martes, 9 de junio de 2015

TayTodos 17. El lunes empieza todo.

Hoy nos llega el capítulo número diecisiete de la saga "TayTodos", y tras una semana sin capítulo estamos ansiosos por ver como continúa la acción, pero antes vamos a repasar lo ocurrido en el último capítulo publicado.
El capítulo anterior arranca con el cuerpo de Pavel devorado por los peces y sus verdugos búlgaros celebrando la hazaña.
Mientras Montana, todavía con vida debe permanecer un tiempo tumbado intentando recobrarse de la brutal paliza recibida e intenta emprender el camino de vuelta a casa.
Sergio, al aperecer Mario con Mirka y centrar toda la atención de la impredecible Clara, abandona la mansión y llega hasta su piso. Al entrar despierta a su exprometida que enfurecida comienza una discusión que el joven no está por la labor de tragarse, así que sale de allí y decide que volverá a por sus pertenencias cuando Nerea no se encuentre en el piso. Acto seguido se dirige a casa de sus padres donde tras unas brevísimas explicaciones se dispone a pasar la noche.
Jorge insiste en retomar su relación con Carolina y tras varios mensajes de disculpas la joven acepta tener una nueva cita con el madurito, que entusiasmado como un quinceañero recibe los consejos paternales de su propio hijo diciéndole que no se precipite y se ande con cuidado.
Mirka se encuentra descansando en su lujosa habitación en la mansión de los Renovalles y pensando en qué situación se encontrará su amado Montana cuando es sorprendida por Venancio que le pide que le haga un trabajito. Ella parece aceptar y cuando está en plena faena le agarra por la entrepierna y lo hace salir de allí con el rabo entre las piernas. No iba a permitir que tras tantos años manipulada y explotada por Pavel, del que por fin se había liberado, volver a entrar en esa dinámica en la propia casa de Baby face. Tras esto se recompuso, cerró con llave y se preparó otro magnifico baño y se dispuso a descansar plácidamente sabedora de su victoria momentánea.
Montana tras varias horas aturdido y dolorido consiguió llegar hasta una carretera cercana donde intentó parar algún que otro vehículo con idéntico resultado hasta que uno se detuvo. Se trataba de Luis, su compañero de piso y novio de María que lo había reconocido. Lo llevó hasta casa, tras intentar convencerlo para que lo vieran en un hospital pues las heridas tenían mala pinta. Montana se negó ya que eso acarrearía un parte policial al cual no estaba dispuesto a dar explicaciones. Se duchó e intentó dormir con las curas provisionales de Luis, y recordó que Rebeca una vez le había dicho que sabía algo de primeros auxilios. Era su oportunidad, al despertar la llamaría.
Rebeca despertó maldiciendo a Montana, resacosa decidió darse una ducha. Una vez recompuesta y más relajada sonó su teléfono.

¿Volverá Venancio a turbar la paz momentánea de Mirka? ¿Cómo interactuará Clara con ella? ¿Y Jorge, podrá retomar su relación con Carolina? ¿Volverá a saber Rebeca del apuesto Montana? ¿Sergio y Nerea, es definitivo o tendrán una segunda oportunidad? ¿Y Jota, volverá a aparecer? No os perdáis el capítulo de hoy.

En cuanto a su creador, decir que es ya un habitual en Zarracatalla Editorial. Tras sus dos participaciones el año pasado, vuelve a participar en nuestra novela colectiva para 2015. Este año para desatascar otra situación complicada y dejarnos un capítulo en el que poco a poco hemos ido avanzando en la historia de cada personaje principal. Así que agradecer como siempre su predisposición y entrega a la causa. Desde Gallur, Manuel Zalaya Navascués

Os dejo con el capítulo de hoy. Espero que os guste. Besetes a tod@s. Nos leemos.



17. El lunes empieza todo.

Salió corriendo del baño, agarrando la toalla con una mano, y se puso a buscar el móvil como una loca con la esperanza de que fuera Montana.
—¿Dónde está? ¡Mierda!
Se le enganchó la toalla y tropezó con la mesa baja del salón, justo en el momento en que localizaba el teléfono.
—¿Sí?
—Buenos días, remolona. ¿Cómo va esa resaca?
—Joder, María, pensaba que era él.
—Después de lo de ayer, ¿aún crees que te va a llamar?
—Eso espero, al menos para decirle cuatro palabras y quedarme a gusto.
María se rió como solo ella sabía hacer: a carcajadas. Rebeca se alejó todo lo que pudo del teléfono a la vez que ponía verde a su amiga.
—¡No grites tanto, María! Me va explotar la cabeza.
—Siempre tan exagerada para todo. Voy a llamar a Luis para quedar hoy, así de paso le pregunto qué le pasaba ayer a su amigo. A ver si sabe algo de él.
—Eso, y dile que le dé un buen puñetazo de mi parte.
—¡Oído cocina!
Colgó enfadada. Mientras miraba al techo no pudo contener la risa al imaginar que si alguien hubiera entrado en ese momento, habría pensado que era el escenario de una batalla: el baño con la puerta abierta y el secador en el suelo todavía encendido; la toalla enganchada en la manilla y ella, desnuda,  tirada en el suelo entre un montón de revistas. Cogió una al azar y se entretuvo ojeando la portada. La sonrisa se le borró al ver la foto de un coche, un modelo de Mini igual a aquel del que había salido despedida hacía pocas horas.
—¡Maldito Montana!
La tiró con todas sus fuerzas justo cuando volvía a sonar el móvil. En la pantalla aparecía la foto de Montana. No sabía si alegrarse porque la llamaba o enfadarse más de lo que ya estaba.
—Ahora me va a oír ese cabrón de mierda.
—¿Rebeca?
—¡Claro que soy Rebeca pedazo de capullo! No tendría ni que haber cogido el teléfono después de lo de anoche.
—Tienes toda la razón. Lo siento...
—¡Menos mal! Al menos te has dado cuenta de lo gilipollas que has sido.
—No lo sabes bien. De verdad que lo siento.
Rebeca estaba sorprendida. No estaba acostumbrada a escuchar disculpas y menos aún dos veces seguidas en la misma conversación.
—¿Y qué quieres ahora? ¿Qué vaya a masajearte mientras tu amigo nos hace fotos?
—No, no creo que esté en condiciones de hacerlo, la verdad.
Ella notó debilidad en la voz al otro lado de la línea y bajó un poco la intensidad de sus embestidas.
—¿Por qué dices eso?
—Creo que está muerto.
Se hizo el silencio. Rebeca notó un escalofrío y buscó algo con qué taparse mientras se incorporaba. Se quedó muda.
—Rebeca, ¿estás ahí?
Más silencio.
—Perdona, no tenía que habértelo dicho, pero necesito tu ayuda.
—¿Ayuda?
 Por un momento se sintió como una tonta repitiendo lo que escuchaba sin entender nada.
—Sí. Me dieron una paliza anoche y el inútil de Luis no hace más que ponerme vendas sin sentido. En breve creo que voy a parecerme más a una momia que a un herido. Tú sabías algo de primeros auxilios, ¿verdad?
—¡No te muevas! ¡Voy!
—¡Ni aunque quisiera podría hacerlo! ¿Rebeca...?

Se vistió con lo primero que encontró tirado por el suelo y salió disparada. Era la primera vez en su vida que alguien le pedía ayuda y, sin pensarlo, corría para prestarla. Ni ella misma se reconocía. Pero es que ese chico tenía algo que no podía dejar escapar. «¡Todo sea para acabar lo que dejaste ayer a medias, Montana!».
Corría y hablaba sin parar. Llamó al gimnasio para decir que estaba enferma. Ya vería cómo solucionaba este tema después. Y si le echaban, mejor. Estaba harta de trabajar tantas horas y fines de semana por una mierda de sueldo.
 Al doblar una esquina se encontró con un gran ramo de flores plantado delante de su cara que casi le hace caer al suelo. Sin apenas mirarlo reconoció al madurito torpe del gimnasio. No pudo evitar ver la imagen de la otra cliente y él en la sauna, en plena acción, tal y como Marisa le había descrito con todo detalle. No le cuadraba con lo que veía en ese momento así que retomó la velocidad que llevaba en sus piernas y en su cabeza e imaginó un cambio de protagonistas: Montana y ella en la sauna, solos, desnudos... ¡había que curarle pronto!
—¡Cuidado! –le dijo el portador de aquella selva portátil.

********

Jorge trató de esquivarla pero no pudo evitar que el ramo se le cayera. Su habilidad con las manos no era precisamente su mayor virtud.
—¡Cómo está la juventud, madre mía!
Mientras recogía las flores se dio cuenta de lo que acababa de decir y, de pronto, se sintió muy mayor. Iba a tener que cambiar esa forma de hablar y, sobre todo, de pensar respecto a la gente más joven que él. Calculaba que Carolina tenía veinte o veinticinco años menos y no podía permitirse meter la pata con comentarios de ese tipo.
Recompuso las flores, quitando un par que se habían chafado, y se encaminó a su cita. La primera después de su detención por hacer el idiota y meterse en el mundo turbio de las drogas. Menos mal que su padre no se había enterado de nada, con el corazón al límite no sabía cómo lo habría encajado. Su salud ya no era buena y, a pesar de que todavía podía vivir solo, no iba tardar mucho en tener que buscar a alguien para que le ayudara.
Javier le había echado una mano en eso. ¡Qué maravilla de hijo tenía! Atento, responsable y, en los últimos días, con un don de la oportunidad que le tenía un tanto mosqueado. Cada vez que estaba a solas con Carolina aparecía como de la nada, sacandole de apuros y poniendo inyecciones. Sabía que estaba metido en algún tipo de colaboración con la policía para sacarse un dinero extra, algo sobre drogas y gimnasios, pero no había querido darle detalles de su detención. Sólo le había recomendado que no apareciera por el gimnasio durante unos días. Por lo visto iban a por alguien y lo que menos quería era tener a su padre metido por el medio otra vez.
Había llegado al bar. Vio a Carolina a través del cristal.
—¡Qué guapa es!
Estaba muerto de miedo. ¿Le habría perdonado? ¿Querría volver a empezar?
 Un nubarrón de pesimismo le nubló la mente al asociar la pregunta con aquella película de los ochenta sobre el amor en la madurez. Se paró en seco. Quería salir corriendo. No tenía derecho a meterse en la vida de alguien tan joven y cargarla con todos sus problemas.
—¡Hola! —leyó en los labios de Carolina a través del cristal. Eso y una sonrisa alegre que le hizo salir de su estado, cercano ya al pánico, y entrar con decisión.
—Hola Carolina. Gracias por venir.
—Hola Jorge. No tenías que haber traído semejante ramo. Con una flor bastaba.
—De eso nada. Con los sustos que te has llevado por mi estupidez, ¡qué menos!
—En eso tienes razón. ¿Qué quieres tomar?
—Un tinto, gracias, pero no te preocupes, que lo pido yo.
Carolina empezó a reírse cuando vio que iba directo a la barra, a pedir el vino, con el ramo de flores todavía en la mano. Él, hecho un manojo de nervios no lo había soltado. Carolina se levantó y, quitando las dichosas flores de en medio, se tiró a sus brazos, dándole un beso del que solo salieron al escuchar los aplausos y silbidos que estallaron en el bar.
Rojos de vergüenza se separaron lo justo para pedir algo de beber y volver a sentarse.
—No puedo creer lo que acabo de hacer, Jorge, aquí, entre tanta gente.
—Ni yo que lo hayas hecho. ¿Eso significa que me perdonas?
—¿No está claro?
—No mucho —sonrió con ironía—. Igual es que me estoy haciendo mayor y no sé interpretar bien las señales.
Esta vez fue él el que se lanzó. Todo desapareció a su alrededor. Solo estaba ella, su boca, el calor del cuerpo más increíble que había tenido entre sus manos en mucho tiempo. Su corazón estaba a cien y no era la única parte de su anatomía. Tenía que parar. No quería, pero sabía que tenía que hacerlo.
—Carolina, ¿qué te parece si empezamos de nuevo?
—Vale. Agarra el ramo que te doy otro beso.
—No me refiero a eso.
—Ya lo sé, tonto.  Y ¿qué propones?
—Quedemos el lunes en la sauna, la de nuestro primer encuentro.
—¿Y por qué tenemos que esperar al lunes?
—Por tener un nuevo comienzo sin tropezones.
—¡Si fue lo más interesante del día! —Carolina se rió al ver que él se ponía colorado de nuevo. Era enternecedor ver a un hombre hecho y derecho ruborizarse así.
—En mi vida había pasado tanta vergüenza.
Carolina le miraba pícara. Puso su mano en la pierna de Jorge mientras le susurraba al oído:
—Te aseguro que no tienes nada de qué avergonzarte.
Estaba en el cielo. Todo su miedo se había esfumado, incluso se había olvidado por completo de la advertencia de su hijo de no acercarse por el gimnasio.

********

Hacía tanto tiempo que no se despertaba en aquella cama, que se asustó al ver un techo desconocido al abrir los ojos. No podía creer lo que estaba pasando. Estaba tan obsesionado con Clara que ni siquiera había ido los dos últimos domingos a jugar al padel con sus amigos. Incluso se le había pasado ir al bar a ver el partido del siglo con ellos.
Se levantó y, ya en el baño, se miró en el espejo. Las últimas semanas de estrés y, sobre todo, de excitación no satisfecha le estaban pasando factura. Sin novia, sin casa, sin Clara...
—Macho, te estás dejando llevar por algo inalcanzable. Esa mujer no es buena para ti.
Bajó la mirada y sonrió.
—Por eso te gusta y no te la puedes quitar de la cabeza, idiota. Porque no lo es.
Sabía que a Nerea ya la había perdido. Quería poder sentirse triste por eso, por tirar por la borda tantos años juntos. Pero, en realidad, lo que sentía era libertad. Nerea era una gran mujer: estable, meticulosa, profesional y apasionada pero no iba a echar de menos en absoluto sus ordenados y planificados días, casi minuto a minuto.
—Eso es, Sergio. Clara ha entrado en tu vida para liberarte. A partir de ahora vas a hacer lo que te dé la gana. ¡A improvisar se ha dicho!
Salió del baño dejando su imagen sonriente en el espejo como si fuera la foto de su nuevo pasaporte a la felicidad.
—El lunes vuelvo al gimnasio. Creo que estoy echando tripa otra vez.
Alguien llamó a la puerta lo que le hizo volver de su estado de ensimismamiento.
—Sergio, ¿estás bien?
Era su madrastra pero, por un breve momento, le había parecido escuchar a Nerea y se le habían puesto los pelos de punta. Estaba claro que lo suyo estaba del todo acabado. No podía ser que tuviera la misma sensación de angustia y de sentirse controlado con su actual madre que con la mujer con la que había estado a punto de casarse.
—¿Sergio… ?
—Sí, estoy bien. Ya salgo.

*********

Cuando estaba nerviosa, le daba por limpiar la estantería de los libros. Le relajaba encontrar todo en su sitio. Comenzaba por Alberti y Auster. Igual que en un ritual, sacaba cada libro y le pasaba el trapo con cuidado, como si fuera un tesoro delicado que se pudiera romper. Con otra bayeta, especial para el polvo, quitaba la suciedad de la balda. Atwood, Belli, Berges, Carrasco, Dahl… Todos se sucedían en un meticuloso orden alfabético. El mismo orden con el que había conseguido llevar su vida hasta ahora.
Sonó una alarma que le trajo de vuelta a la realidad. Miró con sorpresa el libro que sujetaba en sus manos y se sorprendió.
— La totalidad y el orden implicado, David Bohm. No debería estar aquí. El apellido es Bohm: entre Berges y Carrasco, ese es su sitio. Seguro que fue Segio. ¡Vaya desastre de hombre!
Nerea apagó la alarma, aviso de que, en media hora, tenía que salir de casa. Terminó de colocar su libro preferido, en el sitio correcto, y se echó a llorar una vez más.
No podía controlarse. Lo que había tardado más de doce años en construir se había ido a pique. No dejaba de preguntarse cómo había sucedido aquello. Su Sergio, su amor, su futuro, en brazos de otra mujer.
—No puede ser. Después de todo lo que he hecho por él. Tanto trabajo para que luego llegue una cualquiera y se lo lleve.
Notaba cómo su corazón se aceleraba hinchado de odio. Acababa de encontrar su próximo objetivo: una venganza. Ahora sólo tenía que planificar cómo hacerlo.
—Recuerda Nerea: la improvisación no es buena. Hay que calcularlo todo bien y estudiar los detalles a la perfección.
Miró otra vez los libros. Metió un marcapáginas entre Mi tío Oswald, de Rohal Dahl y El príncipe destronado, de Miguel Delibes. Mañana, al limpiar, sería su punto de partida.
—Veamos.
Se acercó al escritorio, sacó un bloc de notas y dibujó un cuadrante.
—Los lunes él va al gimnasio, pero yo tengo clases, claro. Piensa, Nerea…
No podía creer que fuera a hacer algo que se salía de lo normal. Estaba decidido: pediría permiso en el colegio por asuntos propios, todavía le quedaba alguno.
—Nos vemos en la sauna, Sergio.

 *********

Marisa empezó el lunes con ganas. Acababa de ver entrar al madurito que le gustaba tanto y a la chica guapa, aquellos a los que pilló in fraganti en la sauna en plena acción.
—Ya sabía yo que, lo que yo vi, iba a traer cola.
Riéndose sola del doble sentido de sus palabras, se enfadó sabiendo que no podría ir a contárselo a Rebeca, le habían dicho que estaba enferma.
—¡Buenos días! —escuchó a sus espaldas.
—¡Buenos días! —contestó sorprendida. Nadie solía saludarle allí.
Era el hombre que le pidió papel higiénico el mismo día que encontró a aquella explosiva mujer desmayada en las duchas. Otro bombón de hombre en el gimnasio.

Hoy la jornada de trabajo sí que prometía ser interesante.

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