Luz en la oscuridad
CAPITULO IV: HOTEL AMIENS
Entró en el pequeño pasillo con cuidado.
De súbito salió un hombre de la cocina. Era un tipo alto y corpulento. Quizá de
la misma edad que Peter. Sin tiempo para que nuestro amigo pudiera reaccionar
se dirigió a él:
—¡Tú, como tienes vergüenza de venir por
aquí! —dijo. Y le propinó un violento puñetazo en la cara. Seguidamente
desapareció por la puerta del apartamento.
Peter cayó derribado y quedó noqueado en
el suelo por unos instantes. Cuando se repuso fue a la cocina. Allí se
encontraba Juliette llorando en un rincón. Peter se enterneció y se acercó a
ella.
—Es un animal —dijo entre sollozos.
Peter la abrazó y esperó a que se
tranquilizase un poco. Le preparó una tila y se la acercó.
—¿Quién era? —preguntó Peter.
—Es Didier. Trabajó conmigo una temporada
y estuvimos saliendo en un pasado cercano. Luego se fue al frente y decidimos
dejarlo. Ya no estamos juntos, pero parece que él no termina de asimilarlo. Me
ha reprochado que estés viviendo aquí conmigo. Ha sido muy violento —decía
mientras todavía se le escapaba algún sollozo—. Pensaba que me iba a pegar,
pero gracias a Dios no ha sido así.
Peter la abrazó de nuevo. Juliette era
muy vulnerable en ese momento. El instinto de protección de Peter afloraba. No
se le pasó por la cabeza, en ningún momento, aprovecharse de la situación.
—Es muy terco y no dejará que esto
termine así. Me temo que nos hemos creado un enemigo —dijo Juliette.
Peter pensaba para si que ni siquiera
tenía una relación con Juliette, aunque deseara con todas sus fuerzas que así
fuera y que ya se había creado un enemigo por esa razón. “Empiezo las cosas por
el final”, pensó.
—¡Ah!, casi me olvido. He hablado esta
tarde por teléfono con el agente Dufresne. Quiere que comas con él mañana a la
una en el hotel Amiens. Me ha dicho que es importante.
Británico de ascendencia canadiense, el
agente Claude Dufresne era el contacto del servicio de espionaje británico en
la zona. Tenía un trabajo tapadera en la embajada estadounidense. De vez en
cuando se comunicaban con él. En la
Francia ocupada trabajaban ya varios miles de agentes
británicos, estos se jugaban la vida a cada momento, casi más que los soldados
de infantería en el frente.
Terminó de consolar a Juliette. Le contó
lo que había visto aquella noche en el bosque y finalmente cada uno se fue a
dormir a su habitación.
A Peter le costó conciliar el sueño. No
dejaba de pensar en que lo único que les faltaba era el crearse enemigos y que
no podían revelar a nadie sus auténticas identidades, ni aunque eso pudiera
apaciguar los ánimos de Didier. Pero estaba claro que no conocía a Didier y eso
no le haría cambiar de opinión. También pensaba que esto era lo que podía haber
hecho a Juliette reaccionar de forma extraña a su beso. ¡Dios mío, Didier la tenía
aterrorizada!, concluyó mientras se sobresaltaba en sus pensamientos. También
le rondaba por la cabeza que es lo que le tenía que contar el agente Dufresne,
que era tan importante que no podía esperar. También pensaba en las pruebas de
los nazis en el bosque.
Había sido un día muy intenso, casi tanto
como cuando en su aeródromo de Londres tenía que realizar una misión de
interceptación tras otra sin apenas tiempo para echar un pequeño sueño.
Con todas estas ideas rondándole por la
cabeza finalmente se durmió, aunque tuvo pesadillas en las cuales grandes
bombarderos seguidos de largas lenguas de fuego devastaban las ciudades
británicas y él no podía hacer nada. Aquellos bombarderos parecían blindados y
las balas de su Spitfire rebotaban una y otra vez.
Al día siguiente se dirigió a trabajar a
Le parisien. Le contó a Gastón todo lo que había visto, el incidente con Didier
así como su cita pendiente con el agente Dufresne. Gastón le pidió que hablara
con Dufresne sobre que hacer con su descubrimiento. También le dijo que tuviera
cuidado con Didier. Él lo conocía y sabía que no era trigo limpio.
Peter salió a las 12:30 hacia el hotel
Amiens para encontrarse con el agente Dufresne. Faltaban unos pocos minutos
para la una cuando llegaba al edificio. Se encontraba en la Rue de la Republique. El
hotel Amiens había sido uno de los mejores de la ciudad. Aunque con marcas de metralla
en la fachada principal, el edificio de corte neoclásico, se encontraba en buen
estado. Estaba formado por un bloque de siete plantas en el que se dejaban
notar las cicatrices de la invasión pero sin grandes desperfectos. De hecho el
hotel aún conservaba parte de su grandeza anterior. Contaba con uno de los
pocos restaurantes donde la carta era bastante completa a pesar de las
circunstancias.
Peter se disponía a entrar cuando un
botones le abrió la puerta. Entro en un enorme hall. Se acercó al mostrador de
la recepción y preguntó por el restaurante. La muchacha que allí se encontraba
le acompaño hasta el restaurante y allí le recibió el maître:
—Buenos días, tengo una reserva a nombre
de Claude Dufresne.
—Acompáñeme —respondió.
El restaurante se componía de un gran
salón con unos grandes ventanales con cortinas que proporcionaban intimidad con
respecto del exterior. Se encontraban al fondo.
El maître le acompañó a una mesa junto a
la ventana.
—Aquí es. No creo que el señor Dufresne
se retrase.
A los pocos minutos apareció el agente
Dufresne. Era un tipo más o menos de su misma edad. Vestía traje y sombrero
gris además de una gabardina beige, ya se había terminado el verano y
comenzaba a hacer frío en esas
latitudes. Habló con el maître de forma amigable mientras éste recogía su
gabardina, parecía que se conocieran de otras ocasiones. Se acercó a la mesa.
—Señor Lombard, supongo —inquirió.
A Peter todavía le costaba reaccionar
ante su nuevo nombre.
—Sí, soy yo —respondió.
—Encantado, soy el agente Claude
Dufresne.
Tomó asiento y continuó hablando.
—Voy a ir al grano. Estoy al tanto de su
verdadera identidad. El mando de la
RAF sabe que usted se encuentra con vida y quiere que regrese
a toda costa a Inglaterra. La RAF
necesita pilotos experimentados como usted.
—Sí, supongo. Aunque creo que aquí
también podría hacer un buen trabajo, de hecho hemos hecho unos descubrimientos
importantes de los que le quiero hablar —respondió Peter.
—Me temo que la respuesta debe de ser no.
Deje eso en manos de la resistencia. Usted es necesario en los cielos
británicos y ahora más que en ningún otro momento. No tenemos ningún plan claro
de cómo sacarle de aquí pero trabajaremos para conseguirlo.
—De acuerdo —asintió Peter.
Sabía que era su obligación y que era un
buen piloto pero por otro lado estaba Juliette. No podía irse sin más, debía de
intentar conquistar el corazón de aquella mujer. Se intentó convencer a sí
mismo de que intentaría posponer su vuelta a Inglaterra y que del lado de la
resistencia francesa también podía hacer la guerra contra Alemania. Que
paradoja, hace unos días estaba deseando volver a Inglaterra y en este momento
que el agente Dufresne se lo estaba pidiendo, el estaba pensando en no hacerlo.
—¿Qué es eso tan importante que han
descubierto? —preguntó Dufresne.
Peter le explicó todo lo que había visto
en aquel claro en el bosque.
—Debemos de retrasar todo lo posible ese
proyecto. Esas instalaciones han de ser neutralizadas —dijo Dufresne.
—Me temo que será difícil de desbaratar
desde dentro en un atentado. No podremos destruir toda la base. He pensado que
necesitamos una operación a gran escala —dijo Peter.
—¿Que está insinuando señor Lombard? —preguntó.
—He pensado en una incursión de aviones
de la RAF que
pueda convertir la zona en un infierno de forma que el área de ensayos quede
totalmente inservible —expuso Peter.
—¡Pero usted sabe tan bien como yo lo
debilitada que está la RAF !
Estamos en medio de una gran batalla aérea que dura ya varios meses. La empresa
que me plantea es muy complicada. No se si podremos convencer al alto mando.
¡Dios mío!, tampoco se siquiera si dispondríamos de bombarderos para una misión
así.
—Será necesario convencerlos. Lo mejor
sería realizar bombardeos de precisión, pero la autonomía de estos aviones
puede no ser suficiente y con toda seguridad no llegarían hasta aquí con
garantías —dijo Peter.
—¿Ha pensado en dejarlo en manos de la Royal Navy ? Las
instalaciones no se encuentran lejos de la costa y los acorazados las podrían
alcanzar con facilidad.
—También lo he pensado, desde luego que
dos o tres impactos directos de uno de nuestros acorazados no dejarían ni
rastro de la base alemana, pero los bombardeos navales carecen de precisión.
Por otro lado las aguas del canal están infestadas de submarinos alemanes, por
no hablar de las baterías costeras y de las minas. Incluso de la Luftwafe. Sería un
suicidio.
—No hay elección —respondió Dufresne.
—Sería suficiente un par de escuadrones
de bombarderos medios tipo Wellington. Algo parecido a lo que se hizo cuando se
bombardeo Berlín unas semanas atrás. Mis compañeros y yo marcaremos la zona de
bombardeo con bengalas desde el suelo.
Le había sonado raro referirse a sus
amigos franceses por primera vez como sus compañeros. Esperó que Dufresne no
notara su entusiasmo por permanecer en Francia.
El camareró los interrumpió:
—¿Que van a tomar los señores?
—Permita que le recomiende la
especialidad de la casa —dijo Dufresne.
—De acuerdo, pida usted para los dos —replicó
Peter.
El camarero se fue y continuaron su
conversación.
—Creo que queda claro como actuaremos. Le
iré informando periódicamente en que situación nos encontramos. Usted deberá de
aportar la señalización de la zona de bombardeo. Además intenten neutralizar
las posibles baterías antiaéreas. Tampoco olvide que queremos que vuelva a Inglaterra
a la mayor brevedad —dijo Dufresne.
Peter recordó que no había visto baterías
antiaéreas en sus dos visitas anteriores a la zona.
El camarero les trajo el primer plato en
ese momento.
—Tengo otra noticia que darle, señor
Lombard. Me temo que es personal y no le va a gustar escucharla.
Peter no se esperaba esto. Esperaba
hablar de su vuelta a Inglaterra y de cómo desmantelar la base secreta. Se puso
nervioso.
—Es sobre su padre. No se si sabrá que su
padre ha estado trabajando como guardia de un refugió en Londres, poniendo a la
gente en lugar seguro durante los bombardeos alemanes.
—Sí, lo sabía. El siempre ha sido un
soldado —añadió Peter.
—Debo decirle que hace unos pocos días
falleció durante un bombardeo. Fue sepultado por los cascotes proyectados por
una explosión en un edificio cercano. Su madre ha ido a vivir a Southampton con
su hermana. Lo siento —le dijo mientras le tocaba el hombro.
A Peter le cayeron unas pocas lágrimas
por los ojos pero permaneció entero. La vida y la muerte no tenían en aquel
tiempo el mismo valor que podían tener en tiempos de paz, aunque siempre era
doloroso cuando se trataba de una persona cercana. Recordó en silencio todos
los buenos momentos que había vivido con el viejo. Pensó que para su madre ya
había sido muy duro haber perdido a Marcus poco tiempo atrás y ahora esto. Se
prometió a si mismo que no se dejaría matar.
—Les dije que abandonaran Londres, pero
mi padre no quiso. Quería ayudar para ganar esta maldita guerra. Esa era su
forma de arrimar el hombro.
Continuaron comiendo. El camarero trajo
el segundo plato. Dufresne espero a que Peter volviera a encontrarse sereno
para seguir hablando.
—Espero poder seguir manteniendo
comunicación periódica con ustedes, desde los últimos días creo que me están
vigilando —añadió mientras corría ligeramente la cortina—. ¡Ahí están!
Peter pudo ver a dos tipos dentro de un
coche negro al otro lado de la calle. En ese momento uno de ellos encendía un
cigarrillo que le alumbraba la cara.
El camarero trajo el postre. Dufresne comió
más rápido de lo habitual y pidió la cuenta. La presencia de los dos tipos en
la calle le había puesto nervioso.
—Debo irme señor Lombard. Intentaré salir
por una puerta de servicio —encantado de conocerle.
—Lo mismo digo —replicó Peter.
Dufresne se levanto y fue donde se
encontraba el maître. Peter vio como le deslizaba en la mano un billete de 10
marcos. A continuación Dufresne y el maître salieron del restaurante.
Peter corrió la cortina para vigilar a
los dos tipos en el coche negro. Cual fue su sorpresa cuando vio que en el
coche sólo quedaba uno de ellos vigilando la entrada principal. Rápidamente
salió tras su nuevo amigo.
El maître acompaño a Dufresne a una
puerta de servicio que daba a un callejón lateral del hotel. Era un callejón
estrecho donde se acumulaban los cubos de basura del restaurante. Dufresne
salió y comenzó a caminar. De repente oyó como armaban una pistola a su
espalda.
—¡Queda usted detenido! —dijo alguien tras
él.
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