Hoy os traemos un nuevo relato perteneciente a Colección Cupido 2015. En esta ocasión es Sara, quien desde El Temple nos envía este relato que espero que os guste. De esta manera debuta con nosotros esta autora, a la que sinceramente esperamos tener en más ocasiones compartiendo líneas e ilusiones.
En cuanto a la edición impresa, deciros que ya casi está todo listo. Miércoles 24 presentaremos todos los detalles en una entrada especial, así que no os lo perdáis que prontito estaremos de celebración.
Besetes a tod@s. Nos leemos.
En cuanto a la edición impresa, deciros que ya casi está todo listo. Miércoles 24 presentaremos todos los detalles en una entrada especial, así que no os lo perdáis que prontito estaremos de celebración.
Besetes a tod@s. Nos leemos.
NOCHEVIEJA Y DESAMOR SALPICADOS EN UN WOK.
Mi cabeza bullía a mil por
hora.
No podía creer que eso me
estuviera pasando a mí. No daba crédito a lo que estaba sintiendo en ese
instante, ni a lo que yo estaba haciendo en respuesta. Lo más parecido con mi realidad
en ese momento era cualquier comparación con algún culebrón televisivo de esos
que tanto detesto.
Mientras llenaba aquel plato
de fresquísimas y variadas verduras, elegía una selección de bichos patilargos
de procedencia marina y otros manjares exóticos, para que aquel japonés
sudoroso que me observaba muy atentamente (y no era de extrañar pues la escena
resultaba lamentable) pudiera cocinarlos, salpicándome él por fuera y la
situación por dentro. Yo lloraba desconsolada y en silencio.
Con la mirada perdida en el
chisporroteo y el tufillo y con el pensamiento haciendo cortocircuitos en mi
cabeza, intentaba pensar en la respuesta mágica que diera solución a todo
aquello. Quería un final feliz y lo quería ya. Lo necesitaba. No podía terminar
el que había sido un durísimo año de “tira y afloja” en el terreno personal, de
aquella manera. Me resistía. No me lo merecía, había dedicado mucho tiempo y
esfuerzo a esta historia y quería que esto no estuviera ocurriendo.
“Cualquier situación es
susceptible de empeorar”. Odio esa frase tan de moda, recurrente y socorrida
para cualquier conversación superficial y sin embargo, ahora la estaba viendo
anunciada en mi cabeza como un luminoso cartel de neón. Mi estado emocional y
mi vida sentimental, evolucionaban vertiginosamente hacia el desastre. Y sí, la
frase al final iba a ser buena y cargada de razón. Aún cuando uno cree que hay
situaciones imposibles de empeorar, mi experiencia dice que se puede. Ahora,
desde la distancia y la calma que da el paso del tiempo, puedo recordarlo con
cierto humor, pero en aquel momento quería desaparecer hasta de mí misma. Me encontraba
agitadísima de mente y alma y paralizada de movimiento y palabra. No sabía que
hacer.
Desde luego aquella
nochevieja, tal y como lo había deseado pero por diferentes motivos, sería sin
duda una de las que recordaría durante toda mi vida. Ja, ja, ja. Hay que tener
humor y ser positivo, ¡al menos por una vez mis deseos se habían cumplido!
Quería serenarme, que todo
fuera un error, la visualización de una escena de una película ó quizás un
sueño… ó simple y egoístamente algo que les pasa a otros… Pero no, me estaba
pasando a mí, en aquel fin de año, en aquella escapada amorosa, en aquel viaje
deseado y planificado a una de las más hermosas ciudades del norte de España.
Y allí estaba yo, en el Wok
de aquel restaurante japonés, y a pesar de que mi corazón había adquirido una
velocidad de latido muy por encima de lo recomendable, a pesar de que mi cuerpo
se movía por inercia, tenía que volver al maldito asiento de mi mesa en el que
hacía un rato, había descubierto a medias, lo que intuía un horrible secreto
que me había dejado ojiplática, sin aliento y sin habla. No podía demorarme
mucho más, ni presentarme con esos ojos hinchados que delataban mi estado, sin
un motivo ó excusa convincente, ya que por el momento no pensaba desvelar el
real. No quería precipitarme hasta conocer todos los datos que me faltaban. Tenía
que idear un plan más que eficaz en un
tiempo record. El inesperado plan “A” era un asco y tenía que regresar con un
mejor trazado plan B, además de con una sonrisa y una conversación fluida que
indicasen una normalidad, que desde luego no podía expresar ni de lejos.
Recogí mi plato lleno de
esos humeantes alimentos al dente de diversos colores y apetitosos aromas y di
media vuelta en dirección a mi mesa. ¿Dónde estaba la mampara de cristal que
separa esa cocina espectáculo de su público? Mi vestido parecía un dibujo hecho
por mis sobrinos preescolares. «¡¡¡Mierda!!!», dije para mis adentros. «Todo tiene
que pasarme a mí», lamenté entre dientes. Me sentía salpicada, manchada, e
invadida. Por fuera con la grasa de aquella innovadora forma de cocinar y por
dentro con ese ácido desamor que me estaba carcomiendo. De pronto sonreí
pensando en que quizás aquella muestra de dudoso arte vertido sobre mí, me
sirviera como excusa para justificar mi cara desencajada, por si no lograba
encontrar un pretexto en los veinte segundos que me separaban de mi futura
expareja.
No fui muy original porque
el tiempo jugaba en mi contra y volví a mi sitio fingiendo un falso dolor de
cabeza que me dio un breve margen de tiempo para intentar pensar en esa
solución que se negaba a llegar a mí, y continué con la farsa.
Por suerte, una inoportuna y
predecible llamada de teléfono por unos asuntos concernientes a su trabajo
pendientes de resolver, me proporcionó un poco más de tiempo, al menos para
“rechuperretearme” los dedos a mis anchas sin tener que fingir una conversación
coherente y procurando centrarme. Mientras intenté ordenar los datos y los
hechos, que revoloteaban atropelladamente por mi cabeza como si estuvieran en
una montaña rusa.
Después de un largo rato al
teléfono resolviendo esas cuestiones laborales, mi acompañante, no sabría decir
si de viaje, en la vida ó en el asesinato inminente de esa “nuestra relación”
hasta el momento, hizo un gesto que indicaba que con cierta urgencia tenía que
ir al escusado, circunstancia que se había repetido ya varias veces a lo largo
de la mañana y que indicaba claramente que el tapeo de la noche anterior le
había sentado mal. Eso me daba cierta ventaja y porqué no decirlo, cierta
satisfacción… «¡Qué se joda!», pensé.
Retomé mi labor de espía con
cierta premura. Nada ponía en tela de juicio, al menos del mío propio, mi ética
al destripar de todas formas posibles la intimidad de otra persona. Me creía
con derecho puesto que me afectaba directamente y no quería pensar en nada más
que no fuera conseguir mi propósito. Y para justificar lo injustificable, me
encomendé a la frase: “el fin justifica los medios”. Y como necesitaba saber
con seguridad que estaba pasando antes de destapar la Caja de Pandora, me pareció
otra frase bastante buena, la verdad.
Me sentía muy inestable y
vulnerable. Hacía ya mucho tiempo que en mis ojos había desaparecido el brillo
de la emoción. Debió de esfumarse junto a las mariposas de mi estómago. Habían
sido unos meses duros, en los que no había querido rendirme. Estaba dispuesta a
luchar con uñas y dientes para recuperar lo que posiblemente nunca tuve. Y es
que, ya lo decía el gran Sabina: “No hay mayor nostalgia que añorar lo que
nunca se ha tenido”.
Con los nervios a flor de
piel y el corazón saliéndose por mi boca en cada palpitación, comencé a temblar
y a investigar al mismo tiempo. Tenía unos minutos para confirmar lo que había
visto en ese móvil casi una hora antes, mientras él se había ausentado en busca
de un plato con aperitivos. Quizás yo estaba equivocada y por error había
interpretado mal aquel mensaje. Quería comprobar que así era. Quizás por
cotilla y por tener un oído excelente que registraba cada vibración de cada uno
de los mensajes que estaba recibiendo en aquel aparato, que curiosamente él
había silenciado, aun cuando no tenía costumbre (cosa que me mosqueaba todavía
más). Yo estaba metiendo la pata. Seguro. Seguro que estaba equivocada, me
repetí para autoconvencerme, como hacen algunas personas que prefieren no abrir los ojos
a este tipo de realidades tan frecuentes. Por los nervios y la presión de los
últimos meses, sumados a la necesidad de que todo empezara a caminar bien,
había leído algo que no ponía. Podría ser un mensaje que tenía preparado para
mí y pensaba enviármelo en un momento muy especial en la celebración al
despedir el año juntos. Sí, seguro que era eso. Lo comprobaría y pasaría página,
no sin antes avergonzarme de mí misma por lo que estaba haciendo. Deslicé mi
mano nuevamente hasta el bolsillo de esa chaqueta colocada en el respaldo de su
silla, ante la expectación y los rostros curiosos de los comensales de las
mesas vecinas. Me reí nerviosa, mientras seguía llorando. Aquella situación me
hacía parecer una loca, pero eran los nervios. Al menos eso quería pensar yo
para buscar una justificación a lo que estaba haciendo. ¿Qué estarían pensando
al verme? Pensarían que yo era una de esas mujeres histéricas que no dejan
espacio a la intimidad de sus parejas. «¡Ay, cómo es la gente!», exclamé yo
sólo con el pensamiento. Para nada, yo no. No era de esas. Nada más lejos,
pensé, mientras me sentía satisfecha de la destreza y rapidez que estaba
adquiriendo con cada una de estas prácticas. Ya podían haber reparado en este
detalle como algo positivo, los que en ese instante clavaban sus inquisitivas
miradas en mí, que no eran pocos, puesto que estaba el restaurante a rebosar
dadas las fechas y la hora. Qué incomprendida me sentía. Pero no me importaba
en absoluto su opinión. «¡Qué les den a todos!», volví a exclamar de nuevo en
mi pensamiento. Y entonces ocurrió. Abrí la tapa del móvil, busqué entre sus
mensajes de esa mañana y… ¡Voilà! Ahí estaba. Era un precioso mensaje de Amor.
¡Cómo me gustan esos mensajes! Me parecen, ¡tan necesarios entre enamorados!, y
generan esa complicidad imprescindible en la relación. Qué bonito, pensé: «Me echa de menos y quiere hacerme el amor
una y otra vez, hasta desfallecer». Sólo que había un pequeño detalle a
tener en cuenta. NO era para mí. Comprobé la destinataria para asegurarme.
Ahora ya tenía la absoluta certeza.
Era un mensaje de mi pareja
en ese momento a su expareja en aquel entonces.
Entre sollozos, nervios y
cierta satisfacción por mi buen trabajo de agente secreto, sentía el “subidón”
de adrenalina que me proporcionaba la excitación del momento. Y seguidamente un
“bajón” tremendo del estado anímico al comprobar que las piezas de ese puzzle
que llevaba tiempo intentado encajar, acababan de hacerlo. Debe de ser verdad
que hay un sexto sentido que te alerta en según que momentos. Ese día ya me
había levantado con ese presentimiento. Durante su ducha en la mañana, al oír
su móvil e intuir lo que ocultaban sus silencios y su falta de caricias, sabía
que aquello tenía las horas contadas.
Intenté tomar distancia
emocional de aquella tragedia que yo creía que me estaba sucediendo, sin
entender que a pesar del sufrimiento que aquel desenlace me ocasionaba en ese
momento, al tiempo sería un alivio y sin duda la mejor decisión para mí. Quería
tener una pataleta infantil y llorar y gritar y que alguien que me quisiera de
verdad me abrazara fuerte y me dijera que todo se solucionaría. No ocurrió,
estaba sola. La única persona que conocía en ese sitio, se acaba de convertir
en ese instante el referente de todos mis males. Me serené. En el fondo sólo
era la confirmación de lo que tantas veces había pasado por mi cabeza y que mi
corazón se negaba a aceptar poniendo mil excusas. Pero ahora era una realidad y
tenía la prueba ante mí. Ya no se podía prolongar más aquel querer y no poder.
Él, aún tardó en llegar unos
minutos más. Como no se encontraba muy bien y su hipocondrismo y egoísmo y
todos los ismos del mundo, que tenerlos los tenía, no le permitieron adivinar,
todo lo que el resto del restaurante intuía que estaba pasando.
Terminamos de comer y
queriendo aprovechar las horas de luz y el buen tiempo, en aquella falsa
escapada romántica, fuimos a una playa maravillosa con unas vistas
espectaculares, a pasear descalzos nuestro desamor y la cuenta atrás de aquel
malogrado idilio. Todavía mientras caminábamos él me cogió de la mano y me hizo
unos arrumacos, ¡el muy Judas! Aún puedo oler lo que eso significó para mí en
aquel momento y siento ese picor de nariz de cuando algo inevitablemente te
emociona y rompes a llorar. Y mientras dábamos el que sería nuestro último
paseo, me invadía la nostalgia, el desgaste y la sensación de fracaso y por un
momento aún pensé que aquello no era nada más que un mal sueño.
No podía imaginar todo lo
que tendría que superar ese año que estábamos a punto de comenzar. Apenas podía
hablar y a pesar del esfuerzo que para mí suponía responder a las numerosas e
inevitables felicitaciones de familiares y amigos porque era Nochevieja,
aquellas llamadas me tuvieron conectada al teléfono y resultaron un alivio en
medio de esa agonía. Quedaban pocas horas para la media noche y el tiempo
pasaba lenta y angustiosamente.
Con el corazón encogido
levanté mi copa y mirándole a los ojos le dije:
—Un brindis por lo pasado y
por lo vivido. Por no arrepentirnos de amar ni de vivir. Porque el futuro nos
depare lo mejor a cada uno de nosotros.
¿De qué estás hablando? —me
dijo desconcertado.
—Por terminar unos capítulos
y comenzar a pasar las páginas de los siguientes —continué yo con mi retahíla
de despedida mientras él intentaba adivinar que estaba pasando… Seguí brindando
y ya, para terminar, le dije—. Porque con este año y este brindis, se acaba
esta relación que ninguno de los dos nos merecemos. ¡Qué seas todo lo feliz que
te mereces! —y pensé en todo lo que esa frase significaba y que era un buen
deseo de fin de año. Igual que el regalo sorpresa del mensaje que encontré
rebuscando en su móvil.
A primera hora hice mi
maleta y cuando casi apenas había amanecido salí del hotel y me dirigí con paso
firme a la estación de trenes. Por supuesto, no pude dormir en toda la noche
con todo aquello que estaba ocurriendo. Pero lo que sí que tenía claro, era que
el comienzo de ese año que acaba de asomar por el calendario no sería como el
anterior. Era el momento. Un firme propósito que cumpliría. Sin duda aprendí
mucho de la situación, de las circunstancias y sobre todo de mí. Y ahora me
quiero y me valoro más que nunca. Me sé valiente y luchadora y no me arrepiento
de amar con esa intensidad con la que creo que hay que sentir la vida.
Tomé un café para
despejarme, me sentía un poco aturdida. El cansancio emocional y físico me
pasaban factura. Compré el billete de retorno y me acomodé en mi asiento con la
intención de descansar un poco antes de llegar a casa. Di una cabezada durante
el primer trayecto pero no pude conciliar el sueño. La situación era
desbordante y aun así yo intentaba hacerle frente con valentía. Continúe pensando
en todo aquello y aunque me había propuesto no sufrir más de lo estrictamente
necesario, era inevitable no conectarme con mi sufrimiento una y otra vez.
En un papel que tenía a mano
escribí otra frase. Esta me gustaba mucho, era de un libro que una amiga me
había recomendado y decía así: “El amor
nunca se malgasta, aunque no te lo devuelvan en la medida que merezcas o
desees. Déjalo salir a raudales. Abre tu corazón y no tengas miedo de que te lo
rompan. Los corazones rotos se curan, los corazones protegidos acaban
convirtiéndose en piedra”. Suspiré con una profunda tristeza. Me sentía
incapaz de volver a amar a nadie.
Sumida en mis pensamientos y
en el significado de la frase, me sobresalté viendo en la pantalla informativa
del tren que tan sólo quedaban diez minutos para llegar a mi destino. En un
momento llegaba a Madrid. ¡No puede ser! Desconcertada me levanté de un salto
de mi asiento. ¿Madrid? ¿Por qué? Yo quería ir a Zaragoza a recoger mi coche
para volver a mi casa. Inmersa en mi propia confusión me había equivocado de
destino. No sabía si reír o llorar. El caso era que ya no podía hacer nada al
respecto. Lo solucionaría al llegar. Tan sólo quedaban unos minutos más para el
final del trayecto. Sonreí pensando en que quizás fuera el presagio de que el
año recién parido estaría lleno de sorpresas. Y desde luego, pensaba
saborearlas todas y cada una de ellas. ¿Quién me impedía disfrutar por unas
horas, ó unos días (nunca se sabe) de otra hermosa ciudad y de mí misma, antes
de mi vuelta a casa? Ese sería mi nuevo comienzo. Primer día del año y varios
retos por delante. Volví a sonreír. Me gustaba la idea.
Sara
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