4. Vuelta a la realidad.
La verdad es que me daba
igual, todavía estaba disfrutando de mi mensaje con una gran sonrisa de boba en
la cara. En unos segundos y volviendo al mundo real, tuve que cerrar la
conversación y seguir mi camino, ya casi era hora de volver al colegio a
recoger a Efrén.
Llegando a casa de mis
padres, me suena otra vez el móvil. Comienza la búsqueda en el bolso, y como
siempre, cuando ya lo tengo en la mano, deja de sonar. Así que sin mirar quien
era, toco el timbre de la puerta y guardo el móvil en el bolso. Subí y abrí la
puerta.
—¡Hola! —saludé con la
mejor de mis sonrisas, intentando reducir con eso el enfado que pudiesen
llevar…
—¡Hola hija! —contestó
mi madre con la cara un tanto extraña.
—¡Hola papá! —dije
mientras entraba al salón.
La cara de mi padre,
estaba desencajada. He iba empeorando
mientras me acercaba a él para darle un beso. Cuando de pronto, y antes
de llegar a saludarle, vi una persona sentada en el sofá de enfrente que se
levantaba conforme yo iba adentrándome en la habitación.
—¡Hola Mónica! —dijo con
una voz titubeante—. Yo…
No deje ni que terminase
la frase.
—Tú, ¿qué? —le
reproché—. ¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres? No eres nadie…
No se describir muy bien
la sensación de impotencia, rabia, odio y pena que sentí en ese momento. La
situación, en verdad era muy desagradable. Mis padres allí, en medio de un
problema que no era suyo, porque era mucho más que eso. Un problema de su hija
y de su nieto. Tenía el cuerpo paralizado, no podía ir ni hacia delante ni
hacia atrás. Deseaba abalanzarme sobre él, y no responder ante tanto asco que
me producía. Asco, sí. Por fin he encontrado la palabra exacta.
—¡Que qué haces aquí, te
he preguntado! ¿Me puedes contestar? —mi agresividad iba subiendo, al igual que
el tono de mis palabras.
—Mónica, yo…
—Tú, ¿qué? —dije de
nuevo dando un paso hacia delante. Mi madre me agarró del brazo para evitar que
me acercase más a él. Y se quedó detrás de mí.
—¡Déjame que te
explique! —me contestó mientras le daba una pataleta cual niño enrabietado.
—¡Explica! —gritó mi
padre—. Explica y sal rápidamente de esta casa.
—No sabía a dónde ir, dónde
encontraros... —volvió la cara hacia mí, y puso esa cara de pena, con esos ojos
que antes conseguían engañarme—. Cambiasteis de piso y de número de teléfono. He
cambiado Mónica, te lo juro. —dijo haciendo un gesto con sus brazos señalándose
a sí mismo—. Vengo a por ti, y a por nuestro hijo. Dame una oportunidad, por
favor.
—Nuestro hijo. Sí, cómo
si el hecho de dejar embarazada a una mujer ya te diese el derecho de hacerte
llamar padre. ¡Sal de aquí! —señalé la puerta estirando el brazo al máximo, consiguiendo
así apartar a mi madre del camino.
—De verdad, he cambiado.
Os puedo dar una buena vida. Tengo trabajo, tengo…
—¡Sal de aquí! —le
grité.
—Escúchame, por favor.
Dame otra oportunidad —juntó las manos a la altura de la boca, demostrando así
que pedía otro favor.
—Escúchale a ella. No
quiere verte más. Desaparece de su vida —dijo mi madre con un tono de súplica.
Mi padre, que estaba
justo enfrente suya, y le separaba la mesita del salón, increpándole con los
brazos sólo tuvo que gritar una palabra, para desatar la ira del momento.
—¡FUERA!
Agachó la cabeza, y sin
más, fue andando a paso lento hacia la puerta. No sin antes, justo cuando
pasaba por mi lado, y aprovechando que mi madre se había tapado la cara con las
manos, dedicarme una sutil mirada de amenaza, a las que en su momento, me tenía
acostumbrada.
—Mónica, yo… —volvió a
cambiar su mirada mientras intentaba decir algo, que nadie supo el que, ya que
todos al mismo tiempo volvimos a gritarle que se largase.
Cuando cruzó la puerta
de la entrada y al fin salió de casa, mi madre se apresuró en cerrar y se puso
a llorar. A mí no me salían las lágrimas. Me giré y vi a mi padre apoyado en la
pared intentando relajarse. Cogí a mi madre, y al paso también agarré a mi
padre. Nos sentamos en el sofá, y pasaron los minutos sin mediar palabra.
Mis padres se miraban
entre sí. Y se hablaban sin necesidad de decir nada.
—Voy a buscar a Efrén.
Enseguida vengo —les comenté mientras me levantaba.
—No hija, no vayas tu
sola. Vamos los tres, que seguro que el chico se pone muy contento de vernos a
todos allí —dijo mi madre.
Respiré hondo, y
entonces entendí que durante una larga temporada no iban a dejarme sola. Y se
lo agradecía infinitamente.
Salimos a la calle y
ninguno dijo nada, pero todos íbamos con mil ojos, mirando a todas direcciones.
Lo más probable sería que quisiese saber dónde estaba el colegio de su hijo.
Así que dimos bastante vuelta, hasta llegar al coche de mis padres, y una vez
montados, hicimos otro recorrido.
Llegamos al colegio muy
justos de tiempo. Así que mientras ellos daban una vuelta con el coche, yo baje
para recoger a mi hijo que salió como siempre con la mejor de las sonrisas,
ajeno a el problema que le rodeaba.
—¡Hola yayos! —dijo
mientras les plantaba los besos oportunos. ¿Qué me has hecho de comer yaya? —como
siempre, no perdía el tiempo…
Mis padres y Efrén seguían
hablando, y yo encontré un momento de intimidad en la parte de atrás del coche
para pensar lo que me acababa de pasar… Ahí fue cuando al relajarme me cayeron
las primeras lágrimas.
—¿Qué pasa mami?
—Nada cariño —contesté
frotando mis ojos con las manos—. Que con este cierzo, se me ha metido algo a
los ojos —mi madre se volvió y me acarició la cara evadiéndome así por un
momento a la tranquilidad de no sentirme sola.
El día fue
transcurriendo con toda la normalidad que aparentemente podíamos tener. Había
llamado a mi trabajo de por las tardes para decirles que no me encontraba bien.
Hice lo mismo con las clases de mi hijo. Así podíamos estar en casa todos
juntos. Algo poco común para Efrén, ya que cuando yo no trabajaba estábamos en
nuestra casa, y no en la de los abuelos. Así que para lo que mi hijo pensaba
que era un día de fiesta para los demás era un infierno compartido.
A lo largo de la tarde
me vino a la cabeza Izan. Y me acordé que ni siquiera le había contestado. No
estaría mal que le contestase, ya habían pasado unas horas y ya le había
generado esa intriga de que estuviese esperando mi respuesta. Y aunque
precisamente hoy, no era el día más adecuado, quería que supiese que a mí
también me había encantado pasar la noche con él.
Agarré mi móvil, hice
caso omiso a las conversaciones de los grupos que me habían acumulado cientos
de mensajes sin leer, y fui directamente
a la suya. Me quedé estupefacta al ver que me había seguido escribiendo.
Y me quedé con una frase que me puso allá hacia el mediodía en la que me decía
que si me apetecía que nos viésemos.
Antes de contestarle,
quise ver la foto que tenía en su perfil. Ya que ni me había fijado. Abrí unos
ojos como platos y volví a la realidad, cuando vi que en la foto de perfil
estaba con la chica esa tan desagradable que me revolvió la tienda el día que
lo conocí… Se me había olvidado el “pequeño detalle” de que Izan, no era sólo
mío.
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