miércoles, 26 de noviembre de 2014

Nuestra historia. Capítulo XXXIX. Adiós.

Tras el capítulo de la pasada semana (38. La sentencia dicta) de Ana Asensio Hernando, hoy la acción continúa...
El capítulo continúa con la llamada de Mario a... Ana. Le pide a su amiga que le cuente todo sobre la situación con Olga siguiendo la petición de Pedro de que hablara con su novia. Ana le invita a cenar para explicarle todo.
Pedro por su parte no para de darle vueltas a su conversación con Patricia. ¿Y si las niñas no eran suyas? ¿Sabe Ana de la existencia de Thomas?
Olga sigue cabreada con Pedro por elegir a Ana y rabiosa por el whtasapp que Mario le interceptó en el que quedaba con Ian.
A la hora de la cena Mario acude a la invitación de sus vecinos y no da crédito a las barbaridades que Ana le explica sobre Olga. Este les cuenta que el otro día la vio salir de su piso y entonces Ana comprende que lo de la ropa por el suelo, la cama y los papeles del juicio de Pedro es obra de Olga de nuevo y se disclupa con su novio.
Mientras en la prisión comienza el turno de visitas y Ramón recibe a Olga. El preso se disculpa ante su guapa amiga por tener que soltar a Ana de su secuestro y no llevarlo hasta el final como tenían planeado. Olga le informa que Ana ha tenido gemelas y crece todavía más la certeza de que son suyas.
A la salida de prisión Olga iba hecha un lío con su relación con Ian. Quería que quitara la denuncia a Pedro y no sabía hasta donde llegar con el pelirrojo. Saturada por este triángulo amoroso, su relación con sus amigos tan deteriorada y por cargar con todas las culpas de esta situación, se sintió muy nerviosa. Necesitaba fumar. Buscó desesperadamente un mechero mientras conducía y se empotró contra un camión. Murió en el acto.
Tras la visita de Olga, Ramón fue acompañado por los funcionarios que le cuentan que tienen pinchado su móvil y todas las conversaciones con su hermano y sus planes de fuga. Así que fue trasladado de módulo por un largo tiempo. Estaba mentalmente destruido.
Pedro y el resto de la familia salieron juntos desde su piso hasta la sala número 4 del juzgado donde el juez iba a dictar sentencia...
¿Cual será el veredicto para el juicio de Pedro? ¿Que papel desempeñará Thomas de aquí en adelante tras venirse abajo los planes de fuga? ¿Y Ramón, qué tal le irá en el nuevo módulo? ¿Qué reacciones habrá ante el fallecimiento de Olga?No os perdáis el capítulo de hoy.



XXXIX.  Adiós…


La sala no era muy grande, las paredes pintadas de un blanco impoluto con varios retratos de autoridades que colgaban en el frente. Todos los asistentes sentados en bancos de madera, como sí de una parroquia se tratase. El juez imponía respeto en su sillón de piel negro, apoyado sobre una mesa de madera maciza de cerezo. Esos segundos de silencio parecieron horas.
Ana empezó a sentir un fuerte escalofrío a la vez que un dolor intenso en la parte baja de la espalda que recorría todo su contorno hasta llegar al bajo vientre. Sin querer, un gemido sonó en la silenciosa sala. Por mucho que quiso disimularlo, fue sin éxito ya que no pasó inadvertido para nadie. No sabía sí eran los nervios del momento, ya que nunca se había encontrado en una situación similar, el hombre de su vida estaba a punto de ir a la cárcel.
Algo dentro de su cuerpo estaba cambiando. Poco a poco el dolor fue aumentando, ya se reflejaba más directamente en su útero. Respiraba con fuerza, como sí al llenarse de aire fuera a esfumarse esa molestia. Toda la sala se giró hacia ella. El juez vio como Ana se retorcía de dolor, mientras Pedro le cogía de la mano.
—¿Señorita se encuentra bien? —preguntó amablemente el juez, a pesar de su aspecto serio. Los ocho meses y medio de embarazo eran más que notables.
Ana se disponía a contestarle cuando una sensación de humedad invadió su entrepierna. No era muy abundante, pero lo suficiente como para darse cuenta de que el momento cumbre estaba llegando. A pesar de su experiencia en el sector de la medicina, todo esto era nuevo para ella, de la misma manera que cualquier madre se enfrenta a un parto por primera vez.
<<¿Porqué me está pasando todo esto ahora?, ¡es el momento decisivo para Pedro!, qué oportuna soy…>>; se decía para sus adentros.
Dadas las circunstancias, el juez decidió posponer la sentencia diez días. Pedro no era ningún criminal peligroso que no pudiera estar en libertad diez días más. Fue benévolo con él y decidió dejarle el tiempo suficiente para conocer a sus “futuras hijas”.
A Irene y Antonio les cambió la cara, no sabían si reír o llorar. Diez largos días más de incertidumbre, pero al fin y al cabo, diez días más al lado de su hijo, por lo que pudiera pasar. Lo importante ahora mismo era Ana y sus gemelas, faltaba poco para ver la carita de esas niñas.
Sandra fue rápidamente a buscar el coche para acercarlo hasta la puerta del juzgado y llevar a Ana y Pedro hasta el hospital.
—Ana, cariño, ya vamos al hospital. Tranquila, voy a poder estar a tu lado —le repetía Pedro con una sonrisa en la cara.
Pedro se había liberado de toda la tensión del juzgado. Dentro de unos días no sabría donde estaría pero lo que ahora tenía claro es que no se iba a separar de esa mujer y de sus “hijas”, aunque cada vez más aparecía la imagen de Ramón al pensar en el nacimiento.
<<Aggg… ¿Por qué no puedo borrar esto de mi cabeza? Da igual, son mis hijas y ya está>>; se repetía una y otra vez. <<Pero no está… ¡Maldita sea! ¡Tengo que averiguar esto como sea!, voy a explotar…>>
                El teléfono de Ana sonó a escasos metros de llegar al hospital, era Mario. Pedro contestó, ya que ella no estaba en condiciones de cogerlo, aunque los dolores se estaban suavizando un poco y no eran tan intensos como en la sala del juzgado.
—Hola Mario, ¿qué tal? Soy Pedro.
—Hola Pedro. Por favor, tengo que deciros algo, no sé cómo hacerlo… —Mario lloriqueaba a la vez que hablaba, Pedro no sabía que estaba pasando.
—Dime Mario, voy con Ana y Sandra, te están escuchando también. Joder… Mario, ¿qué pasa? ¡Suéltalo ya!
—Pedro… eh…, es Olga… ¡Ha sido terrible! Al parecer salía de la cárcel de visitar a Ramón y justo en esa rotonda se ha empotrado con un camión. ¡Se ha matado, Pedro… se ha matado! Nada se ha podido hacer.
—¡Pero qué dices! Madre mía… ¡No puedo creerlo!
Pedro quitó el altavoz del móvil, evitando que Ana oyera todos los detalles, no quería hacerla sufrir más en ese momento.
—Mario perdona, estamos a punto de entrar al hospital con Ana. En cuanto pueda te vuelvo a llamar.
Ana y Sandra no daban crédito a lo que estaban escuchando.
—¿Es cierto lo que estamos oyendo?
—Sí, contra un camión. La trasladan al velatorio que hay al lado del hospital y el entierro es mañana a las seis de la tarde.
Ana apenas sentía contracciones ya, estaba claro que había sido una falsa alarma. Una lágrima caía de su rostro. En estos últimos tiempos todo se había vuelto loco y hacía que odiara a Olga con todas sus fuerzas, había tocado lo que más quería y eso no se lo perdonaría nunca. Pero no podía evitar pensar en todo lo que había vivido junto a ella, sólo le venían a la mente imágenes de ellas dos, riendo, divirtiéndose, imágenes de sus años de instituto que fueron los más bonitos de su juventud. El corazón de Ana iba por un lado mientras su cabeza por otro. Quería pensar que así todo habría terminado, pero le martirizaba el pensar que nunca más iba a tener oportunidad de arreglar las cosas y vivir esos momentos mágicos de entendimiento y amistad con ella.
Se encontraban en los pasillos del hospital en la planta de ginecología cuando Charo, su comadrona, la invitó a pasar para hacerle una ecografía.
—Vamos Ana, adelante. ¿Qué te ha pasado?
—Nada Charo, ha sido una falsa alarma. He manchado un poco pero ya no tengo dolor.
—Haremos una ecografía para ver que todo está bien y podrás irte a casa. Respecto a lo que me dices que has manchado, has expulsado el tapón mucoso y eso quiere decir que el proceso de parto ha comenzado, pero tranquila… puede ser cuestión de tres horas o de tres días. Todo está bien, Ana. Una de ellas está encajada en el canal de parto. Sí vuelven esas contracciones me avisas y vienes de nuevo. Puedes estar tranquila.
— Gracias, Charo, nos vemos —dijo Pedro.
               
El tanatorio quedaba a unos cinco minutos andando desde allí. Pedro y Ana se miraron y decidieron que tenían que hacerlo. Tenían que ir a despedir a Olga, era la última vez que la verían y todo esto habría acabado. Ellos seguirían juntos, sin tener que esquivar las tretas que le gustaba jugar a Olga, temida por todas las novias por tener ese poder de seducción con sus respectivos. Todo hombre era capaz de caer a sus pies y eso a Ana nunca le afectó, sabía cómo era su amiga, pero todo cambió el día que tocó al suyo.
Allí estaba Mario, la última presa de Olga, junto a toda la familia de ella desconsolada. Al fondo para sorpresa de Pedro y Ana… se encontraba Ian.
—Ana, no puede ser, este es… es el hijo de la mujer del accidente… ¡Pero qué coño hace aquí! —susurro Pedro en el oído de Ana con cara de asombro total a la vez que de pocos amigos.
—Es verdad, ¿pero como conoce él a Olga?
                Ian era la última llamada que aparecía en el teléfono de Olga, la policía se puso en contacto con él para indagar y saber a quién darle la noticia.
Mario e Ian permanecían ajenos del juego a dos bandas que ésta llevaba y toda la trama que tenía montada con el único fin de conseguir a Pedro.
                Ian no pudo con la curiosidad y fue él quien preguntó a la pareja sí conocían a Olga. Se acababan de ver en el juzgado. Ian iba impecable. Su perfume inundaba toda la sala del velatorio. Era atractivo en cualquier situación. Los vaqueros negros le quedaban perfectos y la camisa gris que llevaba marcaba todos y cada uno de sus músculos de la espalda. Ana no pudo evitar dar un repaso a todo su estilismo, que aunque sencillo, sabía lucirlo como nadie.
                Ana le explico que eran amigas desde hace mucho tiempo, aunque últimamente no andaban muy bien las cosas entre ellas. También sintió ganas de explicarle con todo tipo de detalle todo lo sucedido el día del accidente para que toda la historia de Pedro y el juzgado tuviera un final feliz, pero se limitó a decirle que Pedro y ella habían tenido una fuerte discusión ese día por culpa de Olga. Ian vio en Ana sinceridad, pero eso no iba a cambiar las cosas, podían haber matado a su madre y no se lo iba a perdonar al culpable ya se llamara Pedro o cualquier otro. Estaba decidido a continuar con esto.

En ese momento entró…

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