viernes, 4 de julio de 2014

ColecciónUni2. Gliese. 1: Comienza un nuevo ciclo

Estreno de "Gliese", la apuesta de Victor Santos y Nacho Gracia. Espero que os guste y tengamos pronto más entregas. El primer capítulo se titula: "Comienza un nuevo ciclo".



 GLIESE

CAPÍTULO 1. Comienza un nuevo ciclo.


Linloctol despertó de la hibernación. Sobresaltado, sudoroso.
—¡Uf! —suspiró aliviado—, sólo estaba soñando.
Hacía ya varios días que las mismas imágenes se colaban en su cabeza mientras dormía. En ellas veía gente gritando, huyendo de algo. No sabía muy bien qué ocurría, pero tenía pinta de ser algo terrible.
Todavía trémulo se dispuso a salir de la cápsula de hibernación, tropezándose y dándose un cabezazo con la compuerta.
—¡Condenada cápsula del demonio! —exclamó—, con lo cómodas que eran las antiguas. No sé a quién se le ocurriría poner esta barra en los pies… Este nuevo modelo es una birria.
Cuando por fin consiguió levantarse, se fue a desayunar algo. Más relajado, y con el sueño ya en un segundo plano, comenzó a pensar en sus investigaciones.
Linloctol compaginaba su trabajo en el departamento de ingeniería desarrollando nuevas tecnologías: sondas, satélites, naves espaciales, etc., con el proyecto B.I.A., Búsqueda de Inteligencia Alienígena, en el que llevaban estancados desde hace mucho tiempo. Sin embargo, últimamente, sus esfuerzos estaban dando resultado.

En cierto modo, la vida en Gliese, el planeta de Linloctol, no era tan distinta a la vida tal y como la conocemos hoy en día en la Tierra. Pese a ser una sociedad mucho más avanzada tecnológicamente, la organización de su sociedad y las relaciones entre sus individuos nos resultarían muy familiares.
Gliese era el cuarto planeta de su Sistema, pero los planetas no giraban alrededor de un solo cuerpo celeste. En este caso, lo hacían alrededor de una estrella binaria, un sistema estelar compuesto de dos estrellas, Sheratan y Docferum, que orbitaban mutuamente alrededor de un centro de masas común. Según cuenta la mitología, los antiguos habitantes del planeta les pusieron esos nombres en honor a los dioses del tiempo y del espacio respectivamente, dos conceptos ya conocidos en aquella época.
Pero lo peculiar de Gliese, el motivo por el cual se desarrollaron formas de vida compleja sobre su superficie, era su distancia a las estrellas. Al contrario que sobre los demás planetas de este Sistema, el efecto gravitacional que Sheratan y Docferum producían sobre Gliese lo situaba, en cualquier parte de su órbita, dentro de la zona de habitabilidad estelar, a una temperatura óptima que permitía la existencia de agua en estado líquido sobre su superficie.
Como en cualquier planeta en el que se desarrolla vida compleja, estaba habitado por muchas especies, tanto animales como vegetales, pero la especie de Linloctol era la única forma de vida inteligente. Eran unos seres pequeños. Ninguno superaba el metro y medio de estatura. A pesar de eso, tenían una complexión aparentemente humanoide: una cabeza voluminosa, un tronco, dos brazos más bien largos y dos piernas más cortas para caminar, todo ello sujetado por huesos, articulaciones y músculos. Su piel era grisácea, siendo más clara en el sexo femenino que en el masculino. En general, tenían unos grandes ojos de color negro, una nariz redondeada y una boca bastante pequeña, pero cada uno de ellos era único. Biológicamente hablando también eran muy parecidos a los humanos. Desarrollaron un cerebro portentoso, de ahí el gran tamaño de su cabeza. Además, también tenían aparato digestivo, excretor, respiratorio, circulatorio y reproductor. Realmente eran muy parecidos a nosotros.

Linloctol dio el último bocado a su torta de pan ácimo y se metió al baño a hacerse la higiene básica diaria. Era más bien delgado, pero se le veía muy sano y atlético. Hacía deporte todas las semanas. Sus ojos eran más grandes de lo habitual, pero no le servían de mucho. A los veintidós ciclos de edad se arregló la vista porque ya no veía un pimiento. La nariz era muy común, al igual que la boca, en la que tenía una pequeña cicatriz que se hizo siendo un niño debido a un resbalón en la ducha. Siempre había sido un niño muy espiritual… Tenía el pelo corto, de color negro y peinado con la raya a un lado, y solía dejarse una barba descuidada.
Justo se puso a hacer caca cuando sonó su intercomunicador. Era su amigo Quanton, que venía a buscarlo.
—Linloctol, soy Quanton, ¿bajas ya? —dijo.
No obtuvo respuesta.
—¿Linloctol?
Nada.
—¡Despierta, estúpido cabezón! — insistió con más vehemencia.
Quanton era compañero de Linloctol en el laboratorio, aunque no trabajaban juntos. Él se encargaba de investigar cuerpos celestes cercanos, así como de controlar las trayectorias de los restos de basura cósmica que pudieran impactar con el planeta. Desarrollaron un sistema de prevención de colisiones, basado en una red de estaciones de medición orbitando alrededor del planeta que medían los cambios en el tejido espacio-temporal producidos por cualquier cuerpo con masa. Físicamente, Quanton, al contrario que Linloctol, estaba más regordete, ya que el único deporte que hacía era su habitual caminata hasta el laboratorio. Sus ojos eran más pequeños, en cambio su nariz no pasaba desapercibida. Linloctol solía bromear con eso frecuentemente. La verdad es que tenía una forma bastante graciosa. Además, llevaba una perilla larga, y el pelo cardado como si no hubiera un mañana. A pesar de tener un bonito cabello negro rizado, estaba empezando a perder pelo por la zona delantera, lo que le hacía una frente bastante generosa, rematando así una cara muy entrañable.
—¡Huy, perdón! Sube un momento, anda, que todavía no he terminado —contestó Linloctol al cabo de unos segundos.
El edificio en el que vivía era uno de los más atractivos de toda la ciudad, junto con el planetario, el museo de arte y el acuario. No se quiso hacer muy alto, pero llamaba mucho la atención por su particular geometría; un gran dodecaedro acristalado, dividido en cinco plantas. El piso de Linloctol estaba situado en la cuarta planta.
Quanton subió. La puerta estaba entornada.
—Si estás desnudo vístete, que acabo de desayunar —bromeó antes de entrar.
—Sí, tú estás precioso también —rebatió Linloctol irónicamente desde el baño.
Su piso era muy acogedor. Las únicas divisiones que se apreciaban eran las del baño y una fina cortina que separaba la zona de la cápsula de hibernación con el resto del espacio. En el salón-cocina tenía un sofá y un par de sillones. Una mesilla baja ocupaba el centro, y había otra más alta en la zona de la cocina. Tecnológicamente hablando, todos los edificios eran ya totalmente inteligentes. Incluso había casas que ya no tenían cocina. Los alimentos se almacenaban en el edificio y se distribuían a las viviendas ya cocinados, todo de forma automática. Sin embargo, a Linloctol le gustaba el ritual de hacerse su propia comida, así que todavía tenía algún electrodoméstico. No había televisiones, ordenadores, ni nada por el estilo, sino que tenían un sistema de pantallas táctiles holográficas integradas en el edificio que reconocían la voz y aparecían allí donde las necesitaran.
Linloctol salió del baño. Todavía se le notaba el golpetazo que se había dado en la frente con la compuerta de la cápsula.
—Deduzco que a ti también te acaban de instalar la cápsula nueva —dijo Quanton—. Esa barra de los pies es un incordio. Yo ya les he dicho que la voy a desinstalar.
—Y que lo digas. Bueno, ¿qué tal va el trabajo? ¿Habéis descubierto algo nuevo?
—Nada interesante. Prevemos que a finales de este ciclo haya una erupción de Sheratan importante, pero de momento no nos preocupa. ¡He oído que vuestro proyecto B.I.A. marcha sobre ruedas ahora!
—¡Sí! Como te conté, a principios del ciclo anterior observamos un planeta muy interesante en uno de los brazos espirales de la galaxia, pero todavía no teníamos los medios necesarios para llegar hasta ahí. Así que, a lo largo del ciclo, estuvimos trabajando en la velocidad de curvatura. Cuando parecía que nos habíamos vuelto a quedar estancados, di con una fórmula para mantenerla estable en las distancias largas. Los ingenieros han hecho un trabajo fantástico y ya tenemos varios prototipos de naves adaptadas a esta tecnología. En este nuevo ciclo vamos a ponerlo en práctica. ¡Estoy impaciente!

Los ciclos de Gliese eran equivalentes a los años en la Tierra, es decir, el tiempo que tardaba el planeta en dar una vuelta alrededor del centro de masas estelar. Además, había menos días, ya que el movimiento de rotación era más lento, y sus ciclos se dividían en diez semanas de diez días cada una.

—¿Ya estás listo? —le preguntó Quanton. También se notaban sus ganas de volver al laboratorio. En el fondo le encantaba su trabajo.
—¡Avante toda! —respondió Linloctol, recurriendo al símil náutico.
Salieron a la calle.
Era una calle ancha, delimitada por dos hileras de edificios altos. Solo se salvaban el dodecaedro, la tienda de la señora Lennburgri y el teatro de los hermanos Zorm, que eran construcciones bajas. A la izquierda, al final de la calle, se veía la Plaza del Planetario, con su enorme esfera asomando por encima de los árboles. A la derecha, casi a un kilómetro, estaba el puerto. Linloctol bajaba a menudo a visitarlo. Su abuelo fue marinero, y se lo llevaba siempre que podía para enseñarle algunas cosas, de ahí que le gustara utilizar símiles náuticos. El suelo de la calle estaba prácticamente cubierto de vegetación. Los árboles cubrían gran parte de la superficie, conformando un espacio muy agradable bajo sus copas. Había pequeños canales de agua que se utilizaban para el riego, así como caminos para moverse andando por toda la ciudad. También se podían oír los sonidos que emitían los animales que vivían en aquel particular ecosistema: monos, reptiles, insectos, etc.

Hacía decenas de ciclos, las ciudades eran mucho más inertes, sin apenas vida vegetal; un cúmulo de formas geométricas antinaturales, luces y ruido. Pero un arquitecto, filósofo, poeta y urbanista brillante, Tolgeor, propuso una nueva y revolucionaria forma de construir, que consistía en integrar los edificios en una selva natural, un concepto que denominó “La Ciudad Verde”. Vorgut, que así era como se llamaba esta ciudad, fue uno de los primeros ejemplos de adaptación de la idea de Tolgeor, y funcionaba de maravilla.

Linloctol y Quanton pusieron rumbo a la Plaza del Planetario, donde, además de éste y de la Facultad de Ciencias, también estaba el laboratorio en el que trabajaban. Siempre hacían el mismo recorrido.
Primero pasaban por el vivero de la señora Lennburgri, que solía madrugar para dar de comer a los ud’ud, una raza de monos pequeños y chillones. La señora Lennburgri era botánica, además de una amante de los animales. Ella fue la encargada de aconsejar qué plantas eran adecuadas para construir La Ciudad Verde de Vorgut y cuáles no lo eran. Tenía casi 110 ciclos de edad, 38 más que Quanton y 40 más que Linloctol, pero allí se vivía hasta los 150 sin problema. Además no los aparentaba. Se mantenía joven y bella gracias a la vitalidad que le daba hacer lo que más quería.
Unos metros más adelante cruzaban por un pequeño puente al otro lado de la calle, a un paseo poco transitado que solía tener heces de ud’ud. No es que les gustara ver las deposiciones de los animales, que, por otra parte, como científicos curiosos que eran, seguro que les encontraban algún interés. Pero no, lo hacían para ver a una colonia de ud’ud que se había acomodado en la copa de un anciano árbol. Como la señora Lennburgri, también eran unos amantes de los animales.
Y por fin llegaban a la plaza.
Nada más entrar se podía ver la majestuosa fachada curva de piedra artificial del laboratorio. Era un edificio enorme. Ocupaba casi toda la mitad derecha de la plaza. Aunque ellos lo llamaban “el laboratorio”, en realidad albergaba muchos trabajos. De hecho, estaba sectorizado según las distintas ramas del conocimiento. Linloctol trabajaba en dos zonas: el departamento de ingeniería, por la mañana, y la zona reservada para las investigaciones del proyecto B.I.A., por la tarde. Quanton, en cambio, permanecía todo el tiempo en el mismo sector, el departamento de astronomía, y desde allí realizaba toda su labor.
—¿Donde siempre a la misma hora? —preguntó Quanton antes de separarse.
—Allí nos vemos —contestó Linloctol.
Se despidieron, y cada uno se fue a su sector.
De camino al departamento de ingeniería, Linloctol escuchó una voz aguda inconfundible que repetía su nombre desde el otro extremo del pasillo. Era Edbur.
—¡Doctor Linloctol, Doctor Linloctol! ¡Venga, rápido! —vociferó haciendo aspavientos.
Edbur era un muchacho que trabajaba con Linloctol en el proyecto B.I.A. Desde pequeño había sido un apasionado de la astronomía. Nacido en la ciudad de Astolas, hijo de una humilde pareja de agricultores, mostró tempranos indicios de genialidad. A los cinco ciclos de edad descubrió un objeto celestial, que más tarde resultó ser un satélite de comunicaciones. Siempre estaba mirando al cielo y haciendo preguntas. Tenía el pelo claro, al igual que la piel. Sus ojos rezumaban la ilusión adolescente de un enamorado del cosmos, siempre anhelando desenmascarar sus intrincados secretos. Tenía unas manchitas muy características en la frente, pero era considerado un chico muy guapo.
—¿Cuántas veces te he dicho que no me llames doctor? ¡Que somos colegas! —repuso Linloctol—. A ver, cuéntame, ¿qué ocurre?
—Ya están todos —añadió—. Han llegado antes de lo previsto. De un momento a otro comenzará la presentación de las pruebas para la velocidad de curvatura.
—¡Por las barbas de Grimbar! ¿No era por la tarde?
—Así es, pero han querido darnos una sorpresa.
—En ese caso he de avisar a Quanton.
—No te preocupes, él ya está allí.
—¡Será malandrín! He venido con él y no me ha dicho nada.
Fueron a la sala principal, más conocida como aula magna. Había bastante gente: físicos, biólogos, ingenieros… Incluso había varios miembros del departamento de defensa, recientemente creado para garantizar la seguridad de la flota espacial contra posibles descubrimientos de vida inteligente hostil. Ellos eran muy pacíficos, los recursos se repartían y comprendían que la violencia no era la solución a ningún problema. Pero también comprendieron que si querían explorar el cosmos tenían que ser previsores. Cuando entraron iba a empezar a hablar el recién nombrado comandante general de la flota estelar, más conocido como general Tralpaiser, uno de los mejor preparados física y mentalmente para realizar esa tarea.
—Señoras, señores, hoy es un gran día —comenzó—. Gracias a vuestro trabajo, el de los físicos que desarrollaron las teorías, el de los ingenieros que construyeron las naves y el de todos los demás, estamos hoy aquí. Sin lugar a dudas, si todo marcha según lo previsto, este será el mayor avance de los últimos ciclos.
Entonces fijó su vista en Linloctol, que estaba al lado de la puerta con Edbur, escuchando atentamente.
—Y todo gracias a la brillante idea de un científico que está entre nosotros. Por favor, pido un fuerte aplauso para nuestro amigo ¡el Doctor Linloctol! —añadió.
El gris de su piel se empezó a tornar más oscuro.
—Aparca esa vergüenza y ven aquí, timorato.
Linloctol se acercó al general, le reprendió por sus excesivos elogios y dio un pequeño discurso. Explicó cómo se le ocurrió la idea, y aprovechó para presentar sus agradecimientos a toda la gente que le apoyó a lo largo de su investigación.
El laboratorio entero estaba de fiesta. Estuvieron toda la mañana y parte de la tarde comentando cosas de las pruebas, conociéndose unos a otros y felicitándose por el trabajo realizado.
A última hora de la tarde, antes de marcharse a casa, el general Tralpaiser se acercó a Linloctol, que estaba con Quanton y Edbur sentado en las escaleras de fuera del laboratorio.
—Nos esperan unos días duros, amigo —dijo—. He decidido personalmente que vengas con nosotros en la nave.
—¿De verdad? —respondió Linloctol tan confuso como emocionado.
—De verdad de la buena —respondió el general—, te necesito en mi equipo. Así que quítate esa bata de anciano y… ¡20 vueltas a la plaza! Jua, jua, jua.
Quanton y Edbur rieron a carcajadas con el general.
—No te preocupes, esto último es broma. Tengo que ultimar alguna cosa, pero la semana que viene empezamos a entrenar. Tienes nueve días para prepararte mentalmente. ¡Descanse, soldado! ¡Ah!, y a partir de entonces ¡nada de batas centenarias! Jua, jua, jua.
El general se alejó riéndose.
—Ha sido un día agotador —le dijo Linloctol a Quanton—, ¿qué te parece si en lugar de volver a casa andando cogemos un heliodron?
—Me has leído el pensamiento —respondió Quanton.
—¡Hasta mañana Edbur! —dijeron al unísono.
—¡Que descanséis, doctores! —respondió.
—¡Mira, por allí viene nuestro heliodron! —dijo Quanton—. ¡Corre, proyecto de astronauta!
Los heliodrones eran la forma más habitual de moverse por la ciudad. Se trataba de unos vehículos inteligentes, disponibles para todos los habitantes, que circulaban a través de una red de autopistas aéreas completamente automatizada. Había muchos tipos, cada uno de ellos de distintas plazas, dependiendo de la afluencia de gente calculada para los distintos lugares por los que pasaban. En cualquier caso, todos iban equipados con cápsulas médicas básicas, eliminando así la necesidad de otros vehículos especiales para los heridos. Si alguien tenía un accidente, era contagiado por algún virus o padecía otro tipo de dolencia, se llamaba un heliodron, se introducía al paciente en la cápsula médica y ésta calculaba las posibilidades de sanarlo. En caso de no ser suficiente, el vehículo tomaba automáticamente una ruta alternativa hasta el hospital.
Primero se bajó Linloctol y después lo hizo Quanton, ya que el mismo heliodron pasaba por la puerta de sus casas. Ambos picotearon algo rápido y se metieron a la cápsula. Estaban agotados.

Al día siguiente…

Quanton despertó de la hibernación. Él ya se había desecho del nuevo modelo de cápsula. Seguramente no iba a durar mucho, fue un diseño bastante malo.
El motivo de que utilizaran las cápsulas para pasar la noche se debía al lento movimiento de rotación del planeta. Como los días y las noches se hacían muy largos, reducían las funciones metabólicas y orgánicas del cuerpo llevándolo a un estado de refrigeración dentro de la cápsula. Era una forma de ahorrar energía y recuperarse.
Adormilado se fue a desayunar. Los dulces eran su talón de Aquiles…, y así lo corroboraba la curva de la felicidad que se iba trazando poco a poco en su abdomen.
Se aseó y se vistió en un periquete. Comprobó que todo estaba en orden y marchó hacia casa de Linloctol, como siempre.
Quanton vivía en un edificio muy alto, de los más altos de todo Vorgut, situado a dos manzanas del dodecaedro por la parte más cercana al mar. Vivía en la planta 173, de un total de 205. Si se asomaba por la ventana veía las autopistas de heliodrones como pequeños insectos moviéndose por encima de los árboles.
El camino hasta la casa de Linloctol era muy aburrido. Había una librería especializada en ciencia ficción con figuritas de personajes famosos inventados por los mejores escritores, pero a esas horas todavía estaba cerrada. Al doblar la última esquina se dio cuenta de que Linloctol estaba esperando abajo.
—¡Oh! ¿Se encuentra usted bien, caballero? ¿Hay fuego en el edificio? ¿Una epidemia quizás? —le preguntó irónicamente al ver que había madrugado.
—Ja, ja, ja, me parto contigo. Es que estoy nervioso… Pero no te acostumbres.
Entraron al laboratorio. Esta era una semana especial. Ambos iban a dejar sus trabajos habituales: Linloctol para entrenarse en las pruebas de la velocidad de curvatura y Quanton para terminar unos trabajos del proyecto B.I.A. que Linloctol tenía empezados y que quería acabar antes de marcharse. Como se contaban casi todo lo que hacían, era habitual que se sustituyesen alguna vez cuando tenían otras cosas que hacer. No obstante, a lo largo de esta semana, Linloctol seguiría estando en el laboratorio trabajando en el B.I.A., y aprovechando para explicarle a Quanton qué es exactamente lo que quería que hiciese por él.
Pero pronto se percataron de que el laboratorio estaba vacío. Faltaba alguien.
—¿Dónde está Edbur? —preguntó Linloctol a otro muchacho que solía llegar pronto con él.
—No lo sé, doctor —respondió el muchacho—. Hoy no estaba en casa.
Pero entonces, una joven astrónoma entró a la sala desbocada, como un heliodron pilotado por un ud’ud.
—¿Está aquí el Doctor Linloctol? —preguntó mientras intentaba recuperar el aliento.
—Sí, soy yo, ¿qué ocurre?

—No se lo va a creer, pero ha pasado algo inaudito...


No hay comentarios:

Publicar un comentario