XIV. Viking Line
Ramón le dijo:
- Lo sé todo Ana. No trates de engañarme ni una vez
más porque es inútil. Lo sé todo y no voy a quedarme de brazos cruzados.
- Tú no sabes nada Ramón-Ana saltó como gato panza
arriba frente a su amigo. ¡Dos polvos no te convierten en mi dueño! No hacen
que vayas a ser capaz de controlarme. Si de verdad me quieres tanto como dices,
deberías de saberlo y deberías de respetar mis decisiones. Quiero a Pedro y
quiero estar con él. Siento si eso te duele porque sabes que eres muy
importante para mí pero no te quiero de la forma que tú esperas que lo haga.
-Sé lo de tu embarazo-Ramón se presentaba más sereno
que de costumbre, rudo, áspero, con una sangre fría digna de una película de
los años cincuenta. Esta actitud confundía a Ana, más acostumbrada a un Ramón
impetuoso, para lo bueno y para lo malo. Sé que ese niño es mío y no voy a
consentir que crezca pensando que un gañán como Pedro es su padre.
Ana trató de contener la ira que sentía en ese momento
y que brotaba de lo más hondo de su corazón, limitándose a decir:
-Pedro es el padre del niño.
-Podrás decir lo que quieras, llegaré donde sea
necesario para demostrar que yo soy el padre legítimo. Olga me ha contado y...
-Como bien sabes, Olga y yo dejamos de compartir
secretos hace algún tiempo, ¿verdad Olga? -una nueva Ana, decidida y segura de
sí misma miraba de forma inquisidora a su amiga, que había acudido a una cita a
la que no había sido invitada.
Olga se limitó a asentir, añadiendo en voz casi
inaudible:
-Ahora en vez de hablar de novios, preferimos
compartirlos.
No había terminado de hablar, cuando el café de Ana,
cayó por todo su cuerpo. Ana, enfervorizada, abandonó el local, dejando atrás a
sus dos amigos.
El enfado se hacía cada vez más grande, mientras
caminaba a toda velocidad hacia la parada de autobús. No entendía cómo dos de
sus mejores amigos habían podido llegar a tratarla de forma tan ruin.
Poco a poco, el enfado se fue transformando en
tristeza, y ésta en desasosiego. Se sentía sola, se sentía vacía…
El autobús se acercaba, hacía frío. Ana fue la única
persona que subió en la parada y sólo encontró dos personas. A esas horas, la
línea que conectaba el hospital con su barrio no solía llevar muchos pasajeros.
A pesar de lo que pudiera parecer, Ana disfrutaba mucho de este trayecto. En
realidad era su único momento de relajación y soledad en todo el día. Suponía
un breve paréntesis entre el ir y venir del hospital y su vida prácticamente de
pareja con Pedro. Cada uno mantenía su apartamento, pero en realidad, su vida
diaria era la misma que la de una pareja cualquiera que compartía piso. Siempre
se sentaba en el mismo lugar, encendía su iPod a todo volumen y cerraba los
ojos para transportarse imaginariamente acompañando la canción que sonara en
cada momento.
Pero hoy no había música en la que encontrar paz. Ana
rompió a llorar, el día había sido una verdadera montaña rusa de emociones y
simplemente explotó. Podía aceptar que Ramón no respetara su decisión y que el
amor que decía sentir por ella le cegara pero Olga…. ¿Olga? Era su mejor amiga,
era la persona que mejor la conocía, era su mitad. Habían compartido tanto
juntas, sabían tanto una de la otra.
Entre lágrimas, su mente retrocedió unos años, ocho en
concreto. Fue el único año en el que Ana y Olga estuvieron separadas. Era el
último año de carrera y ambas consiguieron una beca Erasmus. Sin embargo, no
pudieron ir juntas a la misma ciudad. Olga pasó un año en Estocolmo mientras
que Ana optó por Lille en Francia, siempre se había sentido muy atraída por la
cultura de ese país. A pesar de la distancia, todas las noches tenían
conversaciones a través del Messenger. De hecho Ana pasaba más tiempo hablando
con Olga que con Pedro
Una vez superado el largo y frío invierno, Ana
aprovechó la semana de vacaciones de mitad de cuatrimestre para tomar un vuelo
destino Estocolmo. A pesar de su miedo a volar y su obsesión por el orden y la
seguridad, los ínfimos precios de una aerolínea low-cost la llevaron al
aeropuerto de Skavsta y de ahí un autobús a la capital Sueca donde le esperaba
su mejor amiga. Tenían planeado hasta el último minuto de los siete días en los
que iban a estar juntas, ponerse al día, bailar, excursiones...
Nada más bajar del autobús, Ana intuyó que algo no iba
bien. La impulsiva, alegre y efusiva Olga no corrió como solía a abrazarla, no
saltó ni gritó ni hizo la típica broma de ir a recibirla con un cartel
identificativo. Olga estaba triste, demacrada. Caminó hacia Ana, buscando el
refugio de su amiga. ¿Qué le ocurriría?
Ana soltó su maleta y se limitó a rodear con los
brazos a Olga que había roto a llorar.
-Estoy embarazada-susurró Olga en los oídos de su
amiga.
-¿Qué?-Ana estaba demasiado sorprendida como para
creer entender lo que creía haber oído.
-Estoy embarazada Ana.
-Pero, ¿por qué no me habías dicho nada? Hubiera
venido mucho antes. ¿Estás bien? ¿Cómo te encuentras? ¿Qué ha pasado? ¿Cómo ha
sido? ¿Quién es el padre? ¿Lo saben tus padres? Ana no dejaba de hacer
preguntas que no eran otra cosa sino un modo de aflorar todo el nerviosismo y
confusión que llevaba dentro.
-Ven, vamos a tomar un café. Hablaremos entonces.
Tengo que darte todos los detalles. ¿Qué tal Pedro? La verdad es que cuando me
dijiste que no venía me alegré. Prefiero tratar estas cosas sólo contigo.
-Ya sabes, a Pedro no lo sacas de España ni con agua
caliente. No te puedes imaginar la cantidad de tópicos que tuve que escuchar
mientras me explicaba su excusa para no venir. Yo creo que a Lille ha venido
para controlar, como los Erasmus llevan esa fama de fiesta y desenfreno…
Dado que no hacía demasiado frío, decidieron ir
caminando desde la estación hasta el barrio de Gamla Stan donde habían
reservado una habitación en un albergue para las dos. Olga compartía piso pero
había insistido mucho en alquilar algo sólo para las dos. Ana entendía ahora
por qué.
Durante el paseo, las dos amigas trataron de ponerse
al día de temas mundanos, evitando siempre el tema principal que las dos se
morían por abordar. Un ligero viento acariciaba sus mejillas al cruzar el
puente de Vasabron. Ambas amigas iban abrazadas, sin soltar una el brazo de la
otra.
Ya en la plaza del museo Nobel, se sentaron en una de
las terrazas y pidieron un café y un pedazo de tarta para compartir. Era un bar
pequeño, con una bandera gay en una de las esquinas del toldo. A esa hora
estaba repleto de estudiantes.
Ana agarró su taza con las dos manos se recostó en su
asiento y se dirigió a su amiga:
-¿Qué ha pasado Olga?
Ana y Olga eran almas gemelas, pero mientras que ella
sólo había salido con Pedro, Olga nunca había tenido una relación de más de dos
meses. Eso entendiendo como relación, enrollarse con la misma persona más de
dos días seguidos.
Olga suspiró, bebió un sorbo de su café y apartó a un
lado el plato con la porción de tarta de chocolate.
-¿Te acuerdas que hace unas semanas estuvimos con el
grupo en Helsinki?
-¡Cómo no iba a acordarme! Recuerdo que me contaste
con pelos y señales tu viaje en el ferry, las carreras para intentar
comprar cerveza barata en el supermercado del barco y las peleas con el resto
de gente antes de cerrar. Vamos que hacía días que no te pegabas una noche de
juerga así.
-Pobres señoras, la verdad es que es increíble ver a
esas señoras con el carro de la compra lleno de cajas de cerveza saliendo del
barco.
-Pues que sepas que he mirado cómo comprar billetes
para el Viking Line ¿así se llama no?
-Sí, ese es el nombre oficial, el familiar, es
“love-boat”.
Las dos amigas rieron mientras se aferraban a las
tazas de café.
-Olga…
-Dime.
-Cuéntamelo.
Y Olga, por fin comenzó su historia:
El barco sale de Estocolmo a final de la tarde y llega
a Helsinki a primera hora de la mañana. Dado que en Suecia la compra de bebidas
alcohólicas está muy regulada, por no mencionar su precio desorbitado, estos
viajes en ferry son una buena vía de obtener acceso a bebida más barata y por
tanto a una noche de fiesta en toda la regla.
Olga no era una persona que dejara indiferente al sexo
opuesto, tenía una personalidad arrolladora, unida a un físico increíble que
además sabía explotar eligiendo muy bien cómo vestirse en cada ocasión. Y ahí,
en medio de un barco repleto de estudiantes en pleno botellón, Olga comenzó a
besar a un irlandés que decía llamarse Ian, o algo parecido. Los besos llevaron
a la pareja a una fila de butacas de proa. Olga rodeaba con sus brazos al chico
mientras él, con la torpeza que provocan cuatro tequilas de más trataba de
desabrochar el vaquero de la sexy española que tenía tumbada ante él. No hubo
tiempo, ni cordura suficiente para pensar en usar un preservativo. No hubo
tiempo para conversación que no fueran besos, caricias y miradas de desafío del
uno para el otro.
Cuando el sonido de la megafonía informaba en cinco
idiomas distintos que el ferry había por fin llegado a su destino Olga abrió
ligeramente los ojos, y consiguió divisar la terminal de ferries del puerto de
Helsinki. Ni rastro de… ¿cómo se llamaba el pelirrojo con el que había estado
bebiendo chupitos la noche de antes? ¿Jan? ¿Juan?
Se levantó y se dejó llevar hasta la consigna del
barco. En estos viajes no necesitas más equipaje que el bolso y sobre todo,
dinero y preservativos.
-¿Preservativos? ¡Ups! Esperemos no llevarnos un
disgusto-. Sonreía Olga.
El disgusto vino un mes después en forma de retraso,
molestias, sabor amargo en toda la comida y una visita al médico de la
universidad.
-¿Y qué vas a hacer?-una intrigada Ana preguntó
expectante.
Sabía la respuesta. Habían hablado antes sobre qué
harían si esta situación se daba. En ese momento a Ana le vino a la mente una
conversación hasta altas horas de la mañana tras salir de ver en los cines
Renoir “4 meses, 3 semanas, 2 días”. Una de esas películas que no te deja
indiferente, de las que tanto les gustaban a ambas.
Y por fin su parada, Ana bajó del autobús aún con la
zozobra del recuerdo y dirigió sus pasos hacia su portal. A esas horas no se
molestaba en subir a la acera, caminaba directamente sobre la calzada. Se quitó
los cascos, los metió en el bolso y aprovechó para sacar las llaves de casa. Observó
su sombra en la calzada, ¿por qué parecía tener cuatro brazos? ¿Por qué huele
tanto a perfume? ¿Por qué…?
Un pañuelo impregnado de cloroformo cubrió su cara
mientras unos brazos familiares recogían el peso de su cuerpo desvaneciéndose.
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