Tras el capítulo de la pasada semana (36. Los gemelos golpean dos veces) de Eduardo Casanova Tutor, hoy la acción continúa...
El capítulo anterior arranca con la llamada de teléfono que recibe Pedro. La voz femenina resultó ser de Patricia, que le pide que no le cuente a Olga que es ella quien llama. Le indica a Pedro que tiene algo que comentarle pero que prefiere hablar con él en persona, así que se citan para el día siguiente.
El capítulo anterior arranca con la llamada de teléfono que recibe Pedro. La voz femenina resultó ser de Patricia, que le pide que no le cuente a Olga que es ella quien llama. Le indica a Pedro que tiene algo que comentarle pero que prefiere hablar con él en persona, así que se citan para el día siguiente.
Mientras Olga continuaba su relación a dos bandas con Mario e Ian, se encontraba cenando con este último e intentando sonsacarle información para utilizar en el juicio de Pedro. Al final consigue averiguar el nombre del abogado que les lleva el caso y principal culpable de llevar hasta las últimas consecuencias la acusación a Pedro.
Al día siguiente Pedro acude puntual a su cita con Patricia en el centro comercial y tras una conversación típica de cortesía le pregunta por motivo por el que ha decidido quedar con él. Patricia le cuenta que ha recuperado ya totalmente la memoria y que recordó una conversación con Ramón en Pau que le decía que él era el padre de las gemelas y que además él mismo tenía un hermano gemelo en Estocolmo que nadie del grupo conocía, que estaba pendiente suya y que si algo le ocurría vendría en su ayuda. Pedro aturdido y ofendido por la autenticidad de su paternidad se siente confuso. Patricia le indica que con Ramón en la cárcel es posible que su hermano gemelo acuda a socorrerlo, y que esté alerta por si acaso.
Pedro regresa a casa con la compra de la cena preparada a modo de escusa de su visita al centro comercial y Ana le comenta que mañana ha quedado con su hermana para ir de compras. A la mañana siguiente tras el desayuno, la joven embarazada se despide de su novio y sale a la calle al encuentro de su cuñada, y allí se quedó helada al ver en la acera de enfrente a...
¿Quién será y qué querrá de la pobre Ana? ¿Cual será el veredicto para el juicio de Pedro? ¿Cómo le irá a Ramón en prisión? ¿Aparecerá su hermano en escena? No os perdáis el próximo capítulo.
XXXVII. Plan de fuga.
El corazón
de Ana se paralizó por momentos. No podía creer lo que estaban viendo sus ojos.
Era la última persona a la que se quería encontrar, ya casi ni se acordaba de
Olga y de todo lo mal que se lo había hecho pasar. Ana se detuvo en seco. Olga
también se percato de que Ana estaba al otro lado de la acera y también se
detuvo en seco. Cruzaron sus miradas.
Olga estaba
disfrutando de aquella situación al ver a Ana con aquella mirada de odio hacia
ella. Sin embargo Olga miraba a Ana con una sonrisa de lado a lado que aun la ponía más nerviosa pero sin duda
alguna sentía el mismo odio hacia Ana.
<<Anita se fuerte Anita se fuerte y pasa
de ella que no merece la pena complicarte la vida. Y más estando embarazada>>
—pensaba
Ana hacia sus adentros.
—Hola Anita,
que guapa y gorda te veo, el embarazo te sienta genial.
—Mira Olga,
no sé como tienes la cara de dirigirme la palabra. Te deseo lo peor en tu vida
y te lo digo bien claro: no se te ocurra meterte en nuestras vidas nunca más.
—¡Ay Anita
que cosas tienes! Yo ya he pasado de pagina… Por cierto, tengo un novio de hace
poquito tiempo.
Ana siguió
andando antes de que Olga terminase la frase.
—Se llama
Mario y creo que es tu vecino. ¿Lo conoces?
Olga se reía
mientras Ana seguía su camino al encuentro de Patricia.
—Que sepas
que te vas a tener que acostumbrar a ver esta carita más a menudo. ¡El destino
es así y no se puede hacer nada contra él por más que quieras, Anita! —gritó
Olga a diez metros de distancia.
Thomas, el
hermano gemelo de Ramón llevaba unos meses muy nervioso en Suecia (Estocolmo).
No había podido viajar a España al tener que hacerse cargo de unos negocios muy
importantes. Tenía siete fundiciones a pleno rendimiento y él era el dueño.
Tenía a su cargo a tres mil trabajadores.
Desde que
era un adolescente siempre había trabajado en las fundiciones de su padrastro
pero por causas desconocidas lo encontraron muerto en su casa. Y todo aquel
imperio fue pasado a Thomas como el único heredero de los bienes del difunto.
Tenía el carácter
como su hermano Ramón o incluso peor, y solo tenía en mente a su hermanito.
Llevaba unos meses intentando cerrar unos temas empresariales que le habían
impedido viajar a España. Había llegado ese ansiado día. Ya tenía todo atado
para poder viajar y ayudar a su hermano.
Las ocho de
la mañana. Las sirenas de la prisión empiezan a sonar y empiezan hacer el
recuento matutino de presos como cada día. Ramón está en el modulo 7 que es uno
de los más conflictivos. Desde que entró en prisión solo había tenido peleas
por su carácter y por su rabia contenida hasta acabar en dicho modulo. Se
disponía a ir a la ducha como cada mañana y se encontró Matías, el funcionario
de prisiones...
—¡Ey Ramón
pórtate bien, eh!
—¿Cómo me
voy a portar bien con la de gentuza que hay aquí? Y sólo me buscan la boca…
—Te doy un
consejo: pasa de todo el mundo aquí dentro o acabaran contigo.
—¡No me des
sermones! –le dijo Ramón con cara de loco enfurecido.
Ramón se
había ganado la confianza de Matías. Algo vio en él. Su intención solo era
aprovecharse de la inocencia de aquel funcionario de prisiones. Ya llevaba un
tiempo hablando todos los días con él y ganándose su confianza.
Desde el
primer día que entro prisión solo tenía algo metido en la cabeza. Fugarse de
aquel infierno para poder vengarse de todas las personas que le habían
arruinado la vida.
Matías
acompañaba a Ramón hasta las duchas de la prisión. Cuando Ramón le preguntó:
—¡Ey Mati! —así
le llamaba en plan cariñoso.
—Dime Ramón.
—¿Te
acuerdas que llevamos meses planeando mi fuga no?
—Sí, sí, lo
que pasa que tengo que ir con mucho cuidado, que últimamente mis jefes nos han
visto mucho hablando.
—¡No me seas
inútil y no la cagues! —le dijo Ramón otra vez con cara de loco.
—¡Joder
Ramón, entiéndeme! Me juego la vida ayudándote y tengo que ir con mucho
cuidado. En cuanto salgas de aquí yo cogeré y desapareceré para siempre de este
país. Ah, se me olvidaba, el vigilante que está en la cocina y el de la puerta
que registra los coches que entra y salen ya nos han dado el visto bueno. Con
200.000€ por barba podremos rehacer nuestras vidas.
—¡De puta
madre Mati! Son buenas noticias. Ahora solo falta que venga mi hermano a España
para poder salir de aquí.
El plan que
tenían entre manos tenía que ser un miércoles cualquiera que era cuando
estarían los vigilantes comprados. Ramón, ese día de la semana, tenía una tarea
en prisión de castigo por su comportamiento. Tenía que fregar todo el ala norte
de la prisión de cabo a rabo. Allí se encuentra también la cocina y el comedor
pero están cerrados con llave. Ahí entraría el trabajo de Mati que le abriría
la puerta del comedor que le conduciría a la cocina. Tendría que estar justamente
unos minutos antes de las siete de la mañana dentro de la cocina que es cuando
viene el repartidor de pan que accede por la puerta de atrás. El guardia que
vigila el acceso desde fuera del comedor le abriría a Ramón el maletero de la
Citroen Berlingo del repartidor. Ahí se metería. Luego en el control de la puerta de entrada
de vehículos el otro guardia comprado registraría el coche con plena normalidad
para que nadie sospechara nada. Y Ramón sería un hombre libre.
¡¡¡Meeeeeeeeeeeeeeccccc!!!
Suena el
telefonillo de casa de Mario.
—¿Sí?
—Mario, soy
Olga ábreme.
—Sí, sube.
Olga subió
las escaleras hasta llegar a casa de Mario. Llevaba unos tacones de palmo, un
vestidito corto que le marcaba el tanga verde, y se había hecho un recogido en
esa gran melena negra.
Nada más
entrar por el apartamento de Mario sin alentar palabra le quitó el pijama, lo
dejo como Dios lo trajo al mundo y lo tiró al sofá.
—Te voy a
echar el mejor polvo de tu vida.
—Claro que
sí mi chica, soy todo tuyo —dijo Mario con un tono de voz bajo…
Olga se puso
en el sofá encima de Mario, estaba muy excitada. Estaban los dos fundidos. Olga
se quito el tanga por debajo del vestido y empezó a cabalgar sobre de Mario.
Los gemidos de Olga empezaban a subir de tono cada vez más y más, y de repente...
Din Don Din Don
—¡Joder!
¿Quién cojones llama a la puerta ahora? Tendré que ir a ver quién es —pensó
Mario mientras disfrutaba de semejante velada.
—No abras,
no abras —le repetía Olga a Mario en el oído mientras estaba en plena faena.
—Tengo que
ir a ver quién es. Igual es algo importante.
—Anda, que
voy yo en un momento —dijo Olga.
Olga se
dirigió hacia la puerta, se bajo el vestido y abrió. No se podía creer quién
era. Se quedo paralizada por segundos. El corazón le latía aún más rápido que
cuando se estaba tirando a Mario.
—¡Qué grata
sorpresa Pedro! —dijo Olga con cara de felicidad.
Pedro había
ido a casa de su vecino a ver si le apetecía dar una vuelta y charlar un poco
de todo ya que llevaban un tiempo un poco distanciados.
—¡No me
jodas! —dijo Pedro con la cara desencajada.
—¿No te
alegras de verme?
—¡Estas muy
enferma de la cabeza!
Olga se
subió el vestido lentamente...
—¿Te quieres
unir a la fiesta y recordar viejos tiempos?
Pedro estaba
pasándolo mal porque no sabía al 100% si él era el padre de los gemelos y ahora
el panorama de Olga en casa de su vecino con el vestido subido e insinuándose.
Era una bomba a punto de estallar y ¡boom!…
Cogió de los
pelos a Olga, la metió en el apartamento de Mario, la zarandeaba de lado a lado y le propino un
puñetazo que cayó larga al suelo.
—¡Pero Pedro!
—chilló Mario—. ¡Te has vuelto loco, mal nacido!
—¡Mira
Mario, Olga nos está haciendo la vida imposible, es una persona mala y a ti te
está utilizando para estar cerca de mí! La conozco bien y no va a parar hasta
conseguir lo que quiere. Esta loca por mí. Ya sé que es difícil de asumir todo
esto que te estoy contando, pero es la verdad.
—Voy a
llamar a la policía —dijo Mario.
—¡Mira, por
favor, hazme caso! ¿Qué gano yo con esto? Si llamas a la policía me meterían en
la cárcel después de todo lo que me ha pasado últimamente. Por favor, habla con
Ana. Ella te explicará todo. Nos conoces bien y nunca te mentiríamos.
—¡Vete de mi
apartamento, quiero pensar en todo esto!
—Sí, me voy
a mi casa. Piensa en todo que te he dicho, más tarde vendrá Ana y si quieres
hablar con nosotros en casa estaremos.
Mario se
quedo colapsado intentando asumir todo lo que le había dicho Pedro. Empezó a
rebuscar en el bolso de Olga a ver si encontraba algún tipo de información que
le hiciera abrir los ojos. Lo vació sobre de la mesa del salón. Había un
monedero, tampones, carmín, clínex, chicles, llaves, móvil y una tarjeta de un
bufete de abogados que le extraño un poco. Cogió el móvil y lo abrió. Tenía un
whatsapp sin leer de un tal Ian.
“Tengo muchas ganas de
que llegue el fin de semana para estar contigo te echo mucho de menos. Besos.”
Ramón se
dirigía en la prisión a hacer el uso de su llamada que tenía cada quince días.
Un tono, dos
tonos, tres tonos...
—¿Dígame?
—Thomas, soy
Ramón.
—¡Ey hermano!
Ya estoy en España, llegue anoche. Ya sabes que nunca te fallaría.
—¿Tienes ya
arreglado lo del dinero?
—Sí, he
abierto las tres cuentas en Suiza como acordamos.
—Pues si
todo va bien pasado mañana estoy fuera. Iré en el maletero de la monovolumen
del repartidor de pan. Sobre las siete y veinte para en la única panadería que
está en el pueblo más cercano a la prisión. Espérame allí y cuando veas que se
baja el repartidor fuerza el maletero y sácame de allí.
—Eso esta hecho.
Allí estaré esperándote impaciente.
Mientras
tanto Mario estaba flipando con el whatsapp que acababa de leer. Cogió el
teléfono y marco…
—¿Sí?
¿Dígame?
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