaporosa negra le daban una elegancia
extra, sí cabe, a la suya propia. Su llegada no dejó indiferente a ninguno de
los presentes, ya que emanaba sensualidad y su belleza natural era
indiscutible.
Se retiraron a un rincón de la sala y
charlaron durante largo rato. Laura se puso al corriente de todo lo sucedido.
Comprendió el enfado de Ana, tenía motivos más que suficientes. Aun así, Ana
dejó bien claro que en esos momentos pesaba más en la balanza los momentos
buenos vividos, que esos últimos meses de locura. En el fondo todos sabían que
Ana no le guardaría rencor, ya que tenía un gran corazón.
El día estaba siendo
realmente largo, Ana se encontraba muy pesada y con un hormigueo continuo en el
vientre. Decidió irse a casa a descansar un rato.
A Ramón le habían dado
la noticia en la cárcel y le permitieron hacer una llamada. Llamó a Thomas, su
hermano, para ponerle al corriente de todos los cambios. Su plan se había ido
al garete. Todo había cambiado y su rabia era cada vez mayor. Lo único que le
preocupaba era Ana. Se estaba convirtiendo en un loco obsesivo, perdiendo
cualquier racionalidad. Las ordenes para Thomas eran que fuera al funeral de
Olga, se presentara a todos como su hermano, cosa evidente dado su parecido
físico y sembrara las sospechas, ya existentes en Pedro, sobre sus gemelas. Le
daba igual todo, ya no había nada que perder y sí Ana no era para él, no era
para nadie.
Al día siguiente Ana
se metió en la ducha intentando relajarse y no transmitir toda la ansiedad a
sus pequeñas. Su abultada barriga parecía una montaña rusa, no paraba de
moverse.
Todo estaba preparado para el funeral. A las
cinco Ana y Pedro salieron de su casa. Las contracciones reaparecían cada
quince minutos, aunque todavía eran ligeras. No dijo nada para no preocupar a
su chico. La canastilla, con todo lo necesario para las niñas, les acompañaba a
todos los lados últimamente. Ana presentía que esta vez ya no iba a regresar a
casa igual.
Allí estaban todos, directamente en el
cementerio. Olga no era muy religiosa y siempre decía que nada de misas y
lloros, ella quería que sus seres queridos la despidieran con frases bonitas y
no que fuera un cura al que no conocía de nada, el que le dijera las últimas
palabras. Este detalle sólo lo sabía Laura y Ana, ya que son cosas que tampoco
hablaban muy a menudo a sus treinta años. Sí alguna vez había salido el tema,
era Ana la que le cortaba enseguida, diciendo que todavía quedaba mucho para
eso, que se dejara de chorradas.
Las contracciones de Ana eran cada vez más
fuertes, se repetían cada diez minutos, ya no podía disimularlas. Laura no
dejaba de abrazarla, querían estar juntas en estos momentos tan duros para las
dos. Al otro lado, la mano incondicional de Pedro.
Thomas apareció por allí, muy bien mandado.
Era capaz de todo por salvarle el pellejo a su hermano. Todos se giraron para
verlo, dudando de sí era Ramón. El parecido entre los dos era más que
considerable. Sólo Patricia y Pedro sabían de la existencia de los gemelos.
Patricia no estaba enterada del accidente de Olga, dado su estado de salud
decidieron no decirle nada hasta que no recobrara más fuerzas.
—¡Qué cojones hace este
aquí! —exclamó Pedro en tono bajo.
Ana no salía de su
asombro. Era igual que Ramón. Las facciones muy parecidas, esa mirada
intrigante que daba algo de miedo a la par que les hacía misteriosos y
atractivos. Ambos tenían unos vistosos lunares en la cara. Ramón bajo la sien
izquierda y Thomas justo al lado del labio en la parte derecha.
Un “flash” invadió a Ana y sus dudas se
hicieron mayores. No podía creer que Ramón hubiera ocultado tener un hermano
todo ese tiempo, pero por otro lado conociendo que tenía dos caras opuestas,
era capaz de todo, con más razón en los últimos tiempos que se estaba
convirtiendo en un enfermo mental.
Estaba diciendo unas
palabras muy bonitas la prima de Olga, cuando dos pinchazos invadieron el
vientre de Ana. Era el momento de tomar
la decisión de abandonar la despedida de Olga y dirigirse al hospital.
Entraron a urgencias.
Pedro estaba paralizado con lo que acababa de ver. Ana, sin embargo, parecía
estar más centrada en sus contracciones. El dolor no le dejaba pensar mucho, le
inundaba todo su interior, aunque la imagen del gemelo de Ramón aparecía una y
otra vez por su cabeza.
Charo, la comadrona, y Juan, su ginecólogo,
llegaron en cinco minutos. Ana tenía un trato de favor en el hospital por
trabajar en él. Durante todo el embarazo había sido tratada por el mismo
ginecólogo, cosa poco común en los hospitales públicos. Cuando ellos llegaron
el anestesista, hombre muy cariñoso que no paró de animar a Ana, estaba
preparado para hacer su trabajo e inyectar la epidural cuando precisara. Los
monitores estaban conectados a la prominente e inquieta barriga de Ana. Se oían
perfectamente los latidos de ambos bebés. Charo informaba continuamente a Juan
del proceso de parto. Ana estaba dilatando deprisa.
Era momento de poner
la epidural. Los dolores eran muy intensos, Ana apenas podía articular palabra
cuando la contracción estaba en su umbral más alto de dolor. Pedro intentaba
distraerla diciendo frases filosóficas sin mucho sentido, ya que estaba muy
nervioso y no sabía cómo evitarle sufrir. Cosa poco acertada, por su parte,
pero con la única intención de ayudar. La sala era todo lo acogedora que puede
ser una sala de hospital, habían tratado con cariño los detalles para que las
futuras mamás estuvieran a gusto.
De repente las caras
de los especialistas hacían ver que algo no andaba bien.
—¿Qué pasa doctor?
—repetía Ana una y otra vez, presa de los nervios.
—Lo siento Ana, los
latidos dejan de oírse en algún momento. Tenemos que hacerte una cesárea de
urgencia. Una de las niñas lleva una vuelta de cordón en el cuello. Pedro
tendrá que esperar fuera y saldremos a darle noticias.
Ana fue trasladada a quirófano. Ya no era tan
acogedor. Era una sala fría, toda ella alicatada con baldosines blancos muy
brillantes, con abundantes objetos de metal: tijeras, bisturís, fórceps… Focos
deslumbrantes que enfocaban directamente a la camilla.
A Ana se le cayó el mundo encima. No quería
que nada les pasase a sus pequeñas. El anestesista hizo su trabajo de nuevo,
ampliando la dosis de epidural para que procedieran a realizar la cesárea.
Todo fue muy rápido, la vida de las pequeñas
corría peligro. En diez minutos estaban fuera. Ana fue la primera en verlas.
Cuando salieron para que Pedro las viera, Irene, Antonio y Sandra se habían
unido en la sala de espera.
Para sorpresa de todos…
Rosi Oliver Navarro
XLI. Planes.
...Ían hizo su
aparición en la sala de espera a la vez que las gemelas, provocando el estupor
del grupo mientras la enfermera, contrariada, les aproximaba a las recién
nacidas.
Pedro fue el primero
en reaccionar. Miró a las niñas, y su rostro pasó del pasmo a la más profunda
ternura en un instante. Se sintió padre en ese mismo momento por primera vez en
su vida. No se parecía a nada que hubiera experimentado o imaginado antes. Sentía
un vínculo ancestral con unos seres que acababan de nacer, una unión
sentimental más fuerte que cualquier otra. De repente, muchas palabras de sus
padres acudían a su mente, y el misterio de la vida, aunque irresoluble, se le
aclaraba poco a poco.
Perdió completamente
la noción del tiempo y el espacio entre suaves caricias, que interrumpió a
recomendación de la enfermera, y sosteniendo a ambas, una con cada brazo (ante
la atenta mirada de la enfermera) mientras se movía en un vaivén sutil.
Pocos minutos después,
recuperó una expresión algo más seria, dejó a tía Sandra y a la yaya Irene
sendas gemelas, y se acercó a Ian, que había permanecido todo el rato en
respetuosa expectación.
—¡Qué sorpresa verle
por aquí!
—Bueno, llevo una
curiosa racha de sorpresas desde que entrasteis en mi vida.
Ian pasó
deliberadamente al tuteo, aunque su intención no era aviesa.
—¿Qué
querías? —preguntó Pedro.
—Comunicaros que vamos
a retirar las acusaciones.
—¡Cómo! ¡Dime que no
me estás engañando! —Pedro paró un momento para apaciguar su excitación
inicial—. Perdona, pero yo también llevo unos días de locas sorpresas, y no me
fío de nada.
—No, no te estoy
engañando. Mi madre no quería desde el principio, y en mi caso, que reconozco
que lo había encarado como algo personal, los últimos acontecimientos me han
hecho cambiar mucho. Primero la reaparición fortuita de Olga, ¿sabes que me
preguntó por nuestro litigio?
—¿¡Qué!?. Mira, no se
lo que teníais vosotros, ni por qué te llamó, ni cómo consiguió tu número, pero
para que te hagas una idea, gracias a nuestro vecino, descubrimos que entró en
nuestra casa, e intentó sembrar la discordia entre mi pareja y yo.
—Pues actuó como si no
te conociera, y supongo que estaría al tanto del juicio.
—Sí, pero desde el día
del accidente había cambiado mucho nuestra relación. No quiero estropear tu
recuerdo de Olga. Simplemente digamos que no nos trató bien.
—Para mi decisión esto
da igual. La conozco muy bien desde hace tiempo y te aseguro que Olga ya
pertenece al pasado. Me da igual cuales fueran sus intenciones. Mi madre
además, es tajante; de ninguna manera quiere poner en peligro el desarrollo de
un niño recién nacido.
—Le puedes decir que
son dos niñas, incluso podéis venir un día a casa a conocerlas.
—Gracias, quizá lo
hagamos. ¡Por cierto!...
Ian, que después de un
apretón de manos ya se marchaba, se paró un poco antes de llegar a la puerta.
Pedro, que ya había vuelto con su grupo, se giró sorprendido.
—Dime.
—Mi abogado me ha
contado lo que el perito encontró en tu móvil, y he tenido acceso a algunos
archivos. Quería que lo supieras por dos motivos; uno, que soy un tipo
inteligente y que sospeché de Olga desde el primer momento, y otro, que no soy
un cabrón. Estoy seguro de que aquel día estabas al límite, y no creo que Olga
apareciera en mi vida por petición tuya.
—Muchas gracias, antes
con la emoción no te las he dado.
—De nada, os deseo lo
mejor a todos. Es posible que nos volvamos a ver.
—Hasta pronto
entonces.
—Hasta pronto.
Pedro volvió con el
grupo, y por fin pudieron disfrutar plenamente de las niñas todo el tiempo que
les permitió la enfermera, que aunque fue mucho, les pareció poco.
Teresa mira con
expresión de suma preocupación a Ana. La accidentada intervención forzó que la
cesárea se hiciera con epidural, así que la doctora Retuerto estaba plenamente
consciente cuando terminaron de coserle y el equipo médico se hubo marchado.
La noticia que Teresa
le acababa de comunicar era feliz, pero terrorífica.
—¿Estas segura?
—Completamente, Ana.
He vuelto a analizar la primera muestra de sangre y cada una de las que te han
extraído en tus últimas estancias en el hospital. He invertido mucho
tiempo libre en ti. Te quiero y si era capaz de pedir tu castigo cuando parecía
que lo merecías, siempre lo seré en ayudarte hasta el final en todo lo que
pueda.
—Muchísimas gracias
Teresa.
—Sí, sí... El caso es
que ningún análisis posterior al primero ha dado positivo en VIH, pero la
primera muestra si que tiene virus del VIH, sin ninguna duda.
—¿Cómo es posible?
—Necesariamente,
alguien contaminó la muestra. He mirado el horario de laboratorios, las
asignaciones de investigación y cualquier información referente al uso del
laboratorio donde se analizó tu prueba, y no había ninguna prueba que
involucrara cultivos de virus, análisis de potenciales seropositivos o sangres
no controladas. No queda otra posibilidad.
—¡Dios mío! ¿Quién
habrá podido ser?
—Pues tengo mis
sospechas. Alguien que puede moverse por el hospital con libertad, y que conoce
bien la distribución del mismo. ¿Se puede saber en qué andas metida? Ha tenido
que ser el mismo al que trataste de encubrir, ¡Ramón!
—Ahora ya está en la
cárcel.
—Y esperemos que por
mucho tiempo. Nunca me fié completamente de él.
—Tiene una mente muy
retorcida, y es capaz de cualquier cosa por conseguir lo que quiere. No se cómo
nos pudo tener engañados tantos años.
Ana pensaba también en
Olga. Su mejor y más malvada amiga. ¿Qué demonios pasa en las cabezas de
algunas personas para que actúen así? Dos personas a las que creía conocer,
sobre todo a Olga. Creía conocer bastante bien a Ramón a pesar de sus repentinas
ausencias prolongadas. Ahora solo esperaba que estuviera toda la condena en la
cárcel, por su bien y el de su familia.
Teresa se despidió con
un abrazo y salió a proseguir su turno. A la salida avisó a la enfermera de que
ya podía comunicar a familia y amigos que podían pasar a ver a la madre.
Una vez con todos los
amigos y los padres de Pedro, por fin disfrutaron de un momento de felicidad
colectiva todos los que aún formaban parte del grupo original, y parecía que la
nueva normalidad no tardaría en llegar. Incluso empezaron a planear qué harían
los próximos meses... Su vida nunca volvería a ser lo que fue, pero al menos,
la podrían vivir felices.
Mientras tanto, dos
hermanos conversan separados por un cristal mientras sujetan sendos teléfonos.
—Olga ha muerto.
—¡Joder! ¡Maldita
inútil! —con su hermano no necesitaba simular empatía—. ¡No te puedes fiar de
nadie para hacer bien un trabajo!
—Y Ana se ha puesto de
parto en el juicio contra Pedro. Se han ido al hospital, pero me ha sido
imposible seguirles, así que me he venido aquí a contártelo.
—Gracias hermano.
Permanecen unos
minutos callados mientras Ramón piensa con la mirada perdida. Asusta cuando
mira así, ladino, perverso.
Su hermano, sin
embargo, le mira con una mezcla de confianza y orgullo. Le gusta que su hermano
sea peligroso. Hasta hace poco, era el único que realmente le conocía y sabía a
dónde podía llegar por conseguir lo que deseaba. Ramón era algo más pequeño, y
su hermano había podido comprobar cómo se iba desarrollando un pequeño psicópata,
que no necesitaba llegar a grandes extremos para conseguir lo que quería en el
patio del recreo y en las discotecas light, y cuya sagacidad le llevó pronto a
comprender que era peligroso comportarse siempre como si el mundo le
perteneciera, y empezó a moderarse y a adoptar una apariencia normal, incluso
cariñosa, pero algo distante.
Ahora esa apariencia
se había ido por la cloaca. Patricia, Ana, Mary, Pedro... todos habían visto su
verdadera cara. Tenía que hacer algo, ¿pero qué?
Un plan que le solucionara
la vida tendría que ser grande, muy grande. Tenía que salir de la cárcel,
claro. Su hermano no podría hacer nada mientras él estuviera dentro. Peligro de
perder un valioso peón, ¡el último tras la pérdida de Patricia! Porque...
Patricia estaba perdida, claro. O... quizá no...
La perturbada mente de
Ramón mantenía un diálogo consigo misma.
«Sí. Nunca me podré
fiar al cien por cien de ninguno de ellos. Patricia me traicionó en Pau, Pedro
me quitó a Ana, y Ana me niega mis hijas. Sí, sí... todo empieza a encajar. No
será demasiado difícil.»
Ramón empezó a reírse
en voz alta, una auténtica risa siniestra. Entonces asió el teléfono, golpeó
dos veces el cristal y, cuando su hermano se lo hubo puesto de nuevo en la
oreja, empezó a hablar.
—Escucha exactamente
lo que quiero que hagas, hermanito...
Alfredo Lezaun Andréu
XLII. El muro.
El silencio envolvía
la habitación, apenas se escuchaban los tímidos canturreos de los gorriones que
anunciaban la llegada de un nuevo amanecer. Jamás hubiera creído que iba a
disfrutar tanto de un momento así... en silencio. Lucía y Candela habían
acaparado su tiempo, su alma, su vida... Era genial tener un momento para
pensar, para darse cuenta de cuanto habían cambiado sus vidas... Para disfrutar
de aquella maravillosa estampa: Candela tumbada sobre el torso de Pedro,
dormidos ambos profundamente. Parecía que hasta sus respiraciones se habían
acompasado al mismo ritmo. Y en sus brazos Lucía, tan bien dormida al fin.
Había sido una noche
larga, tenía sueño pero hubiera vendido su alma por inmortalizar aquel momento
en familia, tranquila, relajada, admirando a los tres seres que más quería. «Hoy
va a ser un gran día», se dijo a si misma, y se incorporó para dejar a Lucía en
su cunita.
Se metió en la ducha,
dejo que el agua caliente resbalara por todo su cuerpo, se apoyó con sus
estilizadas manos en las baldosas y dejó que el agua y el calor la
transportaran a otro de los mejores momentos de este GRAN DÍA.
La calle estaba
abarrotada, parecía mentira que fuera tan pronto. Se dirigió al hospital y al
llegar a recepción saludó a sus compañeros y solicitó su sobre...
Tras recogerlo se
dirigió a
—Disculpe, aquí se
coge el autobús a la prisión Moss.
—Sí hija, sí —contestó
la mujer, y se sentó a su vera a esperar.
Pasado unos minutos
llegó el autobús. Ana no veía el momento de llegar, tenía ganas de ver su cara,
tenía ganas de…
Se sobresaltó al
escuchar el silbido de su móvil que anunciaba el mensaje entrante. Se apresuró
a leer, era Pedro:
“Tardarás mucho? Candela y Lucía siguen
durmiendo pero yo echo de menos tu beso de buenos días”
“No Pedrito, no. Te lo prometo…” (contestó
Ana)
Guardó su móvil y se
dispuso a “disfrutar” del paisaje, a mirar al infinito, a no pensar… y se quedó
ensimismada pensando en NADA…
Pasada casi una hora
llegó a su destino. Cómo imponía aquel edificio. Nunca había estado en una
cárcel. Ayudó a la señora de la bolsa de cuadros a bajar del autobús y las dos
se dirigieron hacia lo que parecía una puerta. No habían compartido ni una sola
palabra pero aquella señora le caía bien, le resultaba agradable, buena gente.
La mujer le agarró fuerte de la mano y le dijo:
—No te asustes hija.
Se nota que es tu primera vez, pero no tengas miedo. Esto impone pero no deja
de ser un edificio adornado con rejas.
Ana sonrió y
respondió.
—Gracias.
Al entrar le solicitaron
la documentación y les preguntaron a qué preso iban a visitar. A continuación
pasaron a una pequeña sala acristalada, vieja y sucia donde dos mujeres con
cara muy desagradable las cachearon y las acompañaron hasta el detector de
metales. Tras este detector accedieron a otra sala alargada, un poco más
limpia, donde aguardaban otras visitas. No podía creerlo, allí estaba… Parecía
que se encontrara en frente de Ramón, era exactamente igual a él. Al verla
abrió aún más esos enormes ojos y se echó para atrás, como queriendo escapar de
aquella incómoda situación.
—Hola, soy Ana.
—Lo sé —contestó
Thomas.
—Eres el hermano de
Ramón, no hay duda… —dijo con cierto aire de chulería.
—Sí, soy yo. ¿Qué
haces tú aquí?
—Vengo a ver a Ramón,
como tú, supongo. Hay pocas cosas más que hacer en un sitio así, ¿no? —Ana no
podía creer que sangre fría estaba teniendo para hablarle así, pero se sentía
fuerte, valiente—. Vengo a ver a tu hermano, a preguntarle cómo está, a
intentar recordarle lo que un día fue, mi amigo, y a decirle ADIOS para
siempre.
—Umm… —murmuró Thomas
cerrando los ojos, sonriendo y poniendo una cara de esas que dicen: “¡que te lo
has creído!”.
—Sí, ya se que no me
crees, por eso te voy a pedir que entremos juntos para que lo compruebes por ti
mismo.
—De acuerdo —asintió—.
Ningún problema.
Seguidamente un señor
grande, gordo, sudoroso y mal oliente abrió la puerta de metal que había en la
sala y les dejó adentrarse en la llamada “Sala de visitas”.
Ana siguió a Thomas,
ambos se sentaron en una mesa al fondo de la sala. Segundos después aparecieron
los presos por la puerta situada justo frente a sus ojos. No dejaban de entrar
presos uno detrás de otro, pero Ramón no aparecía…
Se cerró la puerta
tras el último reo y Ramón no había comparecido. Su hermano se dirigía hacia el
funcionario para preguntarle cuando se abrió la puerta. Allí estaba, bastante
desmejorado y más delgado, y con alguna marca en la cara que no reconocía Ana.
Vio a su hermano, y
este ladeando la cabeza le dijo:
—Mira quién ha venido.
No podía creerlo. Se
restregó los ojos incluso. Ana entonces se incorporó y dijo en voz alta:
—Sí Ramón, soy yo.
Él se acercó
lentamente hasta la mesa donde se encontraba admirándola como nunca había hecho
y se sentó frente a ella.
—Ana, yo... Quería...
—No Ramón. La que he
venido a verte soy yo, y la que quiere hablar soy yo. Así que agradecería que
te callaras y me escucharas atentamente.
Asintió con la cabeza
y se le escapó una sonrisa un poco maligna...
—Primero, ¿qué tal
estás? —prosiguió Ana—. No debería preguntarte, solo reprocharte, pero para
poder recibir hay que dar primero, ¿no? Pues yo acabo de poner la primera
piedra para construir el muro.
—¿Qué muro? —rió
Ramón.
—El que va a aparecer
en breves momentos entre tú y yo...
—Venga Ana —Ramón rió
a carcajadas.
—¿Cómo estás Ramón?
—repitió Ana.
Estaba perplejo. No
sabía si era una broma, si venía a reprocharle, a preguntarle... Estaba
totalmente desconcertado pero como si no entraba en el juego, al parecer no iba
a averiguar de qué se trataba, contestó a Ana cortésmente.
—Bien, estoy bien.
—Me alegro —sonrió Ana
vagamente—. Sólo he venido a decirte que jamás te hubiera creído capaz de hacer
todo lo que has hecho. Te has transformado en una persona que yo no conozco y a
la que no quiero conocer. No quiero entrar en un montón de reproches sin fin,
lo pasado, pasado está. Sólo quería decirte que le digas al Ramón al que yo
conocí, que le quiero y le echaré de menos... A este nuevo Ramón sólo me queda
darle esto.
Ana sacó de su bolso
el sobre que había recogido en el hospital.
—¿Qué es esto?
—preguntó alucinado.
—Es un regalo para TI,
de MÍ, por ser TÚ.
—Gracias Anita.
Parecía que el tiempo
se había detenido. Los segundos se hacían eternos mientras Ramón abría el sobre
y se disponía ingenuamente e ilusionado a leer.
Acto seguido se quedó
perplejo al comprobar lo que tenía delante. No podía creer lo que estaba
leyendo ni quién se lo había traído. De repente su sonrisa maligna comenzó a
borrarse de su cara.
—Sí Ramón —dijo Ana
satisfecha—. Es un análisis genético que Pedro se hizo. Así es, ¡Pedro es el
padre! —sonrió finalmente.
La cara de Ramón se
desencajaba por momentos.
—Este es el muro del
que te hablaba al principio —prosiguió Ana—. Este es nuestro muro. Ahora nada
nos une, nada nos ata. No hay nada que recuperar, nada que intentar. Sólo
decirte hasta siempre y que le des un enorme beso a mi Ramón, a mi amigo...
Ana se levantó, caminó
lenta pero intensamente, segura y orgullosa de si misma. Ramón y su hermano,
perplejos, observaban detenidamente cómo Ana se alejaba para de ellos para
SIEMPRE.
Maite Navarro Medina
XLIII. Encuentros inesperados.
SIEMPRE es lo que Ana
pensaba, deseaba. La mente enferma de Ramón ya estaba pensando la manera de
conseguir que fuera para siempre suya, no aceptaba esas pruebas, no podían estar
bien. Estaba seguro de que eran falsas. Eran sus gemelas, todo cuadraba en el
tiempo. Y así se lo empezó a decir a Thomas cuando Ana se hubo marchado. La
mente psicótica del pequeño Ramón había despertado y se estaba imponiendo a ese
otro Ramón que Ana, Pedro y los demás habían conocido.
Ramón ya estaba
planeando todo sobre cómo actuar de ahora en adelante para conseguir sus
propósitos pero nada le dijo a Thomas en estos momentos. Sabía que estaba
vigilado, incluso dentro de la prisión y que debía obrar solo hasta que fuera
seguro poder contar con él para todo. Mientras necesitaba que permaneciera en
España para poder informarle de lo que iba pasando en el grupo de amigos, al
menos, de todo lo que él pudiera enterarse.
Tras dejar atrás la
cárcel, Ana llegó feliz a su casa con Pedro y las niñas. Aún no era la hora de
comer y pudieron bajar a dar una vuelta con las pequeñas apurando los últimos
días calurosos del año. Se acercaron hasta el parque cercano a su casa y
relajados caminaron sin rumbo por sus caminos de tierra flanqueados por todavía
frondosos árboles. Paseando se encontraron con
Sandra y Rafa que reían como niños y casi ni se dieron cuenta de que
llegaban. Sandra se alegró mucho de verlos, sobre todo a las pequeñas, su
debilidad desde que nacieron. Tras charlar un rato los cuatro, Ana y Pedro
fueron para casa a seguir con su rutina diaria desde que Candela y Lucía
estaban en sus vidas. Bendita y feliz rutina, pensaba Ana. No podía creerse
que, por fin, fueran sólo ellos y no tuvieran que preocuparse de nada más.
Así transcurrían los
días y semanas de los felices papás, sin tiempo libre, todo para ellas, pero
relajados. Olvidados ya los difíciles momentos pasados por el accidente de
Pedro, el secuestro de Ana, las intromisiones en su relación de Olga y Ramón.
Todo iba bien. Vivían en una nube, en un sueño de color rosa que hace sólo unos
meses no podían siquiera imaginar.
Mary había telefoneado
todas las semanas a Patricia, para saber cómo estaba y cómo seguía su embarazo.
Se sentía en deuda con ella por haber cuidado de Jack y sobre todo, estaba
convencida de que le debía a ella que Jack continuara vivo. Por eso a Patricia
no le extrañó cuando esa mañana sonó el teléfono y era Mary.
—Hello Patricia! —le
dijo Mary nada mas que Patri descolgó el teléfono.
—Hola, ¿qué tal está
Jack? —preguntó como siempre que le llamaba Mary. Esos pocos días que pasó con
él llego a cogerle mucho cariño. Y era recíproco.
—Bien, ilusionado ya
con la llegada de las próximas Navidades y casi ni se acuerda de esos días. Sólo
le queda tu recuerdo y ese es bueno. Y tú, ¿cómo estás? ¿Quedan ya poquitos
días?
—Me encuentro genial,
la verdad es que parece mentira que esté ya de treinta y nueve semanas y siga
haciendo vida casi normal. Casi no lo creo después de todo lo que pasó y de los
días hospitalizada, pero es así. Excepto que debido a mi trabajo, ya sabes que
tuve que cogerme la baja, estoy haciendo la misma vida que antes del embarazo.
Completamente recuperada y esperando ansiosa el momento del parto. Feliz pero
nerviosa y con un poquito de miedo por si estoy sola en casa y no llego a
tiempo al hospital. En fin, los nervios y miedos de madre primeriza.
—Por eso te llamaba
—la interrumpió Mary—. Jack y yo nos vamos a ir contigo unos días a España.
Espero que no te parezca mal.
—Gracias Mary, no hace
falta. No te preocupes, no vengáis, no es necesario. Tenéis vuestra vida,
familia, amigos, todo allí. No te sientas en deuda conmigo, lo que yo hice por
tu hijo, lo hubiera hecho cualquiera.
—No sigas, esta
decidido, vamos a ir. Mañana sale nuestro vuelo —y sin darle tiempo a Patricia
a protestar Mary le colgó el teléfono.
Mary lo tenía decidido
desde hacía semanas: no dejaría que Patricia estuviera sola en ese momento. Le
debía mucho como para abandonarla en un momento así. Patricia estaba casi sola
en la ciudad, sus padres habían tenido que abandonar el país hacía un mes con
destino a Estados Unidos para ingresar a su madre en un importante hospital
para tratarle un cáncer de pulmón y sólo contaba con su grupo de amigos,
compañeros de trabajo del hospital. Y sus amigos desde la pasada Nochevieja,
hacía ya casi un año, no estaban todo lo pendientes de Patricia que esta
necesitaba. Mary lo había notado en el tono de voz de Patricia en cada llamada.
Habían pasado muchas horas al teléfono en las últimas semanas. Además Mary
necesitaba hablar con Patricia de algo que no se atrevía a abordar por
teléfono.
Tras colgar el
teléfono, Patricia se dispuso a limpiar la casa y ponerla en orden. Mañana
llegarían Mary y su hijo Jack, necesitaba prepararles una habitación para
ellos. Seguidamente fue a la cocina, abrió la nevera para ver todo lo que
faltaba y bajarse a comprarlo enseguida. Tenía que tener todo perfecto para
cuando viniera Mary, la persona que aún en la distancia, más cerca sentía. La necesitaba
a su lado y, por suerte, iba a contar con ella.
Aquel día Patricia
cogió el coche para ir a comprar. No solía hacerlo, compraba siempre en el
supermercado de su barrio. En sus tiendas de siempre tenían todo lo que ella
necesitaba. Pero esta vez era diferente. Quería que para Mary y Jack todo fuera
perfecto, de la mejor calidad. Iría al centro a comprar. Conocía un mercado con
productos gourmet de alta calidad y sobre todo, sabía que allí encontraría
algunos productos típicos de Londres y quería que sus invitados se sintieran
como en casa.
Llegó al centro,
circulando junto al mercado y en seguida vio un sitio donde aparcar, «¡qué
suerte!». Tan sorprendida estaba con su fortuna de poder estacionar a la
primera y justo al lado de la puerta principal, que no se dio cuenta de quienes
estaban sentados justo en el banco de al lado. Bajo del coche, cerro la puerta
y al levantar la vista, los vio. ¡Qué grata sorpresa!
—Mary y Jack están
volando hacia España. Creo que vienen a pasar unos días con Patricia y estar
con ella cuando nazca su bebé —le dijo Thomas a Ramón en su primera visita al
psiquiátrico. Se parecían más que nunca, eran como dos gotas de agua. Thomas
había modificado un poco su aspecto y formas hasta ser como Ramón, tras haber
estado unos días sin poder recibir la visita de ningún familiar. Era política
del centro psiquiátrico que durante los primeros días los enfermos estuvieran
aislados del exterior. Después, conforme iban siguiendo el tratamiento, les
iban permitiendo recibir visitas. Y en el caso de Ramón, ese momento había
llegado muy pronto ya que en cuanto consiguió su traslado desde el centro
penitenciario al psiquiátrico comenzó a mejorar su comportamiento y sus
aparentes brotes psicóticos parecían remitir y haberse corregido con la medicación,
que por supuesto Ramón aparentaba tragar pero escupía en cuanto el enfermero
salía de su habitación. Su plan estaba funcionando.
—Por fin, una buena noticia —contestó Ramón—. ¡Qué
suerte! Todos mis hijos en la misma ciudad, esperándome para cuando salga de
aquí, que será muy pronto si todo funciona como esta previsto.
—Saldrá hermanito,
saldrá. Ahora estamos juntos de nuevo en esto y podremos hablarnos con
asiduidad, y sin vigilancia —dijo Thomas guiñándole un ojo a su hermano.
Faltaban pocas horas
para que Mary y Jack llegaran. Patricia estaba nerviosa organizando todo en
casa y preparando la cena para todos porque quería que todo estuviese perfecto
para Mary, que venía sólo por estar con ella, pero también nerviosa por los
demás. Después de todo lo pasado este año, y tantas semanas sin verse,
volverían a estar casi todos los “amigos” juntos. Y eso iba a ocurrir en su
casa, en su mesa,... «¡Todo tiene que estar perfecto!», se dijo así misma.
Y es que Mary y Jack,
no sólo le traían su propia compañía, sino que además, gracias a ir al centro a
comprar para ellos, se había encontrado con Rafa y Sandra. La feliz pareja del
banco de al lado de su coche. Habían estado hablando largo rato, incluso
tomaron un café los tres. Aclararon cosas sucedidas ese año. Perdonaron a
Patricia haber sido cómplice sin querer de Olga y Ramón. Sandra se dio cuenta
de que tanto ella, como su hermano y Ana, habían culpado quizás de manera
inconsciente a Patri por lo de la carta y otras situaciones de haberles
ayudado. Tras hablar relajados con ella ambos, y sobre todo, gracias al tiempo
transcurrido desde los malos momentos vividos, se dieron cuenta de que Patricia
sólo había sido una victima más de aquellas mentes maquiavélicas que tanto mal
habían hecho al grupo. Pero eso ya era pasado, Olga había muerto y Ramón, el
peor de ellos, estaba en la cárcel (así lo creían ellos) y no tenían por qué
preocuparse de él. ¿O quizás sí? Al menos ellos estaban tranquilos pensando que
tardaría muchos años en salir de allí.
De aquel encuentro
fortuito surgió la cena de esta noche. Patricia convenció a Sandra y Rafa:
—Va a venir Mary y
Jack para estar conmigo estos días, hasta pasadas las Navidades para que no
esté sola ni en el parto ni en estas fechas tan familiares... —a Patricia se le
nublaron los ojos y casi llora al acordarse de sus padres.
—No te preocupes, no
estarás sola, nosotros también estaremos contigo en estos momentos, ¿verdad
Rafa?
—Por supuesto, Sandra
—le dijo cariñosamente—. Y estoy seguro de que tu hermano Pedro y Ana también.
Hemos sido muy buenos amigos, me corrijo, somos muy buenos amigos. Hemos estado
distanciados de ti Patricia. Perdónanos, no fue culpa tuya.
—Sí, Patri. Hemos
estado ocupados sólo de lo nuestro y no nos hemos dado cuenta de lo sola que
estabas y lo que te hacíamos falta tus amigos. Menos mal que Mary ha sabido
estar. ¡Qué ganas tengo de verla para agradecérselo!
—Tengo una idea —dijo
Patricia—. Si queréis podéis venir mañana a mi a casa a cenar y así le damos
una sorpresa de bienvenida a Mary y Jack.
—Encantados. Muchas
gracias. Iremos y si no te parece mal, hablaré con mi hermano para que vengan
también.
—¡Genial! —contestó
Patricia—. Decírselo a todos. Ya tenía ganas de poder volver a ser pandilla.
Y así fue como surgió
el plan de la cena de esta noche. Y enfrascada en sus pensamientos estaba
Patricia, cuando sonó el timbre. Echó una ojeada a su reloj, era pronto para la
llegada de Mary, Jack, Sandra y Rafa. Debían llegar juntos pues la pareja se
había ofrecido para ir a buscarlos al aeropuerto, no querían que Patri en su
estado cogiera sola el coche. No esperaba a nadie hasta dentro de dos horas.
¿Quién podría ser?
Rafa y Sandra ya
estaban en el aeropuerto. Estaban tranquilamente los dos sentados en la
cafetería, tomándose un refresco cada uno. Rafa llevaba casi un año sin
consumir alcohol, le daba miedo las consecuencias, perder el control y no
recordar. Lo que pasó en el grupo le había concienciado. Estaban hablando de
cómo iban a pasar las próximas fiestas navideñas, dónde comerían, dónde
cenarían... Iban a ser sus primeras navidades como pareja y estaban
entusiasmados con la idea. Y así, contentos, ensimismados el uno con el otro,
estaban cuando de repente a Sandra se le cambio la cara, se quedo blanca,
pálida, como si hubiera visto un fantasma. Y… es que casi era eso lo que había
pasado. Lo había visto, estaba segura, era él. Pero que hacía aquí, cómo había
salido. No, no podía ser, se decía para sí misma pero casi sin creerlo. Seguro
que era su hermano, tenía que serlo, no podía ser otra cosa.
—Sandra, ¿qué te
ocurre? —preguntó muy asustado Rafa—. Reacciona, parece que has visto un
fantasma. Dime, ¿qué pasa? Me estas asustando.
—Rafa —dijo Sandra,
casi en un susurro, cuando recobró el habla—, Rafa, era él, era Ramón. No puede
ser, ahora no...
Rafa, no entendía
nada. Sandra estaba aturdida, pasó un rato hasta que reacciono del todo y pudo
hablar con ella.
—Sandra, ¿estas
segura? Sabes que no puede ser. Quizás lo has confundido con su hermano. Sí,
tiene que ser eso.
—Supongo que tienes
razón, pero había algo raro. Vamos a buscarlo, quiero saber que hace Thomas
aquí precisamente hoy.
Lo cierto, es que
había sido una casualidad. Thomas iba a coger un avión para arreglar unos
asuntillos suyos, cuando los vio en la cafetería. «¿Que harían allí?», se
preguntó. Indagó y descubrió a quienes esperaban. Canceló todos sus planes y
volvió con su hermano.
Rafa y Sandra lo
buscaron por el aeropuerto pero no lo encontraron. Decidieron olvidar aquello
por el momento y no decirle nada a nadie, no querían preocupar a los demás
ahora que, por fin, volvían a ser un grupo de amigos. Es más, eran incluso más.
La relación con Ian, continuaba y también con Mario, que últimamente quedaba
siempre con el grupo en compañía de su amigo Hugo. No dirían nada, no querían
fastidiar la gran cena de esta noche.
Patricia se aproximaba
para abrir cuando vio que Federico estaba alerta, ladrando, en posición de
ataque, como advirtiéndole de que no abriera esa puerta. A Patricia eso le
paralizó, no era un comportamiento normal en él. Solía ser un perro cariñoso y
juguetón con todo el mundo. No le gustó su comportamiento y decidió ir con
cautela. Pero cuando iba a la altura del sofá, le dio una fuerte contracción y
no pudo mas que tumbarse hasta que se le pasará. Había sido una contracción muy
fuerte, necesitó unos minutos para reponerse y poderse levantar para ir a
abrir.
Cuando llego a la
puerta, quién quiera que fuera que hubiera estado allí ya se había marchado.
Quizás por la tardanza, quizás ahuyentado por los ladridos de Federico. A
Patricia esto la dejo un poco preocupada, pero no quiso darle más vueltas.
Podía ser cualquier desconocido. Así que continuó con la cena para estar
ocupada y no pensar.
Sonó de nuevo el
timbre y esta vez sí, eran ellos, sus amigos. Estaban todos, Sandra, Rafa, Mary
y Jack habían venidos directamente desde el aeropuerto y al aparcar se habían
encontrado con Pedro, Ana (las gemelas estaban con los padres de Pedro), Mario,
Hugo e Ian. Así que llegaban todos juntos a casa de Patricia.
Fue un reencuentro muy
deseado por todos, sin reproches, felices y arropando a Patricia que tanto
parecía necesitarlo. Sólo a Mary se la veía un poco contrariada, y es que
esperaba haber estado a solas con Patricia. Necesitaba hablar con ella, llevaba
días con ese pensamiento y, en parte, eso era lo que la había hecho venir a
España. Estaba inquieta por qué acabara la cena y quedarse a solas para hablar
de sus hijos. Pero por lo demás, todo transcurría con normalidad. La cena
estaba suculenta y la compañía y conversación inmejorable.
Hasta que llegaron los
postres y, de repente, Patricia volvió a tener ese fuerte dolor, de nuevo una
contracción. Pero esta vez no fue aislada, se repitieron… estaba de parto. Así
que se acabo la cena. Todos fueron al hospital con ella, y en cuestión de poco
más de una hora, allí estaba Patricia en la habitación del hospital con su hijo
en brazos y rodeada de sus amigos. Emocionada se acordó de su madre y la
telefoneó para darle la buena noticia. Bueno, las buenas noticias, ya que su
madre recibió como la mejor de las noticias saber que Patricia no estaba sola,
sino que volvía a tener a su lado a todos sus amigos, ya que ella no podía
estar junto a ella.
—Patricia, hija, me
alegro mucho por ti, y por el niño. Aquí también tenemos buenas noticias. Mi
tratamiento va muy bien, y seguramente a finales de enero regresemos a España y
pueda conocer a mi nieto y ya quedarme a tu lado. Besos hija. Te quiero. Papa
también —dijo emocionada su mamá antes de colgar.
Todo era felicidad en
esa habitación. Por fin, la vida de todos ellos parecía volver a ser lo que
era. Cuantas cosas habían pasado en solo un año, un “año horribilus” para casi
todos, pero que tocaba a su fin...
Hablando de todo ello,
Pedro le propuso a Patricia y a Mary que no pasaran solas
Ana estaba encantada con la idea, pero le
entristecía en parte dejar de lado a Mario e Ian que tanto les habían ayudado a
ella y, sobre todo a su amado Pedro. Sabía que ellos pasarían
—Chicos, ¿qué os
parece pasar el fin de año juntos? ¿Podríamos ir a una casa rural? Y celebrarlo
todos juntos...
—Si os apetece podemos
ir a la casa de mis padres en Pau. Os gustará a los que no la conocéis y allí
cabemos todos. Esta aislada de las otras casas. Podremos estar a nuestro aire,
sin molestar y el paisaje en invierno es precioso. Y la casa, con la chimenea
es muy cálida y acogedora.
A todos les pareció
genial y de inmediato comenzaron a organizarlo todo. Nerviosos, ansiosos porque
llegara el momento. No se daban cuenta de que Patricia necesitaba descansar,
hasta que entró Teresa, acompañada de Roberto y les dijo que deberían dejarla
sola para que duerma y descanse un poco, lo necesitaba.
—Vayámonos a casa
—dijo Ana—. Teresa y Roberto tienen razón. Nos quedan días para hablar y
organizar todo —y dándole un besico a Patricia salió de la habitación seguida
de Pedro y los demás.
Ya de regreso a su
casa, Pedro y ella iban caminando de la mano mirándose el uno al otro. Ana iba
pensando en todo lo pasado, en cómo había empezado el año y cómo iba a acabar.
Esa manía suya de repasar todo lo ocurrido durante el año, le ocurría siempre
cuando llegaba diciembre. Y entonces pensó en la curiosa paradoja: con Roberto
había empezado lo peor del año para ella. Recordó que fue él quién le dio la
mala noticia del accidente de Pedro. Sí, porque pasado el tiempo, para Ana lo
peor había sido el accidente y no la infidelidad. Quería tanto a Pedro que no
hubiera soportado perderle. Y ahora al acabar el año, era precisamente Roberto
quién les había traído las buenas noticias de que todo había ido bien en el parto
de Patricia y ahora les había aconsejado también lo que era mejor.
Los siguientes días de
diciembre transcurrieron con normalidad, dentro de lo que son esos últimos días
del año, cuándo se va siempre de un lado para otro ultimando todas las compras
y no descuidando ningún detalle para las ya cercanas fiestas navideñas. Con ese
trajín habitual de las fechas, transcurrieron los días para Ana y Pedro,
encargados de todas las compras para la cena de Nochebuena y la comida de
Navidad en casa de los padres de Pedro. Acababan los días agotados, entre los
preparativos y las niñas, pero tremendamente felices de poder pasar esos días
en familia y con amigos. Ana, aún sacaba tiempo por las mañanas para acercarse
con las gemelas hasta casa de Patricia para ver al pequeño Miguel y pasear
juntas las dos con los bebes. Mary aprovechaba esos ratos para ir con Jack a
hacer algo de turismo por la ciudad y disfrutar algún tiempo a solas con su
peque.
Así, casi sin darse
cuenta, llegó el día de Nochebuena. Todo estaba listo en casa de los padres de
Pedro, en el pueblo para pasar una velada inolvidable para todos. Ana, Pedro,
Candela y Lucia habían ido ya la noche anterior para ayudar en todo y que los
abuelos pudieran disfrutar de las pequeñas.
Los primeros en llegar
fueron Sandra y Rafa, que trajeron un
montón de regalos para poner bajo el árbol y, siguiendo la tradición
familiar, abrir a la mañana siguiente todos juntos al calor de la chimenea.
Poco más tarde, llegaron otros familiares y también Patricia, Mary, Jack y el
“baby” de todos: Miguel. Fue una cena fantástica, tranquila, feliz, familiar,
como debe ser una cena de Nochebuena. Comieron, rieron, bebieron,… en
definitiva, disfrutaron de estar juntos y olvidaron todo lo malo del año. Allí
estaban los tres pequeños: Candela, Lucia y Miguel, motivos más que suficientes
para no mirar atrás y sí hacia el futuro.
Maribel Mena Tobar
XLIV. Y llegó Nochevieja...
Habían pasado cinco
días desde Navidad, cuando sonó el timbre en casa de Patricia. Eran Sandra y
Rafa que venían a por la llave de la casa de Pau. Tal como acordaron en
Nochebuena ellos irían antes para prepararlo todo y, sobre todo, encender la
chimenea y calentar la casa para cuando llegaran con los bebes.
De repente, sin
saberlo Mary, Jack dijo:
—¿Puedo ir con vosotros?
—y girando la cabeza hacia Mary, la miró y añadió—. Mamá, ¿me dejas?
Mary se quedo
sorprendida. No tanto porque quisiera irse solo con Rafa y Sandra, se llevaba
muy bien con ellos, sino por esa prisa por volver a esa casa y sin ella. En un
principio a ella le dio miedo la propuesta de pasar el fin de año allí, por su
hijo, ya que allí había estado cautivo. Pero ahora se daba cuenta de que sobre
todo, le había dado miedo por ella, por lo que para ella había significado ese
lugar, y el miedo que le había producido al estar separada de su hijo. Pero
Jack no sólo guardaba recuerdos malos de ese lugar y además la casa y el
entorno eran preciosos y perfectos para jugar, y esta vez iba con dos amigos y
al día siguiente iría ella. No, Jack no tenía miedo. Jack estaba emocionado con
ese fin de año diferente. Lo notaba en sus ojos, así que sólo pudo decir:
—Por mi vale. Si a
Sandra y Rafa no les importa…
—¡Que nos va a
importar! Es un chico encantador y seguro que nos ayuda un montón a preparar
todo para cuando lleguéis— dijo risueña Sandra.
Cinco minutos más
tarde ya estaban los tres rumbo a Pau. Durante todo el viaje fueron cantando
canciones y jugando a adivinanzas y al veo-veo. Lo pasaron tan bien que casi
les dio pena llegar.
—Ya estamos, ¡mirad,
es allí! —dijo excitado Jack, cuando al girar la última curva se veía ya a los
lejos el camino que conducía hasta la casa de la montaña de los padres de
Patricia.
Mientras en la otra
esquina del mundo, los padres de Patricia se disponían a tomar un vuelo rumbo a
Europa. Tenían previsto hacer transbordo en Amsterdam y desde allí volar a
España para sorprender a su hija. Sin saber que ésta tenía pensado recibir el
nuevo año en Pau. Patricia no les había dicho nada, no quería añadirles la
preocupación de un viaje tan largo en coche, a las que ya tenían ellos.
Ana y Pedro preparaban
las maletas para dejarlo todo listo para el día siguiente. Mario bajó varias
veces a preguntarles si necesitaban que les llevara algo en el coche, ya que él
finalmente iba a ir solo y tendría mucho hueco libre en el maletero. A los dos
les extrañó que no lo acompañara Hugo, pero no quisieron decir nada. Mario
siempre había sido muy reservado en su relación con Hugo y no tenían muy claro
si alguna vez habían sido más que amigos o si sólo fueron eso. Lo cierto, pensó
Ana, es que le vendría muy bien ese espacio extra de maletero, ya que el carro
de las gemelas lo ocupaba todo. Aún así, le dijo a Mario una de las veces que
bajo:
—¿Podrías llamar a
Ian? Tal vez podáis ir juntos y así no vas sólo en el coche.
—Es cierto, lo haré.
Gracias Ana, estas en todo —dijo Mario—. De todos modos cuenta con un hueco en
el maletero. Seguro que os hace falta.
—Gracias —se adelantó
a decir Pedro, mientras pensaba que no sabía cómo iba a meter en el coche ni
tan siquiera la mitad de lo que habían preparado.
Patricia y Mary
también estaban ultimando sus maletas. Mary estaba nerviosa, tenía que hacerle
ya la pregunta a Patricia, ahora estaban solas. Mary necesitaba saber si Miguel
era hijo de Ramón, saber si era hermano de Jack. Jack siempre había querido
tener un hermano y ella sabía que ya no podría dárselo. Si eran hermanos quería
que lo supieran y pudieran seguir viéndose y compartiendo vivencias. No sabía
cómo abordar la cuestión con Patricia pero sabía que este era el momento.
Mientras los amigos,
ilusionados con la idea de una Nochevieja juntos, se disponían a partir, en
otro lugar de la ciudad dos hermanos conversaban sobre el final de su plan,
también con ilusión pero de distinta forma. Estaba todo ultimado: Thomas se
cambiaría por Ramón. Nadie en el psiquiátrico se daría cuenta… Con el paso de
las semanas se habían convertido en dos gotas de agua. Ramón sería libre y en
poco tiempo también lo sería Thomas al curarse de una enfermedad que él en
realidad no padecía.
Pasado el momento de
tensión, Patricia y Mary montan juntas en el coche. Mary ya más relajada tras
haberse sincerado con Patricia y esta a su vez también liberada al haber podido
compartir su verdad con alguien. Ya que hasta ahora no había hablado con nadie
de ese tema, se había distanciado tanto de sus amigos meses atrás que no tuvo
un hombro amigo en el que desahogarse. Pero ahora lo que ocurrió pasó y ya no
importaba, el pequeño Miguel en sus brazos y con su sonrisa le daba fuerzas
para todo. Era su mejor motivo para olvidar todo lo pasado y el motor que
empujaba su vida. Se restregó una lágrima que caía de su ojo al recordar todo,
lo mal que lo pasó, sin poder contar ni con sus amigos ni con su familia,
bastante tenía su madre con la enfermedad.
—Bueno, dejémoslo. Ya
está todo hablado —dijo Mary—. Puedes estar tranquila, no contaré nada a nadie
hasta que tú no tengas fuerzas para hacerlo. Olvídate, descansa y mientras
conduzco a Pau aprovecha que Miguel se ha dormido y duerme tú también un
poquito.
—Gracias —dijo
Patricia, casi quedándose dormida conforme terminaba de hablar.
Jack jugueteaba por
los extensos campos que rodeaban la acogedora casa de los padres de Patricia.
Corría de un lado a otro, en incluso se metía entre los frondosos árboles del
cercano bosque que constituía el pie de la ladera de la cordillera montañosa a
cuyas faldas estaba enclavada la preciosa vivienda. Sandra le gritaba:
—Vuelve Jack, te estas
yendo muy lejos —cuando de vez en cuando lo perdía de vista entre los árboles,
no quería que se perdiera.
Otras veces Jack
corría hacía un lago inmenso de cristalinas aguas que ahora estaba helado.
Quería deslizarse sobre sus aguas heladas y patinar sin fin.
—Ven Sandra, ven
conmigo —le decía entre risas.
—¡¡¡Noooo!!! —gritaba
Sandra todo lo fuerte que podía—. Puede romperse y caerte a las heladas aguas.
No lo hagas —y Jack obedecía pero se reía cuando la veía correr a trompicones
hacia él.
Mientras, Rafa ya
había terminado de preparar todo dentro de la casa y tenía todo dispuesto para
cuando llegaran los demás. Había encendido la chimenea para que toda la casa
estuviera caliente y había dispuesto cojines alrededor del hogar y de la mesa
llena de deliciosas pastas y turrones para tumbarse alrededor de ella y
disfrutar de una larga velada entre amigos. También tenía todo dispuesto en la
mesa principal, los canapés y aperitivos presentados en exquisitas bandejas y
los platos fuertes de la cena guardando el calor en grandes ollas y en el
horno. No se le había olvidado ningún detalle.
Al acabar, miró el
reloj. Pronto comenzarían a llegar los demás, así que salió a llamar a Sandra y
a Jack. No los veía, así que echó un grito:
—¡¡¡Sandra!!!
Y al cabo de unos
minutos, de entre las ramas, apareció Jack corriendo seguido de Sandra. Estaban
llenos de tierra y llenos de ramas. Les dijo:
—Rápido, casi es la
hora, van a llegar. Corred a cambiaros de ropa para la cena. Tenemos que estar
listos.
En poco menos de media
hora estaban listos los tres en la puerta de la casa, como perfectos
anfitriones, esperando que fueran llegando los demás.
Los primeros en llegar
fueron Pedro y Ana con las gemelas. Venían dormidas del viaje, estaban agotados
y hacía poquito que habían tomado leche. Así que las metieron directamente en
las cunas, cerca del hogar para que estuvieran calentitas. Sandra se quedó con
las ganas de despertar a sus sobrinas para jugar un rato.
Estaban los cinco
sentados en los cojines contemplando el fuego en la chimenea, cansados de
esperar, se les estaba haciendo largo, aunque aún no eran las nueve, cuando
sonó la puerta. Jack se levantó corriendo, esperaba que fuera su mama. Pero no…
Allí en la puerta
estaba Ian. Y para sorpresa de todos, no venía solo. A su lado cogida de la
mano estaba Laura, a la que todos recibieron encantados. Sobre todo Ana, que
después de todo lo pasado, necesitaba más que nunca a una amiga a su lado.
Laura para ella había significado mucho y estaba encantada de que además de ser
parte de su pasado fuera a serlo de su futuro. Pero no era la única sorpresa
que Ana se llevaría de Laura, ya que tras ellos iba un niño de apenas seis o
siete años, que se escondía entre las piernas de su madre. Laura había venido
con su hijo, David.
Tras la confusión
inicial, se pasó a las risas, sobre todo Jack y David que enseguida se hicieron
amigos y empezaron a hacer pequeñas bromas y travesuras.
Ana no estaba
tranquila, tenía una extraña sensación esa noche. Miró el reloj, eran más de
las nueve y Patricia y Mary no habían llegado. No quería decir nada, por no
preocupar a Jack, pero…. le parecía que era muy tarde y que algo podía haber
sucedido. Se levantó a ver si sus pequeñas seguían dormidas, se volvió a
sentar, se volvió a levantar, esta vez a la cocina a por un vaso de agua, no
podía parar quieta, le podían los nervios. Al final, cogió una chaqueta de
lana, se la puso y se dirigió a la puerta, necesitaba salir fuera, ver si a lo
lejos vislumbraba los faros del coche o, al menos, que le diera el aire para
ver si podía calmarse y no transmitir sus nervios a los demás.
No hizo más que abrir
la puerta y casi se choca con Mario que venía seguido de Mary y Patricia. Se
sintió aliviada al ver que estaban ya todos, pero esa extraña inquietud que
sentía permanecía en el cuerpo.
Por fin, estaban
todos. Ya podían sentarse a la majestuosa mesa que tan elegantemente y con
suculentos y deliciosos bocados había preparado Rafa. Y así tranquilamente,
comenzaron la última cena de aquel año tan extraño, que no olvidarían nunca.
Con tan malos momentos pero que pese a todo también había tenido momentos
felices y hermosos encuentros, como el de esta noche tan especial que estaban
disfrutando, ilusionados los amigos.
Rafa acababa de
levantarse a por la crema de castañas que había preparado cuando, de repente,
sonó el timbre. Se miraron extrañados. A Ana un escalofrío le recorrió la
espalda. No esperaban a nadie más y no había vecinos cerca que pudieran haberse
acercado. Se miraron extrañados. Pedro se levantó para dirigirse a la puerta.
Ana se había quedado helada, paralizada por el miedo en la mesa. No sabía a qué
o por qué tenía miedo, pero lo tenía. Sandra recordó lo del aeropuerto y gritó
a su hermano que se parara y no abriera. Los demás la miraron preocupados,
estaba atemorizada, se le notaba el terror en su cara y eso asustó a todos.
Pasaron casi dos
largos minutos de tensión, mirando a Sandra y Ana que estaban aterrorizadas.
Sobre todo Sandra, que tras lo pasado en el aeropuerto estaba casi segura de
que en la puerta estaba Ramón, no sabía cómo habría podido llegar hasta allí
pero estaba casi segura de ello.
De repente, una llave
giró y la puerta principal de la casa chirrió al abrirse, desde la mesa algunos
de ellos podían ver el lento movimiento de la madera al girar. Se estremecieron
en sus sillas, fueron segundos de gran tensión. Pedro estaba parado, rígido a
medio camino, muy cerquita de la puerta. Y fue el primero en verlos y...
...fue el primero en
respirar tranquilo. Eran los padres de Patricia, venían a unirse a la fiesta, a
abrazar a su hija y conocer a su nieto. Una vecina les dijo a su llegada que su
hija se había ido con unos amigos a la casita de Pau.
Maribel Mena Tobar
Epílogo.
Ana se había apostado
en la misma piedra, en el mismo lugar que ocupaban todos los veranos y que al
acabar el otoño, servía de trono para los componentes del Club de las Ilusiones.
La hojarasca de los
chopos, cubría gran parte de la sinuosa senda que separaba el mundo real del
mundo de los soñadores.
Ella, sentada, con una
vara de tamariz dibujaba caras en el barro que cubría parte del espigón,
testigo del paso de mil avenidas del río, de mil risas y otros tantos llantos
de aquel fantástico grupo.
Aunque ya hacía años
que en verano no se reunían, si algún que otro año quedaban, seguían con el
ritual de acercarse a matar el tiempo en recuerdos, a revivir añoranzas, a
soñar futuros.
Ella, absorta, jugaba
con su palo, tiraba briznas al agua como cuando lanzaban a la orilla los
papeles escritos, las cartas de amor no entregadas y todo aquello maligno, que
emulando a la hoguera de San Juan, esperaban que la corriente se la llevara y
purificara, o llevara y trajera quereres.
Alguien tocó su
hombro, había llegado como siempre, sigiloso, sin ruido, como si no hubiese
venido.
—Hola Ana, como
siempre llegas la primera.
Esta se volvió y
abrazó al recién llegado, sus miradas se cruzaban, y sus manos recorrían de
cuello a caderas los cuerpos, como queriendo palpar el tiempo pasado en las
carnes.
—¿Vienes solo?
—No, Sandra está en el
merendero con los niños, les ha traído una merienda y unos dulces, bueno unas
chuches. Y ¡cómo no!… lasaña de atún, para no perder la costumbre. Rafa ha
soltado a la perrita que ha salido disparada del coche y está persiguiéndola
entre choperas y panizos. No sé en que estado llegará… —se sonrío al imaginarse
a su cuñado.
Pedro, terminó de
acariciar las manos de Ana, los recuerdos le sobrevenían en latidos, en
flashes, las conversaciones, los secretos, los besos tras las zarzas, los
juegos...
—Este año somos menos.
El grupo de la
ilusión, al paso de los años se había reducido hasta quedar en número de
ocho. Patricia, Mario, Laura e Ian
habían enviado un whatsapp que estaban llegando.
—Ana, ¿has mirado en
el agujero de las ilusiones?, a lo mejor queda alguno de nuestros manuscritos.
Pedro, sabía que Ana
siempre había sido la más curiosa, la más inquieta, rozando la frontera de
cotilla. Siempre enamoradiza, entregada,
pero a la vez motor de aquellas iniciativas de unión entre ellos, forzando
situaciones y encuentros.
—No —mintió.
Ya había hurgado en el
hueco y recuperado algunos trozos de papel envueltos en bolsas de plástico,
depositados allí en alguno de los encuentros y que representaban las ilusiones,
las historias que soñaban vivir.
Un claxon cortó la
conversación…
En un “plis plas”
estaban los ocho juntos, haciendo corro, comiéndose a besos, fundiéndose en
abrazos. Se montaban las risas con las apresuradas ganas de contarlo todo, se
sobaban unos a otros, se miraban, se querían.
Uno tras otro, tomó
posesión de su asiento, de su piedra, de su feudo, de su parcela en el espigón
del río. Inevitable mirar los vacíos, de
aquellos que llevaban años sin aparecer, no porque hubiesen fallecido sino
porque la vida les había llevado a otros lugares.
—¿Alguno sabe algo de
los que faltan? —interrogó Pedro a los presentes.
—Bueno, este año creo
que vamos a tener una sorpresa, en navidades me han prometido venir todos,
vamos a tener una sorpresa con el nuevo año — replicó Ana, que como de
costumbre había tomado iniciativas sin contar con nadie.
Todos se alegraron,
pero dudaban, de que esto sucediera. Ana tomó la palabra:
—He encontrado el
motivo para este encuentro, pero quiero que sea una sorpresa hasta el final,
incluidos vosotros.
—Esta Ana siempre
igual —apostilló con sorna Mario—, seguro que nos tendremos que empachar con
lasaña de atún, como los “crios”. ¡Mirarlos todos sentados en corro como
nosotros!
A unos metros, mal
sentados en los bancos, los retoños desgreñados reían y se pasaban el
cigarrillo de uno a otro, como antaño hicieron sus padres. Dos niñas vestidas iguales, con coletas y el
pelo rojo, salidas del mismo vientre, el mismo día, un chaval sin afeitar, que
aparentaba hombría de más y otro barbilampiño, de finas maneras.
El más machote,
escuchaba y apuntaba en un bloc, tal vez letras de canciones, tal vez versos de
amor, o tal vez las fantasías heredadas de los que metros más para adelante
trataban de recordar y compartir.
Los cinco amigos, se
acercaron al pocillo de las ilusiones, que era el hueco en la piedra donde
todos los años, al caer el otoño, guardaban sus
recuerdos escritos, sus historias, sus devaneos.
—No hace falta que
busquéis nada, como todos los años, está vacío. Ya le he preguntado a Ana, y no
hay nada, el río se los lleva, como se llevaba los barquillos de juncos
cargados con nuestros malos deseos corriente abajo —era Pedro, informando a los
demás.
Ana se apretó el bolso
entre el pecho y el sobaco, sintiendo el crujir de las bolsas de plástico, que
como todos los años, hurtaba del pocillo para enseguida, sacar la vieja agenda,
repartir varias hojas entre los presentes y rasgar la suya. En un par de
minutos, todos la tenían rellena, y con un ceremonial casi estudiado las
doblaron, las metieron en una bolsa blanca y esta la introdujeron en el hueco
de la ilusión, taparon con barro la oquedad y unieron sus manos.
Vámonos, dos palmadas
y los chicos estaban cada uno al lado de sus progenitores.
Ana acarició a las
gemelas, y estas le dieron su diario, y se fueron de la mano hacia el
aparcamiento junto a Pedro. Patricia le echó la mano por el hombro al casi
imberbe y se alejaron despacio.
Disimuladamente, Ana
abrió el bolso. En un puñado arrugado e incluso húmedo sacó la bolsa de
plástico que como todos los años se había adueñado, se acercó al banco, donde
el machote terminaba de matar el cigarro liado que momentos antes había
compartido.
—Toma David, ya sabes,
nos vemos al comenzar el nuevo año.
Ana gritó.
—¡Esperad, esperad!
¡Que nos queda la cita del año nuevo!
—¡Tú dirás!
—respondieron los otros antes de subirse a sus respectivos autos.
—Nos vemos todos el
tres de Enero, bueno todos nosotros y Nuestra historia...
Adolfo Navascués Gil
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