viernes, 10 de octubre de 2014

Colección Uni2. Luz en la oscuridad: 4. Hotel Amiens.

Cuarto capítulo de "Luz en la oscuridad", con Peter North (piloto de las fuerzas aéreas británicas durante la Segunda Guerra Mundial) tras la línea enemiga. Tras los descubrimientos de este en una base alemana la acción continúa. Veamos como continua la acción tras tres tremendos capítulos iniciales en esta propuesta de Alberto Bello y Vanesa Berdoy.




Luz en la oscuridad


CAPITULO IV: HOTEL AMIENS

Entró en el pequeño pasillo con cuidado. De súbito salió un hombre de la cocina. Era un tipo alto y corpulento. Quizá de la misma edad que Peter. Sin tiempo para que nuestro amigo pudiera reaccionar se dirigió a él:
—¡Tú, como tienes vergüenza de venir por aquí! —dijo. Y le propinó un violento puñetazo en la cara. Seguidamente desapareció por la puerta del apartamento.
Peter cayó derribado y quedó noqueado en el suelo por unos instantes. Cuando se repuso fue a la cocina. Allí se encontraba Juliette llorando en un rincón. Peter se enterneció y se acercó a ella.
—Es un animal —dijo entre sollozos.
Peter la abrazó y esperó a que se tranquilizase un poco. Le preparó una tila y se la acercó.
—¿Quién era? —preguntó Peter.
—Es Didier. Trabajó conmigo una temporada y estuvimos saliendo en un pasado cercano. Luego se fue al frente y decidimos dejarlo. Ya no estamos juntos, pero parece que él no termina de asimilarlo. Me ha reprochado que estés viviendo aquí conmigo. Ha sido muy violento —decía mientras todavía se le escapaba algún sollozo—. Pensaba que me iba a pegar, pero gracias a Dios no ha sido así.
Peter la abrazó de nuevo. Juliette era muy vulnerable en ese momento. El instinto de protección de Peter afloraba. No se le pasó por la cabeza, en ningún momento, aprovecharse de la situación.
—Es muy terco y no dejará que esto termine así. Me temo que nos hemos creado un enemigo —dijo Juliette.
Peter pensaba para si que ni siquiera tenía una relación con Juliette, aunque deseara con todas sus fuerzas que así fuera y que ya se había creado un enemigo por esa razón. “Empiezo las cosas por el final”, pensó.
—¡Ah!, casi me olvido. He hablado esta tarde por teléfono con el agente Dufresne. Quiere que comas con él mañana a la una en el hotel Amiens. Me ha dicho que es importante.
Británico de ascendencia canadiense, el agente Claude Dufresne era el contacto del servicio de espionaje británico en la zona. Tenía un trabajo tapadera en la embajada estadounidense. De vez en cuando se comunicaban con él. En la Francia ocupada trabajaban ya varios miles de agentes británicos, estos se jugaban la vida a cada momento, casi más que los soldados de infantería en el frente.
Terminó de consolar a Juliette. Le contó lo que había visto aquella noche en el bosque y finalmente cada uno se fue a dormir a su habitación.
A Peter le costó conciliar el sueño. No dejaba de pensar en que lo único que les faltaba era el crearse enemigos y que no podían revelar a nadie sus auténticas identidades, ni aunque eso pudiera apaciguar los ánimos de Didier. Pero estaba claro que no conocía a Didier y eso no le haría cambiar de opinión. También pensaba que esto era lo que podía haber hecho a Juliette reaccionar de forma extraña a su beso. ¡Dios mío, Didier la tenía aterrorizada!, concluyó mientras se sobresaltaba en sus pensamientos. También le rondaba por la cabeza que es lo que le tenía que contar el agente Dufresne, que era tan importante que no podía esperar. También pensaba en las pruebas de los nazis en el bosque.
Había sido un día muy intenso, casi tanto como cuando en su aeródromo de Londres tenía que realizar una misión de interceptación tras otra sin apenas tiempo para echar un pequeño sueño.
Con todas estas ideas rondándole por la cabeza finalmente se durmió, aunque tuvo pesadillas en las cuales grandes bombarderos seguidos de largas lenguas de fuego devastaban las ciudades británicas y él no podía hacer nada. Aquellos bombarderos parecían blindados y las balas de su Spitfire rebotaban una y otra vez.

Al día siguiente se dirigió a trabajar a Le parisien. Le contó a Gastón todo lo que había visto, el incidente con Didier así como su cita pendiente con el agente Dufresne. Gastón le pidió que hablara con Dufresne sobre que hacer con su descubrimiento. También le dijo que tuviera cuidado con Didier. Él lo conocía y sabía que no era trigo limpio.

Peter salió a las 12:30 hacia el hotel Amiens para encontrarse con el agente Dufresne. Faltaban unos pocos minutos para la una cuando llegaba al edificio. Se encontraba en la Rue de la Republique. El hotel Amiens había sido uno de los mejores de la ciudad. Aunque con marcas de metralla en la fachada principal, el edificio de corte neoclásico, se encontraba en buen estado. Estaba formado por un bloque de siete plantas en el que se dejaban notar las cicatrices de la invasión pero sin grandes desperfectos. De hecho el hotel aún conservaba parte de su grandeza anterior. Contaba con uno de los pocos restaurantes donde la carta era bastante completa a pesar de las circunstancias.
Peter se disponía a entrar cuando un botones le abrió la puerta. Entro en un enorme hall. Se acercó al mostrador de la recepción y preguntó por el restaurante. La muchacha que allí se encontraba le acompaño hasta el restaurante y allí le recibió el maître:
—Buenos días, tengo una reserva a nombre de Claude Dufresne.
—Acompáñeme —respondió.
El restaurante se componía de un gran salón con unos grandes ventanales con cortinas que proporcionaban intimidad con respecto del exterior. Se encontraban al fondo.
El maître le acompañó a una mesa junto a la ventana.
—Aquí es. No creo que el señor Dufresne se retrase.
A los pocos minutos apareció el agente Dufresne. Era un tipo más o menos de su misma edad. Vestía traje y sombrero gris además de una gabardina beige, ya se había terminado el verano y comenzaba  a hacer frío en esas latitudes. Habló con el maître de forma amigable mientras éste recogía su gabardina, parecía que se conocieran de otras ocasiones. Se acercó a la mesa.
—Señor Lombard, supongo —inquirió.
A Peter todavía le costaba reaccionar ante su nuevo nombre.
—Sí, soy yo —respondió.
—Encantado, soy el agente Claude Dufresne.
Tomó asiento y continuó hablando.
—Voy a ir al grano. Estoy al tanto de su verdadera identidad. El mando de la RAF sabe que usted se encuentra con vida y quiere que regrese a toda costa a Inglaterra. La RAF necesita pilotos experimentados como usted.
—Sí, supongo. Aunque creo que aquí también podría hacer un buen trabajo, de hecho hemos hecho unos descubrimientos importantes de los que le quiero hablar —respondió Peter.
—Me temo que la respuesta debe de ser no. Deje eso en manos de la resistencia. Usted es necesario en los cielos británicos y ahora más que en ningún otro momento. No tenemos ningún plan claro de cómo sacarle de aquí pero trabajaremos para conseguirlo.
—De acuerdo —asintió Peter.
Sabía que era su obligación y que era un buen piloto pero por otro lado estaba Juliette. No podía irse sin más, debía de intentar conquistar el corazón de aquella mujer. Se intentó convencer a sí mismo de que intentaría posponer su vuelta a Inglaterra y que del lado de la resistencia francesa también podía hacer la guerra contra Alemania. Que paradoja, hace unos días estaba deseando volver a Inglaterra y en este momento que el agente Dufresne se lo estaba pidiendo, el estaba pensando en no hacerlo.
—¿Qué es eso tan importante que han descubierto? —preguntó Dufresne.
Peter le explicó todo lo que había visto en aquel claro en el bosque.
—Debemos de retrasar todo lo posible ese proyecto. Esas instalaciones han de ser neutralizadas —dijo Dufresne.
—Me temo que será difícil de desbaratar desde dentro en un atentado. No podremos destruir toda la base. He pensado que necesitamos una operación a gran escala —dijo Peter.
—¿Que está insinuando señor Lombard? —preguntó.
—He pensado en una incursión de aviones de la RAF que pueda convertir la zona en un infierno de forma que el área de ensayos quede totalmente inservible —expuso Peter.
—¡Pero usted sabe tan bien como yo lo debilitada que está la RAF! Estamos en medio de una gran batalla aérea que dura ya varios meses. La empresa que me plantea es muy complicada. No se si podremos convencer al alto mando. ¡Dios mío!, tampoco se siquiera si dispondríamos de bombarderos para una misión así.
—Será necesario convencerlos. Lo mejor sería realizar bombardeos de precisión, pero la autonomía de estos aviones puede no ser suficiente y con toda seguridad no llegarían hasta aquí con garantías —dijo Peter.
—¿Ha pensado en dejarlo en manos de la Royal Navy? Las instalaciones no se encuentran lejos de la costa y los acorazados las podrían alcanzar con facilidad.
—También lo he pensado, desde luego que dos o tres impactos directos de uno de nuestros acorazados no dejarían ni rastro de la base alemana, pero los bombardeos navales carecen de precisión. Por otro lado las aguas del canal están infestadas de submarinos alemanes, por no hablar de las baterías costeras y de las minas. Incluso de la Luftwafe. Sería un suicidio.
—No hay elección —respondió Dufresne.
—Sería suficiente un par de escuadrones de bombarderos medios tipo Wellington. Algo parecido a lo que se hizo cuando se bombardeo Berlín unas semanas atrás. Mis compañeros y yo marcaremos la zona de bombardeo con bengalas desde el suelo.
Le había sonado raro referirse a sus amigos franceses por primera vez como sus compañeros. Esperó que Dufresne no notara su entusiasmo por permanecer en Francia.
La RAF había echado el resto unas semanas atrás bombardeando Berlín coincidiendo con la visita del ministro de asuntos exteriores soviético. Los alemanes había firmado un pacto de no agresión con la Unión Soviética en 1939. A raíz de este pacto se habían repartido Polonia entre ambos con la invasión de 1939 y el comienzo de la guerra. La Unión Soviética también había acabado ocupando una parte de Finlandia y los paises bálticos. Pretendían que los soviéticos se unieran a la causa aludiendo que Gran Bretaña estaba casi vencida, pero el tener que entrevistarse en un bunker antiaéreo no apoyaba esa afirmación. La Unión Soviética seguía siendo neutral, a pesar de haberse aprovechado de la situación.
El camareró los interrumpió:
—¿Que van a tomar los señores?
—Permita que le recomiende la especialidad de la casa —dijo Dufresne.
—De acuerdo, pida usted para los dos —replicó Peter.
El camarero se fue y continuaron su conversación.
—Creo que queda claro como actuaremos. Le iré informando periódicamente en que situación nos encontramos. Usted deberá de aportar la señalización de la zona de bombardeo. Además intenten neutralizar las posibles baterías antiaéreas. Tampoco olvide que queremos que vuelva a Inglaterra a la mayor brevedad —dijo Dufresne.
Peter recordó que no había visto baterías antiaéreas en sus dos visitas anteriores a la zona.
El camarero les trajo el primer plato en ese momento.
—Tengo otra noticia que darle, señor Lombard. Me temo que es personal y no le va a gustar escucharla.
Peter no se esperaba esto. Esperaba hablar de su vuelta a Inglaterra y de cómo desmantelar la base secreta. Se puso nervioso.
—Es sobre su padre. No se si sabrá que su padre ha estado trabajando como guardia de un refugió en Londres, poniendo a la gente en lugar seguro durante los bombardeos alemanes.
—Sí, lo sabía. El siempre ha sido un soldado —añadió Peter.
—Debo decirle que hace unos pocos días falleció durante un bombardeo. Fue sepultado por los cascotes proyectados por una explosión en un edificio cercano. Su madre ha ido a vivir a Southampton con su hermana. Lo siento —le dijo mientras le tocaba el hombro.
A Peter le cayeron unas pocas lágrimas por los ojos pero permaneció entero. La vida y la muerte no tenían en aquel tiempo el mismo valor que podían tener en tiempos de paz, aunque siempre era doloroso cuando se trataba de una persona cercana. Recordó en silencio todos los buenos momentos que había vivido con el viejo. Pensó que para su madre ya había sido muy duro haber perdido a Marcus poco tiempo atrás y ahora esto. Se prometió a si mismo que no se dejaría matar.
—Les dije que abandonaran Londres, pero mi padre no quiso. Quería ayudar para ganar esta maldita guerra. Esa era su forma de arrimar el hombro.
Continuaron comiendo. El camarero trajo el segundo plato. Dufresne espero a que Peter volviera a encontrarse sereno para seguir hablando.
—Espero poder seguir manteniendo comunicación periódica con ustedes, desde los últimos días creo que me están vigilando —añadió mientras corría ligeramente la cortina—. ¡Ahí están!
Peter pudo ver a dos tipos dentro de un coche negro al otro lado de la calle. En ese momento uno de ellos encendía un cigarrillo que le alumbraba la cara.
El camarero trajo el postre. Dufresne comió más rápido de lo habitual y pidió la cuenta. La presencia de los dos tipos en la calle le había puesto nervioso.
—Debo irme señor Lombard. Intentaré salir por una puerta de servicio —encantado de conocerle.
—Lo mismo digo —replicó Peter.

Dufresne se levanto y fue donde se encontraba el maître. Peter vio como le deslizaba en la mano un billete de 10 marcos. A continuación Dufresne y el maître salieron del restaurante.
Peter corrió la cortina para vigilar a los dos tipos en el coche negro. Cual fue su sorpresa cuando vio que en el coche sólo quedaba uno de ellos vigilando la entrada principal. Rápidamente salió tras su nuevo amigo.
El maître acompaño a Dufresne a una puerta de servicio que daba a un callejón lateral del hotel. Era un callejón estrecho donde se acumulaban los cubos de basura del restaurante. Dufresne salió y comenzó a caminar. De repente oyó como armaban una pistola a su espalda.
—¡Queda usted detenido! —dijo alguien tras él.

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