CAPITULO 2. Macanaz.
Y así, sólo, sin dinero y sin techo pasaban los
días… Uno detrás de otro, sin piedad de mí y de mi nueva vida. Ya no me quedaba
nada de los cincuenta euros que mi madre me dejó, y mi único objetivo era
sobrevivir.
Había días mejores, otros regulares y otros muy
malos en los que no conseguía nada que echarme a la boca.
Los lunes y los miércoles eran días buenos. A través
de una trabajadora social, conseguí entrar en un programa del Ayuntamiento y
podía ir a un albergue a darme una ducha y comer calentico. Tristemente, solo
podía ser los lunes y miércoles, ya que en estos momentos y por desgracia, hay demasiada
gente en una situación como la mía o muy parecida y todos necesitamos un
poquito de ayuda.
Los domingos también eran días de los buenos. El
hijo del señor Miguel acostumbraba a pasar el día pescando y no regresaba hasta
la noche, así que podía invitarme a comer con toda tranquilidad. Y preparaba
unas comidas más ricas….un día paella, al siguiente domingo cocido…y hasta
asadico de ternasco me preparó un día. ¡Que manjares más suculentos!
Después de comer me permitía echarme una buena
siesta en el sofá, que me recargaba las pilas para toda la semana.
Estos eran mis mejores días. El resto… si conseguía
algo que llevarme a la boca rebuscando en los contenedores o gracias a la
caridad de algunas personas, eran buenos días. Pero bueno, conseguir algo no
era lo habitual.
Mis intentos de conseguir trabajo eran en vano.
Solía intentarlo los lunes y los miércoles ya que mi aspecto después de la
ducha en el albergue era más presentable. Pero aun así, nada de nada.
Chico sin experiencia, sin estudios y con un carrito
de la compra como fiel compañero. La verdad es que reunía todos los requisitos
para que la respuesta fuera: “No necesitamos a nadie”, o “pásate dentro de unos
meses”, o un simplemente un seco y rotundo “No”.
Pues con las mimas yo volvía a “mi” cajero y para evadirme
de la realidad. Una mierda de realidad… y me echaba a dormir.
Y así pasaban los días, sin piedad de mí y de mi
vida…
Y sin darme cuenta había pasado el invierno y la
primavera. Había llegado a Zaragoza el verano, el agobiante y sofocante verano
de Zaragoza. Cuarenta grados a la sombra y un bochorno que te quema la piel. La
única manera de sobrevivir era buscar un sitio a la sombra y si puede ser cerca
de una fuente.
Recuerdo perfectamente del día 16 de Julio de aquel
año. El calor era exagerado. Tras pasar unos días primaverales, por fin parecía
que el verano había llegado.
El termómetro del puente de Santiago marcaba treinta
y ocho grados. Andaba deambulando por la Plaza del Pilar y decidí cruzar el puente hasta
la arboleda de Macanaz. Seguro que allí encontraba sombra y una ligera y
refrescante brisa a la orilla del río.
Desde lo alto del puente, antes de bajar las
escaleras que me conducirían a la orilla, divisé una amplia zona verde con
césped, grandes árboles que daban una sombra buenísima, varios bancos y una
fuente.
¡Qué buen plan me esperaba!
Me refrescaría un poco en la fuente, colocaría mi
manta en el césped bajo una buena sombra y me comería el bocadillo que me había
dado Germán, el camarero del bar de al lado del cajero donde duermo.
Mientras continuaba bajando las escaleras, levante
la vista y allí estaba… el Pilar. ¡Qué bonita estampa de mi ciudad! Me puse
melancólico acordándome de mi madre que cuando era pequeño, todos los domingos
me llevaba a la misa de las doce. ¡Qué tiempos!
Por supuesto que tras comerme el bocadillo… me
dormí. Y por supuesto… soñé como siempre con cosas buenas, como me venía
ocurriendo desde aquel día que me quedé en la calle.
Estaba sumido en mi más profundo sueño. Esta vez me
veía en mi casa con mi chica. Los dos teníamos trabajo y las cosas nos iban
bien. No para vivir con grandes lujos, pero para vivir bien. Cada vez mis
sueños eran más realistas, valorando lo más esencial que me faltaba.
Y dormí mucho rato, creo…
De repente una voz me despertó:
—Eh, eh, despierta, ¡chico despierta!
Abrí los ojos de repente y vi a una chica
agarrándome por los hombros y sacudiéndome. Tendría unos treinta, piel y pelo
oscuro y tenia unos ojos verdes que quitaban el sentido. Para ser tan joven no
iba muy bien vestida ni bien peinada.
Cuando conseguí centrarme en dónde estaba y quién
era esa chica me levanté corriendo y le pregunté:
—¿Pero chica qué haces pues? ¿Por qué me zarandeas
así?
—Perdona —dijo ella— creo que estabas teniendo una
pesadilla y estabas gritando sin parar y pensé que lo mejor era despertarte.
Siento mucho haberte asustado.
La chica seguía hablándome:
—Además, mira como está el cielo, creo que va a
empezar a llover de un momento a otro. Deberíamos irnos de aquí.
No me extrañó lo de la lluvia ya que las tormentas
de verano también son muy frecuentes en mi ciudad. Así que sin decir nada, me
levanté, recogí mi manta y la metí al carrito.
Ella me dijo:
—Sígueme, sé de un sitio donde podemos resguárdanos.
Por cierto, me llamo Julia, encantada.
Y me tendió la mano. Yo le agarré la mano mientras
le dije:
—Igualmente Julia. Yo soy Esteban.
Sin mediar palabra la seguí. Me llevo hasta una
parte de la ciudad donde nunca había estado. La verdad es que la Margen Izquierda
no la conozco muy bien. Siempre me había movido por el centro de la ciudad. Llegamos
a unos porches enormes donde nos sentamos. Entonces fue cuando me percaté de
que Julia también llevaba un carrito de la compra. ¿Estaría Julia en la misma
situación que yo?
No me atreví a preguntarle, me sentía un poco
incómodo y algo brusco pero de repente ella me preguntó:
—Oye Esteban, ¿qué hacías en el parque?
Le conté que había llegado allí buscando un sitio
sombrío donde poder tumbarme un rato. Yo cada vez sentía más curiosidad por saber
que hacía ella allí también, así que me armé de valor y le pregunté:
—¿Y tú Julia?
—Pues la verdad es que el parque es un lugar que
suelo frecuentar a menudo, sobre todo en verano. Es un sitio poco transitado
donde alejarte del ruido y del alboroto de la ciudad.
—Sí, fíjate si es tranquilo que yo no sé ni el
tiempo que he estado durmiendo… —le contesté.
Una leve sonrisa se dibujó en su cara y me dijo:
—Pues unas tres horas has dormido. Yo ya estaba allí
cuando llegaste.
Y sin más, allí estuvimos mucho rato, debajo de unos
porches en no sé qué calle, hablando y hablando….
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