viernes, 23 de enero de 2015

Colección Uni2. Freya: 6. Thunder Road Cafe

CAPITULO 6. Thunder Road Café.


Móvil apagado, timbre desenchufado, ibuprofeno para el dolor de cabeza y un valium para dormir.
Era el primer domingo desde que conoció a Erik que lo pasaba sola. Estaba destrozada, no sabía que había pasado esa noche con Fede, pero seguro que no se habrían acostado, ella quería a Erik, jamás podría hacerle algo así. Pero, ¿quién era esa chica? ¿Por qué no le presentaba a sus amigos? No paraba de darle vueltas a la cabeza, a la imagen tan horrible de ver a otra chica en brazos de su novio… el valium empezaba a hacer efecto y se quedó dormida.
Soñó con su estancia en Dublín. Un intercambio en el verano que terminó Bachillerato. Allí fue donde conoció a Darío, con 17 años, era una niña. La verdad es que había tenido suerte, le tocó vivir en casa de un matrimonio con tres hijos pequeños,  Liam de 7 años, Brianne de 5 y Ryan de 4. Era una familia muy unida e intentaban pasar el mayor tiempo posible juntos. Salían a patinar, preparaban comidas o cenas familiares con las familias de ambos, también quedaban con amigos, preparaban juegos en casa o se iban a disfrutar del fin de semana a la montaña. Liam estaba aprendiendo a jugar al hockey, tenía entrenamiento los martes, miércoles y jueves, mientras tanto su madre hacía pilates a escasos 500 metros, y Brianne y Ryan estaban con Freya viendo a su hermano entrenar y animándolo desde las gradas o jugando alrededor con la hierba en el parque.
Entre semana a las 7 de la tarde tenía tiempo para ella, así que iba a la academia a perfeccionar su inglés y luego si le apetecía, salía con compañeros de la misma a tomarse una Guinness mientras escuchaban música en directo. Ellos siempre salían por la misma zona, Temple Bar, donde se concentra la vida nocturna por excelencia en la ciudad. Le gustaba Dublín, muchos fines de semana salía con la familia Mac Cárthaigh al parque St. Stevens Green, uno de los parque más conocidos de Dublín, grandes casas victorianas cubriendo los lados del parque por lo que lo hacían todavía más hermoso. Los días que hacía más frío de lo habitual, solían terminar tomándose un té en el café de Seine. Tenía un decorado singular y que nunca antes, ni después, había conseguido volver a ver, una mezcla entre un museo y  una tienda de muebles antiguos, como si de un bar de película antigua se tratase y allí mismo, se tomaban el té con sus pastas de acompañamiento. Los domingos Freya se iba a la zona de los bares,  siempre se juntaban en el Thunder Road Café, tenía una barra donde se servían bebidas todo el día, cervezas, licores, vinos y cócteles y además tenía un espacio zona-restaurante donde se servían comidas con menú a la carta. La comida que ofertaban no era muy irlandesa, era tipo más mejicana pero era deliciosa, y el ambiente el perfecto para ellos. El grupo que formaron eran de varias edades, la más pequeña era Freya  de 17 años y la más mayor Ana, con 24 años natural de Asturias. También estaba Pedro, con 21 y Javier que tenía 19 años, ambos de Madrid.  Fueron menos de tres meses lo que estuvo con ellos, todos habían llegado ese verano y cuando el trabajo de Ana, que era la única que había ido a trabajar, lo permitía, se hacían escapadas por diferentes lugares de Irlanda, alquilaban un coche y conducían hasta Belfast, hasta Kinsale o Clonakilty. Freya, como de costumbre, organizaba el viaje, alojamientos, rutas… hasta los lugares más típicos de cada pueblo o ciudad parar ir a comer o beber cervezas, también miraba si coincidía algún concierto interesante al aire libre o en algún bar remoto de la ciudad en concreto. Así, también se organizaba con la señora Ashlyn para dejar a los niños sin canguro. La señora Mac Cárthaigh no trabajaba, pero ayudaba en comedores escolares y en verano también echaba una mano en diferentes actividades que se preparaban en la ciudad. Era una mujer conocida en el barrio, por su buen hacer, sin recibir nada a cambio.
Pedro y Javier fueron a aprender inglés. Se conocieron en la academia, Pedro cuando llegó se instaló en un hostal, pero al conocerse, se mudó al piso de Javier que él si lo había alquilado antes de llegar. Los padres de Javier eran médicos, habían viajado bastante por el mundo tanto por trabajo como por placer, querían que su hijo visitara, aprendiera, y empapara culturas diferentes. Era hijo único y sus padres le habían dado siempre la educación más cara que estaba a su alcance. Javier todavía no sabía qué carrera iba a hacer, estaba indeciso entre Administración y Dirección de Empresas en Alemania o Derecho en Yale, EE.UU. Había echado las solicitudes en ambas universidades y pronto llegarían las respuestas. El alemán lo manejaba igual de bien que el inglés. Desde pequeño había ido a la escuela con las clases en alemán además de las asignaturas en inglés. Era un chico listo. Nadie se explicaba por qué iba a la academia de inglés, cuando él hablaba mejor que el profesor.
Uno de los domingos que estaban en el Thunder Road Café,  apareció un camarero nuevo por su mesa, les hablaba en un inglés no muy bueno, se veía a la legua que era español, así que le contestaron en español.
—Dos Guinness, una piña colada, un margarita y unos nachos dobles, gracias —dijo Ana.
—Marchando —contestó Darío.
Esa noche había karaoke en el bar, no sé cual de los cuatro iba más borracho. Salieron al escenario a cantar, Anni Frid Lyngstad era Ana, Agnetha Faltskog era Freya, Björn Ulvaeus era Pedro y Benny Andersson que era Javier. Ya habían cantado en más de una ocasión la canción de Chiquitita, de ABBA, pero siempre que lo hacían era porque habían bebido más de la cuenta, si no, nadie tenía el valor de salir al escenario con el pub lleno de irlandeses riéndose de ellos.
Fue un domingo estupendo, siempre lo recordaban cuando hablaban, la relación ya no era como antes, que se encontraban todos los días, pero seguían manteniendo el contacto y habían quedado dos veces en Madrid y una en Asturias, fue un tiempo corto, pero intenso. Recordaban todas sus aventuras, sus viajes y sus borracheras en Irlanda. Y siempre acababan cantando la misma canción, hubiera karaoke con micrófono o si no lo había, se subían a la barra de un bar, les daba igual. Hacía un año que no veía a sus compañeros “españoirlandeses”. Javier se fue a EEUU a estudiar derecho, continuó con un master y se instaló en Manhattan para trabajar en el bufete de abogados más prestigioso de la ciudad, Wachtell. Pedro, acabó la carrera de ingeniería en telecomunicaciones y trabajaba en Madrid.   Ana seguía en Dublín trabajando sin ganas de volver a España más que para ver a la familia y amigos. Además hacía dos años que había conocido a Affleck, un escocés que por motivos de trabajo estaba viviendo en Dublín, y estaba muy a gusto con él, se fueron a vivir juntos al poco de conocerse. La última vez que el grupo “españoirlandés” se juntó fue en Asturias y Ana vino con él para presentarlo a la familia, a todos les parecía un chico agradable, simpático y sobre todo, cuidaba de Ana, estaba pendiente de ella en todo momento y eso, al grupo y a la familia, les parecía estupendo. No sabía nada de español, más que Hola, Adiós y palabrotas.  Ya habían pasado cinco años de su estancia en Dublín y siempre que lo recordaba una sonrisa inundaba su cara. A la mañana siguiente tenía una llamada en el número de teléfono que no conocía. Freya no hizo caso y no devolvió la llamada. Era lunes 19:20 de la tarde, Freya estaba en la puerta de la academia esperando a los compañeros para entrar…
—Hola Freya.
—Hola. ¿Quién es este? —pensó Freya.
—¿No te acuerdas de mí?
—¿Acaso debería? Porque no tengo ni idea de quién eres.
—Soy Darío, nos conocimos ayer en el bar donde he empezado a trabajar: el Thunder Road Café.
Freya quería recordar algo, pero se pusieron de tequila hasta las trancas además de los Cosmopolitan, margaritas y piñas coladas que se habían tomado…
—Lo siento, pero soy incapaz, además me quiere sonar tu cara, pero no recuerdo muy bien. ¿Y qué haces aquí? ¿También vienes a ingles? Porque nunca te había visto por aquí…
—Me dijiste que veníais un grupo de amigos y tú aquí a aprender inglés y que la academia era realmente buena y que como mi ingles era desastroso, me aconsejaste-obligaste a que viniera, que en dos meses ya habría notado mejorar mi vocabulario y pronunciación.
—¿Te dije eso? -dijo Freya avergonzada y ruborizada—. Lo siento, no debería haberte dicho semejante grosería.
—Te he llamado esta mañana para decirte que vendría esta tarde y así me presentas a tus amigos como me dijiste ayer.
—Madre mía, no recuerdo nada. Pero sí, deben de estar a punto de llegar, tenemos clase ahora, a y media.
Llegaron Pedro y Javier.
—¡Hombre! ¿Qué tal Darío?
—Bien, a ver si acabo hablando tan bien como vosotros.
—Javier, ¿puedes acompañarme un segundito?
—Pero ¿quién es este chico? ¡Que le he contado varias cosas sobre mi vida aquí en Dublín!
—Freya, ayer te le tiraste al cuello en cuanto te dijo que había acabado de currar. ¿De verdad que no te acuerdas?
—¡Ay dios mío! ¡Pero qué me dices! ¿Por qué me dejáis hacer estas cosas?
—¡Fuiste tú! Hiciste una apuesta con Ana, a ver cuál de las dos se lo ligaba, a Ana no le gustaba lo más mínimo y te dijo que te dejaba ventaja, que empezaras tú, así que te lanzaste a la yugular, y te quedaste toda la noche hablando y bailando con él. Las risas que nos echamos fueron impresionantes.
—Vosotros sois… ¡¡¡Os la voy a devolver!!! ¿Cómo miro yo a este chico a la cara ahora?
—¡Javier, Freya! ¿Entráis o qué?
—Sí, sí, ya vamos.
Entraron a clase y apareció Ana, se sentó al lado de Freya y le escribió una nota.
“Si tienes a tu mañico sentado detrás… jajajaja”
“¿Maño? No recuerdo nada de ayer, ¿qué me tomé?”
“Será qué no tomaste, bueno yo también me incluyo, bebimos como si no hubiera un mañana, lo único que recuerdo es verte besándote con él y decirme que era de tu tierra, nada más. ¿Por qué  no le preguntas a él, que lo tienes mirándote fijamente?”
—Ana! —dijo Freya en voz alta—. Oh!, excuse me.
La clase siguió con normalidad y a las 20.30 estaban fuera.  Fueron a cenar, “fish and cheaps”, a un pequeño bar cerca de la academia los cinco. La tensión de Freya con Darío y el no saber que había ocurrido la tenia incomoda. Así que cenó y dijo que se marchaba.
—Chicos nos vemos mañana.
Se despidieron de ella todos y cuando estaba en la calle Darío la llamó.
        —¡Freya!

No hay comentarios:

Publicar un comentario