En nuestra habitual sección AMOR KM. 0 os traemos un nuevo relato perteneciente a esta antología, última de las tres que conforman nuestra Colección Cupido.
Recordad, como os adelantábamos la semana pasada, que durante este verano esta sección se convierte en semanal, aprovechando que es un buen momento del año para la lectura allá donde el calor estival te lleve a descansar: piscina, terrazas, playa o montaña, o durante los tránsitos de un buen viaje.
Hoy os traigo el relato AMOR VEGETATIVO, de Teresa Buzo Salas (Georgia - Estados Unidos). Un relato tremendo, cargado de sentimiento, que viene acompañado por una ilustración de Carmen Yus, ejemplo de su buen hacer para extraer una imagen genial del texto. Como siempre, engalanado por la Esencia y Frase de cabecera que extrajo del mismo María Belén Mateos Galán.
Atentos porque como os comentaba las publicaciones durante el verano serán semanales. 😉
Hay páginas de la vida que se escriben en
desiertos domingos de nostalgia, hay piel amada que se recorre cada noche a
pesar de su ausencia con la esperanza de un pálpito de savia…
“Recuerdo que te decía que el domingo era el
único día de la semana que parecía echar anclas sobre un montón de nada. Tú no
me entendías, y entonces te explicaba que los domingos son como páramos
desiertos después de salir de una selva llena de idas, venidas y quehaceres que
no acaban nunca. Y en mitad de ese páramo, la nostalgia holgazaneaba sobre
nosotros”
AMOR VEGETATIVO
Teresa Buzo Salas
Carmen Yus
Zaragoza
AMOR VEGETATIVO
Amor mío:
Como cada semana te escribo una carta en
donde te cuento todas las anécdotas, para que cuando despiertes no sientas que
te has perdido nada. Como alguien dijo una vez, la vida es un libro lleno de
páginas en blanco que escribir, así que no te preocupes, porque las tuyas las
estoy rellenando yo con mis palabras.
¡Si pudieras ver lo grande que están las
niñas! La mayor es casi tan alta como yo, y la pequeña me llega ya por la
cintura. Ahora te está haciendo un dibujo para colgarlo en el cuarto del
hospital junto al resto. Está entusiasmada, y restriega con sus pocas fuerzas
los lápices de colores de cera sobre el folio, al tiempo que me mancha de
rayones azules la mesa de la cocina. Al mirarla me veo a mi misma intentando
pintar un alma que parece estar en blanco, un alma que se quedó vacía y que
suena a hueco las noches que no puedo estar a tu lado, pero que vuelve a
teñirse de arco iris cuando te visito por las mañanas. En el dibujo aparecemos
los cuatro dando un paseo por el parque bajo un sol redondo, muy amarillo. Es
extraño, ella suele dibujarte tumbado sobre la cama del hospital porque no te
recuerda de otra manera. Sin embargo en esta ocasión te ha dibujado de pie.
Dice que lo ha visto en sueños. ¡Ojala se cumpla! ¡Ojala podamos un día ir al
parque los cuatro juntos, bajo un sol amarillo o naranja o rojo, pero juntos y
poder charlar, reír! y, ¿por qué no? Discutir. Y es que siempre querías llevar
la santa razón, y esa razón tan santa y a veces tan necia te llevó a postrarte
en una cama de hospital, pero no quiero hablar de eso ahora. Mejor te hablo de
nosotros, de las cosas que vamos a hacer cuando se acabe esta larga y pesada
espera que huele a pasillos verdes y desolados, a desinfectante y a comida
insípida.
Siento decirte que ayer me acaloré de
nuevo con la enfermera. Dice que no puedo pasarme todas noches en el hospital,
que tengo que tener la espalda destrozada por dormir en el sillón. Dice que ya
bastante hago con trabajar, con recoger a las niñas de casa de mi madre y
llevarlas al colegio. Se atrevió además a decir que tengo mi hogar desatendido
y que las ojeras me cuelgan bajo los ojos como dos palomas pardas, grandes y
muertas. ¡Qué sabrá ella de palomas! Si yo las siento reposar sobre mis pechos
cuando duermo agarrándote la mano. Mi cuerpo se bate en alas al percibir el
pulso de tu muñeca, esa deliciosa melodía, esa tonada de sangre a una misma
cadencia rítmica, alentadora, viva… ¡Qué sabrá ella!
Mañana es domingo, así que mientras las
niñas salen con un grupo de amigas, yo me quedaré contigo. Recuerdo que te
decía que el domingo era el único día de la semana que parecía echar anclas
sobre un montón de nada. Tú no me entendías, y entonces te explicaba que los
domingos son como páramos desiertos después de salir de una selva llena de
idas, venidas y quehaceres que no acaban nunca. Y en mitad de ese páramo, la
nostalgia holgazaneaba sobre nosotros. En esas mañanas yo remoloneaba en la
cama y abrazaba la almohada en posición fetal. Tú me rodeabas con tus brazos y
me apretabas fuerte contra tu cuerpo, como si quisieras infiltrarme dentro de
ti para no salir nunca. A los pocos segundos empezabas a darme besos, besos de
aliento agrio y seco que a mí me sabían a pan recién horneado, a café caliente
y a pastel de gloria. Ahora todo es distinto, ya no me parecen que los domingos
sean eriales ribeteados de cariño. Mi mundo se centra en la cantidad de tiempo
del que dispongo para estar a tu lado. Rebuscar en el calendario ese día de
asueto que me libere de mi yugo laboral, y salir corriendo derechita al
hospital con el corazón en la boca porque he sentido un pálpito. Y es que a lo
largo de estos ocho años la esperanza ha sido mi leal compañera. Esa senda
verde de poeta enamorado que camina sin mirar atrás me ha seguido a todas
partes.
Sin lugar a dudas lo más sublime del día
es el momento en el que te aseo. Casi tengo que demandar a la clínica porque no
me dejaban hacerlo sola, ¡todo eran problemas! Que si necesitaba la ayuda de un
profesional, que si pesabas demasiado para darte yo sola la vuelta, y tantas
miles de paparruchadas que he tenido que oír. Pero claro, ¡qué saben los
médicos de intimidad! Si están acostumbrados a rajar y mostrar las vísceras de
sus pacientes frente al equipo quirúrgico. ¿Quién mejor que yo para atender a
tus cuidados? Si conozco cada centímetro de tu piel, como si tu cuerpo fuera un
mapa en donde buscar signos y descifrar claves para encontrar un tesoro. Un
magnífico caudal de fortuna que eres tú y sólo tú mi amor. Puedo ubicar
mentalmente cada lunar, cada pequeña arruga y vello erizado de tu pecho.
Incluso ahora lo conozco mejor que antes, y es que me gusta contemplarte
largamente mientras te desnudo, quitándote las prendas con tacto y sosiego.
Quisiera ser esa brisa que arrebata con diplomacia briznas de paja a los
trigales secos. En esos instantes, mientras deshojo cada uno de tus pétalos,
dejas de ser mi esposo para convertirte en mi retoño. Un niño al que cuido, y
al que hablo con esa media lengua que empleamos las madres para dar luz y guía
al alma.
Y así paso cada tarde de este estío,
espolvoreando con azúcar glasé una hiel injusta. Una amargura espesa que se
sube a la garganta y deja un gusto acre, repulsivo pero soportable. Aunque no
quiero que ese sabor a bilis se evapore del todo, porque no hay nada que me
aterrorice más que dejar de sentir asco por esta iniquidad que se ha hecho
contigo. Me niego a acostumbrarme. Me niego a arrastrar mi subsistencia por una
travesía tediosa y a convertirme en una matrona autómata, curtida en la rutina.
Quiero que el alma me duela como el primer día para seguir poniéndole cara a la
adversidad.
Las noches siempre son peores que las
mañanas, y sobre todo aquellas en las que no puedo estar contigo. En esas noches
pendencieras cuando el silencio se apodera de la casa, y las sombras
vagabundean por los pasillos, abro tu armario y meto mi cabeza entre tus
camisas. Dejo de respirar por unos segundos. Después medio ahogada, aspiro con
todas mis fuerzas para sentir tu aroma e imaginar que me estás abrazando. Lo
hago justo antes de irme a dormir, cuando ya me he puesto el pijama y tengo la
lamparita de noche apagada. Así cuando cierro tu armario me cuelo bajo las
mantas envuelta en tu aroma. Algunas veces el insomnio me despierta a media
noche y aparezco en tu lado de la cama, pero rápidamente me doy la vuelta
porque ése es tu lado y todavía lo sigue siendo.
Sé que un día de éstos me llamarán. Me
darán buenas o malas noticias. Sé que puede pasar tanto un día como cincuenta
años. Sé también que pase lo que pase debo de mantenerme firme por las niñas.
Entretanto, amor mío, te sigo y seguiré rellenando con mis palabras las páginas
de este libro en blanco que conforman tu vida y la mía.
Teresa Buzo
Salas
Georgia
(Estados Unidos)
Un nuevo texto y su ilustración se publicarán en el blog el próximo martes. No esperes hasta entonces, hazte con él ya y descubre todo lo bueno que te trae lo nuevo de COLECCIÓN CUPIDO.
Antología de relatos y poemas en la que participan más de 50 personas.
AMOR KM. 0
Varios autores.
Colección Cupido.
Primera edición: febrero 2017
ISBN: 978-84-617-8393-9
Depósito legal: Z 182-2017
180 PÁGINAS
Incluye ilustraciones y fotografías a color.
Pide tu ejemplar a través de nuestro correo electrónico y te lo enviamos a casa.
Precio: 13€
Besetes a tod@s.
Nos leemos.
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