miércoles, 20 de mayo de 2015

TayTodos: 15. El farol del Polaco.

Hoy nos llega el capítulo número quince de la saga "TayTodos", pero antes vamos a repasar lo ocurrido el pasado lunes.
El capítulo anterior arranca con el Polaco irrumpiendo en pleno apogeo entre Montana y Rebeca, que es echada del coche de muy malas maneras por su pareja. Al parecer Montana está inmerso en los turbios negocios del Polaco, primo de Mirka y gran amor del primero, prohibido por el Polaco que trata a su prima como si fuera una posesión más suya.
El Polaco ha secuestrado al hijo de Venancio y Clara, e implica a Montana para que le acompañe en el intercambio del dinero, prometiendole que no se interpondrá en su relación con su prima y los dejará libres. Lo hace por dinero y porque Venancio asesinó a su hermana.
Rebeca por su parte busca consuelo en su amiga María pero esta no está muy receptiva con ella ya que está muy interesada en que este suceso no afecte a su relación con el amigo de Montana, que al parecer está forradísimo.
Jorge intenta disculparse con Carolina por todo lo sucedido en las últimas horas pero no halla respuesta.
Mientras, Clara recobra el sentido junto a Sergio, en el momento que alguien entra en la casa. Es Mario, que ha sido llevado hasta su madre por Mirka, que al parecer se encuentra allí...

¿Qué intenciones tendrá Mirka al devolver al pequeño con su madre? ¿Cual será la reacción de Clara y Venancio ante tan inesperado suceso? ¿Y Jorge, podrá retomar su relación con Carolina? ¿Volverá a saber Rebeca del apuesto Montana, o este se obcecará en la promesa del Polaco sobre Mirka? ¿Sabremos algo más de Sergio y Nerea? ¿Y Jota, volverá a aparecer? No os perdáis el capítulo de hoy.

En cuanto a su creadora, decir que es una nueva incorporación en Zarracatalla Editorial durante 2015. Ya participó en Colección Cupido 2015 con Quédate a mi lado, dejándonos gratamente impresionados, y al solicitarle colaborar en la novela colectiva no lo dudó ni un segundo y en tiempo record nos envío este capítulo genial que se adentra en la peligrosa relación del Polaco, Montana y Mirka con el lado más oscuro de la moralidad. Estamos muy contentos de su participación y se prevé una larga relación de colaboraciones y relatos. Por nuestra parte, siempre que ella quiera, está claro. Cómo curiosidad, decir que este es otro de los mayores logros del blog: ponerte en contacto con personas de diferentes lugares con las que conectas rápidamente por su forma de escribir y predisposición, pero que no conoces físicamente, únicamente online. Así que como Zaragoza está aquí al ladito, tengo pendiente otro café para agradecerle todo esto a Carlota Blasco Ranz

Os dejo con el capítulo de hoy. Espero que os guste. Besetes a tod@s. Nos leemos.



15. El farol del Polaco.

Mario estaba exultante, abrazado a Clara, parloteaba como un loro y repetía con esa insistencia propia de los niños lo bien que se lo había pasado con Mirka, y si se podría ir con ella a dormir a su casa.
Mirka apareció en el umbral de la habitación a la vista de Clara, era una joven delgadísima, preciosa, pero para el ojo experto de Clara le faltaban algunos kilos, pero eso era lo de menos en estos momentos, tenía a su lado a Mario, y se encontraba perfectamente, lo demás era secundario.
Clara era una mujer dura, pero en aquellos momentos le entró un lloro como hacía años que no experimentaba. Mirka se acercó a ella temerosa, puso su mano sobre el hombro de Clara, al mismo tiempo que musitaba:
—Lo siento... Lo siento.
Mario compungido de ver llorar a su madre, no comprendía lo que pasaba y soltándose de ella se refugió en los brazos de Mirka. Cuando por fin se calmó, se secó los ojos y se recompuso, sonrío a la joven, y cogiéndola de la mano la arrastro al sofá, donde se sentaron. Mario no sabía que podía haber hecho para que su madre llorase así, y la miraba con ojos como platos entre las piernas de la joven.
—Venancio no me ha dicho que ya había pagado el rescate. Nunca le agradeceré bastante esta rapidez para recuperar a nuestro hijo.
Mirka movía la cabeza de un lado para otro, mientras decía:
—No, señora, nadie ha pagado nada. Cuando Pavel, mi primo, ha salido de casa, he cogido al niño y siguiendo sus explicaciones hemos llegado hasta aquí. El taxi en el que hemos venido está esperando en la puerta para cobrar, por favor páguele. Y llame a su marido para que no le dé ni un euro a ese sinvergüenza, aunque me mate a palos.
Clara cogió con dulzura de la mano a la joven.
—Nadie te va a tocar, descuida —y salió a pagar al taxista, que ya comenzaba a impacientarse.
 Volvió Clara, el niño ya estaba tranquilo e iba a lo suyo. Cogió el móvil y llamó a Venancio.
—Cariño, Mario está en casa perfectamente, si van a pedir el rescate obra en consecuencia. Lo ha traído a casa una joven encantadora, que sé que conoces y aprecias su belleza y sus servicios, chao.
Colgó el teléfono y lo arrojó al sofá, se acercó al mueble bar y se preparó un gintonic, al mismo tiempo que le decía a Mirka si quería otro. La joven aceptó y con los dos vasos en una bandeja se fue a su lado, le acercó uno y ella cogió el otro.
—Vamos a brindar: ¡Por tu nueva vida! —alzó la copa Clara—. Por cierto, cuéntame algo de ti.
—¿Qué quiere que le cuente?
—Lo primero, que me tutees. ¿Cómo llegaste aquí? ¿Qué haces? Bueno, sé algunas cosas que haces, por ejemplo los servicios que le prestas a mi esposo “Baby Face”.
Mirka abrió los ojos como platos espantada. Clara la miro divertida.
—No te preocupes. Baby Face tiene sus enredos y yo los míos, somos una pareja muy liberal. En lo que somos tremendamente conservadores es con respecto a Mario, en eso somos muy cluecas los dos. Por Mario nos desvivimos y estamos dispuestos a todo. Me alegro por ti y por Montana de que tomaseis la decisión correcta.
—No sé qué decirte... En realidad no he tenido vida privada desde que llegue a España. Pavel me trajo asegurándome que tendría un trabajo, y si que lo tengo, de prostituta, en una carretera entre cañaverales. Allí, casi desnuda,  espero a los posibles clientes. Tengo una silla desvencijada para sentarme en las largas horas de espera, cuando oigo un coche me levanto y paseo como me han dicho que haga. Si hace frío, paso mucho frío y busco el abrigo del cañaveral; si hace calor busco las sombras de las cañas, oigo la radio en el teléfono, y lloro. Lloro mucho recordando mi país, mis amigos, echando de menos a Montana al que últimamente casi no he visto y sospecho que algo ha tenido que ver en esto Pavel.
—No te preocupes. Ahora te voy a enseñar tu habitación, quiero que te quedes. Trabajaras para mí, sólo para mí. Estarás con Mario, es un niño listo, le enseñaras polaco, lo aprenderá enseguida.
—Puedo enseñarle inglés, si quieres, lo hablo perfectamente
—¿En serio?
—Sí, de verdad.
—Pues miel sobre hojuelas. Mañana hablaremos del sueldo, vamos a ver esa habitación —y cogiéndola de la mano atravesaron la lujosa vivienda hasta llegar a una puerta al final del pasillo, Clara se echo a un lado y de manera teatral dijo—. Señora, ¡su habitación!
Mirka entró en la habitación y quedó deslumbrada. Era impresionante, o al menos a ella se lo pareció. Presidiendo, una cama de inmensas proporciones, un balcón de dos hojas desde el que se podía salir directamente al jardín; justo enfrente una fuente con la figura a tamaño natural de una vestal con un cántaro en el hombro desde el que caía un chorro de agua, un fauno abrazado a las piernas de la joven completaba el conjunto escultórico.
Clara cogió un pequeño mando del tocador, lo pulsó y una persiana silenciosa como una sombra, aisló la habitación del jardín. Con el mismo mando fue cambiando las luces, la intensidad, el brillo e incluso el color. La habitación se iba transformando según el color de la luz. Otro botón controlaba la temperatura, otro accionaba una enorme televisión, otro pone una cadena musical que te envuelve en sus sones por todos lados. Delante del tocador un lujoso taburete giratorio, y en el tocador tarros de cremas de todo tipo con fragancias que Mirka pensó serían carísimas; un ropero con doble puerta con espejos por dentro y por fuera de manera que según las abrías te podías ver por detrás, y un zapatero en el que se podían poner  más de cien pares de zapatos.
El suelo estaba cubierto de cálida madera, vestido a los lados de la cama con gruesas y bellas alfombras. Clara se acercó a una puerta y Mirka pasó a un baño más propio de una comunidad que de una sola habitación por su tamaño: una bañera circular a la que se accedía por dos escalones antideslizantes, un autentico yakusi. La bañera, pensó Mirka, es más propia para orgías que para bañarse. A un lado, una cabina de ducha, con chorros a presión a varias alturas, un toallero con toallas de fino rizo, y todo tipo de aparatos: plancha y secadores de pelo, pequeños aparatos para exfoliar los talones, cuchillas de afeitar, ceras de todo tipo para depilar, y un largo etcétera de accesorios que en aquel momento no se paró a pensar que podían ser.
—La habitación es preciosa, pero no tienes una más pequeña, me voy a perder aquí.
—No te preocupes, te acostumbraras. Mañana saldremos a comprar ropa —la cogió de la mano y se acercó a ella—. Sabes Mirka, eres muy bella.
Estaba muy cerca, y la miraba con intensidad. Posó una mano sobre el duro pecho de Mirka, esta se estremeció. Comenzó a soltarle los botones de la tenue blusa, se la quitó. La joven se dejo hacer perpleja. Le soltó el sujetador, dejando al descubierto unos pechos perfectos, le soltó el pantalón, se arrodilló y le saco las perneras. El minúsculo tanga estaba en el suelo poco después... Clara comenzó a desnudarse y segundos después la cogía de la mano y se metía en el yakusi arrastrando a Mirka. Dejó toda la habitación en una suave penumbra, y sólo la bañera estaba iluminada por una tenue luz rosada propia de un amanecer en el Mediterráneo. El agua, burbujeante, perfumada y cálida; una música sensual, envolvente, que parecía salir de cada partícula de aquella habitación y la voz como un susurro de Clara diciendo:
—Relájate, déjate hacer —hizo que Mirka, por primera vez en muchos meses, se sintiera segura.                                                                                                                                                          
Clara comenzó por darle unos masajes en los hombros, después fue bajando por cada uno de los brazos hasta la punta de los dedos. Era muy hábil y tenía fuerza en las manos, la tensión acumulada en los últimos tiempos parecía disolverse como un azucarillo en aquella bañera. Mirka perdió el sentido del tiempo, cuando se dio cuenta, estaba fuera del agua y Clara la estaba secando con mimo con una de aquellas toallas que parecían tener el rizo de una nube blanca.
Clara se secó con pases enérgicos, cogió a la joven de la mano y la llevó hasta la cama, apartó el edredón y la sábana, se subió e invitó con un gesto para que la siguiera. Mirka obedecía como un perrillo bien enseñado, en realidad, estaba asombrada; no le disgustaba el cariz que estaban tomando las cosas, y recordó como un flas que ya había tenido relaciones lésbicas en su país y que no le disgustaron.
Fue una experiencia gratificante para las dos, cuando exhaustas y abrazadas seguían acariciándose, se fue iluminando el rincón más alejado de la habitación. Mirka se incorporó un poco por curiosidad, y de su garganta salió un pequeño grito involuntario. En un sillón bien repantingado y con el pene en la mano, aquel pene que ella también conocía, estaba sudoroso el gordo y temible “Baby Face”.
—¡Bravo, muy bien! —comenzó a aplaudir—. ¿Ahí estás querido? ¿De verdad te ha gustado? Es exquisita, siempre has tenido buen gusto para las mujeres.
Mirka se había tapado con la sábana y escuchaba perpleja a los esposos.
Clara se levantó y fue hasta Venancio. Se arrodilló, se acercó al pene de su marido que estaba perdiendo consistencia, paso la lengua por el glande...
—¡Mira cómo has puesto todo salpicado cochinote! —le reñía como si fuera un niño travieso—. Vámonos y dejemos descansar a Mirka, hoy ha sido un día muy duro para todos. Mañana nos iremos de compras —y salieron de la habitación dejando a la joven confusa.

—¿Se ha presentado Pavel? —preguntó Clara.
—Sí, cariño.
—¿Y qué le has dicho?
—Que no le iba a pagar ni un céntimo. Eso no se lo esperaba. Con el teléfono en la mano se ha puesto a gritarme: “En cuanto mande una señal mi socio le cortara el cuello a tu hijo, cabrón”.
»A una señal mía convenida han salido a su alrededor un grupo de cinco conocidos suyos, unos búlgaros que por unos cientos de euros te hacen una limpieza étnica. Él amenazaba: “¡Voy a mandar la señal! ¡Voy a mandar la señal y van a hacer picadillo al mocoso! Hasta ese momento se podía haber salvado, pero cuando lo repitió firmo su sentencia. A otra señal sacaron a Montana, le habían zurrado lo suyo hasta que llegaron a la conclusión de que decía la verdad, que Mario estaba a salvo camino de nuestra casa.
»Cuando lo vio, se le vino el mundo encima. Los búlgaros sin decir palabra fueron a por él, intento zafarse, pero no le valió, una lluvia de golpes acabaron con él en el suelo. He visto que lo metían en una furgoneta y ya no se mas.
Cuando el Polaco recobró el conocimiento se encontró tumbado en el fondo de la furgoneta, y a su lado con un bate entre las piernas uno de los búlgaros. Le dolía todo el cuerpo, casi no podía abrir el ojo derecho de algún golpe y se había meado por los pantalones. La carretera era sinuosa. Por fin llegaron, aunque no sabía dónde. Abrieron por fuera la puerta y le obligaron a salir, escasamente se tenía de pies. Al salir reconoció el lugar, había venido varias veces a pescar con algunos de aquellos búlgaros a los que creía sus amigos.
Lo acercaron al borde del pantano, allí había una roca y sabía que la profundidad era de más de doce metros, eso con el pantano casi vacío; en ese momento el agua saltaba por los sobraderos, llegaba a la cota máxima.
—¿Qué profundidad crees que habrá Polaco, veinte metros? Más, Polaco, más. Por mucha que bebas no la vas a acabar —y se reían de la gracia.

De un golpe en las piernas con el bate lo derribaron al suelo. Pavel gritaba, pero un segundo golpe en la cabeza y esta se abrió como un melón maduro, salpicando de rojo las plantas de alrededor. Pasaron un lazo por sus pies y lo ataron a una barra de hierro de unos treinta kilos, poco después Pavel descendía al fondo del pantano ayudado por la barra. En pocos días aquellos voraces peces que él intentaba pescar habrían dado buen cuenta de su cadáver.

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