No puedo más
Ese día tenía la maleta preparada y se marcharía de otra
forma diferente a la de la última vez…
La vida de Germán estaba llena de altibajos. Había épocas
en las que deseaba comerse el mundo a bocados. Otras en las que el estrés del
trabajo y su vida familiar lo dejaban sin aliento a lo largo del día. También
tenía intervalos frenéticos y lo peor y no por eso menos numerosos, los días
apáticos. Sí, esos días en los que no tienes ganas de hacer nada de nada, te
abandonas, dejas que pasen las horas y poco más…. Esos días que vas
evitando, intentado llenar el día de
actividades y que inevitablemente llegan, en los que tú has decidido hacer otra
cosa pero tus planes se ven truncados.
El problema de estos días es que, al no hacer nada, el
aburrimiento y el subconsciente te hacen pensar.
A Germán le dio por recordar. Recordar su infancia y su
juventud. Pensó que había tenido suerte. Suerte de poder pasar muchos periodos
vacacionales en el pueblo de sus abuelos, sobre todo los veranos.
La vida social en el pueblo es más sencilla. Es más fácil
hacer amigos y en el caso de que te resulte complicado hacerlos, entonces es
donde entra el papel de la abuela, ya que
es tu abuela la que se encarga de buscarlos por ti.
-Germán, hijo…. prepárate para esta tarde que viene a
buscarte el Víctor ¿sabes quién te digo? ¡Si hombre!, ¡el nieto del tío
posadero!, ¡el que vive cerca de la plaza!...
-Que si yaya, que sí…. Pero, ¿A dónde voy a ir con él, si
tiene un año menos que yo? ¡Jo yaya, si nunca he hablado con él! -Pero allí
estaba su abuela Gloria para encargarse de que ese verano lo tuviese lo más
ocupado posible. Aunque luego al conocer a los muchachos y muchachas del pueblo
no te cayeran muy bien, pues no importaba, tu abuela te imponía con quien debías salir. A veces
esto daba buenos resultados y otras no, pero era una forma de romper el hielo y
facilitarte el camino y a partir de ahí tú eres el que vas haciendo la
elección.
Al recordar su infancia, Germán, inconscientemente se
percató de que estaba sonriendo. Una sonrisa fina y discreta que realiza el
músculo de tus labios involuntariamente. Una sonrisa que a veces te molesta
tener, porque piensas: no es el momento de sonreír. Pues en ese momento
deberías de estar triste o enfadado por algún motivo, pero al mismo tiempo, esa
sonrisa te hace sentirte bien, tranquilo y momentáneamente feliz, por lo que
volvió a sumergirse en sus pensamientos e intentó de nuevo recordar:
-Víctor ¡¡¡¡NOOOO!!!! No entres ahí que la vamos a liar
como nos pillen, nos vamos a meter en un gran lío. –Y así recordaba todas las
trastadas y travesuras que entre otras cosas había aprendido a hacer en el
pueblo.
Su adolescencia no fue menos excitante. Los típicos besos
con las chicas, con sus escapaditas a lugares solitarios, fumar a escondidas,
el atracón de bebida para coger una borrachera lo antes posible (aunque en su
caso nunca o casi nunca llegó a perder la conciencia). En esos días se
encontraba atrapado en un confuso mundo de cambio entre la niñez y la
adolescencia, del cual se veía más capacitado para salir o desenvolverse con
unos litros de alcohol en el cuerpo ayudando a que desapareciera su timidez.
Las vivencias y experiencias que tenía en el pueblo le
hacían sentirse más adulto frente a sus compañeros del instituto en la capital,
donde pasaba la mayoría del año, sobre todo en invierno. Aunque nunca alardeo
de ello ni le hizo ser el gallito del corral pues siempre había sido una
persona más bien dominable, manejable y bondadosa en todos los sentidos, nunca
rebelde ni desobediente y siempre necesitado de protección pero siempre
reservando en su interior algo de personalidad.
Mientras cursaba e intentaba terminar sus estudios
universitarios disfruto a tope de su adolescencia, tanto en el pueblo como en
la capital y cuando ya estuvo agotado de todo esto, encontró una mujer con la
que sentar la cabeza.
Ella tenía las ideas muy claras, aunque fuese más joven
que él y le gustó desde el primer momento porque le pareció una persona
inteligente y compartían muchos gustos y aficiones, entre ellas la lectura y el
cine.
Entonces, comenzó a analizar su vida en pareja, su vida
sentimental y empezó a pensar en voz alta:
-Aunque teníamos muchas cosas en común, fui yo el que
adapte mi vida y mis hábitos a los de ella. Yo salía con sus amigos, cosa que
le molestaba que yo hiciese con los míos. No le gustaba ir al pueblo, decía que
se sentía observada y criticada, veíamos a mis padres con poca frecuencia…
Vamos, abandoné a mi gente casi por completo.
Sofía tenía muchos cambios de humor, sobre todo cuando no
estabas pendiente de ella. Aunque ella físicamente era muy independiente, pues
por su trabajo tenía bastante vida social fuera de la pareja, no lo era
psicológicamente y debía de estar atento para mantenerla contenta en casi todos
los momentos para que no se derrumbara, teniendo mil detalles con ella…
llevándola a cenar o a celebrar cualquier cosa constantemente...
Pues un día de esos, concretamente un San Valentín, fuimos
a celebrarlo cenando en un restaurante, dejando los regalos mutuos para
intercambiarlos en los postres.
Abrí mi regalo, pensé, no sé un bolígrafo, una pluma
estilográfica, tenía toda la pinta, pero no… ¡era un test de embarazo! ¡Por
supuesto positivo!
-¡Estoy embarazada Germán! –me dijo. Y la verdad es que en
seguida me hice a la idea, pues entraba dentro de nuestros planes, aunque no
tan pronto, pero ya vivíamos juntos hacía un par de años. Así que me hice el
entusiasmado para que ella no decayera y ponerla contenta.
Después de un embarazo y parto normal, al tiempo, volvió a
hacer balance de su vida y pensó:
-La llegada de mi hija es lo mejor que me ha pasado en la
vida hasta el momento. –pensó. -Ha colmado mi vida, la ha llenado de alegría
haciéndome sonreír cada día.
Germán, normalmente dedicaba mucho tiempo al cuidado de su
hija, ya que Sofía trabajaba a jornada partida y él a turnos, por lo que era
más fácil que él se hiciese cargo de ella. La llevaba al colegio, la recogía,
la llevaba al parque y pasaba la mayoría del tiempo con ella, cuando su turno
de trabajo se lo permitía, lo que les hizo tener mucha dependencia el uno del
otro.
Pero tal felicidad no era compartida, pues a Sofía no
parecía que esto le hiciera feliz y empezó a tener comportamientos y actitudes
raras.
-¿Me quieres Germán?-esta pregunta se la hacía
constantemente-¿Ya no te gusto?
-Claro que te quiero Sofía ¡no digas tonterías!-y
realmente así era.
Así era, aun con su extraño comportamiento. Él todavía la
quería, pero la convivencia era cada vez más insoportable y la paciencia tiene
un límite.
Para colmar la situación a ella la despidieron del
trabajo, lo que agravó su ansiedad y sentía la necesidad de ocupar el tiempo de
alguna forma.
Sofía se acostaba muchas veces a deshoras e incluso a
veces tomaba pastillas para dormir, pues sus cambios de estado de ánimo le
habían hecho ir a visitar incluso al psicólogo, el cual se las había recetado
para que puntualmente se las tomase en grandes estados de ansiedad.
Una tarde, después de bañar a Raquel y acostarla, Germán
entró en su habitación y se encontró el bote de las pastillas en el suelo y a
Sofía inconsciente. Inmediatamente, llamó a una vecina para que se hiciese
cargo de la niña, cogió el coche y llevó
a Sofía a urgencias del hospital.
Afortunadamente con un lavado de estómago todo tuvo
solución. El problema es que esto se convirtió en una costumbre y lo hizo
varias veces. Tal comportamiento a Germán le creaba una gran ansiedad y miedo:
¿cómo iba a dejar a Raquel con su madre?
Sin embargo, Sofía tenía momentos que parecía ser feliz.
Cuando le dedicaba más tiempo a Raquel y se veía ocupada y útil, se volvía más cariñosa y dedicaba bastante
tiempo a jugar con ella. Lo mismo ocurría cuando iban a visitar a sus padres,
cuando viajaban por vacaciones o cuando nos reuníamos con sus amigos en alguna
celebración. Entonces ella estaba tranquila y serena, habladora y optimista,
nadie notaba que pasaba por una depresión. En esos momentos de satisfacción
donde Germán engañado por su euforia, veía una familia feliz, le hizo suponer
que todo podría cambiar, que era cuestión de mucha paciencia, tiempo y su
correspondiente medicación, bien tomada, claro. Pero esto no fue fácil, pues la
cosa no cambio.
Con el tiempo la niña se daba cuenta de los cambios de
estado anímico de su madre. Notaba su ausencia y sobre todo notaba las fuertes
discusiones que tenían. Discusiones en las cuales, como vulgarmente se dice,
Germán “no entraba al trapo”. Primero por respeto a su estado, pues consideraba
que estaba enferma y segundo por su carácter, ya que no era su forma de actuar.
Esta apatía o pasotismo hacia sus gritos era lo que la sacaban de quicio.
-¿Hubiese preferido que me enfrentase a ella?, ¿Hubiese
preferido que los dos gritásemos como locos?-volvía a preguntarse-. Pues no sé,
probablemente, pero puedo asegurar que yo, nunca perdí los papeles.
A eso de las siete de la tarde, un día tuvieron una de
estas discusiones, bueno, tuvieron es mucho decir. Germán recordaba cual fue su
comportamiento:
–La verdad que yo no le hice mucho caso, pues ya estaba
tan acostumbrado… Esto es como aquel día que amanece con mucha niebla y
piensas, ¡bueno ya se irá y podré salir! y cuando ves que día tras día la
niebla no se va, ni puedes hacer nada para que desaparezca o quitarla tú mismo,
te armas de valor y decides salir y continuar tu vida aunque hoy haya todavía
más niebla que ayer. Pues esto es lo que a mí me pasaba, me había acostumbrado
a esa niebla, a esas discusiones en las cuales nunca llegábamos a ningún punto
de vista en común y con las cuales no conseguíamos ni siquiera poder sentarnos
y hablar como gente civilizada. Y así, una y otra vez.
Entonces, Germán recordó al milímetro lo que pasó aquel día.
-¡Ella empezó a gritar como una histérica!
-Germán, estoy harta de esta vida. Yo no puedo seguir así,
yo no me esperaba esto. Trata de entender mi punto de vista, esto es importante
para mí, por favor escúchame…
-Mi reacción en primer lugar fue la de subir el volumen al
televisor, mi actitud no sé si fue correcta o no, pero la hizo enfurecer
todavía más y como seguía con sus
reproches, apagué el televisor, me levante y me fui callado hacia la
habitación. Ella me siguió:
-Me siento menospreciada por ti, mírate… ni caso me
haces…. bla bla bla….
-Llegó un momento que ni siquiera la escuchaba, hasta que
noté que había subido el tono todavía más y me pareció escuchar una
amenaza.
–Pues acabaré por denunciarte porque me siento maltratada,
porque ya estoy harta de que me ignores y lo haré cuando menos te lo esperes….
-Y tú, acabas
pensando, bueno ya se le pasará. Pero esta vez no fue el caso.
¡Imaginaros la cara que se le quedo cuando a las ocho y
media de la tarde aproximadamente llamaron a la puerta de su casa!
-¿Germán Artigas, por favor?
-Sí, soy yo ¿qué pasa?-¡Era la policía y venían a
arrestarme!
Lo esposaron y se lo llevaron al calabozo, sin preguntar
nada más, sin leerle sus derechos, sin presunción de inocencia. Ya era
culpable, ahora le tocaba demostrar si era inocente o no.
En cuanto tuvo ocasión, antes de ser encerrado, consiguió
localizar a su abogado, al cual puso al día de su situación lo más rápido
posible, evitando los rodeos y yendo al meollo del asunto. Parece que esto lo
tranquilizo algo: –No te preocupes Germán, mañana tendrás un juicio rápido e
intentaremos hablar con ella para que recapacite y nos explique el porqué de
esta acusación –le dijo el abogado.
Antes de entrar al calabozo, un agente le dio una bolsa
-¡Quítese usted cualquier objeto que pueda ocasionarle lesiones, incluido el
cinturón y los cordones de los zapatos!
-No me lo podía creer, ¡no soy un criminal!... ¡No voy a
autolesionarme!... ¡Por favor que alguien me despierte de esta gran
pesadilla!-volvía a recordar amargamente.
Otro policía le facilito una manta y una esterilla para
dormir…
-¡Dormir! ¿Cómo iba a poder dormir?
Aislado en la celda se puso lo más cómodo posible y le
tocó pasar la peor noche de su vida. Estuvo intentando averiguar durante toda
la noche ¿qué había hecho? ¿Se merecía esto? ¿A lo mejor había hecho algo que
no recordara? ¿A lo mejor se comportó de alguna forma y no se dio cuenta?
Al día siguiente tuvo el llamado “juicio rápido” en el
cual, de primeras, el juez dictó orden de alejamiento por supuestos malos
tratos y prohibición de cualquier comunicación entre ellos.
–No me resultaba nada trágico el no ver a Sofía pero ¡No
ver a mi hija! Me dieron donde más me dolía pues de momento no tenía derecho al
régimen de visitas hasta un nuevo juicio. No sabía dónde ir, a quién acudir y
antes de hacer las cosas precipitadamente, aunque en primer lugar pensé en mis
padres, para no asustarlos y poder
explicarles lo ocurrido con más calma, decidí llamar a un amigo. Esa
noche la pasé en su casa y al día siguiente fui a hablar con mis padres. Me
tocó oír de labios de mi madre el típico comentario de “te lo dije”.
-¡Hay dios mío! ¡Ya lo sabía yo que no era trigo limpio!
¿Qué va a pasar ahora con la niña? ¡Ni se te ocurra volver con ella que te
conozco! ¡Que tú eres muy bueno pero lo que te ha hecho es una gran putada! Es
imposible que te haya querido alguna vez…. –Y sigue y sigue.
-Pues tocó tragar, ¿qué iba a hacer por el momento? Pero
lo bueno que saqué de esto es que en ningún momento, ni mis amigos ni mi
familia dudaron de mi inocencia. Estaba desconcertado, desorientado, confuso.
Mi vida era de lo más normal y ¡una puta llamada había cambiado mi vida! ¿Es
tan fácil destrozar a la gente? Por lo visto sí.
Pasados dos días le dieron la orden para poder entrar en
casa para recoger sus pertenencias. Pero ¡no coger el autobús llamar al timbre
y entrar, no! Lo tendría que hacer escoltado por un par de policías.
-Los guardias me informaron por el camino que Sofía
estaría allí y que por ley no podría llevarme nada que ella no me permitiera
coger. Lo que más me sorprendió fue su actitud, allí estaba, en la puerta de la
habitación, llorando como una magdalena y susurraba -¡lo siento, de veras lo siento!
-Con lo pacífico que yo era, en ese momento me hervía la
sangre… Estaba mal humorado, pero no le dirigí la palabra. Cargué un par de
mochilas y una bolsa con la ropa y las cosas personales que pude y volví a casa
de mis padres.
Germán tuvo que quedar varias veces con su abogado, el
cual, lo primero que le aconsejó es que en la siguiente cita judicial alegara
la enajenación mental de Sofía, su gran depresión, utilizando los partes
médicos de las veces que había tenido que llevarla a urgencias por sobredosis
de pastillas. Por supuesto, él guardaba
dichos informes.
Al pasar una semana Germán se moría sin ver a su hija. No
podía estar tanto tiempo sin ella, sin saber cómo estaba, pero no podía hacer
nada hasta que el juez los reuniera de nuevo y sacarán algo en claro.
Pero no hizo falta, pues una tarde recibió una llamada de
teléfono:
-Hola Germán, soy Sofía. ¡Déjame hablar antes de nada! ¡No
me cuelgues!
-¿Qué quieres?, sabes que no te puedes comunicar conmigo.
-¡Qué me perdones! ¡No quería hacerlo! ¡Sabes que no estoy
bien!
-Ya, pero esto no es una excusa, esto no puede seguir así.
-¡Lo siento de verás! ¡Cómo se me pudo pasar por la
cabeza! ¡Fue una reacción impulsiva! ¡Ya he quitado la denuncia! ¡Por favor,
vuelve con nosotras!
Pensé: -¿Ehhhhh? ¿Qué me está contando? Pero me mantuve
callado al otro lado del teléfono.
-Raquel te echa mucho de menos, pregunta todos los días
por su papá. Le he dicho que pronto volverás.
De nuevo había tocado mi punto débil. –Bueno ¿y qué
propones? –le dije-. ¡No puedo romper la orden de alejamiento!
-Pero ¿ya he quitado la denuncia? Por favor, ven… ¡te
necesitamos!
-Mira Sofía, tengo que pensarlo mucho, en este momento
estoy muy dolido. Te volveré a llamar en cuanto acomode mis ideas.
En un segundo, la vida de Germán volvió a complicarse, era
el momento de tomar una gran decisión. Por su cabeza pasaron todos los consejos
que le habían dado. Mayoritariamente los de no volver con ella en caso de que
se lo rogara, pero el consejo que más mella había hecho en su cabeza era,
cuando abandonó los juzgados, lo que le dijo uno de los policías al devolverle
sus pertenencias en la famosa bolsa.
-Si me permites, un consejo te voy a dar. No llevo mucho
tiempo en esta sección trabajando, pero por la poca experiencia te diré que si
alguna vez vuelves con tú mujer, ten seguro que volveré a tu casa a buscarte.
–Me dejó de piedra. ¿Era esto tan común? ¿Se podía poner
tan fácilmente una denuncia falsa sin consecuencias? ¿Tantos hombres volvían al
hogar tras ser denunciados?
Así que estuvo dos o tres días pensando intensamente.
Pensando en lo que opinarían los demás, en los pros y los contras y se dio
cuenta, que el dolor y el rencor que sentía hacía Sofía hace tres días, cada vez era menor, porque había una cosa con la que la gente no
contaba, ¡él necesitaba ver a su hija! Necesitaba verla y llamó de nuevo a su
abogado para decirle que ella había retirado la denuncia. El abogado le informó
de que aunque la hubiese retirado todavía estaba activa la orden de
alejamiento, así que le aconsejó que no
quebrantara la ley. Al contrario del resto de la gente, familiares y amigos, el
le aconsejó que volviese con ella si no quería perder la custodia de su hija,
así que “hizo de tripas corazón” y llamó a Sofía.
-Hice caso omiso a la indicación del abogado y quedé con
Sofía. Verdaderamente nuestros primeros encuentros fueron apacibles y hablamos
mucho, tranquila y serenamente. Ella juraba y perjuraba que me quería, que la
perdonara, que nunca iba a volver a hacerlo. Así que, fingí que la perdonaba y
volví a mi casa.
–En mi casa estaba todo lo que yo necesitaba, todas mis
cosas, todas mis pertenencias y además lo más querido, Raquel. No tenía otro
lugar que pudiese considerar mi hogar.
–Lo poco que conviví con ella fue una convivencia normal.
Sofía tomaba su medicación según prescripción médica y parecía otra persona.
Nunca me ha importado mucho lo que la gente pensará, ya tenía suficiente con
mis propios pensamientos. Tenía muchos momentos de arrepentimiento y todos los
días pensaba en mi situación, sobre todo cuando me acostaba al lado de ella en
la cama. A veces, tenía miedo y me decía a mí mismo: -no puedo hacer nada, “me tiene cogido por los huevos”.
¿Realmente era feliz? En algunos momentos sí, pero podía
serlo mucho más.
–Ahora ya estaba dentro y desde aquí era más fácil ir
tejiendo mis nuevos planes. Intenté volver a mis antiguas amistades y cuando
ella se iba a pasar el fin de semana con sus padres, volvía de vez en cuando al
pueblo de mis abuelos. La gente del pueblo es fantástica, ya pueden pasar los
años sin tener contacto con ellos que
siempre te consideran su amigo, ¡nunca me dieron de lado!
–Por eso, hoy es el día de salir definitivamente de esta
casa. De esta casa que ya no siento como mía ni mi hogar.
En el pueblo Germán conoció a Begoña, su actual pareja.
Nada que ver con Sofía, ni el mismo carácter, ni los cambios tan bruscos de
humor, vamos otro cantar. Una persona que le hizo darse cuenta de lo que es el
amor.
–En la relación que yo tenía con Sofía yo no estaba
enamorado, estaba acomodado. Mi único amor era mi hija.
Su abogado consiguió que ni siquiera llegaran a cursarle
un expediente de antecedentes penales ya que la denuncia fue retirada
rápidamente y debido a que su expediente estaba limpio y a la alegación de los
problemas mentales de Sofía, a lo largo de unos años, de unos años muy duros de
convivencia, consiguió la custodia compartida de su hija.
–Con el tiempo Sofía incumplió su régimen de visitas y
tras una nueva revisión de la custodia el juez me concedió la custodia integra
de Raquel acreditando que yo era el principal cuidador y el progenitor idóneo
para ejercer la custodia.
–Ahora vivimos en el pueblo, en casa de los abuelos que ya
fallecieron y aunque todavía no convivo con Begoña (ni prisas tengo), soy
plenamente feliz y sonrió al pensar que mi hija probablemente viva la infancia
y la adolescencia que yo tuve.
–Después de ser denunciado falsamente por violencia de
género o violencia machista o como quieran suavizarlo, siempre he pensado que
es muy fácil usar la palabra “maltrato” la cual trae tras de sí muchas
consecuencias.
-Pero ¿existe alguna consecuencia para la persona que pone
la denuncia falsa?
-Pues creo que no, salvo que la ley haya cambiado
actualmente. Tampoco me intereso mucho por estos casos, ni guardo rencor hacia
Sofía, de la cual hace mucho tiempo que no se nada. Seguro que está viviendo su
propio cuento de hadas en su mágico mundo.
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