CAPITULO 4. Un encuentro escurridizo.
Julia y yo nos volvimos para descubrir quién era el
gritaba. A lo lejos vimos a un chico. Era alto, rubio e iba vestido con traje y
corbata.
Julia palideció al verlo. Su expresión cambió y
cuando se percató de que el muchacho andaba hacia donde estábamos se giró y me
dijo:
—Esteban, comienza a andar…
—¿Peeeeeroooo…? ¿Qué pasa? —le pregunté muy
sorprendido.
¡Esteban! —me gritó—. Te he dicho que comiences a
andar. Cuando perdamos a ese de vista, te contaré que pasa.
Asentí con la cabeza y sin rechistar comencé a andar
a la par de Julia a paso bastante ligero. Seguía perplejo por la situación pero
la verdad es que confiaba en Julia, desde que la conocí las cosas me iban un
poquico mejor.
Caminábamos muy ligeros, casi corriendo y empezamos
a callejear por las estrechas vías del Arrabal. El muchacho en cuestión nos
seguía. Tras diez minutos esquivándolo sin éxito, Julia me dijo:
—Corre ven, sígueme —miró hacia atrás y revolvimos
una esquina—. Tenemos un pequeño margen de tiempo hasta que gire. Hay que
buscar un sitio para escondernos.
De repente, de uno de los portales de la calle donde
estábamos vio que salía una anciana. Julia corrió a sujetarle la puerta.
—No se preocupe señora, yo le agarro la puerta —le
dijo a la señora educadamente.
—Muchas gracias amante. Ya es raro encontrar una
persona joven tan considerada con nosotros los abuelicos.
—De nada señora, es un placer.
Julia agarró la puerta hasta que la mujer desapareció
de nuestra vista y me gritó:
—¡Corre Esteban, entra aquí! ¡Seguro que le
despistamos!
Y así fue. Nos escondimos detrás de los buzones y
desde allí vimos pasar de largo al misterioso muchacho.
Nos quedamos allí durante un cuarto de hora para
asegurarnos de que el chico hubiera desistido de buscarnos.
—¡Vamos! Creo que ya andará bien lejos o se habrá
cansado de buscarnos —me dijo.
Sin rechistar salí detrás suyo del portal. Estuvimos
un rato andando hasta que me cansé. Me volví hacia ella y le dije:
—Julia… Creo que me debes una explicación de lo
ocurrido, ¿no crees?
Julia me miraba con los ojos como platos.
—Sí Esteban, vamos a buscar algo para comer y volvemos a la cabaña. Allí te contaré quién
es, por qué me conoce y por qué tenía tanto interés en encontrarme.
Asentí con la cabeza y continuamos caminando dirección
a la cabaña. Julia había dicho que íbamos a conseguir algo de comida y estaba
intrigado por saber como la iba a conseguir esta vez. Tras un buen rato andando
y ya casi llegando a la cabaña, nos paramos en la puerta de Carrefour.
—Esteban, espérame aquí, vuelvo enseguida.
No me dio tiempo a reaccionar. Cuando fui a buscarla
con la mirada ya estaba dentro del centro comercial bajando por las escaleras
mecánicas. Fue un visto y no visto. De repente apareció, con una bolsa y sin
decir nada comenzó a andar. Me preguntaba que habría hecho esta vez y sin darme
tiempo a preguntarle me dijo con una pícara sonrisa:
—Esteban, hay que tener contactos en todos los sitios.
Sonreí, me puse a la par de ella y seguimos caminando
sin mediar palabra. No sabía lo que había en la bolsa pero salía un olorcico
que estaba despertando a mi estómago.
Llegamos a la cabaña y cada uno nos sentamos en un
sofá. Julia sacó lo que había en la bolsa.
¡Dios mío! No me lo creía…. ¡Era un pollo asado!
Julia se echó a reír al verme la cara.
—¡Chico, chicoooooo, Estebannnnnnn, vuelveeeeee!
—¡Uy! —exclamé—. ¡Cuánto tiempo hacia que no veía,
olía y cataba uno de estos! ¡Se me cae hasta la baba!
—Bueno, pues… ¡Al ataque! —gritó Julia entre risas.
Tras el festín de pollo y con la tripa llena, no pude
aguantar más. La curiosidad sobre lo ocurrido por la mañana me estaba matando. Así
que me armé de valor y pregunté:
— Oye Julia, sigo intrigado con lo ocurrido esta
mañana con el tipo del parque. ¿Te importaría…?
—Sí, Esteban —me interrumpió—. Te voy a contar la
historia. El chico que me buscaba en el parque es Óscar, mi hermano.
No me hizo falta decir nada, mi cara debía ser un
poema.
—Pero… ¿tu hermano? ¿Y por qué huyes? —le pregunté.
—¿Recuerdas que te conté que había tenido problemas
con las drogas?
—Sí, sí, lo recuerdo perfectamente —le contesté
asintiendo con la cabeza.
—Bueno, pues cuando decidí que tenía que salir de
aquel infierno fui a pedirle ayuda a mi hermano. Yo siempre he sido la oveja
negra de la familia y él, el ojito derecho de todos. Terminó sus estudios,
montó una empresa que afortunadamente y con los tiempos que corren le funciona muy bien, se casó y tiene dos
niñas preciosas. Es decir, es todo lo que unos padres sueñan para sus hijos.
Bueno pues como te decía, acudí a él para pedirle ayuda para salir de las
drogas.
—¿Y qué pasó? —le pregunté si cabe aún más
intrigado.
—Pues no tuvo suficiente con negarme su ayuda que
además me dijo toda una sarta de barbaridades, entre ellas que no quería volver
a verme.
—¡Venga ya Julia! ¿En serio? —exclamé cada vez más
alucinado.
En ese momento me paré a pensar en que yo me había
quedado solo por la muerte de mi madre pero Julia estaba sola aun teniendo a
gente cercana vivita y coleando.
—¿Bueno, y ahora por qué te busca? —le pregunté.
—Hace ya un par de meses que una vez a la semana se
deja caer por Macanaz. Sólo he hablado con él una de esas veces. Me dijo que
estaba muy arrepentido de no haberme ayudado en su momento y que me iba a
ayudar en lo que necesitase.
—¿Y qué le dijiste?
—Pues que me dejara en paz, que cuando le pedí ayuda
me la negó y que ahora no la necesitaba —me contó Julia mientras los ojos se le
pusieron vidriosos.
Sin decirle nada, me senté a su lado en el sofá
rojo, la abracé para consolarla y así nos quedamos dormidos.
No sé cuánto tiempo habíamos dormido cuando de
repente…
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