viernes, 31 de octubre de 2014

Colección Uni2. Tú, yo... y él. 4. Vuelta a la realidad.

Cuarto capítulo de "Tú, yo... y él", de Merche Comín titulado "Vuelta a la realidad". Seguiremos las peripecias y doble vida de Mónica. ¿Qué ocurrirá tras el apasionado encuentro del capítulo anterior?



4.      Vuelta a la realidad.


—¡Mira por dónde vas! —me increpó el ciclista mientras pasaba a dos milímetros de mis pies…
La verdad es que me daba igual, todavía estaba disfrutando de mi mensaje con una gran sonrisa de boba en la cara. En unos segundos y volviendo al mundo real, tuve que cerrar la conversación y seguir mi camino, ya casi era hora de volver al colegio a recoger a Efrén.
Llegando a casa de mis padres, me suena otra vez el móvil. Comienza la búsqueda en el bolso, y como siempre, cuando ya lo tengo en la mano, deja de sonar. Así que sin mirar quien era, toco el timbre de la puerta y guardo el móvil en el bolso. Subí y abrí la puerta.
—¡Hola! —saludé con la mejor de mis sonrisas, intentando reducir con eso el enfado que pudiesen llevar…
—¡Hola hija! —contestó mi madre con la cara un tanto extraña.
—¡Hola papá! —dije mientras entraba al salón.
La cara de mi padre, estaba desencajada. He iba empeorando  mientras me acercaba a él para darle un beso. Cuando de pronto, y antes de llegar a saludarle, vi una persona sentada en el sofá de enfrente que se levantaba conforme yo iba adentrándome en la habitación.
—¡Hola Mónica! —dijo con una voz titubeante—. Yo…
No deje ni que terminase la frase.
—Tú, ¿qué? —le reproché—. ¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres? No eres nadie…
No se describir muy bien la sensación de impotencia, rabia, odio y pena que sentí en ese momento. La situación, en verdad era muy desagradable. Mis padres allí, en medio de un problema que no era suyo, porque era mucho más que eso. Un problema de su hija y de su nieto. Tenía el cuerpo paralizado, no podía ir ni hacia delante ni hacia atrás. Deseaba abalanzarme sobre él, y no responder ante tanto asco que me producía. Asco, sí. Por fin he encontrado la palabra exacta.
—¡Que qué haces aquí, te he preguntado! ¿Me puedes contestar? —mi agresividad iba subiendo, al igual que el tono de mis palabras.
—Mónica, yo…
—Tú, ¿qué? —dije de nuevo dando un paso hacia delante. Mi madre me agarró del brazo para evitar que me acercase más a él. Y se quedó detrás de mí.
—¡Déjame que te explique! —me contestó mientras le daba una pataleta cual niño enrabietado.
—¡Explica! —gritó mi padre—. Explica y sal rápidamente de esta casa.
—No sabía a dónde ir, dónde encontraros... —volvió la cara hacia mí, y puso esa cara de pena, con esos ojos que antes conseguían engañarme—. Cambiasteis de piso y de número de teléfono. He cambiado Mónica, te lo juro. —dijo haciendo un gesto con sus brazos señalándose a sí mismo—. Vengo a por ti, y a por nuestro hijo. Dame una oportunidad, por favor.
—Nuestro hijo. Sí, cómo si el hecho de dejar embarazada a una mujer ya te diese el derecho de hacerte llamar padre. ¡Sal de aquí! —señalé la puerta estirando el brazo al máximo, consiguiendo así apartar a mi madre del camino.
—De verdad, he cambiado. Os puedo dar una buena vida. Tengo trabajo, tengo…
—¡Sal de aquí! —le grité.
—Escúchame, por favor. Dame otra oportunidad —juntó las manos a la altura de la boca, demostrando así que pedía otro favor.
—Escúchale a ella. No quiere verte más. Desaparece de su vida —dijo mi madre con un tono de súplica.
Mi padre, que estaba justo enfrente suya, y le separaba la mesita del salón, increpándole con los brazos sólo tuvo que gritar una palabra, para desatar la ira del momento.
—¡FUERA!
Agachó la cabeza, y sin más, fue andando a paso lento hacia la puerta. No sin antes, justo cuando pasaba por mi lado, y aprovechando que mi madre se había tapado la cara con las manos, dedicarme una sutil mirada de amenaza, a las que en su momento, me tenía acostumbrada.
—Mónica, yo… —volvió a cambiar su mirada mientras intentaba decir algo, que nadie supo el que, ya que todos al mismo tiempo volvimos a gritarle que se largase.
Cuando cruzó la puerta de la entrada y al fin salió de casa, mi madre se apresuró en cerrar y se puso a llorar. A mí no me salían las lágrimas. Me giré y vi a mi padre apoyado en la pared intentando relajarse. Cogí a mi madre, y al paso también agarré a mi padre. Nos sentamos en el sofá, y pasaron los minutos sin mediar palabra.
Mis padres se miraban entre sí. Y se hablaban sin necesidad de decir nada.
—Voy a buscar a Efrén. Enseguida vengo —les comenté mientras me levantaba.
—No hija, no vayas tu sola. Vamos los tres, que seguro que el chico se pone muy contento de vernos a todos allí —dijo mi madre.
Respiré hondo, y entonces entendí que durante una larga temporada no iban a dejarme sola. Y se lo agradecía infinitamente.
Salimos a la calle y ninguno dijo nada, pero todos íbamos con mil ojos, mirando a todas direcciones. Lo más probable sería que quisiese saber dónde estaba el colegio de su hijo. Así que dimos bastante vuelta, hasta llegar al coche de mis padres, y una vez montados, hicimos otro recorrido.
Llegamos al colegio muy justos de tiempo. Así que mientras ellos daban una vuelta con el coche, yo baje para recoger a mi hijo que salió como siempre con la mejor de las sonrisas, ajeno a el problema que le rodeaba.
—¡Hola yayos! —dijo mientras les plantaba los besos oportunos. ¿Qué me has hecho de comer yaya? —como siempre, no perdía el tiempo…
Mis padres y Efrén seguían hablando, y yo encontré un momento de intimidad en la parte de atrás del coche para pensar lo que me acababa de pasar… Ahí fue cuando al relajarme me cayeron las primeras lágrimas.
—¿Qué pasa mami?
—Nada cariño —contesté frotando mis ojos con las manos—. Que con este cierzo, se me ha metido algo a los ojos —mi madre se volvió y me acarició la cara evadiéndome así por un momento a la tranquilidad de no sentirme sola.
El día fue transcurriendo con toda la normalidad que aparentemente podíamos tener. Había llamado a mi trabajo de por las tardes para decirles que no me encontraba bien. Hice lo mismo con las clases de mi hijo. Así podíamos estar en casa todos juntos. Algo poco común para Efrén, ya que cuando yo no trabajaba estábamos en nuestra casa, y no en la de los abuelos. Así que para lo que mi hijo pensaba que era un día de fiesta para los demás era un infierno compartido.
A lo largo de la tarde me vino a la cabeza Izan. Y me acordé que ni siquiera le había contestado. No estaría mal que le contestase, ya habían pasado unas horas y ya le había generado esa intriga de que estuviese esperando mi respuesta. Y aunque precisamente hoy, no era el día más adecuado, quería que supiese que a mí también me había encantado pasar la noche con él.
Agarré mi móvil, hice caso omiso a las conversaciones de los grupos que me habían acumulado cientos de mensajes sin leer, y fui directamente  a la suya. Me quedé estupefacta al ver que me había seguido escribiendo. Y me quedé con una frase que me puso allá hacia el mediodía en la que me decía que si me apetecía que nos viésemos.

Antes de contestarle, quise ver la foto que tenía en su perfil. Ya que ni me había fijado. Abrí unos ojos como platos y volví a la realidad, cuando vi que en la foto de perfil estaba con la chica esa tan desagradable que me revolvió la tienda el día que lo conocí… Se me había olvidado el “pequeño detalle” de que Izan, no era sólo mío.

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