Estreno de "Gliese", la apuesta de Victor Santos y Nacho Gracia. Espero que os guste y tengamos pronto más entregas. El primer capítulo se titula: "Comienza un nuevo ciclo".
GLIESE
CAPÍTULO 1. Comienza un nuevo ciclo.
Linloctol
despertó de la hibernación. Sobresaltado, sudoroso.
—¡Uf! —suspiró
aliviado—, sólo estaba soñando.
Hacía ya
varios días que las mismas imágenes se colaban en su cabeza mientras dormía. En
ellas veía gente gritando, huyendo de algo. No sabía muy bien qué ocurría, pero
tenía pinta de ser algo terrible.
Todavía
trémulo se dispuso a salir de la cápsula de hibernación, tropezándose y dándose
un cabezazo con la compuerta.
—¡Condenada
cápsula del demonio! —exclamó—, con lo cómodas que eran las antiguas. No sé a
quién se le ocurriría poner esta barra en los pies… Este nuevo modelo es una birria.
Cuando por fin
consiguió levantarse, se fue a desayunar algo. Más relajado, y con el sueño ya
en un segundo plano, comenzó a pensar en sus investigaciones.
Linloctol
compaginaba su trabajo en el departamento de ingeniería desarrollando nuevas
tecnologías: sondas, satélites, naves espaciales, etc., con el proyecto B.I.A.,
Búsqueda de Inteligencia
Alienígena, en el que llevaban estancados desde hace mucho tiempo. Sin
embargo, últimamente, sus esfuerzos estaban dando resultado.
En cierto
modo, la vida en Gliese, el planeta de Linloctol, no era tan distinta a la vida
tal y como la conocemos hoy en día en la Tierra. Pese a ser
una sociedad mucho más avanzada tecnológicamente, la organización de su
sociedad y las relaciones entre sus individuos nos resultarían muy familiares.
Gliese era el cuarto
planeta de su Sistema, pero los planetas no giraban alrededor de un solo cuerpo
celeste. En este caso, lo hacían alrededor de una estrella binaria, un sistema
estelar compuesto de dos estrellas, Sheratan y Docferum, que orbitaban
mutuamente alrededor de un centro de masas común. Según cuenta la mitología,
los antiguos habitantes del planeta les pusieron esos nombres en honor a los
dioses del tiempo y del espacio respectivamente, dos conceptos ya conocidos en
aquella época.
Pero lo
peculiar de Gliese, el motivo por el cual se desarrollaron formas de vida compleja
sobre su superficie, era su distancia a las estrellas. Al contrario que sobre los
demás planetas de este Sistema, el efecto gravitacional que Sheratan y Docferum
producían sobre Gliese lo situaba, en cualquier parte de su órbita, dentro de
la zona de habitabilidad estelar, a una temperatura óptima que permitía la
existencia de agua en estado líquido sobre su superficie.
Como en
cualquier planeta en el que se desarrolla vida compleja, estaba habitado por
muchas especies, tanto animales como vegetales, pero la especie de Linloctol
era la única forma de vida inteligente. Eran unos seres pequeños. Ninguno
superaba el metro y medio de estatura. A pesar de eso, tenían una complexión
aparentemente humanoide: una cabeza voluminosa, un tronco, dos brazos más bien largos
y dos piernas más cortas para caminar, todo ello sujetado por huesos,
articulaciones y músculos. Su piel era grisácea, siendo más clara en el sexo
femenino que en el masculino. En general, tenían unos grandes ojos de color
negro, una nariz redondeada y una boca bastante pequeña, pero cada uno de ellos
era único. Biológicamente hablando también eran muy parecidos a los humanos. Desarrollaron
un cerebro portentoso, de ahí el gran tamaño de su cabeza. Además, también tenían
aparato digestivo, excretor, respiratorio, circulatorio y reproductor.
Realmente eran muy parecidos a nosotros.
Linloctol dio
el último bocado a su torta de pan ácimo y se metió al baño a hacerse la
higiene básica diaria. Era más bien delgado, pero se le veía muy sano y
atlético. Hacía deporte todas las semanas. Sus ojos eran más grandes de lo
habitual, pero no le servían de mucho. A los veintidós ciclos de edad se
arregló la vista porque ya no veía un pimiento. La nariz era muy común, al
igual que la boca, en la que tenía una pequeña cicatriz que se hizo siendo un
niño debido a un resbalón en la ducha. Siempre había sido un niño muy
espiritual… Tenía el pelo corto, de color negro y peinado con la raya a un lado,
y solía dejarse una barba descuidada.
Justo se puso a
hacer caca cuando sonó su intercomunicador. Era su amigo Quanton, que venía a
buscarlo.
—Linloctol,
soy Quanton, ¿bajas ya? —dijo.
No obtuvo
respuesta.
—¿Linloctol?
Nada.
—¡Despierta,
estúpido cabezón! — insistió con más vehemencia.
Quanton era
compañero de Linloctol en el laboratorio, aunque no trabajaban juntos. Él se
encargaba de investigar cuerpos celestes cercanos, así como de controlar las
trayectorias de los restos de basura cósmica que pudieran impactar con el
planeta. Desarrollaron un sistema de prevención de colisiones, basado en una
red de estaciones de medición orbitando alrededor del planeta que medían los
cambios en el tejido espacio-temporal producidos por cualquier cuerpo con masa.
Físicamente, Quanton, al contrario que Linloctol, estaba más regordete, ya que
el único deporte que hacía era su habitual caminata hasta el laboratorio. Sus
ojos eran más pequeños, en cambio su nariz no pasaba desapercibida. Linloctol
solía bromear con eso frecuentemente. La verdad es que tenía una forma bastante
graciosa. Además, llevaba una perilla larga, y el pelo cardado como si no
hubiera un mañana. A pesar de tener un bonito cabello negro rizado, estaba
empezando a perder pelo por la zona delantera, lo que le hacía una frente bastante
generosa, rematando así una cara muy entrañable.
—¡Huy, perdón!
Sube un momento, anda, que todavía no he terminado —contestó Linloctol al cabo
de unos segundos.
El edificio en
el que vivía era uno de los más atractivos de toda la ciudad, junto con el
planetario, el museo de arte y el acuario. No se quiso hacer muy alto, pero llamaba
mucho la atención por su particular geometría; un gran dodecaedro acristalado,
dividido en cinco plantas. El piso de Linloctol estaba situado en la cuarta
planta.
Quanton subió.
La puerta estaba entornada.
—Si estás
desnudo vístete, que acabo de desayunar —bromeó antes de entrar.
—Sí, tú estás
precioso también —rebatió Linloctol irónicamente desde el baño.
Su piso era
muy acogedor. Las únicas divisiones que se apreciaban eran las del baño y una fina
cortina que separaba la zona de la cápsula de hibernación con el resto del
espacio. En el salón-cocina tenía un sofá y un par de sillones. Una mesilla
baja ocupaba el centro, y había otra más alta en la zona de la cocina.
Tecnológicamente hablando, todos los edificios eran ya totalmente inteligentes.
Incluso había casas que ya no tenían cocina. Los alimentos se almacenaban en el
edificio y se distribuían a las viviendas ya cocinados, todo de forma
automática. Sin embargo, a Linloctol le gustaba el ritual de hacerse su propia
comida, así que todavía tenía algún electrodoméstico. No había televisiones,
ordenadores, ni nada por el estilo, sino que tenían un sistema de pantallas
táctiles holográficas integradas en el edificio que reconocían la voz y
aparecían allí donde las necesitaran.
Linloctol salió
del baño. Todavía se le notaba el golpetazo que se había dado en la frente con
la compuerta de la cápsula.
—Deduzco que a
ti también te acaban de instalar la cápsula nueva —dijo Quanton—. Esa barra de
los pies es un incordio. Yo ya les he dicho que la voy a desinstalar.
—Y que lo
digas. Bueno, ¿qué tal va el trabajo? ¿Habéis descubierto algo nuevo?
—Nada
interesante. Prevemos que a finales de este ciclo haya una erupción de Sheratan
importante, pero de momento no nos preocupa. ¡He oído que vuestro proyecto B.I.A.
marcha sobre ruedas ahora!
—¡Sí! Como te
conté, a principios del ciclo anterior observamos un planeta muy interesante en
uno de los brazos espirales de la galaxia, pero todavía no teníamos los medios
necesarios para llegar hasta ahí. Así que, a lo largo del ciclo, estuvimos
trabajando en la velocidad de curvatura. Cuando parecía que nos habíamos vuelto
a quedar estancados, di con una fórmula para mantenerla estable en las distancias
largas. Los ingenieros han hecho un trabajo fantástico y ya tenemos varios prototipos
de naves adaptadas a esta tecnología. En este nuevo ciclo vamos a ponerlo en
práctica. ¡Estoy impaciente!
Los ciclos de Gliese
eran equivalentes a los años en la
Tierra , es decir, el tiempo que tardaba el planeta en dar una
vuelta alrededor del centro de masas estelar. Además, había menos días, ya que
el movimiento de rotación era más lento, y sus ciclos se dividían en diez
semanas de diez días cada una.
—¿Ya estás
listo? —le preguntó Quanton. También se notaban sus ganas de volver al
laboratorio. En el fondo le encantaba su trabajo.
—¡Avante toda!
—respondió Linloctol, recurriendo al símil náutico.
Salieron a la
calle.
Era una calle
ancha, delimitada por dos hileras de edificios altos. Solo se salvaban el
dodecaedro, la tienda de la señora Lennburgri y el teatro de los hermanos Zorm,
que eran construcciones bajas. A la izquierda, al final de la calle, se veía la Plaza del Planetario, con su
enorme esfera asomando por encima de los árboles. A la derecha, casi a un
kilómetro, estaba el puerto. Linloctol bajaba a menudo a visitarlo. Su abuelo
fue marinero, y se lo llevaba siempre que podía para enseñarle algunas cosas,
de ahí que le gustara utilizar símiles náuticos. El suelo de la calle estaba
prácticamente cubierto de vegetación. Los árboles cubrían gran parte de la
superficie, conformando un espacio muy agradable bajo sus copas. Había pequeños
canales de agua que se utilizaban para el riego, así como caminos para moverse
andando por toda la ciudad. También se podían oír los sonidos que emitían los
animales que vivían en aquel particular ecosistema: monos, reptiles, insectos,
etc.
Hacía decenas
de ciclos, las ciudades eran mucho más inertes, sin apenas vida vegetal; un
cúmulo de formas geométricas antinaturales, luces y ruido. Pero un arquitecto, filósofo,
poeta y urbanista brillante, Tolgeor, propuso una nueva y revolucionaria forma
de construir, que consistía en integrar los edificios en una selva natural, un
concepto que denominó “La
Ciudad Verde ”. Vorgut, que así era como se llamaba esta
ciudad, fue uno de los primeros ejemplos de adaptación de la idea de Tolgeor, y
funcionaba de maravilla.
Linloctol y Quanton
pusieron rumbo a la Plaza
del Planetario, donde, además de éste y de la Facultad de Ciencias,
también estaba el laboratorio en el que trabajaban. Siempre hacían el mismo
recorrido.
Primero
pasaban por el vivero de la señora Lennburgri, que solía madrugar para dar de
comer a los ud’ud, una raza de monos pequeños y chillones. La señora Lennburgri
era botánica, además de una amante de los animales. Ella fue la encargada de
aconsejar qué plantas eran adecuadas para construir La Ciudad Verde de Vorgut
y cuáles no lo eran. Tenía casi 110 ciclos de edad, 38 más que Quanton y 40 más
que Linloctol, pero allí se vivía hasta los 150 sin problema. Además no los
aparentaba. Se mantenía joven y bella gracias a la vitalidad que le daba hacer
lo que más quería.
Unos metros
más adelante cruzaban por un pequeño puente al otro lado de la calle, a un
paseo poco transitado que solía tener heces de ud’ud. No es que les gustara ver
las deposiciones de los animales, que, por otra parte, como científicos
curiosos que eran, seguro que les encontraban algún interés. Pero no, lo hacían
para ver a una colonia de ud’ud que se había acomodado en la copa de un anciano
árbol. Como la señora Lennburgri, también eran unos amantes de los animales.
Y por fin
llegaban a la plaza.
Nada más
entrar se podía ver la majestuosa fachada curva de piedra artificial del
laboratorio. Era un edificio enorme. Ocupaba casi toda la mitad derecha de la
plaza. Aunque ellos lo llamaban “el laboratorio”, en realidad albergaba muchos
trabajos. De hecho, estaba sectorizado según las distintas ramas del
conocimiento. Linloctol trabajaba en dos zonas: el departamento de ingeniería,
por la mañana, y la zona reservada para las investigaciones del proyecto B.I.A.,
por la tarde. Quanton, en cambio, permanecía todo el tiempo en el mismo sector,
el departamento de astronomía, y desde allí realizaba toda su labor.
—¿Donde
siempre a la misma hora? —preguntó Quanton antes de separarse.
—Allí nos
vemos —contestó Linloctol.
Se
despidieron, y cada uno se fue a su sector.
De camino al
departamento de ingeniería, Linloctol escuchó una voz aguda inconfundible que
repetía su nombre desde el otro extremo del pasillo. Era Edbur.
—¡Doctor Linloctol,
Doctor Linloctol! ¡Venga, rápido! —vociferó haciendo aspavientos.
Edbur era un
muchacho que trabajaba con Linloctol en el proyecto B.I.A. Desde pequeño había
sido un apasionado de la astronomía. Nacido en la ciudad de Astolas, hijo de una
humilde pareja de agricultores, mostró tempranos indicios de genialidad. A los cinco
ciclos de edad descubrió un objeto celestial, que más tarde resultó ser un
satélite de comunicaciones. Siempre estaba mirando al cielo y haciendo
preguntas. Tenía el pelo claro, al igual que la piel. Sus ojos rezumaban la
ilusión adolescente de un enamorado del cosmos, siempre anhelando desenmascarar
sus intrincados secretos. Tenía unas manchitas muy características en la
frente, pero era considerado un chico muy guapo.
—¿Cuántas
veces te he dicho que no me llames doctor? ¡Que somos colegas! —repuso Linloctol—.
A ver, cuéntame, ¿qué ocurre?
—Ya están
todos —añadió—. Han llegado antes de lo previsto. De un momento a otro
comenzará la presentación de las pruebas para la velocidad de curvatura.
—¡Por las
barbas de Grimbar! ¿No era por la tarde?
—Así es, pero
han querido darnos una sorpresa.
—En ese caso
he de avisar a Quanton.
—No te
preocupes, él ya está allí.
—¡Será
malandrín! He venido con él y no me ha dicho nada.
Fueron a la
sala principal, más conocida como aula magna. Había bastante gente: físicos,
biólogos, ingenieros… Incluso había varios miembros del departamento de
defensa, recientemente creado para garantizar la seguridad de la flota espacial
contra posibles descubrimientos de vida inteligente hostil. Ellos eran muy
pacíficos, los recursos se repartían y comprendían que la violencia no era la
solución a ningún problema. Pero también comprendieron que si querían explorar
el cosmos tenían que ser previsores. Cuando entraron iba a empezar a hablar el
recién nombrado comandante general de la flota estelar, más conocido como general
Tralpaiser, uno de los mejor preparados física y mentalmente para realizar esa
tarea.
—Señoras,
señores, hoy es un gran día —comenzó—. Gracias a vuestro trabajo, el de los
físicos que desarrollaron las teorías, el de los ingenieros que construyeron
las naves y el de todos los demás, estamos hoy aquí. Sin lugar a dudas, si todo
marcha según lo previsto, este será el mayor avance de los últimos ciclos.
Entonces fijó
su vista en Linloctol, que estaba al lado de la puerta con Edbur, escuchando
atentamente.
—Y todo
gracias a la brillante idea de un científico que está entre nosotros. Por
favor, pido un fuerte aplauso para nuestro amigo ¡el Doctor Linloctol! —añadió.
El gris de su
piel se empezó a tornar más oscuro.
—Aparca esa
vergüenza y ven aquí, timorato.
Linloctol se
acercó al general, le reprendió por sus excesivos elogios y dio un pequeño
discurso. Explicó cómo se le ocurrió la idea, y aprovechó para presentar sus
agradecimientos a toda la gente que le apoyó a lo largo de su investigación.
El laboratorio
entero estaba de fiesta. Estuvieron toda la mañana y parte de la tarde
comentando cosas de las pruebas, conociéndose unos a otros y felicitándose por
el trabajo realizado.
A última hora
de la tarde, antes de marcharse a casa, el general Tralpaiser se acercó a Linloctol,
que estaba con Quanton y Edbur sentado en las escaleras de fuera del
laboratorio.
—Nos esperan
unos días duros, amigo —dijo—. He decidido personalmente que vengas con
nosotros en la nave.
—¿De verdad? —respondió
Linloctol tan confuso como emocionado.
—De verdad de
la buena —respondió el general—, te necesito en mi equipo. Así que quítate esa
bata de anciano y… ¡20 vueltas a la plaza! Jua, jua, jua.
Quanton y
Edbur rieron a carcajadas con el general.
—No te
preocupes, esto último es broma. Tengo que ultimar alguna cosa, pero la semana
que viene empezamos a entrenar. Tienes nueve días para prepararte mentalmente.
¡Descanse, soldado! ¡Ah!, y a partir de entonces ¡nada de batas centenarias!
Jua, jua, jua.
El general se
alejó riéndose.
—Ha sido un
día agotador —le dijo Linloctol a Quanton—, ¿qué te parece si en lugar de
volver a casa andando cogemos un heliodron?
—Me has leído
el pensamiento —respondió Quanton.
—¡Hasta mañana
Edbur! —dijeron al unísono.
—¡Que
descanséis, doctores! —respondió.
—¡Mira, por
allí viene nuestro heliodron! —dijo Quanton—. ¡Corre, proyecto de astronauta!
Los heliodrones
eran la forma más habitual de moverse por la ciudad. Se trataba de unos vehículos
inteligentes, disponibles para todos los habitantes, que circulaban a través de
una red de autopistas aéreas completamente automatizada. Había muchos tipos,
cada uno de ellos de distintas plazas, dependiendo de la afluencia de gente
calculada para los distintos lugares por los que pasaban. En cualquier caso,
todos iban equipados con cápsulas médicas básicas, eliminando así la necesidad
de otros vehículos especiales para los heridos. Si alguien tenía un accidente,
era contagiado por algún virus o padecía otro tipo de dolencia, se llamaba un
heliodron, se introducía al paciente en la cápsula médica y ésta calculaba las
posibilidades de sanarlo. En caso de no ser suficiente, el vehículo tomaba
automáticamente una ruta alternativa hasta el hospital.
Primero se
bajó Linloctol y después lo hizo Quanton, ya que el mismo heliodron pasaba por
la puerta de sus casas. Ambos picotearon algo rápido y se metieron a la
cápsula. Estaban agotados.
Al día
siguiente…
Quanton
despertó de la hibernación. Él ya se había desecho del nuevo modelo de cápsula.
Seguramente no iba a durar mucho, fue un diseño bastante malo.
El motivo de que
utilizaran las cápsulas para pasar la noche se debía al lento movimiento de
rotación del planeta. Como los días y las noches se hacían muy largos, reducían
las funciones metabólicas y orgánicas del cuerpo llevándolo a un estado de refrigeración
dentro de la cápsula. Era una forma de ahorrar energía y recuperarse.
Adormilado se
fue a desayunar. Los dulces eran su talón de Aquiles…, y así lo corroboraba la
curva de la felicidad que se iba trazando poco a poco en su abdomen.
Se aseó y se
vistió en un periquete. Comprobó que todo estaba en orden y marchó hacia casa
de Linloctol, como siempre.
Quanton vivía
en un edificio muy alto, de los más altos de todo Vorgut, situado a dos
manzanas del dodecaedro por la parte más cercana al mar. Vivía en la planta
173, de un total de 205. Si se asomaba por la ventana veía las autopistas de heliodrones
como pequeños insectos moviéndose por encima de los árboles.
El camino
hasta la casa de Linloctol era muy aburrido. Había una librería especializada
en ciencia ficción con figuritas de personajes famosos inventados por los
mejores escritores, pero a esas horas todavía estaba cerrada. Al doblar la última
esquina se dio cuenta de que Linloctol estaba esperando abajo.
—¡Oh! ¿Se
encuentra usted bien, caballero? ¿Hay fuego en el edificio? ¿Una epidemia
quizás? —le preguntó irónicamente al ver que había madrugado.
—Ja, ja, ja,
me parto contigo. Es que estoy nervioso… Pero no te acostumbres.
Entraron al
laboratorio. Esta era una semana especial. Ambos iban a dejar sus trabajos
habituales: Linloctol para entrenarse en las pruebas de la velocidad de
curvatura y Quanton para terminar unos trabajos del proyecto B.I.A. que Linloctol
tenía empezados y que quería acabar antes de marcharse. Como se contaban casi
todo lo que hacían, era habitual que se sustituyesen alguna vez cuando tenían
otras cosas que hacer. No obstante, a lo largo de esta semana, Linloctol
seguiría estando en el laboratorio trabajando en el B.I.A., y aprovechando para
explicarle a Quanton qué es exactamente lo que quería que hiciese por él.
Pero pronto se
percataron de que el laboratorio estaba vacío. Faltaba alguien.
—¿Dónde está Edbur?
—preguntó Linloctol a otro muchacho que solía llegar pronto con él.
—No lo sé,
doctor —respondió el muchacho—. Hoy no estaba en casa.
Pero entonces,
una joven astrónoma entró a la sala desbocada, como un heliodron pilotado por
un ud’ud.
—¿Está aquí el
Doctor Linloctol? —preguntó mientras intentaba recuperar el aliento.
—Sí, soy yo,
¿qué ocurre?
—No se lo va a
creer, pero ha pasado algo inaudito...
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