Continuamos con nuestros relatos pertenecientes a Colección Cupido 2015. Hoy debuta una nueva amiga que se ha enrolado a nuestra locura creativa. Desde Zaragoza nos llega Car Lota, con una historia que no os dejará indiferentes. Quién sabe si muy pronto tendremos alguna colaboración más de su parte... Os dejo con la lectura. Espero que os guste.
Besetes a tod@s. Nos leemos.
QUÉDATE
A MI LADO.
-¿Y qué esperas ahora que
haga? Has vuelto a hacerlo, sabes que no me gusta que tomes
decisiones sin contar conmigo pero has vuelto a hacerlo.
No
dejaré de preguntarte qué es lo que ahora tengo que hacer, qué
esperas que yo haga, no dejaré de hacerlo hasta que me contestes.
Sabes que soy insistente, que no me cansaré fácilmente de
preguntar. Sabes que además soy muy paciente, sabes que puedo quedar
despierta hasta el amanecer esperando que contestes si es que para
entonces aún no lo has hecho; igual que aquel día, ¿te acuerdas?
Seguro que te acuerdas, tú siempre te acuerdas de todo. Aquella
noche te sorprendí hablando por teléfono y te incomodaste cuando me
quedé mirándote. Tú respondías a un auricular húmedo por lo
cerca que se encontraba de tus labios, sólo decías “Si” o “No”,
parecía que no querías decir más cosas, entonces yo me senté a tu
lado y te puse la mano en la rodilla, intentaste alejar de mí el
teléfono pero a pesar de ello conseguí escuchar lo que me pareció
una voz de mujer. Palidecí, me levanté y cabizbaja volví a la
cocina, de donde no hubiera querido salir hasta que te acostaras.
Instantes
después, breves momentos tal vez que a mí me parecieron minutos
larguísimos, al sacar el pastel de manzanas del horno, noté sobre
la manopla que tenía puesta para protegerme del calor de la bandeja,
que tu mano se posaba sobre la mía. Tan sólo te miré un breve
instante, traté de sonreír pero te diste cuenta de
que estaba
triste, me sentía el corazón palpitar tan rápido como las voces
que había oído no hacía mucho salir por mi teléfono. Me ayudaste
a cargar la bandeja, sin atreverme a mantenerte la mirada cerré los
ojos dándome media vuelta, regalándote mi espalda, estaba a punto
de romper a llorar y no quería que se cayera al suelo mi pastel de
manzanas.
A mí no me gustan las
manzanas, ni siquiera me gusta cocinar, pero me bastó que un día
dijeras que te había encantado aquel invento que había hecho con mi
madre para que yo lo repitiera una y otra vez para alagarte.
Me
pediste que me diera la vuelta, no sabía realmente cómo hacerlo, no
quería mirarte, más bien no quería que me miraras, no quería
preguntarte nada porque no quería saber, algo me atemorizaba, de
repente la atmósfera placida que era nuestra casa se había
convertido en una oscura cortina de humo que nos separaba y deseé
que me abrazaras, pero no lo hiciste. Deseé con toda mi alma que no
me engañaras, deseé confiar en ti como siempre, y deseé estar
equivocada, pero equivocada ¿en qué? ¡Si ni siquiera me atrevía a
especular con nada! Y menos aún contemplar una traición.
Cenamos
uno frente al otro sentados en la mesa que sólo usábamos cuando
teníamos invitados, el camino de mesa que estrené para deleite de
nuestros recuerdos en India se había convertido en una excusa
perfecta para recordar lo mucho que siempre quise que nos
trasladáramos allí a vivir. Saqué las copas de vino rosas, esas
que te parecieron tan cursis cuando las compré, pero que empezaron a
gustarte a base de verlas a diario durante la cena. Ahora hacía
tiempo que no las usábamos, no sé por qué quise sacarlas aquel
día. Tu pusiste los bajo-platos que compraste en la tiendita aquella
de decoración tan cara, también eran cursis los motivos decorativos
plasmados en su plata, pero a ti también te gustaron al verlos y aún
te recuerdo trayéndolos sobre tus fuertes manos, bajo tu ilusionado
aspecto.
Qué
cena tan larga, habías comprado hojaldre de puerros, sabías que me
encantaba, pero no pude probarlo, te dije que me encontraba mal y te
levantaste para preguntarme qué me pasaba, te hubiera contestado que
de todo, te hubiera contestado que de nada; pero sabías
perfectamente que era lo que me aterraba. Sentía mareos, sentía el
crepitar de mi corazón, sentía que te estabas alejando de mi cuando
estabas cada vez más cerca, tenía tanto miedo, tanto tanto miedo.
Me acompañaste al sofá,
prometiste encargarte tú de retirar la cena, supuse que intentabas
hacerme reír, quitarle tensión a lo que pudiera estar pensando,
pues nunca me quejé de lo que dejabas de hacer en la casa; de no ser
por ti, muchas veces no hubiéramos tenido qué comer o qué cenar;
lo mismo fregabas el suelo que barrías la terraza; con respecto a
todo aquello sólo me habías pedido un favor, que de entre todas las
tareas compartidas, que prácticamente todas las realizabas tú, tan
sólo pediste que nunca te hiciera cargar el lavavajillas, esa tarea
te repugnaba.
Me acercaste mi copa de vino,
cuando la sujeté la hiciste chocar con la tuya y mirándome
fijamente, esperando que te devolviera la mirada, brindaste: “Por
los dos, por un sinfín de vidas juntos, por una noche larga y un
feliz mañana”; siempre hacías el mismo brindis, llevaba siete
meses escuchándote recitar las mismas palabras, ahora me preguntaba
por cuánto tiempo más, cuánto más me quedaba.
Traté
de reaccionar, pero no podía, las dudas me embargaban, esperé que
dijeras algo, quería que me lo contaras, estaba muy preparada para
escuchar lo que fuera y si no lo estaba… intentaría estarlo. No
quería pensar, no me atrevía a dudar, pero sabía perfectamente que
estaba dudando. Tenía tanto miedo a perderte que aquellas voces del
teléfono me lo habían recordado.
Volviste
a clavar sobre mí tu mirada, esta vez suspiraste mientras decías
que lo iba a lamentar pero que tenías que contarme algo, no me moví,
creo que ni siquiera respiré durante un tiempo por temor a cambiar
algo. Me dijiste que no querías hacerlo, pero que te estaba
obligando a estropearlo todo; mi hermana quería darme una fiesta
sorpresa por haber publicado mi primer libro, estabais planeando
dónde hacer la fiesta finalmente, además de esto también teníais
que hablar de mi regalo.
He de confesarte lo que mil
veces te dije, jamás había confiado en nadie como confié en ti, te
creí sin más dilación, no perdí tiempo y enseguida volví a
respirar tranquila, te abracé fuertemente y ni aún entonces pude
darte en mi abrazo la mitad de amor del que me estabas dando tú con
el tuyo. Había estropeado la sorpresa, una vez más estaba
resultando complicado que no me esperara lo que se estaba urdiendo a
mi alrededor, este es mi sino desde bien pequeña, siempre tuve un
olfato muy agudo para descubrir lo que se anda cociendo cerca y más
cuando tiene que ver conmigo.
Esa
noche cayó sobre el sofá el vino, no le dimos la mayor importancia,
yo sabía que te acordarías muy bien por la mañana de llamar a la
tintorería para que vinieran a recogernos el cojín. No lloré por
temor a reconocer lo que había pasado, ahora que ya sabía qué
estaba sucediendo, tenía que averiguar dónde sería mi fiesta.
Sé
que aún recuerdas la noche que pasaste tratando de persuadir mis
continuas preguntas, te pedí pistas, te hice contestar con
monosílabos, jugué contigo al caliente o frío, inventé mil
maneras para sonsacar algo de ti. Los dos sabíamos que todo era un
juego, que yo soy así, que no quería que contestaras rápido, que
quería seguir jugando. Ambos aguantamos hasta más allá del
amanecer, millones de besos después de aquel primero en el sofá,
por fin me dijiste rompiendo a bostezar el sitio donde se celebraría
mi fiesta. Yo supe que no me engañabas, pero también sabía que
cambiaríais de idea. Me conformé con eso y te dejé dormir, me
abrazaste para que yo también pudiera hacerlo, desde que te había
conocido si no me abrazabas no podía conciliar el sueño.
Del
mismo modo que entonces, esta vez no será distinto, te preguntaré
hasta que me digas algo. Insistiré e insistiré hasta que me abraces
de nuevo para dormir, estoy segura que recordabas lo que te he
contado porque tú siempre te acordabas de todo; en este tiempo
juntos jamás se te escapó nada. Tenía en el calendario de la
cocina los cumpleaños marcados, los aniversarios y las cenas y
comidas a las que debíamos ir juntos; yo olvidaba siempre revisarlo,
pero tú te acordabas hasta de comprar los regalos; cómo podías
estar tan pendiente de todas mis cosas, de nuestras cosas. Quizás en
eso yo he fallado, apenas llegaba a mimarme a mí. Creo que no te
mimé demasiado, pero estoy segura que ya me lo habrás perdonado,
porque tú eres así, así de bueno, así de conformado conmigo, así
de cariñoso y atento, así de cordial y amigo, así de amante y casi
esposo, así de muerto y de vivo.
Dime pues si no quieres pasar
la noche en vela, por qué te has ido, dime por qué te has marchado
sin consultarme, por qué me haces vivir para siempre sin ti mientras
sueñe toda la vida contigo; dame una razón, dame un solo motivo,
dime mi amor, por qué te has ido.
No
quisiera parecer débil, sé que podré vivir sin ti, pero es que no
quiero hacerlo. No he podido imaginar un mundo sin tu presencia desde
que te conocí. No quiero seguir sola este camino, mi camino, nuestro
camino.
Dame sólo una razón del
porqué de ésta decisión, juramos hacerlo todo juntos, juramos
querernos sin condición, me prometiste quedarte a mi lado siempre,
me prometiste que me harías una canción, no querías irte pero te
has ido, no has podido quedarte, te has ido y sin contar conmigo.
Sabes qué te hubiera
contestado si me hubieras preguntado, lo sabes muy bien, por eso no
lo has hecho, siempre haces lo mismo cuando sabes que lo mejor no
será lo que yo quiera, lo que yo diga; sabes que mis prontos, mis
impulsos, mis geniales locuras que tanto te gustaban no siempre
estaban acertadas, y por eso, como lo sabes, no has contado conmigo.
Esta
noche cuando me siente en nuestro sofá, ese sofá que no
necesitábamos pero que tú compraste porque me viste un par de veces
parar frente al escaparate de la tienda para admirarlo. Tomaré el
mando a distancia, pondré el disco de ópera italiana que más te
gustaba y me serviré una copa de vino esperando que vuelvas. Estaré
mirando hacia la puerta para ver cómo entras porque sé que
volverás, y entonces te preguntaré un millón de cosas, pero te
pido que esta vez no me desveles nada, no quiero que todo acabe al
alba. Derramaré el vino en el sofá, esperando que llames a la
tintorería mañana por que al despertar, quiero que sigas aquí,
soportando las miles de preguntas que aún me quedarán por hacerte,
soportándome a mí. Y sigue como hasta entonces, sigue sin
contestarme, así continuaremos abrazados hasta el otro alba, hasta
el alba del día siguiente, y del siguiente. No contestes nunca, no
quiero dejar de jugar, no quiero darme cuenta, que en realidad no
estás.
No
quiero despertarme si es que he de hacerlo sin ti, desearía morir
como tú lo hiciste anoche, a tu lado. No me dejes vida mía, me lo
has prometido. Sé que andarás cerca, no oigo tus pasos, pero puedo
sentir el alivio de saber que sí estás aquí, a mi lado, siempre
conmigo.
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