Nuestra historia

Nuestra historia.

Aquí tienes completa y de forma gratuita la primera novela colectiva publicada en Zarracatalla. Crear esta historia y hacerlo de forma coral fue el origen primigenio que nos impulsó a llevar a cabo este blog. De aquí arrancó todo...





Nuestra historia

 

Varios autores

 

Zarracatalla Editorial

 

Luceni, 3 de enero de 2015


Autores:


David Garcés Zalaya

Rebeca Fernández Gaspar

Ruth Martínez Gómez

Eduardo Navarro Gálvez

María Elena Arenas Giménez

Andrea Sánchez Izuel

Diego Serrano Satué

Cristina Urdaniz Ferrer

Laura Sánchez Alepuz

Eduardo Comín Diarte

Cristina Martínez Chicapar

Mari Trini Aznar Yoldi

Merche Comín Diarte

Francisco Ángel Ferrer

Arancha Ruiz Cañero

Yohana Borobia Carcas

Alba García Carcas

Beatriz Navarro Gálvez

Carlos López Carcas

Manuel Zalaya Navascués

Mari Andrés del Río

Vanessa Giménez Borobia

Masiel Troya Cabrera      

Lorena García Aznar

Alberto Bello Ruiz

Sara Garcés Carcas

Patricia Aznar Serrano

Elisa Cebollada Bailón

Bárbara López Díez

Lara Garijo Labanda

Irene Royo Gracia

Natalia Carcas Gracia

Eduardo Casanova Tutor

David Carrasco Molina

Ana Asensio Hernando

Rosa Oliver Navarro

Alfredo Lezaun Andréu

Maite Navarro Medina

Maribel Mena Tobar

Adolfo Navascués Gil


 

Diseño de portada y edición:

Maral Fotografía

 

Prólogo:

Eduardo Comín Diarte

 

Ilustraciones:

Iván Gonzalo Pellejero

 

Epílogo:

Adolfo Navascués Gil

 

Edición:

Zarracatalla Editorial

 

Impreso en España.






Introducción:

Acerca de Nuestra Historia.

 

Como ya sabréis la mayoría de vosotros, este libro arranca a partir del blog que aglutina todos los esfuerzos creativos y propone todos los retos literarios para conseguir los fines que se propone y para los que fue creado: escribir, compartir, atreverse y divertirse en el intento. Nada más y nada menos que eso. Una tremenda aventura que congrega visitantes diariamente hasta hacernos superar las 20.000 visitas en el primer año. Esta locura creativa y zarracatalla de gente maravillosa y sentimientos arrojados al exterior sin tapujos ni reparos es nuestro blog: Zarracatalla Editorial.

De ahí arranca la idea primigenia: contar una historia en la que cada capítulo lo escriba una persona diferente. Sin estructura previa, sin guión establecido, sin directrices impuestas, sin censura, sin limitaciones. Esa es la filosofía de Nuestra historia y de ahí nace el bautizarla de esta manera: porque es nuestra. De todos y cada uno que ha participado en ella. Aún más, de cualquiera que por un momento le sedujo la idea o la trama y mínimamente invirtió un instante de su tiempo en leer lo que otro como él escribió un día. Gente normal, de a pie. Sin pretensiones ni falsos objetivos, únicamente los que he comentado con anterioridad. El que lo alcanza disfruta de su éxito a su manera. Y espero que con la edición de este libro cada uno de ellos vea recompensado el esfuerzo invertido cada vez que la vista le lleve por casualidad u obligada por el subconsciente a tropezarse con este montón de papeles encuadernados contenedores de la ilusión que encierra todo un año.

Cada uno de los escritores recibió el capítulo anterior y unas normas básicas de funcionamiento: duración aproximada y personalidad básica de los personajes conforme iban tomando forma. A partir de ahí una semana de tiempo para redactar el capítulo y devolverlo a la central para ser enviado de nuevo a otro participante.

Ya no me queda más que dar las gracias a todos los participantes por su dedicación y superación. Al final ha sido posible A todos los lectores que participáis cada semana en hacer crecer este proyecto y que esperabais ansiosos esta publicación y a todas las personas que se acercan por el blog.

Nuevos proyectos llegarán, otros continuarán y otros se modificarán de aquí en adelante. Lo único importante es que podamos compartirlos juntos. Y quién sabe quizás seas tú el próximo escritor.

Como suelo despedirme habitualmente

Besetes a tod@s. Nos leemos.

 

David Garcés Zalaya

Administrador del blog Zarracatalla Editorial



 

Prólogo

 

Sean bienvenidos amigos lectores. Estoy tan ilusionado por poder ser yo el que abra este libro que verdaderamente no sé cómo empezar.

Pero no voy a pensar mucho. Las palabras que tienen que salir, no hay que meditarlas ni adornarlas  mucho. Sólo tienen que avanzar los dedos por el teclado y sus movimientos crearán palabras, estas palabras unidas crean frases y las frases historias. Y la que quiero contar no está en la cabeza si no en el corazón.

Desde hace un tiempo la vida en Luceni ha sido un poquito distinta. Cada uno seguía con su vida habitual pero el proyecto Zarracatalla nos atrapó como atrapa la tela de una araña. Todos esperábamos ansiosos la entrada del blog para leer el capítulo semanal de la historia. En la plaza hablábamos del capítulo, barajábamos los posibles autores y en facebook poníamos a caldo a algún personaje odiado por casi todos desde el capítulo dos.

Cada uno desde su casa, su móvil o su tableta devorábamos párrafo a párrafo la historia y pensábamos: ¿Cuando me tocara a mí escribir? ¿Estaré a la altura de los anteriores escritores? Y ese pique sano ha sido lo que ha hecho que la historia haya crecido de esta manera.

Ha sido divertido descubrir que el anterior escritor era alguien tan distinto a ti, y que otra persona con la que tan apenas tienes relación del pueblo, o ni siquiera la conoces procedente de un recóndito lugar del planeta como ha habido casos, ha sabido captar tu mensaje para seguir con el hilo de esta manera. Ha sido genial.

Y además el alma y creador del proyecto ha sido un enlace estupendo entre todos nosotros, haciéndonos sentir como verdaderos creadores de un best seller. No me puedo imaginar a otra persona como maestro de ceremonias semanal. No creo que nadie hubiera podido encaminar un proyecto tan extraño como lo has conseguido tú, por eso gracias de todo corazón a David en primer lugar, por crear Zarracatalla Editorial, y como no a todos y cada uno de los escritores amateurs que cada semana habéis dedicado un ratito a que esta idea haya alcanzado semejante calibre.

Para mí, esta aventura ha sido como un cuento. Y así es como voy a comenzar. Contándoles un cuento que tiene muchos personajes.  Y donde cada semana el protagonista principal has sido tú. Sí, sí… tú. Y ahí, es donde reside la magia de este cuento.

Apaga la tele, desconecta tu smartphone y relájate….

 

Érase una vez, no hace tanto tiempo, en un país muy grande, había un pueblecito que tampoco estaba muy lejos de aquí. En él había una fabrica muy, muy grande. En esa fábrica se elaboraban historias y sueños. Algunas eran tristes, pero la mayoría eran dulces como el algodón de azúcar. Y por su chimenea salía un humo blanco y dulce.  Que hacía que el pueblo oliera como una tienda de chucherías.

La vida allí estaba repleta de fantasía, todo transcurría con alegría. Las historias que salían de la fábrica llenaban de bonitos sueños los reposos nocturnos de todos sus habitantes.

Un hechicero rabioso y aburrido, con ayuda de su magia y un poco de mala leche, lanzó un conjuro contra esa fábrica de sueños. Y durante algún tiempo la gente dejo de soñar. Las hadas que trabajaban en esa fábrica se dispersaron por todo el país. Algunas de ellas escondieron las piezas de una llave mágica por todo el pueblo, y tras una reunión secreta pactaron dejar el secreto de las piezas escrito en un lugar clave.

La gente aprendió a vivir en una confortable rutina. Intentaban pensar poco en las cosas malas y disfrutar al máximo de los momentos felices. Pero el aroma, ya no era tan dulce como antes, y las noches oscuras y sin sueños.

En este pueblecito todo transcurría con calma, hasta el día en el que el joven pregonero encontró un cofre mientras trabajaba…

Ese cofre estaba enterrado junto a un árbol de gruesas raíces. El árbol estaba enfermo y la Condesa le había mandado hacer un trabajo de estudio sobre su estado vital.

Este grueso árbol había visto pasar muchos siglos y lamentablemente ya solo serviría para calentar las estufas de leña. El suelo de mármol se había agrietado con las raíces y ahí el pregonero encontró algo que cambiaría el destino del pueblo. Se agachó, escarbó con sus manos y sacó la pequeña cajita de color dorado. En ella un pequeño pergamino amarillento había enrollado, pero estaba escrito en la vieja lengua de las hadas.

Por suerte, el joven pregonero era un chico formado en letras, y pudo leerlo de inmediato. Lo que había escrito maravilló al mozo. Parecía un mapa que marcaba unas cuantas equis en el terreno del pueblo. Y además un párrafo que hizo que temblaran sus rodillas:

“Gracias por encontrarme espíritu inquieto, de ti depende el futuro de nuestra historia.  No va a ser fácil. Y necesitarás a muchos otros como tú. Pasarás noches delante de un pergamino y harás que tu hogar se llene de humo dulce. Busca y sigue tu camino amigo.”

Intrigado, quiso localizar rápidamente los lugares marcados en el mapa y se dio cuenta de que todas las casas a las que le conducía el mapa tenían grabadas a fuego un hada en el portón de madera. Sin pensarlo golpeó la puerta de la morada más grande y una anciana salió a recibirle tras la pesada puerta. Debía de tener casi un siglo de vida pero en sus ojos se veía un brillo que lo maravilló, tenía la mirada de una jovencita.

—Buenos días anciana, ¡qué bonita hada tiene en la puerta!

La anciana lo miró y rió. Le agradeció sus palabras por el adorno de la puerta y le dio un libro. Estaba totalmente en blanco, y en la tapa de grueso cuero contenía una pequeña pieza metálica con grabados antiguos.

—Busca a tus amigos jovenzuelo, reúnelos y sueña.

El joven buscó a otros que eran como él y fueron buscando el resto de casas del mapa. En la siguiente una anciana les dio un tintero y otra pieza de metal. En la siguiente una pluma de ganso magnifica. En otra un pequeño bote de tinta muy extraña y así hasta encontrar todas las casas. En todas una anciana les recibía y regalaba bártulos de escritura pero en la última les dieron una vela.

El pregonero y sus amigos se sentaron en una piedra muy grande cerca de la vieja fábrica, que tenía las puertas cerradas con un gigantesco candado rodeado de cadenas oxidadas y zarzales. Nerviosos y sorprendidos empezaron a hacer conjeturas sobre lo ocurrido. Todas las piezas metálicas eran del mismo color y después de manipularlas un rato descubrieron el primer misterio. Todas las piezas encajaban unas con otras y sin darse cuenta todas las piezas unidas formaron una llave.

Empezaba a oscurecer y a uno de los muchachos le dio por encender la vela. De su llama broto un destello que iluminó el libro que les ofreció la primera anciana. Al abrirlo, de las paginas que estaban en blanco comenzaron a brotar frases y corriendo comenzaron a leer. Todos quedaron atrapados por la maravillosa historia, pero de repente el texto se detuvo en unos puntos suspensivos…

Todos se molestaron y decidieron irse a sus casas. El joven pregonero esa noche no durmió. Quedó embelesado por la historia del pergamino y las palabras de la anciana turbaban su noche. Se levantó de un salto y encendió la vela. Esta vez se iluminó la pluma y el tintero. Vertió unas gotas de tinta y decidió ponerse a escribir. Enseguida la pluma escribía más y más palabras, y todas ellas encajaban con la historia que la vela descubrió en las primeras páginas. Escribió toda la noche, pero la vela al amanecer se apagó. Y ya ni una sola palabra salió de esa pluma. Se acostó y al fin, pudo dormir.

Al despertarse ni el libro ni la pluma estaban allí. Pero en la mesa de madera había una pequeña hada marcada a fuego. El libro buscaba un nuevo escritor…

 

Uno de sus amigos descubrió que entre los pucheros y las sartenes de su cocina se encontraba el citado libro, la pluma y la vela. Y lo guardó en su dormitorio. Esa noche él tampoco pudo dormir. Encendió la vela y de nuevo las palabras brotaron de la pluma hasta el amanecer.

Así ocurrió con todos los espíritus inquietos del pueblo. Cada uno dejo parte de sí mismo en esas páginas, dando forma a una historia tan bonita que parecía sacada de los antiguos relatos medievales. Tenía un joven apuesto, una bella dama y un montón de personajes que crearon un montón de aventuras. Al terminar la historia la vela se consumió, el tintero se seco y las noches fueron como eran antes.

Nadie se dio cuenta de que la llave brillaba de una manera especial, y que el candado y las cadenas oxidadas de la antigua fábrica ya no estaban cubiertas de zarzas. El joven pregonero al pasar por allí observó la situación y sagazmente descifró el misterio, al fin y al cabo era un “despistado observador”.

Reunió a todos en la piedra donde aquel día se sentaron a leer la historia. La llave encajó perfectamente en el candado y las puertas se abrieron ante sus ojos. El libro de gruesas tapas de cuero permanecía allí tirado. Lo cogieron y entraron a la fábrica, llegaron hasta la chimenea y comprobaron que aún quedaban brasas.

De repente un hada llegó hasta donde se encontraban y el fuego se avivó hasta iluminar la sala. El hada tenía una cara familiar... ¡Era la anciana que le regaló el libro!

Cuando comenzó a hablar parecía que en lugar de palabras notas musicales salían de su boca:

—Gracias jóvenes por avivar el fuego. Para romper el hechizo sólo necesitábamos que el pueblo volviera a soñar como lo hacía antes. Y vosotros lo habéis conseguido. Ahora la tinta de nuestra historia servirá para encender de nuevo el engranaje de sueños de esta fábrica.

El libro ardió. La sala se lleno de humo blanco y dulce, y de la chimenea salió tanto humo que enseguida perfumo el pueblo entero.

Sorprendentemente del viejo árbol de la plaza broto una rama verde, las raíces volvieron a su sitio y nunca jamás en el pueblo nadie dejo de vivir una Zarracatalla de historias, sueños y aventuras  tan bonitas como la misma vida.

Aún ahora, todavía esa historia escrita entre todos los habitantes del pueblo se cuenta a los niños cuando se van a dormir, y creo que así será mientras el viejo árbol tenga una hoja verde y las hadas estén escondidas dentro de cada tintero en vuestras casas.

Y colorín colorado, este cuento… acaba de comenzar.

 

Eduardo Comín Diarte

 

 


I. ¿Te has follado a Olga?

 

—¿Te has follado a Olga?

Un silencio prolongado me permitió continuar durmiendo.

—Te la has follado, ¿verdad? —Ana deambulaba desesperada por la habitación—. ¡Te la has follado, cabrón!

 No sabía muy bien lo que estaba pasando pero parecía ser grave. Tenía tal resaca que no podía ni abrir los ojos. La cabeza me iba a estallar y Ana no paraba de gritar.

—¡Eres gilipollas! ¡Hijo de puta! —Yo no podía abrir mis ojos y los suyos estaban tan abiertos que se le iban a salir de las órbitas—. ¿Cómo puedes hacerme esto después de todo lo que hemos pasado juntos?

No era la mejor manera de comenzar el año. Quería poder decirle algo pero no sabía el qué. Como soy un gañán, perezoso, vago y muy oportuno en mis comentarios, no se me ocurrió nada mas apropiado:

—¡Feliz Año Nuevo, cariño!

—Lárgate de mi casa —esta vez no me gritó, lo dijo como si se sintiese derrotada, abatida. Incapaz de luchar más por nuestra historia. Ella ya no podía hacerlo y sentía que yo no quería—. No quiero volver a verte nunca más.

Cerró la puerta de la habitación lentamente. En el salón se oyeron unos casi imperceptibles ruidos y finalmente me llegó el tintineo de las llaves al recogerlas del vacía bolsillos colocado en el recibidor de la entrada. Seguidamente oí cerrarse la puerta principal del apartamento y allí me quedé. En pelotas sobre la cama, pensando en qué estaba pasando.

Tres horas más tarde volví a abrir los ojos. Estaba helado. Un poco mareado y mi estómago se había convertido en un ascensor. Una de esas arcadas me arrancó de la cama. Corrí a vomitar al baño. Tiritaba y la cabeza me iba a explotar. A duras penas me metí en la ducha. Después me lave los dientes. Maldito whisky. Todo me sabía a whisky. Respiraba whisky.

Lo siguiente fue ir hasta la cocina y buscar desesperado un ibuprofeno y Almax. Vale, ahora es cuestión de esperar a que haga efecto. Enseguida estaré listo. Listo ¿para qué? Ana se había marchado. Ni rastro de ella en el apartamento. ¡Vamos gañan, busca tu móvil y llámala! Salgo al salón. Tropiezo con mi butacón de ver las pelis. Encuentro el teléfono sobre la mesita. La llamo. Un tono, dos tonos, tres tonos, quince tonos. ¡Nada!

Piensa, piensa, pringado.

Un whatsapp. Me la camelo y caerá rota en mis brazos de nuevo. Eres un genio, ¡campeón! Compruebo si tengo alguna llamada, sms, mensaje de voz, Twitter, Facebook, Google+, nada. Anda… un whatsapp. ¡Es de Olga! Leo:

“Joder Pedro, eres un fiera. Me dejaste desecha anoche. Me escuece hasta el kiwi. Cuando quieras repetimos. Mándame el video de anoche que sigo cachondísima.” (rematado por tres emoticonos de besos).

¡Para flipar! Seguro que Ana lo ha visto. Claro que lo ha visto. Me marcaba como mensaje leído. Lo ha tenido que ver. Seguro. Y esta tía que decía de un vídeo…. Busco en galería. Efectivamente, ahí está. Lo abro.

No podía dar crédito a lo que estaba viendo. Es la habitación de mi piso. Mi habitación. Estoy grabando a Olga desnudándose. Yo ya estoy en pelotas y con una erección de caballo. Me tumbo en la cama. Ella viene lentamente de rodillas hacia mí y comienza a lamer todo mi cuerpo. ¡Diósssss! Después dejo el móvil en una posición fija y durante casi media hora estamos dándole al tema de todas las posturas posibles. ¿Cuándo ha pasado esto?

Si Ana lo ha visto se acabó. Pero que tonterías pienso. Se ha acabado seguro. Lo ha visto.

Cuando me recupero del shock de mi momento de estrella del porno vuelvo a la habitación. Abro la ventana y la noche del día de Año Nuevo esta cayendo sobre la ciudad. El frío se cuela en la alcoba. Lo agradezco. Me espabila. Hago la cama. Me visto y recojo mis cosas desperdigadas por la mesita de noche: reloj, cadena, pulsera, anillo y cartera. En ese momento me doy cuenta de que todas ellas me las había regalado Ana. Siempre me regala cosas, muchas cosas. Prácticamente me viste ella. Yo soy un desastre para combinar. Nunca he tenido que hacerlo. Pasé de que me vistiera mi madre a que lo hiciera ella. Llevamos juntos desde el instituto. Y esta noche….

Una vez que ya estaba listo volví a llamarla. Pero con idéntico resultado. Ella me había dicho que me fuera de su casa. Yo no quería hacerlo, quería esperarla. Aunque realmente me daba un miedo atroz pensar en qué decir si ella volvía y yo todavía estaba allí. Habían pasado tres horas desde que Ana se marchó. Era tiempo más que suficiente para haberme largado. Así que cogí mi chaqueta de cuero, me calcé mis botines negros y salí del apartamento.

De camino a mi piso fui repasando mentalmente todos los momentos del día anterior. Quedamos a media tarde con Olga, Ramón, Rafa y Patricia. Todos ellos solteros, aunque con varias relaciones esporádicas de poca duración entre ellos. Estaban muy bien así. Eran mejores como amigos que como pareja. Y todos ellos compañeros de trabajo de Ana en el hospital. Olga sin duda era su mejor amiga, compañera de sección (traumatóloga) y se conocían desde el colegio. Ramón y Rafa eran celadores y los conocían del trabajo por el gran don de gentes de ambos. No pasaba nada en el hospital que ellos no supieran. Todo el mundo allí los conocía y los apreciaba. Patricia fue la última en incorporarse al grupo. Trabajaba en la limpieza y la conocimos de la mano de Ramón. Estuvieron saliendo tres meses. Lo dejaron, pero ella siempre será de nuestro grupo porque es una chica genial. Solemos juntarnos muchas tardes en un bar del barrio. No me imagino la próxima cita.

Hice un alto en el camino y entré a un bar para tomarme un café. La resaca mejoraba por momentos, pero necesitaba cafeína. Recordaba haber quedado con el grupo sobre las cinco de la tarde. Todos muy guapos para la ocasión. Cenábamos en un gran cotillón organizado por uno de los más prestigiosos restaurantes de la ciudad. Antes tomamos unas cervezas, y algún que otro vino con unas tapas, en los bares del centro. Luego llegamos al complejo hostelero donde se celebraba el evento. Eso lo recuerdo muy bien. Risas en la cena. Brindis. Ramón insinuó que para cuando un brindis de boda… Después las campanadas, con Rafa colgado de mi cuello. No tolera el alcohol, el pobre. Muchos besos después de las campanadas. Gran velada de bailes. Los seis lo dimos todo. Y también en la barra libre. Y después….

Realmente no conseguía recordar lo ocurrido. Pero el vídeo era bastante contundente. Decidí llamar a Rafa para ver que me contaba.

—Rafa, ¿qué haces, tío?

—¡Hombre Pedro! —su voz sonaba a ultratumba—. ¿Cómo estás colega? —tos—. Yo… —toses, muchas toses—. ¡Fatal! Patricia me metió en un taxi y me envió a casa, por lo visto. No sé ni como llegué a casa. ¡Dios que noche! ¡Tenemos que repetirlo! —toses.

—Sí, sí. Fue memorable —¡como para repetirla! Estaba claro que no sabía nada—. Bueno, te dejo. Cuídate hombre.

Colgué el teléfono. La conversación había sido totalmente infructuosa. Pagué el café, me coloqué el gorrito y salí a la calle. Pensé en Ana. ¿Dónde estaría? Y le mande un mensaje:

“Ya me he marchado. Vuelve a tu apartamento cuando quieras. Te quiero.”

Ya eran las ocho de la tarde del día de Año Nuevo mas extraño de mi vida. Seguí caminando. Estaba a escasos veinte minutos a paso ligero de mi piso. Hoy me costaría algo más. Pensé entonces en Patricia. Era la persona más sensata del grupo sin lugar a dudas. Marco su número.

—Hola bonita, ¿cómo estás? —no sabía muy bien como preguntar—. ¡Feliz Año Nuevo!

—Hola Peter —siempre me llamaba así—. ¿Cómo va tu resaca? ¿Menuda nochecita?

—Buenooo, he estado mejor —dime algo, dime algo—. ¿Y tú?

—Bastante bien. Una vez que metí en el taxi a Rafa y Ana y Ramón se fueron para el hospital, me fui para casa. Allí os quedasteis Olga y tú. ¿Qué tal acabasteis la noche?

—Bueno, bien. Ya sabes, lo normal —ni idea de lo que me está contando—. Pero… —alargando la frase para ganar más tiempo como boxeador que se agarra a su rival— ¿Ana y Ramón tenían guardia hoy?

—¡Qué va…! Fueron a curarle las heridas al bravucón de Ramón.

—Se cayó por los suelos a causa del alcohol, ¿no? —vamos, cuéntame algo más.

—Joder Peter. ¿Tú estuviste anoche con nosotros? —estaba claro que sí aunque desearía haberme quedado en casa viendo un clásico de Hitchcock—. Unos impresentables estaban metiéndose con Olga, que por cierto, iba cachondísima, y Ramón fue a defenderla. Se lió muy gorda. Nos sacaron los de seguridad y la pelea continuó en la calle. Le pusieron buena cara al pobre. Ana lo llevo al hospital para curarle las heridas y cursar la denuncia correspondiente en comisaría.

—Y yo, mientras, ¿dónde estaba? —no daba crédito.

—Ibas tan crujido que de un empujón te estamparon contra una de las mesas del hall del restaurante. Olga se quedó contigo y prometió llevarte a casa.

—Ahhhh —pues si que fue movidita la noche. Ahora lo recuerdo.

—No te acuerdas, verdad Peter.

—Ni zorra idea —me sinceré.

Cuando nos despedimos y se terminó la conversación telefónica, llegué al portal de mi bloque. Subí las escaleras de la entradilla y llegué al principal. Abrí lentamente la puerta, como si tuviera miedo por lo que me pudiera encontrar. La primera sensación fue un fuerte olor a tabaco, apestaba a tabaco. Alguien había estado fumando allí. Del grupo solo fumaba Olga. Encendí la luz y llegué al salón. Encontré unos cuantos atuendos típicos de Nochevieja esparcidos por el sofá. En la mesita del salón había dos botellas, una de tequila y la otra de bourbon. Junto a ellas dos vasitos de chupito volcados y restos de colillas en un cenicero. Había acabado aquí. Avancé hasta mi habitación. La cama estaba desecha.

Recogí el piso, lo ventilé y decidí llamar al bueno de Ramón.

—¿Cómo estás, chaval?

—Bueno, un poco dolorido.

—Si es que siempre has sido un “milhombres” —bromeé— ¿Necesitas algo?

—No, nada. Tranquilo amigo.

—¿Puedo pasar a verte? —necesitaba estar con alguien.

—No es un buen momento, mañana trabajo de turno de mañana y me levanto pronto —aprecié un ligero tono de duda en su voz.

—¿Ocurre algo Ramón? —claramente era una escusa muy pobre para mí.

—Ana está aquí, tío —ahora su voz se torno triste.

—¡Pásamela!, ¿cómo está?

—No quiere hablar contigo, dale su tiempo Pedro.

—OK OK. De acuerdo. Bueno, dale un beso de mi parte. Y tú cuídate ese careto.

Ana estaba allí. Estuve un rato tirado en el sofá. Recopilando toda la información. Ya había hablado con casi todos ellos. Solo me faltaba una persona. Ella tenía la clave de todo lo ocurrido. Olga. La gran amiga de Ana. Mi gran amiga. Ellas se conocían desde el colegio y yo las conocía a ambas desde el instituto. Siempre juntas. Siempre juntos. Tienen 30 años. Yo uno más. Es una mujer preciosa, con unos ojos enormes, grandes pestañas y los labios carnosos más fascinantes que he conocido. Es la típica mujer que impresiona a los tíos. Yo nunca me había sentido impresionado por ella. Atraído si, es una mujer fascinante, pero la conozco desde hace tanto tiempo que es mas fuerte el cariño con el que la veo que su potente atractivo físico. Solo me faltaba ella. Tenía que llamarla. Pero en este momento me faltaba coraje. Así que respiré hondo, cogí uno de los vasos de chupito y me encaje dos bourbons seguidos. Atravesaron mi garganta y esófago como una lengua de fuego. Noté como llegaban hasta mi estómago. Solté un quejido al aire por la potencia del alcohol y tomé el móvil.

Llamo a Olga.

 

David Garcés Zalaya


II. ¿Cómo he podido?

 

Un tono, dos tonos, tres tonos…

—¿Qué pasa semental? —me quedo sin habla—. Pedro, Pedro ¿estás ahí?

—Hola Olga —dije después de un gran silencio.

—Pensé que ya no me ibas a llamar —¿pero qué dice esta tía?

—Olga iré directo al grano, te llamo con respecto a lo de anoche…

Sin dejar acabar la frase una Olga emocionada dijo:

—¡Oh, sí! Tú tampoco puedes dejar de pensar en ello ¿eh? —no entendía que me quería decir con eso.

—No mira te seré sincero, no recuerdo nada y he estado intentando hacer memoria e incluso llamando al resto del grupo pero nada, imposible. ¿Me puedes explicar qué pasó?

—Pues nada que los dos no quisiéramos.

—Hasta ahí lo puedo imaginar, pero…

—Escucha Pedro, los dos sabemos que esto tarde o temprano iba a pasar —me aceleraba por momentos, ¿qué iba a pasar? Yo quiero a Ana y esto no ha podido suceder, Olga es tan solo una buena amiga —. Pero tranquilo, si tú quieres será nuestro secreto.

—¿Secreto? —grité— ¡¡Ana ya lo sabe!! —esta tía me está sacando de mis casillas.

—¿Qué?¿Cómo? —dijo ella sorprendida.

—Me ha echado de su casa, ha debido de ver  el whatsapp que me enviaste y el video. ¡Dios, Olga! ¿Pero en qué estabas pensando?

—¿Pensando yo? ¡Pensando tú guapo! Te recuerdo que tú eres el que tienes novia.

— Pero es tu mejor amiga, ¡por el amor de Dios!

Tras otro silencio bastante incómodo Olga continúa:

—¿Cómo ha visto Ana el mensaje y el video?

—No lo sé, yo me desperté porque ella me estaba gritando.

—¿Ana fue a tu casa?

—No, yo estaba en la suya.

—Pero si yo te dejé dormido como un tronco en tu casa.

—Ya te digo que no recuerdo nada, ¡joder! —¿en qué idioma le tengo que decir que no me acuerdo de nada?

—Pedro, ¿de verdad me dices que no recuerdas nada? —su voz sonaba a decepción, cosa que me dejó aún más desconcertado si cabe.

—De verdad Olga, he llamado a todos y sólo recuerdo estar bailando y lo siguiente que Ana me despertaba gritando. ¡No recuerdo nada!

Mi paciencia estaba empezando a agotarse y para colmo Olga comienza a gritar.

-¡¡Pues no me pidas a mí que te cuente qué, cómo y cuándo pasó, ya has visto el video, saca tus propias conclusiones!!

Y así sin más me colgó el teléfono, sin resolverme nada de lo que había pasado y quedándome con cara de tonto sin saber qué hacer.

Al cabo de unos minutos, quizás media hora, me tumbé en el sofá y acabé lo que quedaba de bourbon y tequila hasta que el agotamiento físico y mental pudo conmigo y caí en un profundo sueño. Sueños raros, pesadillas, en las que estaba sólo dentro de un túnel y veía al final de él a Ana pero no conseguía llegar a ella, había una mano que me atrapaba y cuando conseguía verle la cara era Olga.

A la mañana siguiente desperté otra vez con resaca. ¡¡Uf!! Vaya día me espera…

Miré el móvil: ningún whatsapp, ni mensaje, ni llamadas. Sólo llamadas perdidas de mi madre que imaginaba que estaría preocupada, ni siquiera recordaba haberle felicitado el año.

Mis padres pasaron la Nochevieja con unos amigos en una casa rural yo tenía planes con el grupo para esa noche así que me pareció una buena idea. Ellos siempre habían sido muy familiares para estas fechas pero desde que en la familia de mi madre una Nochebuena hubo una fuerte discusión dejamos de pasar las navidades con ellos, así que en Nochebuena cenamos mi padre, mi madre, mi hermana y yo. Mi hermana tiene veinticinco años, una cabra loca, que se pasa el día de fiesta en fiesta. Está terminando la carrera, pero como siga así creemos que es la carrera la que terminará con ella. Ana cenaba con su familia. De momento, siempre ha sido así. En Nochevieja era distinto, cada uno hacíamos nuestros planes.

 

Seguía confundido, sin saber qué hacer. No sabía si llamar a Ana sería buena idea. ¡¡Joder gañán la has cagado pero bien!!

Echo un vistazo a la casa. Un desastre absoluto, pero con la resaca que tenía no me apetecía hacer nada. Me tomé un ibuprofeno y dormí un rato más.

Me desperté y eran más de las tres de la tarde con hambre, y mi nevera parecía hacer eco. La mejor opción pedir algo. Un rato después, a parte del desorden que ya había, tenía la mesa llena de tuppers del chino.

Volví a mirar el móvil y nada… ¿Sabrían todos ya lo que había pasado? Decidí llamar a mi madre, seguiría preocupada:

—¿Mamá?

—Hola mi niño —para mi madre seguiré siendo su niño tenga treinta, cuarenta o cincuenta años—. Nos tenías preocupados te he llamado varias veces, ¿cómo estás?

—Bien mamá, bien. ¿Y tú?¿Y papá?

—Nosotros muy bien. Llegamos de la casa rural hace un ratito. La verdad es que nos lo hemos pasado estupendamente —mis padres tienen un grupo de amigos de toda la vida con los que suelen salir muy a menudo de cena, a comer, de cañas… Se lo montan bastante bien, dicen que están viviendo su segunda juventud. ¡Hacen bien!— ¿Y tú cómo lo pasaste?

—Yo bien… —no sé ni qué contarle.

—¿Y Anita? ¿Cómo está? ¿Está ahí contigo? Pásamela para que le pueda felicitar el año —mis padres quieren muchísimo a Ana si se te enteraran de lo que ha pasado probablemente al que dejarían de hablar e incluso desheredarían sería a mí.

—Ehhh… no. Ana está trabajando, le tocaba hoy guardia —tengo que conseguir hablar con Ana antes de decir nada a mi familia.

—¡Madre mía lo que trabaja esta chica! Bueno, pues dale un besito de nuestra parte cuando la veas.

—Si mamá, en cuanto la vea —ojalá la pudiera ver y darle uno y mil besos.

—¿Te pasa algo hijo? Te noto algo raro —mi madre es como una pitonisa, puede notar que me pasa algo hasta por teléfono.

—Nada mamá, simplemente que la noche fue larga y ya sabes, me hago mayor…

—¡Anda, anda! No te quejes tanto. Pues nada mi niño, te dejo que tengo todo manga por hombro y recuerda que el día cinco os espero a Ana y a ti para cenar aquí en casa y darnos los regalos de Reyes —¡Quién se acordaba ya de eso! Ana se ocupó de comprar todos los regalos como siempre. Yo sólo compraba el suyo y muchas veces tenía que venir conmigo a elegirlo, soy un desastre para estas cosas.

—Sí mamá, allí estaremos —no me gusta mentir a mi madre pero en esta ocasión no me quedaba más remedio.

—¡Un besito Pedro!

—Otro para ti mamá.

Sigo pensando si llamar a Ana o directamente ir a su casa. Marco una vez, dos veces, tres veces, cuatro, cinco… ¡Y así hasta trece veces! Desisto. Le dejo un whatsapp:

“Ana por favor necesito que hablemos, te quiero mucho.”

Ana es mi mundo, Ana es mi todo. Desde que empezamos a salir  en el instituto hemos sido inseparables, siempre juntos, siempre unidos. Ella ha sido mi mayor apoyo desde que hace un año me despidieron de la empresa donde llevaba trabajando más de ocho años.

Nunca fui un buen estudiante pero conseguí sacarme un grado superior de informática y desde que lo terminé estuve trabajando en la misma empresa hasta que por la crisis me despidieron junto a cuatro compañeros más. Lo pasé bastante mal ya que  me gusta mucho mi trabajo, y estar todo el día en casa no me viene nada bien. Ana me dio todo su apoyo y me dijo que saldría de esta porque ella iba a estar conmigo como siempre lo ha hecho. Desde entonces busco trabajo de lo que sea, he perdido las esperanzas por el momento de seguir trabajando en lo mío.

Ana y yo nos habíamos planteado un cambio de vida. Ella no tendría problema en trabajar como médico y aquí seguiría teniendo su plaza y yo podría encontrar algo de lo que fuese y mejorar mi inglés. La semana antes de Nochebuena estuvimos mirando distintas zonas de Inglaterra a las que podríamos ir y los hospitales que había por esas zonas. Estábamos bastante ilusionados de poder empezar un proyecto en común en un sitio distinto ella y yo solos, desde cero, buscándonos la vida y la manera de seguir adelante pero juntos sabíamos que podríamos conseguirlo.

¿Y ahora qué? ¿Cómo he podido hacerle esto a Ana? ¿Qué va a pasar ahora? En mi mente sólo está recuperarla, ¿pero cómo?

Dispuesto a hablar con ella, me vestí, me miré al espejo… madre mía gañán que careto llevas. Armándome de valor y con la mente clara y despejada cogí mi pequeño Opel Corsa y me dirigí hacia casa de Ana.

De pronto mi móvil sonó, lo llevaba en el bolsillo, logré sacarlo y al ver el nombre en la pantalla el corazón se me paró… Oí pitidos, el semáforo… ¡Oh no!

 

Rebeca Fernández Gaspar



III. Por mi culpa.

 

—Un, dos, tres, cuatro... Un, dos, tres, cuatro... —los servicios de emergencias intentan reanimar a una mujer de unos sesenta años que conducía el coche contra el que he chocado.

El semáforo estaba rojo, pero era Ana quien llamaba y… he perdido la noción del tiempo y del espacio. Oigo sirenas. Muchas sirenas. Suenan lejanas. Tengo un terrible dolor de cabeza. Imagino que causado por el fuerte impacto del airbag. Hay un montón de cristales a mí alrededor y mucho humo... me cuesta respirar. Oigo que alguien grita, pero me siento cansado, muy cansado...

—¡Chico! ¡Chico! ¡Despierta! ¡No te duermas! ¡Escúchame! —un miembro del cuerpo de bomberos intenta despertar a Pedro, pero no lo consigue.

—¡Debemos sacar a este chico de aquí lo antes posible, pero tiene las piernas atrapadas! —uno de los médicos.

—Tendremos que intentar sacarlo por el techo —le responde el jefe de bomberos.

—Ha perdido el conocimiento y mucha sangre —médicos y enfermeras de la ambulancia examinan a Pedro—. ¡Deberemos hacerlo deprisa!

En esos momentos parte hacia el hospital la otra ambulancia. Se lleva a la mujer que conducía el otro coche. Está grave.

Tras hora y media retirando hierros y cristales consiguen sacar a Pedro del vehículo. Lo meten en la ambulancia y se dirigen al hospital. Por el camino intentan despertarle sin éxito.

—¡Rápido, oxígeno! Ya queda poco —dice una de  las enfermeras—, ya estamos llegando. ¡Aguanta chaval!

 

Mientras, en el hospital, Ana sostiene su móvil en la mano. Le ha llamado tres veces y nada.

—El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura en estos momentos —le responde una vocecilla en el auricular.

—¡Grrr! ¡Me saca de mis casillas! ¡Será posible! ¡Cómo ha podido hacerme esto, y encima no cogerme el teléfono!

Un aviso por el megáfono hace volver en sí a Ana, que se encontraba inmersa en sus pensamientos y en todo lo que había pasado en las últimas horas. —Pues nada, ¡a trabajar!

—“Doctora Retuerto, doctora Retuerto. Acuda al servicio de urgencias, por favor. Repito, Doctora Retuerto, acuda al servicio de urgencias, por favor”.

 

—¡Sitio, por favor! ¡Dejen los pasillos libres! —Ramón se afana en despejar la zona ante la inminente llegada de la ambulancia—. ¡Rafa, reúne a todo el equipo en quirófanos!

—Accidente de tráfico. Varón. De unos 30 años. Sin identificar. Con traumatismo cráneo-encefálico y posible pérdida de sensibilidad en las extremidades inferiores —el equipo médico de la ambulancia adelanta el parte a Ramón, que los recibe a la entrada—. Que alguien avise al doctor Andrés y a la doctora Retuerto.

—Ya les han avisado —acompaña al equipo junto a la camilla, cuando de repente se da cuenta de quién es el paciente—. ¡Oooohhhh Dios mío! ¡Pero si es Pedro!

—¿Le conoces?

—Sí... Es el novio... Bueno sí, el novio de Ana. La doctora Ana Retuerto —a la par que entran al quirófano. Allí les aguarda todo el equipo a excepción de Ana.

—Roberto, busca a Ana. Tiene que estar al caer. Debes impedir que entre. ¡Es Pedro!

—¡Y que le digo! —Roberto es el mas joven del equipo de quirófanos y con el que más confianza tienen ambos.

—¡No sé, invéntate algo!

—Pero... ¿Qué ha pasado?

—Un accidente de tráfico, por lo visto se saltó el semáforo. ¡Joder Roberto, no hay tiempo! ¡¡Que no entre!! —Ramón se estaba empezando a desesperar.

—¿Pero? —Roberto obedeció al ver como se descomponía el rostro de su interlocutor ante tanta pregunta-. Bueno, voy a ver si viene Ana...

 

Ya en el pasillo, Roberto ve venir a Ana. No sabe que decirle. ¿Cómo le va a explicar que no puede entrar al quirófano?

—Ana...

—Buenos días Rober.

—No puedes pasar... —bloqueando la entrada.

—¿Qué pasa Rober? Tienes mala cara. ¿Por qué no puedo pasar? Me han llamado por megafonía para que acuda, hay una urgencia.

—Lo sé, lo sé. Pero no puedo dejarte pasar —Roberto no encontraba una excusa mínimamente creíble.

—Lo siento Rober, pero si no me das más explicaciones voy a tener que pasar. ¡Es mi trabajo!

—Umm... yo..., no sé como decirte esto...

—Venga hombre, que me estás asustando.

—Esta bien... —de repente cogió fuerzas y lo soltó—. Es Pedro.

—¿Cómo que es Pedro?

Tres segundo de silencio interminables. Roberto al final concluyó.

—El del accidente. La urgencia por la que te han llamado. Es Pedro, está grave.

 

A unos metros de allí, en el Rock & Blues, el bar de la esquina donde se reúnen a tomar unas cervezas después del trabajo, se encuentran Olga y Patricia tomando un café y hablando del mal rollo que va a haber ahora en el grupo.

—¿Cómo se te ocurre liarte con Pedro?

—¡Oye, guapa! ¡Dos no se lían si uno no quiere! Que no se te olvide que tanta culpa tiene él como yo. Bueno que digo.... ¡Más culpa tiene él, que es el que tiene novia!

—Pues sí. No le vamos a quitar méritos... ¡Pero es que su novia es tu amiga, tía!

—¡Mira quien fue a hablar! ¿Y lo tuyo con Ramón, eh?

—No me compares. Que no teníamos pareja ninguno de los dos.

—Bueno... tú no. Pero él estaba con aquella chica morena del laboratorio. Que si no recuerdo mal estuvo a punto de suicidarse cuando Ramón le dijo que la dejaba porque estaba saliendo con otra.... ¡tú!

—¡Venga ya! ¡Esa tía es una teatrera! ¡No fue para tanto! —Patricia estaba empezando a calentarse por las acusaciones de su amiga. No soportaba que estuviera escabullendo el bulto de esas maneras —¡Joder, Olga! No me cargues con el muerto a mí. Que esto no es lo mismo y lo sabes.

—Perdona Patri, sólo es que...

La conversación se interrumpe por el sonido del “busca” de Olga.

—Pero, ¿hoy no tenías fiesta?

—Sí, pero siempre lo llevo encima por si acaso.

—Bueno... ¿Te vas al hospital?

—Sí, es una urgencia. No sé que habrá pasado. Le tocaba turno a Ana en trauma...

—Adiós. Mañana nos vemos. ¡Corre, vete, que ya pago yo los cafés! —su tono era mucho mas conciliador. Así era Patricia. Podía enfadarse contigo y a los dos segundos se apaciguaba. Nunca te guardaba rencor. Era una gran persona a la que todos recurrían en sus peores momentos por su dulce temperamento.

—Gracias Patri por el café y tu paciencia. Te llamo mañana.

Olga le tiró un besito al aire a modo de despedida y salió volando del establecimiento. Ella remató con tranquilidad su capuchino y se dirigió con parsimonia hacía la barra para abonar los cafés. En ese momento sonó su teléfono. Casi se le cae el monedero al ver que era Ramón.

—Hasta me he ruborizado y todo, ¡que vergüenza! Qué hago… ¿Lo cojo…? Pues no. ¡Qué se joda! ¡Qué la última vez que quedamos me dio plantón! Y su escusa... ¡Qué se había dormido! Sí, ya… ¡Y una mierda! —Lo cierto es que no era mentira. Se había dormido, pero en  casa de una de las enfermeras de la segunda planta—. Y a mí, no debería importarme, lo nuestro fue algo breve...

Se interrumpen sus pensamientos por el sonido del móvil de nuevo. Otra vez Ramón.

—Que no lo voy a coger. ¡He dicho que no! Lo cierto es que me gusta. Me gusta como me mira... ¡Pero no cómo mira a otras! ¡Seré imbécil! ¡Claro que le gusto... le gustan todas! Y además lo dejamos claro desde un primer momento. Yo sabía como era él, que le gusta la fiesta. Le gusta salir, y salir con todas. Pero le creí cuando me dijo que yo era especial. Que ambos mantendríamos una relación abierta, pero que yo era especial. Sólo que yo, en realidad, no quería una relación abierta.

Vuelve a sonar el móvil. Esta vez es un whatsapp de Ramón:

“Ya sé que no me quieres coger el teléfono, pero quería que supieras que Pedro está ingresado en el hospital. Ha tenido un accidente con el coche. Lo han traído hace un momento. He preguntado por ti, pero me han dicho que hoy no trabajabas. Está muy grave, creo que deberías venir. Un Beso.”

 

Patricia de dirige al hospital a toda velocidad, pensando también en todas las cosas que habían sucedido en los últimos días. Todo lo de Nochevieja, lo de Pedro con Olga, Ana… y  ahora esto.

Accede por el servicio de urgencias buscando a Ramón:

—¿Pero que es lo que ha pasado?

—Aún no se saben los detalles, pero por lo que se ve Pedro se saltó el semáforo y se llevó a otro coche por delante.

—¿Y cómo está?

—Ha entrado en quirófano hace ya un buen rato. Aún no saben los daños que tiene, pero no pinta bien. Cuando llegó ya estaba inconsciente, y no saben  en que estado se encuentran sus piernas, quedaron aplastadas por debajo del volante...

—¿Y Ana?

—No lo sé… He mandado a Rafa para que se quedara con ella. No le hemos permitido que entrara en el quirófano.

—¡¡Oohhh!! ¡Por eso han llamado a Olga! Estábamos tomando un café y le ha sonado el busca.

—¡Uf, qué marrón!

—Voy a ver como está Ana, gracias por avisarme —Patricia le dio un dulce beso en la mejilla a Ramón, le sonrió y salió a buscar a su amiga.

Por el pasillo se encuentra con Olga que se dispone a entrar en quirófano. Esta se le queda mirando extrañada.

—Hola Patri, ¿qué haces aquí?

—¿No lo sabes?

—¿Qué pasa?

Un silencio que podría cortar el aire. Patricia prosigue.

—Es Pedro. Ha tenido un accidente. Por eso te han llamado a ti para operar, no quieren que entre Ana —el rostro de Olga se descompuso—. Es él quien está en quirófano. Me voy a ver si encuentro a Rafa, que está con Ana. Quizás no te lo tendría que haber dicho, pero creo que era mejor que lo supieses antes de entrar. Estaré por aquí… —Patricia le dio un abrazo a Olga y tomó sus mejillas con sus manos—. Vamos Olga, tienes que ayudar a nuestro amigo. ¡Se fuerte!

Ella asintió con la cabeza sin articular palabra. Patricia le correspondió asintiendo. Olga cogió sus manos, las beso, agacho la cabeza y en silencio entró al quirófano. No podía creer lo que estaba pasando, era como una pesadilla de la que no puedes despertar.

 

En las inmediaciones Rafa acompañaba a Ana, que estaba dando vueltas de un lado a otro del pasillo sin poder parar, y no dejaba de preguntarse por qué nadie le contaba nada de lo que había pasado. Patricia apareció por la puerta de quirófanos y Ana corre a abrazarse con ella. Entonces rompió a llorar. Hasta el momento había resistido, pero al ver a Patricia no pudo contenerse más.

—¿Pero que es lo que ha pasado? ¿Por qué nadie me cuenta nada? ¿Cómo está? ¿Te han dicho algo?

—Solo sabemos que ha sido un accidente de tráfico. Por lo visto se saltó un semáforo en rojo. Aún no saben por qué, pero uno de los bomberos dijo que cuando lo sacaron del coche, tenía el móvil en la mano…

Entonces vieron palidecer a Ana, que tuvo que sentarse en uno de los asientos para no caerse, y sólo dijo:

—Por mi culpa...

Y arrancó a llorar.

Ruth Martínez Gómez


IV. Descansa Pedro

 

Los pasillos del hospital cada vez eran más largos y a la vez más claustrofóbicos. Ana no dejaba de pensar en que si no hubiera marcado el número de Pedro para decirle que pasara a recoger sus cosas cuando ella no estuviera en casa, esto no habría sucedido.

—Ana, deberíamos llamar a sus padres —dijo Rafa mientras le pasaba la mano por el pelo.

—Rafa... —es lo único que pudo decir Ana mientras miraba a Rafa con  la cara desencajada y las lágrimas inundando sus mejillas.

—Lo haré yo —Si alguien sabia decir las cosas ese era Rafa. Siempre estaba ahí, su manera de hablar pausada y cercana hacían que los problemas fueran más livianos. Ramón, unos meses atrás no hacía más que contarle que Patricia no era más que una "follamiga" pero que se había convertido en "demasiado" amiga  para dejarla como a tantas otras, así sabía perfectamente que Rafa le quitaría las piedras del camino a la hora de dejar a la última en llegar al grupo.

Mientras, Ana comenzó a tranquilizarse quizás producto del paso de las horas o quizás por el valium que le había traído Rafa. Los recuerdos le empezaron a llenar la cabeza y se vio a ella misma mandándolo a la mierda, odiándolo, besándolo, queriéndolo y observándole en los pasillos del instituto. — ¡Joder que imbécil! Le deseaba todo lo peor esta mañana y ahora todo se puede acabar —la idea de que Pedro no saliese con vida le atormentaba y pensar en que hace unos minutos no quería verlo nunca más se le clavaba en el corazón como un puñal.

—Patri, no me lo perdonare en la vida. ¿Por qué lo llamé...?

—Cielo no pienses así, sabes que Pedro es un tío especial, saldrá de esta.

—Chicas esto va para largo —dijo Ramón, después de acercarse a la zona de quirófanos—. Las cosas están muy complicadas, es posible que después de la operación se quede en coma inducido, incluso que muera.

—¿Y las piernas? —sollozó Patricia con el poco aire que le quedaba por el sofoco.

—Eso es lo que menos importa ahora... —sentenció Ramón acercándose a Ana y agarrándole la mano y limpiándole las lagrimas.

El quirófano era una zarracatalla de batas verdes, pitidos y bisturís. En medio, Olga luchaba por separar su lado profesional de su lado sentimental.

—¡Vamos Pedro, vamos! —a la vez que analizaba las posibilidades de qué hacer o probar para que sus piernas comenzaran a responder, pensaba en la noche de Nochevieja y en que por nada del mundo imaginaba que la siguiente vez que viera a Pedro en una cama fuera de esa manera. Por más que quisiera, no podía sacarse de la cabeza que la noche que pasó con Pedro fue increíble—. Joder, sería una pena que todo esto quedase insensible de cintura para abajo, y justo ahora... —Olga se sorprendió pensando en los atributos de Pedro en medio de la operación—. Joder Olga, céntrate. ¿Dónde está tu juramento hipocrático y tu profesionalidad? —se dijo a ella misma.

—¡Doctora Tena despierte! Y si no está capacitada salga del quirófano y que venga alguien que este centrado.

—Perdón doctor. Ya estoy al cien por cien.

 

Al fin, tras largas horas de espera, Olga encaró el pasillo y fue a la sala de espera donde estaban todos. Tras hablar con los padres de Pedro, se acercó a los demás:

—Chicos, Pedro... —cogió fuerzas durante un incómodo segundo y continuó—. Pedro está en coma, ya sabéis que estos días serán cruciales, está muy grave pero si en cuarenta y ocho horas no ha fallecido las probabilidades de que salga del coma aumentarán. Parece que la medula no está afectada así que creemos que con mucho esfuerzo y trabajo, si Pedro sobrevive podría volver a andar.

— Deberíamos descansar —dijo Rafa.

Ana se acercó a los padres de "su novio" y los convenció de que no podían hacer nada allí, que tenían que marcharse a casa e intentar dormir un poco. Así que les acompañó a la salida del hospital a tomar un taxi. Patricia y Rafa se marcharon juntos y Olga ya se retiró a cambiarse y rellenar el papeleo de la operación. Pese a la tensión del momento, Olga se dio cuenta de que Ana en ningún momento la miró a la cara mientras contaba los detalles de la intervención. Era fácil ver que no quería hablarle ya que en otra situación le habría preguntado mil cosas y la habría corregido en todo lo que hubiera creído necesario. Ana era así, una persona muy responsable y a la que a veces las formas de hacer todo a impulsos de Olga le sacaba de sus casillas.

—Ana, te llevo a casa —dijo Ramón mientras sacaba las llaves de su imponente deportivo.

—Gracias Ramón, no me veo capaz de coger la moto ahora mismo.

Ya en el coche, apenas cruzaron palabras, no había mucho que decir.

—Mañana te llamo, si quieres me paso por aquí y vamos al hospital a ver cómo va todo, intenta descansar.

Ana bajó del coche, y como si algo que no fueran sus piernas la empujaran, fue andando hasta su casa. Al abrir la puerta, sorpresa, varias cajas de laboratorios médicos le esperaban nada más entrar. «Dios, sus cosas». Unas horas antes, las había metido en las cajas con toda la rabia que una persona engañada puede sentir hacia el hombre que había amado durante casi toda su vida. Una tras otra, sacaba las cosas de las cajas y recordaba lo especial que era Pedro: sus camisetas de fútbol, su amada camiseta con el 23 de Michael Jordan, sus discos, sus cartas, sus llaves del apartamento con el llavero de Homer, al cual Ana odiaba.  Pedro siempre le decía que dejaría de ser joven el día que cambiara ese llavero por llevar colgada una tarjeta de descuentos del súper. Así entre recuerdos e incertidumbre Ana se fue a la cama, y mientras ponía religiosamente la alarma del móvil, un whatsapp. Olga:

“Ana siempre hemos estado juntas, y ahora deberíamos estarlo más que nunca, tenemos que hablar”.

«¡Tan juntas, que hemos compartido hasta el novio, venga ya!» pensó mientras dejaba el móvil en la mesilla sin ninguna intención de contestar a Olga.

A la mañana siguiente los padres de Pedro, más tranquilos, llamaron a Ana para preguntarle si sabía el número pin del móvil de Pedro para mantenerlo encendido y poder atender llamadas de ex compañeros, amigos y demás conocidos que no supieran la trágica noticia. Ana les dijo que era su año de nacimiento, y que enseguida les vería.

«¿Qué hago? Debería contarles lo que había pasado, pero me tienen como a una hija, quizás sea mejor dejar pasar el tiempo y no darles otro disgusto. Aprenderé a llevarlo».

        Ana caminó hasta el hospital para ver si Pedro presentaba alguna mejoría. En teoría tendría que ir a trabajar pero el día anterior el jefe directo de Ana le dijo que no se preocupase, que se tomase el tiempo que necesitara. Al llegar allí se encontró con Patricia que terminaba su turno de trabajo y le invitó a tomar un café en el Rock & Blues.

—Tía, ayer me llamo Olga y no le contesté, no sé cómo afrontar esto, estoy hecha un lío. No sé si soy novia de Pedro, si soy amiga de Olga, ni siquiera sé quién soy yo ahora mismo.

—Es normal que ahora te plantees millones de posibilidades, todos lo estamos haciendo. Pero no deberías pagarlo con Olga. Siempre habéis sido amigas, además recuerda que esa noche todos habíamos bebido para el resto del año ya. Y qué coño, todos tenemos errores y secretos.

—Sé que tienes razón y que Olga nunca se ha parado a pensar ni una de las decisiones de su vida, pero es que esto es diferente.

—Hola chicas, he imaginado que alguien estaría por aquí —dijo Rafa mientras se quitaba la cazadora—. ¿Alguien ha visto a Ramón?

—No, ayer me dijo que si quería me traería al hospital, pero ya no he vuelto a saber nada más de él —dijo Ana. Ramón nunca daba muchas explicaciones de lo que hacía o dejaba de hacer así que era habitual que pasaran días sin saber nada de suyo.

—¿Qué os parece si esta noche cenamos juntos?

—No me apetece mucho Rafa, creo que intentaré dormir algo más que esta noche, sé que lo haces porque no me sienta sola, pero creo que no voy a estar bien esté donde esté.

—Vale, pero ya sabes que estamos aquí para lo que necesites.

Mientras, Olga caminaba hacia el hospital para cumplir su obligación laboral, pensando en que por uno de sus calentones estaba perdiendo a dos de sus mejores amigos y estaba fraccionando el grupo que tantos buenos momentos le había dado. «Si ni siquiera ahora me habla, no lo volverá a hacer en la vida. Joder ¿porqué solo pienso cuando ya está todo hecho?» Si algo tenía claro Olga era que necesitaba a sus amigas, ellas le ponían el punto de cordura que muchas veces a ella le faltaba. «Tengo que hacer lo que sea». Siguiendo con su paseo de reflexión ya se encontraba en las calles cercanas al hospital, y de pronto vio a lo lejos a Ana andando entre la gente. «¿Qué hago? La saludo y le pregunto por Pedro, eso es». Mientras en la otra dirección Ana: «Mierda, Olga viene andando hacia aquí, espero que no me diga nada».

—Ana... —pero ella pasó a su lado sin desviar la mirada ni un ápice, sólo pensaba en llegar a casa y que estos dos días pasaran rápido. Al caer la noche, Ana empezó a sentirse sola y decidió llamar a Ramón que en los últimos días se había portado muy bien con ella, así que cogió el teléfono y lo llamó.

—Ramón necesito hablar con alguien.

—¡Aquí estoy para lo que quieras niña! ¿Has cenado? ¿Qué te parece si compro algo de comida china, paso por tu casa y charlamos?

—Vale te espero.

A la media hora Ramón llamaba ya al portero automático de Ana. Nada más entrar al apartamento vio que las cosas de Pedro estaban revueltas por todo el salón y que había algunas mas en unas cajas a medio llenar.

—Ya sabes, las cosas de Pedro...

—Ya veo. Deberías retirarlas y no estar todo el día viendo sus cosas. Te ayudaría.

Los amigos comenzaron a cenar y a reír como siempre hacían.  El vino y la calefacción en el crudo invierno hicieron que el ambiente fuera bueno y que los dos estuvieran cómodos y olvidaran un poco todos los problemas de las últimas horas. Las historias y anécdotas se iban sucediendo a la par que los chupitos de orujo y los gin-tonic. La tele ponía la música de fondo pero Ramón y Ana no se daban ni cuenta de lo que esta les ofrecía ya que cada palabra que decían o escuchaban se encontraban mucho mejor.

 

—¡Dios! —Ana despegó sus ojos como pudo hasta tres veces y se dio cuenta de que lo que veía era cierto, Ramón estaba dormido en su cama. Levantó el edredón para ver algo que le pudiera explicar de lo que ahí viera y efectivamente, ella llevaba una camiseta y ropa interior, pero Ramón no. Totalmente desnudo roncaba como si un helicóptero sobrevolara la habitación. «No puede ser —pensó Ana—, otra vez no», ya que no era la primera vez que eso sucedía. Unos años atrás, en un cumpleaños de Ramón, todos salieron a tomar unas copas. Patricia todavía no había llegado al grupo. Rafa como siempre que bebía algún trago de más, o perdía los papeles o se dormía por los pubs, lo que suele ser un "colgao". Así que aquella noche Pedro decidió llevárselo a casa. De ese modo, Ana y Ramón se quedaron solos, y entre el alcohol, la labia de él y el sentimiento de atracción-odio que desde siempre había sentido Ana hacia Ramón, los dos acabaron en casa de Ramón dando rienda suelta a su pasión. Se prometieron que nadie jamás debía saber aquello, pero lo cierto es que Ramón nunca lo había olvidado, y lo había deseado desde hacía mucho tiempo.

"You and I we gonna live forever..."

—¡Joder! —Ana saltó sorprendida de la cama. De su móvil salían los acordes de "Live Forever" de Oasis, y eso sólo sucedía cuando Pedro era el que le llamaba. La adrenalina recorrió hasta el último rincón del cuerpo de Ana mientras Ramón abría los ojos para volver a encender las luces del mundo—. ¿Sí? ¿Diga? —respondió Ana con la voz entrecortada.

—Ana soy Olga, imaginé que no contestarías si llamaba con mi móvil…

— ¿Qué coño dices?

—Nada solo llamaba para decirte que deberías venir al hospital, Pedro.... Hola... ¿¿¿Me oyes??? bip bip bip.

—Joder, era Olga. Solo le ha dado tiempo de decir que vaya al hospital. Me voy rápido, ya hablaremos de esto...

—¿Cómo?

—Adiós.

Cogió un taxi, y al llegar al hospital se encontró a Olga en la puerta más nerviosa de lo normal y con los ojos llorosos. Sin decirle nada, atenazada por los nervios, le hizo un gesto con la cabeza para que le siguiera. Sin mediar palabra recorrieron los pasillos y al entrar en la habitación de Pedro...

—¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? —de repente un soplo de aire fresco entró en mi cuerpo. No respiro bien. Todo está borroso. Solo veo una luz, siluetas y formas. ¿Qué me está pasando?

—Ana, Pedro responde, está saliendo del coma, quería que vinieras lo antes posible.

—Gracias Olga, muchas gracias —sollozó Ana mientras agarró fuerte la mano de Olga.

Pedro empezó a respirar fuerte, y a sufrir una especie de taquicardia, al momento abrió los ojos y contempló todo como un bebé observa un mundo nuevo.

— ¿Qué me ha pasado?

—Acabas de volver a nacer, Pedro descansa...

 

Eduardo Navarro Gálvez


V.- Estoy de vuelta

 ­­­­­­­­­­­­­­­­­­ien.

rminaba el cigarrillo antes de entrar.

Ana y Olga, a pesar de desear con toda su alma estar cerca del paciente, salieron de la habitación y dejaron que el médico y su equipo hicieran su trabajo. Sabían perfectamente cómo comportarse en esos casos. La puerta de la UCI se cerró y Pedro quedó tras ella mientras le hacían los chequeos oportunos.

Las dos amigas se encontraban solas, en silencio. Fue el silencio más largo y tenso que jamás habían experimentado. ¡Llevaban toda la vida juntas! Y ahí estaban… como si fuesen unas completas desconocidas.

Olga rompió el hielo:

—Ana, yo…

—No Olga. No digas nada —dijo Ana sin levantar la cabeza— Los últimos acontecimientos me han hecho pensar mucho y cuestionarme muchas cosas. Incluso nuestra amistad. No sólo fue culpa tuya pero… ¿cómo pudiste? Sabes lo que siento por Pedro, ¡tú siempre has formado parte  de nuestras vidas! De todas formas… —Ana, por primera vez en varios días, miró a Olga a los ojos— Ahora mismo, a pesar de la rabia y la impotencia que siento por lo ocurrido, sólo puedo estarte agradecida. No me quiero ni imaginar lo duro que debió ser para ti estar en quirófano mientras Pedro se debatía entre la vida y la muerte. No podía haber nadie mejor a su lado en ese momento. Gracias Olga.

Olga tenía los ojos llenos de lágrimas. Miró fijamente a su amiga y las dos se fundieron en un abrazo.

Justo en ese momento llegó Ramón. Sin verlo, sabían que  estaba allí. Su fragancia siempre le acompañaba. Jamás cambiaba de colonia. Al verlas en esa situación se temió lo peor. No tuvo fuerza para seguir caminando.

—Chicas… ¿qué ocurre? ¿Qué está pasando?

—Pedro ha despertado —dijo Ana–. Ahora están los médicos con él y luego debe descansar.

Poco a poco fueron llegando todos al hospital. Los primeros en llegar fueron los padres de Pedro. Su madre se aferró a Ana y no la soltaba mientras le decía:

—¡Ay mi niña! ¡Mi Ana! ¡Pedro no se ha ido!

Ana no sabía muy bien cómo reaccionar. La cabeza le daba mil vueltas. Allí estaba Pedro, al otro lado de la puerta, luchando por vivir, ¡luchando por ella! Y al fondo de la sala, hablando con Rafa estaba Ramón. Tan apenas habían cruzado un par de miradas en toda la mañana. Por supuesto, ni una palabra. Finalmente fue Patricia la que decidió que ya era hora de comer y que después tal vez les dejasen ver a Pedro un momento. Todos tenían unas ganas enormes de abrazarle.

La comida fue menos tensa de lo esperado. Todos estaban aliviados. El estrés vivido en las últimas horas poco a poco se iba disipando. Incluso Rafa se atrevió a bromear para que el ambiente fuera más distendido y lo consiguió. Por fin los amigos sonreían. Bueno, sonreían todos menos uno. Ramón estuvo toda la comida especialmente pensativo y lo que era más raro todavía: callado. Esto, claro está, no pasó desapercibido. Olga comenzó a chincharle, pero ni por esas. Ramón seguía serio. Se excusó diciendo que estos días habían sido muy tensos también para él. Que a pesar de intentar mantener el tipo, se encontraba muy afectado por todo lo ocurrido y que era ahora cuando lo manifestaba. A todos les pareció una respuesta de lo más lógica. Aunque tal vez Ana tuviera sus dudas de que eso fuese completamente cierto.

Salieron del restaurante, un lugar al lado del Rock & Blues, donde la comida casera era la seña de identidad y fueron de nuevo al hospital. Patricia y Rafa los habían dejado un rato antes porque tenían turno de tarde. Quedaron en pasarse a preguntar por Pedro en cuanto tuvieran un rato libre. Ana caminaba lentamente.

 –Chicos, id por delante. Necesito que me dé un poco el aire. Ahora subo.

Ramón la miró interrogante, pero ella le devolvió una mirada tranquilizadora.

 

¡Ana no podía más! ¡Le iba a estallar la cabeza! No hacía nada más que pensar en la noche pasada con Ramón. ¡No recordaba prácticamente nada! Esto la atormentaba más y más. Ahora se ponía en la piel de Pedro. Con lo que a ella le dolió la infidelidad de Pedro y Olga. ¡Cómo podía haber hecho lo mismo! Y Pedro… ¡había estado a punto de morir! Ana sólo tenía ganas de despertar y de que todo hubiese sido un mal sueño.

Con un andar taciturno, casi sin darse cuenta, llegó al hospital.

 

Pedro mientras tanto, seguía inmóvil en su cama, algo más cómodo, con menos tubos y pitidos a su alrededor pero sin dejar de pensar desde que había despertado: «Uf…me duele la cabeza… ¿y esto del brazo? Ah, vale, es el gotero. Estoy agotado… ¿y mi móvil? ¡Ana me estaba llamando y no he podido contestar!... Me duele todo el cuerpo… ¿Y el otro coche? Todo está difuso, pero creo que me golpeé con otro coche. Ana… Ana… mi Ana… si Ana no está conmigo, de poco me sirve estar vivo.  ¿Qué demonios estoy pensando? Ana es mi mundo, cierto, pero la vida me brinda otra oportunidad. Ana… mi vida…»

 

Ramón se quedó en las proximidades de la entrada al hospital acompañando a Olga mientras se terminaba el cigarrillo antes de entrar. Los padres de Pedro ya habían subido a verle. Era justo que fueran los primeros en estar con él. Sus amigos lo harían después.

En el instante en que Olga y Ramón se disponían a entrar al hall, llegó Ana con la mirada infinita. Ramón le tocó el brazo:

—Ana, ¿podemos hablar un momento?

A Olga no le extrañó que los dos amigos se quedaran charlando. Después de todo, por qué le iba a extrañar. Era demasiado intenso lo vivido por todos desde que empezó el año. Lo más normal es que Ramón tuviera que desahogarse con alguien. Todos lo hacían con la dulce Patricia, pero Ramón prefería hacerlo con otro del grupo.

—Ana, lo de esta noche… —dijo Ramón.

—¡Lo de esta noche no tendría que haber sucedido! ¡Me siento la persona más ruin del mundo! ¿Cómo he podido estar recriminándole a Pedro su comportamiento? Incluso he hecho que se encuentre en esta situación. ¡Casi ha muerto por mi culpa! Y voy yo y pago con la misma moneda. Ahora mismo no puedo hablar de lo de esta noche Ramón.

—¡Ana! Espera por favor, no subas todavía. No puedes culparte por lo ocurrido. Llamaste tú, pero podíamos haber llamado cualquiera. Pedro no debió mirar el teléfono mientras conducía. No te martirices por ello. ¡Tú no tienes la culpa! Respecto a lo de ayer… solamente déjame decirte que hacía tiempo que lo deseaba. Desde la otra vez que estuvimos juntos no he conseguido sacarte de mi cabeza. Miro a todas, me entretengo con todas, pero mi pensamiento siempre vuelve a ti. Simplemente quería que lo supieras. Subamos a ver a Pedro.

Se abrió el ascensor y allí estaban todos. Los padres de Pedro ya tenían otro semblante más sereno. Habían podido estar unos minutos con su hijo y parecía que a pesar de quedar un largo y duro camino por delante, todo marchaba bien.

—¡Ya estáis aquí! Ana, hemos pensado que debes ser la siguiente en entrar. Además, Pedro sólo pregunta por ti —dijo su suegra.

Ana abrió lentamente la puerta. Le temblaban las rodillas como cuando lo veía por los pasillos del instituto y sólo se dedicaban un tímido saludo. ¡Cuánto habían vivido juntos desde entonces! Se acercó a la cama, le tomó la mano y lo besó en la mejilla.

—¡Ana!

—Ssshhh… tranquilo Pedro. No te alteres. Ya estoy aquí. Debes estar lo más relajado posible.

—Tengo tantas cosas que decirte Ana…

Ana pensaba que ella sí que tenía que contar, pero ¿cómo?, ¿cuándo?

—Calma. Ahora descansa. Ya tendremos tiempo de hablar.

—¿Quién más ha venido? ¿Está Ramón? ¿Por qué no ha entrado esta mañana con Olga y contigo?

—¿Esta mañana? No Pedro, Ramón ha llegado después de haberte visto por la mañana.

—¿En serio? Juraría que había estado. He notado el olor de esa colonia tan peculiar que lleva cuando habéis entrado vosotras.

Ana palideció. Recordó entonces que si Pedro tenía un sentido desarrollado, ese era el olfato. Era ella. Era Ana la que olía a Ramón.

 

Elena Arenas Giménez


VI.- El cuerpo del delito

 

Ana, fruto de un combinado mental explosivo, a base de ingredientes pesados de digerir, tales que, el lamento del pasado que le arrastra a un miedo al futuro, se bloquea en ese instante y no ve otra salida que la puerta de la habitación de Pedro. Situación que no pasa desapercibida para Pedro, quién, al ver a Ana desconectada de la situación se arranca a llamarla, como si tuviera ésta que aterrizar de un breve viaje a las nubes.

—¡Ana! ¡Cielo! ¡Hooooooooola! ¿Estás ahí?

Ana seguía perpleja, con la mirada perdida hacia el frente, sin otro punto de atención que la puerta de la habitación. Pedro vuelve a alzar la voz pero esta vez unos tonos por encima de su tono habitual.

—¡Anaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa! ¿Qué piensas? ¿Estás bien? No entiendo nada cielo… Estábamos conversando y me estabas ayudando a recordar quiénes me habían venido a visitar y creo que lo último que me estabas intentando explicar es que al parecer mi don olfativo ha despertado del accidente un tanto despistado porque no he reconocido el perfume de Ramón y “¡zas!” te has quedado callada cariño. Sé que lo has pasado muy mal y puede que estés colapsada por todo lo ocurrido pero hemos de plantearnos esto como un borrón y cuenta nueva.

Ana al margen de la reflexión ingenua de Pedro sólo aterriza de su breve viaje a las nubes y de los reproches mentales que atormentan sus pensamientos, para ladear su cara levemente y apretar la mano de Pedro para decirle:

—Pedro me tengo que ir, descansa.

Pedro ajeno a la verdadera situación que aturde a los pensamientos de Ana, no le da mayor importancia: «Sí, claro que si Pedrito, eres un machote. Y claro que con Ana todo volverá a ser lo que era. Y que lo que acaba de ocurrir es algo normal estando todo tan  reciente. No hay más que dejar pasar el tiempo para que las aguas vuelvan a su cauce». Sin embargo, ese pensamiento es tan objetivo como él mismo cree o más bien es una idea subjetiva, proveniente de un varón práctico, un tanto inmaduro y confiado en que el perdón de Ana sólo será cuestión de un tiempecito de “pico y pala” trabajando la reconquista…

 

Ana camina por los pasillos del hospital rezando para no encontrarse con Ramón, con la mirada puesta al frente sin otro pensamiento que el de abrir su taquilla, coger su bolso y largarse a su casa. Soñaba con tumbarse en el sofá, taparse con una manta, fumarse un cigarro (solo fuma en estados de puro nerviosismo) y llamar a su madre por teléfono.

Durante el camino no dejaban de invadirle recuerdos, anécdotas y en definitiva momentos buenos, malos y regulares de su relación con Pedro, la infidelidad de él y de paso la suya, e intentaba poner en orden sus ideas para poder contarle todo lo acontecido a su madre (más bien amiga y consejera de Ana).

Por fin llega a su portal y mete la mano sin mirar en el bolso, algo característico en mujeres que llevan maletas por bolsos, para coger sus llaves de casa. Ana sigue rebuscando por todos los bolsillos de su “maxi” bolso y… las llaves no están. «¡Arggg, pero qué narices he hecho yo con mis llaves! Esto es lo que me faltaba para acabar el día. Pues claro que no, que solo me pasa porque no estoy en lo que debo de estar», marmoteaba Ana quién se respondía a sí misma.

Ana permanece inmóvil en su portal intentando recapitular todos los movimientos desde que recogió sus cosas de la taquilla hasta que llegó a casa, y es que, pese a que no pasa por un buen momento, es una mujer bastante metódica y organizada. «A ver Ana piensa, piensa, piensa, ¡joder! Que tú no pierdes las llaves tan fácilmente. He abierto mi taquilla y sí, ahí estaba mi bolso, me lo he colgado al hombro y no lo he abierto ni una sola vez hasta este preciso momento. Y no, las llaves no están… Pues nada, no va a quedarme otra alternativa que por suerte llamar a mi vecina de enfrente y pedirle el juego de llaves que le di cuando me mudé a este apartamento, y es que si algo soy es previsora». Ana seguía recapitulando los hechos mientras pulsaba el timbre de la señora María, una mujer viuda que vivía sola en compañía de sus macetas, sus periquitos y sus hijos y nietos durante las comidas domingueras.

“Din-don, din-don”

—¿Quién es? —pronunció a través del portero automático Doña María, con un acento maño bien arraigado, y es que nació en un “pueblico” de la Ribera Alta del Ebro.

—Señora María, soy Ana, “la vecina”. Ábrame por favor, no llevo llaves.

—“Hijica”, empuja la puerta que te abro.

La Señora María tan alegre y hospitalaria como de costumbre, espera a Ana bajo el marco de su puerta con una sonrisa tan tierna que por un momento Ana al abrir el ascensor y verla allí se olvida del momento por el que pasa.

—Señora María, siento mucho molestarla a estas horas, pero no me ha quedado otra opción que llamarla.

—Cariño no tienes que disculparte, los jóvenes de hoy en día lleváis una vida muy estresante y estas cosas es normal que pasen. Anda pasa que tengo unas sopas de ajo y una merluza en salsa muy rica que te templarán el cuerpo y de paso me haces compañía un ratico corazón —la Señora María era muy larga y notó en Ana cierto decaimiento y un rostro desmejorado que le hacía pensar que ésta no atravesaba un buen momento.

—No de verdad, se lo agradezco en el alma, pero necesito descansar, no tengo ganas ni de cenar. Voy a meterme en la cama y mañana será otro día —Ana ya ni se acordaba de la llamada que tenía pendiente a su madre, con la pérdida de las llaves al parecer ya no le quedaban fuerzas ni de llamar por teléfono.

—Ana, “hijica”, algo tienes que cenar y como sé que si te dejo marchar a tu casa no lo vas a hacer, te pido por favor que no me hagas el feo. Anda pasa hazme el favor…

—Bueno me ha convencido, muchísimas gracias Señora María, es usted una persona muy buena. Tengo que decirle que a pesar de pasar poco tiempo en el vecindario por mi trabajo, mis guardias, mis urgencias… en fin, mi vida en conjunto, sé que tengo una vecina inmejorable y que es, como si tuviera viviendo enfrente a la abuela que no tengo.

—Bueno hija, una ya ha vivido todo lo que tenía que vivir y ahora solo me queda ayudar en lo que puedo a los que me rodean, que vivís desenfrenados y una no tiene otro que hacer que el de ayudar. Bastante tenéis los jóvenes con la que está cayendo… Yo no querría volver a nacer en estos tiempos.

Ana siempre esbozaba una sonrisa, cuando oía hablar a doña María y es que todo lo que su viejita vecina decía estaba envuelto de una gran sabiduría, sabiduría llamada “experiencia de la vida”.

—¿Está rico?

—¡Umm! No me ve que no articulo ni palabra, está buenísimo. ¡Ay María! No hay nada mejor que la comida de puchero a manos de una cocinera bien curtida como usted.

—Ya sabes que tienes tu plato en esta casa cuando tú quieras, y yo agradecida de que me hagas un rato compañía, de verdad que sí —la anciana sonrió complacida.

La Señora María sabía que Ana no estaba bien, que algo ocultaba, algo que la decaía, algo que le hacía pensar. Pero ella no era la típica persona mayor que intentaba cotillear la vida de los demás por aburrimiento y por ello no quería lanzarle preguntas intimidatorias para lograr saber que le que ocurría. Si algo tenía la Señora María es que era muy prudente. Así que simplemente le lanzó unas sabias palabras.

—Anita hija mía, vida solamente hay una, o por lo menos solo conocemos una. Así que ponle una sonrisa a los problemas porque al único problema al que no se le puede poner sonrisa es a la muerte. Todo tiene solución y si no la hay, pues se cambia de rumbo y se mira hacia adelante. Aprovecha la vida, que es muy bonita y no te estanques en lo malo. Rodéate de lo bueno y de los buenos.

Ana escuchaba con gran atención a María, sabía que tenía razón en lo que le decía. Y sabía de sobras que la Señora María había notado en ella que no pasaba por su mejor momento y es que la cara es el espejo del alma.

—Tiene toda la razón, pero Señora María, me resulta tan difícil llevarlo a la práctica. Sé que usted no me dice estas palabras porque sí. Se que usted ha notado que no me encuentro muy bien, que digamos. Ahora mismo tengo la cabeza saturada y no me encuentro en condiciones de explicarle, aunque sé que de usted iba a recibir los mejores consejos. Necesito meditar, necesito tiempo. Sí tiempo, esa es la palabra. Tiempo que me haga ver las cosas desde un punto de vista más objetivo, sin rencor y sin remordimientos. Le prometo que le contaré Señora María, pero es eso, necesito tiempo.

—Hija, no tienes que prometerme nada. Tú ya sabes dónde estoy y que tienes a esta viejecita siempre que la necesites.

—¡Ay Señora María! Se lo agradezco tanto… Muchas gracias por esta comida y este rato, ha logrado sacarme una sonrisa. Ahora sí que sí, me paso a mi casa a darme una duchita, ponerme el pijama y descansar, lo necesito con todas mis fuerzas.

—Sí cielo, toma tus llaves. Ahora me quedo tranquila de que hayas metido sustancia al cuerpo —y con un beso en la frente la Señora María despidió a Ana.

Ana, por fin, estaba en casa después de un día más que ajetreado, o por lo menos lleno de emociones. Ana dejó el bolso y su abrigo como de costumbre en el perchero del recibidor y mientras avanzaba por el pasillo aprovechaba para quitarse la ropa y arrojarla al suelo. Ya en el baño, dejó correr el agua sobre la bañera y aprovechó para desprenderse de la braguita y el sujetador, espolvorear unas sales minerales sobre la bañera, encender unas velas aromáticas y crear la situación perfecta para relajarse, sumergida en el agua y disfrutando de unas caladas a un pitillo. Ana lo estaba consiguiendo, estaba llegando al éxtasis, un orgasmo de relax, mente en blanco, desnuda, agua borboteando y piel envuelta en espuma.

Ana con los ojos cerrados ajena a cualquier ruido que no fuese el burbujeo del agua, no se percataba de que alguien había entrado sigilosamente en su apartamento. Alguien que la estaba observando. Alguien que la conocía muy bien. Alguien que le había quitado las llaves de su taquilla y que iba sin otra intención que la de mantener la conversación que tenían pendiente desde aquella tórrida noche… Sin embargo, él estaba olvidándose del motivo por el que estaba en casa de Ana por segundos, y su temperatura al contemplar aquella escena estaba haciéndole imaginar… y volver a pecar. Ana para él era el cuerpo del delito.

Ana de repente nota un ligero calor, calor que desprende alguien que respira rozando el lóbulo de su oreja produciéndole un cosquilleo que recorrió todo su cuerpo.

Ana abrió los ojos como si de un sueño se tratase y ahí estaba... Era él... Ramón.

 

Andrea Sánchez Izuel


VII. Vaya panorama.

 

¡De repente el corazón de Ana parecía una montaña  rusa! Él estaba allí... y no sabía cómo reaccionar... desnuda, indefensa, sin ganas de afrontar aquella situación.

Aquello parecía su peor pesadilla. Su cabeza era un torbellino que no sabía cómo responder ante lo que se le venía encima. Estaba agotada física y emocionalmente, lo último que deseaba era aclarar la situación de la noche anterior. Le pasaba por la cabeza la imagen de Pedro, la imagen de Olga, el accidente... era una zarracatalla de pensamientos. Súbitamente la imagen de Ramón retenida en sus pupilas la hizo salir de aquella pesadilla y afrontar la dura realidad.

—Ana, yo no puedo seguir ni un día más sin aclarar la situación. Tú sabes que te quiero y siempre te he querido, no puedo ocultar mis sentimientos. Es verdad que el momento y el accidente de Pedro no ayudan a esta situación, pero yo la deseo... Yo te deseo a ti...

—¡No sigas! —gritó Ana—. No tengo fuerzas para nada en este momento. Ahora entiendo todo... mis llaves, tú las habías cogido. No estás en tus cabales. ¡Ahora no es momento! ¡Ahora no es la situación! Pedro ha estado a un paso de morir, ¡y todo o por mi culpa!

—¡Ssshhh!  No sigas pensando eso ni por un momento más. Ha sido el destino. El accidente, lo nuestro...

—No hay nada... Lo nuestro no puede ser —Ana rompió a llorar como una niña desconsolada.

Ramón no sabía qué hacer, y tras unos segundos de silencio decidió marcharse. Ana no podía dejar de llorar, aquel apetecible baño relajante se había convertido en un martirio. Decidió acostarse y dejarse llevar por el tiempo.

Al día siguiente no quería aparecer por el hospital ni tampoco conectar con nadie que tuviese nada que ver con Ramón, así que decidió llamar a Sandra, la hermana de Pedro. Sandra era una niña, tenía veinticinco años pero siempre tenía una sonrisa despreocupada para cualquier situación. Era muy extrovertida y quizás le haría ordenar sus pensamientos. En resumen, Ana pensaba que sería una buena terapia tener una charla con ella y poderse desahogar con alguien ajeno al ambiente del hospital.

Llamó a Sandra y quedó con ella en una cafetería del centro donde podrían hablar tranquilamente. Sandra acababa de llegar desde Barcelona donde está realizando su interminable carrera de veterinaria, y había pasado la Nochevieja con sus amigos. Estos siempre andaban de fiesta en fiesta y tomaban cualquier momento como el mejor para organizar un sarao. A los cuales, claro está, Sandra era la primera en apuntarse.

Al encontrarse se abrazaron efusivamente ya que no se veían desde antes del accidente de Pedro. Sandra le preguntó por lo ocurrido y se interesó por el estado de Pedro, y quedaron de acuerdo en pasarse por el hospital a visitarlo en cuanto se pusieran al día.

 

Mientras tanto en el hospital, Ramón no podía dejar de pensar en la noche anterior. ¡La había cagado! Pero ahora ya era tarde… ya no podía volver atrás. Concluyo en sus cavilaciones que en cuanto viera a Ana hablaría con ella.

Patricia y Rafa, estaban tomando el café de su pausa. Y comentaban la buena evolución de Pedro tras el accidente.

—Ya le han quitado a Pedro la mayoría de las máquinas y están intentando que inicie la recuperación mañana mismo. Es un milagro que después de ese accidente se vaya a recuperar tan pronto, creo que mañana o pasado le pasaremos a planta para que pueda empezar con todo el proceso de ejercicios y pruebas —aseguró Rafa. Patricia, acabada la pausa, tuvo que volver a sus tareas de limpieza y marchó.

 

 

—Pues como ya te habrán contado tus padres, la colisión se produjo con otro vehículo que venía en sentido contrario y los bomberos tuvieron que sacar a Pedro del coche porque quedó atrapado. Al principio temíamos por la movilidad de sus piernas, pero la suerte y el buen hacer de Olga han conseguido que ahora mismo podamos ser muy optimistas. Además tu hermano es muy fuerte y cabezota, ya sabes que cuando se propone algo lo consigue —Ana ponía al día a su cuñada. Sandra miró a Ana con esa mirada cómplice que solo las amigas consiguen entender.

—Pero bueno, cuéntame de que querías hablar Ana, estoy para ayudarte en lo que necesites y tú lo sabes.

—Sí Sandra, esto, yo…

—No me lo digas, ¡mi hermano volvió a emborracharse y discutisteis!

—Sí bueno, no es exactamente así. Tu hermano se emborrachó como de costumbre pero ese no es el problema. El problema es… —Ana rompió a llorar, y sollozando entre mormoteos explicó a Sandra todo lo ocurrido el día de Año Nuevo. Le contó lo del video, el mensaje de whatsapp, la situación tan humillante en su casa cuando despertó a Pedro, la llamada telefónica, etc.

Sandra no podía dar crédito a lo que estaba oyendo.

—¡Pero cómo te ha podido engañar ese gañán! ¡Cómo ha podido acostarse con tu mejor amiga! ¡Aggggghh! ¡Solo de pensarlo se me revuelven las tripas, será cabrón el muy cerdo! ¿Y tú que le dijiste?

Ana no podía parar de sollozar. Sabía que le quedaba por contar la peor parte de la historia. Sabía que había cometido una estupidez al acostarse con Ramón, pero en el fondo estaba orgullosa por haber devuelto la moneda a ese “semental”… ¡Será puta! Encima lo llama semental. Como si no tuviera bastante con habérselo tirado. Las blasfemias y ganas de capolar a Pedro recorrían la cabeza de Ana como un torbellino. Estaba fuera de sí y no podía dejar de llorar, a la par que sin darse cuenta estaba descargando toda la tensión y la rabia acumulada  esos  días anteriores.

—¿Pero que piensas hacer ahora Ana?, tendrás que decírselo a mis padres. Esto no puede ir a más…

—Ana volvió a sollozar como una niña —ese es el problema… Aún hay más… Yo también he sido una estúpida y me he dejado llevar, las copas, el ambiente, mi soledad, la noche se convirtió en una nube oscura y maliciosa y también me tiré a Ramón.

Sandra no podía entender nada. Todos aquellos sucesos, de repente, recién llegada de Barcelona. Aún no había visto a su hermano y Ana estaba mormoteando cosas que no entendía sin poder dejar de llorar. Ella intentaba entender cuáles eran las ideas que cruzaban por aquella cabeza tan desordenada, quería ordenar toda aquella maraña para comprender lo que Ana le intentaba explicar.

—Vamos a ver Ana, tienes que calmarte. Así no vamos a ningún lado, no entiendo nada de lo que dices.

Sandra se levantó a coger unos kleenex del bolso y apretó la cabeza de Ana contra su torso. Intentaba sofocar aquella explosión de ideas que no entendía de ningún modo. Le extendió un pañuelo y esperó a que Ana se calmase.

—Yo no quería, fue una cosa espontánea. Ramón vino a mi casa, después de la operación y de todo aquel caos el día del accidente. Él solo quería hacerme compañía, cenamos, tomamos una copa, otra… El ambiente era agradable. Estábamos recordando viejos tiempos y olvidando un poco todas las horas anteriores. Sólo recuerdo que al despertar Ramón estaba en mi cama. Yo no podía creerlo, ¿cómo había podido pagarle a Pedro de la misma forma? ¿Cómo había podido después de aquel terrible accidente? —un poco más calmada, Ana intentaba explicar a Sandra todo aquel zarapuezo que se había montado en su ausencia. Pero Sandra lejos de entender estaba cada vez más segura de que aquella Nochevieja no había sido una Nochevieja normal. Algo había desatado todo aquel disparate de acontecimientos. Ella estaba segura de que Ana no quería a Pedro como antes. Era normal, su hermano estaba hecho un botarate de mucho cuidado, era el desorden personificado y no era muy atento con Ana últimamente. Pero tampoco culpaba del todo a su hermano, como es normal la sangre tira mucho... Ella quería averiguar cuál había sido el desencadenante de todo aquello.

—Vamos a ver Ana, ¿y a Pedro se lo has contado?

—¡Cómo se lo voy a contar en su estado! Además, ayer notó que yo olía al perfume de Ramón. Eso me dejó petrificada cuando entre a verle a la UCI. No supe cómo reaccionar y me marche apresuradamente. No sé lo que voy a hacer. Necesito serenarme y pensar.

—¿Y qué piensas hacer? Porque la que habéis liado es pequeña… más que el año nuevo parece que haya llegado la primavera. ¡Estáis todos más salidos que el pitorro de un botijo! —Sandra con su sorna habitual, pero intentando quitarle hierro al asunto era especialista en volver las situaciones a favor de lo que pretendía. Y ahora mismo lo único que pretendía era ayudar a aquella persona a la que ella quería desde siempre. Su relación era y había sido siempre muy cordial, y ella sabía que podía contar con Ana para lo que hiciese falta. Su dinamismo le ayudaba a moverse como pez en el agua en situaciones adversas y por eso tomó una decisión.

—Vamos a ver Ana, ¿tú quieres a Pedro?

—¡Pues claro! Ya lo sabes.

—Vale, ¿y a Ramón?

—¡Qué cosas dices Sandra! Ramón es mi amigo, pero nunca lo he visto como otra cosa. Sí, es atractivo y divertido, pero eso no quiere decir que pueda pensar más allá. Además ya sabes que yo soy muy tradicional, no me imagino la situación de tener que cambiar toda mi vida de un plumazo.

—Pues entonces está muy claro, hablas con Ramón y se lo explicas. Le dices que tú quieres a Pedro y que lo que ocurrió fue un desliz. Que para nada se haga ilusiones de nada más.

—Sí, pero anoche estuvo en mi casa.

—¿Ya estamos otra vez?

—Sí Sandra, es más complicado de lo que parece. El me cogió las llaves de mi bolso, y cuando estaba en la bañera entró sin hacer ruido y se acercó hasta mí. Me dijo que me quería y que siempre me había querido. Es verdad que Ramón siempre ha sido muy simpático conmigo, pero yo no pensaba que el estuviese colado por mí. El es muy apuesto y ligón, pero sin saber cómo despierto en él un instinto animal.

—Pues bueno, eso tiene solución. Si quieres yo hablo con Ramón y se lo explico todo.

—No Sandra, no quiero mezclarte en esto ni hacerte pasar por esas situaciones. Soy yo la que me he metido en este lío y seré yo quien lo solucione.

 

Pedro estaba con sus padres en la visita de la mañana y cuando estos salieron entraron Sandra y Ana. Las dos cómplices hicieron ver que no pasaba nada. Ana ya mucho más tranquila, intentó aclarar los hechos acaecidos en el accidente. Pero Pedro estaba un poco cansado y no tenía ganas de hablar de aquello en ese momento. Se le veía inocentemente feliz al lado de sus dos seres más queridos. Sandra le dio un pequeño refrotón con la palma de la mano en la cabeza.

—¡Ay Pedrito, Pedrito… las que lías en tus ratos libres!

—Pues sí Sandra, ya ves que faena he hecho. Por todo lo alto, como los buenos toreros —Sandra y Pedro rieron a carcajadas y a Pedro le entró esa tos que entra cuando te acabas de estampar contra otro coche y llevas todo el cuerpo magullado.

Pedro miró a su hermana feliz, y de repente se acordó de todo lo de aquella mañana. No pudo evitar fruncir el ceño y mostrar un semblante preocupado. Sandra se dio cuenta al instante y no pudo evitar mediar en aquel ambiente contaminado.

—Pedro, Ana me lo ha contado todo. Eres un cabrón, pero ahora no es el momento de tratar ciertos temas, ¿verdad Ana?

—¡Ejem…! No… Tienes razón Sandra, es mejor que te recuperes y ya quedará tiempo de hablar de esto cuando estés mejor.

Pedro, con una mirada cómplice lanzo a su hermana un GRACIAS que iluminó toda la sala de cuidados intensivos.

En el exterior, el ambiente era distendido entre los presentes. Estaban los padres de Pedro. Antonio escuchaba y disfrutaba del buen ambiente que había entre los amigos de su hijo. Era capaz de estar en un sitio sin que apenas se notase su presencia, pero era el primero en estar ahí cuando se le necesitaba. Irene en cambio era más como su hijo. Torpe en algunas cosas y algo cotilla, pero buena persona. Ambos estaban orgullosos de sus dos hijos y también de poder contar con aquel grupo de chavales que quizás o seguramente habrían salvado la vida de Pedro. Al salir Ana y Sandra, el ambiente se torno en expectación para escuchar lo que Pedro les había dicho, y la impresión que les había causado. Comentaron los detalles y Antonio ofreció a todos los presentes un refrigerio en el bar más próximo.

Ana entraba a trabajar a las tres de la tarde, aunque su responsable directo le había dicho que se tomara el tiempo necesario hasta estar en plenas facultades. Pero ella necesitaba trabajar, deseaba desconectar de aquel tumulto de pensamientos que la atormentaban. Rafa hizo mucho más llevadero el turno y se encargó de no dejar a Ana desocupada en ningún momento, cosa que Ana agradeció porque las horas pasaron volando.

 

Era por la mañana cuando Ana subió a la habitación de Pedro a saludar a sus suegros, Antonio e Irene, y a ver como se encontraba Pedro. Mucho mejor después de haberle realizado todas las pruebas el día anterior para ver el estado de su columna y sus contusiones. Ana explicó con paciencia a Irene que la lesión de Pedro era menos grave de lo pensado en un primer momento, y que su hijo podría volver a caminar sin grandes problemas. Necesitaba un poco de rehabilitación tras curar las dos vértebras que se había dañado, pero nada que no estuviese al alcance de la ciencia. Una vez que Ana hubo explicado todo, Antonio muy disimuladamente, ofreció a Ana la posibilidad de quedarse un rato a solas con Pedro mientras ellos bajaban a la cafetería a tomar un café, y cariñosamente le ofreció a Irene la puerta para acompañarle. Irene un poco reacia en un primer momento, entendió que allí no había nada que hacer y que Ana y Pedro querrían estar a solas.

Ana fue la que empezó la conversación, que ya traía preparada. Tras cocinarla lentamente en su cabeza los últimos dos días, desde su encuentro con Sandra, que además de ayudarla a desahogarse y ordenar sus ideas, le dio ese empujón que necesitamos las personas para plantarnos ante una situación con decisión.

—Pedro, sé que lo tuyo con Olga fue una equivocación, pero tenemos que rehacer nuestra relación. Yo no puedo estar con esta incertidumbre día sí y día también. Necesito que hablemos de lo nuestro tranquilamente y poder renovar las ganas con las que empezamos esta relación. Recuerdo los primeros días, el instituto, mis ganas por estar contigo a todas horas.  Eso es lo que yo quiero para nosotros.

Pedro no podía ni mirar a Ana, pero al tiempo sentía una felicidad infinita de que Ana le pusiese las cosas tan fáciles. No esperaba lo que Ana tenía que decirle a continuación. Ana intentó explicar los mínimos detalles de su historia con Ramón, y además hizo ver a Pedro que había sido una tontería por su parte y que no volvería a ocurrir, pero Pedro con su torpeza habitual no encajó muy bien el golpe recibido. Más bien pareció como que había vuelto al mismo coche para tener el mismo accidente en ese preciso instante.

Ana intentó por todos los medios que Pedro entrase en razones, pero su cabezonería no dejaba pensar a su parte racional. Era un cernícalo en toda regla, y en ese momento estaba expresándolo por todo lo alto. Ana empezó a molestarse porque no entendiera la situación, y porque no la perdonara como ella había hecho con él. Pero a su vez empezó a asaltarla una duda. ¿Qué hubiera ocurrido si Pedro no hubiera tenido el accidente? ¿Habría sido ella capaz de perdonarlo a él? Decidió que era mejor dejar pasar un tiempo y esperar a que Pedro lo asumiese. Y se despidió de Pedro con un seco…

—Espero que puedas entender que todos nos equivocamos, pero si queremos luchar por lo nuestro debemos hacerlo juntos.

Ana no podía dejar de pensar en la cabezonería de Pedro. Por eso no dejaba de llorar, no sabía cómo hacerlo entrar en razón, no tenía claro que este accediera a lo que habían hablado.

Por su parte Pedro estaba enfadado con Ana y no dejaba de darle vueltas a la cara de Ramón, si lo hubiese tenido cerca lo habría zarandeado.

 

 

Olga entraba de guardia esa tarde, así que decidió pasarse por la habitación de Pedro para hacerle una visita y ver como estaba. Cuando llegó al hospital fue hasta el vestuario y allí estaba Ana, llorando como nunca había visto llorar a nadie.

—¿Qué te pasa Ana? ¿Por qué estas llorando, ha pasado algo con Pedro? ¿Se encuentra bien ? —Olga pensaba que Pedro había empeorado, o peor, que algo se hubiese complicado y… Ana empezó a hablar.

—Pedro y yo hemos tenido una discusión —dijo entre sollozos.  A Olga le dio un bote el corazón, y fue de felicidad. Había pensado lo peor, y esta noticia le abrió una ventana de aire fresco.

—¿Pero por qué habéis discutido?

—Yo no quiero hablar esto contigo, tú eres la culpable de que Pedro esté en esta situación. Tú eres la culpable de que nosotros tengamos que discutir… —Ana estaba fuera de sí, no sabía ni lo que había dicho.  Estaba confusa y enfadada, no tenía nada claro.

Olga decidió dejar aquella sala y no seguir discutiendo con Ana. No estaba con ánimo de empezar su turno de trabajo acalorada debido a aquella discusión. No entendía por qué Ana la culpaba sólo a ella de aquella situación. Pedro también había tenido algo que ver… ¿Acaso él no había contribuido a su romance? Y era la segunda vez que hablaba con Ana del tema y no había acercamiento de ningún tipo, cada vez la entendía menos. Comprendía que Ana llevaba unos días de infarto, los diferentes sucesos que se habían desencadenado habían sido un tornado en la vida de Ana. Pero eso no le daba una carta blanca para jugar con sus sentimientos. Ella se podía haber equivocado, pero no toda la culpa había sido suya.

De repente Olga esbozó una sonrisa, se estaba acordando de Pedro la noche de autos. La había hecho sentirse una completa mujer, y le había dado momentos de placer como nadie antes lo había hecho. Olga se ruborizó al notar una humedad en sus muslos que le hizo flojear las piernas y detenerse un momento a respirar profundamente.

Abrió la puerta de su habitación y allí estaba Pedro, acostado sobre su cama, con la sabana por encima de la cintura y su torso desnudo. Olga volvió a notar esa flojera en las piernas, esos recuerdos volvieron a su mente. La persiana de la habitación estaba a media altura, y una luz tenue entraba por ella. Olga se acababa de cruzar con los padres de Pedro que se marchaban a comer. De repente una perversa idea recorrió su cabeza. Intentó borrarla de su cabeza. «Estás loca, eso no puede ser. Estás en tu puesto de trabajo». Pero las hormonas hacían muy bien su trabajo, y el recuerdo de la grosería de Ana acabó de aclarar la situación. Olga se acercó a Pedro, su cara era un encanto, Pedro no era muy apuesto pero tenía unos rasgos cuando estaba enfadado que a Olga la hacía sentir intrigada, era una cara que a ella le parecía divertida y encantadora.

—Hola Pedro, ¿qué tal estás hoy?

Pedro se alegró de ver a Olga, era una diosa, esos labios carnosos, ese físico imponente la hacían una mujer muy atractiva.

Vaya panorama…

 

 

Diego Serrano Satué


VIII. ¡Se ha liado parda!

 

Vaya panorama… Estaba lloviendo y pintaba un día tan oscuro como aquella habitación. Entre esas cuatro grises paredes se respiraba un ambiente sexualmente tenso, acarreado por todo lo ocurrido anteriormente.

—Hundido, estoy hundido a la vez que cabreado —contestó Pedro.

—¿Ana? —preguntó Olga en un tono intrigado.

—Sí, veras… es que Ana… —dijo Pedro entre suspiros.

—Déjalo Pedro, no quiero saber nada, este momento es nuestro —añadió Olga a la vez que zarandeaba su cabeza de lado a lado.

Después de una mirada muy intensa por ambas partes durante varios segundos, Olga se agachó lentamente buscando rozar sus labios junto a los de su amigo Pedro, el cual la estaba observando atentamente sin inmutarse en ningún sentido. El ambiente era ardiente y ambos tenían la mente en las respectivas discusiones con Ana. Se estaban dejando llevar por la rabia de lo acontecido y por la tensión sexual que se respiraba entre aquellas paredes.

Pedro no dejaba de pensar en Ana: «¿Cómo se le ha ocurrido?, me parece increíble… Claro, que yo también me he coronado, para que voy a mentir. Menudo panorama… Me siento confuso. ¿y Olga? ¿Qué hago, la beso?....

Olga, por su parte pensaba en el torso desnudo de Pedro, mientras lo miraba con deseo: «¿Cómo me ha podido echar las culpas a mi de todo? ¡“Uiba”, cómo me pone Pedrito! Con ese torso, esos labios carnosos…» Olga se estaba dejando llevar durante estos segundos por su lado mas salvaje en lugar de por su amistad con Ana y con Pedro. La verdad es que eso era lo que menos le importaba allí y en ese momento.

Después de estos instantes de diversos pensamientos, llegó el momento, ambos abrieron sus bocas para terminar de juntarlas pero de repente… ¡Sandra entró en aquella oscura habitación!

—Pedro, ¿estás loco? Eres un gañan y un… y un… —a Sandra no le salían las palabra y no será por que no pasaran cosas por su cabeza en ese instante.

—Sandra, verás… Esto… no es lo que parece —dijo Olga confusa mientras tapaba su boca con la mano.

—¿Qué no es lo que parece?... ¿Te piensas que soy tonta? —gritaba Sandra muy enfadada.

—Sandra, tranquila —exclamó Pedro—. Nos hemos dejado llevar por todo lo que ha ocurrido con Ana, ambos hemos discutido con ella y estábamos molestos. Sí, nos íbamos a besar, pero fue cosa del enfado nada más —le explicaba Pedro con voz calmada mientras dirigía la mirada hacia Olga.

—Bueno… A ver, un momento. Sólo he visto que os ibais a besar, yo no... —intentaba calmar Sandra los ánimos.

Justo en el momento que Olga y Pedro subían la mirada avergonzadamente hacia su hermana, Ramón entraba por la habitación escuchando perfectamente lo que Sandra acababa de decir.

—Hol… ¿Qué? Me parece increíble por parte de los dos. ¡Pero cómo sois así! —dijo Ramón con tono de enfado.

—Bueno… y Ramón que se acaba de enterar —dijo Sandra liberando tensiones y dando una vuelta sobre si misma apoyada en un solo pie—. Ya lo siento…

Antonio e Irene subieron de tomar café y se apresuraban a entrar en la habitación para esperar a que los médicos subieran a evaluar el estado de Pedro para llevarlo a planta. Pedro estaba tan nervioso que no se enteró de que sus padres estaban entrando y siguió con la confusa conversación.

—A ver… sí, nos íbamos a besar dejándonos llevar por lo acontecido con Ana. Pero no ha pasado nada, ni nos hemos rozado.

—¿Qué la has besado? —preguntó Irene mirando muy decepcionada a su hijo.

Olga empezó a notar como le ardían la cara y las manos, decidió agachar la cabeza para que nadie viera que se estaba enrojeciendo. Si hubiera habido un agujero que llevara bajo tierra no hubiese dudado ni un segundo en meterse dentro, pero desafortunadamente para ella no lo hubo.

Pedro miraba a su madre con la misma cara que le miraba y los mismos ojos que le ponía cuando de joven hacía algún chandrio y no quería que le regañase, vamos, con “ojos de cordero degollao”. Ramón se llevó las manos a la cabeza y suspiró, después, puso la mano sobre su hombro y le lanzo una mirada tranquilizadora de las que Ramón sabía lanzar y muy bien. Ante todo era su amigo y aunque se hubiera liado con su novia y él se hubiera liado con Olga, tenía un papelón encima muy gordo con sus padres y le debía apoyar como hacen los buenos amigos.

Sandra se mordía el labio ante la enrevesada situación. Sobre todo al ver el papelón que tenía encima su hermano y pensó: «menudas lías hermanito, menuda se acaba de liar en esta habitación».

Irene comenzó a llorar y Antonio, un hombre muy prudente, la cogió del brazo cariñosamente y se la llevó fuera de aquella tenue habitación, sin decir ni una sola palabra a nadie.

El panorama que se había formado allí era muy negro. Todo el mundo se había enterado de la historia entre Olga y Pedro y eso, la verdad que no ayudaba a mejorar las cosas entre el grupo y las empeoraba entre la familia.

Los otros cuatro se quedaron en la habitación. Durante unos minutos hubo un silencio muy incómodo por parte de todos, silencio que rompió Ramón.

—Pedro, mañana vendré a ver como estás y a hablar contigo —dijo Ramón acercándose hacia la puerta para salir de allí.

—De que Ramón, ¿de lo que hiciste con mi novia? —se encaró Pedro hacia su amigo.

Ramón sin decir nada más le tocó el hombro a Sandra y salió por la puerta sin dar crédito alguno a lo que estaba oyendo en ese momento. «No me puedo creer que sepa lo mío con Ana, esto no se como va a acabar —pensaba—. Está claro que tendrá que pasar tiempo para que todo vuelva a ser como antes, si algún día lo vuelven a ser».

Dentro de esas cuatro paredes en las que se encontraban Pedro, Olga y Sandra, esta rompió el silencio en el que se hallaban.

—Olga, nos vemos a las siete en el Rock & Blues para hablar de esto, avisa a Ramón, y que Ana no se entere. Debemos aclarar esta situación —se acercó a su hermano, le dio un beso en la mejilla y dijo—. ¡La has liado parda hermanito! Déjame aclarar las cosas entre los cuatro a ver si sacamos algo en claro. Tú descansa y no te ralles.

—Gracias, Sandra —dijo su hermano a la vez que le daba un beso y la miraba emocionado.

Sandra siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás y más si se trataba de su hermano y de Ana.

Después de todo lo ocurrido, Pedro fue mandado a planta por su buena evolución para que empezar enseguida con los ejercicios de recuperación. Una vez en planta, Olga y los demás médicos lo dejaron descansar. Olga, antes de salir miró a Pedro, le hizo una mueca y se fue.

Pedro se había quedado solo, sus padres se habían ido a la cafetería después de lo que escucharon y no habían vuelto a verle, lo que le preocupaba demasiado. Estaba muy pensativo por los acontecimientos que había vivido con Ana, Ramón, Olga, Sandra y sus padres y ante semejante marrón comenzó a llorar desconsolada y amargamente y con la mirada perdida hacia la ventana.

Entretanto Olga había acabado el turno y se dirigió al vestuario a cambiarse. Miró el móvil y se encontró un whatsapp de Sandra en el que le ponía que por favor avisara a todo el grupo menos a Ana, que era mejor dejarla fuera de momento y que ella se encargaba de sus padres para que no dijeran nada. Ella sin duda alguna mandó un whatsapp a cada miembro de la pandilla para que acudieran a la cita y que Ana no se enterase. Después, recogió sus cosas y se dirigió hacía el Rock & Blues.

 

Eran las seis de la tarde, Ana se dirigió al hospital, aunque su turno comenzaba a las siete, para ver a Pedro e intentar hacerlo entrar en razón y hacer las paces para poder acabar con esa pesadilla que le estaba martirizando. Una vez en la puerta, tomó aire, suspiró, puso su mirada hacia el techo y entró en la nueva habitación de Pedro.

—Hola Pedro, ¿cómo estas? Ya veo que te han subido a planta, me dejaron los compañeros una nota en la taquilla diciéndome tu nuevo número de habitación.

—Hola Ana —dijo Pedro entre un mar de lágrimas.

—¿Qué te pasa? Veras Pedro, yo… siento lo que pasó con Ramón, fue cosa del rencor y la verdad… no sé como…

—No Ana, no es eso… Es que te tengo que contar que Olga y yo… —contaba Pedro algo confuso, pero no le salían ni las palabras.

—¿Qué ha pasado? ¿Por qué dices en la misma frase Olga y yo? Me estas asustando y cabreando Pedro… Cuéntamelo de una vez —insistió Ana mientras apretaba las manos contra sus muslos.

—Verás Ana… Olga y yo estábamos a punto de besarnos cuando Sandra entró por la puerta. Cuando estábamos explicándole que nos dejamos llevar por la situación, entró tu amigo Ramón y mis padres y ahora todos piensan lo que no es —le contaba Pedro con voz de arrepentimiento y excusándose.

—¿Lo que no es, Pedro? ¡Te ibas a besar con ella otra vez ! —respondió Ana histérica, justo antes de salir por la puerta de la nueva habitación y dar un portazo que hizo retumbar toda la planta mientras se secaba las lágrimas en las que su cara se veía envuelta.

Pedro siguió llorando aunque esta vez mucho más amargo que antes y Ana se dirigió a la cafetería dónde sus suegros se encontraban tomando un café y charlando sobre lo que vieron en aquella maldita habitación. Cuando llegó, sus suegros la vieron enseguida y no dudaron en llamarla y abrazarla para consolarla. Ana era muy querida por ellos, era como una hija más.

—Anita, tranquila, todo se arreglará. Pedro se ha equivocado pero se le nota en la mirada que te quiere mucho —dijo Irene cogiendo la mano de Ana.

—Sí Irene, pero es que… Eso no es todo. Ramón y yo… también nos hemos liado. No se como ha ocurrido, pero ocurrió.

—¿Tú también querida? ¡Pero que clase de culebrón es este! Perdona Ana —añadió Antonio ante un impulso de rabia.

Los tres siguieron hablando calmadamente sobre lo que había ocurrido desde el día de Nochevieja hasta ese momento. Aunque los suegros no daban crédito a todo lo que estaban escuchando a través de la boca de Ana.

Una vez terminada la conversación, que transcurrió de manera calmada porque los tres eran personas civilizadas, Ana se dirigió a comenzar su turno de guardia y sus suegros se dirigieron hacia la habitación de su hijo.  Una vez en la puerta de la 413, entraron y allí se encontraron a Pedro, llorando como Ana lo había dejado.

 

A escasos metros del hospital, todos iban llegando al sitio acordado. La primera en entrar fue Sandra. Se pidió un vaso de fría cerveza y se sentó en una mesa apartada a esperar al resto. Seguidamente entró Rafa que tapó los ojos de Sandra con sus manos. Esta las cogió, se dio la vuelta y…

—¡Uibaaaa un hombre! ¡Y que hombre!… —pensó en voz alta.

—¡Sigues tan divertida como siempre, eh! —contestó Rafa en tono divertido a la vez que se sonrojaba.

—Je, je, je, perdona Rafa… ¿Cómo estas? —dijo Sandra coqueteando a la vez que le daba dos besos.

—¡Bien! Todo bien… ¿Y Pedro? ¿Cómo está? Hoy no me he pasado, luego lo llamaré y mañana iré a verlo —contestó sonriendo.

—Pedro, bueno… estaba bien de lo suyo. Lo han subido a planta, me ha mandado un whatsapp Ana para decírmelo.

—Eso es una buena noticia, Sandra. Verás qué pronto lo tenemos por aquí dando mal —chisteó Rafa.

Sandra y él siguieron hablando y mientras coqueteaban y lo pasaban bien tomando unas cervezas Sandra le contó la razón por la que habían quedado. Rafa no daba crédito a lo que estaba oyendo.

Sandra recibió un whatsapp de Olga en el que le decía que iba con Ramón y Patricia en el coche y que llegarían un poco tarde debido a un atasco que había muy cerca del centro de la ciudad. Eran las siete en punto de la tarde y en la radio del bar sonaba la canción preferida de Sandra, ella comenzó a cantarla y Rafa le acompañaba porque también era una de sus preferidas. Pasaron a hablar de otros temas que no fueran Pedro y Ana y vieron que tenían muchas cosas en común. Cuando acabó la canción que estaba sonando, Sandra se levantó para ir al baño.

Cuando salió del baño, se aproximó a lavarse al lavabo y allí estaba él…

 

 

Cristina Urdaniz Ferrer


IX. Un mar de dudas.

 

A Sandra algo le hace detenerse por completo. Conforme sale del baño, va subiendo la mirada. Se encuentra con unas zapatillas deportivas de moda, vaqueros pitillo de color claro, y una sudadera con capucha, de color rojo. Ojos verde esmeralda y pelo oscuro, bien peinado con su particular «crestita». Era él, mirándola fijamente. Su corazón empieza a latir más y más rápido. Como puede, suelta unas palabras…

—¿Se puede saber que haces aquí ? —sonriendo tímidamente.

Rafa, con su mirada penetrante se va acercando a Sandra. Le coge de la cintura suavemente mientras se acerca a su cuello y le susurra al oído…

—¿Tú qué crees?

Un cosquilleo empieza a bajar desde el cuello, recorriendo su espalda hasta acabar allí, donde la espalda pierde su nombre. No puede evitarlo y empiezan a besarse sin recordar donde están ni por qué. Mientras se besan apasionadamente van tropezando con las puertas de los baños, hasta que entran en uno y de un culetazo Sandra cierra la puerta. Las manos de Rafa empiezan a subir por los muslos de Sandra, el llevar falda le pone las cosas más fáciles. El calor empieza a hacer mella en ellos. Besos. Mordiscos en el cuello. Más besos. Empiezan los jadeos.

Son las siete y media de la tarde, la puerta del bar se abre. Aparecen Olga, Ramón y Patricia. No hay mucha gente en el bar, por lo que rápidamente se dan cuenta de que Sandra, que se supone que tendría que estar allí, no está. Piden tres cervezas para hacer más amena la espera. Aún así Olga decide llamar a Sandra para ver dónde se ha metido.

De repente, se escucha una canción. Era la melodía que llevaba Sandra en su móvil.

Al mismo tiempo, Olga escucha tonos sin respuesta. Vuelve a llamar, y la canción vuelve a sonar. Los tres giran la cabeza hacia una mesa apartada, es de ahí de dónde viene el sonido. Patricia se percata de que hay un bolso.

—Ese bolso…. Ese bolso…. ¡Ese bolso es de Sandra!

—¿Y dónde se ha metido esta tía? —pregunta Ramón.

—Voy a ver si está en el baño —responde Olga.

Olga se levanta de la mesa, se sube un poco el vaquero con esos movimientos de caderas que hacen las chicas cuando se suben el pantalón, y se estira la camiseta. Se dirige al baño. Abre la puerta pero no ve a nadie, aunque sí escucha algo. Riéndose cierra la puerta rápidamente y se apresura a la mesa donde están sus amigos para contárselo.

—No sé quién habrá ahí dentro, pero vaya… ¡Bien se lo están pasando!

Expectantes esperan descubrir quién saldrá por la puerta del baño.

 

Entre tanto, Antonio e Irene continúan en la habitación con Pedro. Irene se derrumba cuando ve a su hijo llorar, ya que pocas veces lo ha visto.

—Hijo mío —cogiéndole la mano—, está bien que te desahogues, pero tienes que madurar, plantearte en serio tu vida, tu futuro. Hace ya un mes del accidente y te queda mucha recuperación por delante. Pero, tu recuperación física es posible. Sin embargo, la recuperación de tu corazón me preocupa más. Para recuperarse por completo, debes ser fuerte, capaz de perdonar y de pedir perdón. Porque también tú…

—Ana nos lo ha contado todo —añadió su padre.

—Ya. Pero… ¿Cómo puede ser tan falsa? —con gesto enfadado—. Ella también se lió con Ramón y también lo ocultó.

—Cariño, te vuelvo a repetir que Ana nos lo ha contado todo, absolutamente todo. No sólo lo tuyo, sino también se ha sincerado ella, y eso dice mucho de su parte. ¿O conoces a alguna persona que les cuente a sus suegros que le ha sido infiel a su pareja? Tenéis que hablar las cosas, y poner las cartas sobre la mesa. Una relación en la que ha habido tanto amor no se puede tirar a la basura así como así —a Pedro le tranquilizaban mucho los consejos de su madre, la cara le iba cambiando.

Entre tanto, su padre observaba pensativo: «En mis tiempos esto no pasaba…»

Pedro cabizbajo:

— Mamá, he perdido a la mujer de mi vida.

—No cariño, no digas eso. Os queréis, y eso se nota, pero las cosas las habéis hecho muy mal. Tienes que hablar con ella y aclarar todo. Sois lo suficientemente adultos para saber cómo se hacen las cosas. Y enfadaros y mirar para otro lado sabes que no es la solución —Irene le da un beso en la frente mientras este suspira y cierra los ojos.

—Gracias mamá, no sé qué haría sin vosotros. Sois lo único que me queda.

—Anda, anda, Pedro. No digas tonterías —responde su padre.

—Cariño —dice Irene con fuerza a Antonio mientras se gira hacia él—, vete a buscar a Anita y dile que venga, que estos van a hablar aquí y ahora como que me llamo Irene.

Antonio, haciendo caso a su mujer sale al pasillo, mira a un lado, mira al otro, nada. Ana no está por allí.

—Irene, aquí no está.

—Pues ve a buscarla.

Con cara de circunstancias Antonio mira a Irene, a ellos no les hacía falta hablar para entenderse. Antonio sabía, por la mirada de su mujer, que sin rechistar, tenía que dar vueltas por el hospital hasta dar con Ana. Así que eso hizo, salió de la habitación y empezó a “pasear”. Al cuarto de hora la vio. Ana asustada, le pregunta:

—¿Qué hace aquí, Antonio? ¿Ha pasado algo?

—No, tranquila Ana. Siento haberte asustado. Pues nada hija mía, que Irene está empeñada en que subas a hablar con Pedro.

—Pero ahora no puedo, estoy trabajando.

—Ya hija mía, si yo lo entiendo. Si yo al fin y al cabo soy un “mandao”. Pero anda, hazme caso.

Ana se estaba quedando a cuadros porque Antonio no era hombre de muchas palabras.

—Cuando tengas un rato libre te agradecería que subieses a hablar con Pedro. Tenéis que hablar, mirando hacia otro lado no se solucionan las cosas. Y hay veces en la vida que hay que saber perdonar y pasar página. Con lo que os queréis no podéis dejar que esto acabe con vuestra relación.

—Está bien Antonio, le haré caso, cuando tenga una pausa iré a hablar con él.

Antonio sonriente se fue otra vez de “paseo” hasta la habitación de Pedro. Mientras Ana miraba cómo se iba alejando, entre tanto pensando en todo lo que le había dicho.

«Tiene razón —pensó Ana—, tenemos que hablar como dos personas adultas, esto no puede acabar así».

 

Entre tanto, se habían hecho las ocho menos cuarto y en el Rock & Blues, Patricia, Ramón y Olga seguían esperando a que la puerta del baño se abriese. Ramón decide acercarse a la barra a por otras tres cervezas, cuando de repente se abre la ansiada puerta. Es Sandra. Sale sonriente y aun arreglándose un poco el pelo. Se queda muerta cuando ve en la mesa a los tres esperando y mirándola fijamente. Todos se echan a reír. Se abre la puerta otra vez. Sale Rafa. La risa se corta de golpe. Sandra no sabe qué decir, ya que había sido ella la que los había citado allí para hablar de lo ocurrido con su hermano. Coge su bolso y la cerveza que estaba en la otra mesa apartada, y se sienta con ellos. Rafa también toma asiento. Un silencio sepulcral hace que Patricia rompa el hielo.

—Bueno, ¿qué? ¿Qué pasa Sandra?

—Cómo sabéis, mi hermano la ha vuelto a cagar —mirando a Olga—. ¿Verdad Olga?

—Mira, habló la santa…

—Olga, no he venido aquí para discutir contigo. Pero ya que lo dices, no tengo ningún compromiso y él —mirando a Rafa— tampoco. Pero bueno, ese no es el tema. El tema es que por un lío entre el gañan de mi hermano y tú se está yendo vuestra amistad a la mierda. Tenéis que ser lo suficientemente conscientes de lo que está pasando. Por otra parte, ¿alguien ha pensado cómo quedará Pedro? ¿Qué posibilidades de recuperación tendrá? ¿Le quedarán secuelas irreparables? Seguro que, pase lo que pase, necesitará a sus amigos. Y es en estas circunstancias donde se demuestra la verdadera amistad.

Ramón, que estaba callado, interviene para decir lo cabrón que ha sido Pedro.

—Ana se merece a alguien mejor que tu hermano, es mi amigo, pero… —él sólo pensaba cuánto quería a Ana, no podía verla sufrir, y más por el tío que le estaba robando a la chica que quería. Estaba celoso perdido.

Olga, harta de esta situación superada ya intervino enfadada.

—Bueno, yo paso. Paso de Pedro, paso de vuestras “riñas” y paso de todo. Estoy harta. Yo disfruté de mi momento, tuve mi parte de culpa, pero os recuerdo que era él quién tenía pareja y no yo. Y yo no he tenido nada que ver con el accidente, así que… ¡Qué os den a todos!

Olga cogió sus cosas con un semblante serio y enfadado y se fue.

Patricia, que era muy noble, y no le gustaba ver a las personas discutir y pretendía mantener íntegro al grupo, salió detrás de ella para intentar que se quedara con un rato más. Aunque no tuvo éxito.

 

La hora de la cena se acercaba. Por los pasillos del hospital empezaba a oler a comida, se escuchaba el ruido de los carros de comida y al personal auxiliar del hospital entrar a las habitaciones con las bandejas.

Pero, en la 413 esta vez, la cena la servía alguien especial. Se abre la puerta y Pedro ve a Ana con la bandeja. Avergonzado y cabizbajo la saluda tímidamente. Los padres de Pedro, sonrientes abandonan la habitación.

—¿Qué tal estás Pedro? ¿Te encuentras mejor?

Pedro, asombrado por la presencia de Ana, cambió su semblante inmediatamente. Con gesto preocupado le dijo:

—¿Se te ha pasado el enfado?

—Pedro, esto no podemos dejar que termine así — contestó Ana mirándole a los ojos—. Los dos hemos cometido errores, pero si queremos podemos seguir hacia delante, pasando página y olvidando lo ocurrido, porque es la única manera que vamos a tener para perdonarnos. Si estamos continuamente echándonos en cara nuestros errores esta relación se va a la mierda. Yo he pensado mucho las cosas, y te quiero mucho, y por supuesto no quiero que esto acabe. Durante estos días sin ti me he dado cuenta de que mi vida no es igual, me falta algo. Pero para eso tenemos que luchar los dos juntos, sincerarnos y enterrar esto para siempre.

Una lágrima se deslizó por la mejilla de Pedro. No lo podía creer. ¡Qué gran mujer tenía delante! Ana silenciosa se sentó en un borde de la cama y sin mediar palabra se fundieron en un cariñoso abrazo, y los dos se echaron a llorar como niños. Pedro no sabía qué decir.

De repente el “busca” de Ana interrumpe el bonito encuentro.

—Tranquilo, cena y luego vengo a verte otra vez.

Cuando se levanta de la cama siente un mareo, casi pierde el equilibrio. Se lleva la mano a la cabeza y se queda quieta durante un instante. Pedro asustado:

—Ana, ¿qué te pasa? ¿Estás bien?

—Sí, tranquilo. Sólo ha sido un pequeño mareo. No te preocupes. Estoy bien.

Ana abandona la habitación preocupada y piensa: «llevo cuatro días teniendo mareos repentinos, esto no es normal. No, no, no… por favor, no. Mierda, mierda, mierdaaaa, llevo trece días de retraso, con todo este jaleo no lo había ni pensado. Ana ¿qué coño te pasa?».

Son casi las ocho de la tarde. Sin perder un minuto, sale corriendo del hospital, cruza la acera y en la farmacia que hay enfrente compra un “Predictor”. Vuelve al hospital y, sin pensárselo dos veces entra en el baño. Mira el prospecto, echa una ojeada a las instrucciones. Una rayita: negativo; dos rayitas: positivo.

Pasados cinco minutos, con el susto en el cuerpo y temblando, mira el Predictor.

—Por favor Ana… —cruzando los dedos—. Una rayita… que no salga otra por favor, que no salga otra por favor…

 

 

Laura Sánchez Alepuz


X. ¿Dónde coño hay un calendario?

 

Mientras esos minutos interminables en los que el “Predictor” hacia su trabajo, el busca de Ana volvió a sonar. Al mirar la pantallita se iluminaba un mensaje que decía:

“El médico forense quiere hablar contigo. Marronazo de los gordos.”

El mareo de hace un ratito se intensificó y hasta le dieron nauseas. Dejó el aparatito guardado en el bolsillo junto al “Predictor” y se dirigió a paso ligero hasta la oficina del médico forense.

Allí estaba Arantxa, la secretaria, que le dijo:

—Anita guapa, hay problemas en el caso de Pedro. La familia de la abuelita con la que tuvo el accidente, esta removiendo el fango. Creo que vamos a tener problemas.

Otra nausea le vino desde lo más hondo de sus entrañas y a punto estuvo de caerse rendida.

—Lo que faltaba Arantxa. Gracias por la información.

Al entrar en ese despacho y ver la cara de Miguel, el médico forense, se le vino el mundo encima. Se ató los machos y comenzó a hablar:

—Hola Miguel, ¿qué me tienes que contar? Vamos escupe sin rodeos.

—Ana, Ana, Ana. Tenemos un problemón de los gordos. La señora con la que Pedro chocó en el accidente tiene un hijo quisquilloso. Ya sabes que a la señora tuvieron que reanimarla en plena calle. Pero tras el susto inicial no le paso nada grave y milagrosamente ha tenido una recuperación más rápida que la de Pedro, unos moratones, dolores de cabeza y poco más. Pero, asesorada por un abogado y dado que algún testigo y en el informe de los bomberos, aseguraban que Pedro llevaba el móvil en la mano mientras conducía, y que además se salto un semáforo en rojo, estamos en medio de un buen jaleo. Ahora, la señora dice que tiene secuelas en el cuello y que tiene pesadillas recordando el accidente. Solo es una artimaña para sacar una buena tajada al seguro pero… Pedro se va a ver en un lío bastante peliagudo.

—¡Que me estas contando!

—Vais a tener que contratar a un abogado. Los partes médicos de los afectados ya están en manos de la policía y de la DGT. Pronto a Pedro le llegara la citación judicial. Contad conmigo para lo que necesitéis pero ya sabes que la transparencia del hospital en estos casos es total y clara. Todo tiene que hacerse de acuerdo con la normativa. O nos jugamos el cuello todos.

—No me lo puedo creer Miguel. La recuperación de Pedro va para largo. Puede que le quede alguna dolencia para toda la vida. Y esto no va a ayudar en nada a su recuperación.

—Lo sé Ana. Si no te ves capaz de dar la noticia, iré yo mismo a hablar con ellos.

—Te lo agradezco Miguel, pero seré yo quien se lo diga. Espero encontrar las palabras adecuadas.

Ana salió de la oficina cabizbaja y con el estomago dando más vueltas que una peonza. Antes de ir a ver a Pedro necesitaba poner en orden su cabeza. Así que se dirigió a la sala de descanso donde se proponía a hacerse una tila triple.

En la sala a esas horas de la noche no había nadie. Solo una limpiadora que vaciaba las papeleras cercanas a la máquina de chuches. Ana sacó el busca del bolsillo, lo dejo bruscamente en la mesa y entonces se dio cuenta de que algo más había en su interior. Sacó el “Predictor” del bolsillo y una lágrima le surco la cara hasta aterrizar en la comisura de la boca donde pudo distinguir el sabor salado de su propio llanto.

La limpiadora se sobresalto cuando Ana grito:

—¿Donde coño hay un calendario?

Encima de una de las mesas, junto a la cafetera, había uno de sobremesa. La señora de la limpieza se lo acercó. Y cuando vio las lágrimas, sacó un pañuelo del bolsillo. Se lo dio y le dio una palmadita cariñosa en la espalda.

Nunca había prestado atención a esa señora, puede que ni siquiera la hubiera saludado nunca. Pero al notar el tacto de su mano en la espalda en ese gesto cariñoso se sereno. Secó las lágrimas y se puso a contar días y a marcarlos con un rotulador a un ritmo frenético.

 

Patricia entraba al Rock & Blues sin Olga. En la mesa, Ramón seguía en sus trece. No hablaba él, sino sus celos. No podía creer que aún después de que Pedro engañara a Ana, ella siguiera enamorada así. Y además le rechazara de esa forma cuando entró en su casa. Aunque supo callar esos detalles para no desenmascararse.

Sandra que hasta ese momento se estaba mordiendo la lengua exploto y le grito:

—¡Calla Ramón! Mi hermano cometió un error. Y te aseguro que está pagando las consecuencias. Pero quién te crees que eres tú para hablar así. Tú también tienes mucho que callar.

Rafa y Patricia se quedaron alucinados. Y Ramón abrió una boca como el túnel de Canfranc. No se esperaba que Sandra le atacara con ese tema.

—¿Tengo que marcarte en un calendario las ocasiones en las que traicionaste la amistad de mi hermano y te aprovechaste de la situación? Entre Ana y Pedro ha habido más tropiezos que el sonado con Olga. ¿Verdad Ramón?

—¡Niñata, creo que estás hablando demasiado! No tengo que aguantar tus reproches. Quiero a Ana con toda mi alma. Y no voy a renunciar a ella.

Ramón salió corriendo del Rock & Blues, sin parar de murmurar algo que nadie le entendió.

Ahora el coctel amoroso estaba destapado, todo el grupo sabía de los líos de la pareja y sus aventuras. La clientela empezó a cuchichear y rumorear por esas dos espantadas y esos gritos. Patricia lentamente se puso su chaquetita, cogió su bolso y se despidió de Rafa y de Sandra. Aunque sabía que Ramón no estaba por la labor de comenzar una relación seria con ella aun tenía un resquicio de brasa del fuego de la pasión de la que disfrutó durante una época efímera junto a él. Pero esta vez no se vio con fuerzas para salir detrás de él corriendo.

—Chicos, os dejo solos. Creo que esta reunión no ha acabado como esperabas Sandra. Nos vemos. Y disfrutad de la noche.

Sandra enfurecida todavía por la discusión con Ramón se despidió de la buena de Patricia con un beso, mientras Rafa sentenciaba de un trago lo que le quedaba de cerveza pensativo.

 

La mente de Ana estaba en blanco. Era tal la presión de los acontecimientos que por un instante la nada la devolvió a la realidad. Debía de volver a la habitación de Pedro, en eso habían quedado.

Todo estaba a oscuras, las horas de las visitas hacía rato que habían  pasado y al pasar por la cafetería vio a Antonio e Irene que se iban a casa ya que Pedro estaba dormido y Ana tenía una conversación pendiente en la que nadie debía meterse.

—Anita hija, nos vamos a casa. Tenemos que dormir una noche en una cama. Antonio tiene que trabajar mañana y yo… llevo los riñones rotos de esas sillas de la habitación.

—No te preocupes Irene que me quedo yo con él. A ver si no se ha dormido todavía.

—Hasta mañana cielo.

—Descansad. Mañana nos vemos.

Siguió caminando hasta llegar a la puerta de la habitación de Pedro. Un silencio sepulcral es lo que se encontró. Sólo el sonido de la respiración de Pedro rompía ese silencio. Ana se quito la bata y se acerco a él. Se inclinó hacia la cama y sus labios rozaron la piel de los labios de Pedro, y en ese instante y aun con los ojos cerrados Pedro dijo…

—Te quiero Ana. Siento…

—¡Shh! Calla Pedro.

Él reconoció su perfume, y saboreo aquel dulce sabor de los labios de la mujer de su vida como nunca antes los había saboreado. Y pensó que ningunos  labios en el mundo producían esa sensación en él como los que ahora mismo tenía junto a los suyos.

 Los cabellos de Ana caían sobre el cuello y la cama y su roce le excitó de una manera espectacular. Ella le dio un pequeño mordisco en la punta de la lengua y una gotita de sangre caliente broto de ese mordisco. Había tanto amor y a la vez tanta rabia contenida por los dos por todos los acontecimientos del último mes que dejaron fluir sus sentimientos en esa camilla de hospital incomoda, con las sabanas ásperas de los hospitales y llena de barras anticaídas.

El mando del respaldo de la cama cayó contra una de esas barras haciendo un ruido que los sobresaltó. Se miraron y en sus caras apareció una sonrisa. Brotó espontánea, como brota en la cara de dos chiquillos enamorados que se besan por primera vez.

—Pedro, estas recién operado. No deberíamos.

—Ana, te he echado tanto de menos…

La agarró de los hombros y la subió a horcajadas en la cama. Ana notó que el accidente no había mermado la potencia de su pareja y se dejo llevar. Todo discurrió en un silencio total. Sólo unas respiraciones agitadas y el tintineo de los botones de la blusa desabrochada contra las barras de la cama se oían en la oscuridad.

Los movimientos de Ana eran armoniosos y delicados como si bailara sobre una frágil lámina de cristal que se podía romper en cualquier instante. Pedro en cada vaivén sentía un pequeño dolor en la zona que Olga había saturado sólo unos cuantos días atrás. Pero era un dolor que estaba dispuesto a sufrir, preferiría que el mundo se terminara en ese instante antes de renunciar al roce de la piel de Ana.

Ana besaba sin parar a Pedro en los labios, y sólo cuando quería que Pedro no notara las furtivas lagrimas que brotaban de sus ojos, clavaba la cara en la almohada junto al rostro de su amado.

Estaban demasiado concentrados en su particular coreografía para darse cuenta de que comenzaban a oírse unos pasos sigilosos hacia la puerta de su habitación. Claramente eran de mujer, porque los tacones resonaban por el pasillo con su característico sonido.

El sonido de los tacones se freno de golpe en la puerta. Justo en el instante en que a Ana se le escapo un pequeño gemido. Escuchó el pomo de la puerta girar y emitir un discreto chirrido. Un pequeño calendario con anillas en espiral cayó del bolsillo de la bata apoyada en el taburete. Y las miradas de ellas dos se cruzaron cuando la puerta comenzó a abrirse…

 

 

Eduardo Comín Diarte




XI.     Suma y sigue.

 

Las miradas de Olga y Ana se cruzaron fugazmente. Olga no terminó de entrar en la habitación y al ver semejante panorama se dio media vuelta y se fue sin decir nada. Cuando Ana consiguió reaccionar le dijo a Pedro que tenía que marcharse. Pedro aceptó, y por extraño que parezca se había percatado de la visita de Olga. Todavía a horcajadas sobre Pedro, se levantó cuidadosamente, se vistió, le dio un beso y le susurró entre feliz, preocupada y avergonzada por la situación, que mañana vendría a verlo.

Salió de la habitación y se fue a la sala de descanso a tomarse una tila y relajarse un poco antes de marcharse. Su turno había terminado hacia un rato. Cuando llegó a casa decidió darse un baño antes de acostarse. Mientras lo preparaba se aseguró de que la puerta estaba bien cerrada, cogió un trozo de papel y anotó: “Importante: mañana cambiar la cerradura”. No quería tener más sorpresas. Sospechaba que Ramón pudiera haber hecho una copia. Junto a la nota dejó las llaves y se sumergió en el relajante baño.

A la mañana siguiente, al despertar, Ana cogió el teléfono y le mandó un whatsapp a Sandra. Quería contarle las novedades sobre el accidente de su hermano. Tumbada en la cama se puso a teclear. Cuando finalizó se levanto y presa de su inquieta cabeza que la atormentaba con los últimos acontecimientos se dispuso a limpiar todo el piso. Era lo que hacía cuando estaba nerviosa y una de las cosas que sacaba de quicio al holgazán de Pedro, para el cual nunca era buen momento para realizar las tareas del hogar. Pero ahora él no estaba y se preguntaba si volverían a convivir algún día.  Cuando termino cogió las llaves y al salir de casa se encontró con Mario, su vecino de arriba que acababa de llegar de Londres.

—¡Hola Mario! ¿Qué tal te ha ido? —se alegraba sinceramente de verlo. Era un buen chaval y un excelente vecino.

—¡Hola Ana! La verdad es que muy bien. Mejor de lo que esperaba. Vosotros por aquí, ¿qué tal?

—Me alegro de que te haya ido bien. Bueno, la verdad es que no muy bien, Pedro esta en el hospital —el gesto de Ana se tornó triste.

—¿Cómo? ¿Está bien? ¿Qué ha pasado? —se sorprendió el recién llegado.

—Ahora ya está mejor, fuera de peligro. Tuvo un accidente con el coche. Es largo de contar, quedamos en otro momento y te cuento que voy con prisa —realmente así era.

—OK Ana. No te preocupes, si necesitas algo ya sabes dónde estoy —y le regaló su mejor sonrisa.

—Gracias Mario. Si quieres pasarte por el hospital, Pedro se alegrará de verte —respondió Ana agradecida.

—Gracias Ana, cuando tenga un rato iré a verlo —ambos se despidieron y se fueron a sus quehaceres.

 

Ana bajó al portal y ahí estaba Sandra esperándola para acompañarla al cerrajero. Una vez terminaron se sentaron en una terraza y pidieron unos cafés, mientras Ana le iba contando.

—No me lo puedo creer. ¿Cómo es posible?

—Ya ves Sandra, Pedro jugándose la vida y la señora sin tener nada grave. ¡La que está liando! Lo que nos faltaba, como teníamos poco... Suma y sigue con los problemas.

—Ana, me estas asustando. ¿Qué más pasa?

—Es pronto para contarlo, porque todavía no es seguro. ¿Te acuerdas que llevo unos días con mareos y mal estar?

—Ana... ¿Me estas contando que estás embarazada?

—Sí Sandra. Ayer me hice la prueba y dio positivo —el rostro de Ana esperaba una respuesta y al mismo tiempo reflejaba un gran alivio al haber podido contar el gran secreto que la atormentaba.

Sandra con una gran sonrisa en la cara, se empezaba hacer ilusiones.

—¿Quién más lo sabe?

—Nadie más Sandra. Como te he dicho no es seguro todavía. Tengo que pedir cita al ginecólogo y que me lo confirme.

—¡Vamos ahora mismo! —era pura energía—. ¡Yo te acompaño! Ahora que lo sé... ¡No nos podemos quedar aquí! Coge tus cosas, entro a pagar y nos vamos.

Ana no tuvo tiempo de pedirle a Sandra que se calmara, ya estaba dentro. Cuando salió, ambas marcharon dando un tranquilo paseo. De camino, Sandra frunció el ceño.

—Ana, una pregunta. ¿Es de mi hermano o de Ramón?

—No te preocupes Sandra, es de tu hermano.

—¿Segura? —necesitaba confirmación.

—Sí, sí. Al salir positivo cogí un calendario y marque los días. No hay duda, es de Pedro-.

—¿Voy a ser tía? —por lo bajinis— ¡Voy a ser tía! —afirmando— ¡¡Voy a ser tíaaaa !! —gritando y saltando.

—Sandra, sé que te hace mucha ilusión, pero te tengo que pedir que no se lo cuentes a nadie hasta que no sea seguro. Por otro lado, cuando lleguemos al hospital me gustaría hablar con tus padres y con Pedro sobre el accidente.

—No te preocupes, cuando lleguemos mis padres ya estarán y podremos hablar tranquilamente en la habitación.

—Gracias Sandra. De verdad. Por todo lo que estás haciendo y cómo has afrontado la situación. Gracias.

Al ver la cara que estaba poniendo, Sandra le dio un abrazo y le dijo que todo iba a ir bien. Que iba a estar ahí para todo lo que necesitase. Ana le respondió con una sonrisa y dándole las gracias de nuevo reemprendieron el camino hacia el hospital.

 

Antonio e Irene terminaron de hablar con el médico y fueron a la habitación de Pedro.

—¡Buenos días mi niño! ¿Qué tal te has despertado?

—Muy bien mama, mejor que estos días atrás —le contestó con una gran sonrisa, en la cual su madre se fijó.

—¡Cuánto me alegro de verte sonreír! Hacía mucho que no lo hacías. Te traigo una buena noticia para que sigas sonriendo.

—¿Qué pasa mamá? ¿Has hablado con el médico?

—Eso es. He hablado con el médico y me ha dicho que te estás recuperando favorablemente y que dentro de poco podrás empezar la rehabilitación.

En esos momentos, Sandra y Ana entraban por la puerta. Al ver la sonrisa que tenían todos, Sandra preguntó:

—¿Qué pasa?

—Sandra querida, que ganas tenía de que llegases. He hablado con el médico y me ha dicho que Pedro se recupera favorablemente y que pronto empezará la rehabilitación.

—¿En serio mamá?

—Sí hija, por fin las cosas empiezan a ir bien —y una sonrisa iluminó su cara.

Sandra y Ana se miraron fijamente y con una mirada cómplice decidieron callar, no querían estropear el momento.

 

En el otro lado del hospital, Olga y Patricia aprovechaban en su tiempo de descanso para hablar sobre su reacción en el Rock & Blues.

—Olga, ahora que estamos las dos tranquilas. ¿Me puedes explicar tú reacción en el bar del otro día?

—Claro que sí Patricia. No actué correctamente, pero la cosa se va a complicar un poco más. No sé como voy afrontar esta situación. Tengo que hablar con Pedro y Ana tranquilamente.

—Olga, ¿Qué pasa?

—Digamos que…

 

 

Cristina Martínez Chicapar


XII. Secreto a voces.

 

Olga no encuentra las palabras para explicarle a Patricia lo que le ocurre. Patricia intenta ayudar a su amiga, pidiéndole que se serene y ordene sus pensamientos.

Olga le cuenta que ha ido a la habitación de Pedro y el panorama que se ha encontrado al abrir la puerta. Sin olvidar mencionarle que ha visto un calendario al lado de la bata de Ana con los días tachados y que sospecha que Ana está embarazada. Es en ese momento en el que Olga no puede resistir más y rompe a llorar.

—¿Qué pasa Olga? Me estás asustando —dice Patricia a su amiga.

—Es sólo que, yo pensé que, después de todo el lío que se ha formado con este cuarteto amoroso, la relación de Ana y Pedro estaría rota y que yo podría tener una oportunidad con él —susurra Olga entre gimoteos—. Más aún después de lo que pasó el otro día después de que ambos discutiésemos con Ana, y de saber que Pedro esta furioso por el desliz de Ana y Ramón.

—¿Seguro qué es sólo eso lo que te pasa? —Patricia intuye que hay algo más que Olga no quiere contar, o no puede.

 

Mientras en la habitación de Pedro, la alegría por la mejoría de este hace que Ana y Sandra olviden por un instante la noticia que deben dar.

Ana decide no decir nada todavía, pues ni tiene fuerzas en este momento, ni sabe como decirlo, ya que sabe que la mala noticia afectará anímicamente a Pedro y esto puede influir en su recuperación física.

—¡Esto es genial! —dice Pedro sonriente—. Seguro que antes de Semana Santa estoy dando los primeros pasos.

—¿De qué te ríes, a caso hay algo gracioso en este asunto que se nos escapa a todos? —responde Sandra.

—No hermanita, sólo que me ha hecho gracia que, ahora, a mis 31 años, tenga que aprender a dar mis primeros pasos otra vez. Como si fuese un bebé.

Ana y Sandra cruzan un instante la mirada, pues las dos saben que eso ocurrirá también dentro de poco tiempo. Y que será Pedro el que deba enseñar a su hijo a dar esos primeros pasos.

Ana se va, pues tiene que empezar su turno, y les dice que pasará a ver a Pedro antes de irse a casa. En la habitación de Pedro se respira un ambiente de esperanza. Al salir de la habitación se encuentra con Rafa, que va a ver a su amigo.

—Ana, ¿cómo se encuentra Pedro?

—Mejor, más animado. El médico ha dicho que pronto podrá empezar la rehabilitación.

—Ya sabía yo que no todo iban a ser malas noticias.

—Sí… Me voy a trabajar Rafa. Por cierto, Sandra está dentro —Ana se fue y le guiñó un ojo a su amigo, pues su cuñada le había contado lo sucedido en el bar.

—Entonces voy para dentro. Luego nos vemos Ana.

 

Al empezar el turno Ana y Ramón se cruzan por el pasillo.

—Ana tenemos que hablar.

—No es el momento, ya hablaremos.

 

En la habitación de Pedro, la visita de Rafa es bien recibida por todos. Le dice que ya sabe las buenas noticias y que se alegra por él.

Sandra se excusa diciendo que se va a tomar un café y Rafa aprovecha para ir con ella diciendo que tiene que volver al trabajo. Los dos salen camino de la cafetería, y al llegar allí Sandra le cuenta a Rafa que Pedro puede tener problemas, ya que la familia de la señora del accidente está removiendo las cosas. También le dice que todavía ni Ana ni ella han dicho nada, entre otras cosas porque no saben como decirlo, le pide que él tampoco comente nada con nadie.

 

El fin del turno de Olga coincide con el de Ramón. Ambos amigos se juntan a la salida del hospital. Ninguno de los dos tiene buena cara.

—¿Qué pasa Olga? No tienes buena cara, ¿estás bien?

—Te podría mentir, pero la verdad es que no, no estoy bien. ¿Y tú? Tampoco es que tengas muy buena cara.

—No, es verdad. He intentado hablar con Ana antes, pero me ha dicho que no era el momento, pero la verdad es que creo que no quiere hablar conmigo en ningún momento.

Olga le propone ir al Rock & Blues a tomar algo. Una vez allí, le cuenta lo que vio en la habitación de Pedro y sus sospechas sobre el embarazo de Ana. Hablan un rato y se va cada uno a su casa.

 

Al acabar su turno, Ana pasa a ver a Pedro, que ya está solo. Sus padres y su hermana se han ido a casa a descansar. Se queda un rato en la habitación, pero empieza a sentir mareos.

—Ana, ¿estás bien? ¿Te pasa algo?

—No tranquilo, estoy bien. Solo es cansancio, últimamente no descanso bien.

—Vete a casa y descansa cariño, yo estoy bien.

—Sí, creo que me voy a casa ya, mañana vengo a verte antes de entrar a trabajar.

—Muy bien, mañana nos vemos.

—Hasta mañana Pedro —le da un beso de despedida y se dirige a la puerta para marcharse, cuando se acuerda de algo—. Por cierto, ¿sabes a quién he visto? A Mario, ya ha vuelto de Londres. Me ha dicho que cuando pueda se pasa a verte.

—¿Sí? A ver si es verdad y se pasa. Seguro que tiene mil historias que contar y hace que se me pase el rato más rápido.

—Hasta mañana, descansa Pedro.

—Hasta mañana cariño.

Ana se dirige a su casa y cuando llega a su piso se encuentra a Ramón esperándola en la puerta. Ana se queda bloqueada porque no esperaba que se diera esta situación tan pronto.

—Ana, tenemos que hablar. Si no quieres hablar en el hospital, hablaremos aquí o donde tu quieras, pero tenemos que hablar. Yo no puedo más con esta situación.

—Mira Ramón, no me encuentro bien. Estoy cansada y no tengo ganas de discutir ahora.

—¿Seguro que no te encuentras bien? Yo creo que es otra cosa lo que te pasa. Olga me ha contado algo muy interesante cuando hemos salido del trabajo.

—¿Olga? ¿Qué te ha contado ella? Si no sabe nada de lo que pasa.

—Para no saber nada, me ha dicho con bastante seguridad que cree que estas embarazada.

—¡¿Qué?! —grita Ana—. ¡Cómo se atreve a decir esas cosas!

—Me ha contado lo que vio en la habitación de Pedro.

—¿Y por eso ya dice que estoy embarazada? —Ana cada vez estaba más nerviosa y más enfadada.

—También vio el calendario con los días tachados, y dice que conociéndote eso solo puede significar una cosa. Ella te conoce muy bien, y ha atado cabos.

Ana está en shock, no sabe que decir ante eso, se pone pálida por momentos.

—Sólo quiero que me digas si es verdad, si es mío… ¿Ana? ¿Ana, estás bien?

—Por favor vete, no quiero hablar contigo.

—No me voy sin una respuesta.

Ana intenta pasar para abrir la puerta y entrar en casa, pero Ramón cortándole el paso le coge del brazo.

—¡Suéltame y déjame entrar en casa! —grita Ana.

Pero no le obedece. Mario está subiendo a su casa, y al oír el grito de Ana se acerca rápidamente para ver lo que ocurre. Como Ramón no quiere montar ningún espectáculo suelta su presa, levanta sus manos en posición de «tranquilo chaval que aquí no ha pasado nada» y lentamente abandona el rellano aguantando en todo momento la desafiante mirada a Mario. Este coge las llaves de la mano de Ana que sigue paralizada, le abre la puerta y entra con ella a casa. Se dirige a la cocina y le prepara una tila para intentar que se relaje.

Cuando se recupera, Ana da las gracias a Mario y le dice que no se preocupe, que no pasa nada. Le explica que Ramón es un amigo del hospital y que no se debe preocupar. Pero estas explicaciones no convencen del todo a su vecino. La situación ha sido muy tensa como para que no ocurra nada, aunque decide no entrometerse más en los asuntos de Ana y dejarla tranquila con sus secretos, por el momento.

Para cambiar de tema, Mario pregunta por Pedro, y Ana le cuenta que evoluciona bien y que pronto empezará la rehabilitación. También le dice que cuando le ha comentado a Pedro que le ha visto se ha alegrado y que le gustaría que fuese a verlo y a contarle sus experiencias por Londres.

—Mañana cuando te vayas al hospital voy contigo y así voy a ver a Pedro, ¿te parece? —pregunta Mario.

—Claro, me parece muy bien, se alegrará de verte.

Como Mario ya ve más tranquila a Ana se va a su casa y la deja descansar.

 

Al día siguiente, tal como habían quedado se van juntos al hospital. Cuando llegan en la puerta está Olga, que también acaba de llegar. Lo que hace recordar a Ana la desagradable conversación de ayer con Ramón en la puerta de su apartamento, y su enfado con Olga vuelve con más furia si cabe. Mario la saluda efusivamente desconocedor de los acontecimientos que se han ido produciendo sucesivamente tras la última noche del año pasado. Pero la tensión se puede cortar con un cuchillo entre ambas. Algo que no pasa desapercibido para el sagaz vecino. Ana le dice a Mario la habitación de Pedro y le invita a que se adelante, que enseguida sube ella. Él entiende que debe dejarlas a solas.

Ana y Olga se quedan solas en la puerta del hospital…

 

 

Mari Trini Aznar Yoldi


XIII. Yo puedo.

 

—¿Qué coño haces, Olga? ¿No crees que ya has hecho demasiado? Déjame en paz, y métete en tus asuntos, que no son pocos tampoco.

Olga se sintió acorralada. No esperaba que después de tanto tiempo sin hablar, fuese allí delante de la puerta del hospital donde iban a resolver sus asuntos.

—Mira Ana, no es sitio ni horas para que tengamos esta conversación.

—¿Conversación? ¿Contigo? Sólo quiero marcarte los límites de mi vida. Y recordarte que tú ya los has sobrepasado, ¡y de qué manera! Ni tú debías de sacar conclusiones de una situación en la que no debías de haber visto ni Ramón debería de haberse creído tus suposiciones. Así, que sí. Vamos a dejarlo. Pero te aviso Olga, ¡sal de nuestras vidas!

Ana, dejándole con la palabra en la boca, dio media vuelta y con paso firme entró por la puerta del hospital y siguió hasta los ascensores. Entró y le dio al botón mientras respiraba hondo por el trago que acaba de pasar. Cuando ya las puertas metálicas del ascensor se cerraban, una carpeta golpeó en el sensor, y se abrieron de golpe.

—¡Otra vez tú! —gritó Ana.

—Sí, yo. No creas que puedes decirme eso y que todo termine. ¡Tú también tienes que escucharme!

—No, ya hemos hablado todo lo que tú y yo teníamos que hablar.

—De eso nada. Quiero saber, necesito saber. Te conozco hace años, y sé que estas embarazada.

Mientras las puertas volvían a cerrarse, Ana, atemorizada por si su secreto podía ser desvelado antes de hora, empujó a su compañera de trabajo contra los botones del ascensor. Clavó sus ojos a menos de un palmo de los de Olga, y con un tono muy subido contestó.

—Si fuese el caso, sabría de quien es. De mi pareja. Estoy segura. Así que te repito. ¡Sal de nuestras vidas!

Volvió a dejarle con la palabra en la boca y echó a andar hacia la habitación de Pedro. A los pocos pasos, se giró y vio que no había nadie detrás. Por fin le había dado esquinazo. En ese momento el busca de Ana sonó. Pensó leerlo en cuanto llegase a la habitación, llevaba demasiadas cosas en las manos.

Iba muy nerviosa, así que dio media vuelta, y cruzó hasta los baños. Necesitaba hablar con Sandra. Allí, una arcada cogió fuerza, y con el móvil en la mano, experimentó el primer síntoma claro del embarazo.

Sandra enseguida le contestó. Le dijo que había hecho muy bien al dejarle las cosas claras a Olga, pero que no se tenía que alterar. Estaba de camino al hospital, en unos minutos hablarían tranquilamente.

Ana, ya con la bata y el busca en el bolsillo, pasó a ver a Pedro.

—Buenos días, Peter —con una maravillosa sonrisa.

—Buenos días cariño. ¡Cómo echaba de menos escucharte cada mañana! ¿Has descansado?

—Hola otra vez, Mario. Sí, he descansado.

—Tienes mala cara. ¿Ha pasado algo?

Ana miró a Mario, que estaba con cara de preocupación, y después mirando a su pareja, le dijo.

—No, nada. Acabo de coincidir con Olga, y eso todavía no lo he superado.

Mario, con cara de sorprendido, pues no sabía nada de lo que estaba pasando, preguntó a ambos sin obtener respuesta de ninguno. Sólo unas miradas que le dejaron claro que había algo que no sabía, y que había ocurrido durante su estancia en Londres.

En estas entraron en la habitación Irene y Sandra y explicaron que Antonio seguía dando vueltas con el coche intentando aparcar. Mario se presentó a las dos mujeres que habían entrado a la habitación, y puso algo más de ímpetu al saludar a Sandra.

—Mario, es mi hermana —le dijo Pedro cabeceando—. Y ella, mi madre.

—Solamente pretendía ser educado… —dijo él entre risas y sin quitarle ojo a Sandra.

—Ana, hija, ¿has desayunado? Te veo mala cara.

—Sí, Irene, no te preocupes —cogió la mano de Pedro—. Me voy a ver a mis pacientes, aunque dejo a mi preferido en buenas manos. Sandra, en cuanto de la primera ronda, si te apetece, echamos un café y te cuento novedades.

—Claro. Avísame y bajo a verte —dijo Sandra echándole un beso.

 

Ramón, enfadado pero en el fondo ilusionado,  arrastraba una silla de ruedas en la que iba una señora de edad avanzada que no dejaba de hablar. Llevaba en sus rodillas un montón de papeles y los sobres típicos de las radiografías. Iban camino de rayos, y Ramón solo pensaba que Ana estaba de turno, igual tenía otra oportunidad de abordarla y volver a preguntarle. Colocó a la señora de la silla de ruedas en una esquina de la sala de espera, cogió los papeles y los sobres, y entró por la puerta que comunica con las salas de rayos.

Allí estaba Ana, con una coleta y unos cuantos mechones que caían sobre su dulce cara. Estaba leyendo unos informes sin darse cuenta de quien se acercaba a ella. Sonó de nuevo el busca, pero en ese momento, al levantar la cabeza de los papeles, vio que Ramón se acercaba. Sin darle tiempo para reaccionar, fue ella la que se encaró con él y le dijo.

—Tenemos que hablar. Cuando salgamos, te espero en el Rock & Blues. Esto tiene que terminar Ramón.

Él que no esperaba que fuese ella quien tomase la iniciativa de quedar para hablar y despejar dudas se quedó paralizado y balbuceando le dijo que se verían allí.

 

Sandra, Mario, Pedro y su madre, seguían de cháchara en la habitación cuando oyeron que alguien tocaba la puerta pidiendo permiso para entrar. Eran el director del hospital, el médico forense y un señor de traje con un maletín. Dirigiéndose a Pedro, el director le dijo:

—Buenos días —alargando su brazo hacia Irene y ofreciéndole un apretón de manos, repitió—. Buenos días.

Las caras de la madre y la hermana de Pedro, eran un poema. Ellas se miraron y en ese momento recordaron a la exagerada señora de hijo quisquilloso. Mario, viendo la tensión que se había creado en la habitación, se levantó de la silla, se excusó y salió al pasillo.

—Pedro, te presento al señor Eduardo Gómez, abogado de la señora que iba en el coche contra el que chocaste. Estoy llamando a Ana, pero no contesta al busca.

A Pedro, que era la primera noticia que tenía sobre el tema, se le desencajó la cara. Irene se echó las manos a la cabeza, y Sandra salió de la habitación en busca de Ana y Antonio.

El señor de traje, que con una parsimonia increíble había entrado sin saludar, echó el maletín encima de la mesita, lo abrió y saco unos papeles.

—Aquí le dejo un acuerdo económico que hemos redactado la familia de mi cliente y yo, para dar por olvidado el incidente. Espero que lo acepten, o en caso contrario, que hayan contratado ya a un abogado. Aunque su seguro se pueda hacer cargo, le recomiendo que acepten el acuerdo para no hacer esto muy largo y demasiado traumático para mi cliente. Ahí va también mi teléfono y mi correo electrónico. Esperamos prontas noticias.

El abogado, sin dejar que nadie de la habitación articulase palabra, salió de la habitación, mientras el director les decía que volvería en un rato a verles.

Mientras tanto, a Sandra no le podían ir los dedos más rápido. Escribía  a Ana, para que fuese inmediatamente a la habitación. Pero antes de que se conectase y lo leyera, ya  habían salido. Mario, viendo que Sandra suspiró mientras les dejaba paso, abrazó a Sandra que se derrumbó en sus brazos.

Ana seguía en rayos y Antonio seguía sin aparecer. Así que entró de nuevo a la habitación y preguntó por lo que le habían dicho. Allí estaba Pedro, abriendo el dossier que le habían entregado. En un largo silencio y entre lágrimas, comenzó a leer.

 

Olga, dado el éxito obtenido con Ana, y en su empeño por romper la relación de la pareja, pensó que era ella la que tenía que hablar con Pedro y malmeter entre ellos para que desde el principio tuviese sus dudas con su futura paternidad. Se dirigió a la planta donde se encontraba ingresado, e iba decidida a desmontar todas las ilusiones de su amigo.

Sandra recorría la planta de Traumatología buscando a su cuñada para que subiera a la habitación, tras preguntar por ella en el puesto de control. Ana, después de que la avisasen sus compañeras, se acordó que el busca le había sonado en varias ocasiones. Mientras a paso acelerado iba en busca de Sandra leyó los tres mensajes en los que la avisaban de que un abogado estaba en el hospital preguntando por Pedro, y que acudiese inmediatamente.

Iban como el gato y el ratón, una por cada pasillo sin coincidir. Así que Ana echó a correr a la habitación de su novio.

Cuando entró, se encontró a Pedro llorando, Irene consolándole, y a Mario mirando por la ventana con una mano apoyada en la pared. Cogió la carpeta, y empezó a leer. En ese momento, tocan en la puerta de nuevo, y esta se abre sin esperar contestación. Era Antonio, que se había entretenido comprando el periódico deportivo, y un par de revistas de coches.

—Mira que te traigo —comenta Antonio sin conocer la situación. Al percatarse deja caer todo al suelo y se apresura a preguntarle a Ana, que estaba sentada a los pies de la cama.

 

Olga, ya en el pasillo, y cerca de la habitación, sin saber que Pedro estaba muy bien acompañado, terminaba de urdir su plan. Cuando Sandra se topó de frente con ella,  y enfurecida le dio un empujón mientras le gritaba:

—¡Todo esto es por tu culpa, zorra!

Sandra se fue con su familia y Olga, desbordada, rompió a llorar en busca de un rincón donde hacerlo.

 

Llegó el mediodía y con él llegó la calma. Todos habían digerido el mal trago, y Antonio e Irene, se habían ido en busca de un abogado. Mario, se ofreció a acompañar a Sandra a casa, y Ana ya había hecho sus informes, así que tenía un rato para quedarse con Pedro tranquilamente. ¿Serán muchas noticias en un mismo día? Tenía que decírselo, y cuanto antes.

Pusieron la tele un rato, porque el silencio dañaba sus oídos. Los dos miraban la pantalla de la televisión, cogidos de la mano y sin ver lo que estaban mirando. Ana no sabía cómo empezar, pensó que cuando se lo dijese, tenían que estar unidos, sin historias ni rencores amorosos de por medio. No se lo pensó más, tenían que hablar. Se levantó, cogió aire, y acercándose mucho a Pedro, le preguntó:

—¿Está todo olvidado?

—Por mi parte sí, “pequeña”.  Me he dado cuenta de que eres la mujer de mi vida. Y que ninguna otra puede hacerme sentir lo que siento cada vez que te tengo cerca. Los dos, y yo el primero, descuidamos nuestra relación, y aunque siempre nos acordemos de lo mal que lo hemos hecho, siempre recordaremos que lo hemos superado juntos.

Se abrazaron, y se dieron un dulce beso. Una lágrima recorrió la mejilla de ambos. Era el momento. Subieron un poco más el volumen de la tele y Ana puso el sillón de la habitación en la puerta, para que no pudieran abrirla sin tiempo de reacción. Pedro, no tenía ni idea de lo que iba a cambiar su vida, simplemente pensaba que iban a sellar esa reconciliación con otra tórrida escena de hospital.

—Pedro, tengo que contarte algo, pero no quiero que te asustes.

—¿Qué pasa? ¿Aún hay algo que tengas que contarme?

—Sí —dijo ella con una bonita sonrisa, la cual dejaba leer entre líneas que no era nada malo.

—¡Desembucha princesa!

Ana, sacó de su bolsillo una cajita negra y alargada, adornada con un lazo blanco que había estado preparando entre pacientes y radiografías. Antes de dársela, le avisó:

—Lo siento Pedro, pero lo nuestro nunca volverá a ser como antes.

Pedro, muy desconcertado, no sabía si era un regalo de despedida, o un regalo porque sí. Pero ese aviso le acababa de despistar, y mucho. Lentamente, y a la vez que los dos se miraban fijamente, deshacía el lazo para poder abrir la caja. La cara de Pedro cuando quitó la tapa, fue de desconocimiento absoluto. No sabía por dónde le pegaba el aire.

—¡Ana!

—Es tuyo, no hay duda —adelantó Ana.

Volvió a mirar la caja con los ojos abiertos como platos. Sacó el “Predictor” y la abrazó. Muy emocionado volvió a mirar ese aparato que llevaba en la mano, y acto seguido volvió a abrazarla.

—Te he avisado, lo nuestro nunca volverá a ser lo de antes. Será mucho mejor.

Mientras se besaban y asimilaban lo que les estaba ocurriendo, en el otro bolsillo de la bata de Ana, vibró en móvil. «Será Sandra —pensó Ana—, que ya ha llegado a casa». Nada más lejos de la realidad. Era Ramón. ¡El pesado de Ramón!

“Bajo al Rock & Blues. Allí te espero.”

—¡Mierda! Me tengo que ir cariño. Aún va coleando algún tema por aquí en el hospital, pero no tienes de que preocuparte. Yo me las arreglo —dijo Ana.

Se despidieron muy cariñosamente, y Ana prometió volver en un rato. Mientras retiraba el sillón de la puerta y volvía a colocarlo en su sitio, hizo prometer a Pedro que esperarían un tiempo para contarlo a los demás.

Ana ya estaba bajando la rampa del hospital y se dirigía al bar donde Ramón estaba esperándola. Abrió la puerta, se acercó a la barra y saludó a los camareros. Buscó a la causa principal de sus problemas, y lo encontró. Allí, en la mesa de siempre.

—Ponme un café con leche, por favor —le dijo al camarero—. Pero hoy ponme doble azucarillo, que lo necesito.

Fue hacia la mesa de Ramón, cuando se percató de que no estaba solo. Estaba acompañado por Olga.

—Yo puedo, yo puedo… —dijo en voz baja, auto convenciéndose. Se sentó en la mesa, y antes de que le diese tiempo a dejar sus cosas en la silla de al lado, Ramón le dijo…

 

 

Merche Comín Diarte


XIV. Viking Line.

 

Ramón le dijo:

—Lo sé todo Ana. No trates de engañarme ni una vez más porque es inútil. Lo sé todo y no voy a quedarme de brazos cruzados.

—Tú no sabes nada Ramón —Ana saltó como gato panza arriba frente a su amigo. ¡Dos polvos no te convierten en mi dueño! No hacen que vayas a ser capaz de controlarme. Si de verdad me quieres tanto como dices, deberías de saberlo y deberías de respetar mis decisiones. Quiero a Pedro y quiero estar con él. Siento si eso te duele porque sabes que eres muy importante para mí pero no te quiero de la forma que tú esperas que lo haga.

—Sé lo de tu embarazo —Ramón se presentaba más sereno que de costumbre, rudo, áspero, con una sangre fría digna de una película de los años cincuenta. Esta actitud confundía a Ana, más acostumbrada a un Ramón impetuoso, para lo bueno y para lo malo—. Sé que ese niño es mío y no voy a consentir que crezca pensando que un gañán como Pedro es su padre.

Ana trató de contener la ira que sentía en ese momento y que brotaba de lo más hondo de su corazón, limitándose a decir:

—Pedro es el padre del niño.

—Podrás decir lo que quieras, llegaré donde sea necesario para demostrar que yo soy el padre legítimo. Olga me ha contado y...

—Como bien sabes, Olga y yo dejamos de compartir secretos hace algún tiempo, ¿verdad Olga? —una nueva Ana, decidida y segura de sí misma miraba de forma inquisidora a su amiga, que había acudido a una cita a la que no había sido invitada.

Olga se limitó a asentir, añadiendo en voz casi inaudible:

—Ahora en vez de hablar de novios, preferimos compartirlos.

No había terminado de hablar, cuando el café de Ana cayó por todo su cuerpo. Ana, enfervorizada, abandonó el local dejando atrás a sus dos amigos.

El enfado se hacía cada vez más grande, mientras caminaba a toda velocidad hacia la parada de autobús. No entendía cómo dos de sus mejores amigos habían podido llegar a tratarla de forma tan ruin.

Poco a poco, el enfado se fue transformando en tristeza, y ésta en desasosiego. Se sentía sola, se sentía vacía…

El autobús se acercaba, hacía frío. Ana fue la única persona que subió en la parada y sólo encontró dos personas más. A esas horas, la línea que conectaba el hospital con su barrio no solía llevar muchos pasajeros. A pesar de lo que pudiera parecer, Ana disfrutaba mucho de este trayecto. En realidad era su único momento de relajación y soledad en todo el día. Suponía un breve paréntesis entre el ir y venir del hospital y su vida prácticamente de pareja con Pedro. Cada uno mantenía su apartamento, pero en realidad, su vida diaria era la misma que la de una pareja cualquiera que compartía piso. Siempre se sentaba en el mismo lugar, encendía su iPod a todo volumen y cerraba los ojos para transportarse imaginariamente acompañando la canción que sonara en cada momento.

Pero hoy no había música en la que encontrar paz. Ana rompió a llorar, el día había sido una verdadera montaña rusa de emociones y simplemente explotó. Podía aceptar que Ramón no respetara su decisión y que el amor que decía sentir por ella le cegara pero Olga…. ¿Olga? Era su mejor amiga, era la persona que mejor la conocía, era su mitad. Habían compartido tanto juntas, sabían tanto una de la otra.

Entre lágrimas, su mente retrocedió unos años, ocho en concreto. Fue el único año en el que Ana y Olga estuvieron separadas. Era el último año de carrera y ambas consiguieron una beca Erasmus. Sin embargo, no pudieron ir juntas a la misma ciudad. Olga pasó un año en Estocolmo mientras que Ana optó por Lille, en Francia, siempre se había sentido muy atraída por la cultura de ese país. A pesar de la distancia, todas las noches tenían conversaciones a través del Messenger. De hecho Ana pasaba más tiempo hablando con Olga que con Pedro.

Una vez superado el largo y frío invierno, Ana aprovechó la semana de vacaciones de mitad de cuatrimestre para tomar un vuelo destino Estocolmo. A pesar de su miedo a volar y su obsesión por el orden y la seguridad, los ínfimos precios de una aerolínea low-cost la llevaron al aeropuerto de Skavsta y de ahí un autobús a la capital Sueca donde le esperaba su mejor amiga. Tenían planeado hasta el último minuto de los siete días en los que iban a estar juntas, ponerse al día, bailar, excursiones...

Nada más bajar del autobús, Ana intuyó que algo no iba bien. La impulsiva, alegre y efusiva Olga no corrió como solía a abrazarla, no saltó ni gritó ni hizo la típica broma de ir a recibirla con un cartel identificativo. Olga estaba triste, demacrada. Caminó hacia Ana, buscando el refugio de su amiga. ¿Qué le ocurriría?

Ana soltó su maleta y se limitó a rodear con los brazos a Olga que había roto a llorar.

—Estoy embarazada —susurró Olga en los oídos de su amiga.

—¿Qué? —Ana estaba demasiado sorprendida como para creer entender lo que creía haber oído.

—Estoy embarazada Ana.

—Pero, ¿por qué no me habías dicho nada? Hubiera venido mucho antes. ¿Estás bien? ¿Cómo te encuentras? ¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha sido? ¿Quién es el padre? ¿Lo saben tus padres? Ana no dejaba de hacer preguntas que no eran otra cosa sino un modo de aflorar todo el nerviosismo y confusión que llevaba dentro.

—Ven, vamos a tomar un café. Hablaremos entonces. Tengo que darte todos los detalles. ¿Qué tal Pedro? La verdad es que cuando me dijiste que no venía me alegré. Prefiero tratar estas cosas sólo contigo.

—Ya sabes, a Pedro no lo sacas de España ni con agua caliente. No te puedes imaginar la cantidad de tópicos que tuve que escuchar mientras me explicaba su excusa para no venir. Yo creo que a Lille ha venido para controlar, como los Erasmus llevan esa fama de fiesta y desenfreno…

Dado que no hacía demasiado frío, decidieron ir caminando desde la estación hasta el barrio de Gamla Stan donde habían reservado una habitación en un albergue para las dos. Olga compartía piso pero había insistido mucho en alquilar algo sólo para las dos. Ana entendía ahora por qué.

Durante el paseo, las dos amigas trataron de ponerse al día de temas mundanos, evitando siempre el tema principal que las dos se morían por abordar. Un ligero viento acariciaba sus mejillas al cruzar el puente de Vasabron. Ambas amigas iban abrazadas, sin soltar una el brazo de la otra.

Ya en la plaza del museo Nobel, se sentaron en una de las terrazas y pidieron un café y un pedazo de tarta para compartir. Era un bar pequeño, con una bandera gay en una de las esquinas del toldo. A esa hora estaba repleto de estudiantes.

Ana agarró su taza con las dos manos, se recostó en su asiento y se dirigió a su amiga:

—¿Qué ha pasado Olga?

Ana y Olga eran almas gemelas, pero mientras que ella sólo había salido con Pedro, Olga nunca había tenido una relación de más de dos meses. Eso entendiendo como relación, enrollarse con la misma persona más de dos días seguidos.

Olga suspiró, bebió un sorbo de su café y apartó a un lado el plato con la porción de tarta de chocolate.

—¿Te acuerdas que hace unas semanas estuvimos con el grupo en Helsinki?

—¡Cómo no iba a acordarme! Recuerdo que me contaste con pelos y señales tu  viaje en el ferry, las carreras para intentar comprar cerveza barata en el supermercado del barco y las peleas con el resto de gente antes de cerrar. Vamos que hacía días que no te pegabas una noche de juerga así.

—Pobres señoras, la verdad es que es increíble ver a esas señoras con el carro de la compra lleno de cajas de cerveza saliendo del barco.

—Pues que sepas que he mirado cómo comprar billetes para el Viking Line ¿así se llama no?

—Sí, ese es el nombre oficial, el familiar es “love-boat”.

Las dos amigas rieron mientras se aferraban a las tazas de café.

—Olga…

—Dime.

—Cuéntamelo.

Y Olga, por fin comenzó su historia:

El barco sale de Estocolmo a final de la tarde y llega a Helsinki a primera hora de la mañana. Dado que en Suecia la compra de bebidas alcohólicas está muy regulada, por no mencionar su precio desorbitado, estos viajes en ferry son una buena vía de obtener acceso a bebida más barata y por tanto a una noche de fiesta en toda la regla.

Olga no era una persona que dejara indiferente al sexo opuesto, tenía una personalidad arrolladora, unida a un físico increíble que además sabía explotar eligiendo muy bien cómo vestirse en cada ocasión. Y ahí, en medio de un barco repleto de estudiantes en pleno botellón, Olga comenzó a besar a un irlandés que decía llamarse Ian, o algo parecido. Los besos llevaron a la pareja a una fila de butacas de proa. Olga rodeaba con sus brazos al chico mientras él, con la torpeza que provocan cuatro tequilas de más trataba de desabrochar el vaquero de la sexy española que tenía tumbada ante él. No hubo tiempo, ni cordura suficiente para pensar en usar un preservativo. No hubo tiempo para conversación que no fueran besos, caricias y miradas de desafío del uno para el otro.

Cuando el sonido de la megafonía informaba en cinco idiomas distintos que el ferry había por fin llegado a su destino Olga abrió ligeramente los ojos, y consiguió divisar la terminal de ferries del puerto de Helsinki. Ni rastro de… ¿cómo se llamaba el pelirrojo con el que había estado bebiendo chupitos la noche de antes? ¿Jan? ¿Juan?

Se levantó y se dejó llevar hasta la consigna del barco. En estos viajes no necesitas más equipaje que el bolso y sobre todo, dinero y preservativos.

—¿Preservativos? ¡Ups! Esperemos no llevarnos un disgusto —sonreía Olga.

El disgusto vino un mes después en forma de retraso, molestias, sabor amargo en toda la comida y una visita al médico de la universidad.

—¿Y qué vas a hacer? —una intrigada Ana preguntó expectante.

Sabía la respuesta. Habían hablado antes sobre qué harían si esta situación se daba. En ese momento a Ana le vino a la mente una conversación hasta altas horas de la mañana tras salir de ver en los cines Renoir “4 meses, 3 semanas, 2 días”. Una de esas películas que no te deja indiferente, de las que tanto les gustaban a ambas.



Y por fin su parada, Ana bajó del autobús aún con la zozobra del recuerdo y dirigió sus pasos hacia su portal. A esas horas no se molestaba en subir a la acera, caminaba directamente sobre la calzada. Se quitó los cascos, los metió en el bolso y aprovechó para sacar las llaves de casa. Observó su sombra en la calzada, ¿por qué parecía tener cuatro brazos? ¿Por qué huele tanto a perfume? ¿Por qué…?

Un pañuelo impregnado de cloroformo cubrió su cara mientras unos brazos familiares recogían el peso de su cuerpo desvaneciéndose.

 

Francisco Ángel Ferrer Gil


XV. Cuerpos atados.

 

Pedro se quedó dormido. Al poco rato los dolores le despertaron, como cada noche. Se había terminado el gotero del calmante y tocó el timbre para avisar a enfermería. Casi al instante entró en la habitación Chema con su desparpajo habitual, encendiendo todas las luces a su paso y con un tono bastante elevado de voz.

—Buenas noches rey… ¿qué necesita mi paciente preferido?

Pedro esbozó una sonrisa. Le divertía ver como caminaba, moviendo con arte sus grandes zuecos. Le hacía gracia también, su forma afeminada de hablar y mover las manos. Sin duda era el mejor enfermero. Siempre con una sonrisa, muy profesional y pendiente de cada detalle, aportaba  la nota de color en la monotonía del hospital.

—Buenas noches Chema. Tengo sed, desearía tomar un gin tonic —el enfermero puso cara de pícaro y desplegó toda su teatralidad  para continuar con la broma.

—Aquí está tu genio para concederte todo deseo… Y cómo lo quieres… ¿te pongo pepino solo o doble de pepino?

—Ja, ja, ja, desde luego no tienes compasión de un pobre enfermo, siempre estas alerta —Pedro sintió de nuevo el intenso dolor con el esfuerzo de la carcajada—. Creo que todavía no estoy preparado. Tengo mucho dolor, ponme un calmante por favor… pero ese sí que sea doble.

—¡Qué lástima Pedrito! Pero no te apures, se esperar. Ahora mismo traigo el gotero y verás que bien descansas —Chema salió y volvió en un abrir y cerrar de ojos, cambió el gotero, acomodó la almohada de Pedro, le hizo tomar un zumo de melocotón fresquito y con un guiño le deseo dulces sueños. Tras la breve distracción con el enfermero, Pedro volvió a su realidad. Aquel potro de tortura que tenía por cama, le estaba dejando el cuerpo hecho una zarandaja. Intentaba buscar una postura en la que estar más a gusto, pero se encontraba todavía muy dolorido. Además la oscuridad en aquella solitaria habitación empezaba a afectar a su estado de ánimo. Se sentía atado a su cuerpo, atrapado entre esas cuatro paredes. El tiempo parecía que no pasaba. Es más, cada momento se convertía en una eternidad.  Qué ganas tenía de volver a casa y sobre todo, que ganas tenía de estar con Ana. Recordó entonces que Ana había prometido volver después. Cogió el teléfono para consultar la hora y se sorprendió de lo tarde que era, nuevamente había perdido la noción del tiempo. Le pareció raro que Ana no hubiera vuelto, ya que lo había prometido y ella siempre cumplía con sus promesas. Pedro se sentía desorientado. «Menuda forma de comenzar el año. No puedo creer  lo que puede cambiar todo en tan poco tiempo. Ana… ¿dónde estás? Después de los días que ha pasado… necesita descansar. Seguramente se le ha hecho tarde y no habrá querido despertarme. Son demasiadas emociones… demasiada tensión ¡pobre Ana!  Hoy no tenía muy buena cara, creo que no se encuentra bien… mejor que descanse sí… Le mandaré un mensaje del tipo: te echo de menos, descansa bien. Te quiero». La cabeza de Pedro continúo siendo invadida por una zarracatalla de pensamientos, hasta que poco a poco el gotero fue haciendo su efecto y se quedó dormido de nuevo.

 

Eran casi las siete de la mañana cuando el cuerpo de Ana comenzó a moverse. Consiguió entreabrir los ojos, todo estaba oscuro, borroso. Sintió la respiración y el calor de unos labios que se acercaban a los suyos dándole un dulce beso, mientras en la lejanía escuchó decir:

—Descansa tranquila mi niña, yo cuidaré de ti.

Acto seguido su nariz experimentó el fuerte olor del cloroformo y cayó en un profundo sueño.

 

Por la mañana temprano, los padres de Pedro acudieron al hospital acompañados de un abogado. Al entrar en la habitación encontraron a Pedro conversando con Olga. Irene enseguida se dio cuenta del estado de tensión en el que su hijo se encontraba y un descontrolado instinto de protección se apoderó de ella.

—Buenos días mi niño, ¿cómo te encuentras? Disculpa cariño, he de comentarle algo a Olga —Irene agarró por el brazo a Olga y se dirigieron hacia la puerta. Una vez fuera, Irene clavó sus ojos en los de Olga y de forma tan amenazadora como rotunda comenzó la advertencia—. Escucha Olga, más vale que no aparezcas por aquí. Pedro ha de recuperarse y a la vista está que tu presencia no le hace ningún bien. Y tampoco eres bien recibida por parte de Ana. Así que haznos un favor a todos y sal de nuestras vidas.

Olga no podía creer lo que estaba escuchando, ni reconocía a esa mujer de ojos ensangrentados que tenía enfrente. Le dolieron sus palabras en lo más profundo, era ella quien había salvado a Pedro y de eso ya nadie se acordaba. Sólo ella recibía los reproches por parte de todos. Se sentía duramente acusada y despreciada. Aquello, lejos de lo que todos pretendían, no hacía más que alimentar su enfado y su determinación por seguir con su plan hasta el último detalle. Ahora iba a ser ella quien empezara a dejarles a todos con la palabra en la boca. Así que sin mediar palabra soltó su brazo bruscamente de la mano de Irene y regalándole la más cínica de sus sonrisas se alejó tranquilamente.

Irene regresó a la habitación disimulando su malestar. Allí Pedro, Antonio y el abogado discutían sobre las posibles alternativas ante un juicio. Pedro cada vez se sentía más confuso y preocupado, no era capaz de pensar con claridad. La conversación con Olga le había dejado atormentado y ahora todo este rollo con el abogado. Para colmo seguía sin tener noticias de Ana, hubiera preferido que ella estuviera allí. Pero el  mensaje de anoche seguía marcando como no leído y llamada tras llamada saltaba el buzón de voz. Hizo un esfuerzo por seguir la conversación, tenía ganas de terminar con todo aquello. Escuchó las recomendaciones del abogado y con la ayuda de sus padres fueron perfilando la posible solución para aquella pesadilla.

Al rato Rafa y Sandra entraron en la habitación. Pedro se alegró mucho de ver a su hermana, el aire fresco que desprendía siempre le aliviaba. Hicieron las presentaciones oportunas y cuando iban a explicar lo hablado con el abogado, una nueva visita llegó a la habitación. Patricia había arrastrado a Ramón, casi literalmente, hasta la habitación de Pedro. La buena de Patricia pensaba poder mediar entre ellos. Se negaba a asumir, que el grupo cada día estaba más distanciado. Además en el fondo de su ser, anhelaba poder ganar algún punto con Ramón si conseguía que Pedro y él solucionaran sus problemas.

—¡Lo que faltaba! El hombre pone, Dios dispone, llega el diablo y todo descompone —dijo Pedro con amargura viendo a Ramón aparecer por la puerta.

—Te lo advertí Patricia, ni manjar recalentado ni enemigo reconciliado —susurró Ramón a su amiga con los dientes apretados. Se miraban todos entre sí, unos con cara de sorpresa, otros con cara de preocupación, alguno con enfado y otros pensando rápidamente algo con lo que poder romper aquella tensión que tan al instante se había apoderado del espacio. El primero en hablar fue el abogado. Lógicamente allí ya sobraba. Acordó con sus clientes volver en un par de días y recomendó que sopesaran bien todo lo hablado. Mientras, él intentaría ganar más tiempo con la parte contraria. Despidiéndose de todos, los dejó allí en un silencio aún más incómodo.

—Bueno ya que estáis todos aquí, ¿alguien ha visto a Ana? No sé nada de ella desde anoche. Me dijo que iba a volver y no lo hizo. Le mando mensajes, la llamo pero no hay forma de localizarla. Supongo que estará descansando, pero estoy un poco intranquilo —disparó Pedro para no dar oportunidad a otro tipo de conversaciones y porque realmente, era lo único que le interesaba en aquellos momentos.

—Yo no la he visto desde anoche. Quedamos a hablar ella, Olga y yo… pero salió pitando… Fui detrás de ella pero no me dio tiempo a alcanzarla. La vi coger el autobús y…  no sé nada más —Ramón tenía una expresión extraña en la cara.

—Sí, me lo ha contado Olga. Ha estado por aquí esta mañana —dijo Pedro mientras dirigía a Ramón una mirada inquisidora. A pesar de eso, el rostro de Ramón se relajó un poco.

—No te preocupes Pedro, seguro que está bien y está descansando. Si quieres me acerco por su casa y nos aseguramos que todo va bien —dijo Sandra intentado apaciguar los ánimos de su hermano.

—Te acompaño Sandra, será una buena forma de aprovechar mi día libre —se ofreció rápidamente Rafa, loco por desaparecer cuanto antes de escena.

—Sí Sandra, es buena idea. Gracias hermanita. Dile por favor que me llame. Y si alguno de vosotros la veis, decirle lo mismo —Pedro estaba pensativo y cada vez más desanimado. Pidió a todos que le dejaran un rato a solas con la excusa de descansar. Todos se marcharon al instante aliviados por poder salir de aquella situación.

 

En torno al mediodía, Ana comenzó a despertar. Poco a poco fue tomando consciencia de su cuerpo. Estaba aturdida, como mareada. Al cabo de un rato consiguió entreabrir los ojos sintiendo un fuerte pinchazo en la cabeza. El resto de su cuerpo no se encontraba mejor, se sentía dolorida y a duras penas conseguía moverse. Lo que sí consiguió percibir con claridad era el perfume que invadía todo el espacio. Como en un sueño se vio en la puerta de su casa, vio los cuatro brazos de su sombra acompañados de un fuerte olor a perfume que le resultaba familiar. Y entonces recordó que a partir de ahí, no tenía más recuerdos. Era el mismo perfume, el perfume de Ramón.  Se sintió confusa y a la vez atrapada por el miedo. Reconoció la habitación dónde se encontraba. Ella había estado allí unos años atrás. Era la habitación de Ramón. Se dio cuenta que tenía las manos atadas y los pies sujetos a la cama.  ¿Qué significaba todo eso? ¿Cómo había llegado hasta allí? Su miedo iba creciendo con cada pregunta dejándola paralizada. ¿Es posible que se haya atrevido? ¿Pero qué piensa hacer? ¿Se ha vuelto loco? Escuchó el ruido de unos pasos que se acercaban a la puerta. Al instante Ramón entraba con una bandeja en las manos.

—Hola mi niña, buenos días. ¿Qué tal te encuentras? —Ana no podía ni pensar, continuaba paralizada—. Déjame que te suelte los pies, ahora que estoy aquí no hay problema de que te vayas —Ramón colocó la bandeja en la mesita de noche  y se dispuso a desatar los pies de Ana. La miraba con atención sopesando la expresión de su rostro e intentando adivinar que recorría  su cabeza. Quitó la cuerda y despacio comenzó a darle un masaje en los tobillos. Sin retirar sus ojos de los de ella, se dio cuenta que estaba muy asustada—. Tranquila Ana, no voy a hacerte daño, sabes que sería incapaz. Ahora sólo quiero que tomes el desayuno y recuperes fuerzas. Ya tendremos tiempo para hablar. Voy a soltarte las manos también para que puedas comer,  te ayudaré a incorporarte un poco —ella seguía sin poder articular palabra pero escucharle le había serenado lo justo para que su cabeza comenzara a funcionar. Ramón tomó sus manos despacio, sin dejar de mirarle a los ojos intentando transmitirle tranquilidad pero alerta en todo momento. En cuanto Ana vio sus manos libres, intentó darle una bofetada a Ramón que éste paró sujetándole con fuerza las muñecas—. ¡Shhhh!, así no llegamos a ninguna parte querida. Ya te he dicho que no voy a hacerte daño pero no me obligues a atarte de nuevo. ¿Dónde crees que puedes ir? No llegarías ni a la puerta Ana. Sólo quiero que desayunes, dejaré la puerta abierta por si necesitas algo —cuando Ramón salió de la habitación, Ana rompió a llorar. Estaba muy asustada y sólo deseaba no estar allí. Se encontraba fatigada y sin fuerzas, atada a su cuerpo. Se quedó un rato más allí tumbada, inmóvil, llorando hasta que consiguió serenarse. Fuera de la habitación Ramón iba y venía por todo el piso, disimulando hacer cosas pero sin quitar ojo a los movimientos que se producían dentro. Se sintió aliviado cuando al cabo de mucho rato, Ana empezó a moverse. Y más aliviado todavía, cuando otro tanto después observó que estaba tomándose el zumo. Se acercó a la puerta para sopesar más de cerca el estado de Ana. ¿Qué tenía aquella mujer? Se sentía fascinado por ella. Su pelo alborotado y la expresión de su cara tras haber dormido tanto tiempo, le hacían aún más atractiva. Le hacía recordar la última vez que la vio en ese mismo lugar, en esa cama, aquella noche que le marcó de una manera especial. El dulce recuerdo hizo que su corazón se acelerara, su rostro se relajó dibujando una sonrisa y se acercó a la cama. Quizá aún no era momento, quizá debería esperar a que ella estuviera más tranquila, pero un fuerte deseo se apoderó de su razón y no pudo esperar más. Ana lo vio acercarse y su cuerpo se tensó de nuevo. Se sentó a su lado y la rodeo con sus brazos. Su corazón se aceleraba cada vez mas por la pasión, y el de ella se aceleraba nuevamente por el miedo. Ramón se separó un poco para poder besarla pero lo que vio en los ojos de Ana le hizo cambiar de idea. Tras una profunda respiración, comenzó a hablarle con voz suave y seductora.

—Ana, no quería haber llegado hasta este punto. Pero no me has dejado más alternativa. He intentado tener paciencia, esperar el momento adecuado un día tras otro, respetar tu momento, pero ha sido imposible. No me has dado oportunidad de hablar contigo, y las pocas veces que hemos quedado ni siquiera me has escuchado o me has dejado con la palabra en la boca. Y no puedo más Ana, voy a volverme loco. Estoy confuso, estoy perdido, necesito saber y que me digas sinceramente lo que sientes por mí.

Mientras le escuchaba, Ana iba pasando del estado de miedo al estado de perplejidad.

—¿Y piensas que de esta forma puedes aclarar algo? ¿Secuestrándome y reteniéndome aquí? Eres tú quien no escucha, ya te lo dije el otro día. Puedes atar mi cuerpo pero no mis sentimientos, estoy enamorada de Pedro y quiero estar con él. Y eso es lo único que he de hablar contigo y la única realidad —ahora el estado de Ana iba pasando de la perplejidad al enfado. Su cuerpo se tensó un poco más y su estómago daba botes como en una montaña rusa.

—¿La única realidad? ¿Estás totalmente segura de eso? ¿Cuál es tu realidad? Porque yo veo otra cosa. ¿Dónde quedó tu amor aquel año que celebramos mi cumpleaños juntos en esta misma cama? Esa vez fue tan especial para ti como lo fue para mí, admítelo.

—Aquello no fue más que un polvo, así lo entendimos los dos y por eso acordamos que nunca nadie se enteraría —Ana cada vez se sentía peor. Todavía no se le había pasado el dolor de cabeza que estaba a punto de estallar, el corazón le latía muy deprisa y comenzó a sentir dolores en el vientre—. Tú siempre te has tirado a toda clase de palo con falda a poco que meneara su culo delante de ti, sin importarte en absoluto sus sentimientos y dejándolas después tiradas en cualquier rincón. Por qué habría de ser distinto lo tuyo conmigo, ¿de qué me hablas? Eres incapaz de llevar una relación estable después del tercer polvo.

—Sí Ana, pero tú eres especial, contigo es distinto. Sé que tienes miedo porque nunca he tenido una relación estable y por eso no quieres admitir que estas enamorada de mí. Después de aquella primera vez contigo, ya sabes que he estado con muchas mujeres pero siempre volvías a mi cabeza. Ya nadie me seduce Ana, ya no deseo a ninguna mujer como te deseo a ti —el rostro de Ana palidecía por momentos mientras Ramón seguía hablando—. Ana sé que estás enamorada de mí pero te da miedo admitirlo. Sino explícame por qué siempre acudes a mí. Acudiste a mí, en cuanto te enteraste de la infidelidad de Pedro. Yo fui la primera persona a quién se lo contaste —Ana cada vez estaba más enfadada y a cada afirmación de Ramón la tensión crecía en su cuerpo. Ramón continuaba sin piedad con su ataque—. Y acudiste a mí de nuevo cuando  Pedro estaba en el hospital e hicimos el amor mientras él todavía se debatía entre la vida y la muerte.

—¿Cómo te atreves a decirme algo así? No tienes derecho a tratarme así. Por qué me haces esto Ram… —Ana no pudo continuar hablando, sintió un fuerte pinchazo en su vientre a la vez que una bocanada subía con fuerza desde su estómago. Sólo le dio tiempo a ponerse de rodillas en el suelo a un lado de la cama. A la vez que vomitaba sintió una extraña humedad entre sus piernas que con un acto reflejo tapó con su mano.

Cuando Ramón acudió a su lado, Ana levantó la vista hacia él y con los ojos llenos de horror le mostró su mano ensangrentada…

 

 

Arancha Ruiz Cañero


XVI. Destino diagnosticado.

 

Siguiendo las indicaciones que recibieron de Pedro en el hospital, Sandra y Rafa se dirigen a casa de Ana. Durante el trayecto hasta su casa, intentan localizarla en varias ocasiones sin obtener resultado alguno. Hasta entonces no estaban preocupados, pero al ver que Ana no respondía a sus llamadas, comenzaron a ponerse nerviosos y a hacer suposiciones.

Al llegar al bloque de Ana y después de insistir con llamadas continuas al portero automático, Sandra siempre tan positiva, pensó en varias posibilidades del por qué Ana no contestaba.

—Si no contesta es porque no escucha el sonido del timbre. ¿Tal vez esté escuchando su MP3 a todo volumen? o ¿quizás esté en la ducha? ¡Ya lo tengo! ¡Está usando el secador de pelo!

Y Rafa dándole vueltas al asunto de cómo poder entrar y llamar directamente al timbre de la puerta del piso. Se acordó de los vecinos de Ana.

—Bueno, podemos avisar a Mario o a la Señora María. Recuerdo que son los vecinos con los que Ana tiene más contacto, pero no sé el piso exacto en el que viven. ¿Lo sabes tú Sandra?

—Pues no tengo ni idea. Mario vive una planta más arriba que Ana, ¿cierto? Pues probemos uno al azar que esté en esa planta. Si Ana vive en el “4ºA” probamos en el “5ºA“, 5ºB” y si no en el “5ºC”, ¿qué te parece?

—Buena idea, probemos.

Llamaron al “5ºA” y enseguida reconocieron la voz de Mario.

—¡Hola Mario! Soy Sandra la cuñada de Ana, ¿me recuerdas? Nos conocimos hace poco en el hospital.

—¡Si claro! La hermana de Pedro, ¡que grato escucharte de nuevo! ¿Ocurre algo? ¿En qué puedo ayudarte?

—Pues mira, resulta que desde ayer no localizamos a Ana y mi hermano está bastante preocupado, sobre todo porque le dijo que por la noche se pasaría por su habitación y ni lo hizo, ni sabemos nada de ella. Él me ha pedido que pase por casa para ver qué ocurre, pero ni siquiera contesta al telefonillo.

—¡Pues sí que es raro! Además, yo ayer no la vi en todo el día. Ni tampoco la oí llegar por la noche. ¡Pero sube, no que quedes abajo! Si realmente está en casa nos va a oír seguro, aunque tengamos que aporrear la puerta fuertemente.

—OK, gracias. Me acompaña Rafa, ¡subimos los dos!

 

Ramón se quedó pálido al ver a Ana con las manos ensangrentadas, mirándole a los ojos y suplicándole ayuda. «¡Dios mío! ¿Qué hago ahora? —pensó—. Esto se me está yendo de las manos».

Cargó a Ana en sus brazos y apresuradamente cogió el ascensor y bajó hasta el garaje. Con la ayuda de su rodilla y como pudo, desplazó hacia delante el asiento del conductor para poder acceder a la parte trasera y cuidadosamente  tumbó a Ana en los asientos traseros de su deportivo. Arrancó el coche y se dirigió a toda velocidad hacia el hospital.

Durante todo el trayecto Ramón no paró de hablar para intentar calmar a Ana. ¿O más bien para calmar sus culpas?

—Lo siento Ana, no pensaba que esto iba a suceder, debes de estar tranquila, llegamos en seguida al hospital, yo sólo quería hablar contigo y aclarar las cosas

Ana permanecía detrás tumbada, sin poder articular palabra ni dejar de agarrarse el vientre con las dos manos.

Ramón, gracias a su trabajo de varios años como celador en el hospital, conocía perfectamente a qué lugar de este debía llevar a Ana para que la atendieran lo antes posible. Así que sin dudarlo subió la rampa de urgencias, volvió a cargarla y pidió ayuda inmediatamente.

El hospital materno-infantil se encuentra en el edificio adosado al hospital principal, lugar donde ambos trabajan. Esto le permite a Ramón no ser visto por ningún conocido, pero aun así, para tomar precauciones, en cuanto estuvo seguro de que Ana estaba bien atendida, volvió a su deportivo y desapareció rápidamente. De vuelta a ninguna parte y con lágrimas en los ojos empezó a pensar en lo que había hecho, el por qué y en qué debía hacer para reparar el error. «Nada, no puedo hacer nada. ¿Cómo voy a quedarme allí esperando?». Y buscando otra alternativa decidió avisar a alguien: «¿A Pedro? —pensó—. ¡Ni de coña!» Y sopesando las posibilidades decidió llamar a Patricia, de la que siempre echaba mano para estos casos.

—¡Hola Ramón! Me pillas comenzando el turno de trabajo por lo que no puedo entretenerme ni hablar mucho, dime ¿qué ocurre?

—Patri, no puedo explicarte mucho ahora, pero Ana está en urgencias de maternidad. Ha tenido una pérdida, no sé si será grave, espero que no. Te llamo para que avises a su gente.

—¿Qué? ¡Oh Dios! Entonces por lo visto, la sospecha de Olga era cierta, ¡está embarazada! ¿Y cómo está? ¿Qué le han dicho? ¿La han ingresado? ¿En qué planta?....

—Patri, ¡tranquila! No sé mucho más, la he dejado en buenas manos pero por motivos que ahora no vienen al caso no he podido quedarme con ella. Es una larga historia que ya te contaré. Tú, ¡por favor!, da el aviso al resto. Gracias Patri, nos vemos, adiós —y colgó sin más explicaciones.

 

—¡Ana, estás ahí!... ¡Ana!... Yo creo que no está, esto es raro. Igual salió temprano… o igual no durmió aquí…. ¿Tiene algún otro sitio donde quedarse? —preguntó Mario.

—De los lugares donde ella puede quedarse, ninguna persona sabe nada —y sin darle tiempo de volver a repasar la lista de lugares donde Ana podría haber pasado la noche, el móvil de Sandra sonó—. ¡Es Patricia! No lo había pensado, seguro que Ana está con ella. ¡Hola Patricia! ¿Qué tal?

—Pues no muy bien, la verdad. Llamo para decirte que Ana está en el hospital…. Tranquila no es nada grave, probablemente una pequeña pérdida sin importancia, supongo que sabes que está embarazada, ¿no? Es que no sé a quién llamar primero ¿Pedro está al corriente? ¿Y tus padres? Bueno, que sepas que estoy aquí en el hospital, que no me han dejado verla pero que está en observación. En cuanto tenga nuevas noticias me pongo en contacto contigo. ¡Ven en cuanto puedas!

 

—Doctora, dígame la verdad. ¿He perdido al bebé? —preguntó Ana sollozando.

—Según la primera ecografía vaginal que te han realizado en urgencias, no, pero hay riesgo de aborto —le explicó la doctora—. De momento no debes ponerte más nerviosa y deberías estar varios días en reposo, pero como hemos comprobado que no tienes hecha ni siquiera la primera analítica del embarazo, vamos a aprovechar para hacerte varias pruebas, para lo cual vamos a subirte a planta. Primero debemos de saber la fecha de tu última regla.

—Bueno a ver… No suelo ser muy regular, pero estoy segura de que pasé con ella el puente de la Constitución. Así que un poco antes, no sé, entre el dos y el cinco de diciembre —afirmó Ana, pues este cálculo ya le había tocado hacerlo antes.

—De acuerdo. Pues con estos datos vamos a comenzar. De momento haremos otra ecografía para comprobar cómo se encuentra el feto y viendo las medidas de esté podremos calcular aproximadamente de cuánto tiempo estas embarazada. Mañana a primera hora tomaremos la primera muestra de sangre. Ahora descansa todo lo que puedas.

 

—¿Sandra? Han subido a Ana a planta. De momento parece que no ha perdido al bebé, aunque no está fuera de peligro. Habitación 618, en la sección de embarazos de alto riesgo. Está bastante tranquila. Mañana le comenzarán a hacer pruebas. ¿Dónde andas? —preguntó Patricia.

—Pues Rafa acaba de dejarme en la puerta del hospital y estoy entrando. Subo ahora mismo.

En un par de minutos su cuñada se encontraba en la citada habitación junto a ella.

—Ana, ¿cómo te encuentras? ¿Qué ha pasado? ¿Por qué te ha traído Ramón? ¿Qué hacías con él? Te hemos llamado muchas veces y no te hemos localizado en casa. Estábamos muy preocupados —soltó Sandra casi sin respirar.

—Tranquila Sandra, ahora parece que todo está bien —y comenzó a contarle lo ocurrido a su cuñada—. No quiero que esta conversación salga de aquí. Llama a tu hermano y dile que al final estaba en casa, que no me enteré de las llamadas porque estaba tan cansada que dormí profundamente y más de la cuenta y que el móvil lo tenía en silencio. También le dices que lo llamo luego, que ahora estoy en la ducha y que tú te vas a quedar un rato conmigo. Y ves pensando en alguna otra excusa para poder alargar la mentira y justificar que no iré a visitarlo. En cuanto suba Mario y Rafa los pones al corriente de que Pedro no debe enterarse de momento de que estoy en el hospital hasta que no tenga más información. Y a tus padres cero patatero, ¡que ni siquiera saben que estoy embarazada! —y a la vez que hablaba iba pensando si dejaba algún cabo suelto—. Y de lo de Ramón, lo dicho, ni una palabra.

Sandra inmediatamente llamó por teléfono e informó de todo a Pedro, tal y como Ana le había indicado. Parece ser que Pedro de momento se quedó convencido con su mentira y tras esto, bastante ocupado comunicándolo al resto de la familia, para que se quedaran más relajados y tranquilos.

—¡Cuídala mucho Sandra! No sé si sabes que está embarazada, supongo que te lo habrá contado —le indicó Pedro antes de colgar.

A la mañana siguiente comenzaron con todas las pruebas, trasladando de aquí para allá a Ana pero siempre con mucho cuidado. Y en un par de días subieron a planta para comunicarle los resultados.

—A ver Ana, hemos tenido que realizarte de nuevo una ecografía vaginal porque con la ecografía abdominal no veíamos el feto. Una vez conseguido ver el feto a través de esta ecografía, hemos comprobado que el bebé está bastante bien, aunque el latido de su corazón todavía no es regular. Hemos de informarte de que, si no hemos podido detectar el feto desde una ecografía normal es debido a que el embarazo no ha llegado a la octava semana, por lo que hemos deducido que no estas embarazada de tantas semanas como tú piensas. Estás embarazada de seis semanas aproximadamente, probablemente echaste mal las cuentas.

Ana notó un dolor en el vientre, pero en este momento no era la molestia del bebé, sino su estómago encogido por la noticia y se entrecruzó una mirada con Sandra que estaba tan sorprendida como ella.

—¡Pero eso no es todo! —continuó la doctora—. Debemos repetir los análisis de sangre. Nos ha extrañado mucho haber detectado cloroformo en tú sangre. Qué sepas que esto no ha afectado al bebé porque no ingeriste o inhalaste una dosis inadecuada, pero deberás de darnos alguna explicación. Aunque ahora no, más tarde cuando haya terminado tu periodo de reposo, ya que esto no es lo más importante que tenemos que decirte —Ana callada y sobrecogida no podía quitarle la mirada a la doctora, como si de esta forma pudiera descifrar con antelación lo que le iba a decir. Pero en este caso ni la mejor adivina podría haber hecho tal predicción. La doctora continuó informando—. Debido a la intrusión de tal sustancia, con toda seguridad deberemos de repetirte los análisis ya que el cloroformo en sangre puede alterar los resultados de estos, y en este caso he de decirte qué ojalá estos resultados sean erróneos, ya que nos diagnostican que eres portadora del virus VIH.

 

 

Yohana Borobia Carcas


XVII. Mientras, en la otra habitación…

 

Ana no daba crédito a lo que sus oídos estaban escuchando. «Portadora del VIH —se susurro así misma— ¿Pero cómo puede ser eso? ¿Por qué yo?» En ese preciso instante rompió a llorar. Sandra estaba tan impactada como ella, no podía creerlo. Todo lo que estaba pasando parecía una pesadilla. Si la pasada Nochevieja hubiese sido como todas las demás, las cosas hubiesen sido más fáciles… También lloraba.

—Ana, tranquila —le decía a la vez que la abrazaba—. Todo esto no tiene por qué acabar en lo que estas imaginando, la doctora ha dicho que los análisis pueden ser erróneos. Tenemos que tranquilizarnos. Ana por favor, deja de llorar, estás embarazada y por suerte el bebe no ha sufrido daños importantes.

Ana no paraba, Sandra no paraba. Aquella habitación era un mar de lágrimas…

Mientras, en la habitación de Pedro, se respiraba un ambiente totalmente diferente. A Pedro le acompañaba su madre. Una Irene calmada y relajada, leyendo una revista, disfrutando de “su niño” como siempre lo llamaba, sin abogados de por medio, sin problemas… Había mucha tranquilidad esa mañana, aunque pronto dejaría de haberla. Se abrió la puerta.

—Buenos días Pedro. ¿Cómo te encuentras hoy?

—Hola doctor. Bien, bueno, ya sabe usted —sonrió—. Cada día me encuentro mucho mejor. Tengo algunos dolores, pero los calmantes me tranquilizan muchísimo.  ¿Tiene noticias nuevas?

—Pues si Pedro. Hoy tengo noticias, y son muy buenas.

De repente Irene pego un bote de la silla y se plantó en medio del doctor y Pedro.

—¡Mama! ¡Que no me dejas ver al doctor! —Irene no paraba de moverse.

—Calla un poco Pedro. Lo siento doctor, siga  por favor.

—Tranquilícese Irene. Póngase aquí con él y así me verán los dos —dijo con una sonrisa.

La situación era muy divertida: los dos callados y con los ojos como platos. Irene le agarraba la mano a Pedro, le apretaba con mucha fuerza y Pedro con la boca entreabierta como si quisiese dar él las buenas noticias.

—Bueno Pedro, todos los controles y pruebas que te hemos estado haciendo han dado resultados muy positivos. Aunque no podemos concretar fechas todavía, dentro de poco empezarás la rehabilitación, y eso significa que pronto…

—¡¡¡¿De verdad?!!! ¡Qué buena noticia! —exaltó Pedro.

—Esta tarde o mañana vendrán unas enfermeras para explicarte la dinámica de la rehabilitación y situarte un poco con las fechas, ¿de acuerdo?

—Sí doctor, muchas gracias.

—Bueno, pues ya está todo. Pronto nos veremos, adiós —se despidió el doctor.

Las caras de Irene y Pedro no podían expresar más alegría, por fin se veía el final del túnel. Por fin después de muchos largos días podían ver la luz, por fin…

Irene cogió el móvil de inmediato para dar la noticia a su marido, casi no le funcionaban los dedos en el teclado del teléfono. Los nervios estaban a flor de piel esa mañana. Pedro estaba como en una nube, tranquilo, relajado, quería llamar a Ana para darle la buena noticia: «¡Que contenta se va a poner Ana!». Todo marchaba por fin.

—Ah, mamá, cuando hables con papá dile que no diga nada por favor. Quiero decírselo yo a Ana y a Sandra.

—Vale,  lo que tú quieras.

No habían pasado ni diez minutos y Pedro ya estaba pensando un plan para hoy. La noticia le había entrado al cuerpo como una ráfaga de adrenalina. Por muy perezoso y un poco desastre que pareciese, Pedro era un chico al que no le falta intención a la hora de maquinar cualquier tipo de plan. Un plan como el que quería organizar para esa misma noche. Quería hablar con Ana, verla, besarla, sentirla, abrazarla, quería que hoy fuese especial. «¡Por fin buenas noticias!» Se repetía una y otra vez sin parar. Pedro busco el móvil para llamarla. Un tono, dos tonos…

Mientras, en la otra habitación…

—Sandra, es tu hermano. Querrá saber de mí y hablar conmigo. ¿Qué hago? ¿Se lo cojo? No, mejor, ¡cógeselo tú!

—Pero Ana, son las once de la mañana. Se supone que estás en tu casa descansado. ¿Cómo lo voy a coger yo? Ana, tranquilízate coge aire y contesta.

El ambiente estaba mucho más calmado. Había pasado un buen rato desde que la noticia de la doctora las había dejado sin respiración, pero aun así, los nervios de Ana podían salir a la luz y Pedro podría sospechar que algo pasaba. No quería que notase nada, no todavía... Todo se complicaba por momentos para ella. Cogió aire hasta los pulmones y…

—Hola guapo. ¿Qué tal estas?

—¡Ana, que ganas tenia de escucharte! Se me ha hecho eterno no saber de ti en un día. ¿Cómo están mis dos ángeles? —a Ana se le ilumino la cara. Le encantó escuchar eso, y por fin sonrió. Sandra que la estaba mirando expectante, se tranquilizo al ver después de todas las emociones de estas últimas horas, una sonrisa en su cara—. Ana, ¿cuándo vendrás? Bueno, mejor te digo cuando vienes, ¿puedes venir sobre las ocho?

—Emmmm, a las ocho. Pues, no sé Pedro, es que… ¡Puff! Tengo mucho lío en casa, y también había quedado con tu hermana para que me ayudase. No sé si voy a poder…

—Ana, a las ocho pásate por aquí, tengo muchas ganas de verte. Se que estas un poco cansada, ¡pero te prometo que merecerá la pena! ¿Vendrás verdad? ¿Verdad? ¿Verdad? ¿Verdad? ¡¡Valeeee!! ¡Te quiero! —y colgó.

Pedro estaba tan contento que no le importaba la reacción. Él sabía que Ana estaba bien, eso le habían dicho, así que estaba convencido de que no habría excusas para esa noche. Ana se quedo pasmada al ver como su novio le había colgado sin casi mediar palabra.

—Sandra, tu hermano me ha dicho que vaya esta noche a la habitación, que me tiene que dar buenas noticias, y no me ha dejado decirle nada. Estaba raro, como nervioso. ¿Va todo bien?

Sandra todavía no sabía nada, así que decidió acercarse a la habitación de Pedro para averiguar que estaba pasando allí. Al llegar, se encontró con toda su familia: Pedro, Antonio e Irene. Nada más entrar le dieron la tan esperada noticia.

—¡Eso es geniaaaaal! ¡No me lo esperaba! ¡Qué contenta me acabas de dejar! —Sandra se puso a gritar de alegría. Las buenas noticias siempre son bien recibidas y más en esos días de nerviosismo, mentiras y discusiones entre amigos. Para ella la noticia fue como una bocanada de aire puro que te entra hasta el estomago y notas como cada centímetro de tu cuerpo se relaja y se olvida de todos los problemas que te rodean. Ahora entendía todo, Pedro le quería contar a Ana que todo iba fenomenal y que pronto empezaría la rehabilitación, pero… ¿porque no se lo dijo directamente por teléfono?  Mientras todos estos pensamientos le pasaban por la cabeza, su madre la interrumpió.

—Sandra, ahora que estas tu aquí, aprovechamos papá y yo para bajar a comer algo, ¿vale? ¿Tú quieres algo? Te veo mal color, ¿estás bien?

—Sí, sí, mamá. Tranquila, yo me quedo con Pedro.

—Vale, pues en un ratín subimos, te quedas con él. Adiós...

Antes de que Sandra volviese con sus pensamientos de por qué Pedro no le había dicho nada todavía a Ana, él la interrumpió…

—Sandra, hermanita me tienes que hacer un favor.

—Claro Pedro, dime cual.

—Esta noche le he dicho a Ana que venga aquí sobre las ocho. Quiero tener una mini cita romántica  con ella, ya tengo todo pensado. Le voy a decir a las cocineras que me preparen algo fácil para los dos. Pondré una vela, o dos, o tres… no sé, bueno, eso lo tengo que pensar todavía, alguna flor y como toque final… ¿Tú podrías ir a por unos vaqueros y una camisa para ponérmelos y estar guapo? Me canso de este pijama verde feo.

—Pero Pedro, como vas a hacer todo eso… ¿solo para darle la noticia? Igual Ana a esas horas está cansada y quiere cenar tranquilamente en su casa… ¿no crees que es mejor llamarla y contárselo?

—No, prefiero verla y decírselo para ver la cara que pone. Además tengo muchas ganas de verla y abrazarla.

Pedro ya se estaba imaginando toda la cita: a Ana feliz y los dos riendo…

—Pero Pedro…

—¡Sandra, no me seas rancia, qué es una sorpresa para Ana!

Sandra lo entendía. En realidad la idea le encantaba, pero las circunstancias no eran las idóneas. Sabía que Ana no iba a ir a esa cita, por lo que tenía que intentar hacerle cambiar de opinión a Pedro, pero… ¿cómo lo hacia? Estaba tan ilusionado que, precisamente hoy, no quería enfadarlo. Lo veía feliz, como hacía muchos días. El Pedro de siempre, bueno, en realidad un Pedro mucho mejor, con una sonrisa que le iluminaba toda la cara.  No quería darle malas noticias, así que no tuvo otra opción que seguir como si nada ocurriese.

—Bueno Pedro, algo te traeré. Pero no te hagas muchas ilusiones. Si te llama Ana para decirte que no puede porque está cansada, tendrás que cenar solo, y habrás movilizado a medio hospital para nada…

—Bueno, eso no pasará Sandra. Hazme caso que hoy va a ser un gran día, pero una última cosa antes de irte, necesito que me traigas unos vaqueros, y una camisa. La roja, la de cuadros, esa de manga larga —esa camisa era la preferida de Pedro. Era de las más viejas de su armario, pero era su camisa de la suerte. Siempre se la ponía para celebrar algo especial con Ana: aniversarios, San Valentines, etc. Fue un regalo de Ana por su veinticinco cumpleaños. Era especial, y qué mejor momento para volvérsela a poner que en una ocasión como la de esa noche: cena romántica a la luz de las velas con la mujer de su vida. Lo tenía claro, esa cena tenía que celebrarse, lo necesitaban los dos, un descanso al margen de todo lo que estaba sucediendo esos días con abogados, Ramón, el embarazo, los amigos, Olga…

—Está bien Pedro, te la traeré luego.

—Gracias Sandra. ¡Eres la mejor!

Los dos hermanos se pusieron a charlar de otros temas, dejando que el tiempo pasara, hablando de lo que harían nada mas salir del hospital: de viajes, de niños, de cunas y de que tenían que empezar a preparar cosas para el nuevo miembro de la familia. Así pasaron las horas hasta que regresaron sus padres y Sandra se marchó de nuevo a ver a Ana.

—Sandra, antes de que te vayas, no le digas ni una palabra, eh. Promételo.

—Vale Pedro, lo que quieras, luego te veo… 

 

 

Alba García Carcas


XVIII. Mientras, en la otra habitación… (II)

 

Ya era media tarde. Sandra se fue con otra cara, con alegría. Pero entre pasillo y pasillo de camino a la habitación de Ana, los pensamientos regresaban a su cabeza.

—Hola, ¿cómo estas?

—Bien Sandra, no me han dicho nada nuevo, pero estoy más tranquila. ¿Tú sabes algo de Pedro?

A Sandra no se le daba mal mentir, de hecho, llevaba mucho tiempo guardando secretos, pero había llegado todo a un límite tan extremo que estaba rodeada de mentiras, y ésta decidió contarla…

—Ana, le he prometido a Pedro que no te lo contaría, pero quería verte a las ocho para darte una sorpresa. Te ha preparado una cena romántica para decirte que todo va bien, le han dado buenas noticias y va a empezar la rehabilitación muy pronto.

—Pero Sandra, eso son muy buenas noticias, ¿por qué me lo dices con esa cara? Parece que te de pena.

—No es eso, yo estoy muy contenta, por fin alguna alegría… Pero mi hermano está tan ilusionado con que vas a ir, que no sé cómo le vamos a volver a engañar. Me ha pedido que le lleve hasta la camisa esa vieja que le regalaste, qué por cierto, no sé por qué no la tira ya.

A Ana le salió una sonrisa…

—Sandra, esa camisa le encanta, se la regale hace unos años y le tiene un cariño especial.

—Que sí Ana, yo se la voy a traer pero… ¡Tú no vas a poder ir!  ¿Qué vamos a hacer con esto? Mi hermano pronto empezará a notar que algo raro pasa y no podemos estar mintiéndole mucho tiempo más —Sandra se agobiaba por momentos.

—Lo sé Sandra. No sé, algo nos inventaremos en el último momento. No nos queda otra. Tú, mientras se hacen las ocho, vete a casa a por la camisa para que se quede tranquilo, no quiero que se preocupe.

Las horas de la tarde pasaban para todo el mundo excepto para Sandra. No podía parar de pensar en Ana y en Pedro, la camisa, la cena, las flores, velas: «¿velas? —repetía—. Es que mi hermano esta ilusionadísimo, ¡si no lo he visto tan romántico nunca». Al llegar a casa cogió la camisa y los pantalones y regreso al hospital.

 

—Pedro, ¿se puede?

—Sí, sí, pasa claro.

—Toma, ya te traigo las cosas. ¿Era esto verdad?

—Perfecto Sandra. ¡Madre mía que hermana más lista! ¿A quién te parecerás? —rieron los dos. La felicidad de Pedro era contagiosa.

—Pedro, ¿has vuelto a hablar con Ana a ver si puede venir seguro?

—Estas un poco pesada con que no va a venir. No he hablado con ella, he estado de un lado para otro hablando con enfermeras y cocineras para que me trajesen cositas para la habitación, ¿Y sabes qué? Las enfermeras que me ha dicho el doctor han pasado ya a verme. Me han explicado que empiezo en una semana, y me han sentado en una silla de ruedas. Me ha costado poder sentarme porque todavía sigo un poco dolorido, pero me he dado una vuelta por el pasillo y me ha sentado de maravilla. ¡Se me han ido todos los dolores! Me han enseñado como usarla y han dicho que cuando me apetezca cogerla, que les avise. Así poco a poco iré cogiendo un poco de fuerza en los brazos.

—¡Qué bien Pedro, me alegro! Bueno, yo te dejo todo aquí, te ayudo a vestirte si quieres, aunque sinceramente, creo que cambiándote solo la camisa estarías bien. ¿No hacen falta los pantalones, no?

—Bueno vale, ayúdame con la camisa y ya te dejo tranquila. Ahora van a subirme la cena, que van a dar las ocho, y una enfermera me ha conseguido flores y velas. Diles a los papás que están fuera, que se bajen tranquilos a cenar. O mejor, que se vayan cuando quieran que estoy bien.

—Vale, ahora se lo digo. Yo también bajaré a picar algo y si puedo me los llevo para casa ya.

Sandra aprovechó el momento para regresar con Ana. Las dos pensaban sin parar la escusa perfecta, era difícil, no sabían que inventarse para que nada levantase sospechas... Los minutos pasaban y pronto llegarían las ocho.

 

A la habitación de Pedro ya llegaba la enfermera con la cena.

—Pedro, buenas noches, te traigo la cena. Lo que me pediste, algo sencillo, espero que os guste.

—Gracias Matilde, seguro que esta todo riquísimo. Por cierto, ¿sabes donde esta Azucena? Es que me ha dicho que me traería unas flores y unas velas pero no ha venido.

—Pues no tengo ni idea Pedro, hace rato que no la veo.

—¿Me puedes hacer un favor entonces? ¿Me puedes acercar una silla de ruedas? Me daré una vuelta por los pasillos a ver si la veo mientras se hacen las ocho, quedan unos minutos todavía, y sé que el toque de las flores y las velas le encantarán a Ana.

La enfermera lo incorporó y con mucha ayuda y cuidado lo sentó en la silla.

—Si quieres te ayudo, voy contigo y así no tienes que hacer esfuerzos.

—Gracias Matilde, vamos entonces.

Los dos salieron de la habitación, Pedro ya preparado con su camisa  roja de cuadros y los pantalones de pijama verdes, y detrás Matilde con su característica sonrisa. Buscaron por toda la planta pero sin suerte alguna, Azucena no aparecía.  Pedro se estaba empezando a poner nervioso porque su plan no marchaba como quería. Continuaron unos minutos más, preguntaron a todo el personal del hospital, pero nadie sabía nada.

—Matilde, las velas pueden esperar, pero las flores las necesito sí o sí. Vamos a la tienda de la entrada, seguro que hay flores o bombones para darle a Ana. Vamos rápido por favor, que van a dar las ocho y cuando llegue no voy a estar en la habitación.

Acelerados por los pasillos en busca de flores, por fin llegaron a la entrada del hospital, giraron la última esquina y de repente… Pedro frenó en seco la silla con sus manos. Se quedo impactado, mirando boquiabierto. El corazón se le aceleraba por momentos, no lo podía creer. «¿Por qué estaba allí? ¿Y porque llevaba flores en la mano? ¿Ramón? ¿Por quién está preguntando en recepción? Deja las flores allí ¿Por qué? ¿Y ahora se va? ¿Para quién son esas flores?» Pensaba sin parar a una velocidad de vértigo. Pedro iba analizando todos los movimientos. En ese mismo momento todo el vello se le puso de punta. Sin dejar pasar un segundo más…

—Matilde, por favor, ves a recepción y pregunta para quién son las flores —Matilde vio la cara de Pedro, desencajada, le notaba como se le aceleraba el corazón, la respiración, oía el aliento entrar y salir por su boca. Se asusto un poco, así que no se lo pensó y se acerco a preguntar.

—Buenas tardes María, necesito que me hagas un pequeño favor. ¿Podrías decirme quién era el chico que ha dejado las flores aquí y para quién son?

—Matilde, sabes que no debería…

—María, te lo pido como compañera tuya desde hace mas de doce años.

—Bueno, está bien. Aunque tampoco te puedo decir mucho realmente. Solo me ha dicho que las suban a la habitación 618.

—Gracias María, si quieres las puedo subir yo…

—Bueno, está bien, así no voy a la salida de mi turno. Uno por otro.

Matilde cogió el ramo de flores y regresó.

—Pedro, no pone nada y tampoco me ha dicho quien era el chico. Sólo que son para la habitación 618. Es el hospital materno, me he ofrecido para llevarlas, así que compras lo que quieras, te dejo en tu habitación y me voy a entregarlas.

Pedro no podía tener peor color, el pecho le subía y bajaba, la respiración se le seguía acelerando todavía más, su estomago era una montaña rusa, su cabeza un remolino de pensamientos que se le cruzaban y todos apuntaban a lo mismo. Casi tartamudeando y sin fuerza, contestó:

—No Matilde, te acompaño hasta esa habitación y así paseo, necesito un paseo.

Matilde lo veía nervioso pero no pensó mas allá que lo único que le pasaba es que estaba ansioso por su cita.

Los dos comenzaron el camino y cruzaron hasta el hospital materno. Pedro solo tenía la mirada fija en el frente, casi no pestañeaba, la respiración se le iba acelerando todavía más, el latir del corazón se podía escuchar en los pasillos. Los pensamientos le llevaban a lo mismo… maternidad, Ana, flores, Ramón…. Iban llegando… habitación 615,  habitación 616,  habitación 617,  habitación 618...

—Es aquí Pedro, espérame un segundo.

Pedro no contestó, seguía inmóvil detrás de la puerta. Matilde llamó y entró. Pedro seguía en el pasillo. Esperó unos segundos, cogió aire y puso las manos sobre las varillas de metal. Avanzó unos centímetros, dejó resbalar la mano sobre el pomo y abrió la puerta…

 

 

Alba García Carcas


XIX. Flores para un adiós.

 

—Ana… ¿Ana? —tartamudeó con los ojos muy abiertos.

—¡Pedro! ¿Qué haces aquí? —gritó Ana desde su cama.

—La pregunta es… ¿Qué haces tú aquí? ¿Y por qué te manda flores Ramón? ¿Qué está pasando? ¡No me engañes más, por favor!

Matilde, viendo que sobraba en la habitación, le dijo a Pedro que le esperaba fuera y que en dos minutos entraba a por él.

Pedro hizo girar las ruedas de la silla y avanzó hasta la cama. Estaba decepcionado, y a la vez triste por ver a Ana allí.

—¡Qué guapo estás, Pedro! —le dijo cogiéndole de la mano—. No te asustes. Estamos bien —dijo Ana poniendo la mano de su novio sobre su tripa—. Y respondiendo a tu pregunta, no sé de quién son las flores, no vienen con tarjeta.

—Son de Ramón, he visto cómo las dejaba en recepción y decía que las subieran a la 618 —a Pedro se le arrasaron los ojos—. No me mientas. Dime la verdad, por favor… ¿Ese bebé es nuestro?

—¡Pues claro, tonto! Claro que es nuestro. Pero hay muchas situaciones que no te he contado, para no preocuparte. Es hora de decírtelas para que entiendas todo, y no vuelvas a dudar.

Pedro, con la mano todavía en la tripa de Ana, la miró a los ojos y se acomodó en su silla dispuesto a escuchar.

Un corto toque en la puerta de la habitación avisó que Matilde entraba dispuesto a devolverlo a la fría realidad del hospital.

—Pedro, corazón. Estoy en pleno pase de cenas, nos tenemos que marchar. No tengo más tiempo —dijo Matilde con cara de pena.

—Volveré yo solo. No te preocupes. Avisa que he venido a ver a Ana, y que vuelvo enseguida. Necesito hablar con mi novia unos minutos. Será un momento. Prometido.

Matilde, no muy convencida de que fuese a volver a su habitación, le dijo que en un rato volvería a por él. Los dejó solos.

—Ana, cuéntamelo todo, por favor —suplicó Pedro.

—No te hemos dicho nada antes para no preocuparte, pero estamos bien, y sólo nos quedan los resultados de los análisis. De verdad, cariño, no te preocupes por esto más.

—¿Entonces, de que tengo que preocuparme? ¿Qué es eso que no me has contado y querías decirme? —volvió a suplicarle a su novia.

—A ver, no sé cómo empezar… —Ana empezó a acomodarse en la cama, y mientras intentaba ganar tiempo para darle las explicaciones a Pedro, sonó su móvil.

“Ana, te quiero demasiado para seguir haciéndote daño. Me voy. Si sigo teniéndote cerca no voy a poder controlarme. Prometo irme lejos. Aunque si algún día me perdonas, y entiendes por qué hice todo esto, te seguiré esperando. Perdóname. Adiós”

Era Ramón. ¿Se despedía de ella con un mensaje y unas flores? «Quizás sabía que había llegado demasiado lejos, y que iba a denunciarle —pensó Ana—. ¿Le cuento la verdad a Pedro? O ya no es tan necesario. ¿Y si es otra mentira? No. Todo esto ha terminado. Se ha ido… seguro». Tomó aire, miró a Pedro, y se dio cuenta que no era necesario más dolor.

—Pedro, ya sabes que Ramón y yo…

—Sí Ana. Lo sé. Tu misma me lo contaste.

—Pues eso. Yo pensé que había sido esa noche, y que ninguno de los dos sentíamos nada. Había sido un polvo, y punto —se sinceró Ana.

—¿Y es que hay sentimientos? —reprochó Pedro.

—Por mi parte ninguno. Pero Ramón lleva una temporada muy pesado. Pero no te preocupes. Ya no hay de que temer. Ramón se ha ido. No lo vamos a ver más. Esto es un punto y final en esta historia. Y tú y yo comenzaremos nuestra propia historia de verdad —volvió a coger la mano de Pedro y la apretó mientras a Ana le caía una lágrima.

—¿Qué se ha ido? ¡Lo acabo de ver! Estaba abajo hace cinco minutos —dijo Pedro sin terminar de creerse lo que le había contado.

—No sé dónde, ni cuándo. Pero se ha ido. Créeme. A partir de ahora, sólo estamos tú y yo.

Pedro sí que creyó esas palabras. Las sintió en lo más hondo de su corazón. Bajo los pies al suelo, apoyó sus manos en la silla y una fuerza incontrolable le ayudo a tomar impulso y levantase. Cayó en la cama de Ana, pero no le importó lo más mínimo. Se abrazaron y sonrieron poniendo fin a sus dudas.

—Te quiero, mi vida —dijo Pedro—. Te quiero a no poder más —y mirándose a menos de un palmo, se besaron, olvidando todo lo demás.

Pasaron los minutos y seguían abrazados, tumbados el uno al lado del otro. Mirándose, y haciendo planes. Discutían incluso por el nombre del bebe, si era niña tenía que llamarse Pilar, decía Pedro.

Volvió a abrirse la puerta después de otro ligero toque. Había vuelto Matilde.

—¡Pedro! ¿Qué haces ahí? Pero, ¿cómo lo has conseguido? —le decía a Pedro una alucinada Matilde—. “¡Aiba de ahí!”, que al final me la lías. He conseguido que no se diera cuenta nadie de tu planta, y ahora te encuentro aquí de estas maneras.

Los tres reían como tres chiquillos haciendo una travesura. Mati, que así la llamaban, ayudó a Pedro a volver a la silla, para apresuradamente regresar a su habitación. Mientras daba la vuelta a la silla para salir, le dijo a Pedro:

—Además te quedas sin cenar, que he tenido que recoger tu bandeja antes de volver.

Empujando a Pedro para salir de allí medio forcejeando como un carcelero arrastrando a un presidiario a su celda, justo cuando pasaban por el marco de la puerta Pedro se agarró a él, haciendo frenar la silla, y antes de que Matilde se estampara contra ella le pidió un último favor.

—Anda Matiiii, ¡haznos una foto! ¡Por favor! ¡Qué me he puesto la camisa de la suerte!

—¡Pero una bien rápida! Qué al final, me la liáis… —le contestó la pobre Matilde, hartica ya de tantos favores.

Todos se reían, pero se hicieron esa foto. La primera foto de familia.

—Envíamela ahora mismo, Ana. En cuanto llegue a la habitación pienso colgarla en el facebook, para que todos nos vean y dar por fin la gran noticia.

Se despidieron con otro beso volador, y empezó la gran carrera por los pasillos de camino a los ascensores.

Cuando Pedro definitivamente se había acomodado en su cama, cogió su móvil y lo conectó a la corriente. Esta noche pensaba estar hablando con su novia largo y tendido. Tenía un símbolo de whatsapp en la parte superior derecha, muestra de haber recibido un mensaje. Seguro que ya le había mandado la foto.

Cuando abrió los mensajes tenía un montón de conversaciones por leer. Una de ellas, de Ramón. Se quedó un rato parado. Sin saber muy bien si abrirla o no. Pero la abrió.

“Cuídala muy bien. Es una mujer estupenda. El tipo de mujer que yo jamás podré tener a mi lado. Me voy, Pedro. Ya me he despedido de todos. Y no podía dejar de decírtelo a ti. A pesar de todo, siempre hemos sido amigos. Un abrazo”

Con los ojos como platos, Pedro confirmó que era cierto lo que Ana le había contado. Así que sin más vueltas de rosca Pedro le contestó:

“Adiós”

Salió de la conversación, y comenzó a leer las siguientes. Ahí estaba la de Ana, con la foto. Hablaron hasta casi las dos de la madrugada, como dos adolescentes. Hasta que Ana dejo de contestar ya que se había quedado dormida.

 

A la mañana siguiente, bien temprano, pasaron por la habitación 618 con los resultados de los análisis. Fue la doctora, acompañada por un enfermero, y una chica de prácticas.

—Buenos días Ana, ¿qué tal la noche? Ya sabemos que fue un poco movidita, media plantilla nos ha contado que estuviste bien acompañada —bromearon entre todos.

—Bien, bien. Mejor de lo que esperaba. Aunque nerviosa por los resultados de hoy —le contesto Ana.

—Pues, no te preocupes. Porque excepto porque sigue saliendo algún índice de cloroformo, que por cierto aún no nos has explicado, todo lo demás está perfecto. Cómo pensábamos, el bebe y tú, estáis estupendos.

Ana rompió a llorar. Todas esas emociones que estaban viviendo últimamente se estaban encauzando, y poco a poco, todo volvía a la normalidad. Emocionada todavía, cogió su móvil para decírselo a Pedro. Pero la doctora se acercó, y con cara mucho más seria, le dijo.

—Ana, esta todo correcto, pero de verdad, tienes que contarnos por qué sale en el análisis lo del cloroformo. No podemos pasarlo por alto. Venga, confía en nosotros. Cuéntanos.

Ana soltó el móvil. No podía pensar. Comenzó a titubear, y dijo…

 

 

Merche Comín Diarte


XX. London Calling.

 

—Yo… la verdad es que aún no puedo creer lo que ha pasado. Lo mejor será que todo se quede tal y como está, nadie tiene por qué enterarse —susurró Ana entre sollozos y en un tono tan bajito que apenas se le escuchaba. Tras su reconciliación con Pedro lo que menos le apetecía era volver a liar la madeja y preocupar a su gente.

Teresa, la jefa de tocología, miraba a su colega con ternura y cierta incredulidad. Ambas se conocían desde los tiempos de la Facultad, cursaron juntas las materias troncales de Medicina y luego cada una eligió una especialidad. Entre ellas existía una conexión especial, Tere había estado junto a Ana en los duros momentos vividos tras el traumático divorcio de sus padres. El azar la eligió a ella para conocer el verdadero gran secreto de la familia de Ana.

—Todo ha sido una estupidez y además las pruebas médicas han salido perfectas, así que no le demos más importancia… —Ana tenía la necesidad de desahogarse y contar lo vivido en las últimas horas, pero de forma inexplicable era mayor la necesidad de proteger a Ramón. Su colega era muy insistente y no se conformaría con una callada por respuesta, como amiga y como profesional indagaría hasta llegar a la verdad.

Teresa dirigió una mirada cómplice al enfermero y a la alumna de prácticas, los dos salieron de la habitación y dejaron solas a las doctoras. Sabía que Ana no se sinceraría con espectadores.

—Anita cariño, tienes que contar lo que ha pasado... Espero que no hayas hecho ninguna tontería —Teresa se había sentado en la cama junto a Ana y su voz sonaba realmente seria y preocupada. Recogió su ondulado pelo color ceniza en una coleta, a la vez que sus enormes y luminosos ojos verdes observaban a Ana.

—Teresa tienes que prometerme que nadie va a enterarse de lo que te voy a contar… —Ana iba a volver a mentir por Ramón, acabada de decidirlo—. Mira, estaba muy cansada y aturdida. Estas últimas semanas han sido muy duras, tenía que hacer algo para poder relajarme y dormir. Fui al antiguo almacén que se encuentra en el edificio de Consultas Externas y cogí prestada una pequeña botella de cristal opaco con cloroformo. Este tipo de anestésico ya no se utiliza en el hospital, pensé que nadie lo echaría de menos y que inhalar un poquito no me haría ningún daño —explicó Ana con seguridad y poniendo carita de niña buena arrepentida.

—¡Ana estás loca! Tú sabes mejor que nadie las consecuencias tóxicas que esas sustancias tienen en el organismo. No puedo creer lo que me estás contando. Podría haber afectado a tu corazón y desencadenar una parada cardiorespiratoria. ¡Dios mío! Sabes de sobra que en el hospital hay cámaras de seguridad… —Teresa estaba enfurecida con su amiga  y agitaba sus manos y brazos a la vez que negaba con la cabeza.

Patricia irrumpió en la habitación de forma brusca y nerviosa, estaba terminando de abrocharse los botones del uniforme de trabajo y de uno de sus bolsillos sobresalía un pequeño sobre. Al ver a Teresa en la habitación junto a su amiga se quedo inmóvil y su gesto se tornó preocupado.

—Lo siento doctora, pensaba que no había nadie en la habitación. Me imagino que todo irá bien, ¿verdad? —tras estas palabras, Patricia se dirigió a Ana.

—Cielo, venía a decirte lo guapos que estáis Pedro y tú en la foto —comentó mientras guiñaba un ojo—. Voy con un poco de prisa, empieza mi turno y Matilde me mata si no llego a tiempo para hacer el relevo. Ya sabes que si necesitas cualquier cosica estaré por aquí tooooooda la mañana.

Patricia se despedía de las dos mientras andaba hacia atrás y buscaba con su mano izquierda de forma torpe el pomo de la puerta. A la vez que atravesaba el umbral de la puerta saco de su bolsillo el móvil para mirar la hora y al hacerlo un sobre se escapó hasta caer al suelo.

La puerta se cerró de un portazo y la corriente de aire deslizó el sobre hasta debajo de la cama de Ana, metiéndose en una de las zapatillas de pequeñas y sonrientes Hello Kitty que Sandra había regalado a su cuñada en la cena de Nochebuena.

La noche anterior tras entregar las flores en recepción, Ramón se había encontrado con Patricia de forma fortuita. Se acercó a ella y la saludó con un sentido y largo abrazo, la miró fijamente y no hizo falta palabras para que ella supiera que era una despedida. De forma muy sutil deslizó un pequeño sobre en el bolsillo de su camisola y le susurro al oído:

—Guapa, tienes que entregar este sobre por mí, es muy importante. Gracias por todo, eres un sol.

En la habitación 618, a Teresa le costaba creer la historia que Ana le había contado. Ana era enfermizamente responsable en su trabajo, incapaz de saltarse las normas y mucho menos de poner en peligro la salud de cualquier persona y en este caso era la de su bebe.

El busca de Teresa realizó tres breves pitidos, señal de que reclamaban su presencia. Se levantó y cogió su carpeta llena de informes y anotaciones realizadas en las consultas a sus pacientes.

—Doctora Medrano estoy muy disgustada y decepcionada, en quince minutos tengo una reunión con el equipo de dirección del centro. Desde ya te informo de que no voy a dejar pasar toda esta historia, ya sabes que sustraer medicamentos para uso externo tiene sanción y mucho más si estos están prohibidos para el uso terapéutico —reprochó a Ana mientras salía de la habitación sin esperar respuesta.

Ana estaba metida en un buen lío, su reputación profesional y su ética personal estaban en tela de juicio. Se incorporó de la cama para levantarse, necesitaba abrir la ventana y respirar aire fresco para aclarar sus ideas. Al ir a ponerse las zapatillas en una de ellas noto que algo dificultaba esa tarea, se agachó lentamente y descubrió un pequeño sobre cuya destinataria era Olga.

Un fuerte sofoco subió por su rostro poniendo sus mejillas del color de un pimiento y la preocupación de sus ojos se torno ira… Los celos se apoderaron de ella y en su cabeza se preguntó si Pedro no estaría jugando a dos bandas. Volver a imaginar a Pedro y Olga juntos le revolvía el estómago. No estaba dispuesta a ser segundo plato de nadie y para ella ese sobre solo podía haberlo perdido Pedro y era prueba suficiente de que entre ellos seguía habiendo algo.

Sin pensarlo dos veces rompió el sobre en mil pedazos y los lanzo por la ventana. Seguidamente cogió el móvil y envío un whatsapp a Pedro.

“No doy terceras oportunidades. Olvídate de nosotros.”

Ana lloró en silencio a la vez que una inmensa amargura se apoderaba de ella. Y si no volvía a ver a Ramón, y si su viaje no tenía retorno… ¿Por qué no podía dejar de pensar en él?

 

Ramón estaba atormentado e inmensamente arrepentido, esta vez había sobrepasado los límites, Ana nunca le perdonaría haber puesto en riesgo su vida y la del bebé. Él sabía lo que significaba perder a alguien importante y lo especial que es el vínculo entre una madre y sus hijos. La madre de Ramón falleció tras una larga y cruel enfermedad cuando él solo tenía seis años. Desde ese terrible viernes todas las noches Ramón espera su dulce beso en la frente y su: “Buenas noches ratoncito”.

Esa noche, mientras Pedro y Ana pasaban la noche juntos, Ramón estuvo a punto de cometer la peor de las locuras. Bebió sentado en una de las mesas del Rock & Blues mientras en su bolsillo esperaba la cantidad suficiente de anestésico como para matar a un elefante. Rafa se unió a su noche tóxica y tomaron una cerveza tras otra durante toda la noche. Se sinceró con Rafa y le contó el motivo de sus repentinas y temporales desapariciones. Entre confidencias y cervezas decidió que iba a pasar al “Plan B”.

Ramón salió a toda prisa y cogió un taxi en la puerta del hospital, en la radio sonaba London Calling de The Clash, una canción muy apropiada pensó, mientras su corazón sonreía por dentro. Tenía sentimientos encontrados, se alejaba de la que pensaba que era la mujer de su vida y a la que definitivamente había perdido, pero iba a emprender un camino que tenía pendiente desde hacía tiempo.

—Jefe, a la Terminal 1 del Aeropuerto, a la puerta de Salidas Internacionales —dijo Ramón con seguridad.

—¿No trae maleta? —preguntó el taxista.

—No… donde voy tengo todo lo necesario —murmuró con un brillo especial en su mirada.

La fría y húmeda ventanilla aplastaba su frente mientras los edificios se sucedían como un carrete de película. Superficial, mujeriego, sin principios, imágenes personales que oscurecían su verdadera identidad y de las cuales necesitaba desprenderse. Su inseguridad, sus miedos y esa continúa huída de la soledad le hacía buscar la compañía y la seguridad que le proporcionaban las mujeres. Mujeres que casi nunca le parecían lo bastante buenas, solo quería una mujer dulce y divertida como lo era su madre. Nunca había tenido suerte, y ahora que creía haber encontrado el amor y a la mujer perfecta en Ana todo saltaba por los aires.

Varias gotas comenzaron a golpear la cabeza de Ramón a la vez que sacaba de su monedero el dinero para pagar la carrera. Miró al cielo y observó cómo se entrelazaban una maraña de nubes del color del carbón. Una tormenta eléctrica amenazaba sobre el aeropuerto mientras cientos de viajeros con maletas cargadas de sueños, desengaños, encuentros y desencuentros se movían con torpeza y rapidez.

Ramón, el hombre de mundo, odiaba volar. Le ponía nervioso montarse es esos enormes pájaros con alas metálicas. Una y otra vez se preguntaba e intentaba dar explicación a cómo podían mantenerse en el aire… inexplicables enigmas de la vida cotidiana: volar, escuchar la radio y las ondas sonoras, mandar un fax y la personita que desde dentro trascribe el mensaje…

Buscó en su pequeña mochila el billete impreso en un folio con el logo del hospital en el reverso y doblado en cuatro partes no simétricas. Su decisión no había sido muy meditada, le había pillado por sorpresa. Se había descubierto a él mismo dando a la tecla de confirmación de compra del billete con salida a las 11:40 horas. Se acercó a la pantalla de información de salidas y  comprobó el número de vuelo, la hora de salida y su destino… Londres.

Una vez en el avión destripó su móvil y sacó la tarjeta, acto seguido entró al baño y la arrojó a la papelera. Daba un importante paso y rompía con todo lo anterior, se alejaba de su vida creada sobre mentiras y relaciones superficiales que no le llenaban. Sus ojos se llenaron de lágrimas y de su cartera sacó una foto. La foto tenía impresa una fecha medio borrada por el paso del tiempo y la imagen mostraba Portobello Road, una colorida calle de Nothing Hill y las escaleras de una casa rosa chicle con una puerta azul añil delante de la cual un joven y feliz Ramón sujetaba en sus brazos a un avispado y rubio bebe, su…

 

 

Beatriz Navarro Gálvez


XXI. ¿Mary?... Soy Ramón.

 

...bebé. Apenas podía dibujar su carita en la memoria. Pero recordaba con todo detalle las uñas de sus pequeños dedos de los pies o los pliegues de sus muñecas. ¿Cómo estaría ahora? ¿Sería capaz de reconocerlo? No, imposible. Habían pasado casi siete años. Siete años sin saber nada de él ni de su madre. ¿Debería intentarlo?

Estas y otras cuestiones bullían en su interior aceleradamente. Su cabeza estaba a punto de estallar. Otra vez. Otra vez la historia se le había ido de las manos. Otra vez sus brotes violentos, sus acciones sin pensar en las consecuencias, habían hecho que tomara una decisión de forma improvisada. ¿Hacía bien en volver a Londres? ¿Encontraría allí la paz que ansiaba y se negaba a sí mismo?

No, quizás se volviera a equivocar. Pero ya no podía dar marcha atrás. La situación con Ana lo había llevado a un callejón sin salida. No podía continuar allí. No podía seguir haciéndole daño, no debía hacérselo a sí mismo. ¿Por qué Londres? Cuando desplegó ante sí la pantalla de vuelos en el ordenador no tuvo dudas. Pinchó sobre Londres para ver cuándo salía el vuelo más próximo. ¿Qué iba a hacer allí? No tenía ni idea, ni siquiera había tenido tiempo para cambiar algunos euros por la moneda nacional. Con la tarjeta podría tirar, pero la falta de libras era una prueba más de lo precipitado de su decisión.

Hacía casi siete años que no pisaba la cosmopolita capital del Reino Unido. ¿Habría cambiado mucho? Seguro que sí, el mundo entero lo había hecho. Y Mary, ¿habría cambiado de casa, de trabajo, de país...? No tenía ni idea. Había sido un cobarde. ¿Un cobarde? No, quizás la suya había sido una decisión valiente.

Tras cinco años de relación con Mary, Ramón no tenía control sobre sí mismo. ¿Por qué necesitaba hacerle daño para sentirse bien? ¿Por qué al llegar a casa sentía ese profundo instinto que le invitaba a golpearla? Al principio, solo fueron golpes verbales. Insultos, descalificaciones... Pero poco a poco su agresividad le llevó a levantarle la mano. Solo llegó a eso. Pero el siguiente paso era golpearla. Y sabía que si lo hacía no tendría vuelta atrás. Su ira lo enloquecía, perdía la consciencia del bien y el mal y se entregaba al desenfreno de la cólera. Estaba descontrolado, tenía que controlarse o aquello no acabaría bien.

Mary no se lo merecía. Era tierna, dulce, simpática. Un poco simple, sí. Pero no se merecía un comportamiento tan vil. Ramón era consciente de ello. Había consultado a varios médicos. Se había sincerado con un par de ellos. Ambos coincidieron. "Arrastra usted un trauma juvenil sin solucionar. Tiene que hacerle frente, mientras no lo haga, su violencia volverá. No es dueño de la situación, se le apodera".

Pero Mary no tenía la culpa. Ramón se lo repetía cada mañana. Cada noche, después de los gritos, los insultos y las lágrimas. Por eso, cuando nació Jack lo tuvo claro. No podía arrastrarlos a los dos. No sabía cuanto tiempo más podría aguantar sin tener que zurrarle.

Es cierto que durante el embarazo de Mary la cosa había mejorado. Desde que Ramón supo que iba a ser padre, algo cambió en su interior. Estaba feliz. Por primera vez desde hacía mucho tiempo era completamente feliz. Sin embargo, llegaron las náuseas, las malas ganas, los olores insoportables... Mary estaba cambiando, ya no vivía para Ramón; ya no buscaba sus caricias, apenas le permitía tocarla. Él intentaba entenderla, pero a veces no la soportaba. «Como siga así, le doy una buena tunda para que sepa quién manda aquí», pensó más de alguna vez. Pero no. No quería ponerle una mano encima. No, no podía pegar a la madre de su futuro bebé. Por eso, comenzó a faltar por las noches. Prefería vagar por ahí, de pub en pub hasta que echaban el cierre y se adentró en el Londres que no se exhibe a los turistas.

Hasta que una mañana, un 27 de enero de hace siete años, una llamada dio un vuelco a la situación: Mary estaba de parto. Lo necesita con ella. Jack llegó a este mundo de madrugada, Mary olvidó enseguida los dolores, el quirófano, al cirujano... Su hijo había nacido sano y salvo. Ahora ella debía velar porque todo siguiese así. Debía protegerlo de su padre. Ella lo conocía bien. Sabía de sus brotes de ira, de sus arranques. Sabía que llegaría el momento, más tarde o más temprano, en que Ramón volvería a saltar la frontera de lo aceptable. No estaba dispuesta a recibir ni un solo golpe. Y mucho menos no permitiría que su hijo fuera parte de aquella tortura.

Pero no le hizo falta tomar ninguna decisión. Ramón, a los dos días de llegar a casa con el niño, desapareció. Mary pensó que habría ido a celebrarlo, sabe Dios dónde y con quién. No pensó en que los había abandonado la primera noche de ausencia. Ni la segunda. Ni siquiera la tercera. Pero Ramón no aparecía. No se despidió de ellos. No les dio un último abrazo... Tan solo supo que había regresado a España cuando recibió una fría carta. "Lo siento. No sé si puedo, no sé si quiero, no sé si debo ejercer de padre". Escueto, breve, conciso. Mary lloró durante días. ¿Había aguantado tanto para enfrentarse ahora sola a la vida con un bebé a su cargo? No le quedaba más remedio. Con el tiempo, no demasiado, reconoció que, seguramente, era lo único que podían hacer: separarse para dejar de hacerse daño. No intentó localizarlo. No volvió a saber de él.

Tardó más de cinco años en reorganizar su vida. En encontrar a alguien capaz de quererla, de darle lo que ella necesitaba. Para Jack no fue difícil acostumbrarse a James. Lo había visto venir a casa a menudo. Desde su mundo infantil no se sorprendió cuando James empezó a sentarse en la mesa a la hora del desayuno. Era un niño de sueño profundo. Su madre lo había acostumbrado a dormir al menos diez horas. Rara vez Jack se despertaba entre medio. No sabía que James no acaba de llegar, sino que hacía tiempo que dormía en casa. Pero le gustaba encontrarlo por las mañanas, siempre dispuesto a hacerles cosquillas y siempre haciendo reír a mamá.

Ramón desconocía todo de ellos. Desde que volvió a España no había vuelto a contactar con Mary ni su hijo. En su fuero interno, sabía que era lo mejor. Lo contrario era ponerlos en peligro.

Recuperó su cuadrilla de amigos. No le fue difícil. El Rock & Blues siempre había sido su guarida. Desde el instituto. Es cierto que faltaba desde hacía años y que en aquel tiempo había cortado cualquier contacto con ellos, pero los conocía bien.

Tardó unos meses en decidirse. Seguro que Ana, Olga, Pedro, Rafa... todos seguían yendo por el Rock & Blues. Serían tan fácil dejarse caer por allí. O tan difícil. Volver llevaba implícito dar explicaciones: ¿qué había hecho?, ¿dónde había estado?, ¿por qué había regresado? No estaba preparado para responder las preguntas que creía obligadas. Y no estaba preparado para volver a ver a Ana.

Durante su estancia en Londres llegó a olvidarse de ella. O, al menos, llegó a convencerse de que no le hacía falta recordarla. Pero no era cierto. Su recuerdo latente lo perseguía.

Cuando aquella noche abrió la puerta del Rock & Blues no tenía clara más que una cosa: deseaba con todas sus fuerzas que Ana estuviera allí. Si así era se había prometido contarle que la amaba como a nadie en el mundo desde la primera vez que la vio. Que había hecho cosas infames por su culpa: ella era la causante de su amargura, de su ansiedad. Su ausencia era la causa de aquella ira que lo invadía a menudo. Sí. Si Ana estaba allí, se sinceraría con ella.

Y allí estaba. Radiante, con una media melena y unos vaqueros ajustados. Y... un tío rodeándole la cintura. Era Pedro. ¡No! Cómo podía tener tan mala suerte.

Pedro y Ramón habían sido amigos. Buenos amigos. No tenía ni idea de que salía con Ana. Quizás no salían. Quizás se habían bebido unas copas y sólo estaban disfrutando mutuamente de su compañía. Sí. Tenía que ser así. No había decidido dejarlo todo para esto.

—¡Ramóooooon!

Olga lo reconoció al instante. Estaba mirando hacia la máquina de tabaco (otra vez en su lucha interior por dejar el vicio), al lado de la entrada, cuando la puerta del bar se abrió. No pudo contener su sorpresa. Su alegría fue sincera. Ramón se dio cuenta de ello y eso le dio fuerzas para acercarse al grupo. Lo recibieron como si hubieran dejado de verlo ayer mismo. Nada de lo que esperaba. Ni interrogatorios, ni suspicacias. Quizás, al fin y al cabo, había hecho bien en volver a casa. Aunque fuera para descubrir que Ana y Pedro llevaban juntos mucho tiempo y deseaban seguir así.

 

Pero de aquello hacía mucho tiempo. Había vuelto a cometer graves errores. Había vuelto a dejar que su ira se apoderara de él. Había hecho daño a sus amigos. Había dañado a Ana. Su amiga. Su amor. No podía enfrentarse a eso.

En Londres llovía. No es una leyenda urbana. Siempre llueve. Mejor, así nadie repararía en sus lágrimas. Había reservado una habitación desde el móvil. Menos mal que se le ocurrió antes de deshacerse de la tarjeta. Caminó hasta el Generator Hostel London. Recordaba que había oído hablar de aquel sitio a algunos compañeros. Limpio, céntrico y asequible. Al llegar a recepción buscó una guía de teléfonos. ¿Todavía existían? Sí. Y tenía que probar suerte. No debía dejarlo para más tarde. Si lo hacía, se podía arrepentir de su decisión de llamar a Mary. Pasó las páginas de la guía con avidez. No podía creerlo. Mary seguía viviendo en el mismo sitio. O, al menos, su teléfono seguía apareciendo en la guía. Bien es vedad que era del año pasado:20 14 13 56 78

¡Ringggg!

—Hello! —la voz de Mary sonó clara al otro lado del aparato.

—¿Mary? —tartamudeó—. Soy...

Carlos López Carcas




XXII. El reencuentro.

 

—Soy Ramón… —volvió a decir.

Al otro lado del hilo telefónico se hizo el silencio. Ramón tragó saliva intentando no desfallecer, las piernas le temblaban como a un adolescente. Después de siete años de ausencia no creía que fuese a tener muchas oportunidades.

 

Entretanto en la habitación 618 Ana seguía enfadada y muy cabreada. No pensaba en otra cosa que en la nueva traición de Pedro. A pesar de ello casi se arrepentía de haberle mandado el whatsapp, pero ya no podía más. Aun así su cabeza seguía recordándole a Ramón. ¿Por qué su mente se empeñaba en recordarle a ese hombre que tanto daño le había causado?, no es posible.

Cuando ya estaba casi a punto de meterse en la cama sonaron unos golpecitos en la puerta.

—Adelante —dijo.

Al abrirse la puerta recibió una agradable sorpresa, era Mario, su vecino y amigo, quien con una sonrisa en los labios la saludo con dos besos.

—Hola Ana. ¿Cómo va todo? Espero que sean buenas noticias las que tengas que darme.

—Así es —respondió ella—, son buenas. Pero déjame decirte que me alegra tu visita, aunque no esperaba menos de ti, siempre tan atento.

—Bueno, no tienes nada que agradecer. Pero dime tus noticias, ¿todo va bien?

—Solo ha sido un pequeño susto y dentro de muy poco me darán el alta.

Mario sonrió y de nuevo le dio dos besos.

—No sabes la alegría que me das. Sabes que siempre estoy, aunque a veces no me veas, pero ahí me tienes para lo que necesites.

—Gracias —respondió ella, y siguieron charrando un buen rato de cosas más bien frívolas ya que ninguno deseaba iniciar una conversación transcendente.

 

En Londres en esos momentos Ramón seguía esperando una contestación que no acababa de llegar a través del teléfono, y de repente con voz entrecortada y temblorosa, Mary respondió.

—¿Ramón eres tú?

—Sí —dijo él.

—Después de tanto tiempo eres la persona a quien menos esperaba escuchar.

—Lo sé.

—¿Y qué es lo que quieres?

—Estoy en Londres…

—¿Eh?

—Así es. Estoy alojado en el Generator Hostel London y me gustaría hablar contigo.

—No creo que sea buena idea —dijo ella—. Pocas cosas tenemos de que hablar después de siete años.

—Lo suponía. Pero necesito verte, a ti y a mi hijo.

—¿Tu hijo? ¡Hasta ahora no has tenido hijo! No sé por qué tendrías que quererlo ver ahora.

—Por favor Mary, tengo muchas cosas de las que hablar y más de las que arrepentirme. No me niegues esta oportunidad.

—Mira Ramón, yo he rehecho mi vida y no creo que sea conveniente remover el pasado.

—Por favor… —volvió a suplicar.

Y tras un largo silencio al cabo de unos segundos se oyó a Mary decir.

—Está bien. Vamos a quedar en un lugar público.

—¿Qué pasa, que no te fías de mí?

—Así es —respondió—. Será mañana a las cuatro de la tarde en Hyde Park, junto al lago Serpentine, ya sabes.

—Está bien —confirmo él—. Gracias, nos vemos mañana.

Ramón algo más tranquilo entro en un bar y pidió un gin tonic. Eso le relajaría y podría descansar mejor después de un día un tanto ajetreado.

 

Mientras esto sucedía en Londres, en la habitación de Pedro había sonado el “toc toc” indicando un whatsapp entrante. Este cogió el teléfono y pensó en Ana. Sonrió y creyó que sería un saludo de buenas noches. Ingenuamente abrió el mensaje y los ojos se le pusieron como platos al ver su contenido. Lo que menos podía esperar eran esas frases de Ana diciéndole que ya no aguantaba más y que habían terminado.

Respondió inmediatamente. Ya estaba acostado y necesitaba ayuda para salir de la habitación, así que esperó respuesta. Pasaron unos minutos y no la recibió. Volvió a insistir con uno, dos, tres mensajes pero seguía sin hallar respuesta. «No puede ser —pensó—. ¿Cómo puede hacerme esto? Mañana tengo que hablar con ella como sea.» Así pasó un largo rato pensando hasta que sin darse cuenta el sueño le fue venciendo y se durmió, quizá en parte por los calmantes que le habían suministrado.

Mientras en la habitación 618 Ana miraba con intranquilidad los mensajes de Pedro: «no pienso contestar», se decía para sus adentros, una vez que su vecino Mario ya se había marchado.

—No quiero saber más de ti —dijo, con un regusto muy amargo. Se acostó y siguió dándole vueltas a lo mismo durante un buen rato. Finalmente, y poco a poco, el sueño la venció y se fue quedando dormida.

 

Amanecía ya en Londres un día sin niebla. Por las ventanas del hotel comenzaban a filtrarse las primeras luces del alba. Ramón seguía durmiendo ya que la noche anterior la cosa se le había ido de las manos, debido en parte a la intranquilidad que sentía por su entrevista con Mary del día siguiente, así como también por la incertidumbre de pensar en cómo estaría su hijo. De manera que no fue solo un gin tonic lo que se tomó, sino varios, y eran las tres de la mañana cuando regreso al hotel.

De pronto se despertó, y en un primer momento no acertó a adivinar donde se encontraba. Se desperezó y al fin recordó que estaba en Londres. Miró su reloj y dio un brinco al ver que eran las doce del mediodía. Tenía el tiempo justo para afeitarse y darse una ducha para estar listo. Comió en el hotel pues no tenía tiempo de buscar un restaurante y para terminar tomó un buen café bien cargado para despejarse. Salió a la calle, un soplo de aire fresco le dio en la cara. Lo agradeció pero sintió frío, se subió el cuello de la cazadora y comenzó a caminar. Tenía tiempo suficiente para acercarse a Hyden Park para su cita con Mary. Siguió caminando y casi sin darse cuenta alcanzó el lago Serpentine. ¡Qué recuerdos! Se acercó y se sentó en un banco. Mejor dicho, en “su banco”, como ellos lo llamaban. Esperó un poco y enseguida la vio aparecer. No había cambiado mucho después de siete años, pensó. Pero venía sola… ¿Qué pasaba? ¿Por qué no traía a su hijo?

Se incorporó y fue hacia ella, Mary retrocedió un poco al ver que se acercaba y solamente le dijo…

—Hola Ramón…

 

 

Manuel Zalaya Navascués


XXIII. Cuanto tiempo .

 

—Hello!

—¿Mary? Soy Ramón.

—Después de tanto tiempo... ¿Qué es lo qué quieres? —dijo Mary directamente y sin rodeos.

Ramón se quedó sin habla durante unos segundos. Creía que era necesario pensar bien lo que iba a decir.

—¿Cómo estáis? Me gustaría que me dejaras ver a Jack para que sepa que existo y poder pasar tiempo con él. No os daré ningún problema, os lo prometo.

—Estoy alucinada por tu llamada, no esperaba que te diera por llamar a estas alturas de la vida para saber de tu hijo —se tomó unos segundos y concluyó—. Es complicado, Ramón.

—Pues créetelo, tanto como que ya estoy en Londres. Estoy viviendo por el momento en un hotel.

—Ese hombre tan agresivo y vividor, ¿se ha quedado en el pasado? Tienes que demostrarnos que has cambiado un poco. No quiero que Jack tenga cerca un ejemplo así.

Ramón mintió y negó que siguiese bebiendo y comportándose de esas maneras. Afirmó rotundamente que la situación había cambiado después de siete años. Mary aceptó entonces que se pudieran ver los miércoles por la tarde pero con condiciones, ya que lo que más le importaba era la felicidad de su hijo.

—Tendrás que verlo en compañía mía o de James, nunca a solas y además no le vamos a decir que eres su padre. Por favor no vayas contándoselo porque si nos vuelves a dejar en la estacada tu hijo es el que más lo sufrirá. Hazlo por una vez por él, no por ti. Y, sobre todo, dándote esta oportunidad, no la desaproveches, no habrá otra más —le dijo muy seria.

Parecía que Mary por sus palabras estaba especialmente nerviosa ante tal suceso. Se tranquilizó y estuvieron hablando cordialmente toda la tarde. Ramón se disculpó de todo lo hecho y de lo no hecho. Y los dos se fueron a sus respectivos alojamientos. Ramón estaba tan contento, tenía ganas de jugar con él, de dedicarle todo ese tiempo que no le dedicó, de decirle cuanto le echaba de menos. Aunque sabía que esto último tardaría más en suceder.

 

Mientras Ana no paraba de darle vueltas y vueltas al pequeño sobre que había roto sin leer y que era para Olga. ¿Qué le querría decir Pedro a Olga?, Y si no fue Pedro, ¿quién fue entonces? No paraba de angustiarse más y más. Eso sí, tenía claro por el tacto que era una carta, y porque cuando lo rompió pudo ver que era solo papel. Tenía que hacer algo para resolver sus dudas. La clave era saber quién llevó el sobre hasta allí. Empezó a repasar mentalmente todas las personas que habían ido desfilando por la habitación antes de la aparición de la dichosa carta: Sandra, Pedro, Matilde, Teresa, Patricia… No pudo resistirse más y decidió que la mejor forma de saber la verdad era lanzarse a la piscina y comenzar a llamar a los implicados para sonsacarles. Pero no iba a hacerlo al azar, no. Había que meditar la decisión, no quería que demasiada gente conociera este detalle si no era estrictamente necesario. Su cerebro era un hervidero  y rápidamente le vino un candidato a la cabeza: Patricia. Intuición femenina, tenía que ser ella. Todos en el grupo recurren a ella para todo, así que quién quisiera entregar el sobre se lo tuvo que dar a ella porque es muy buena guardando secretos y siempre ha sido así. Cogió el móvil y la llamó sin dudarlo.

—Dígame.

—Patricia soy Ana. Necesito ser directa y resolver una duda.

—Dime, ¿es lo del cloroformo?

—No, no. Sé que es un poco raro, pero creo que el sobre que tenías en tu bolsillo acabó en mis manos por confusión y lo rompí —dijo Ana sabiendo que para encontrar la respuesta no podía decir toda la verdad.

—¿Qué? —respondió Patricia confusa.

—La cuestión es que lo rompí sin leerlo y sé que es para Olga.

—Sí, entonces es el mío.

—¿Quién lo escribió?

—No puedo decírtelo porque quien lo escribió me dijo que lo guardara en secreto.

—Por favor, si decides contármelo te lo agradeceré, cuando sea, como si son las cinco de la mañana, llámame.

—Lo siento Ana. No puedo hacer más por ti.

—Ana se quedó pensativa ante esta negativa. Era algo importante porque si no para qué tanto secretismo. Esperó la llamada de Patricia pero esta no tuvo lugar.

 

Ramón al día siguiente se levantó con tal energía que dejó de lado los gin tonic de la mañana y se fue a pasear por los alrededores del hotel. Con tan buena suerte que se encontró con un viejo amigo.

—¡Hombre Juanjo!

—¡Ramón! ¡Cuánto tiempo tío!

Juanjo y Ramón habían compartido muchas historias de pub en pub y de gin tonic en gin tonic. Se conocieron en un concierto de rock en Madrid. Desde entonces quedaban al menos una vez al mes para irse de juerga. Cuando lo hacían dejaban a sus mujeres contándoles cualquier milonga y se iban los dos por ahí a disfrutar de la vida, como ellos lo llamaban: “¡nos vamos de jolgorio!”. Ese día estuvieron hasta altas horas de la noche como cuando se juntaban. Necesitaban recordar viejos tiempos.

—Te acuerdas Ramón lo que nos pasó con la moto. Sin gasolina, en medio de la carretera, no se veía nada…

—Sí, como para olvidarlo. Me quedé tirado en la cama tres días seguidos sin poder levantarme.

—A mí, mi mujer me tiró de la oreja y casi me la arranca, como a un chiquillo. ¡Ay, cómo cambia la vida! Ahora estoy divorciado y apenas veo a mis hijos.

—¡Qué tiempos! Pues yo he venido a ver al mío, después de siete años. Ya ves… y me han dado una segunda oportunidad. Espero no defraudarle.

—Pues ánimo, amigo.

Además Ramón le cuenta que tiene pensado quedarse una temporada en Londres, para ver a su hijo más a menudo. Juanjo es dueño de una gran empresa de transportes que trabaja en Londres, París y Madrid. Y le propone que si necesita instalarse que no se preocupe, que necesitan un chofer de furgoneta dentro de unos días y que cuando quiera el puesto es suyo. Ramón le pide una semana de espera para incorporarse para ver como suceden las cosas. Raro en él, pero parecía darse cuenta de la responsabilidad de ser padre.

Llegó el miércoles y Ramón estaba intranquilo, le embriagaba una emoción diferente y eso se notaba. Por fin iba a ver a su hijo Jack. Empezó a pensar planes, estrategias para caerle bien. Era de las pocas veces que estaba tan inseguro. Por la tarde allí le esperaban Mary y Jack. Mary le explicó a Jack que Ramón era un amigo de España. El niño ya era mayor y notó que algo pasaba, que algo especial había entre él y Ramón. Aunque estaba extrañado, chocó la mano de Ramón con una sonrisa. En el parque se lo pasaron fenomenal. Se hicieron fotos, jugaron con la pelota y rieron sin parar. Tanto fue así que Jack le dio a Ramón un abrazo al final de la tarde. Casi se le saltan las lágrimas a Ramón de la emoción.

—Es muy divertido, mama, ¿Quedaremos más con tu amigo Ramón? —dijo Jack entusiasmado.

—Claro que sí. Todos los miércoles que podamos. Contestó Mary.

Antes de despedirse Ramón le pidió a Mary que le dijera la verdad al niño. Pero ella lo tenía decidido, era mejor esperar.

—Para Jack su padre es James desde siempre, también hay que respetar a James que ha cuidado tanto de Jack durante estos años. Ramón no ha sido tan fácil todo como parece, somos una familia feliz. No puedes venir y ocupar un puesto que nunca ejerciste —dijo Mary muy firme.

Mary había encontrado con James un apoyo fundamental en su vida y un apoyo como padre importante para Jack, por lo que no se lo iba a poner tan fácil a Ramón como él quisiera. Ramón estaba tan exaltado que tampoco se daba cuenta de sus ideas insensatas.

 

Pedro envió un último whatsapp más a Ana. Ana se resistió hasta que sintió la necesidad de preguntarle todo lo que supiera del sobre que llevaba Patricia.

“Ana”

“Dime”

“¿Qué te pasa? ¿Por qué me pusiste ese mensaje?”

“Estoy muy cansada de todo esto, cuando no es Ramón es Olga. ¿Por qué le has mandado una carta a Olga? ¿Para qué quieres hablar con ella sin que yo me entere?”

“Eso no es cierto”

“Entonces,  ¿por qué ha llegado a mis manos una carta para Olga?”

“No es mía, lo juro. Ana por favor, no empecemos otra vez. Olga solo es amiga. Tú eres la mujer de mi vida. De todas maneras no entiendo lo de la carta. Puede haber sido cualquier persona. Olga tiene muchas amistades.”

“Pero no tantas que conozcan a Patricia. ¿O no te acuerdas? Se la presentamos nosotros en el Rock & Blues. ¿No me estarás ocultando algo? Porque Patricia ha guardado el secreto muy bien, y para ello tendrá que ser de alguien de confianza, digo yo.”

“Ana ya vale.”

Ana deja de estar en línea…

 

 

Mari Andrés del Río


XXIV. Dime que no es un sueño…

 

Ana dejó su móvil en la mesita de noche, no quería liarla más. No sabía realmente lo que estaba pasando, ella misma se hacía muchas preguntas: ¿Será verdad que no es suya? ¿Por qué ese secreto que tiene Patricia? No entendía nada, cuando las cosas iban yendo un poco mejor siempre había algo que las entorpecía. Cuando de repente golpearon la puerta.

—Hola Ana ¿se puede?

—Sí pase, pase.

—Venía para decirte que todas las pruebas que te hemos ido haciendo estos días han salido fenomenal y que mañana después de comer te podrás ir ya a tu casa, pero eso si Ana tienes que guardar muchísimo reposo.

—Muchas gracias Teresa, por lo menos una alegría me das en el día de hoy y tranquila, haré todo el reposo necesario para seguir adelante con este bebe que llevo dentro de mí —dijo Ana mientras se le arrasaban los ojos y a la vez que tocaba su tripa.

—Aún te tengo que decirte otra cosa: pasado mañana sobre las doce del mediodía te haremos una ecografía de control y a ver si por fin podemos saber el sexo de ese bebe. Será en la planta cuarta.

—Vale correcto, allí estaré.

Cuando salió la doctora de la habitación, Ana rompió a llorar desconsoladamente, no sabía si era de alegría o era porque estaba confundida. Esa carta le iba a volver loca y lo que tampoco quería era perder la relación que tenía con Pedro porque era a la persona que más quería, su novio y además el futuro papa de su bebe.

Se pegó bastante rato llorando cuando de repente su móvil sonó, era un whatsapp de Patricia en el que ponía:

“Hola Ana, ya no aguanto más. Sé que esto podría afectar a tu estado, aún estas débil. Simplemente quiero decirte que esta tarde me pasaré por el hospital para aclararte todas esas dudas que tienes.”

“Te lo agradezco mucho. Aquí te espero.”

 

A las horas Patricia acudió a la habitación de Ana y le comenzó a contar lo poco que ella sabía.

—Mira Ana, antes de que Ramón se marchase me llamó y me dijo que entregara este sobre. Tú me conoces bien y sabes que esto que voy a hacer no es propio de mí, pero quería dártelo en mano a ti antes de entregárselo a Olga. Pero en ese momento Teresa estaba aquí y no pude hacerlo, me puse tan nerviosa que se me debió de caer del bolsillo de la bata de trabajo —dijo Patricia con nerviosismo, casi no le salía ni la voz.

—¡Pero qué me estas contado, te la dio Ramón! —tras unos segundos sin habla preguntó—. ¿Y por qué como destinatario aparecía Olga?

—Hasta aquí te puedo contar. Yo no sé nada más y ya es tarde, me tengo que marchar.

—Muchas gracias Patricia.

—Adiós Ana, me gustaría que no se lo contaras a mucha gente. No me gustaría meterme en problemas y menos con Ramón, que ya sabes perfectamente como es.

—Tranquila Patricia, soy una tumba.

¡Uiba! Que liada, no podía creer Ana lo que le había contado Patricia, cuantísimo daño le estaba haciendo Ramón.

 

Ana pensó que a la mañana siguiente temprano, después de que a Pedro le dieran la rehabilitación iba a subir para disculparse, explicarle lo sucedido y contarle todas las novedades que le había dicho la ginecóloga.

Mientras Pedro seguía en la habitación muy rayado, no paraba de darle vueltas al asunto. Tampoco sabía lo que estaba pasando y le daba mucho miedo perder a Ana y al bebe. Fue tarde pero consiguió dormirse, ya que a la mañana siguiente tenía un día duro con la fisioterapeuta.

 

A la mañana siguiente sobre las diez y media de la mañana Ana subió a la habitación. Estaba muy nerviosa, no sabía cómo empezar la conversación.

Pedro en ese momento se quedó un poco traspuesto. Estaba muy cansado ya que la fisioterapeuta le había metido mucha caña haciéndole diversos ejercicios para su recuperación esa mañana.

Ana entró en la habitación muy sigilosa, pero al oír la puerta cerrarse Pedro se despertó sobresaltado.

—¿Qué ocurre Ana? ¿Qué haces aquí? ¿Cómo te han dejado subir? —preguntó Pedro algo asustado.

—No, no ocurre nada. Vengo para disculparme por el whatsapp que te envié, me confundí. Yo vi una carta en el suelo y como tú habías estado allí ese día, pensé que se te había caído a ti.

—Pero no entiendo el por qué de esa tercera oportunidad que pusiste. ¿Leíste algo de esa carta? ¿Sabes de quién era?

—Realmente no tengo ni idea de quién era, ni siquiera ponía nada en el sobre y ni la leí. La rompí en mil pedacitos y la tire por la ventana. Lo siento Pedro, fue un impulso de celos, te quiero demasiado —dijo Ana colándole a Pedro una de las suyas.

Pedro no se quedaba muy conforme con lo que le decía Ana, pero le podía el amor que tenia hacia ella. La miró a los ojos y le dijo.

—Te perdono. Pero espero que no se vuelva a repetir, he pasado unos días…

—Muchas gracias Pedro.

Ana se acercó  a la cama y le dio un beso de esos tan tiernos que hacía días que no le regalaba. Seguidamente lo miró fijamente y le dijo.

—Ahora tengo otra noticia que darte.

—Ana, me estas asustando —dijo Pedro muy preocupado.

—Calma Pedro, no ocurre nada. Traigo buenas noticias —contestó Ana sacando una sonrisa que no le cabía en la cara—. Venía para decirte también que esta tarde después de comer me dan el alta. Me han dicho que tengo que estar un poquito de reposo, que lo que llevo es un hematoma interno, pero todo va muy bien. También me ha dicho que mañana a las doce del mediodía me hacen la ecografía de las veinte semanas para ver el sexo de nuestro bebe y me gustaría que estuvieses allí conmigo —le dijo Ana muy ilusionada.

—Por supuesto cielo —afirmó Pedro sin pensárselo dos veces —pero me vienes a buscar aquí. Hablaré mañana temprano con las enfermeras para que me dejen una silla de ruedas preparada y me den su consentimiento, pero no creo que me pongan ningún inconveniente.

—Ahora me tengo que ir, tengo que comer y prepararme las cosas para marcharme a casa, pero juro que mañana temprano estaré aquí —dijo Ana.

Se despidieron con un tierno beso y antes de salir por la puerta Ana se giró y le dijo a Pedro:

—Te quiero cielo.

—Y yo a ti cosita —contestó Pedro.

Pedro se quedó la mar de contento, por fin las cosas estaban yendo medianamente bien. Mañana le iban a decir si esa cosita que llevaba Ana en su tripita iba ser niño o niña. Aunque la verdad que a él le daba bastante igual, simplemente quería que todo fuese genial, ya que últimamente parecía que les había mirado un tuerto.

 

Ana tenía todo preparado para irse, tenía hasta el taxi esperando en la puerta del hospital pero antes de marchar fue al control para despedirse y agradecerles a todo el equipo de médicos, enfermeras y auxiliares el trato recibido.

Al llegar a casa abrió la puerta y ya se respiraba tranquilidad, todo lo que había pasado esa semana parecía una pesadilla. Se tumbó en su sofá de piel blanca, que tenía en su amplio y bonito salón,  apago su móvil para que nadie la molestara y se echó una larga siesta. Necesitaba descansar y desconectar de tantas explicaciones dadas esos días.

Ya eran casi las seis de tarde cuando despertó de la siesta. Fue a la cocina y se tomó un buen vaso de café con leche con dos magdalenas, esto del embarazo le estaba dando por comer como una cerda. Cogió el móvil y lo encendió, tecleo el número de Pedro y se pegó horas hablando con él. Cuando colgó el timbre de la puerta sonó.

—¿Quién es? —pregunto Ana.

—Soy yo hija mía, la Señora María.

Ana abrió la puerta y le hizo pasar.

—Pase pase —le dijo.

—No, no quiero molestar, pero cariño me tenías muy preocupada. ¿Qué te ha pasado? Hace muchos días que no se te ve el pelo —le pregunto la Señora María muy preocupada.

—Si yo le contara... es una historia muy larga, pero le haré un pequeño resumen. Estoy embarazada de veinte semanas más o menos y he tenido una pequeña perdida y me han ingresado para controlármelo, pero ya estoy mejor. Tengo que guardar un poco de reposo y ya está —le contó Ana muy resumidamente.

—Pues ya sabes Anita, me tienes aquí para lo que necesites. Si quieres que por las mañanas venga a echarte una mano a limpiar… Y ni hablar, de las comidas y las cenas tranquila “hijica” que te las pasare yo todos los días que lo necesites.

—Muchas gracias Señora María, en este momento se lo agradezco mucho, pero no creo que haga falta de verdad —le contestó Ana muy agradecida.

—Ya sabes Ana, para lo que necesites. Yo como si fuese tu abuela —le dijo antes de irse.

—Adiós y muchas gracias otra vez.

—Adiós hija mía, a pasar buena noche y ante todo descansa —se despidió la anciana.

Ana se preparó un bocadillo de jamón serrano con tomate, que era de las pocas cosas que le quedaba en la nevera, ya que el día que le sucedió lo del “secuestro” tenía previsto ir a comprar. Seguidamente se acostó y se puso el despertador para no perderse la importante cita de mañana. Estaba agotada y enseguida se quedó dormida.

Mientras Pedro seguía emocionado, por primera vez iba a ver a su bebe en vivo y  en directo. Tras muchas vueltas en esa cama tan incómoda, se quedó dormido.

 

Eran las nueve de la mañana. Por la ventana de esa habitación entraba un sol que aplanaba, se oía el cantar de los pajaritos, hoy iba a ser un día muy grande para los dos. Se despertó y enseguida llamo a las auxiliares.

—Buenos días Pedro ¿Qué sucede?

—Hola, buenos días Matilde. Necesito una silla de ruedas y que me deis permiso para salir de la planta. A Ana le hacen hoy al mediodía una ecografía y me ha pedido que la acompañe —le comentó Pedro.

—¡Siempre me la lías eh! Pero eso está hecho y ahora mismo te la traigo —le contestó Matilde con voz de chismosa.

—Muchas gracias Mati, vales un valer —le respondió Pedro con un guiño incluido.

Enseguida se presentó Ana en la habitación, traía una bolsa llena de churros y dos vasos de chocolate caliente.

—¡Buenos días rey! ¿Qué tal noche has pasado? He traído algo para desayunar los dos juntos y algo de chocolate. Dicen que así se mueven más los bebes en las ecografías.

—¡Buenos días! Me costó dormirme, pero al final encontré el sueño. Muchas gracias por este pedazo de desayuno. ¿Y tú has descansado?

—Sí, hacía días que no dormía tantísimas horas —afirmó Ana mientras se sentaba en una orilla de la cama para desayunar.

Después de aquel espectacular desayuno, se hizo un poco el silencio, cuando Pedro miró a Ana y preguntó:

—¿Ya has pensado algún nombre para nuestro bebe?

—La verdad es que no me he parado a pensarlo, pero si fuese chica Laura no me disgusta, y si fuese chico el nombre de Martín me gusta mucho. ¿Y tú, has pensado alguno? —preguntó Ana.

—Yo ayer mientras me dormía pensé alguno que otro: Julia, Noa, Alma… Esos si fuese un chica y si fuese un chico: Álvaro, David, Darío… Pero esos que has dicho tú están muy bien.

Ya eran casi las doce y Ana llamo a un celador para que levantara a Pedro y los llevara a la sala de ecografías. Allí esperaron un rato en aquella salita de espera tan vieja, le llamaron un tiempo después.

Entraron a la sala y la verdad que los dos estaban muy nerviosos. Era una experiencia nueva y con todo lo que les había pasado se esperaban lo peor.

—¡Hola Ana! ¿Qué tal lo llevas después del susto? —le dijo la ginecóloga.

—La verdad que voy muchísimo mejor, en reposo y sin hacer grandes esfuerzos pero todo muy bien —dijo Ana, con la voz muy temblorosa.

—Tranquila Ana, no estés nerviosa todo saldrá bien. Túmbate en esta camilla y súbete un poco la camiseta —le dijo Teresa animándola un poco.

Mientras preparaba todo, Pedro y Ana se miraban con cara de preocupación. Deseaban oír que todo estaba yendo bien.

—Ana, te veo muy tensa, relájate —le dijo mientras untaba el ecógrafo con ese gel tan frío y se lo ponía en la tripa.

Empezó la exploración y a explicarles un poco, aunque no fueron muy extensas las explicaciones ya que Ana debido a su preparación entendía perfectamente lo que estaba viendo.

—Ana, como tu bien sabes y ves va todo muy bien, pero hay algo que no me cuadra, oigo como dos latidos.

Ana se quedó congelada, miró a la ginecóloga y le dijo con voz temblorosa:

—Dime que esto no es un sueño…

 

 

Vanessa Giménez Borobia


XXV. Soy papá.

 

—Dime que esto no es un sueño…

—No, por suerte no es un sueño, ¡felicidades papás!

Teresa observó cómo había cambiado el semblante de los dos. Ana sintió un ardor en el pecho, seguidamente… ¡Ah! ¿Eso había sido una patadita? Pedro se dio cuenta de que estaba llorando cuando sintió el sabor salado en su boca. Había ocurrido todo tan deprisa, tantas traiciones, malentendidos y tenían tantas preguntas por resolver… En ese momento todo aquello desapareció, dando paso a aquella sensación tan ansiada, tan buscada… Felicidad.

 

Habían pasado ya cuatro meses desde que tomó la decisión de marcharse. Cada noche se preguntaba si había dejado España por cobarde, también pensaba en Ana y en lo que habría ocurrido si las cosas hubiesen sido de otra manera. Su amigo Juanjo le había dado trabajo y le había dado tiempo de conocer a su hijo Jack, un niño maravilloso, alegre, con su pelo rubio cenizo y sus grandes ojos grises… Por suerte, se parecía a su madre. Pero se estaba hartando, se había ganado la amistad de su hijo y quería verlo más veces a la semana, poder ir a visitarlo a casa. Se lo había dicho muchas veces a Mary pero ella insistía que eso no era correcto. Cuando discutían de aquel tema y Mary le respondía con una negativa volvían esas ganas de pegarle, de insultarle, y cuando eso ocurría se marchaba sin decir palabra. No, esta vez no podía ser un cobarde.

 

Olga estaba en casa cuando recibió un Whatsapp de Patricia:

“Tenemos que hablar.”

“¿Qué ocurre Patri?”

“En cuanto termine mi turno voy a tu casa, es urgente.”

 

No obtuvo respuesta y no le quedó más remedio que esperar. Se sintió un poco nerviosa, empezó a dar vueltas por casa, le sudaban las manos y miles de pensamientos rondaban por la cabeza. ¿Lo sabrá? ¿Se lo habrá contado Ramón? No, eso es un secreto de los dos. Decidió fumar hasta que Patricia llegase.

 

Tras varios minutos de felicitaciones y emociones Teresa siguió con la ecografía, esta vez Ana y Pedro estaban cogidos de la mano esperando saber más noticias.

—En teoría, estando de 20 semanas se podría ver el sexo del bebé, digo de los bebés… —se corrigió Teresa con aire divertido—.  Sin embargo estos pequeños no se dejan ver todavía, habrá que esperar un poco más, por lo demás todo es correcto y están sanos. Os llamaré para la siguiente eco.

—Gracias Teresa, vaya sí que nos has liado la mañana con esta noticia… No esperábamos tener un bebé y ahora… ¡vamos a tener dos! —dijo Ana con felicidad.

—Cariño, se lo tendremos que decir a mis padres y ya sabes cómo se pondrá mi madre, a mi hermana, a Mario, también habrá que decírselo a nuestros amig… —en ese instante Pedro volvió a la realidad, y se dio cuenta de que con la única con la que se hablaban era Patricia. A Ana se le cambió la cara, endureció las facciones de su cara recordando todo, se despidieron de Teresa y salieron de aquella vieja habitación en silencio y con paso firme.

 

Estaba disfrutando de la última calada de su cigarrillo cuando sonó el timbre, dejó la colilla en el cenicero y se levantó a abrir la puerta.

—Hola Patricia, pasa, pasa.

—Hola Olga —su expresión denotaba preocupación, angustia. Pasó al salón y se dejó caer en uno de los sillones.

—¿Cómo ha ido el día? Pareces exhausta.

—El día ha sido movido Olga, pero no he venido a hablar de mi trabajo, he venido a decirte que he cometido un error.

—Pero hombre no me tengas así, suéltalo ya, ¡qué has hecho!

—Verás… Antes de irse Ramón me dejó una carta para ti. No es propio de mí pero pensé que sería mejor que lo leyese antes Ana y…

—¡¿Que Ramón se ha ido?! ¡¿A dónde?! —reclamó Olga ante su sorpresa. Habían hecho planes y ahora estaba sola en esto.

—No lo sé Olga, sólo sé que me dejó una carta y me dijo que te la diera pero…

—¡Y la ha leído Ana! ¡Pero cómo se te ocurre hacer eso! —Olga se sorprendió gritando a Patricia y empezó a pensar la que se le venía encima, todo se había fastidiado. Más.

—Lo que pasa es que al dársela se me cayó en la habitación de Ana y ella pensó que la había escrito Pedro, entonces la rompió... —se explicó nerviosa, mientras jugaba con sus dedos. El semblante de Olga cambió y parecía estar más tranquila.

Aclararon las cosas y se despidió rápidamente de Patricia. Sabía exactamente a dónde había ido Ramón, después de todo, Olga también sabía guardar secretos.

 

Después de un largo día de trabajo, se echó en la cama a ver la tele. Ramón había alquilado una coqueta casa en Aubrey Walk, como no tenía muchos gastos, se lo podía permitir. Mary había accedido a que Ramón pudiera llamar a casa y hablar con Jack. Un poco más descansado decidió llamarlo antes de que fuera a dormir.

—Hello? —una dulce e inocente voz respondió.

—Hola hombrecillo, como ha ido el día.

—¡Hola Ramón! ¡Mañana es miércoles! —a Jack se le iluminaron los ojos en cuanto supo quién era. ¡Qué amigo tan genial tenía mamá!

— Lo sé pequeño, te he comprado un regalo.

—¡¿Qué es?! Dímelo —se moría de ganas por saberlo.

—Es una sorpresa, tranquilo, mañana lo sabrás.

—¿Una pista? Porfaaaa…

—Hasta mañana pequeño, dulces sueños.

Una vez hubo colgado, Ramón cogió el albornoz para ir a la ducha, pero una llamada telefónica lo interrumpió. ¿Qué querrá Mary ahora?

—Hola Mary…

—No soy Mary, soy Olga —respondió con indiferencia.

—¿Cómo coño has encontrado mi número?

—Buscando. ¿Por qué narices has tenido que irte? Teníamos planes, tú tenías que secuestrar a Ana y conquistarla, así yo podría volver con Pedro. Eres un imbécil, lo has arruinado todo.

—Olga, se me fue de las manos. Ana empezó a sangrar y tuve que…

—¡Ana casi lee la carta que me dejaste!

—¿Qué? Pero si se la dejé a Patricia.

—Se le cayó de la bata en la habitación donde estaba Ana, menos mal que ésta la rompió y la tiró…

—Confiaba en que Patricia te la diera directamente a ti.

—Ana ha mentido —dijo Olga en tono lúgubre.

—¿Cómo que ha mentido? ¿Sobre qué?

—Encontraron una pequeña cantidad de cloroformo en su sangre y Teresa le pidió una explicación. Ana dijo que lo había robado del hospital y está metida en un buen lío por violar las reglas.

—Esto no puede estar pasando… —a Ramón le invadió el sentimiento de culpa por todo el cuerpo: «Ana está cubriéndome, eso significa que sigue sintiendo algo por mí», pensó.

—Por cierto, ¿qué ponía en la carta, Ramón?

Ramón escuchó que Olga seguía hablando pero colgó el teléfono.

 

En cuanto Ana abandonó el hospital salió de su cúpula de felicidad, había dejado a Pedro en rehabilitación y le había prometido que se pasaría mañana a verlo. —Te quiero cariño —le había dicho Pedro.

Una vez en casa, la sensación de cansancio le recorrió por todo el cuerpo, los pies estaban hinchados y puso dos almohadas en el sofá para tener las piernas en alto. Comenzó a pensar en cómo sería su vida a partir del nacimiento de los bebés: tendrían que vivir juntos, preparar muchos biberones, comprar mucha ropa, pañales, el carrito de bebé doble… Un ruido le sacó de sus cavilaciones.

—¿Diga?

—¿Con la señorita Ana Retuerto?

—Sí, con la misma.

—Le llamamos para comunicarle que tiene una citación en el juzgado la próxima semana debido a la falta que tuvo en el hospital, por robar material médico. Deberá ir con un abogado, buenas tardes.

«Mierda, el cloroformo —había encubierto al gilipollas de Ramón y ahora iba a pagar ella las consecuencias—. Joder, joder, joder qué hago…» Cogió el móvil, lo tuvo claro, y marcó ese número.

—¿Si?

—Necesito tu ayuda…

 

Desapareció su cordura. Pasaron por su mente muchos pensamientos oscuros. Tenía que volver, pero antes tenía que hacer lo que llevaba un tiempo esperando. Sí, mañana lo haría.

Mary se levantó como cada mañana a hacerle el desayuno a los dos hombres de su vida: James y Jack. Era feliz, desde luego que lo era. No podía tener la familia más perfecta. Una vez se despidió de James con un delicado beso en los labios, se fue a la cocina a limpiar hasta que Jack estuviera listo para ir a la escuela.

—Mummy, estoy listo, iré a por mi mochila.

Mary esperó, ya eran las siete. ¿Dónde habrá dejado este niño la mochila? Seguro que se ha entretenido con algún juguete. Siguió esperando mientras terminaba de darle brillo a la encimera.

—Cariño ya son las siete y cuarto, date prisa.

Al ver que no respondía fue corriendo al despacho, ¿se habría caído?

—Mi amor, vamos a llegar tard…

Se le cortó la voz, se le heló la sangre y se quedó paralizada al ver aquella escena. Ramón lo estaba metiendo en el coche y en cuanto la vio arrancó rápidamente. Tan sólo tuvo fuerza para gritar.

—¡¡JAAACK!!

Ramón había estado esperando al niño sigilosamente detrás de la ventana y observó cómo se dirigía al despacho. Fue entonces cuando lo animó a que saliera por la ventana para verlo. Una vez estaban en el coche cerró todas las puertas y Jack se puso nervioso. Con el rabillo del ojo pudo observar que Mary lo había visto y arrancó rápidamente. Lo único que le dijo a Jack fue:

—No tengas miedo cariño, soy papá.

 

 

Masiel Troya Cabrera


XXVI. Estamos contigo.

 

El pequeño Jack estaba sentado en el asiento trasero del coche sin saber muy bien que estaba pasando. Su infantil cerebro no era capaz de procesar todo la información que acababa de recibir.

—¿Dónde vamos Ramón? ¿No viene mamá?

—Te he dicho que soy PAPÁ, no vuelvas a llamarme por mi nombre, ¡SOY PAPÁ! —le espetó. Miró al niño y vio en sus ojos la misma mirada de miedo y asombro que puso Mary la primera vez que le levantó la mano—. No te preocupes pequeño, todo irá bien —le dijo, ahora sí con un tono de voz más dulce y conciliador.

Juanjo le ayudaría a salir del país, no podía fallarle, esta vez no, se lo había prometido...

 

En España Olga seguía pensando en la carta que nunca llegó a recibir. ¿Qué demonios pondría en esa maldita carta? pensó. Mientras su rabia iba creciendo, le había colgado el teléfono sin darle una explicación. Nada le molestaba más: la había dejado con la palabra en la boca, en la estacada y sin terminar el plan que habían urdido.

 

Después de haber recibido esa maldita llamada, Ana lo tuvo claro. Mario era la única persona en este momento que podía ayudarla como mínimo a ordenar sus pensamientos. Podía confiar en él. Si no hubiese sido por su magistral aparición quien sabe de lo que hubiese sido capaz Ramón en ese momento.

—Mario soy Ana, necesito tu ayuda.

Mario bajó a su casa antes de que esta tuviese tiempo de colgar siquiera el teléfono. Se levantó a abrir la puerta.

—Hola Mario pasa, estoy metida en un lío y de los buenos.....

Pasaron al salón y allí le puso al corriente de todo: del secuestro, el robo de material médico, el por qué no había querido contarle nada a Pedro y como ella había cargado con todas las culpas sin involucrar al verdadero culpable de todo.

—Está bien —dijo Mario después de tomarse unos segundos para reflexionar—. Es evidente que necesitas un abogado. Pero si es cierto que el almacén tiene cámaras de seguridad, es muy poco probable que te grabasen a ti, puesto que tú no estuviste allí ese día... ¿o sí? En cualquier caso Ramón también aparecerá en las grabaciones. No te preocupes, iré a ver a un amigo que me debe un favor. Es abogado y de los buenos, saldrás de esta pequeña.

—Gracias Mario.

Ana se tranquilizó al oír a Mario, en este momento unas palabras de apoyo eran su mejor terapia. Era cuando mas necesitaba un amigo y los había perdido a todos, ya nada volvería a ser como antes, nada, nunca...

Tenía que contarle a Pedro la nueva situación pero eso implicaba tener que contarle toda la terrorífica historia y no sabía como hacerlo, ni como empezar, ni por qué no se lo había contado desde el principio. Pedro también tenía su propia guerra abierta en los tribunales, ¡maldita señora quejica!

 

Ramón seguía conduciendo por las calles de Londres. Tenía que llegar al almacén de Juanjo cuanto antes. Para entonces Mary ya  habría llamado a la policía y se habría puesto en marcha todo el dispositivo par recuperar al niño. Pero él no lo permitiría, es su hijo y tenía derecho. A estas alturas lo estaría buscando ya hasta la Interpol, había secuestrado a su hijo, un niño al que apenas conocía.

Unas horas antes había llamado a su amigo por teléfono, una llamada corta, concisa y para Juanjo un poco perturbadora.

—Juanjo soy yo, Ramón. Necesito que me ayudes, por los viejos tiempos. No preguntes, tú no sabes nada. No voy a permitir que me ocurra como a ti.

 

Pedro había vuelto de rehabilitación mas animado que nunca, la fisio estaba muy contenta con su recuperación que estaba siendo más rápida de lo esperado. El tesón y la fuerza de voluntad de Pedro había sido alimentada con la nueva noticia y sus ganas de recuperarse eran mas fuertes que nunca.

—Voy a ser padre, voy a ser padre y de dos niños al mismo tiempo. No paraba de repetirse continuamente, casi como si fuera un mantra. Un mantra que le otorgaba súper poderes. Pese a todo lo ocurrido nunca había sido más feliz.

En la habitación estaban su hermana y Rafa esperándolo. Se habían vuelto inseparables y no era fácil verlos individualmente durante mucho tiempo. El caos vivido estaba trayendo mas cosas buenas, el karma no es tan cabrón después de todo. Su abogado también estaba allí, Sandra tenía la cara seria, mucho más seria de lo normal.

—¿Qué ocurre pequeña?

Rafa tenía la mano apoyada en el hombro de su hermana: «Hacen buena pareja», pensó Pedro.

El abogado rompió ese silencio tenso que se estaba formando.

—Buenos días Pedro, me temo que no traigo buenas noticias hoy. El abogado de la señora del otro vehículo se ha reunido con el juez que instruye el caso y, además de la consiguiente indemnización, pide para ti pena de cárcel por intento de homicidio involuntario.

—¿Cómo?

La cara de Pedro era un poema, no podía creer que le estuviese pasando esto a él.

—Apelaremos a tu estado de salud pero tampoco te aseguro que así consigamos nada. No voy a mentirte Pedro, la cosa está complicada… Pero lucharemos, de eso puedes estar seguro.

Sandra no pudo evitar dejar correr una solitaria lágrima por su mejilla, se pasó rápido la mano para hacerla desaparecer. Tenía que ser fuerte, su hermano mayor la necesitaba.

¿Como iban a contarle todo esto a Ana? Pobre, ella también tenía que enfrentarse a su propio tribunal.

—En un par de días se celebrará el juicio, así que me marcho a preparar la documentación necesaria con tu médico para tu salida del hospital. Es importante que vengas Pedro.

Se despidió con un ligero movimiento de cabeza y salió de la habitación con la prisa de un hombre ocupado.

Pedro tenía la mirada perdida en la pared, intentaba procesar toda la información, intentaba ser fuerte, intentaba mantener la cabeza fría. Rafa se acercó hasta él.

—No te vengas bajo Pedro, eres un tipo duro y nosotros estamos contigo, a las buenas y a las malas. Ya verás como todo ira bien.

«Ana, Ana, Ana, Ana....». Era todo en lo que podía pensar y rompió a llorar como un niño.

 

 

Lorena García Aznar


XXVII. Siguiendo al instinto.

 

 

Tras una frenética huida Ramón consigue llegar al almacén de su jefe y amigo. Su única obsesión era abandonar la isla lo antes posible para librar a la policía que seguramente ya estarían buscándoles y empezar una nueva vida con su hijo en España. Comenzar de nuevo, otra vez…

—¿Qué ocurre Ramón? Tu llamada me ha preocupado…

—Tranquilo “jefe” —remarcando esto último—. No pasa nada. Necesito salir por un tiempo de este maldito país. El reencuentro con Mary y conocer a mi hijo después de tanto tiempo me ha afectado bastante. Necesito un tiempo… He decidido volver unos días a España, visitar a familiares y despejar mi cabeza un poco. Pero para eso necesito dos favores…

—Lo que sea amigo —contestó un preocupado Juanjo—. ¿Qué necesitas, Ramón?

—Lo primero que me des unos días de permiso, claro.

—Hecho.

—Y después que me prepares todo lo necesario para embarcar con mi coche. Tu sabes como funciona todo ese rollo, lo has hecho miles de veces con las furgonetas para repartos a Europa.

—No te preocupes. Hago las gestiones y te aviso cuando lo tenga preparado. En un par de días estarás de nuevo en España.

Ramón torno gris su rostro e inquirió…

—Me quiero ir ya mismo. No puedo más. Mira a ver que puedes hacer, por favor.

—Vamos a la oficina y veamos que posibilidades hay, pero será complicado.

Ambos se dirigieron al despacho de Juanjo y este comenzó a hacer todas las gestiones rápidamente. Le tenía un cariño especial a Ramón, y dejó de lado su trabajo en ese momento para ayudar a su amigo. Enseguida levantó la cara de la pantalla le informó de la situación.

—Nada de ferries, imposible. Ni a España ni a Francia en unos días. Está todo completo. Puedo conseguirte si quieres un billete de avión y enviarte el coche en unos días…

—No, no… prefiero ir con mi coche. Mira a ver en tren.

Tras unas comprobaciones telemáticas Juanjo asintió con la cabeza.

—Estas de suerte amigo. El tren sale en tres horas, si sales ya llegarás a tiempo a Folkestone, tienes casi dos horas hasta allí. El Shuttle te dejará en Calais. ¿Quieres algún enlace a París?

—No, prefiero dejarlo en Calais y conducir hasta España. Hacer kilómetros en este carro me despejará y me tendrá ocupado. Por eso no quiero ir de “turista”. Necesito estar ocupado y lejos a la vez… No se si me entiendes Juanjo.

—Sí, perfectamente —aunque la explicación de su amigo había sido bastante ambigua no quería contradecirle ni pedirle más explicaciones—. Vete ya si no quieres perder el tren —Juanjo recogió de la impresora unos documentos y se los entregó a Ramón—. Toma, el billete. Mantente en contacto conmigo eh, que me dejas un poco preocupado.

—Tranquilo hombre, estaré bien, pero ahora necesito unos días para aclararme. En unos días estoy de nuevo dándole a la furgoneta —Ramón le tendió la mano a Juanjo a modo de despedida y este en un acto impulsivo lo trajo para si con fuerza y se estrecharon en un intenso abrazo. Ambos sabían que la despedida era definitiva pero ninguno se atrevió a dar o pedir más explicaciones—. ¡Sin mariconadas, eh! —dijo Ramón apartando un poco a Juanjo, y dándole unas palmaditas en la cara con ambas manos salió de la oficina a toda prisa.

Cuando hubo abandonado el almacén donde trabajaba y se encontró a una prudencial distancia, detuvo su vehículo en un recóndito lugar y abrió el maletero. Allí estaba agazapado Jack al que la luz externa hizo contraer sus pupilas y se llevó las manos al rostro.

—Muy bien campeón. ¡Lo has hecho genial! Ahora nos vamos de excursión. ¡Verás a dónde te va a llevar papi!

 

—Hugo, ¿como estás? —Mario comenzaba sus gestiones para intentar ayudar a Ana—. Necesito hablar contigo.

—Solo hablar… que pena. Todavía me empalmo cada vez que recuerdo como terminó la última vez que quedamos para hablar.

—No te hagas ilusiones, no van por ahí los tiros. Necesito tus servicios profesionales esta vez. Tengo una amiga que está en apuros y tenemos que ayudarla.

—¿Te la estás tirando?

—No. Te he dicho que es una amiga.

—Maldito bisexual, ¿y yo que soy para ti?

Mario no entró en ese juego, sabía perfectamente que con Hugo no se podía discutir, siempre salía perdiendo.

—En fin… quedamos esta tarde y te explico.

El interfono sonó repetidamente en cortos e insistentes tonos. Era Olga. Cuando abrió la puerta de su piso ella entró en la estancia con el habitual halo que la envuelve e invade el recinto donde se encuentra. Traía unos vaqueros muy ajustados y un top negro abrochado con corchetes dejando liberados los dos primeros y los dos últimos, mostrando así su ombligo e insinuando un terrible escote. Las botas negras de cuero con flecos combinaban perfectamente con el top y su bandolera de piel negra. Su instinto femenino la había llevado hasta allí en busca de algo… no sabía el qué pero tenía claro que Mario era el hombre clave para acercarle a Ana y Pedro. Mario la miraba en silencio. Ella actuaba como si se encontrara sola en el salón, curioseaba inocentemente las estanterías y se entretenía con un magacín que llamó su atención de entre varios que poblaban la mesa de centro. Mario perplejo se espatarró en el sofá a la espera de algún tipo de respuesta de su sorprendente visita. Ella percibió su movimiento y lentamente se acercó a él, muy despacio se fue inclinando hasta terminar gateando sensualmente hasta llegar al sofá y muy provocativamente trepar sobre el cuerpo de Mario hasta llegar a sus labios. Mario estaba atónito a la par que convencido de lo que iba a pasar cuando vio quién era su inesperada visita. Ella insistió con su lengua alrededor de los labios de Mario y él se dejó hacer…

 

Pedro había llegado hasta los juzgados acompañado de Sandra y Rafa. Su recuperación era tan buena que esa misma mañana le habían preparado el alta para la mañana siguiente. Mañana volvía a casa y Ana le había pedido que se instalara en su apartamento, querían darse una oportunidad y estar juntos en los últimos meses de gestación de los bebés. Pedro encantado había aceptado, le ilusionaba la idea de compartir ese momento, cuidarse mutuamente y estar juntos, cerquita el uno del otro. Ahora con la jugada maestra de Olga ella también los tendría muy cerca, su instinto femenino no le había defraudado…

Pero hoy toda la atención de Pedro se centraba en el juicio. Caminaba bastante bien con las muletas, aunque hubiera preferido asistir con la silla de ruedas, su compañera de escapadas en los últimos meses, pero su abogado le recomendó que cuanto más pudiera valerse por si mismo mejor para quitarle importancia a la gravedad del accidente. Estaba citado a las once de la mañana por su abogado que le pondría al día de todos los pasos y acontecimientos que se iban a suceder. Después, sobre el mediodía comenzaría la vista.

 

Ana se sentía realmente incómoda esa mañana, había vomitado ya más de media docena de veces y el ardor de estómago la estaba matando. A duras penas llegó hasta la cocina en busca de su ansiada sal de frutas para aliviar los síntomas. Una cucharadita y estaría preparada para acudir a la cita y acompañar a Pedro en tan duro trance. Abrió el armario donde solía guardarla y se encontró con el bote vacío. Otra arcada, aquello no paraba. Y ese ardor la estaba consumiendo. Para colmo patada sincronizada de los gemelos, el dolor era intenso y tuvo que sentarse en el suelo de la cocina hasta que remitió lo suficiente como para poder tomar una decisión coherente: bajar a la farmacia le suponía un enorme esfuerzo, así que optó por subir a casa de Mario que seguro que guardaba algo de sal de frutas ya que la utilizaba a menudo para paliar los efectos devastadores del alcohol en su estómago tras las continuas noches de juerga. Se cubrió con una fina bata de estar por casa y tal cual iba con su pijama de Betty Boop se dispuso a subir para ver al chico que nunca le fallaba y al que sentía como su hermano pequeño.

A duras penas subió los escalones que separaban una planta de la otra cuando a medio camino oyó una voz femenina familiar procedente del piso de Mario. ¡Era Olga! Rápidamente retrocedió hasta aguardar en el descansillo haciendo oreja…

—¡Ciao bello! Esta noche regresaré y te daré algo nuevo y salvaje que te hará estremecerte durante horas. Repón fuerzas tigre que las vas a necesitar.

—Adiós preciosa —se escuchó a Mario. Y la puerta se cerró lentamente.

Ana no sabía que hacer, dudó un instante si regresar a su piso antes de que Olga bajara o subir de todos modos. Si bajaba Olga la iba a alcanzar puesto que en su estado era todo menos rápida, así que para arriba como si acabara de llegar hasta ese punto. Olga enseguida alcanzó el rellano y desde su elevada posición observó como Ana subía haciendo ver que no había oído nada.

—Hola Anita, ¿qué mal te veo, no? ¿Te encuentras bien? —con un elevado tono de sarcasmo.

—Estoy estupenda. ¿Qué haces tú aquí?

—He despertado en la cama de tu vecinito. ¿Lo has probado alguna vez? ¡Es fuego puro!

—¡Ni se te ocurra hacerle daño a Mario también! ¿No has tenido suficiente con jodernos la vida a Pedro y a mí? ¡No quiero volver a verte por aquí!

—Pues ve acostumbrándote a verme por la zona porque a este lo tengo muy pillado… Como a tu Pedrito, ¿recuerdas? Ningún hombre se me resiste, tengo esto —y contoneándose dibujó con ambas manos un camino desde sus pechos hasta su parte más íntima a la par que se mordía la parte izquierda del labio inferior. Cuando sus manos se juntaron en tan erógena zona le guiñó un ojo y le lanzó un beso. Bajó las escaleras sin perderle la mirada y una vez que superó su posición descendió con un ritmo de quinceañera despreocupada que acabó de sacarla de sus casillas.

—¡Zorra! —susurró…

 

En dos días estarían en España, reinventándose por enésima vez y con la ilusión de tener una vida plena con su hijo. Eso se repetía mientras conducía atravesando Francia. De momento sin peligro aparente, circulando por carreteras secundarias y parando en pueblecitos pequeños donde fuera más difícil que esos garrulos franchutes estuvieran alerta de un varón de mediana edad de pelo moreno y perilla secuestrando a su propio hijo. Simplemente parecían un padre y su hijo regresando a España después de unas buenas vacaciones en la ciudad de la luz. Eso repetía una y otra vez hasta el punto de creerlo a pies juntillas.

Pero para que ese plan fuera perfecto necesitaba una figura femenina que empatizara con Jack y le hiciera olvidar lo antes posible a su madre por la que el chaval preguntaba a menudo. Entonces la llamó. El tono de espera sonaba incesante una y otra vez. Estaba claro que en estos momentos no podía atenderle así que reorganizó sus ideas, volvió a marcar y esperó a que saltara el buzón de voz.

—Hola cariño, sé que últimamente no he sido mi mejor versión pero la distancia me ha hecho ver quién es la mujer de mi vida. Te echo de menos y necesito verte. Si oyes este mensaje y todavía sientes algo por mí ve a la casita en el campo de tus padres donde pasamos aquel fin de semana tan especial y espérame que mañana por la tarde estaré allí contigo de nuevo. Te quiero Patricia…

 

 

David Garcés Zalaya


XXVIII.     El juicio de Pedro

 

Sandra y Rafa se despidieron de Pedro en la puerta del juzgado de primera instancia justo en el momento en que se encontró con su abogado. Irían después a la vista donde se sentarían entre el público.

—Hola Pedro —le dijo su abogado—. Hoy es el día.

Pedro estaba algo nervioso. El abogado se lo había proporcionado su seguro de coche. Era un buen abogado que le había dicho que esto era pan comido, que estas cosas pasaban todos los días y que si no tenía antecedentes sería imposible que pudiera ingresar en prisión. Pero Pedro no había sido totalmente sincero con su abogado, no le había contado que estaba hablando por el móvil en el momento del accidente. Tenía un miedo irracional a que la compañía no le cubriera las indemnizaciones por este hecho en el caso de resultar culpable.

Entraron en el edificio tras pasar por el arco de seguridad. Era un viejo edificio de techos altos. Subieron en el ascensor al segundo piso. Siguieron por un pasillo hasta llegar a un pequeño despacho.

—Esta oficina la usamos como sala de reuniones antes de los juicios —le dijo su abogado.

—La señora de la otra parte no tenía intención de denunciar, pero su hijo lo ha hecho. Quiere sacar tajada —dijo Pedro.

—No será fácil de defender. Deberás de declararte culpable y llegar a un acuerdo. No tenemos testigos ni pruebas que avalen otra versión. Donde debemos de presentar batalla es en el parte de lesiones que nos presenten para la indemnización y la pena que puedan pedir para ti. Recuerda que no puedes hablar por ti mismo si no se te dirige a ti el juez o uno de los letrados. Yo soy tu voz en el juzgado. Vamos para la sala de vistas, ya se acerca la hora.

Salieron del despacho y se dirigieron de nuevo al ascensor. Subieron al sexto piso y volvieron a adentrarse en los pasillos. No era un edificio especialmente solemne, se notaba que era un lugar de trabajo. Pudo ver alguna puerta de algún despacho abierta en la que se amontonaban cientos de expedientes. A Pedro le recordó a su vieja facultad.

¡Dios mío, cómo no se podía haber acordado antes! Pensando en sus tiempos en la universidad recordó que tuvo un problema con la justicia. Se había visto involucrado en unos altercados durante una manifestación y había acabado en comisaría. La cosa acabó en nada, pero le hacía contar con antecedentes penales. Se le heló la sangre en las venas. Su abogado tenía muy claro que era imposible que pudiera acabar en prisión, pero esto lo cambiaba todo. No podía acabar de ninguna de las maneras en la cárcel, menos ahora que iba a ser padre y se estaban arreglando las cosas con Ana. No podía imaginar a los gemelos teniendo que ir a verlo a prisión.

Ángel —que así se llamaba su abogado, susurró Pedro—. Acabo de recordar algo muy importante.

—Dime Pedro.

—Tengo antecedentes por unos altercados cuando era universitario.

—Esto lo cambia todo, Pedro. Es demasiado tarde para pensar en una estrategia. Intentaré aplazar la vista.

Conforme se acercaban a la sala de vistas se le hacía un nudo en el estómago. Lo que hasta ahora sólo había sido un trámite burocrático, para que su compañía pagara más o menos dinero, había tomado un carácter dramático para él. Su pequeño secreto podía resultar determinante: podía acabar con sus huesos en la cárcel además de quizás tener que hacerse cargo de unas cifras desorbitadas de dinero.

Llegaron a la puerta de la sala.

Esperando en la puerta pudo ver a la conductora del otro coche junto con un señor con un maletín, debía de ser su abogado. Con ellos estaban dos hombres más.

La señora se acercó a Pedro.

—Que tal te encuentras hijo —le dijo.

Pudo ver que la señora no estaba cómoda en aquella situación y que no le quería hacer ningún mal. Vio la bondad en sus ojos.

Antes de que pudiera si quiera responder uno de los hombres la cogió del brazo y la apartó de Pedro.

Mientras miró a Pedro con aire despectivo dijo:

—No hables con él mamá.

Así como en la mujer había podido ver bondad, en su hijo sólo vio codicia y maldad. Sin duda había manipulado a su madre para intentar sacar todo el dinero posible.

Al minuto salió una secretaria de la sala.

—Ya pueden entrar —dijo.

Era una sala pequeña. Tenía un pequeño estrado con tres mesas, una en el centro y otras dos a los lados. También le recordaba a un aula. En la mesa central estaban el juez y el secretario judicial. Llevaban puestas las togas con los puños y cuello blancos, como de encaje. Los abogados se las habían puesto también antes de entrar, pero las de éstos no tenían el cuello ni los puños blancos, eran solo negras. Ver a aquellos dos señores tan solemnes terminó de poner nervioso a Pedro. Al lado de ellos estaba la secretaría que escribiría el acta del juicio. En la sala había unas cuantas decenas de sillas para el público.

Ángel y Pedro se sentaron en la mesa de la derecha del juez. En la mesa de enfrente estaban el abogado y el hijo de la señora como parte acusatoria. La señora estaba sentada abajo entre el público. A su lado estaba el otro hombre. Pedro vio que Sandra y Rafa estaban tomando asiento. No había nadie más en la sala.

Ángel se dirigió al tribunal y pidió que se aplazara la vista pero no fue capaz de encontrar razones de peso para que el juez lo hiciera. Se le denegó la posibilidad.

—Tendré que improvisar… —le susurró a Pedro.

El juez se dirigió a Pedro:

—El acusado exponga su versión de los hechos.

Pedro se puso en pie, estaba empezando a sudar a pesar de que la temperatura en la sala era agradable. Relató lo sucedido aquel día, omitiendo deliberadamente todo lo relativo a la llamada por el teléfono móvil. Dijo que la distracción fatal se produjo porque iba absorto en sus pensamientos. Había cometido perjurio, un delito más pensó. Ya se veía en Soto del Real con su traje a rayas.

Cuando hubo terminado, el juez se dirigió a la señora en calidad de testigo, y le pidió lo mismo.

Tampoco nombró nada del teléfono móvil. Pedro respiró por un momento.

El abogado de la acusación tomo la palabra:

—Señor Pedro López, creo que está muy claro que usted se saltó un semáforo en rojo como usted mismo ha admitido en su exposición de los hechos y colisionó con la madre de mi cliente. Está claro que la infracción fue cometida por usted.

Pedro y Ángel no tuvieron nada que objetar.

—Esta infracción provocó un accidente en el que la madre de mi cliente sufrió graves heridas de las que necesitó, además, un periodo de  rehabilitación. Presento al tribunal el parte de lesiones de la mujer —le entregó una copia a Ángel—. Pido una indemnización de 200.000 euros por daños físicos y morales. Por otro lado, se pide que los hechos sean considerados como homicidio por imprudencia en grado de tentativa. Llamo a declarar a mi testigo, señor Antonio Martínez.

—Señor Martínez, póngase en pie —ordenó el juez.

El abogado de la acusación prosiguió:

—¿Es cierto que usted se encontraba esperando para cruzar el semáforo y que este señor, ahí sentado, se saltó el semáforo en rojo?

—Sí lo es —respondió.

—¿Vio algo extraño en la forma de conducir del acusado? ¿Quizá alguna infracción grave al código de circulación?

—Sí, estaba hablando por el móvil.

No tengo nada más que añadir, dijo el abogado y tomo asiento.

Sandra y Rafa se sobresaltaron. Ángel se indignó.

Ángel se levantó y tomo la palabra. Alegó que el accidente se había producido debido a una infracción y que eso era todo. No podía ser tomado como intento de homicidio por imprudencia. Se le denegó esta posibilidad.

—Eso lo decidirá este tribunal —concluyó el juez.

Sobre la indemnización pidió revisar las pruebas periciales por otro perito. El juez le aceptó esto último.

Ángel terminó.

El juez tomó la palabra:

—El juicio queda visto para sentencia. Recibirán la sentencia por carta certificada. Frente a esta sentencia cabrá recurso ante la audiencia provincial.

Ángel y Pedro se levantaron.

—¿Cómo me has podido ocultar lo del teléfono móvil? Tengo que conocer todo lo ocurrido con pelos y señales, ¡no puedes mentirme! Además el tribunal te puede acusar de perjurio, ¿sabes? —dijo Ángel—. Alegaré que con los nervios del momento se te olvidó. No será fácil, ¡me lo has complicado mucho, diantre!

Una vez se hubo calmado continuó:

—No creo que el juez te quiera meter en la cárcel. Con la nueva ley de circulación podría hacerlo, pero le debes a la fortaleza de esa señora que es poco probable que ocurra. Si el resultado hubiera acabado en muerte casi seguro que acabarías en prisión. Tendrás pérdida de puntos, pero eso tiene una importancia menor.

Pedro se sintió aliviado, pero el tiempo de incertidumbre hasta la espera de la sentencia se le haría eterno. Además había que sumar que Ángel debía de presentar las nuevas pruebas periciales para rebajar la indemnización, así como su alegación para evitar la acusación por perjurio. La compañía si se haría cargo de la indemnización a pesar de que estuviera hablando por el móvil, pero este hecho podía cambiar la visión del tribunal sobre mandarlo o no a prisión.

Salieron de la sala. Sandra y Rafa estaban esperando. Ella le dio un abrazo y un beso.

—No ha ido demasiado mal —intentó animarlo.

—Sí, supongo —respondió.

 

 

Alberto Bello Ruiz


XXIX.     Todo se complica.

 

Era sábado, y Olga no tenía que ir al hospital, por lo que quedó con Mario para comer en su casa.

Deciden quedar a la una, pero Olga siempre ha sido muy puntual, demasiado puntual, tan puntual que todavía falta más de media hora y ella ya está en los alrededores de la casa de Mario. Para no molestar y hacer un poco de tiempo, pasea por las calles paralelas, cuando de pronto se encuentra a Sandra, Rafa y Pedro, los cuales volvían del juicio que se había realizado hacía unas horas, y del cual, Olga no tenía constancia.

A ninguno de los tres les apetecía pararse a hablar con Olga, pero se habían encontrado en una pequeña y estrecha calle, y por educación pararon.

—Hombre, el trío la la lá. Qué, ¿a dar un paseo? ¿Dónde os habéis dejado a Ana? —dijo Olga con aires sarcásticos y mirando a Pedro con cara de deseo.

—Buenos días a ti también, Olga. No vamos a dar ningún paseo, venimos del juicio de Pedro —contestó Rafa mientras Pedro le daba un disimulado pellizco en el brazo.

Rafa siempre había sido un poco bocazas, y una vez más, había metido la pata. Pedro no quería contarle lo del juicio a Olga, ya que quería hacer un borrón en lo que había pasado y evitar que se metiera en su vida personal de nuevo.

—¿Juicio? ¿Qué juicio? Pensaba que lo de la denuncia se había arreglado —contestó Olga sorprendida y algo asustada— ¿Por qué no me habíais dicho nada?

Al final todo se ha complicado —añadió Sandra al ver que no quedaba otra más que contárselo—. El hijo quisquilloso de la señora ha seguido con todo este jaleo y, en resumen, Pedro lo tiene muy jodido.

Pedro le lanza una mirada asesina a Sandra (que estaba muy cabreada con su hermano por haberle ocultado información importante al abogado) como queriéndole decir: ‘‘cállate ya’’, de la cual Sandra hace caso omiso y sigue dándole explicaciones a Olga de lo sucedido.

—Resulta, que con los antecedentes penales de mi querido hermanito, y con el detalle de que iba hablando por teléfono cuando ocurrió el accidente, lo cual ocultó a su abogado dificultándole su labor, Pedro podría acabar en la cárcel, y no durante poco tiempo que digamos —prosiguió Sandra sin cortarse un pelo.

—¿Qué dices? —dijo Olga sobresaltada— ¿Por qué has hecho eso, cariño? ¿Es que quieres que la cárcel nos separe para siempre?

Pedro, con los ojos como platos y una expresión más bien vomitiva, no daba crédito a lo que sus oídos estaban escuchando y añadió:

—Mira Olga, punto uno: no me llames cariño. Punto dos: si no te he contado nada es porque no quiero que tengas nada que ver en mi vida. Olvídame.

—Bueno, sé que en realidad tu enfado no tiene nada que ver conmigo, sino que estás molesto con la situación, así que te perdono todas esas palabras feas que me acabas de decir por esa boquita tan linda —contestó Olga con tono dulce y sensual— Ahora tengo que irme, llego tarde a mi cita, ¡chao!

Olga se marcha contenta y antes de doblar la esquina les lanza un beso a sus ‘‘amigos’’.

 

Mientras tanto, Patricia llega a casa agotada después de su rutinaria mañana de ejercicio físico. Con lo primero que se encuentra al entrar es con el fogoso saludo de su perrito Federico, un precioso mestizo de tamaño pequeño y de color arena el cual adoptó hace un año y medio en una protectora canina de la ciudad.  Patricia le tiene un cariño especial a Federico, ya que su compañía le ayudó a superar el momento más complicado de su vida, el fallecimiento de su tía, quién fue un pilar fundamental en su vida y una segunda madre para ella.

Después de unos cuantos lametazos de Federico, Patricia se descalza y deja las zapatillas en el alfeizar de la ventana para que se aireen un poco. Seguidamente se tumba en el sofá, alarga el brazo hacia la mesilla que tiene al lado y presiona el botón del contestador para escuchar los nuevos mensajes del buzón de voz.

—Tiene un mensaje nuevo. Recibido a las 17.37 h de ayer. Para escucharlo pulse 1.

Patricia sigue las instrucciones del contestador esperando el típico mensaje de publicidad, cuando de repente comienza a escuchar una voz familiar, la de Ramón.

—Hola cariño, sé que últimamente no he sido mi mejor versión pero la distancia me ha hecho ver quién es la mujer de mi vida. Te echo de menos y necesito verte. Si oyes este mensaje y todavía sientes algo por mí ve a la casita en el campo de tus padres donde pasamos aquel fin de semana tan especial y espérame que mañana por la tarde estaré allí contigo de nuevo. Te quiero Patricia.

Esta se levanta sobresaltada y vuelve a poner el mensaje ya que no da crédito a lo que está escuchando. Su corazón comienza a latir más y más rápido y una sensación de mariposas revoloteando en el estómago se apodera de ella. Patricia no lo había olvidado.

 

Pedro por fin llega a casa después del juicio y la incómoda situación por la que acababa de pasar hacía unos minutos con Olga. Allí le estaba esperando Ana, que en cuanto oyó el sonido de las llaves abriendo la puerta se apresuró para recibirlo.

—Hola Peter. ¿Qué tal ha ido? ¿Ha salido todo bien? —le pregunta, casi sin dejarle cruzar la puerta— ¡Dame una alegría y dime que sí!, aunque con esa mala cara que traes… ¿Ocurre algo?

—Hola Ana, la verdad es que todo ha ido peor de lo que imaginaba —le contesta Pedro cabizbajo—. Resulta que se me olvidó decirle a Ángel que estaba hablando por teléfono cuando choqué con aquella señora y eso junto a mis antecedentes, hacen que tenga pie y medio en prisión.

—No me lo puedo creer, ¿cómo has dejado pasar por alto algo tan importante? —contesta Ana anonadada.

—No quiero discutir por esto, ya no hay nada que hacer. Bastante culpable me siento ya.

—Tienes razón, perdona cariño, tenemos que estar juntos en esto. No te preocupes que seguro que al final la suerte nos sonríe.

Ana le da un fuerte abrazo para intentar transmitirle todo el apoyo que necesita en ese duro momento. Después, coge su mano y la pone en su vientre, lo que le hace a Pedro olvidar todo en ese instante y le saca la primera sonrisa del día.

Mientras Pedro va al dormitorio para cambiarse de ropa y ponerse cómodo, le dice a Ana:

—Por cierto, cuando volvía del juicio, para colmo nos hemos cruzado con Olga, y los bocazas de Rafa y mi hermana le han contado con pelos y señales todo lo del juicio.

—Que pareja de insensatos, conociendo a Olga seguro que nos lo intenta poner todo más difícil, pero tranquilo que no va a poder con nosotros —añade Ana quitándole miga al asunto.

Cuando Pedro sale de la habitación con la ropa de estar por casa puesta, se relaja junto a Ana en el sofá, quien se queda dormida plácidamente apoyada en su pecho.

 

Después del encuentro con Pedro, Rafa y Sandra, Olga llega al portal de Mario justo en el momento en el que la Señora María se dispone a entrar.

—¡Señora María! ¡Cuánto tiempo! —exclama Olga al ver a la anciana.

—¡Hombre Olguica! ¿Qué tal maña? Hace mucho que no vienes por aquí ¿eh? Ven anda, dame un par de besicos.

—Sí, la verdad es que he estado bastante liada últimamente… —responde Olga evitando dar demasiadas explicaciones.

—Pues que alegría me da verte. ¿Quieres pasarte a tomar café después de comer? Y te preparo esas magdalenas que tanto os gustaban a Ana y a ti.

—Claro que sí, me encantaría Señora María, para recordar viejos tiempos y ponernos al día que seguro que ha habido muchos cotilleos en este bloque —le dice Olga bromeando.

—Uy hija, no lo sabes tú bien, y eso que una va perdiendo facultades. Bueno, luego nos vemos.

Una vez que se despiden, Olga sube hasta el piso de Mario y antes de tocar el timbre se prepara. Suelta su coleta para lucir su morena melena, desabrocha los dos primeros botones de su fruncida camisa blanca dejando ver parte de su provocativo sujetador y se sube unos centímetros su corta y ajustada falda de tubo negra.

Cuando por fin está lista, da unos golpecitos en la puerta y Mario le abre rapidísimamente para recibirla.

—Hola…guapetón —dice Olga apoyada en el marco de la puerta y jugueteando con su pelo—. ¿Me dejas entrar?

XXX.             Todo se complica (II).

 

—Hola nena —dice Mario con tono nervioso—. Sí, sí, claro, pasa, esta es tu casa.

Olga entra y camina como si de un pase de modelos se tratase, y Mario va detrás como un perrito faldero.

Mario había preparado una comida especial, dorada al horno con patatas y cebolla pochada, uno de los platos preferidos de Olga. Se sientan alrededor de la mesa y comienzan a disfrutar de ese plato tan delicioso mientras conversan alegremente. Al terminar la comida, Mario le propone a Olga que le acompañe a recoger un paquete que le había enviado un amigo de Londres, pero ésta niega su propuesta y le explica que ha quedado con la Señora María.

—Me encantaría poder acompañarte cari, pero esta mañana me he encontrado con la Señora María y me ha invitado a tomar café a su casa —le responde Olga—. Aprovecharé para preguntarle qué tal les va a Pedro y a Ana y para quedarme más tranquila, ya que ellos no cuentan conmigo para nada e incluso me han ocultado el tema del juicio —prosigue haciéndose la víctima.

Evidentemente las intenciones de Olga no eran las que le había hecho creer a Mario. Ella quería hablar con la Señora María para sacarle información sobre la nueva relación de Pedro y Ana, y así poder malmeter entre ellos dos e intentar ‘‘recuperar’’ a Pedro.

—De acuerdo, lo comprendo. Cuando termines vuelve aquí, te dejo unas llaves, ya sabes que esta es tu casa —le contesta Mario guiñándole un ojo.

Mario le da un apasionado beso, coge sus cosas y se marcha. No habían pasado ni cinco minutos y Olga ya estaba yendo a casa de la vecina, no tenía tiempo que perder.

“Din don, din don”. Olga toca el timbre de la casa de la mujer.

La Señora María le dice que se ponga cómoda y que le espere en el salón ya que tiene que sacar la última remesa de magdalenas del horno. Una vez ya todo preparado, ambas se sientan en el sofá, comienzan a tomar café y a charlar, aunque ha pasado poco rato cuando Olga decide ir directamente al grano y preguntarle por lo que a ella le interesa realmente.

—Sí, sí, me parece muy interesante todo esto que me está contando —le dice Olga interrumpiendo lo que la Señora María le estaba contando—. Por cierto… ¿Cómo les va a Pedro y a Ana? Hace taaaaanto que no sé de ellos…

—Pues la verdad es que están muy contentos en esta nueva etapa de su vida. La llegada de los gemelos nos va a llenar de alegría —contesta la anciana con cara de felicidad. Seguidamente, se queda pensativa y añade—. ¡Ay! Ahora que me los recuerdas, Ana me dejó un juego de sus llaves y pasado mañana me voy a Benidorm con el Imserso —dice María señalando las llaves que están colgadas detrás de la puerta principal—. Tengo que ir a devolvérselas, menos mal que me lo has recordado hijica. ¡Qué cabeza tengo!

Es entonces cuando a Olga se le ilumina la bombilla y se le ocurre una brillante idea para su plan: le robaría las llaves a la Señora María para poder entrar en casa de Pedro y Ana y dejar su huella…

 

Patricia, ilusionada, no se lo piensa dos veces. Hace rápidamente su maleta, coge las cosas de Fede y se montan en el coche camino a Pau, en los Pirineos franceses, donde está la casita de sus padres y así encontrarse con Ramón.

Ya en la carretera, Patricia decide llamarle (utilizando el manos libres) para decirle que ya está de camino y que llegará en aproximadamente dos horas y media.

Una vez en Pau, Patricia toma dirección hacia la casita de campo y ve a lo lejos a Ramón sentado en un banco esperándola frente a la casa. Pero no está solo, hay un niño junto a él, cosa que Patricia no entiende ya que no le había comentado nada.

Patricia coge a Fede y bajan del coche, cuando Ramón se le acerca apresuradamente para darle un apasionado beso y decirle que es la mujer de su vida. Pero ella sigue sorprendida al ver a ese niño, por lo que le pide explicaciones.

—Hola Ramón, yo también tenía muchas ganas de verte —le dice Patricia un poco tensa—, pero… ¿por qué no me habías dicho que traías compañía? ¿Quién es ese niño?

Es una larga historia, pero no te preocupes, esta todo solucionado —le contesta Ramón cogiéndole la mano delicadamente—. Este es Jack, mi hijo. Su madre me lo arrebató y ahora está pagando por ello. Ahora los tres podremos ser felices juntos sin que nadie se interponga.

—¿Cómo? ¿Qué tienes un hijo? ¿Por qué no me lo habías contado? —responde Patricia sorprendida.

—Mira, te explicaré todo más tranquilamente en otro momento, pero ahora tienes que ayudarme. Tenemos que irnos de aquí a un lugar donde nadie nos conozca ni nos busque.

—¿Pero qué es lo que pasa? ¿Me has hecho venir hasta aquí para ahora tener que marcharnos? No entiendo nada Ramón… —contesta Patricia soltándose de su mano.

—Deja de hacer preguntas estúpidas, ¡no hay tiempo! La policía me busca por llevarme lo que me corresponde, mi hijo —responde Ramón poniéndose cada vez más nervioso y agresivo.

—Ramón, me estás asustando, no puedo ayudarte en eso, es algo muy serio. Pensaba que querías que viniera para estar los dos juntos a solas, pero ya veo que tu intención es otra. Vamos a llamar a la policía para solucionar esto de una manera civilizada —le dice Patricia con el teléfono en la mano—. Seguro que la madre del niño está muy preocupada.

—Tu no vas a llamar a nadie, zorra —le grita quitándole el teléfono bruscamente—. Tú verás lo que quieres hacer, pero igual alguien sale perjudicado por tu culpa…

En ese instante, Ramón saca una pistola de la parte trasera del pantalón y apunta a Fede, que está justo a su lado.

 

Mientras tanto en casa de la Señora María, ésta se dispone a recoger las tacitas de café y los platos. Se dirige hacia la cocina y se entretiene fregando la vajilla. Es entonces cuando Olga ve la oportunidad de oro para acercarse a la puerta y robarle las llaves. Se las guarda rápidamente en el escote y  vuelve a entrar en el salón. Cuando regresa la anfitriona, Olga ya está de pie y con su bolso puesto, preparada para irse.

—¿Ya te vas Olguica? ¿No quieres que te enseñe las fotos de cuando me fui a Toledo?

—Se lo agradezco, me encantaría, pero el tiempo se me ha pasado tan rápido que no me he dado cuenta de la hora que es y tengo que marcharme a hacer un recado —le contesta Olga sin darle opción a responder—. Muchas gracias por todo, ¡chao!

Olga sale rápidamente de ese pequeño apartamento y se dirige hacia una de las calles paralelas del bloque. Desde ahí le manda un whatsapp a Mario para darle una excusa de las suyas de por qué no se ha quedado esperándole en su casa:

“Hola cari. No te asustes si llegas a casa y no me ves :p. Me he tenido que ir porque mi hermana me ha llamado urgentemente. Te he dejado las llaves debajo del felpudo. Besines, nos vemos pronto”.

Una vez todo “aclarado” con Mario, decide pitar en el telefonillo automático de Pedro para comprobar si están o no en casa y así poder hacer lo que tiene pensado.

Por suerte para ella, no están en casa, así que sin más rodeos se mete al ascensor y sube al piso de Pedro. Una vez en su puerta, mira disimuladamente hacia todos los lados para asegurarse de que nadie la ve, y entra.

Es un pequeño piso que aunque no es demasiado grande, los múltiples espejos que decoran las paredes hacen que parezca más amplio. Tiene el salón junto con la cocina, separado de una barra americana, un baño enfrente y un dormitorio.

Nada más entrar a Olga le recorre una sensación de rabia e impotencia al ver, en el tocador de hall, una foto de la pareja. Como es tan impulsiva, coge la foto y la tira al suelo, haciendo que se rompa el cristal en trocitos.

Lo siguiente que hace es entrar en el dormitorio y tumbarse sensualmente en la deshecha cama con la intención de dejar su característico olor en las sábanas. En ese instante comienza a recordar aquella maravillosa Nochevieja que pasó con Pedro y se le ocurren mas ideas que pueden terminar con la relación entre Ana y él.

Se levanta de la cama y se quita el tanga, el cual deja colgado de la lamparita de noche que está en la mesilla, y seguidamente se desabrocha el sujetador y lo coloca sobre la cama.

Ya se disponía a salir de la habitación cuando algo del armario abierto le llama la atención, ahí estaba la camisa de cuadros rojos preferida de Pedro. Se acerca a ella, la coge, se la acerca a la cara y comienza a olerla con ímpetu y deseo. Saca el pintalabios rojo que siempre lleva en el bolso, se pinta delicadamente sus carnosos labios, comienza a besar el cuello de la camisa impregnándolo de carmín y la deja sobre el sillón que está al lado del armario.

Finalmente sale del cuarto y se dispone a buscar cualquier información que le sirva para conocer mejor la situación del juicio de Pedro, ya que le preocupa que acabe en prisión. Encuentra sobre la mesa del salón los papeles relacionados con el juicio. Comienza a hurgar entre ellos y se topa con un papel escrito a mano donde aparecen los números de teléfono de la señora con la que tuvo el accidente y el de su hijo.

Olga sabe perfectamente que con su cuerpo para el pecado y sus dotes de seducción puede convencer a cualquier hombre de lo que quiera, y no le resultaría difícil hacer que el hijo quisquilloso de la mujer retirara la denuncia a Pedro ligándoselo. Así que cogió su teléfono móvil y marcó el número del chico para guardarlo en su agenda, cuando de repente vio que ya lo tenía guardado. El nombre que aparecía era el de Ian…

 

 

Sara Garcés Carcas y Patricia Aznar Serrano


XXXI. Zarracatalla de sentimientos.

 

Ian Andrews, aquel pelirrojo irlandés borracho que le hizo el amor apasionadamente en el “Love boat” y que después desapareció. Esto trajo consecuencias… en forma de embarazo no deseado.

Ian era un chico de estatura media, ojos color aceituna y pelo desenfadado aunque sutilmente arreglado. A simple vista era un chico muy guapo, pero conforme lo ibas conociendo (su forma de expresarse, su mirada, sus gestos) hacía que cualquier persona cayera rendida a sus pies. Tanto, que a la mismísima Olga, logró encandilar. Tras el frenético encuentro en el “Viking Line” tuvieron una complicada relación…

—¿Qué hago? —pensó Olga.

Cientos de mariposas recorrían su estómago. ¿Seguir con su plan o por el contrario le apetecía ver a Ian pero no con ese fin? Infinitas dudas rondaban por su loca cabeza. Tenía que pensar algo rápido… ¡Ya! ¡No tenía tiempo!

De repente un sonido de llaves y unos pasos muy familiares se estaban acercando al piso…

—¡Mierda! ¡No! ¡Están aquí!

Olga lanzó los papeles y corriendo se escondió debajo de la cama.

—¿Que tal te lo has pasado cariño?

—Muy bien, necesitaba pasar una tarde así de tranquilita contigo cariño. Eres el mejor Peter. Voy a tumbarme un rato, que éstos niños me agotan.

Cuando Ana se disponía a entrar en su habitación, llaman a la puerta.

—Ya voy yo cariño —dice Ana.

Es la Señora María que pasa a visitarlos.

—Hombre Señora María, que agradable sorpresa. Pase.

—Gracias Anita. Sólo quería comentaros una cosa: ¿qué os parece si os invito a un cafecito y charlamos tranquilamente en mi casa? ¡He hecho esta mañana unas magdalenas buenísimas! De esas que tanto te gustan, hijica.

—Muchas gracias, pero hemos cenado por ahí, y yo la verdad es que no tengo nada de apetito. Estoy agotada y necesito descansar, es usted muy amable.

—Un cafecito entra muy bien a cualquier hora. Venga que os espero, he dejado la mesa puesta y la puerta entreabierta.

Ana y Pedro aceptan ante la insistencia de la anciana vecina. No sabían decirle que no a la adorable abuelita.

—Hijicos, ya sabéis que no me gusta meterme en cosas ajenas, pero ésta mañana he visto a Olga por aquí y la he invitado a un cafecito. La verdad que me he alegrado de verla, ya sabes Ana que os quiero mucho a las dos, aunque tenga más debilidad por ti. El caso es que la he notado algo rara, apenas me escuchaba y sólo se interesaba por vosotros. ¿Pasa algo chicos?

Ana y Pedro no daban crédito a lo que estaban escuchando…

—Nada María, nada… —contestó Pedro mientras sujetaba la mano de Ana.

Atónitos se quedaron mirándose unos segundos hasta que Pedro abrazó a Ana y la besó en la frente.

—Tranquila cielo, nunca nos van a separar.

Siguieron conversando con María hasta las tantas…

 

Olga aprovechó para salir sigilosamente del apartamento de Ana y sin recoger los papeles ni nada se marchó apresuradamente. Llevaba el móvil en la mano y como si de una margarita se tratase iba diciéndose:

-¿Lo llamo? No lo llamo… ¿Lo llamo? No lo llamo…

Olga era una mujer muy decidida, así que optó por llamarlo.

MENÚ, AGENDA, CONTACTOS… IAN ANDREWS.

Sólo de imaginarse su voz sentía como una bocanada de nervios y la piel se le erizaba.

Piiiiiiiiiiiii(1 tono)

Piiiiiiiiiiiii(2 tonos)

Piiiiiiiiiiiii(3 tonos)

Buzón de voz….

«¿Se acordará de mí? —pensó—. Ya me llamará cuándo vea la llamada».

Hacía ocho años que no se veían, y Olga había cambiado mucho. Como todos los cambios que afectaban a su imagen, siempre a mejor. Estaba siempre a la última y se mantenía fantástica, era el pecado en persona y le encantaba. Recogió el móvil en el bolso mientras caminaba hacia su casa.

 

Eran las once de la noche cuando Ana miró su reloj y le hizo a Pedro un gesto para irse.

—Estamos muy a gusto conversando con usted, pero es demasiado tarde y hoy ha sido un día muy ajetreado.

—Vale Anita, no os preocupéis. Ahora que me doy cuenta… ¡No habéis probado mis magdalenas! ¡Ay esta juventud que no come nada! Llevaros el resto para desayunar mañana, que seguro que no tienes nada en la despensa...

—Gracias María, es usted un encanto —le sonrió Ana.

—Hasta mañana hijicos, que descanséis.

—Igualmente y gracias por todo.

Se fundieron los tres en un cálido y acogedor abrazo y la pareja le dio un tierno beso a la Señora María a modo de despedida.

Al entrar en el piso, Ana seguía con el tema Olga. ¡Cómo para olvidarlo!

—¿Qué es lo que quiere? ¿Por qué es así? —Ana lo repetía una y otra vez.

—Déjalo ya cielo. Ahora piensa que va a ir todo bien, que por fin estamos juntos otra vez y que pronto seremos cuatro —le dijo Pedro para tratar de calmarla.

—Gracias cariño. No sé que haría sin ti. Eres el pilar más importante de mi vida.

Se fundieron en un romántico beso. Pedro, para rematar la jornada se le ocurrió una idea:

—¿Te apetece que antes de dormir veamos una peli? Rafa me grabó el otro día unas cuantas, entre ellas tu favorita: “El Diario de Noa”.

—Me encantaría guapo, pero estoy tan agotada que sólo tengo ganas de tumbarme y dormir.

—Está bien cariño, yo me quedo un ratito viendo la tele.

—Hasta mañana cariño —dijo Ana mientras se dirigía a sus aposentos.

Cuándo Ana llegó a su habitación y encendió la luz no podía creer lo que estaba viendo: papeles por el suelo, un sujetador encima de la cama, un tanga en la lámpara de la mesita y… la camisa que le regaló a Pedro manchada de carmín.

¿Que estaba pasando? ¿Por qué? ¿Otra vez? No podía creerlo.

—Pedro, ven por favor, tenemos que hablar —le dijo con la voz entrecortada.

—¿Qué te ocurre pequeña? —le preguntó Pedro con los ojos como platos cuando llegó a su altura y contempló semejante panorama.

—Vete pensando en lo que me vas a contestar, porque yo ya no puedo más Pedro.

—Estoy tan asombrado como tú. De verdad que no sé qué esta pasando Ana. Tienes que creerme, por favor.

Ana lloraba desconsoladamente. ¿No podía pasar un día en el que estuviera tranquila y feliz? Le pidió a Pedro que por favor se marchara a casa de sus padres, necesitaba estar unos días sola y pensar en lo ocurrido.

—Ana cariño, por favor, te juro que yo no sé nada. Me tienes que creer, por favor. Eres la mujer la de mi vida, ya lo pagué muy caro la otra vez. ¿Piensas que soy tan tonto de volverlo a hacer otra vez? Ana, por favor —Pedro le suplicó entre lágrimas a Ana una y otra vez que lo creyera.

—Pedro, no me lo pongas más difícil por favor. Vamos a darnos un tiempo, esto me acaba de dejar desconcertada.

Pedro se marchó cabizbajo a casa de sus padres, necesitaba hablar con su hermana y que ésta le aconsejara.

Mientras, aturdido todavía, por el camino pensó:

«Esto ha tenido que ser cosa de Olga, ¡seguro! —sacó su móvil del bolsillo y marcó su número—. ¡Mierda ocupado! Ya probaré mañana, esto tengo que arreglarlo cuanto antes».

 

Olga se disponía a acostarse cuándo se dio cuenta de que su móvil no dejaba de parpadear, la estaban llamando. ¿Quién podía ser a las doce de la noche?

Miró en móvil y automáticamente se le dibujó una sonrisa.

—Hola Ian. ¡Cuánto tiempo!

—Sabía que tarde o temprano me llamarías, Olguita.

—Quedaron muchas cosas pendientes entre nosotros hace ocho años, ¿no crees? ¿Te parece que nos veamos mañana a eso de las ocho en el Rock & Blues y nos ponemos al día?

—Perfecto, allí estaré. Ponte guapa.

No se lo podía creer. ¡Qué zarracatalla de sentimientos! Incertidumbre, morbo, nervios, alegría…

 

Eran las seis de la tarde del día siguiente y Olga comenzó con su sesión de chapa y pintura. Era una mujer muy atractiva y sabía sacarse partido. Se enfundó en unos leggins de color negro que marcaban su perfecta silueta, una camisa vaquera super ceñida, tacones de infarto y sus labios los había pintado de un rojo pasión que parecían aun más sensuales y carnosos.

Llego al Rock & Blues a eso de las ocho menos diez. ¡Qué le estaba pasando! Llegaba a la cita con diez minutos de adelanto, cuando su modus operandi era hacer esperar a sus citas “porque sí”.

Allí estaba él, leyendo un periódico desinteresadamente mientras la esperaba.

Olga se fue acercando hasta su mesa, y éste al oír los tacones que se aproximaban levantó la miraba hacia el frente.

—¿Olga?

—Hola bombón, cuánto tiempo…

 

 

Elisa Cebollada Bailón


XXXII. Ian.

 

Desde esa noche, desde esa llamada a las doce de la noche, Olga no había podido dejar de pensar en Ian. «Dios mío… cuánto tiempo ha pasado, cuántas cosas…»

Durante todo el tiempo transcurrido, ocho largos años, había intentado imaginar cómo sería aquel reencuentro y si existiría alguna vez en su vida. De hecho, por alguna extraña razón nunca había sido capaz de borrar aquel número de teléfono. Su cabeza no paraba de dar vueltas y sentía un nudo constante en la boca del estómago que le producía cierta ansiedad. Estaba nerviosa, no podía negarlo.

—Dios mío, Olga, ¿quieres tranquilizarte? Respira, ¡por favor respira! —no paraba de gritar una voz en su cabeza.

No paraba de hablar en voz alta consigo misma, intentando controlar los nervios y recorría el pasillo de arriba abajo, una y otra vez, de forma constante e incansable. No podía controlarse. Estaba en plena ebullición.

—¿Quieres tranquilizarte de una vez, por favor? Sólo has quedado con él para hablar. ¡Serénate!

No se lo podía creer, estaba fuera de sí, ésa no era ella, la chica fuerte y segura de sí misma que proyectaba como imagen hacia los demás. Se sentó en la cama, respiró hondo y dejó que su cabeza volara a Estocolmo.

Recordó aquella noche loca en la que todo pasó de forma fugaz y tras la que Ian desapareció de su vida. También el día en el que había descubierto su “sorpresa” y los días que pasó con Ana, su amiga del alma, con la que consiguió desahogarse y con la que había conseguido medio poner sus ideas en orden. Nunca podría olvidar esos días con Ana, pero cómo cambian las cosas, ahora ya casi ni se hablaban y habían perdido la confianza la una en la otra…

No quería esperar más, no podía esperar más. Era joven y estudiante y su familia nunca iba a entender su desliz pues venía de una familia más bien tradicional. Había tomado la decisión, aunque algo le provocaba dudas y le echaba para atrás.  Sin embargo no tenía escapatoria, los días pasaban y cada vez iba a ser más complicado.

Decidió entonces no contar nada a nadie, ni a su familia, ni mucho menos a sus compañeras de piso o a Ian, al que conocía sólo de una noche de borrachera y no había vuelto a ver.

Se puso en contacto con una clínica de interrupción de embarazos y decidió no esperar más. Al cabo de dos días salía de la clínica con el “asunto arreglado”.

Olga volvió a la rutina de la vida diaria. Eso le daba fuerzas para continuar y le evitaba tiempos muertos para pensar en aquello que había hecho. No tenía ni sentía remordimientos. Se había autoconvencido de que aquello era lo correcto. Era ante todo una chica práctica y decidida, y un bebé en ese momento iba a desbordar su vida, su futuro y no estaba dispuesta a hipotecarse desde ya. Quería vivir su vida paso a paso y un bebé en estos momentos no iba a hacer mas que interrumpir sus planes. Al fin y al cabo había sido un desliz de una noche sin más y la vida continuaba.

Su falta de remordimientos le hizo dudar si era buena persona, si tenía sentimientos, pero ganó su lado pragmático y no volvió a pensar más en ello. Pese a todo tenía la conciencia tranquila.

Sin embargo el azar es impredecible y quiso que a los pocos días, al volver de las clases de la universidad y girar una esquina camino de casa, Olga se cruzara con un chico que le resultaba familiar, demasiado familiar, pero no lograba identificar de qué lo conocía.

«¿Quién era? ¿De qué conocía a ese chico?” —de repente lo supo— “¡Ian! ¡Era Ian!»

Comenzaron a hablar y entablaron una amistad, la amistad creció a pasos agigantados y se convirtió en algo más y Olga, la chica que era capaz de conquistar a cualquier hombre del planeta con su imponente físico, se enamoró locamente de Ian… ¿Quién lo iba a decir? Pues sí, Olga estaba coladita por aquel chico pelirrojo del barco.

Estaba feliz. Había roto su caparazón de chica superficial y rompecorazones. Ian había sabido mirar su interior y hacer de ella una mejor persona. Olga se volcó en la relación. En experimentar por primera vez el amor de una pareja estable y feliz. Eran tal para cual y estaban hechos el uno para el otro. Compartían el mismo sentido del humor, hablaban de millones de cosas y estaban deseando pasar tiempo juntos. Se sentían tremendamente atraídos el uno por el otro y el sexo entre ambos era bestial. Se necesitaban continuamente y no había día que no se viesen, se besasen, se abrazasen… Estaban felices juntos. Olga se acostumbró a esa estabilidad que Ian le daba y deseaba que aquello durase mucho.

Pero nada es eterno y de repente un día… sin saber por qué, Ian comenzó a estar distante, cada vez más distante. Olvidaba mandar los mensajes a los que había acostumbrado a Olga:

“Buenas noches princesa…”

“Buenos días preciosa…”

Olga comenzó a ponerse nerviosa. Es ese sexto sentido que tienen las mujeres cuando algo va mal. Y llegó el día que Olga tanto temía. Ian desapareció.

“Necesito pensar qué es lo que siento por ti”

Esas fueron sus palabras. Olga supo que no lo volvería a ver más, que no continuaría esa conversación pendiente y que recordaría siempre esas palabras.

Se fue. Se fue sin dar más explicaciones, sin decir nada más, sin echar la vista atrás y en ese mismo instante empezó el calvario de Olga. Sólo tenía ganas de llorar, su sonrisa había desaparecido y en su lugar sólo existía un rictus de tristeza. La luz de sus ojos se apagó y aparecieron unas profundas ojeras que enmarcaban su mirada. El tiempo pasaba demasiado despacio y los minutos se hacían horas. No se reconocía en el espejo. ¿Dónde estaba la chica sonriente, fuerte, capaz de comerse el mundo con su desparpajo habitual? ¿Por qué no era capaz de sacar fuerzas y hacer como si nada hubiese pasado tal y como estaba acostumbrada en sus otras relaciones? Dejó de ir a clase, de salir, de quedar con los amigos, y sólo lloraba ante la incomprensión del momento. Ésa no era ella.

«No se puede obligar a nadie a que te quiera», pensaba.

Pero no podía dejar de preguntarse qué había pasado. Lloraba, lloraba desesperadamente por no poder dejar de llorar. Le costó superarlo y cuando logró reponerse del batacazo estaba tremendamente enfadada consigo misma por permitirse quedarse en ese estado de letargo.

«¡Hijo de puta! —se  repetía continuamente—. ¡Serás capullo!»

A partir de entonces se prometió que nunca nadie le volvería a hacer daño y se hizo fuerte. Los chicos serían para ella un juego, un capricho, pero no se permitiría volver a llorar por un hombre. Fue en ese momento cuando comprendió que había hecho lo correcto con el embarazo. Sí, era lo correcto.

El curso escolar terminó y Olga volvió a España. Se reencontró con su pandilla y aparcó todos los sentimientos vividos en Estocolmo. No había podido olvidar a Ian, pero tampoco había podido recordarlo hasta entonces. Pese a todo seguía siendo demasiado doloroso. Era la única vez en la que Olga había sido completamente feliz.

Y ahora míralo, sentado en la mesa del bar  Rock & Blues. No había cambiado nada, estaba tal y como lo recordaba.

—¿Olga?

—Hola bombón, cuánto tiempo…

Tenía demasiados sentimientos, el corazón le latía tan fuerte que le dolía el pecho.

«¡Contrólate, Olga! —era su voz interior la que hablaba—. ¿Pero por dónde empezar?»

Se le agolpaban las preguntas y las sensaciones. ¿Cómo debía actuar? Muy a su pesar, Ian sigue resultando extremadamente atractivo y pese a que es consciente del daño que le hizo, no puede evitar sentir cosquilleo en el estómago.

«¿Qué coño me está pasando?», piensa para sus adentros a la vez que siente que se ruboriza.

 

En su casa Pedro estaba que trinaba.

«¡Puta Olga! ¡Será zorra! Esto ha llegado ya demasiado lejos. No voy a permitirle que rompa aquello que he conseguido con Ana. No va a ser ella la que rompa mi familia. Esto tiene que terminar ya de una vez. Tengo que poner fin a esta historia de una vez por todas.»

Presa del enfado decide volver a llamarla.

 

Olga nota que su teléfono vibra y lo mira. «¡Mierda, Pedro! ¿Y ahora qué? Pedro… Ian…»

 

 

Bárbara López Díez




XXXIII.     ¿Cómo ha podido?

 

¿Y ahora qué?

Por un instante Olga estaba totalmente confusa, la situación se le apoderaba, algo inhabitual en ella, pues siempre sabía qué hacer en cada momento, conseguía una respuesta rápida para cualquier dificultad que se interpusiera en su camino. Segura y decidida. Pero con la llamada de Pedro no sabía qué hacer, no le apetecía hablar con él. Optó por no cogerlo dejando sonar esa odiosa melodía “Basic tone” que siempre se le olvida cambiar hasta que Pedro desistiera de llamarla. No entendía como podía tener sentimientos hacía dos hombres a la vez. ¿Por qué Ian tenía que ser el hijo de aquella mujer? ¿Por qué él? Con lo fáciles que hubieran sido las cosas si el hijo de esa mujer fuese alguien desconocido. Seducción y atracción de mujer hacia el hombre, sin mezclar sentimientos. Así de sencillo. Pues no, tenía que ser él, Ian. ¿Y qué hacía en España?

 

Ian Andrews, hijo de Brian Andrews y Carmen López. Brian era un rico empresario irlandés. Su empresa gestionaba todo el transporte de mercancías en Irlanda, y esta había sido heredada de padres a hijos durante tres generaciones. La familia de Brian, además de poderosa y de las más ricas del país, era católica, muy tradicional, como la gran mayoría de los habitantes de Irlanda. La idea del matrimonio tenía que seguir su curso: chico conoce a chica y no pueden tener relaciones sexuales hasta el matrimonio, pues sería vivir en pecado y una gran traición a la familia.

Carmen López en cambio, era una española que provenía de una familia humilde sin mucho dinero para comer y menos para estudiar. Cansada de esta situación y queriendo hacer su sueño realidad, a los diecisiete años con sus ahorros decidió emprender la aventura de viajar a Irlanda. Siempre lo había deseado. No sabía por qué, pero quería ir allí. Esos ahorros sólo le llegaban para comprar el billete de ida a Irlanda, así que nada más llegar allí se tendría que buscar la vida para poder sobrevivir.

Brian y Carmen se conocieron en el mismo aeropuerto. Él se quedó embobado nada más verla. Se enamoraron y fruto de ese amor, ella se quedó embarazada de Ian. Debido a la tradicional familia Andrews, los padres de Brian no iban a aceptar esa relación, y menos a su hijo bastardo. Así que por no complicarle la vida a Brian, Carmen decidió apartarse y criar a ese hijo sola, pero fuera de Irlanda. Echaba en falta España y a su familia, pues se sentía sola. No se lo pensó dos veces y volvió a su ciudad natal.

Brian no pudo ver crecer a su hijo, pero siempre se preocupó por él y todos los meses le enviaba dinero para su educación. Ian consiguió ir a la universidad, y debido a la posición económica de su padre pudo irse de Erasmus a Estocolmo. Allí es donde conoció a Olga.

 

Eran la siete de la tarde cuando Mario llegaba al Rock & Blues y encuentra a Hugo sentado en la mesa al lado del gran ventanal que caracteriza al bar. Observa que Hugo ya había pedido una jarra de cerveza, se acerca a la barra y pide otra para él.

—Vaya lío tengo que contarte —dijo Mario bastante preocupado.

—¡Desembucha guapo! —le contestó Hugo bastante impaciente.

Pasó una hora desde que Mario comenzó a contarle todo el problema en  el que estaba metida su amiga Ana y ambos seguían inmersos en la conversación.

—Es un caso que podemos ganar, no le tiene porque afectar a Ana. Podemos utilizar las grabaciones de seguridad para probar que Ana no cogió el cloroformo, sino Ramón. Y que todo lo que afirmó entonces fue un momento de confusión.

Esas palabras de Hugo calmaron a Mario.

—¡Buff! Según todo lo que está pasando Ana, no gana para disgustos. No estaría de más que todo este tema del cloroformo se arreglara cuanto antes.

Mientras conversaban iban terminando esas jarras de cerveza enormes y no dudaron en pedir otra ronda, pues tanto hablar no les calmaba la sed.

—¿Pero hay alguna denuncia del hospital hacia Ana? —Hugo le preguntó a Mario.

—Sí, el otro día le llamaron del juzgado para citarla para la próxima semana. La amiga de Ana, Teresa, le dijo que iba a investigar sobre el asunto.

—Bueno, creo que antes de que la denuncia siga su curso, podemos hablar con esa tal Teresa y demostrarle con las grabaciones que Ana es inocente. Tenemos tiempo, ya sabes lo lenta que es la justicia en este país. Dile a Ana que te dé el número de teléfono de Teresa —Hugo bastante convencido de lo que decía, estaba seguro de que esta idea le iba a funcionar.

Sin dudarlo ni un segundo, llamaron a Ana y consiguieron contactar con Teresa, la cual accedió a ver esas grabaciones junto con Hugo y Mario. No fue fácil conseguirlas, pero sabía que no podía seguir adelante con la denuncia a Ana, pues era su amiga. No se sentía capaz y por eso estaba dilatando tan difícil decisión.

Durante los días siguientes estuvieron viendo horas y horas de vídeo hasta que por fin lo encontraron.

—Ahí está, tal y como decía Ana, Ramón robó el cloroformo —Teresa se quedó tranquila viendo las imágenes ya que lo tenía mucho más sencillo. Retiraría la denuncia y la interpondría contra el verdadero culpable: Ramón. Estaba preocupada, pues las imágenes daban credibilidad a su amiga, y era bastante probable que Ramón la secuestrara, pobre Ana.

Ramón en poco tiempo, estaba siendo buscado por la Interpol  debido al secuestro de su hijo Jack y ahora también por el de Ana. El cerco se estrecha…

 

Ana, sabiendo todo el lío que se había montado por defender a Ramón, tenía que poner al día al resto de amigos por lo que decide invitarles a su casa y contarles todo detenidamente. Todos los problemas con Olga y el juicio de Pedro pasan a un segundo plano. Les llama uno a uno, excepto a Olga evidentemente. De todos recibe respuesta excepto de Patricia, lo que le sorprende. Aun así la cena sigue en pie.

Ana no sabía que preparar para cenar, no tenía la cabeza para pensar en recetas innovadoras, así que acudió a lo fácil: compró unas pizzas que sabía que a todos les gustaría y algo de beber. Una vez todos sentados en el sofá, Ana comenzó a contarles toda la historia. Se quedaron boquiabiertos, ya que no esperaban que Ramón hubiera podido llegar tan lejos. Comprobó su móvil de nuevo y observó que no había recibido ninguna llamada de Patricia.

—Por cierto, he llamado varias veces a Patricia y no me lo coge, ¿sabéis algo de ella? ¿Se ha ido a algún sitio?  Hace días que no la veo. Sandra y Rafa se miran mutuamente.

—¿Estás pensando lo mismo que yo? —le dice Sandra a Rafa.

Todos sabían que Patricia y Ramón habían estado juntos meses atrás. Él no quería nada con ella, fue una más en su vida amorosa, pero ella sentía algo más por él que una simple amistad y sabían que si Ramón le reclamaba ayuda ella acudiría donde él quisiera.

—¿Pero tú crees que Patricia está ayudando a Ramón para solucionar alguno de sus chanchullos? —exclamó Ana indignada defendiendo a su amiga—. Conozco muy bien a Patricia y creo que es bastante sensata y no se va a involucrar en ninguna locura.

—Según lo que has contado de Ramón, lo veo capaz de todo y ha podido embaucar a Patri —dijo Rafa convencido.

 

Mientras tanto en Pau, a Patricia no le quedaba otra escapatoria. Tenía que hacer todo lo que quisiera Ramón, pues tenía una pistola y si había amenazado a su perro Fede, también podía amenazarla a ella.

Patricia a pesar de estar incómoda en esa casita, no podía dejar de cuidar a Jack. No lo conocía de nada, pero era un niño inocente que echaba de menos a su madre y no entendía por qué Ramón, con el que estuvo jugando todos los miércoles, de repente lo separó de su madre.

En un descuido Patricia miró su móvil y vio una larga lista de llamadas de Ana. Estaba claro que sospechaba algo… No dudo en enviarle un corto whatsapp ahora que Ramón no la vigilaba.

“Estoy en mi casa de Pau, Ramón me tiene retenida junto con su hijo Jack. Llamad a la policía. Rápido.”

 

Un doble tic del whatsapp suena en el móvil de Ana, y ésta lo lee:

—¡Es Patricia! ¡¡La tiene retenida Ramón en Pau con su hijo Jack!! ¡Llamad a la policía!

—¿Jack? —interrumpió Sandra sorprendida—. Pero, ¿Ramón tiene hijos?

El pánico se hizo protagonista de aquel salón. Nadie entendía nada. Rafa es el que llama a la policía, pues es el único que puede contener los nervios y hablar sin que se le trabe la lengua. Marca el 091.

Una vez hecha la llamada, la policía tiene que contactar con la policía francesa, pues no puede hacer nada al ser territorio francés. Pero Ramón no era desconocido en el historial de la Interpol, pues también estaba siendo buscado por el secuestro de Jack.

Se desplegaron muchas unidades de la policía en la frontera de España y Francia para interceptarlo por si trataba de volver a España.

Mary, la madre de Jack, enseguida fue informada de que habían localizado a su hijo tras muchos días de búsqueda. No lo podía creer, por fin podría abrazar a su hijo. No debía haber permitido que el padre de su hijo entrara en sus vidas. No volvería a cometer ese error. Lo único que quería es que todo volviera a la normalidad, volver a la rutina con Jack y James en Londres. Era su único deseo.

 

Ramón estaba merodeando por los alrededores de la casa, a la vez que vigilaba a Jack y Patricia, cuando se oyen unas sirenas a lo lejos: «No puede ser…» A medida que pasan los segundos se oían cada vez más cerca.

—¡Mierda! ¡Esa zorra ha llamado a la policía! —gritó Ramón mientras entraba en la casa y buscaba desesperado a la mujer que le había delatado. Su cuerpo se llenó de furia. Iba directo, con el puño preparado, no se podía contener. Ahí estaba, sentada en el sofá… ¡Zas! Patricia recibió un primer puñetazo es su delicado pómulo. No paraba de recibir golpes y patadas por todo el cuerpo. Se quedó casi inconsciente, no sentía la cara, ninguna parte del cuerpo. No podía hacer nada, le pilló desprevenida. Se sentía impotente pues su cabeza se quería defender de su agresor pero su cuerpo no le respondía. Notaba que le costaba respirar, su pulso se iba debilitando hasta que dejó de latir.

 

—¡Policía! —se oye una voz grave tras un megáfono—. ¡Entréguese Ramón, no tiene escapatoria!...

 

 

Lara Garijo Labanda


XXXIV.     Amandine.

 

Abrí los ojos y me desperté confusa.

Oía lluvia fuera, parecía una tormenta fuerte con mucho viento. El sonido me resultaba conocido, como si ya hubiera vivido alguna de esas tormentas tiempo atrás. Eran muy típicas allí en Pau. Al momento reconocí el lugar donde me encontraba, tiempo atrás había estado visitando a un amigo de mis padres que estaba hospitalizado, a pesar de tener alguna laguna de qué hacia allí. Intenté incorporarme pero los goteros me lo impidieron. La puerta de la habitación se abrió y mamá corrió a abrazarme.

Mientras, la Interpol contactó con un asistente social francés que sería quien acompañara a Jack hasta Londres para el tan esperado encuentro con su madre. Desde la casa de Patricia en Pau hasta el aeropuerto no había mucho, apenas unos 7 kilómetros al noroeste que con el coche de la policía se hicieron más amenos, ya que desde pequeñito siempre había querido ser policía, y le hacía mucha ilusión montarse en uno. Un impresionante avión blanco y azul de la compañía Rynair sería la encargada de hacerles cruzar el Canal de la Mancha para llegar por fin a casa.

 

En casa de Ana y Pedro todavía seguían sin dar crédito a lo ocurrido, sin nadie que les informara de novedades no podían parar de hablar del mensaje de Patricia, olvidando realmente el motivo por el que habían quedado a cenar. Así que Pedro y Ana decidieron ponerles al día de sus vidas hasta que tuvieran más noticias desde Francia. Ana ya había contado toda la historia de Ramón y los chicos aún seguían sin dar crédito permaneciendo boquiabiertos. Pedro tomó el mando de la conversación ahora contando lo ocurrido en el juicio con la ayuda de Sandra y Rafa. Y entre tanta historia mala, la pareja también tenía una noticia buena que darles, que hasta Sandra desconocía.

—Chicos, con todos estos líos que tenemos ahora se nos ha pasado por alto deciros algo. No solo vamos a ser tres en la familia, ¡estoy embarazada de gemelos! —era Ana la encargada de comunicarles esta buena noticia.

Todos se pusieron como locos y corrieron a darles la enhorabuena a la pareja. Tomaron café y alguna que otra copilla.

Ya se hacía tarde y Ana estaba agotada (no nos podemos hacer a la idea de lo que debe de ser tener a dos retoños dando mal en el vientre…). Todos se marcharon y después de bastante insistir Pedro consiguió que Ana le dejara quedarse a hablar de lo ocurrido con Olga.

 

Al bajar del avión, ni siquiera esperé a recoger la maleta, corrí hasta encontrar a mamá, estaba seguro de que Amandine la recogería por mí. Amandine era la chica que me había acompañado hasta Londres, lo poco que había podido conocerla me pareció encantadora, a pesar de toda la información que intentó que le contara sobre lo ocurrido en casa de Patricia, pero yo solo quería ver a mi madre y contárselo a ella.

Así que nada más llegar allí y abrazar a mamá nos trasladaron a una sala apartada del aeropuerto de Londres en la que me dejaron un ratito a solas con ella. La habitación era rectangular, bastante grande, había una mesa central que ocupaba todo lo largo de la sala, tenía un color blanco roto que desprendía tranquilidad, aunque igual era que por fin estaba con mamá y realmente era eso lo que me producía la tranquilidad. En un rinconcito de la sala había un sofá de cuero muy cómodo junto a una mesa pequeña con un montón de comida, fue toda una alegría ya que desde antes de lo ocurrido con mi padre no había llevado nada a la boca más que un mísero zumo de naranja en el avión. Empecé por el queso curado, me priva el queso fuerte, también comí algo de jamón serrano que estaba buenísimo, en efecto “me puse las botas”. Mamá no paraba de mirarme con orgullo mientras se le escapaba alguna lagrimilla cada vez que pensaba que me podría haber perdido o que me podría haber ocurrido algo malo. No se lo hubiera perdonado jamás.

—Todo saldrá bien hijo, ahora van a venir unos miembros de la policía para que les cuentes todo lo ocurrido allí desde el momento que Ramón se te llevo de casa —me dijo mamá mientras me agarraba fuerte de la mano.

—Pero mamá, yo no quiero que le hagan nada malo a Ramón, el sólo quería estar conmigo.

—Cariño, es necesario y tienes que hacerlo, Ramón no quería estar contigo. Si sólo hubiera sido eso yo le hubiera dejado, pero lo que él quería era separarnos, y yo eso jamás se lo voy a permitir a nadie.

La puerta se abrió y aparecieron un señor muy alto vestido de traje y corbata y Amandine que se mostró contenta al verme ya con Mary. Ella parecía también ya más relajada, tenía pinta de haberse podido dar una ducha y cambiarse de ropa. Tenía otro color.

—Hola Jack, soy Tom, encantado. Soy miembro del cuerpo de la policía inglesa, seré el encargado de llevar tu caso. Para eso te tienes que portar bien y contarme todo lo ocurrido desde que Ramón te secuestró hasta lo ocurrido en Pau. Sentémonos en la mesa, así podremos tomar nota de todo para que no se nos escape nada.

Mamá me acompaño hasta la mesa y se sentó a mi derecha sin separarse de mí y para apoyarme, enfrente nuestro se sentaron Tom y Amandine.

—¿Qué es lo que te dijo para convencerte de que te montaras en el coche cuando te secuestró en tu casa? —leyó Tom de un ordenador portátil que traía con él.

—No recuerdo mucho. Me sentó en el asiento trasero de su coche y sin dar tiempo a más arranco. Yo no paraba de preguntar por mi madre, y él me mandaba callar. Me decía que todo iría bien.

—¿A dónde fuisteis después de que se te llevara?

—Estuvimos parados un buen rato en un sitio, no se donde estábamos ya que me oculté en el maletero, supongo que sería para esconderme de algo o de alguien. De allí cogimos un tren hasta Francia y fuimos atravesándolo pasando siempre por pueblecitos pequeñitos para que nadie sospechara. Aunque yo empecé a confiar en él ya que era lo único que podía hacer y parecíamos un padre y un hijo sin nada que ocultar. Después de muchas horas de viaje llegamos a un pueblecito llamado Pau, allí nos estaba esperando una mujer. Empecé a cogerle cariño, cuando ella se dio cuenta de lo que estaba pasando y de quién era yo, buscó por todos los medios encontrar la escapatoria para que ambos saliéramos de allí vivos. Estaba súper asustado y nervioso, se me pasó por la cabeza mi madre y si la volvería a ver —Jack comenzó a llorar al recordar todo lo ocurrido.

Mary abrazó a Jack para intentar tranquilizarlo. Amandine se levanto y le sirvió un vaso de agua del botellero que había junto a la puerta. Bebió sorbo a sorbo hasta que se lo acabo. Tom le dijo si prefería dejarlo para dentro de un rato, pero Mary decidió que lo mejor era acabar cuanto antes e irse a casa con Jack.

—Está bien —dijo Tom—. ¿En ese momento llego la policía? —continuó con la entrevista.

—Sí, al esconderme y oír a Patricia como lloraba comencé a oír las sirenas de la policía y a Ramón como gritaba y corría hasta dentro de la casa en busca de Patricia sin parar de insultarla. Cuando por fin dio con ella empezó a golpearla fuertemente. Yo sólo oía gritos. Me escondí como pude debajo de una cama, al cabo de unos minutos deje de oír los chillidos. Una voz muy fuerte se oyó a lo lejos por él bosque. Ramón se detuvo unos segundos, imagino que sería mientras pensaba que hacer, si entregarse o escapar. Comenzó a correr saliendo de casa dando un fuerte portazo. La policía se monto en los coches y lo persiguió hasta que en el pueblo más próximo, Gelos, consiguieron cogerlo. En cuanto Ramón se fue dos agentes de policía entraron en la casa y se quedaron con nosotros. Llamaron a un helicóptero, ya que Patricia apenas respiraba. En escasos diez minutos el helicóptero con todos los medios desplegados para reanimar a Patricia estaba allí. Se la llevaron rápidamente y ya desconozco lo ocurrido a partir de aquí —terminó Jack.

—Para vuestra tranquilidad, Ramón está en España en la cárcel a la espera de juicio para entrar a prisión. Patricia ha despertado y se encuentra favorablemente recuperándose, posiblemente sea trasladada a España para continuar la recuperación —Tom los pone al corriente, a pesar de que no todo son buenas noticias—. Le ha quedado alguna secuela, sufrió algún fuerte golpe en la cabeza y no recuerda nada de lo ocurrido, además…

 

 

Irene Royo Gracia


XXXV. Juego de tronas.

 

Además… Patricia estaba esperando un bebé y un desafortunado golpe que le propició Ramón había causado problemas en el embarazo. De momento no había perdido al bebé pero la situación era muy complicada, aunque los médicos estaban haciendo todo lo posible para que tanto Patricia como el bebé salieran adelante.

Tom y Amandine acompañaron a Mary y a Jack hasta una puerta en el aeropuerto donde les esperaba un coche de la policía que les llevaría hasta su casa, donde intentarían recobrar la normalidad de sus vidas pese a la amarga situación que ambos habían vivido.

Antes de que Mary subiera al coche, les dijo a los agentes que le gustaría que la mantuviesen informada acerca de la evolución de Patricia. Sin dudarlo, ambos agentes asintieron y le dijeron que no se preocupara que ellos mismos se encargarían de hacerle llegar cualquier noticia acerca del estado de salud de Patricia y de su bebé. Al fin y al cabo, Mary sentía que había recuperado a Jack gracias a Patricia y que cuando esta se encontrara mejor, debía agradecerle lo que había hecho por ella y por su hijo.

Al mismo tiempo, en España, no daban crédito de cómo Ramón había podido sobrepasar tantos límites. Primero el secuestro de Ana, luego el de Jack y por último la brutal paliza a Patricia.

 

Tres meses después…

Ramón permanecía en prisión. Dos semanas después del fatídico suceso de Pau, fue llamado a juicio. No tuvo mucho que hacer en su defensa. Del secuestro de Ana había claras pruebas que le delataban robando el cloroformo en el hospital y además Ana se armó de valor y declaró en su contra. Fue duro tomar la decisión porque no quería volver a verle la cara y hasta ahora había ocultado todo lo ocurrido para, de algún extraño modo, defenderlo. Pero finalmente Ana pensó que era justo que pagara por el daño que había hecho. Del secuestro de Jack había dos testigos: Patricia y el mismísimo Jack.

También le acusaron de agresión. Patricia declaró, pero también los médicos que la atendieron tras la brutal paliza y los policías que la encontraron tendida en el suelo.

La sentencia del juez propició el ingreso en prisión de Ramón durante 15 años y 3 meses.

Patricia se recuperó estupendamente de todas sus lesiones y el bebé milagrosamente no sufrió ningún tipo de daño por lo que el embarazo continuó adelante. De vez en cuando todavía sueña con el secuestro pero una patadita de su bebé le hace despertar de esas horribles pesadillas.

Mary y Jack habían vuelto a recobrar su vida anterior al suceso vivido. Todavía lo siguen recordando pero ahora que Ramón ya está en prisión, Mary se siente mucho más segura. Tom y Amandine la mantuvieron informada sobre el estado de salud de Patricia y de su bebé durante toda la recuperación. Hace mes y medio Mary y Jack decidieron viajar a España para visitarla.

Sandra y Rafa continúan afianzando su relación y han decidido alquilar un apartamento en el centro, cerca de Pedro y Ana ya que Sandra  quiere estar muy cerca suya, pero en especial… ¡de sus futuros sobrinos!

Ana ya se encontraba mucho mejor de su embarazo. Las nauseas y vómitos típicos ya hacía tiempo que habían desistido y en estos momentos estaba disfrutando de su embarazo. Cada vez se sentía más pesada pero también sentía a sus dos hijos y eso la hacía sentirse la mujer más feliz del mundo.

La relación con Pedro por fin se había encauzado de tal manera que no solo Ana estaba disfrutando del embarazo, sino que Pedro sentía que estaba viviendo la etapa más feliz de  su vida. Junto a Ana y a sus dos retoños.

El juicio de Pedro todavía está visto para sentencia.

Durante estos tres meses, las vidas de todos ellos habían cambiado mucho. La última vez que todos ellos se encontraron en el Rock&Blues, todas las noticias que se dieron fueron buenas. El piso de Sandra y Rafa, la recuperación de Patricia y de su bebé… y Ana y Pedro les contaron que en la última ecografía que le habían hecho a Ana por fin habían visto el sexo de los bebé y eran… ¡dos chicas!

Esta última noticia dio muchísimo que hablar durante aquel encuentro… Los nombres de las niñas fue el tema más debatido. Hasta que Ana y Pedro les contaron que ya tenían decidido cómo se iban a llamar: Candela y Lucía eran los nombres elegidos. Todos aplaudieron de la emoción y a la tía Sandra se le saltaron hasta las lágrimas.

Pasaron una buena velada todos juntos y decidieron que aunque sus vidas fueran a cambiar, las reuniones en el Rock & Blues tenían que ser semanales. Después de la reunión y con una mochila llena de buenas noticias cada uno marchó hacia su casa. Al llegar Ana ya no podía  más.

—Estas niñas me agotan —le dijo a Pedro—, voy a descansar un ratito.

Y mientras Ana descansaba, Pedro empezó a leer un libro que su madre y en vistas a su futura paternidad le había regalado. Lo primero que miró fue el título: “Juego de tronas: manual para la paternidad”.

—Madre mía —pensó Pedro—. ¿Por qué se le habrá ocurrido a mi madre regalarme un libro con este título?

Comenzó a leer. El libro hablaba de la lactancia, de los cólicos y de todas las cosas de los bebés que un padre primerizo no sabe. A Pedro cada vez le gustaba más lo que estaba leyendo y tenía ganas de que Ana se levantara para contarle y explicarle todo lo que había aprendido.

Y así pasó una semana entre preparativos y compras para la llegada de las niñas. Pedro seguía asombrado de la cantidad de cosas que podían llegar a necesitar dos cositas tan pequeñas.

El  jueves por la tarde Pedro y Ana se encontraban en el sofá de su apartamento. Ana con continuas molestias por las patadas que le daban las pequeñas. Por fin a Ana le habían dado la baja en el trabajo. Cada vez se encontraba más y más pesada y el volumen de su tripa ya le impedía realizar bien su trabajo.

Ahora Pedro, tenía que mimar y cuidar mucho a Ana y así estaba cumpliendo las órdenes del ginecólogo. Estaba preparando algo para cenar y se disponían a ver una película cuando de repente sonó el teléfono:

¡¡¡¡Ring ring!!!!

—Pedro, corre cariño que a lo que me levante del sofá ya han colgado.

¡¡¡¡Ring Ring!!!!

—¡Pedroooooooooo!

Este al oír el grito de Ana salió corriendo de la cocina. Estaba inmerso en su mundo cocinando mientras escuchaba una canción de Fito a toda pastilla: “Se  me ponen si me besas….rojitas las orejas….paparabara paparabara…”

—Lo siento cariño… Estaba…

—Ya —le replicó Ana—. Estabas cantando a toda voz.

Ambos rieron. Pedro descolgó el teléfono:

—¿Sí?

—Hola —respondió una voz femenina.

—Hola —contestó Pedro esperando algún detalle más de la persona que estaba al otro lado del teléfono…

 

 

Natalia Carcas Gracia


XXXVI. Los gemelos golpean dos veces.

 

—¿No me conoces? —respondió la voz femenina desde el otro lado del teléfono.

—Pues si no me das más pistas la verdad es que no sé quién eres.

—Soy Patricia, pero si tienes cerca a Ana no digas mi nombre, no quiero que se entere de que soy yo.

Pasaron varios segundos sin decir palabra por ambas partes, sólo se escuchaba la canción de Fito de fondo. Ana, desde el sofá, le extrañó tanto silencio.

—¿Pedro, quién es? —pregunto Ana.

—Es mi hermana Sandra, quiere que le de la receta de la tarta de queso que hacemos tú y yo.

—Podemos quedar para hablar, tengo algo muy importante que decirte pero por teléfono no me parece apropiado —dijo Patricia.

Pedro, se metió en su habitación con el inalámbrico y bajó la voz.

—Vale, ¿dónde podríamos vernos?

—¿Qué te parece en la cafetería del centro comercial que hay al lado del hospital, mañana a las cuatro?

—Muy bien, tengo que hacer unas compras y ya aprovechamos para hablar.

—OK, hasta mañana. Dijo Patricia.

—Hasta mañana.

Pedro colgó el teléfono y se dirigió hacia el salón pensando rápidamente en la historia que le iba a contar a Ana.

—Mi hermana, que le quiere dar una sorpresa a Rafa y le va hacer una tarta de queso.

Ana no pareció sospechar nada y así se quedó la conversación, Pedro se fue a la cocina a seguir con la cena.

 

Mientras tanto en estos tres meses, Olga estaba teniendo una relación a dos bandas, por un lado Mario, que el pobre no se imaginaba lo que le estaba haciendo Olga y por otro Ian, al cual le había vuelto a seducir con sus armas de mujer. Estas cosas se suelen descubrir tarde o temprano pero viniendo de Olga lo llevaba muy bien, ya que con Ian solamente estaba los fines de semana pues trabajaba fuera y no estaba el resto de la semana, así se quedaba el camino libre para estar con Mario sin que este sospechase nada.

Un sábado noche, cenando con Ian en un restaurante italiano, Olga intento sonsacar a este información sobre el accidente que había tenido Pedro con su madre y el por qué de llevarlo a juicio para sacar lo máximo posible a Pedro.

—No comprendo por qué tu madre llego al extremo de ir a juicio contra ese chaval. ¿Tanto odio le creó el accidente? —preguntó Olga.

—En realidad mi madre no quería, pero el abogado que tenemos es muy  recto y le gusta llevar los casos hasta el final, de ahí que nos llevo a juicio. Pero en realidad mi madre no quería —insistió.

Olga enseguida pensó que hablando con el abogado igual conseguían algo positivo con respecto al juicio y no dudó en preguntar a Ian por él.

—¿Y qué abogado es ese que le gusta tanto ir hasta el final?

—Se llama Benito Gracia y pertenece al bufete de abogados de la compañía de seguros ADESLAS. Es muy bueno.

—Y no lo dudo… —respondió Olga, que se quedó con el nombre y la compañía para poder localizarle y hablar con él.

 

Al día siguiente Pedro se busco una buena escusa para ir a comprar al centro comercial solo. Una vez allí se dirigió a la cafetería de dicho centro, allí estaba ya Patricia tomando un café y mirando miles de whatsapp que tenía en el móvil sin leer. Se le veía bien y ya tenía bastante tripilla del embarazo, que tanto peligro corrió tras el secuestro de Ramón.

—Hola Patricia. ¿Qué tal estas? —preguntó Pedro acercándose a la mesa.

Patricia enseguida se levantó y se dieron dos besos.

—Pues muy bien Pedro, gracias por preguntar.

—¿Cómo llevas la recuperación de todo lo sucedido? ¿Y el embarazo, que tal lo llevas?

—Pues la verdad es que tras el susto lo llevo muy bien, me he recuperado completamente de los golpes y la memoria la he ido recuperando poco a poco hasta no tener ninguna secuela. ¿Y Ana que tal lo lleva? Porque yo con una va que te va, pero ella con dos… ¿estará gordísima no?

—Sí, bueno lo normal —contestó Pedro—. Aunque no te pienses que tiene mucha mucha tripa, tiene lo normal.

Los dos rieron y comenzaron a hablar del asunto.

—Bueno Patricia, ¿qué es eso tan importante que me tienes que contar y no quieres que se entera Ana?

—Eso va relacionado con mi recuperación de la memoria. Cuando fueron pasando los días después del secuestro, recordé conversaciones que tuve con Ramón en la casa de campo de Pau.

Cuando Pedro escucho el nombre de Ramón, un escalofrío recorrió su cuerpo, ya se intuía que nada bueno le podía contar.

—Bueno, pues cada día iba recordando más y más y he llegado a recordar una conversación que iba relacionada con el embarazo de Ana. No te asustes pero te lo tengo que decir, tal y como me lo comento él.

—A ver qué es lo que te dijo el insensato ese —replicó Pedro.

—Me comentó que tenía un hermano gemelo, que vivía en Estocolmo. No lo conocía nadie por aquí del grupo de amigos, nadie nunca le había visto antes, los separaron desde muy pequeños y desde entonces están viviendo separados, pero no han perdido el contacto en ningún momento. Siempre han estado uno pendiente del otro, aunque sea en la distancia.

—¿Si bueno, y qué tiene esto que ver con el embarazo de Ana? —preguntó Pedro, intuyendo ya por donde iban los tiros.

—Pues esto claro que tiene que ver con el embarazo de Ana. Ya sabes que al principio no estaba muy claro quién era el padre, por el tema de aquel desliz de Ana con Ramón, si eras tú o era Ramón.

—Venga Patricia, no me vengas con esas ahora, quedó perfectamente claro que era yo el padre y solamente yo —aunque Pedro por dentro tenía sus pequeñas dudas pero no quería sacarlas al exterior, se las quedaba en sus adentros para que nadie sospechase nada.

—Sí Pedro, eso nadie lo duda —comentó Patricia—. Nadie excepto Ramón. Ya sabes que esto de los genes de los gemelos es hereditario, si eres gemelo tienes muchas más probabilidades de tener gemelos que uno que no lo es.

—¡Pero qué tontería es esa! —replicó Pedro ya con cierto aire de enfado y desconcierto en su voz. La verdad es que se estaba poniendo muy nervioso con todo lo que le estaba contando Patricia.

—Bueno Pedro no te enfades, yo sólo te comento la conversación que tuvimos Ramón y yo en la casa de Pau, y quería decírtelo para que lo supieras.

—Lo entiendo Patricia, no es tu culpa pero es que todo este asunto me está sacando de mis casillas y no puedo más. Entre el juicio, el problema de Ramón, las gemelas…. Todo esto me está superando.

—Lo comprendo Pedro pero quería que lo supieses para que no te pille en fuera de juego. Otra de las cosas que me comentó era que si a él alguna vez le pasase algo, no dudaría en venir a buscarlo, costase lo que costase y que estaría dispuesto a hacer lo que hiciera falta para ayudarle.

—Sí bueno, ¿pero a Ramón no le ha pasado nada, no? — inquirió Pedro.

—No, no le ha pasado nada, pero te recuerdo que está en la cárcel y eso igual es motivo para que su hermano regrese. Te lo digo para que estés muy alerta, por lo que pueda pasar o venir.

—Bueno, no creo yo que por eso vaya a venir.

—Pedro, yo no estaría tan segura de eso. Ya me comentó que eran de carácter muy parecido, muy impulsivos los dos, que si se les metía una cosa en la cabeza la hacían. Mira Ramón a lo que llegó, secuestro a Ana, se fue a Inglaterra, secuestro a su hijo y casi me mata, y lo que no sabremos.

—Bueno Patricia, muchas gracias por ponerme en antecedentes, sobre todo en este tema. Estaremos atentos por lo que pueda pasar.

—Pero sobre todo un favor te voy a pedir, no le digas a Ana que hemos tenido esta conversación, si no estoy segura que perdería su amistad para toda la vida.

—Por eso no tengas duda Patricia, este café no lo hemos tomado en la vida. Ana no se enterara de nada de todo esto, te lo prometo.

Una vez terminada la conversación y el café que ambos habían pedido, se despidieron dándose dos besos y cada uno se fue a sus asuntos.

Pedro entró en casa intentado por todos los medios que Ana no notase nada.

—Pedro… ¿Eres tú? —preguntó Ana desde el sofá en el cual descansaba plácidamente con una almohada en los pies.

Éste tomo aire y contestó.

—Sí cariño soy yo, mira lo que he comprado en el centro comercial para cenar: navajas, almejas, mejillones y gambas langostineras. Te voy a hacer la cena que tanto te gusta de picoteo.

—Gracias cariño. ¿Sabes que me ha llamado tu hermana Sandra?

—¿Sí? Y que quería. ¿No querría otra vez la receta? Pedro pasó unos instantes de angustia por si ambas habían hablado del tema de la llamada de ayer.

—No cariño, solamente hemos hablado de quedar mañana por la mañana para ir de compras.

Pedro respiró tranquilo, casi sudando.

—Muy bien cariño, así os aireáis un poco las dos.

 

A la mañana siguiente Pedro y Ana se levantaron a la vez y desayunaron juntos. Ana se vistió y se despidió de Pedro para ir al encuentro de su cuñada.

Ana llego a la puerta de la calle, la abrió, salió a la calle y se quedó helada. No podía ser, en la acera de enfrente estaba…

 

 

Eduardo Casanova Tutor


XXXVII. Plan de fuga.

 

El corazón de Ana se paralizó por momentos. No podía creer lo que estaban viendo sus ojos. Era la última persona a la que se quería encontrar, ya casi ni se acordaba de Olga y de todo lo mal que se lo había hecho pasar. Ana se detuvo en seco. Olga también se percato de que Ana estaba al otro lado de la acera y también se detuvo en seco. Cruzaron sus miradas.

Olga estaba disfrutando de aquella situación al ver a Ana con aquella mirada de odio hacia ella. Sin embargo Olga miraba a Ana con una sonrisa de lado a lado que aún la ponía más nerviosa pero sin duda alguna sentía el mismo odio hacia Ana.

«Anita se fuerte, Anita se fuerte y pasa de ella que no merece la pena complicarte la vida. Y más estando embarazada». Pensaba Ana hacia sus adentros.

—Hola Anita, que guapa y gorda te veo, el embarazo te sienta genial.

—Mira Olga, no sé como tienes la cara de dirigirme la palabra. Te deseo lo peor en tu vida y te lo digo bien claro: no se te ocurra meterte en nuestras vidas nunca más.

—¡Ay Anita que cosas tienes! Yo ya he pasado de página… Por cierto, tengo un novio de hace poquito tiempo.

Ana siguió andando antes de que Olga terminase la frase.

—Se llama Mario y creo que es tu vecino. ¿Lo conoces?

Olga se reía mientras Ana seguía su camino al encuentro de Patricia.

—Que sepas que te vas a tener que acostumbrar a ver esta carita más a menudo. ¡El destino es así y no se puede hacer nada contra él por más que quieras, Anita! —gritó Olga a diez metros de distancia.

 

Thomas, el hermano gemelo de Ramón llevaba unos meses muy nervioso en Estocolmo. No había podido viajar a España al tener que hacerse cargo de unos negocios muy importantes. Tenía siete fundiciones a pleno rendimiento y él era el dueño. Tenía a su cargo a tres mil trabajadores.

Desde que era un adolescente siempre había trabajado en las fundiciones de su padrastro pero por causas desconocidas lo encontraron muerto en su casa. Y todo aquel imperio fue pasado a Thomas como el único heredero de los bienes del difunto.

Tenía el carácter como su hermano Ramón o incluso peor, y sólo tenía en mente a su hermanito. Llevaba unos meses intentando cerrar unos temas empresariales que le habían impedido viajar a España. Había llegado ese ansiado día. Ya tenía todo atado para poder viajar y ayudar a su hermano.

 

Las ocho de la mañana. Las sirenas de la prisión empiezan a sonar y empiezan a hacer el recuento matutino de presos como cada día. Ramón está en el modulo 7 que es uno de los más conflictivos. Desde que entró en prisión sólo había tenido peleas por su carácter y por su rabia contenida hasta acabar en dicho modulo. Se disponía a ir a la ducha como cada mañana y se encontró con Matías, el funcionario de prisiones...

—¡Ey Ramón pórtate bien, eh!

—¿Cómo me voy a portar bien con la de gentuza que hay aquí? Y sólo me buscan la boca…

—Te doy un consejo: pasa de todo el mundo aquí dentro o acabaran contigo.

—¡No me des sermones! –le dijo Ramón con cara de loco enfurecido.

Ramón se había ganado la confianza de Matías. Algo vio en él. Su intención sólo era aprovecharse de la inocencia de aquel funcionario de prisiones. Ya llevaba un tiempo hablando todos los días con él y ganándose su confianza.

Desde el primer día que entró en prisión sólo tenía algo metido en la cabeza: fugarse de aquel infierno para poder vengarse de todas las personas que le habían arruinado la vida.

Matías acompañaba a Ramón hasta las duchas de la prisión. Cuando Ramón le preguntó:

—¡Ey Mati! —así le llamaba en plan cariñoso.

—Dime Ramón.

—¿Te acuerdas que llevamos meses planeando mi fuga no?

—Sí, sí, lo que pasa es que tengo que ir con mucho cuidado, que últimamente mis jefes nos han visto mucho hablando.

—¡No me seas inútil y no la cagues! —le dijo Ramón otra vez con cara de loco.

—¡Joder Ramón, entiéndeme! Me juego la vida ayudándote y tengo que ir con mucho cuidado. En cuanto salgas de aquí yo cogeré y desapareceré para siempre de este país. Ah, se me olvidaba, el vigilante que está en la cocina y el de la puerta que registra los coches que entran y salen ya nos han dado el visto bueno. Con 200.000€ por barba podremos rehacer nuestras vidas.

—¡De puta madre Mati! Son buenas noticias. Ahora solo falta que venga mi hermano a España para poder salir de aquí.

El plan que tenían entre manos tenía que ser un miércoles cualquiera que era cuando estarían los vigilantes comprados. Ramón, ese día de la semana, tenía una tarea en prisión de castigo por su comportamiento. Tenía que fregar todo el ala norte de la prisión de cabo a rabo. Allí se encuentra también la cocina y el comedor pero están cerrados con llave. Ahí entraría el trabajo de Mati que le abriría la puerta del comedor que le conduciría a la cocina. Tendría que estar justamente unos minutos antes de las siete de la mañana dentro de la cocina que es cuando viene el repartidor de pan que accede por la puerta de atrás. El guardia que vigila el acceso desde fuera del comedor le abriría a Ramón el maletero de la Citroen Berlingo del repartidor. Ahí se metería.  Luego en el control de la puerta de entrada de vehículos el otro guardia comprado registraría el coche con plena normalidad para que nadie sospechara nada. Y Ramón sería un hombre libre.

 

¡¡¡Meeeeeeeeeeeeeeccccc!!!

Suena el telefonillo de casa de Mario.

—¿Sí?

—Mario, soy Olga ábreme.

—Sí, sube.

Olga subió las escaleras hasta llegar a casa de Mario. Llevaba unos tacones de palmo, un vestidito corto que le marcaba el tanga verde, y se había hecho un recogido en esa gran melena negra. Nada más entrar por el apartamento de Mario sin alentar palabra le quitó el pijama, lo dejo como Dios lo trajo al mundo y lo tiró al sofá.

—Te voy a echar el mejor polvo de tu vida.

—Claro que sí mi chica, soy todo tuyo —dijo Mario con un tono de voz bajo…

Olga se puso en el sofá encima de Mario, estaba muy excitada. Estaban los dos fundidos. Olga se quitó el tanga por debajo del vestido y empezó a cabalgar sobre de Mario. Los gemidos de Olga empezaban a subir de tono cada vez más y más, y de repente...

“Din Don Din Don”

—¡Joder! ¿Quién cojones llama a la puerta ahora? Tendré que ir a ver quién es —pensó Mario mientras disfrutaba de semejante velada.

—No abras, no abras… —le repetía Olga a Mario en el oído mientras estaba en plena faena.

—Tengo que ir a ver quién es. Igual es algo importante.

—Anda, que voy yo en un momento —dijo Olga.

Olga se dirigió hacia la puerta, se bajo el vestido y abrió. No se podía creer quién era. Se quedo paralizada por segundos. El corazón le latía aún más rápido que cuando se estaba tirando a Mario.

—¡Qué grata sorpresa Pedro! —dijo Olga con cara de felicidad.

Pedro había ido a casa de su vecino a ver si le apetecía dar una vuelta y charlar un poco de todo ya que llevaban un tiempo un poco distanciados.

—¡No me jodas! —dijo Pedro con la cara desencajada.

—¿No te alegras de verme?

—¡Estas muy enferma de la cabeza!

Olga se subió el vestido lentamente...

—¿Te quieres unir a la fiesta y recordar viejos tiempos?

Pedro estaba pasándolo mal porque no sabía al con seguridad si él era el padre de las gemelos y ahora el panorama de Olga en casa de su vecino con el vestido subido e insinuándose. Era una bomba a punto de estallar y ¡boom!…

Cogió de los pelos a Olga, la metió en el apartamento de Mario, la zarandeaba de lado a lado y le propino un puñetazo que la tiró larga al suelo.

—¡Pero Pedro! —chilló Mario—. ¡Te has vuelto loco, mal nacido!

—¡Mira Mario, Olga nos está haciendo la vida imposible, es una persona mala y a ti te está utilizando para estar cerca de mí! La conozco bien y no va a parar hasta conseguir lo que quiere. Esta loca por mí. Ya sé que es difícil de asumir todo esto que te estoy contando, pero es la verdad.

—Voy a llamar a la policía —dijo Mario.

—¡Mira, por favor, hazme caso! ¿Qué gano yo con esto? Si llamas a la policía me meterían en la cárcel después de todo lo que me ha pasado últimamente. Por favor, habla con Ana. Ella te explicará todo. Nos conoces bien y nunca te mentiríamos.

—¡Vete de mi apartamento, quiero pensar en todo esto!

—Sí, me voy a mi casa. Piensa en todo lo que te he dicho, más tarde vendrá Ana y si quieres hablar con nosotros en casa estaremos.

Mario se quedo colapsado intentando asumir todo lo que le había dicho Pedro. Empezó a rebuscar en el bolso de Olga a ver si encontraba algún tipo de información que le hiciera abrir los ojos. Lo vació sobre de la mesa del salón. Había un monedero, tampones, carmín, clínex, chicles, llaves, móvil y una tarjeta de un bufete de abogados que le extraño un poco. Cogió el móvil y lo abrió. Tenía un whatsapp sin leer de un tal Ian.

“Tengo muchas ganas de que llegue el fin de semana para estar contigo. Te echo mucho de menos. Besos.”

 

Ramón se dirigía en la prisión a hacer el uso de su llamada que tenía cada quince días.

Un tono, dos tonos, tres tonos...

—¿Dígame?

—Thomas, soy Ramón.

—¡Ey hermano! Ya estoy en España, llegue anoche. Ya sabes que nunca te fallaría.

—¿Tienes ya arreglado lo del dinero?

—Sí, he abierto las tres cuentas en Suiza como acordamos.

—Pues si todo va bien pasado mañana estoy fuera. Iré en el maletero de la monovolumen del repartidor de pan. Sobre las siete y veinte para en la única panadería que está en el pueblo más cercano a la prisión. Espérame allí y cuando veas que se baja el repartidor fuerza el maletero y sácame de allí.

—Eso esta hecho. Allí estaré esperándote impaciente.

 

Mientras tanto Mario estaba flipando con el whatsapp que acababa de leer. Cogió el teléfono y marco…

—¿Sí? ¿Dígame?

 

 

David Carrasco Molina


XXXVIII. La sentencia dicta.

 

—Ana, soy Mario.

—Mario, tenemos que hablar contigo respecto a Olga, ha cambia…

—Ana, quiero que me contéis todo —dijo Mario sin dejarle terminar la frase.

—Ven a cenar a casa esta noche sobre las nueve —contestó nerviosa a la vez que contenta. ¿Sería capaz Mario de creerles? Era todo tan surrealista… Olga tenía una capacidad de convicción sobre la gente y además unas armas de seducción, que bien se encargaba ella de explotarlas al máximo para conseguir aquello que se propusiera.

—Está bien, luego os veo pareja, tengo muchas ganas de que me pongáis al día.

«No importa si las hijas son de Ramón, ella me quiere, estamos enamorados, serán mis niñas y jamás sabrán de la existencia de ese desgraciado». Pedro no paraba de darle vueltas a lo que Patricia le había contado, ¿sabría Ana de la existencia de Thomas? ¿Y si era así, porqué no se lo había contado si ella estaba segura de que las niñas eran suyas?

 

“Yo también tengo muchas ganitas de ti, nos vemos el viernes en mi casa”

A Olga no le importaban los sentimientos de nadie, pero intentaría convencer a Mario de que ese whatsapp fue un mal entendido, sólo lo hacia por estar cerca de Pedro y fastidiar a Ana. «¿Por qué vuelve con él y a mi no me dirige la palabra? Ojalá las niñas sean de Ramón y Pedro sea un infeliz a su lado».
 

—Pasa Mario, he hecho tu cena favorita, lasaña de atún.

—Eres un sol, Anita.

Mario no daba crédito a las barbaridades que estaba haciendo Olga por estar cerca de Pedro y recordó algo…

—Pero yo vi a Olga saliendo de vuestro piso el día que comió con la señora María, me dijo que no entrara que os ibais a echar la siesta, que estabais cansados.

—¿Quéeeeee? ¿La viste saliendo de nuestra casa? ¿Pero como ha entrado esa bicho?  ¡Hay que cambiar la cerradura! ¡Esta chica está cada vez peor! Ahora entiendo lo de la ropa por toda la casa tirada... Lo siento Pedro…  Lo que más me fastidia es que los papeles del juicio de Pedro estaban desordenados, seguro que los leyó. ¡A saber que se le está pasando ahora por la cabeza con tal de hacernos más daño!

—Mario, aléjate de ella, por tu bien —dijo Pedro, que hasta ahora había permanecido callado.

—No cabe duda de que esta chica no está muy cuerda y no quiero que os haga daño a ninguno de los dos. Pedro perdona por lo que pasó en casa, pero…

—Perdóname tú, no debí de entrar así, pero llevo mucho tiempo cargando con culpas que no deberían de ser mías. Deberíamos haber hablado antes sobre esta situación, pero entre el embarazo, hospitales y el juicio… No es que dispongamos de mucho tiempo libre…

—Bueno y… ¿qué tenéis pensado hacer con esta chica? Porque no va a parar hasta que os destruya.


Se escuchó la cerradura de la puerta:

—Tienes visita, además de loco, tienes suerte con las mujeres… ¡Qué hijo de puta!

No era difícil saber de quien se trataba teniendo en cuenta ese comentario…

—¡Qué agradable sorpresa!

—¿Qué tal Ramón?

—Bien Olga, esperando salir pronto de aquí. Creo que no va a ser tan largo como esperaba.

—¿Puedo hacer algo por ti?

—No, todo va bien, tranquila.

Hubo unos segundos incómodos de silencio y Ramón dijo:

—Tuve que soltarla Olga, estaba sangrando, me desesperé. Yo realmente la quiero y no quiero que le pase nada malo. Ese niño es mío, estoy seguro.

—No es un niño, tiene gemelas. Te comprendo Ramón, está siendo todo muy complicado y más ahora que estás dentro y tengo que pensar en muchas cosas yo sola…

—¿Gemelas? Qué gran noticia me das Olga. Tranquila, dame un poco de tiempo y podré ayudarte como te mereces, compensaré el fallo que tuve.

—Tengo que irme, espero poder venir más a menudo a visitarte.

—Gracias Olga, pronto nos veremos guapa.

 

Olga iba pensando en Ian, tenía que hacer algo para que retirara la denuncia a Pedro, su amado. ¿Le decía que lo conocía? Estaba en una situación extraña. «¿Qué es lo que siento realmente por Ian? ¿Es despecho porque me dejó y ahora quiero utilizarlo y dejarlo cuando quiera? ¿O realmente siento algo más?». Empezó a llorar desconsoladamente, ¿qué había pasado en estos últimos meses? Todo había cambiado tanto, sus amigos y Pedro… Todas las culpas eran para ella y Pedro se salía de rositas, no entendía nada… Buscó un cigarro, cuando estaba nerviosa necesitaba fumar. No era asidua a ello, pero siempre llevaba un paquete en el bolso.

—¿Mechero? ¿Dónde hay un puto mechero? ¡Ahí! —tuvo que estirarse y agacharse ligeramente para poder alcanzarlo y antes de incorporarse escuchó una bocina. Se incorporó rápidamente, pegó un volantazo y nada pudo hacer, el coche de Olga acabó empotrado debajo del camión.  Enseguida se escucharon las sirenas, llegó un helicóptero, la policía y muchos coches permanecían parados en la carretera. Nada se pudo hacer por la vida de Olga. Falleció en el acto.

Puesto que las visitas eran grabadas y escuchadas por los funcionarios de prisión, decidieron cambiar al día siguiente a Ramón de módulo.

—¿Dónde me lleváis cabrones? —decía gritando desde el furgón.

—¡Cállate ya, enseguida vas a verlo!

Ramón estaba muy cabreado, tenía todo preparado para la fuga  dentro de una semana y ahora, ¿qué estaba pasando?

—No deberíamos decirte esto, pero... tenemos todas las conversaciones con tu hermano grabadas, el móvil que te entregó nuestro compañero estaba pinchado. Así que, bienvenido a tu nuevo hogar, tu hogar por mucho tiempo.

Ramón se quedó sin habla, su ira y su rabia habían desaparecido. Se sentía agotado mentalmente, sólo quería llorar. No recordaba cuando fue la última vez que lloró. Probablemente cuando era niño, su padre siempre había sido un hombre muy duro con él y con su hermano. Le vinieron a la mente recuerdos de su niñez, cuando hacían trastadas, llegaban a casa y su padre les esperaba con el cinturón en la mano porque llegaban tres minutos tarde de la hora establecida. A ellos ya no les importaban las zurras con el cinturón, era algo que casi casi tenían a diario, como el dejarles sin comer durante un día entero por dejar la ropa sin recoger o la cama sin hacer. Esos pensamientos se cortaron en el momento que se escucharon las voces por el altavoz, era la hora de comer. Tenía que reponerse o los otros presos se lo comerían si lo veían así.

—¡Chico nuevo en casa! ¿Qué os parece? —dijo un preso gritando para que Ramón lo escuchase.

 

¡¡¡Rrrrrrrrrringgg!!!

—Pedro, ¿estás preparado?

—Nunca se está preparado para saber si tienes que ir a la cárcel o quedarte en la ruina.

Llegó el día, hoy se dictaba sentencia en el juzgado. Todos con los nervios a flor de piel, Ana, la hermana de Pedro, sus padres, Mario… Todos deseosos de que fuera una multa y no la entrada a prisión. Quedaban dos horas para entrar a los juzgados y saber que pasaba con esta situación tan horrible que estaban viviendo. Salieron todos desde el piso de la pareja. Entraron en silencio a la sala número 4. Pedro no escuchó nada hasta que el juez dijo:

—Y la sentencia es…

 

 

Ana Asensio Hernando


XXXIX.  Adiós…

 

La sala no era muy grande, las paredes pintadas de un blanco impoluto con varios retratos de autoridades que colgaban en el frente. Todos los asistentes sentados en bancos de madera, como si de una parroquia se tratase. El juez imponía respeto en su sillón de piel negro, apoyado sobre una mesa de madera maciza de cerezo. Esos segundos de silencio parecieron horas.

Ana empezó a sentir un fuerte escalofrío a la vez que un dolor intenso en la parte baja de la espalda que recorría todo su contorno hasta llegar al bajo vientre. Sin querer, un gemido sonó en la silenciosa sala. Por mucho que quiso disimularlo, fue sin éxito ya que no pasó inadvertido para nadie. No sabía sí eran los nervios del momento, ya que nunca se había encontrado en una situación similar, el hombre de su vida estaba a punto de ir a la cárcel.

Algo dentro de su cuerpo estaba cambiando. Poco a poco el dolor fue aumentando, ya se reflejaba más directamente en su útero. Respiraba con fuerza, como sí al llenarse de aire fuera a esfumarse esa molestia. Toda la sala se giró hacia ella. El juez vio como Ana se retorcía de dolor, mientras Pedro le cogía de la mano.

—¿Señorita se encuentra bien? —preguntó amablemente el juez, a pesar de su aspecto serio. Los ocho meses y medio de embarazo eran más que notables.

Ana se disponía a contestarle cuando una sensación de humedad invadió su entrepierna. No era muy abundante, pero lo suficiente como para darse cuenta de que el momento cumbre estaba llegando. A pesar de su experiencia en el sector de la medicina, todo esto era nuevo para ella, de la misma manera que cualquier madre se enfrenta a un parto por primera vez.

«¿Porqué me está pasando todo esto ahora? ¡Es el momento decisivo para Pedro!, qué oportuna soy…» Se decía para sus adentros.

Dadas las circunstancias, el juez decidió posponer la sentencia diez días. Pedro no era ningún criminal peligroso que no pudiera estar en libertad diez días más. Fue benévolo con él y decidió dejarle el tiempo suficiente para conocer a sus “futuras hijas”.

A Irene y Antonio les cambió la cara, no sabían si reír o llorar. Diez largos días más de incertidumbre, pero al fin y al cabo, diez días más al lado de su hijo, por lo que pudiera pasar. Lo importante ahora mismo era Ana y sus gemelas, faltaba poco para ver la carita de esas niñas.

Sandra fue rápidamente a buscar el coche para acercarlo hasta la puerta del juzgado y llevar a Ana y Pedro hasta el hospital.

—Ana, cariño, ya vamos al hospital. Tranquila, voy a poder estar a tu lado —le repetía Pedro con una sonrisa en la cara.

Pedro se había liberado de toda la tensión del juzgado. Dentro de unos días no sabría donde estaría pero lo que ahora tenía claro es que no se iba a separar de esa mujer y de sus hijas, aunque cada vez más aparecía la imagen de Ramón al pensar en el nacimiento.

«Aggg… ¿Por qué no puedo borrar esto de mi cabeza? Da igual, son mis hijas y ya está —se repetía una y otra vez—. Pero no está… ¡Maldita sea! ¡Tengo que averiguar esto como sea! Voy a explotar…»

   El teléfono de Ana sonó a escasos metros de llegar al hospital, era Mario. Pedro contestó, ya que ella no estaba en condiciones de cogerlo, aunque los dolores se estaban suavizando un poco y no eran tan intensos como en la sala del juzgado.

—Hola Mario, ¿qué tal? Soy Pedro.

—Hola Pedro. Por favor, tengo que deciros algo, no sé cómo hacerlo… —Mario lloriqueaba a la vez que hablaba, Pedro no sabía que estaba pasando.

—Dime Mario, voy con Ana y Sandra, te están escuchando también. Joder… Mario, ¿qué pasa? ¡Suéltalo ya!

—Pedro… eh…, es Olga… ¡Ha sido terrible! Al parecer salía de la cárcel de visitar a Ramón y justo en esa rotonda se ha empotrado con un camión. ¡Se ha matado, Pedro… se ha matado! Nada se ha podido hacer.

—¡Pero qué dices! Madre mía… ¡No puedo creerlo!

Pedro quitó el altavoz del móvil, evitando que Ana oyera todos los detalles, no quería hacerla sufrir más en ese momento.

—Mario perdona, estamos a punto de entrar al hospital con Ana. En cuanto pueda te vuelvo a llamar.

Ana y Sandra no daban crédito a lo que estaban escuchando.

—¿Es cierto lo que estamos oyendo?

—Sí, contra un camión. La trasladan al velatorio que hay al lado del hospital y el entierro es mañana a las seis de la tarde.

Ana apenas sentía contracciones ya, estaba claro que había sido una falsa alarma. Una lágrima caía de su rostro. En estos últimos tiempos todo se había vuelto loco y hacía que odiara a Olga con todas sus fuerzas, había tocado lo que más quería y eso no se lo perdonaría nunca. Pero no podía evitar pensar en todo lo que había vivido junto a ella, sólo le venían a la mente imágenes de ellas dos, riendo, divirtiéndose, imágenes de sus años de instituto que fueron los más bonitos de su juventud. El corazón de Ana iba por un lado mientras su cabeza por otro. Quería pensar que así todo habría terminado, pero le martirizaba el pensar que nunca más iba a tener la oportunidad de arreglar las cosas y vivir esos momentos mágicos de entendimiento y amistad con ella.

Se encontraban en los pasillos del hospital en la planta de ginecología cuando Charo, su comadrona, la invitó a pasar para hacerle una ecografía.

—Vamos Ana, adelante. ¿Qué te ha pasado?

—Nada Charo, ha sido una falsa alarma. He manchado un poco pero ya no tengo dolor.

—Haremos una ecografía para ver que todo está bien y podrás irte a casa. Respecto a lo que me dices que has manchado, has expulsado el tapón mucoso y eso quiere decir que el proceso de parto ha comenzado, pero tranquila… puede ser cuestión de tres horas o de tres días. Todo está bien, Ana. Una de ellas está encajada en el canal de parto. Sí vuelven esas contracciones me avisas y vienes de nuevo. Puedes estar tranquila.

— Gracias, Charo, nos vemos —dijo Pedro.

  

El tanatorio quedaba a unos cinco minutos andando desde allí. Pedro y Ana se miraron y decidieron que tenían que hacerlo. Tenían que ir a despedir a Olga, era la última vez que la verían y todo esto habría acabado. Ellos seguirían juntos, sin tener que esquivar las tretas que le gustaba jugar a Olga, temida por todas las novias por tener ese poder de seducción con sus respectivos. Todo hombre era capaz de caer a sus pies y eso a Ana nunca le afectó, sabía cómo era su amiga, pero todo cambió el día que tocó al suyo.

Allí estaba Mario, la última presa de Olga, junto a toda la familia de ella desconsolada. Al fondo para sorpresa de Pedro y Ana… se encontraba Ian.

—Ana, no puede ser, este es… es el hijo de la mujer del accidente… ¡Pero qué coño hace aquí! —susurro Pedro en el oído de Ana con cara de asombro total a la vez que de pocos amigos.

—Es verdad, ¿pero cómo conoce él a Olga?

   Ian era la última llamada que aparecía en el teléfono de Olga, la policía se puso en contacto con él para indagar y saber a quién darle la noticia.

Mario e Ian permanecían ajenos del juego a dos bandas que ésta llevaba y toda la trama que tenía montada con el único fin de conseguir a Pedro.

   Ian no pudo con la curiosidad y fue él quien preguntó a la pareja sí conocían a Olga. Se acababan de ver en el juzgado. Ian iba impecable. Su perfume inundaba toda la sala del velatorio. Era atractivo en cualquier situación. Los vaqueros negros le quedaban perfectos y la camisa gris que llevaba marcaba todos y cada uno de sus músculos de la espalda. Ana no pudo evitar dar un repaso a todo su estilismo, que aunque sencillo, sabía lucirlo como nadie.

   Ana le explicó que eran amigas desde hace mucho tiempo, aunque últimamente no andaban muy bien las cosas entre ellas. También sintió ganas de explicarle con todo tipo de detalle todo lo sucedido el día del accidente para que toda la historia de Pedro y el juzgado tuviera un final feliz, pero se limitó a decirle que Pedro y ella habían tenido una fuerte discusión ese día por culpa de Olga. Ian vio en Ana sinceridad, pero eso no iba a cambiar las cosas, podían haber matado a su madre y no se lo iba a perdonar al culpable ya se llamara Pedro o cualquier otro. Estaba decidido a continuar con esto.

En ese momento entró…

 

 

Rosi Oliver Navarro


XL.   Wellcome.

 

En ese momento entró Laura, una amiga común de Ana y Olga de su época de instituto que hacía tiempo que no veían. De vez en cuando se enviaban algún email, pero poco más, aunque siempre habían sido muy amigas las tres. Amigas, sobre todo de juergas nocturnas y como se decían cariñosamente ellas eran “El comité de emergencia”. Siempre que algo le sucedía a una, rápidamente las otras dos se reunían con esta para pasar la tarde entera de charla y cervezas. Con una simple tarde, los problemas parecían evadirse. Esas charlas terapéuticas que tanto les gustaban a las tres y hacían que no corriera el reloj para ellas.

   Laura había estudiado turismo y llevaba dos años de azafata de vuelo, el tiempo que hacía que no se veían. Trabajaba para una gran compañía aérea haciendo la ruta Madrid — La Habana. Por sus horarios y distancia habían perdido un poco la conexión, pero no les hacía falta mucho para juntarse en cualquier instante y recordar con detalle cada uno de sus mejores momentos. Era como un ritual, cada vez que estaban juntas volver a sonreír con las mejores anécdotas.

—¡Lauraaaa! No me lo puedo creer, ¡has venido! ¡Qué sorpresa! —exclamó Ana con los ojos llenos de lágrimas desde el primer segundo que la vio entrar.

—Ana, como ha podido… ¡Es Olga… nuestra amiga Olga! ¡Aún no me hago a la idea!

Las dos se fundieron en un largo y emotivo abrazo entre lágrimas. Nadie quiso interrumpir ese momento.

—En cuanto me llamaron mis padres para decírmelo, vine a toda prisa. Una tía de Olga se los encontró por la calle y les dio la noticia.

Laura era una chica muy agradable. Por su trabajo le había tocado tratar con mucha gente y sabía desenvolverse muy bien a pesar de tener un punto de timidez, que le hacía muy interesante. Amiga de sus amigos, aunque pasaran los años, siempre estaba igual. Especialmente sensible. Realmente guapa, de ojos oscuros, casi negros, su tono de piel dorado, que mantenía perfecto todo el año por sus estancias en Cuba. Una melena larga rizada  de color  marrón oscuro, precioso. Su cuerpo armonioso y bonito, de voluptuosas curvas, más propio de la escuela flamenca de Rubens que de la época de moda actual, del que sabía sacar un gran partido. Los vaqueros azules desgastados y una blusa vaporosa negra le daban una elegancia extra, sí cabe, a la suya propia. Su llegada no dejó indiferente a ninguno de los presentes, ya que emanaba sensualidad y su belleza natural era indiscutible.

   Se retiraron a un rincón de la sala y charlaron durante largo rato. Laura se puso al corriente de todo lo sucedido. Comprendió el enfado de Ana, tenía motivos más que suficientes. Aun así, Ana dejó bien claro que en esos momentos pesaba más en la balanza los momentos buenos vividos, que esos últimos meses de locura. En el fondo todos sabían que Ana no le guardaría rencor, ya que tenía un gran corazón.

El día estaba siendo realmente largo, Ana se encontraba muy pesada y con un hormigueo continuo en el vientre. Decidió irse a casa a descansar un rato.

  

A Ramón le habían dado la noticia en la cárcel y le permitieron hacer una llamada. Llamó a Thomas, su hermano, para ponerle al corriente de todos los cambios. Su plan se había ido al garete. Todo había cambiado y su rabia era cada vez mayor. Lo único que le preocupaba era Ana. Se estaba convirtiendo en un loco obsesivo, perdiendo cualquier racionalidad. Las ordenes para Thomas eran que fuera al funeral de Olga, se presentara a todos como su hermano, cosa evidente dado su parecido físico y sembrara las sospechas, ya existentes en Pedro, sobre sus gemelas. Le daba igual todo, ya no había nada que perder y sí Ana no era para él, no era para nadie.

  

Al día siguiente Ana se metió en la ducha intentando relajarse y no transmitir toda la ansiedad a sus pequeñas. Su abultada barriga parecía una montaña rusa, no paraba de moverse.

   Todo estaba preparado para el funeral. A las cinco Ana y Pedro salieron de su casa. Las contracciones reaparecían cada quince minutos, aunque todavía eran ligeras. No dijo nada para no preocupar a su chico. La canastilla, con todo lo necesario para las niñas, les acompañaba a todos los lados últimamente. Ana presentía que esta vez ya no iba a regresar a casa igual.

   Allí estaban todos, directamente en el cementerio. Olga no era muy religiosa y siempre decía que nada de misas y lloros, ella quería que sus seres queridos la despidieran con frases bonitas y no que fuera un cura al que no conocía de nada, el que le dijera las últimas palabras. Este detalle sólo lo sabía Laura y Ana, ya que son cosas que tampoco hablaban muy a menudo a sus treinta años. Sí alguna vez había salido el tema, era Ana la que le cortaba enseguida, diciendo que todavía quedaba mucho para eso, que se dejara de chorradas.

   Las contracciones de Ana eran cada vez más fuertes, se repetían cada diez minutos, ya no podía disimularlas. Laura no dejaba de abrazarla, querían estar juntas en estos momentos tan duros para las dos. Al otro lado, la mano incondicional de Pedro.

   Thomas apareció por allí, muy bien mandado. Era capaz de todo por salvarle el pellejo a su hermano. Todos se giraron para verlo, dudando de sí era Ramón. El parecido entre los dos era más que considerable. Sólo Patricia y Pedro sabían de la existencia de los gemelos. Patricia no estaba enterada del accidente de Olga, dado su estado de salud decidieron no decirle nada hasta que no recobrara más fuerzas.

—¡Qué cojones hace este aquí! —exclamó Pedro en tono bajo.

Ana no salía de su asombro. Era igual que Ramón. Las facciones muy parecidas, esa mirada intrigante que daba algo de miedo a la par que les hacía misteriosos y atractivos. Ambos tenían unos vistosos lunares en la cara. Ramón bajo la sien izquierda y Thomas justo al lado del labio en la parte derecha.

   Un “flash” invadió a Ana y sus dudas se hicieron mayores. No podía creer que Ramón hubiera ocultado tener un hermano todo ese tiempo, pero por otro lado conociendo que tenía dos caras opuestas, era capaz de todo, con más razón en los últimos tiempos que se estaba convirtiendo en un enfermo mental.

Estaba diciendo unas palabras muy bonitas la prima de Olga, cuando dos pinchazos invadieron el vientre de Ana. Era  el momento de tomar la decisión de abandonar la despedida de Olga y dirigirse al hospital.

  

Entraron a urgencias. Pedro estaba paralizado con lo que acababa de ver. Ana, sin embargo, parecía estar más centrada en sus contracciones. El dolor no le dejaba pensar mucho, le inundaba todo su interior, aunque la imagen del gemelo de Ramón aparecía una y otra vez por su cabeza.

   Charo, la comadrona, y Juan, su ginecólogo, llegaron en cinco minutos. Ana tenía un trato de favor en el hospital por trabajar en él. Durante todo el embarazo había sido tratada por el mismo ginecólogo, cosa poco común en los hospitales públicos. Cuando ellos llegaron el anestesista, hombre muy cariñoso que no paró de animar a Ana, estaba preparado para hacer su trabajo e inyectar la epidural cuando precisara. Los monitores estaban conectados a la prominente e inquieta barriga de Ana. Se oían perfectamente los latidos de ambos bebés. Charo informaba continuamente a Juan del proceso de parto. Ana estaba dilatando deprisa.

Era momento de poner la epidural. Los dolores eran muy intensos, Ana apenas podía articular palabra cuando la contracción estaba en su umbral más alto de dolor. Pedro intentaba distraerla diciendo frases filosóficas sin mucho sentido, ya que estaba muy nervioso y no sabía cómo evitarle sufrir. Cosa poco acertada, por su parte, pero con la única intención de ayudar. La sala era todo lo acogedora que puede ser una sala de hospital, habían tratado con cariño los detalles para que las futuras mamás estuvieran a gusto.

De repente las caras de los especialistas hacían ver que algo no andaba bien.

—¿Qué pasa doctor? —repetía Ana una y otra vez, presa de los nervios.

—Lo siento Ana, los latidos dejan de oírse en algún momento. Tenemos que hacerte una cesárea de urgencia. Una de las niñas lleva una vuelta de cordón en el cuello. Pedro tendrá que esperar fuera y saldremos a darle noticias.

 

   Ana fue trasladada a quirófano. Ya no era tan acogedor. Era una sala fría, toda ella alicatada con baldosines blancos muy brillantes, con abundantes objetos de metal: tijeras, bisturís, fórceps… Focos deslumbrantes que enfocaban directamente a la camilla.

   A Ana se le cayó el mundo encima. No quería que nada les pasase a sus pequeñas. El anestesista hizo su trabajo de nuevo, ampliando la dosis de epidural para que procedieran a realizar la cesárea.

   Todo fue muy rápido, la vida de las pequeñas corría peligro. En diez minutos estaban fuera. Ana fue la primera en verlas. Cuando salieron para que Pedro las viera, Irene, Antonio y Sandra se habían unido en la sala de espera.

   Para sorpresa de todos…

 

 

Rosi Oliver Navarro


XLI. Planes.

 

...Ían hizo su aparición en la sala de espera a la vez que las gemelas, provocando el estupor del grupo mientras la enfermera, contrariada, les aproximaba a las recién nacidas.

Pedro fue el primero en reaccionar. Miró a las niñas, y su rostro pasó del pasmo a la más profunda ternura en un instante. Se sintió padre en ese mismo momento por primera vez en su vida. No se parecía a nada que hubiera experimentado o imaginado antes. Sentía un vínculo ancestral con unos seres que acababan de nacer, una unión sentimental más fuerte que cualquier otra. De repente, muchas palabras de sus padres acudían a su mente, y el misterio de la vida, aunque irresoluble, se le aclaraba poco a poco.

Perdió completamente la noción del tiempo y el espacio entre suaves caricias, que interrumpió a recomendación de la enfermera, y sosteniendo a ambas, una con cada brazo (ante la atenta mirada de la enfermera) mientras se movía en un vaivén sutil.

Pocos minutos después, recuperó una expresión algo más seria, dejó a tía Sandra y a la yaya Irene sendas gemelas, y se acercó a Ian, que había permanecido todo el rato en respetuosa expectación.

—¡Qué sorpresa verle por aquí!

—Bueno, llevo una curiosa racha de sorpresas desde que entrasteis en mi vida.

Ian pasó deliberadamente al tuteo, aunque su intención no era aviesa.

—¿Qué querías? —preguntó Pedro.

—Comunicaros que vamos a retirar las acusaciones.

—¡Cómo! ¡Dime que no me estás engañando! —Pedro paró un momento para apaciguar su excitación inicial—. Perdona, pero yo también llevo unos días de locas sorpresas, y no me fío de nada.

—No, no te estoy engañando. Mi madre no quería desde el principio, y en mi caso, que reconozco que lo había encarado como algo personal, los últimos acontecimientos me han hecho cambiar mucho. Primero la reaparición fortuita de Olga, ¿sabes que me preguntó por nuestro litigio?

—¿¡Qué!?. Mira, no se lo que teníais vosotros, ni por qué te llamó, ni cómo consiguió tu número, pero para que te hagas una idea, gracias a nuestro vecino, descubrimos que entró en nuestra casa, e intentó sembrar la discordia entre mi pareja y yo.

—Pues actuó como si no te conociera, y supongo que estaría al tanto del juicio.

—Sí, pero desde el día del accidente había cambiado mucho nuestra relación. No quiero estropear tu recuerdo de Olga. Simplemente digamos que no nos trató bien.

—Para mi decisión esto da igual. La conozco muy bien desde hace tiempo y te aseguro que Olga ya pertenece al pasado. Me da igual cuales fueran sus intenciones. Mi madre además, es tajante; de ninguna manera quiere poner en peligro el desarrollo de un niño recién nacido.

—Le puedes decir que son dos niñas, incluso podéis venir un día a casa a conocerlas.

—Gracias, quizá lo hagamos. ¡Por cierto!...

Ian, que después de un apretón de manos ya se marchaba, se paró un poco antes de llegar a la puerta. Pedro, que ya había vuelto con su grupo, se giró sorprendido.

—Dime.

—Mi abogado me ha contado lo que el perito encontró en tu móvil, y he tenido acceso a algunos archivos. Quería que lo supieras por dos motivos; uno, que soy un tipo inteligente y que sospeché de Olga desde el primer momento, y otro, que no soy un cabrón. Estoy seguro de que aquel día estabas al límite, y no creo que Olga apareciera en mi vida por petición tuya.

—Muchas gracias, antes con la emoción no te las he dado.

—De nada, os deseo lo mejor a todos. Es posible que nos volvamos a ver.

—Hasta pronto entonces.

—Hasta pronto.

Pedro volvió con el grupo, y por fin pudieron disfrutar plenamente de las niñas todo el tiempo que les permitió la enfermera, que aunque fue mucho, les pareció poco.

 

Teresa mira con expresión de suma preocupación a Ana. La accidentada intervención forzó que la cesárea se hiciera con epidural, así que la doctora Retuerto estaba plenamente consciente cuando terminaron de coserle y el equipo médico se hubo marchado.

La noticia que Teresa le acababa de comunicar era feliz, pero terrorífica.

—¿Estas segura?

—Completamente, Ana. He vuelto a analizar la primera muestra de sangre y cada una de las que te han extraído en tus últimas estancias en el hospital. He invertido mucho tiempo libre en ti. Te quiero y si era capaz de pedir tu castigo cuando parecía que lo merecías, siempre lo seré en ayudarte hasta el final en todo lo que pueda.

—Muchísimas gracias Teresa.

—Sí, sí... El caso es que ningún análisis posterior al primero ha dado positivo en VIH, pero la primera muestra si que tiene virus del VIH, sin ninguna duda.

—¿Cómo es posible?

—Necesariamente, alguien contaminó la muestra. He mirado el horario de laboratorios, las asignaciones de investigación y cualquier información referente al uso del laboratorio donde se analizó tu prueba, y no había ninguna prueba que involucrara cultivos de virus, análisis de potenciales seropositivos o sangres no controladas. No queda otra posibilidad.

—¡Dios mío! ¿Quién habrá podido ser?

—Pues tengo mis sospechas. Alguien que puede moverse por el hospital con libertad, y que conoce bien la distribución del mismo. ¿Se puede saber en qué andas metida? Ha tenido que ser el mismo al que trataste de encubrir, ¡Ramón!

—Ahora ya está en la cárcel.

—Y esperemos que por mucho tiempo. Nunca me fié completamente de él.

—Tiene una mente muy retorcida, y es capaz de cualquier cosa por conseguir lo que quiere. No se cómo nos pudo tener engañados tantos años.

Ana pensaba también en Olga. Su mejor y más malvada amiga. ¿Qué demonios pasa en las cabezas de algunas personas para que actúen así? Dos personas a las que creía conocer, sobre todo a Olga. Creía conocer bastante bien a Ramón a pesar de sus repentinas ausencias prolongadas. Ahora solo esperaba que estuviera toda la condena en la cárcel, por su bien y el de su familia.

Teresa se despidió con un abrazo y salió a proseguir su turno. A la salida avisó a la enfermera de que ya podía comunicar a familia y amigos que podían pasar a ver a la madre.

Una vez con todos los amigos y los padres de Pedro, por fin disfrutaron de un momento de felicidad colectiva todos los que aún formaban parte del grupo original, y parecía que la nueva normalidad no tardaría en llegar. Incluso empezaron a planear qué harían los próximos meses... Su vida nunca volvería a ser lo que fue, pero al menos, la podrían vivir felices.

 

Mientras tanto, dos hermanos conversan separados por un cristal mientras sujetan sendos teléfonos.

—Olga ha muerto.

—¡Joder! ¡Maldita inútil! —con su hermano no necesitaba simular empatía—. ¡No te puedes fiar de nadie para hacer bien un trabajo!

—Y Ana se ha puesto de parto en el juicio contra Pedro. Se han ido al hospital, pero me ha sido imposible seguirles, así que me he venido aquí a contártelo.

—Gracias hermano.

Permanecen unos minutos callados mientras Ramón piensa con la mirada perdida. Asusta cuando mira así, ladino, perverso.

Su hermano, sin embargo, le mira con una mezcla de confianza y orgullo. Le gusta que su hermano sea peligroso. Hasta hace poco, era el único que realmente le conocía y sabía a dónde podía llegar por conseguir lo que deseaba. Ramón era algo más pequeño, y su hermano había podido comprobar cómo se iba desarrollando un pequeño psicópata, que no necesitaba llegar a grandes extremos para conseguir lo que quería en el patio del recreo y en las discotecas light, y cuya sagacidad le llevó pronto a comprender que era peligroso comportarse siempre como si el mundo le perteneciera, y empezó a moderarse y a adoptar una apariencia normal, incluso cariñosa, pero algo distante.

Ahora esa apariencia se había ido por la cloaca. Patricia, Ana, Mary, Pedro... todos habían visto su verdadera cara. Tenía que hacer algo, ¿pero qué?

Un plan que le solucionara la vida tendría que ser grande, muy grande. Tenía que salir de la cárcel, claro. Su hermano no podría hacer nada mientras él estuviera dentro. Peligro de perder un valioso peón, ¡el último tras la pérdida de Patricia! Porque... Patricia estaba perdida, claro. O... quizá no...

La perturbada mente de Ramón mantenía un diálogo consigo misma.

«Sí. Nunca me podré fiar al cien por cien de ninguno de ellos. Patricia me traicionó en Pau, Pedro me quitó a Ana, y Ana me niega mis hijas. Sí, sí... todo empieza a encajar. No será demasiado difícil.»

Ramón empezó a reírse en voz alta, una auténtica risa siniestra. Entonces asió el teléfono, golpeó dos veces el cristal y, cuando su hermano se lo hubo puesto de nuevo en la oreja, empezó a hablar.

—Escucha exactamente lo que quiero que hagas, hermanito...

 

 

Alfredo Lezaun Andréu


XLII. El muro.

 

El silencio envolvía la habitación, apenas se escuchaban los tímidos canturreos de los gorriones que anunciaban la llegada de un nuevo amanecer. Jamás hubiera creído que iba a disfrutar tanto de un momento así... en silencio. Lucía y Candela habían acaparado su tiempo, su alma, su vida... Era genial tener un momento para pensar, para darse cuenta de cuanto habían cambiado sus vidas... Para disfrutar de aquella maravillosa estampa: Candela tumbada sobre el torso de Pedro, dormidos ambos profundamente. Parecía que hasta sus respiraciones se habían acompasado al mismo ritmo. Y en sus brazos Lucía, tan bien dormida al fin.

Había sido una noche larga, tenía sueño pero hubiera vendido su alma por inmortalizar aquel momento en familia, tranquila, relajada, admirando a los tres seres que más quería. «Hoy va a ser un gran día», se dijo a si misma, y se incorporó para dejar a Lucía en su cunita.

Se metió en la ducha, dejo que el agua caliente resbalara por todo su cuerpo, se apoyó con sus estilizadas manos en las baldosas y dejó que el agua y el calor la transportaran a otro de los mejores momentos de este GRAN DÍA.

 

La calle estaba abarrotada, parecía mentira que fuera tan pronto. Se dirigió al hospital y al llegar a recepción saludó a sus compañeros y solicitó su sobre...

Tras recogerlo se dirigió a la Plaza Mozart, allí creía que pasaba el bus que la llevaría a su destino. Al llegar a la parada una señora de unos ochenta años aguardaba en un banco con una bolsa de cuadros escoceses gigante, abarrotada. Ana le preguntó:

—Disculpe, aquí se coge el autobús a la prisión Moss.

—Sí hija, sí —contestó la mujer, y se sentó a su vera a esperar.

Pasado unos minutos llegó el autobús. Ana no veía el momento de llegar, tenía ganas de ver su cara, tenía ganas de…

Se sobresaltó al escuchar el silbido de su móvil que anunciaba el mensaje entrante. Se apresuró a leer, era Pedro:

“Tardarás mucho? Candela y Lucía siguen durmiendo pero yo echo de menos tu beso de buenos días”

“No Pedrito, no. Te lo prometo…” (contestó Ana)

Guardó su móvil y se dispuso a “disfrutar” del paisaje, a mirar al infinito, a no pensar… y se quedó ensimismada pensando en NADA…

Pasada casi una hora llegó a su destino. Cómo imponía aquel edificio. Nunca había estado en una cárcel. Ayudó a la señora de la bolsa de cuadros a bajar del autobús y las dos se dirigieron hacia lo que parecía una puerta. No habían compartido ni una sola palabra pero aquella señora le caía bien, le resultaba agradable, buena gente. La mujer le agarró fuerte de la mano y le dijo:

—No te asustes hija. Se nota que es tu primera vez, pero no tengas miedo. Esto impone pero no deja de ser un edificio adornado con rejas.

Ana sonrió y respondió.

—Gracias.

Al entrar le solicitaron la documentación y les preguntaron a qué preso iban a visitar. A continuación pasaron a una pequeña sala acristalada, vieja y sucia donde dos mujeres con cara muy desagradable las cachearon y las acompañaron hasta el detector de metales. Tras este detector accedieron a otra sala alargada, un poco más limpia, donde aguardaban otras visitas. No podía creerlo, allí estaba… Parecía que se encontrara en frente de Ramón, era exactamente igual a él. Al verla abrió aún más esos enormes ojos y se echó para atrás, como queriendo escapar de aquella incómoda situación.

—Hola, soy Ana.

—Lo sé —contestó Thomas.

—Eres el hermano de Ramón, no hay duda… —dijo con cierto aire de chulería.

—Sí, soy yo. ¿Qué haces tú aquí?

—Vengo a ver a Ramón, como tú, supongo. Hay pocas cosas más que hacer en un sitio así, ¿no? —Ana no podía creer que sangre fría estaba teniendo para hablarle así, pero se sentía fuerte, valiente—. Vengo a ver a tu hermano, a preguntarle cómo está, a intentar recordarle lo que un día fue, mi amigo, y a decirle ADIOS para siempre.

—Umm… —murmuró Thomas cerrando los ojos, sonriendo y poniendo una cara de esas que dicen: “¡que te lo has creído!”.

—Sí, ya se que no me crees, por eso te voy a pedir que entremos juntos para que lo compruebes por ti mismo.

—De acuerdo —asintió—. Ningún problema.

Seguidamente un señor grande, gordo, sudoroso y mal oliente abrió la puerta de metal que había en la sala y les dejó adentrarse en la llamada “Sala de visitas”.

Ana siguió a Thomas, ambos se sentaron en una mesa al fondo de la sala. Segundos después aparecieron los presos por la puerta situada justo frente a sus ojos. No dejaban de entrar presos uno detrás de otro, pero Ramón no aparecía…

Se cerró la puerta tras el último reo y Ramón no había comparecido. Su hermano se dirigía hacia el funcionario para preguntarle cuando se abrió la puerta. Allí estaba, bastante desmejorado y más delgado, y con alguna marca en la cara que no reconocía Ana.

Vio a su hermano, y este ladeando la cabeza le dijo:

—Mira quién ha venido.

No podía creerlo. Se restregó los ojos incluso. Ana entonces se incorporó y dijo en voz alta:

—Sí Ramón, soy yo.

Él se acercó lentamente hasta la mesa donde se encontraba admirándola como nunca había hecho y se sentó frente a ella.

—Ana, yo... Quería...

—No Ramón. La que he venido a verte soy yo, y la que quiere hablar soy yo. Así que agradecería que te callaras y me escucharas atentamente.

Asintió con la cabeza y se le escapó una sonrisa un poco maligna...

—Primero, ¿qué tal estás? —prosiguió Ana—. No debería preguntarte, solo reprocharte, pero para poder recibir hay que dar primero, ¿no? Pues yo acabo de poner la primera piedra para construir el muro.

—¿Qué muro? —rió Ramón.

—El que va a aparecer en breves momentos entre tú y yo...

—Venga Ana —Ramón rió a carcajadas.

—¿Cómo estás Ramón? —repitió Ana.

Estaba perplejo. No sabía si era una broma, si venía a reprocharle, a preguntarle... Estaba totalmente desconcertado pero como si no entraba en el juego, al parecer no iba a averiguar de qué se trataba, contestó a Ana cortésmente.

—Bien, estoy bien.

—Me alegro —sonrió Ana vagamente—. Sólo he venido a decirte que jamás te hubiera creído capaz de hacer todo lo que has hecho. Te has transformado en una persona que yo no conozco y a la que no quiero conocer. No quiero entrar en un montón de reproches sin fin, lo pasado, pasado está. Sólo quería decirte que le digas al Ramón al que yo conocí, que le quiero y le echaré de menos... A este nuevo Ramón sólo me queda darle esto.

Ana sacó de su bolso el sobre que había recogido en el hospital.

—¿Qué es esto? —preguntó alucinado.

—Es un regalo para TI, de MÍ, por ser TÚ.

—Gracias Anita.

Parecía que el tiempo se había detenido. Los segundos se hacían eternos mientras Ramón abría el sobre y se disponía ingenuamente e ilusionado a leer.

Acto seguido se quedó perplejo al comprobar lo que tenía delante. No podía creer lo que estaba leyendo ni quién se lo había traído. De repente su sonrisa maligna comenzó a borrarse de su cara.

—Sí Ramón —dijo Ana satisfecha—. Es un análisis genético que Pedro se hizo. Así es, ¡Pedro es el padre! —sonrió finalmente.

La cara de Ramón se desencajaba por momentos.

—Este es el muro del que te hablaba al principio —prosiguió Ana—. Este es nuestro muro. Ahora nada nos une, nada nos ata. No hay nada que recuperar, nada que intentar. Sólo decirte hasta siempre y que le des un enorme beso a mi Ramón, a mi amigo...

Ana se levantó, caminó lenta pero intensamente, segura y orgullosa de si misma. Ramón y su hermano, perplejos, observaban detenidamente cómo Ana se alejaba para de ellos para SIEMPRE.

Maite Navarro Medina


XLIII. Encuentros inesperados.

 

SIEMPRE es lo que Ana pensaba, deseaba. La mente enferma de Ramón ya estaba pensando la manera de conseguir que fuera para siempre suya, no aceptaba esas pruebas, no podían estar bien. Estaba seguro de que eran falsas. Eran sus gemelas, todo cuadraba en el tiempo. Y así se lo empezó a decir a Thomas cuando Ana se hubo marchado. La mente psicótica del pequeño Ramón había despertado y se estaba imponiendo a ese otro Ramón que Ana, Pedro y los demás habían conocido.

Ramón ya estaba planeando todo sobre cómo actuar de ahora en adelante para conseguir sus propósitos pero nada le dijo a Thomas en estos momentos. Sabía que estaba vigilado, incluso dentro de la prisión y que debía obrar solo hasta que fuera seguro poder contar con él para todo. Mientras necesitaba que permaneciera en España para poder informarle de lo que iba pasando en el grupo de amigos, al menos, de todo lo que él pudiera enterarse.

Tras dejar atrás la cárcel, Ana llegó feliz a su casa con Pedro y las niñas. Aún no era la hora de comer y pudieron bajar a dar una vuelta con las pequeñas apurando los últimos días calurosos del año. Se acercaron hasta el parque cercano a su casa y relajados caminaron sin rumbo por sus caminos de tierra flanqueados por todavía frondosos árboles. Paseando se encontraron con  Sandra y Rafa que reían como niños y casi ni se dieron cuenta de que llegaban. Sandra se alegró mucho de verlos, sobre todo a las pequeñas, su debilidad desde que nacieron. Tras charlar un rato los cuatro, Ana y Pedro fueron para casa a seguir con su rutina diaria desde que Candela y Lucía estaban en sus vidas. Bendita y feliz rutina, pensaba Ana. No podía creerse que, por fin, fueran sólo ellos y no tuvieran que preocuparse de nada más.

Así transcurrían los días y semanas de los felices papás, sin tiempo libre, todo para ellas, pero relajados. Olvidados ya los difíciles momentos pasados por el accidente de Pedro, el secuestro de Ana, las intromisiones en su relación de Olga y Ramón. Todo iba bien. Vivían en una nube, en un sueño de color rosa que hace sólo unos meses no podían siquiera imaginar.

 

Mary había telefoneado todas las semanas a Patricia, para saber cómo estaba y cómo seguía su embarazo. Se sentía en deuda con ella por haber cuidado de Jack y sobre todo, estaba convencida de que le debía a ella que Jack continuara vivo. Por eso a Patricia no le extrañó cuando esa mañana sonó el teléfono y era Mary.

—Hello Patricia! —le dijo Mary nada mas que Patri descolgó el teléfono.

—Hola, ¿qué tal está Jack? —preguntó como siempre que le llamaba Mary. Esos pocos días que pasó con él llego a cogerle mucho cariño. Y era recíproco.

—Bien, ilusionado ya con la llegada de las próximas Navidades y casi ni se acuerda de esos días. Sólo le queda tu recuerdo y ese es bueno. Y tú, ¿cómo estás? ¿Quedan ya poquitos días?

—Me encuentro genial, la verdad es que parece mentira que esté ya de treinta y nueve semanas y siga haciendo vida casi normal. Casi no lo creo después de todo lo que pasó y de los días hospitalizada, pero es así. Excepto que debido a mi trabajo, ya sabes que tuve que cogerme la baja, estoy haciendo la misma vida que antes del embarazo. Completamente recuperada y esperando ansiosa el momento del parto. Feliz pero nerviosa y con un poquito de miedo por si estoy sola en casa y no llego a tiempo al hospital. En fin, los nervios y miedos de madre primeriza.

—Por eso te llamaba —la interrumpió Mary—. Jack y yo nos vamos a ir contigo unos días a España. Espero que no te parezca mal.

—Gracias Mary, no hace falta. No te preocupes, no vengáis, no es necesario. Tenéis vuestra vida, familia, amigos, todo allí. No te sientas en deuda conmigo, lo que yo hice por tu hijo, lo hubiera hecho cualquiera.

—No sigas, esta decidido, vamos a ir. Mañana sale nuestro vuelo —y sin darle tiempo a Patricia a protestar Mary le colgó el teléfono.

Mary lo tenía decidido desde hacía semanas: no dejaría que Patricia estuviera sola en ese momento. Le debía mucho como para abandonarla en un momento así. Patricia estaba casi sola en la ciudad, sus padres habían tenido que abandonar el país hacía un mes con destino a Estados Unidos para ingresar a su madre en un importante hospital para tratarle un cáncer de pulmón y sólo contaba con su grupo de amigos, compañeros de trabajo del hospital. Y sus amigos desde la pasada Nochevieja, hacía ya casi un año, no estaban todo lo pendientes de Patricia que esta necesitaba. Mary lo había notado en el tono de voz de Patricia en cada llamada. Habían pasado muchas horas al teléfono en las últimas semanas. Además Mary necesitaba hablar con Patricia de algo que no se atrevía a abordar por teléfono.

Tras colgar el teléfono, Patricia se dispuso a limpiar la casa y ponerla en orden. Mañana llegarían Mary y su hijo Jack, necesitaba prepararles una habitación para ellos. Seguidamente fue a la cocina, abrió la nevera para ver todo lo que faltaba y bajarse a comprarlo enseguida. Tenía que tener todo perfecto para cuando viniera Mary, la persona que aún en la distancia, más cerca sentía. La necesitaba a su lado y, por suerte, iba a contar con ella.

Aquel día Patricia cogió el coche para ir a comprar. No solía hacerlo, compraba siempre en el supermercado de su barrio. En sus tiendas de siempre tenían todo lo que ella necesitaba. Pero esta vez era diferente. Quería que para Mary y Jack todo fuera perfecto, de la mejor calidad. Iría al centro a comprar. Conocía un mercado con productos gourmet de alta calidad y sobre todo, sabía que allí encontraría algunos productos típicos de Londres y quería que sus invitados se sintieran como en casa.

Llegó al centro, circulando junto al mercado y en seguida vio un sitio donde aparcar, «¡qué suerte!». Tan sorprendida estaba con su fortuna de poder estacionar a la primera y justo al lado de la puerta principal, que no se dio cuenta de quienes estaban sentados justo en el banco de al lado. Bajo del coche, cerro la puerta y al levantar la vista, los vio. ¡Qué grata sorpresa!

 

—Mary y Jack están volando hacia España. Creo que vienen a pasar unos días con Patricia y estar con ella cuando nazca su bebé —le dijo Thomas a Ramón en su primera visita al psiquiátrico. Se parecían más que nunca, eran como dos gotas de agua. Thomas había modificado un poco su aspecto y formas hasta ser como Ramón, tras haber estado unos días sin poder recibir la visita de ningún familiar. Era política del centro psiquiátrico que durante los primeros días los enfermos estuvieran aislados del exterior. Después, conforme iban siguiendo el tratamiento, les iban permitiendo recibir visitas. Y en el caso de Ramón, ese momento había llegado muy pronto ya que en cuanto consiguió su traslado desde el centro penitenciario al psiquiátrico comenzó a mejorar su comportamiento y sus aparentes brotes psicóticos parecían remitir y haberse corregido con la medicación, que por supuesto Ramón aparentaba tragar pero escupía en cuanto el enfermero salía de su habitación. Su plan estaba funcionando.

—Por  fin, una buena noticia —contestó Ramón—. ¡Qué suerte! Todos mis hijos en la misma ciudad, esperándome para cuando salga de aquí, que será muy pronto si todo funciona como esta previsto.

—Saldrá hermanito, saldrá. Ahora estamos juntos de nuevo en esto y podremos hablarnos con asiduidad, y sin vigilancia —dijo Thomas guiñándole un ojo a su hermano.

 

Faltaban pocas horas para que Mary y Jack llegaran. Patricia estaba nerviosa organizando todo en casa y preparando la cena para todos porque quería que todo estuviese perfecto para Mary, que venía sólo por estar con ella, pero también nerviosa por los demás. Después de todo lo pasado este año, y tantas semanas sin verse, volverían a estar casi todos los “amigos” juntos. Y eso iba a ocurrir en su casa, en su mesa,... «¡Todo tiene que estar perfecto!», se dijo así misma.

Y es que Mary y Jack, no sólo le traían su propia compañía, sino que además, gracias a ir al centro a comprar para ellos, se había encontrado con Rafa y Sandra. La feliz pareja del banco de al lado de su coche. Habían estado hablando largo rato, incluso tomaron un café los tres. Aclararon cosas sucedidas ese año. Perdonaron a Patricia haber sido cómplice sin querer de Olga y Ramón. Sandra se dio cuenta de que tanto ella, como su hermano y Ana, habían culpado quizás de manera inconsciente a Patri por lo de la carta y otras situaciones de haberles ayudado. Tras hablar relajados con ella ambos, y sobre todo, gracias al tiempo transcurrido desde los malos momentos vividos, se dieron cuenta de que Patricia sólo había sido una victima más de aquellas mentes maquiavélicas que tanto mal habían hecho al grupo. Pero eso ya era pasado, Olga había muerto y Ramón, el peor de ellos, estaba en la cárcel (así lo creían ellos) y no tenían por qué preocuparse de él. ¿O quizás sí? Al menos ellos estaban tranquilos pensando que tardaría muchos años en salir de allí.

De aquel encuentro fortuito surgió la cena de esta noche. Patricia convenció a Sandra y Rafa:

—Va a venir Mary y Jack para estar conmigo estos días, hasta pasadas las Navidades para que no esté sola ni en el parto ni en estas fechas tan familiares... —a Patricia se le nublaron los ojos y casi llora al acordarse de sus padres.

—No te preocupes, no estarás sola, nosotros también estaremos contigo en estos momentos, ¿verdad Rafa?

—Por supuesto, Sandra —le dijo cariñosamente—. Y estoy seguro de que tu hermano Pedro y Ana también. Hemos sido muy buenos amigos, me corrijo, somos muy buenos amigos. Hemos estado distanciados de ti Patricia. Perdónanos, no fue culpa tuya.

—Sí, Patri. Hemos estado ocupados sólo de lo nuestro y no nos hemos dado cuenta de lo sola que estabas y lo que te hacíamos falta tus amigos. Menos mal que Mary ha sabido estar. ¡Qué ganas tengo de verla para agradecérselo!

—Tengo una idea —dijo Patricia—. Si queréis podéis venir mañana a mi a casa a cenar y así le damos una sorpresa de bienvenida a Mary y Jack.

—Encantados. Muchas gracias. Iremos y si no te parece mal, hablaré con mi hermano para que vengan también.

—¡Genial! —contestó Patricia—. Decírselo a todos. Ya tenía ganas de poder volver a ser pandilla.

Y así fue como surgió el plan de la cena de esta noche. Y enfrascada en sus pensamientos estaba Patricia, cuando sonó el timbre. Echó una ojeada a su reloj, era pronto para la llegada de Mary, Jack, Sandra y Rafa. Debían llegar juntos pues la pareja se había ofrecido para ir a buscarlos al aeropuerto, no querían que Patri en su estado cogiera sola el coche. No esperaba a nadie hasta dentro de dos horas. ¿Quién podría ser?

 

Rafa y Sandra ya estaban en el aeropuerto. Estaban tranquilamente los dos sentados en la cafetería, tomándose un refresco cada uno. Rafa llevaba casi un año sin consumir alcohol, le daba miedo las consecuencias, perder el control y no recordar. Lo que pasó en el grupo le había concienciado. Estaban hablando de cómo iban a pasar las próximas fiestas navideñas, dónde comerían, dónde cenarían... Iban a ser sus primeras navidades como pareja y estaban entusiasmados con la idea. Y así, contentos, ensimismados el uno con el otro, estaban cuando de repente a Sandra se le cambio la cara, se quedo blanca, pálida, como si hubiera visto un fantasma. Y… es que casi era eso lo que había pasado. Lo había visto, estaba segura, era él. Pero que hacía aquí, cómo había salido. No, no podía ser, se decía para sí misma pero casi sin creerlo. Seguro que era su hermano, tenía que serlo, no podía ser otra cosa.

—Sandra, ¿qué te ocurre? —preguntó muy asustado Rafa—. Reacciona, parece que has visto un fantasma. Dime, ¿qué pasa? Me estas asustando.

—Rafa —dijo Sandra, casi en un susurro, cuando recobró el habla—, Rafa, era él, era Ramón. No puede ser, ahora no...

Rafa, no entendía nada. Sandra estaba aturdida, pasó un rato hasta que reacciono del todo y pudo hablar con ella.

—Sandra, ¿estas segura? Sabes que no puede ser. Quizás lo has confundido con su hermano. Sí, tiene que ser eso.

—Supongo que tienes razón, pero había algo raro. Vamos a buscarlo, quiero saber que hace Thomas aquí precisamente hoy.

Lo cierto, es que había sido una casualidad. Thomas iba a coger un avión para arreglar unos asuntillos suyos, cuando los vio en la cafetería. «¿Que harían allí?», se preguntó. Indagó y descubrió a quienes esperaban. Canceló todos sus planes y volvió con su hermano.

Rafa y Sandra lo buscaron por el aeropuerto pero no lo encontraron. Decidieron olvidar aquello por el momento y no decirle nada a nadie, no querían preocupar a los demás ahora que, por fin, volvían a ser un grupo de amigos. Es más, eran incluso más. La relación con Ian, continuaba y también con Mario, que últimamente quedaba siempre con el grupo en compañía de su amigo Hugo. No dirían nada, no querían fastidiar la gran cena de esta noche.

 

Patricia se aproximaba para abrir cuando vio que Federico estaba alerta, ladrando, en posición de ataque, como advirtiéndole de que no abriera esa puerta. A Patricia eso le paralizó, no era un comportamiento normal en él. Solía ser un perro cariñoso y juguetón con todo el mundo. No le gustó su comportamiento y decidió ir con cautela. Pero cuando iba a la altura del sofá, le dio una fuerte contracción y no pudo mas que tumbarse hasta que se le pasará. Había sido una contracción muy fuerte, necesitó unos minutos para reponerse y poderse levantar para ir a abrir.

Cuando llego a la puerta, quién quiera que fuera que hubiera estado allí ya se había marchado. Quizás por la tardanza, quizás ahuyentado por los ladridos de Federico. A Patricia esto la dejo un poco preocupada, pero no quiso darle más vueltas. Podía ser cualquier desconocido. Así que continuó con la cena para estar ocupada y no pensar.

Sonó de nuevo el timbre y esta vez sí, eran ellos, sus amigos. Estaban todos, Sandra, Rafa, Mary y Jack habían venidos directamente desde el aeropuerto y al aparcar se habían encontrado con Pedro, Ana (las gemelas estaban con los padres de Pedro), Mario, Hugo e Ian. Así que llegaban todos juntos a casa de Patricia.

Fue un reencuentro muy deseado por todos, sin reproches, felices y arropando a Patricia que tanto parecía necesitarlo. Sólo a Mary se la veía un poco contrariada, y es que esperaba haber estado a solas con Patricia. Necesitaba hablar con ella, llevaba días con ese pensamiento y, en parte, eso era lo que la había hecho venir a España. Estaba inquieta por qué acabara la cena y quedarse a solas para hablar de sus hijos. Pero por lo demás, todo transcurría con normalidad. La cena estaba suculenta y la compañía y conversación inmejorable.

Hasta que llegaron los postres y, de repente, Patricia volvió a tener ese fuerte dolor, de nuevo una contracción. Pero esta vez no fue aislada, se repitieron… estaba de parto. Así que se acabo la cena. Todos fueron al hospital con ella, y en cuestión de poco más de una hora, allí estaba Patricia en la habitación del hospital con su hijo en brazos y rodeada de sus amigos. Emocionada se acordó de su madre y la telefoneó para darle la buena noticia. Bueno, las buenas noticias, ya que su madre recibió como la mejor de las noticias saber que Patricia no estaba sola, sino que volvía a tener a su lado a todos sus amigos, ya que ella no podía estar junto a ella.

—Patricia, hija, me alegro mucho por ti, y por el niño. Aquí también tenemos buenas noticias. Mi tratamiento va muy bien, y seguramente a finales de enero regresemos a España y pueda conocer a mi nieto y ya quedarme a tu lado. Besos hija. Te quiero. Papa también —dijo emocionada su mamá antes de colgar.

Todo era felicidad en esa habitación. Por fin, la vida de todos ellos parecía volver a ser lo que era. Cuantas cosas habían pasado en solo un año, un “año horribilus” para casi todos, pero que tocaba a su fin...

Hablando de todo ello, Pedro le propuso a Patricia y a Mary que no pasaran solas la Navidad ya que ellos iban a estar con sus padres, las gemelas, Sandra y Rafa y que seguro que sus padres estarían encantados de que también fueran ellas y Jack.

    Ana estaba encantada con la idea, pero le entristecía en parte dejar de lado a Mario e Ian que tanto les habían ayudado a ella y, sobre todo a su amado Pedro. Sabía que ellos pasarían la Navidad con sus familiares, así que decidió proponer algo para fin de año. Les dijo a todos:

—Chicos, ¿qué os parece pasar el fin de año juntos? ¿Podríamos ir a una casa rural? Y celebrarlo todos juntos...

—Si os apetece podemos ir a la casa de mis padres en Pau. Os gustará a los que no la conocéis y allí cabemos todos. Esta aislada de las otras casas. Podremos estar a nuestro aire, sin molestar y el paisaje en invierno es precioso. Y la casa, con la chimenea es muy cálida y acogedora.

A todos les pareció genial y de inmediato comenzaron a organizarlo todo. Nerviosos, ansiosos porque llegara el momento. No se daban cuenta de que Patricia necesitaba descansar, hasta que entró Teresa, acompañada de Roberto y les dijo que deberían dejarla sola para que duerma y descanse un poco, lo necesitaba.

—Vayámonos a casa —dijo Ana—. Teresa y Roberto tienen razón. Nos quedan días para hablar y organizar todo —y dándole un besico a Patricia salió de la habitación seguida de Pedro y los demás.

Ya de regreso a su casa, Pedro y ella iban caminando de la mano mirándose el uno al otro. Ana iba pensando en todo lo pasado, en cómo había empezado el año y cómo iba a acabar. Esa manía suya de repasar todo lo ocurrido durante el año, le ocurría siempre cuando llegaba diciembre. Y entonces pensó en la curiosa paradoja: con Roberto había empezado lo peor del año para ella. Recordó que fue él quién le dio la mala noticia del accidente de Pedro. Sí, porque pasado el tiempo, para Ana lo peor había sido el accidente y no la infidelidad. Quería tanto a Pedro que no hubiera soportado perderle. Y ahora al acabar el año, era precisamente Roberto quién les había traído las buenas noticias de que todo había ido bien en el parto de Patricia y ahora les había aconsejado también lo que era mejor.

Los siguientes días de diciembre transcurrieron con normalidad, dentro de lo que son esos últimos días del año, cuándo se va siempre de un lado para otro ultimando todas las compras y no descuidando ningún detalle para las ya cercanas fiestas navideñas. Con ese trajín habitual de las fechas, transcurrieron los días para Ana y Pedro, encargados de todas las compras para la cena de Nochebuena y la comida de Navidad en casa de los padres de Pedro. Acababan los días agotados, entre los preparativos y las niñas, pero tremendamente felices de poder pasar esos días en familia y con amigos. Ana, aún sacaba tiempo por las mañanas para acercarse con las gemelas hasta casa de Patricia para ver al pequeño Miguel y pasear juntas las dos con los bebes. Mary aprovechaba esos ratos para ir con Jack a hacer algo de turismo por la ciudad y disfrutar algún tiempo a solas con su peque.

Así, casi sin darse cuenta, llegó el día de Nochebuena. Todo estaba listo en casa de los padres de Pedro, en el pueblo para pasar una velada inolvidable para todos. Ana, Pedro, Candela y Lucia habían ido ya la noche anterior para ayudar en todo y que los abuelos pudieran disfrutar de las pequeñas.

Los primeros en llegar fueron Sandra y Rafa, que trajeron un  montón de regalos para poner bajo el árbol y, siguiendo la tradición familiar, abrir a la mañana siguiente todos juntos al calor de la chimenea. Poco más tarde, llegaron otros familiares y también Patricia, Mary, Jack y el “baby” de todos: Miguel. Fue una cena fantástica, tranquila, feliz, familiar, como debe ser una cena de Nochebuena. Comieron, rieron, bebieron,… en definitiva, disfrutaron de estar juntos y olvidaron todo lo malo del año. Allí estaban los tres pequeños: Candela, Lucia y Miguel, motivos más que suficientes para no mirar atrás y sí hacia el futuro.

 

 

Maribel Mena Tobar


XLIV. Y llegó Nochevieja...

 

Habían pasado cinco días desde Navidad, cuando sonó el timbre en casa de Patricia. Eran Sandra y Rafa que venían a por la llave de la casa de Pau. Tal como acordaron en Nochebuena ellos irían antes para prepararlo todo y, sobre todo, encender la chimenea y calentar la casa para cuando llegaran con los bebes.

De repente, sin saberlo Mary, Jack dijo:

—¿Puedo ir con vosotros? —y girando la cabeza hacia Mary, la miró y añadió—. Mamá, ¿me dejas?

Mary se quedo sorprendida. No tanto porque quisiera irse solo con Rafa y Sandra, se llevaba muy bien con ellos, sino por esa prisa por volver a esa casa y sin ella. En un principio a ella le dio miedo la propuesta de pasar el fin de año allí, por su hijo, ya que allí había estado cautivo. Pero ahora se daba cuenta de que sobre todo, le había dado miedo por ella, por lo que para ella había significado ese lugar, y el miedo que le había producido al estar separada de su hijo. Pero Jack no sólo guardaba recuerdos malos de ese lugar y además la casa y el entorno eran preciosos y perfectos para jugar, y esta vez iba con dos amigos y al día siguiente iría ella. No, Jack no tenía miedo. Jack estaba emocionado con ese fin de año diferente. Lo notaba en sus ojos, así que sólo pudo decir:

—Por mi vale. Si a Sandra y Rafa no les importa…

—¡Que nos va a importar! Es un chico encantador y seguro que nos ayuda un montón a preparar todo para cuando lleguéis— dijo risueña Sandra.

Cinco minutos más tarde ya estaban los tres rumbo a Pau. Durante todo el viaje fueron cantando canciones y jugando a adivinanzas y al veo-veo. Lo pasaron tan bien que casi les dio pena llegar.

—Ya estamos, ¡mirad, es allí! —dijo excitado Jack, cuando al girar la última curva se veía ya a los lejos el camino que conducía hasta la casa de la montaña de los padres de Patricia.

 

Mientras en la otra esquina del mundo, los padres de Patricia se disponían a tomar un vuelo rumbo a Europa. Tenían previsto hacer transbordo en Amsterdam y desde allí volar a España para sorprender a su hija. Sin saber que ésta tenía pensado recibir el nuevo año en Pau. Patricia no les había dicho nada, no quería añadirles la preocupación de un viaje tan largo en coche, a las que ya tenían ellos.

 

Ana y Pedro preparaban las maletas para dejarlo todo listo para el día siguiente. Mario bajó varias veces a preguntarles si necesitaban que les llevara algo en el coche, ya que él finalmente iba a ir solo y tendría mucho hueco libre en el maletero. A los dos les extrañó que no lo acompañara Hugo, pero no quisieron decir nada. Mario siempre había sido muy reservado en su relación con Hugo y no tenían muy claro si alguna vez habían sido más que amigos o si sólo fueron eso. Lo cierto, pensó Ana, es que le vendría muy bien ese espacio extra de maletero, ya que el carro de las gemelas lo ocupaba todo. Aún así, le dijo a Mario una de las veces que bajo:

—¿Podrías llamar a Ian? Tal vez podáis ir juntos y así no vas sólo en el coche.

—Es cierto, lo haré. Gracias Ana, estas en todo —dijo Mario—. De todos modos cuenta con un hueco en el maletero. Seguro que os hace falta.

—Gracias —se adelantó a decir Pedro, mientras pensaba que no sabía cómo iba a meter en el coche ni tan siquiera la mitad de lo que habían preparado.

Patricia y Mary también estaban ultimando sus maletas. Mary estaba nerviosa, tenía que hacerle ya la pregunta a Patricia, ahora estaban solas. Mary necesitaba saber si Miguel era hijo de Ramón, saber si era hermano de Jack. Jack siempre había querido tener un hermano y ella sabía que ya no podría dárselo. Si eran hermanos quería que lo supieran y pudieran seguir viéndose y compartiendo vivencias. No sabía cómo abordar la cuestión con Patricia pero sabía que este era el momento.

 

Mientras los amigos, ilusionados con la idea de una Nochevieja juntos, se disponían a partir, en otro lugar de la ciudad dos hermanos conversaban sobre el final de su plan, también con ilusión pero de distinta forma. Estaba todo ultimado: Thomas se cambiaría por Ramón. Nadie en el psiquiátrico se daría cuenta… Con el paso de las semanas se habían convertido en dos gotas de agua. Ramón sería libre y en poco tiempo también lo sería Thomas al curarse de una enfermedad que él en realidad no padecía.

 

Pasado el momento de tensión, Patricia y Mary montan juntas en el coche. Mary ya más relajada tras haberse sincerado con Patricia y esta a su vez también liberada al haber podido compartir su verdad con alguien. Ya que hasta ahora no había hablado con nadie de ese tema, se había distanciado tanto de sus amigos meses atrás que no tuvo un hombro amigo en el que desahogarse. Pero ahora lo que ocurrió pasó y ya no importaba, el pequeño Miguel en sus brazos y con su sonrisa le daba fuerzas para todo. Era su mejor motivo para olvidar todo lo pasado y el motor que empujaba su vida. Se restregó una lágrima que caía de su ojo al recordar todo, lo mal que lo pasó, sin poder contar ni con sus amigos ni con su familia, bastante tenía su madre con la enfermedad.

—Bueno, dejémoslo. Ya está todo hablado —dijo Mary—. Puedes estar tranquila, no contaré nada a nadie hasta que tú no tengas fuerzas para hacerlo. Olvídate, descansa y mientras conduzco a Pau aprovecha que Miguel se ha dormido y duerme tú también un poquito.

—Gracias —dijo Patricia, casi quedándose dormida conforme terminaba de hablar.

 

Jack jugueteaba por los extensos campos que rodeaban la acogedora casa de los padres de Patricia. Corría de un lado a otro, en incluso se metía entre los frondosos árboles del cercano bosque que constituía el pie de la ladera de la cordillera montañosa a cuyas faldas estaba enclavada la preciosa vivienda. Sandra le gritaba:

—Vuelve Jack, te estas yendo muy lejos —cuando de vez en cuando lo perdía de vista entre los árboles, no quería que se perdiera.

Otras veces Jack corría hacía un lago inmenso de cristalinas aguas que ahora estaba helado. Quería deslizarse sobre sus aguas heladas y patinar sin fin.

—Ven Sandra, ven conmigo —le decía entre risas.

—¡¡¡Noooo!!! —gritaba Sandra todo lo fuerte que podía—. Puede romperse y caerte a las heladas aguas. No lo hagas —y Jack obedecía pero se reía cuando la veía correr a trompicones hacia él.

Mientras, Rafa ya había terminado de preparar todo dentro de la casa y tenía todo dispuesto para cuando llegaran los demás. Había encendido la chimenea para que toda la casa estuviera caliente y había dispuesto cojines alrededor del hogar y de la mesa llena de deliciosas pastas y turrones para tumbarse alrededor de ella y disfrutar de una larga velada entre amigos. También tenía todo dispuesto en la mesa principal, los canapés y aperitivos presentados en exquisitas bandejas y los platos fuertes de la cena guardando el calor en grandes ollas y en el horno. No se le había olvidado ningún detalle.

Al acabar, miró el reloj. Pronto comenzarían a llegar los demás, así que salió a llamar a Sandra y a Jack. No los veía, así que echó un grito:

—¡¡¡Sandra!!!

Y al cabo de unos minutos, de entre las ramas, apareció Jack corriendo seguido de Sandra. Estaban llenos de tierra y llenos de ramas. Les dijo:

—Rápido, casi es la hora, van a llegar. Corred a cambiaros de ropa para la cena. Tenemos que estar listos.

En poco menos de media hora estaban listos los tres en la puerta de la casa, como perfectos anfitriones, esperando que fueran llegando los demás.

Los primeros en llegar fueron Pedro y Ana con las gemelas. Venían dormidas del viaje, estaban agotados y hacía poquito que habían tomado leche. Así que las metieron directamente en las cunas, cerca del hogar para que estuvieran calentitas. Sandra se quedó con las ganas de despertar a sus sobrinas para jugar un rato.

Estaban los cinco sentados en los cojines contemplando el fuego en la chimenea, cansados de esperar, se les estaba haciendo largo, aunque aún no eran las nueve, cuando sonó la puerta. Jack se levantó corriendo, esperaba que fuera su mama. Pero no…

Allí en la puerta estaba Ian. Y para sorpresa de todos, no venía solo. A su lado cogida de la mano estaba Laura, a la que todos recibieron encantados. Sobre todo Ana, que después de todo lo pasado, necesitaba más que nunca a una amiga a su lado. Laura para ella había significado mucho y estaba encantada de que además de ser parte de su pasado fuera a serlo de su futuro. Pero no era la única sorpresa que Ana se llevaría de Laura, ya que tras ellos iba un niño de apenas seis o siete años, que se escondía entre las piernas de su madre. Laura había venido con su hijo, David.

Tras la confusión inicial, se pasó a las risas, sobre todo Jack y David que enseguida se hicieron amigos y empezaron a hacer pequeñas bromas y travesuras.

Ana no estaba tranquila, tenía una extraña sensación esa noche. Miró el reloj, eran más de las nueve y Patricia y Mary no habían llegado. No quería decir nada, por no preocupar a Jack, pero…. le parecía que era muy tarde y que algo podía haber sucedido. Se levantó a ver si sus pequeñas seguían dormidas, se volvió a sentar, se volvió a levantar, esta vez a la cocina a por un vaso de agua, no podía parar quieta, le podían los nervios. Al final, cogió una chaqueta de lana, se la puso y se dirigió a la puerta, necesitaba salir fuera, ver si a lo lejos vislumbraba los faros del coche o, al menos, que le diera el aire para ver si podía calmarse y no transmitir sus nervios a los demás.

No hizo más que abrir la puerta y casi se choca con Mario que venía seguido de Mary y Patricia. Se sintió aliviada al ver que estaban ya todos, pero esa extraña inquietud que sentía permanecía en el cuerpo.

 

Por fin, estaban todos. Ya podían sentarse a la majestuosa mesa que tan elegantemente y con suculentos y deliciosos bocados había preparado Rafa. Y así tranquilamente, comenzaron la última cena de aquel año tan extraño, que no olvidarían nunca. Con tan malos momentos pero que pese a todo también había tenido momentos felices y hermosos encuentros, como el de esta noche tan especial que estaban disfrutando, ilusionados los amigos.

Rafa acababa de levantarse a por la crema de castañas que había preparado cuando, de repente, sonó el timbre. Se miraron extrañados. A Ana un escalofrío le recorrió la espalda. No esperaban a nadie más y no había vecinos cerca que pudieran haberse acercado. Se miraron extrañados. Pedro se levantó para dirigirse a la puerta. Ana se había quedado helada, paralizada por el miedo en la mesa. No sabía a qué o por qué tenía miedo, pero lo tenía. Sandra recordó lo del aeropuerto y gritó a su hermano que se parara y no abriera. Los demás la miraron preocupados, estaba atemorizada, se le notaba el terror en su cara y eso asustó a todos.

 

Pasaron casi dos largos minutos de tensión, mirando a Sandra y Ana que estaban aterrorizadas. Sobre todo Sandra, que tras lo pasado en el aeropuerto estaba casi segura de que en la puerta estaba Ramón, no sabía cómo habría podido llegar hasta allí pero estaba casi segura de ello.

De repente, una llave giró y la puerta principal de la casa chirrió al abrirse, desde la mesa algunos de ellos podían ver el lento movimiento de la madera al girar. Se estremecieron en sus sillas, fueron segundos de gran tensión. Pedro estaba parado, rígido a medio camino, muy cerquita de la puerta. Y fue el primero en verlos y...

 

...fue el primero en respirar tranquilo. Eran los padres de Patricia, venían a unirse a la fiesta, a abrazar a su hija y conocer a su nieto. Una vecina les dijo a su llegada que su hija se había ido con unos amigos a la casita de Pau.

 

 

Maribel Mena Tobar

 

 

 


 

Epílogo.

 

Ana se había apostado en la misma piedra, en el mismo lugar que ocupaban todos los veranos y que al acabar el otoño, servía de trono para los componentes del Club de las Ilusiones.

La hojarasca de los chopos, cubría gran parte de la sinuosa senda que separaba el mundo real del mundo de los soñadores.

Ella, sentada, con una vara de tamariz dibujaba caras en el barro que cubría parte del espigón, testigo del paso de mil avenidas del río, de mil risas y otros tantos llantos de aquel fantástico grupo.

Aunque ya hacía años que en verano no se reunían, si algún que otro año quedaban, seguían con el ritual de acercarse a matar el tiempo en recuerdos, a revivir añoranzas, a soñar futuros.

Ella, absorta, jugaba con su palo, tiraba briznas al agua como cuando lanzaban a la orilla los papeles escritos, las cartas de amor no entregadas y todo aquello maligno, que emulando a la hoguera de San Juan, esperaban que la corriente se la llevara y purificara, o llevara y trajera quereres.

Alguien tocó su hombro, había llegado como siempre, sigiloso, sin ruido, como si no hubiese venido.

—Hola Ana, como siempre llegas la primera.

Esta se volvió y abrazó al recién llegado, sus miradas se cruzaban, y sus manos recorrían de cuello a caderas los cuerpos, como queriendo palpar el tiempo pasado en las carnes.

—¿Vienes solo?

—No, Sandra está en el merendero con los niños, les ha traído una merienda y unos dulces, bueno unas chuches. Y ¡cómo no!… lasaña de atún, para no perder la costumbre. Rafa ha soltado a la perrita que ha salido disparada del coche y está persiguiéndola entre choperas y panizos. No sé en que estado llegará… —se sonrío al imaginarse a su cuñado.

Pedro, terminó de acariciar las manos de Ana, los recuerdos le sobrevenían en latidos, en flashes, las conversaciones, los secretos, los besos tras las zarzas, los juegos...

 —Este año somos menos.

El grupo de la ilusión, al paso de los años se había reducido hasta quedar en número de ocho.  Patricia, Mario, Laura e Ian habían enviado un whatsapp que estaban llegando.

—Ana, ¿has mirado en el agujero de las ilusiones?, a lo mejor queda alguno de nuestros manuscritos.

Pedro, sabía que Ana siempre había sido la más curiosa, la más inquieta, rozando la frontera de cotilla.  Siempre enamoradiza, entregada, pero a la vez motor de aquellas iniciativas de unión entre ellos, forzando situaciones y encuentros.

—No —mintió.

Ya había hurgado en el hueco y recuperado algunos trozos de papel envueltos en bolsas de plástico, depositados allí en alguno de los encuentros y que representaban las ilusiones, las historias que soñaban vivir.

Un claxon cortó la conversación…

 

En un “plis plas” estaban los ocho juntos, haciendo corro, comiéndose a besos, fundiéndose en abrazos. Se montaban las risas con las apresuradas ganas de contarlo todo, se sobaban unos a otros, se miraban, se querían.

Uno tras otro, tomó posesión de su asiento, de su piedra, de su feudo, de su parcela en el espigón del río.  Inevitable mirar los vacíos, de aquellos que llevaban años sin aparecer, no porque hubiesen fallecido sino porque la vida les había llevado a otros lugares.

—¿Alguno sabe algo de los que faltan? —interrogó Pedro a los presentes.

—Bueno, este año creo que vamos a tener una sorpresa, en navidades me han prometido venir todos, vamos a tener una sorpresa con el nuevo año — replicó Ana, que como de costumbre había tomado iniciativas sin contar con nadie.

Todos se alegraron, pero dudaban, de que esto sucediera. Ana tomó la palabra:

—He encontrado el motivo para este encuentro, pero quiero que sea una sorpresa hasta el final, incluidos vosotros.

—Esta Ana siempre igual —apostilló con sorna Mario—, seguro que nos tendremos que empachar con lasaña de atún, como los “crios”. ¡Mirarlos todos sentados en corro como nosotros!

A unos metros, mal sentados en los bancos, los retoños desgreñados reían y se pasaban el cigarrillo de uno a otro, como antaño hicieron sus padres.  Dos niñas vestidas iguales, con coletas y el pelo rojo, salidas del mismo vientre, el mismo día, un chaval sin afeitar, que aparentaba hombría de más y otro barbilampiño, de finas maneras.

El más machote, escuchaba y apuntaba en un bloc, tal vez letras de canciones, tal vez versos de amor, o tal vez las fantasías heredadas de los que metros más para adelante trataban de recordar y compartir.

 

Los cinco amigos, se acercaron al pocillo de las ilusiones, que era el hueco en la piedra donde todos los años, al caer el otoño, guardaban sus  recuerdos escritos, sus historias, sus devaneos.

—No hace falta que busquéis nada, como todos los años, está vacío. Ya le he preguntado a Ana, y no hay nada, el río se los lleva, como se llevaba los barquillos de juncos cargados con nuestros malos deseos corriente abajo —era Pedro, informando a los demás.

Ana se apretó el bolso entre el pecho y el sobaco, sintiendo el crujir de las bolsas de plástico, que como todos los años, hurtaba del pocillo para enseguida, sacar la vieja agenda, repartir varias hojas entre los presentes y rasgar la suya. En un par de minutos, todos la tenían rellena, y con un ceremonial casi estudiado las doblaron, las metieron en una bolsa blanca y esta la introdujeron en el hueco de la ilusión, taparon con barro la oquedad y unieron sus manos.

 

Vámonos, dos palmadas y los chicos estaban cada uno al lado de sus progenitores.

Ana acarició a las gemelas, y estas le dieron su diario, y se fueron de la mano hacia el aparcamiento junto a Pedro. Patricia le echó la mano por el hombro al casi imberbe y se alejaron despacio.

Disimuladamente, Ana abrió el bolso. En un puñado arrugado e incluso húmedo sacó la bolsa de plástico que como todos los años se había adueñado, se acercó al banco, donde el machote terminaba de matar el cigarro liado que momentos antes había compartido.

—Toma David, ya sabes, nos vemos al comenzar el nuevo año.

 

Ana gritó.

—¡Esperad, esperad! ¡Que nos queda la cita del año nuevo!

—¡Tú dirás! —respondieron los otros antes de subirse a sus respectivos autos.

—Nos vemos todos el tres de Enero, bueno todos nosotros y Nuestra historia...

 

 

Adolfo Navascués Gil

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