Luz en la oscuridad
CAPITULO VII: LA HORA DE LA VERDAD.
Juliette pensó en pisar el acelerador y salir de allí, pero había pocas posibilidades de que pudieran escapar a las ametralladoras o al cañón de 75 mm. del Panzer IV.
En ese momento llegaba a su altura el vehículo que Juliette había visto por el retrovisor. La carretera no era lo bastante ancha como para que pudieran pasar los dos coches a la vez.
De pronto todos los soldados dejaron lo que estaban haciendo y se cuadraron de inmediato.
--Circule, no entorpezca el paso y continúe, le dijo el soldado a Juliette.
Esta pudo ver por el retrovisor un Kübelwagen cuyo asiento trasero iba ocupado por un oficial con un abrigo largo. Las solapas del uniforme eran rojas. Sin duda se trataba del general de la división. Juliette aceleró y se fue de allí sin mirar atrás. El general les había hecho un gran favor de forma inconsciente.
Continuaron conduciendo y se hizo de noche. Ya habían alcanzado la zona boscosa y casi habían llegado a las inmediaciones de la base nazi. Apagó las luces del coche y continuó unos pocos kilómetros más. La luna arrojaba una luz tenue pero suficiente. Cuando Peter le indicó, sacó el coche de la carretera y lo escondieron tapándolo con ramas.
Aún faltaban varias horas para la llegada de los Wellington, que aprovecharían para prepararse bien y colocarse en sus posiciones. Todos se pusieron jerseys de color negro que llevaban en el coche. John sacó un tizón de un bolsillo y comenzó a pintarse la cara, después se lo pasó a sus compañeros. Parecían Rangers de las fuerzas especiales.
Estuvieron un tiempo observando el deambular de linternas y escuchando a los perros para hacerse una idea de las posiciones de las patrullas. Peter se subió a un promontorio e intentó observar la base con los prismáticos. Apenas nada había cambiado desde la última vez que estuvo allí. A esa hora la base no registraba ningún tipo de actividad.
Se acercaba la hora y nuestros amigos comenzaban a moverse: Peter se ocuparía de la primera señal de color blanco a 1,5 km en dirección norte desde la base, John tomaría la de color verde a 500 metros al norte y por último Juliette y Marie se ocuparían de la roja, 500 metros en dirección sur. La señal para encender las bengalas la daría Peter al encender la suya.
Todos se desearon suerte y se dirigieron a sus posiciones. No les resultaría difícil colocarse ya que lo habían ensayado varias veces tranquilamente en “Le parisien”, sobre un mapa dibujado por Marie. No era lo mismo haberlo escrito sobre el papel tomando un café que en la fría y oscura noche oyendo de fondo los ladridos de los perros.
Tuvieron que esquivar alguna patrulla pero alcanzaron sus objetivos. A Peter le costó un poco más puesto que tuvo que cubrir más distancia que sus compañeros y bordear la base. Sobre las 4:00h alcanzaba su posición.
Todos miraban al cielo e intentaban agudizar el oído intentando localizar a los bombarderos. Peter, subido a un árbol, sacaba los prismáticos y escudriñaba el horizonte. El tiempo de espera se les hacía eterno y todavía más cuando de vez en cuando oían a alguna patrulla demasiado cerca y se veían obligados a agazaparse.
Cuando faltaban pocos minutos para las 5:00h Peter pudo oír un ligero zumbido en el silencio de la noche. Sin duda se trataba de los bombarderos de la RAF. Como buenos británicos, llegaban puntuales a la cita. El zumbido se acentuaba poco a poco. Su entrenado oído de piloto podía saber que no se trataba de una gran cantidad de aviones. Miró con los prismáticos y pudo ver a nueve bombarderos medios tipo Wellington volando en formación a baja altura. Se encontraban todavía a unos pocos kilómetros de su posición. Unas decenas de metros más arriba se podían ver cuatro Spitfires que hacían las veces de escolta. Lo ideal hubiera sido un bombardeo de precisión con aviones más pequeños, pero tenían el problema de la baja autonomía, los Wellington estaban diseñados para bombardeos estratégicos a más alta cota pero en este caso deberían de soltar sus bombas a poca altura para tratar de ser lo más precisos posibles en un bombardeo táctico. Deberían de ser rápidos, no querían que los cazas de la Luftwaffe les sorprendieran sobre el objetivo. Desde luego que se llevarían un buen hostigamiento durante el viaje de vuelta.
El ruido se fue tornando cada vez más fuerte. Se oyó una sirena de emergencia al mismo tiempo que comenzaban a encenderse algunas luces en la base. Cuando los bombarderos estaban a unos 5 km de su posición, Peter sacó una de sus bengalas y la encendió. La bengala le delataría, pero los soldados tendrían otras cosas de las que preocuparse en ese momento. John y Juliette hicieron lo propio con las suyas al tiempo que vieron la bengala de Peter encenderse.
La actividad en la base comenzó a ser vertiginosa. Los soldados salían corriendo de los barracones. Juliette y Marie ya veían los aviones en el cielo más allá del ajetreo que se vivía en la base. Marie se encaramó a un árbol para poder ver lo que allí sucedía. Cual fue su desesperación cuando pudo ver como un puñado de soldados destapaba un antiaéreo fuera del perímetro de la base en la zona sur, no demasiado lejos de ellas.
-¡Santo cielo! -exclamó.
-¿Qué has visto? -le preguntó Juliette.
-Esos bastardos tienen armas antiaéreas. Debemos de hacer algo. Iré a por ellos -añadió.
-No vayas, es demasiado peligroso -contestó Juliette.
-Debemos garantizar el éxito de la operación. Tú quédate aquí y asegura que si se apaga la bengala enciendes otra.
-¡No puedes ir allí tu sola y desarmada!
-Eso no es del todo cierto -dijo Marie mientras desenvolvía un ato que llevaba colgado al pecho y le enseñaba a Juliette un machete de caza de unos 35 cm de hoja-. Me lo dio mi tío.
-Ten cuidado.
-Sabré cuidar de mi misma, además lo último que esperan en este momento es que alguien les ataque desde el suelo -dijo mientras se alejaba entre los árboles.
Marie corrió hacia la posición de los soldados. Con el ruido del antiaéreo no la oirían llegar. El cañón comenzó a escupir balas trazadoras de 20mm. Unas decenas de metros por delante de la base vieron que comenzaba a disparar otro antiaéreo. Aunque no significaban una gran cortina de fuego, provocarían que se rompiera la formación de los bombarderos. Sin duda no ayudarían a la precisión de las bombas.
Los primeros Wellington se encontraban ya sobre el objetivo. Tres de ellos que todavía mantenían la formación descargaron sus bombas desde unos 300 metros de altura. Marie había llegado a la posición de uno de los antiaéreos. Se acercó sigilosamente por la parte de atrás del cañón. Pudo ver a dos soldados muy atareados que servían la ametralladora. Otro les alcanzaba municiones. Justo en ese momento comenzaban a caer las primeras bombas sobre el perímetro. Los barracones saltaban por los aires. Oyó un rugido en el aire y vio como un Spitfire se abalanzaba justo desde delante de ella a gran velocidad hacia el cañón, ella estaba tan cerca que podría salir mal parada. Los soldados encararon la máquina contra el caza y comenzaron a disparar. Al instante el Spitfire utilizó sus ametralladoras contra la posición enemiga, Marie se lanzó al suelo detrás de un árbol y se cubrió la cabeza. Las ramas de los árboles caían sobre su cabeza después de que las balas las segaran como si se tratara de hierba seca.
Los soldados no dejaron de disparar en ningún momento. Las bombas alcanzaban el perímetro y algunas estallaban fuera de éste. Marie observó a los atareados soldados. Pensó que debería de acabar con los tres y que eso no sería fácil. Analizó la escena por unos instantes. En un lado del emplazamiento del antiaéreo pudo ver el fusil de uno de los soldados. Si tenía que acabar con los tres no podría hacerlo con el cuchillo, tendría que usar el fusil. El cañón se encontraba emplazado en un pequeño claro entre la maleza. Debería de ser muy rápida puesto que tendría que dejarse ver. Aprovechando la confusión se deslizó sigilosamente hasta llegar cerca del arma. Pudo ver que el fusil tenía colocado un cargador, aunque desafortunadamente sólo era de cinco balas. Lo tenía apenas a un metro y medio, saltaría y se haría con él en un instante. No era una gran tiradora, pero a esa distancia no podía fallar. Recordó cuando disparaba la escopeta de caza de su padre y pasaban las tardes disparando a latas en la parte de atrás de la granja.
Repasó mentalmente la escena: debería de saltar, hacerse con el fusil y disparar a los tres antes de que pudieran reaccionar. Esperó a que el soldado que les acercaba las municiones estuviera cerca de los otros dos y que tuvieran girado el antiaéreo de forma que quedaran de espaldas a ella. Se armó de valor, se dijo a sí misma que lo podía hacer, respiró hondo. Salió de entre la maleza de un salto, cogió el fusil. Hasta este momento los soldados no se habían percatado de su presencia. Le quitó el seguro fácilmente, pues por desgracia en los últimos tiempos se lo había visto hacer a unos cuantos guardias de las S.S. Disparó al soldado que estaba dejando las municiones, cayó de bruces hacia delante, probablemente muerto. Los otros soldados se percataron de que alguien les estaba disparando, uno de ellos intentó echarse mano a la pistola pero Marie disparó de nuevo y el soldado cayo al suelo. El tercer soldado se cubrió detrás del parapeto del cañón, Marie disparó pero la bala rebotó contra éste.
En ese momento se oía el rugido de un caza que disparaba desde el otro lado matando al soldado y destrozando el antiaéreo con los cañones de 20 mm. cuando tuvo el disparo más claro. Marie se volvió a tirar en el suelo para cubrirse del fuego amigo.
Una segunda escuadrilla de bombarderos se disponía a soltar las bombas sobre la base. Al acercarse por la parte norte uno de ellos resultó alcanzado por un antiaéreo. El motor derecho se incendió y el avión comenzó a perder altura de inmediato. Se encontraba demasiado bajo. El piloto cortó la alimentación de gasolina al motor y subió de revoluciones el otro para intentar remontar el vuelo, el incendio no cesó. Juliette pudo ver como la hélice se había detenido. El avión se dirigía hacia ella mientras seguía perdiendo altura irremediablemente.
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