El capítulo continúa con la llamada de Mario a... Ana. Le pide a su amiga que le cuente todo sobre la situación con Olga siguiendo la petición de Pedro de que hablara con su novia. Ana le invita a cenar para explicarle todo.
Pedro por su parte no para de darle vueltas a su conversación con Patricia. ¿Y si las niñas no eran suyas? ¿Sabe Ana de la existencia de Thomas?
Olga sigue cabreada con Pedro por elegir a Ana y rabiosa por el whtasapp que Mario le interceptó en el que quedaba con Ian.
A la hora de la cena Mario acude a la invitación de sus vecinos y no da crédito a las barbaridades que Ana le explica sobre Olga. Este les cuenta que el otro día la vio salir de su piso y entonces Ana comprende que lo de la ropa por el suelo, la cama y los papeles del juicio de Pedro es obra de Olga de nuevo y se disclupa con su novio.
Mientras en la prisión comienza el turno de visitas y Ramón recibe a Olga. El preso se disculpa ante su guapa amiga por tener que soltar a Ana de su secuestro y no llevarlo hasta el final como tenían planeado. Olga le informa que Ana ha tenido gemelas y crece todavía más la certeza de que son suyas.
A la salida de prisión Olga iba hecha un lío con su relación con Ian. Quería que quitara la denuncia a Pedro y no sabía hasta donde llegar con el pelirrojo. Saturada por este triángulo amoroso, su relación con sus amigos tan deteriorada y por cargar con todas las culpas de esta situación, se sintió muy nerviosa. Necesitaba fumar. Buscó desesperadamente un mechero mientras conducía y se empotró contra un camión. Murió en el acto.
Tras la visita de Olga, Ramón fue acompañado por los funcionarios que le cuentan que tienen pinchado su móvil y todas las conversaciones con su hermano y sus planes de fuga. Así que fue trasladado de módulo por un largo tiempo. Estaba mentalmente destruido.
Pedro y el resto de la familia salieron juntos desde su piso hasta la sala número 4 del juzgado donde el juez iba a dictar sentencia...
¿Cual será el veredicto para el juicio de Pedro? ¿Que papel desempeñará Thomas de aquí en adelante tras venirse abajo los planes de fuga? ¿Y Ramón, qué tal le irá en el nuevo módulo? ¿Qué reacciones habrá ante el fallecimiento de Olga?No os perdáis el capítulo de hoy.
XXXIX. Adiós…
La sala no
era muy grande, las paredes pintadas de un blanco impoluto con varios retratos
de autoridades que colgaban en el frente. Todos los asistentes sentados en
bancos de madera, como sí de una parroquia se tratase. El juez imponía respeto
en su sillón de piel negro, apoyado sobre una mesa de madera maciza de cerezo.
Esos segundos de silencio parecieron horas.
Ana empezó a
sentir un fuerte escalofrío a la vez que un dolor intenso en la parte baja de
la espalda que recorría todo su contorno hasta llegar al bajo vientre. Sin
querer, un gemido sonó en la silenciosa sala. Por mucho que quiso disimularlo,
fue sin éxito ya que no pasó inadvertido para nadie. No sabía sí eran los
nervios del momento, ya que nunca se había encontrado en una situación similar,
el hombre de su vida estaba a punto de ir a la cárcel.
Algo dentro
de su cuerpo estaba cambiando. Poco a poco el dolor fue aumentando, ya se
reflejaba más directamente en su útero. Respiraba con fuerza, como sí al
llenarse de aire fuera a esfumarse esa molestia. Toda la sala se giró hacia
ella. El juez vio como Ana se retorcía de dolor, mientras Pedro le cogía de la
mano.
—¿Señorita
se encuentra bien? —preguntó amablemente el juez, a pesar de su aspecto serio.
Los ocho meses y medio de embarazo eran más que notables.
Ana se
disponía a contestarle cuando una sensación de humedad invadió su entrepierna.
No era muy abundante, pero lo suficiente como para darse cuenta de que el
momento cumbre estaba llegando. A pesar de su experiencia en el sector de la
medicina, todo esto era nuevo para ella, de la misma manera que cualquier madre
se enfrenta a un parto por primera vez.
<<¿Porqué me está pasando todo esto
ahora?, ¡es el momento decisivo para Pedro!, qué oportuna soy…>>; se decía para sus
adentros.
Dadas las
circunstancias, el juez decidió posponer la sentencia diez días. Pedro no era
ningún criminal peligroso que no pudiera estar en libertad diez días más. Fue benévolo
con él y decidió dejarle el tiempo suficiente para conocer a sus “futuras
hijas”.
A Irene y
Antonio les cambió la cara, no sabían si reír o llorar. Diez largos días más de
incertidumbre, pero al fin y al cabo, diez días más al lado de su hijo, por lo
que pudiera pasar. Lo importante ahora mismo era Ana y sus gemelas, faltaba
poco para ver la carita de esas niñas.
Sandra fue
rápidamente a buscar el coche para acercarlo hasta la puerta del juzgado y llevar
a Ana y Pedro hasta el hospital.
—Ana,
cariño, ya vamos al hospital. Tranquila, voy a poder estar a tu lado —le
repetía Pedro con una sonrisa en la cara.
Pedro se
había liberado de toda la tensión del juzgado. Dentro de unos días no sabría
donde estaría pero lo que ahora tenía claro es que no se iba a separar de esa
mujer y de sus “hijas”, aunque cada vez más aparecía la imagen de Ramón al
pensar en el nacimiento.
<<Aggg… ¿Por qué no puedo borrar esto de
mi cabeza? Da igual, son mis hijas y ya está>>; se repetía una y otra
vez. <<Pero no está… ¡Maldita sea!
¡Tengo que averiguar esto como sea!, voy a explotar…>>
El teléfono de Ana sonó a escasos metros de llegar al
hospital, era Mario. Pedro contestó, ya que ella no estaba en condiciones de
cogerlo, aunque los dolores se estaban suavizando un poco y no eran tan
intensos como en la sala del juzgado.
—Hola Mario,
¿qué tal? Soy Pedro.
—Hola Pedro.
Por favor, tengo que deciros algo, no sé cómo hacerlo… —Mario lloriqueaba a la
vez que hablaba, Pedro no sabía que estaba pasando.
—Dime Mario,
voy con Ana y Sandra, te están escuchando también. Joder… Mario, ¿qué pasa? ¡Suéltalo
ya!
—Pedro… eh…,
es Olga… ¡Ha sido terrible! Al parecer salía de la cárcel de visitar a Ramón y
justo en esa rotonda se ha empotrado con un camión. ¡Se ha matado, Pedro… se ha
matado! Nada se ha podido hacer.
—¡Pero qué
dices! Madre mía… ¡No puedo creerlo!
Pedro quitó
el altavoz del móvil, evitando que Ana oyera todos los detalles, no quería
hacerla sufrir más en ese momento.
—Mario
perdona, estamos a punto de entrar al hospital con Ana. En cuanto pueda te
vuelvo a llamar.
Ana y Sandra no daban
crédito a lo que estaban escuchando.
—¿Es cierto
lo que estamos oyendo?
—Sí, contra
un camión. La trasladan al velatorio que hay al lado del hospital y el entierro
es mañana a las seis de la tarde.
Ana apenas
sentía contracciones ya, estaba claro que había sido una falsa alarma. Una lágrima
caía de su rostro. En estos últimos tiempos todo se había vuelto loco y hacía
que odiara a Olga con todas sus fuerzas, había tocado lo que más quería y eso
no se lo perdonaría nunca. Pero no podía evitar pensar en todo lo que había
vivido junto a ella, sólo le venían a la mente imágenes de ellas dos, riendo,
divirtiéndose, imágenes de sus años de instituto que fueron los más bonitos de
su juventud. El corazón de Ana iba por un lado mientras su cabeza por otro.
Quería pensar que así todo habría terminado, pero le martirizaba el pensar que nunca
más iba a tener oportunidad de arreglar las cosas y vivir esos momentos mágicos
de entendimiento y amistad con ella.
Se
encontraban en los pasillos del hospital en la planta de ginecología cuando
Charo, su comadrona, la invitó a pasar para hacerle una ecografía.
—Vamos Ana,
adelante. ¿Qué te ha pasado?
—Nada Charo,
ha sido una falsa alarma. He manchado un poco pero ya no tengo dolor.
—Haremos una
ecografía para ver que todo está bien y podrás irte a casa. Respecto a lo que
me dices que has manchado, has expulsado el tapón mucoso y eso quiere decir que
el proceso de parto ha comenzado, pero tranquila… puede ser cuestión de tres
horas o de tres días. Todo está bien, Ana. Una de ellas está encajada en el
canal de parto. Sí vuelven esas contracciones me avisas y vienes de nuevo.
Puedes estar tranquila.
— Gracias,
Charo, nos vemos —dijo Pedro.
El tanatorio
quedaba a unos cinco minutos andando desde allí. Pedro y Ana se miraron y
decidieron que tenían que hacerlo. Tenían que ir a despedir a Olga, era la
última vez que la verían y todo esto habría acabado. Ellos seguirían juntos,
sin tener que esquivar las tretas que le gustaba jugar a Olga, temida por todas
las novias por tener ese poder de seducción con sus respectivos. Todo hombre
era capaz de caer a sus pies y eso a Ana nunca le afectó, sabía cómo era su
amiga, pero todo cambió el día que tocó al suyo.
Allí estaba
Mario, la última presa de Olga, junto a toda la familia de ella desconsolada.
Al fondo para sorpresa de Pedro y Ana… se encontraba Ian.
—Ana, no
puede ser, este es… es el hijo de la mujer del accidente… ¡Pero qué coño hace
aquí! —susurro Pedro en el oído de Ana con cara de asombro total a la vez que
de pocos amigos.
—Es verdad,
¿pero como conoce él a Olga?
Ian era la última llamada que aparecía en el teléfono
de Olga, la policía se puso en contacto con él para indagar y saber a quién
darle la noticia.
Mario e Ian
permanecían ajenos del juego a dos bandas que ésta llevaba y toda la trama que
tenía montada con el único fin de conseguir a Pedro.
Ian no pudo con la curiosidad y fue él quien preguntó
a la pareja sí conocían a Olga. Se acababan de ver en el juzgado. Ian iba
impecable. Su perfume inundaba toda la sala del velatorio. Era atractivo en
cualquier situación. Los vaqueros negros le quedaban perfectos y la camisa gris
que llevaba marcaba todos y cada uno de sus músculos de la espalda. Ana no pudo
evitar dar un repaso a todo su estilismo, que aunque sencillo, sabía lucirlo
como nadie.
Ana le explico que eran amigas desde hace mucho
tiempo, aunque últimamente no andaban muy bien las cosas entre ellas. También
sintió ganas de explicarle con todo tipo de detalle todo lo sucedido el día del
accidente para que toda la historia de Pedro y el juzgado tuviera un final
feliz, pero se limitó a decirle que Pedro y ella habían tenido una fuerte
discusión ese día por culpa de Olga. Ian vio en Ana sinceridad, pero eso no iba
a cambiar las cosas, podían haber matado a su madre y no se lo iba a perdonar al
culpable ya se llamara Pedro o cualquier otro. Estaba decidido a continuar con
esto.
En ese
momento entró…
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